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—¿¡Qué!?
En efecto, la exclamación de Ayame resumía lo que ambos pensábamos, y por contraposición la denegación al deseo de Kumopansa de llegar a un lugar calentito.
Aquella invitación resultaba extraña, pero la verdad, estaba a punto de posicionarme del lado de la araña. El frío estaba por vencernos, calando hasta el interior de nuestros huesos, insensibilizando las yemas de los dedos así como la nariz, en ocasiones temblaban nuestros músculos y es que ni siquiera en un lugar frío como Amegakure uno estaba preparado para aquel ambiente gélido. Era algo extremo.
—E... ¡Espera, espera! —musitó agitando las manos en el aire—. Ahora mismo somos unos desconocidos. No podemos llegar a tu casa así sin más, tus papás se molestarán
— ¡Jolines! Yo quería pasar la noche con vosotros... No todos los días vienen unos ninjas por aquí... — replicó la niñita entre dientes ante las evidentes excusas de la amejin.
Y entonces se me ocurrió algo que debería contentar a ambas.
— Vale, mirad, propongo lo siguiente, ¿Qué tal si vamos y si sus padres no ponen pegas aceptamos la invitación?
— ¡Sí! — exclamó la menor volviendo a emocionarse.
La araña bajo hasta la nieve para acercarse a Ayame.
— Sosa, más que sosa. Voy a tener que echarte sal si sigues así
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8/02/2018, 13:13
(Última modificación: 8/02/2018, 13:14 por Aotsuki Ayame.)
— ¡Jolines! Yo quería pasar la noche con vosotros... No todos los días vienen unos ninjas por aquí... —protestó la chiquilla.
Ayame miró de reojo a Yota, esperando que le tendiera una capa de cordura a aquella locura. Lo que no esperaba, precisamente de él, fueron las palabras que escuchó a continuación:
—Vale, mirad, propongo lo siguiente, ¿Qué tal si vamos y si sus padres no ponen pegas aceptamos la invitación?
—¡¿Qué?!
—¡Sí! —exclamó la pequeña, muerta de alegría.
Pero Ayame no dejaba de alternar la mirada entre ambos, anonadada. Intentó descifrar en sus rostros si había algún tipo de broma escondida en todo aquello. Pero no la había. Eran tres contra uno, y estaban dispuestos a arrastrarla con ellos. Y lo que era peor: ella no tenía otro lugar en el que pasar la noche que no fuera la taberna en la que había estado minutos atrás, incluso El Patito Frío (que era el hotel más grande de aquel pequeño pueblo) estaba completo. Y el frío estaba calando en sus huesos.
—Sosa, más que sosa. Voy a tener que echarte sal si sigues así —habló la araña.
Pero ella ignoró sus palabras, se acercó a Yota y agarró una de sus mangas.
—¿Te has vuelto loco? —le susurró, intentando que la chiquilla no los escuchara—. No la conocemos de nada, ¡ni siquiera sabemos su nombre! ¡Si te metes en casa de un desconocido así como así cualquier día acabarás muerto!
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Sentí la atadura del brazo de la joven como si la cordura hubiese adoptado una forma humana.
—¿Te has vuelto loco? —le susurró, intentando que la chiquilla no los escuchara—. No la conocemos de nada, ¡ni siquiera sabemos su nombre! ¡Si te metes en casa de un desconocido así como así cualquier día acabarás muerto!
¿Muerto? Acabaría muerto si no le tomaba la palabra a aquella niña. Muerto del jodido frío que hacia allí fuera. Congelado. Básicamente no tenía ninguna otra opción. Nos habían echado del único lugar en el que nos podrían dar cobijo, ¿Qué otra opción tenía? No es que tuviésemos una abanico infinito de posibilidades precisamente...
— ¿Y qué es lo que propones? ¿Quieres que nos montemos un iglú o qué? — respondí evidenciando que, obviamente, no teníamos nada más que elegir — Me gustaría recordarte que nos han echado del único lugar en el que podíamos alquilar una habitación. Yo voy a ir, tu haz lo que quieras
— ¡Hey! ¿Vamos o qué?
La niña, seguía con su visible emoción, reclamaba nuestra atención para empezar a movernos.
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—¿Y qué es lo que propones? ¿Quieres que nos montemos un iglú o qué? —replicó Yota—. Me gustaría recordarte que nos han echado del único lugar en el que podíamos alquilar una habitación. Yo voy a ir, tu haz lo que quieras.
