11/09/2021, 16:34
No tengas miedo, hijo mío,
pues cuando menos lo esperes,
mas cuando más te haga falta,
Fūjin llamará al viento en las montañas,
y conocerás al fin el significado de tu nombre.
—Relato ancestral del clan Nishikaze.
pues cuando menos lo esperes,
mas cuando más te haga falta,
Fūjin llamará al viento en las montañas,
y conocerás al fin el significado de tu nombre.
—Relato ancestral del clan Nishikaze.
—¿Papá, papá, a dónde vamos?
—A unas ruinas muy antiguas. ¡Unas ruinas misteriosas, sí! ¡Con estatuas de guerreros del País de la Tierra!
Un hombre barbilampiño, rollizo y pelirrojo acompañaba a una pequeña niña rubia de la mano Iba vestida con un vestido blanco. Hacía juego con sus ojos, dos perlas perfectas sin pupila. El hombre parecía tener prisa, pues la arrastraba de la mano hasta casi forzar a la chiquilla a seguirle al trote. Miraba a ambos lados del sendero con inquietud, como si supiera que las cosas no iban exactamente como deberían ir. Por ejemplo: estaba el silencio.
En aquél camino al borde de la pared de la montaña, con la valla que protegía del precipicio hacia el río bravo en el fondo a un lado y unos extraños árboles curvados que crecían desde la piedra de la montaña en el otro, había un silencio más de la cuenta. No era el silencio de la naturaleza, porque la naturaleza se hacía oír: estaba en el agua fluvial que corría con fuerza y en los nidos con padres y polluelos en las copas de los árboles, los agujeros en las rocas y los arbustos. Era el silencio de quien lo mantiene, lo cuida, lo cultiva. El silencio que implica y delata una mirada oculta en un lugar discreto del camino o en un recoveco.
Un silencio en definiva, que convenía evitar.
Al girar la esquina ambos se llevaron un susto. Uno de los dos, al menos, sintió un profundo alivio al cruzarse con aquella kunoichi de Kusagakure: una chica de piel morena con una larga trenza. Una genin. Una chiquilla más, pensó él.
—¡Buenos días! —Saludó el hombre afablemente cuando pasó por su lado, cruzándose en el camino.
—¡Buenos días! —repitió la pequeña.
«Falsa alarma», pensó él con un suspiro agradecido.