Ayame no supo qué responder ante la contundencia de sus palabras. Y el frío no ayudaba a la hora de mantenerse firme en su postura. Tenía la nariz tan congelada que le dolía y sentía todos los músculos agarrotados por el frío y cansados por los constantes temblores. Si no hubiese sido por la súbita irrupción de Kumopansa en la taberna, ella podría estar a aquellas horas en una cama caliente, intentando conciliar el sueño ignorando la fiesta que se celebraba en la planta de abajo...
¿Cuál era su alternativa ahora? ¿Abandonar a su suerte a Yota y regresar por su cuenta a la seguridad de una casa conocida? La verdad es que sonaba tentador...
—¡Maldita sea! —siseó, en un susurro—. ¿Por qué siempre me acabo metiendo en líos?
—¡Hey! ¿Vamos o qué? —insistió la cría, y Ayame lanzó un desesperado suspiro.
—¡Está bien, está bien! —acabó cediendo a regañadientes, y tuvo que forzar a sus congelados músculos a ponerse en marcha tras la pista de la niña.
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—¡Maldita sea! —siseó, en un susurro—. ¿Por qué siempre me acabo metiendo en líos?
— Bueeeeeeeeennooooooooo... Porbablemente metas tu narizota donde no debas. Deberías aprender de tus errores, kunoichi — respondió la araña mientras se le escapaba su inevitable risita entre dientes.
—¡Está bien, está bien!
— Cierra esa bocota, 8 ojos — repliqué ante la "broma" del animal. Era evidente que tenía un mal juicio a la hora de realizar sus bromas. Y aquel definitivamente no era el momento — Perdonala, Ayame-san, a veces no sabe controlarse y puede resultar un poco.. bueno, desagradable
Empezamos a caminar y la niña empezó de nuevo a dar saltitos encima de la nieve, moviéndose más rápido que nosotros, aunque no demasiado.
— Adelantate, Kumopansa, protege a la niña. No sabemos si nos encontraremos peligros durante el camino — ordené con el claro objetivo de que no fuera una molestia para Ayame de nuevo — Bien, ahora que estamos solos, dejame decirte que a mi tampoco es que me chiflé esta idea de meternos en casas de desconocidos. No soy un completo descerebrado, pero entre los dos podremos arreglarnoslas y bueno... ¿Mejor esto que dormir aquí fuera con la nieve, verdad? Confía en mí, estaremos bien
— ¡Por aquí, vamos!
La niña señalo el camino de la derecha en una bifurcación. Nos adentrábamos en un bosque no muy oscuro que nos resguardaría un poco de la nieve.
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—Bueeeeeeeeennooooooooo... Probablemente metas tu narizota donde no debas. Deberías aprender de tus errores, kunoichi —respondió la araña, con una risilla, y Ayame le lanzó una mirada fulminante.
—Cierra esa bocota, 8 ojos —replicó Yota, casi replicando sus pensamientos—. Perdónala, Ayame-san, a veces no sabe controlarse y puede resultar un poco... bueno, desagradable.
—No pasa nada —refunfuñó ella, con las manos metidas en los bolsillos y la cara parcialmente oculta bajo su gruesa capa de viaje.
Realmente, en cualquier otra circunstancia no se habría sentido tan molesta. Pero toda aquella situación le olía a chamusquina, y realmente odiaba no tener otra alternativa que seguir al de Kusagakure y a aquella niña desconocida en contra de su voluntad.
Al fin echaron a andar por los senderos marcados en la nieve, entre las diferentes casas cuyas chimeneas encendidas ofrecían la imposible y seductora promesa de un calor al que no podían acceder. La niña, seguramente acostumbrada a su tierra natal, no parecía sucumbir a aquel frío invernal. Más bien al contrario, avanzaba por delante de ellos dando pequeños saltitos sobre la nieve.
—Adelantate, Kumopansa, protege a la niña. No sabemos si nos encontraremos peligros durante el camino —ordenó Yota a la araña, y esta no tardó en descender de su cuerpo con sus frágiles patitas articuladas y obedecer su comanda. Sólo entonces se volvió hacia ella—. Bien, ahora que estamos solos, déjame decirte que a mi tampoco es que me chifle esta idea de meternos en casas de desconocidos —le dijo, y ella no pudo menos que alzar una ceja en un gesto escéptico como respuesta—. No soy un completo descerebrado, pero entre los dos podremos arreglárnoslas y bueno... ¿Mejor esto que dormir aquí fuera con la nieve, verdad? Confía en mí, estaremos bien.
—Ya veremos...
—¡Por aquí, vamos! —exclamó la niña, frente a ellos.
Señalaba con su pequeña manita infantil un camino hacia la derecha en una bifurcación. Para terror de Ayame, aquel sendero conducía directamente hacia un bosque.
—Se suponía que íbamos a ir a una casa —le siseó a su compañero, señalando con la cabeza la amalgama de casas que se alzaban tras su espalda—. ¡Esto se aleja del pueblo! ¿Qué hacemos metiéndonos en el corazón de un bosque?
Aquel giro había despertado todas las alarmas de la kunoichi. Y todas esas alarmas estaban gritando TRAMPA, por los cuatro costados.
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—Se suponía que íbamos a ir a una casa —le siseó a su compañero, señalando con la cabeza la amalgama de casas que se alzaban tras su espalda—. ¡Esto se aleja del pueblo! ¿Qué hacemos metiéndonos en el corazón de un bosque?
Lo más jodido de todo es que empezaba a pensar como aquella muchacha. Estábamos yendo demasiado hacia dentro, directos a accionar una trampa previamente colocada estrategicamente y eso era precisamente lo que trataba de decir Ayame. Pero realmente no teníamos opción. O fiarnos de aquella cría o dormir entre copos de nieve. Prefería jugármela. Me apetecía más un buen colchón al frío del exterior. Incluso si para ello teníamos que pelear.
— Sí, ya lo veo. vivirán en las afueras de esta aldea. Relájate, ¿quieres?
Por delante, a unos pocos metros, aquella niñita lideraba la comitiva junto a su temporal guardaespaldas de ocho patas y ojos. No dudó en esperar y sencillamente tomó el camino a tomar sin siquiera comprobar si Ayame y yo la seguíamos.
— Anda, vamos, seguro que ya queda poco para llegar a la casa
Trataba de tranquilizarla como buenamente podía. ¿Qué más podía hacer sino? Teníamos que fiarnos de la pequeñaja y seguir sus pasos al mismo tiempo que manteníamos la cabeza fría y atenta ante cualquier circunstancia, sobre todo lo segundo. Perder los nervios no serviría de absolutamente nada.
«Joder... ¿Donde está la kunoichi tenaz y determinada que vi en los dojos?»
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Pero, lejos de comprender la gravedad de la situación, Yota la encaró.
— Sí, ya lo veo. vivirán en las afueras de esta aldea. Relájate, ¿quieres?
—¿Que me relaje...? —respondió ella, con un hilo de voz.
Por delante de ellos, la niña seguía su camino acompañada de la araña de el de Kusagakure. Ni siquiera volvió a girarse para ver si la estaban siguiendo, debía de estar muy convencida en que lo harían... Y por delante de ella, el camino se internaba entre un océano de árboles entre cuyas sombras se podía esconder cualquier tipo de peligro. ¿Quién viviría a las afueras de la seguridad que ofrecía el pueblo? Pero eso Yota no parecía ser capaz de verlo.
—Anda, vamos, seguro que ya queda poco para llegar a la casa.
Quiso protestar, quiso plantarse en el camino y no continuar andando... ¿Pero cómo podría perdonárselo si le dejaba solo y le acababa pasando algo? Al final no tuvo más remedio que rendirse... Y se vio obligada a seguirle con un profundo suspiro.
—Te juro que como pase algo voy a matarte, Yota-san... —le siseó, irritada por su temeridad.
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A cada segundo que pasaba y en cada intento por tranquilizarla un poco y tratar de darle la confianza necesaria, la kunoichi de la lluvia parecía entrar en un estado de histeria más agudo. Cada vez se la veía más insegura como si algo malo estuviese esperándonos en la vuelta de la esquina. Supongo que era mi deseo de dormir en una cama bajo un techo el hecho de que confiese en aquella niña risueña.
—Te juro que como pase algo voy a matarte, Yota-san...
Tragué saliva. Sabía que era perfectamente capaz de cumplir su palabra. Ya perdí una vez con ella y no me interesaba entrar en hostilidades con ella. Era poderosa y tenía los recursos necesarios para patearme de nuevo el trasero. Además, quien sabe todo lo que había mejorado y aprendido desde nuestro combate en los dojos.
— Bueno... no creo que sea necesario todo eso... jeje.. Todo va a i...
De pronto, no muy lejos de donde nos encontrábamos una explosión seguida de una cortina de humo, producto de una fuente de fuego, sin duda. La niña produjo un chillido de terror y echó a correr en dirección a la explosión.
— ¡Noooooo! ¡Papá, mamá!
Afortunadamente fui lo suficientemente veloz como para sujetarla con la telaraña que había hecho emanar de mi extremidad derecha, evitando que se dirigiese a una muerte segura.
— Espera, podría ser peligroso. ¿Eso que explotó fue tu casa? — la niña asintió con los ojos cubiertos de lágrimas, incapaz de siquiera gesticular palabra alguna
«Genial...»
Fue entonces cuando quise cruzar la mirada con Ayame, buscando su aprobación y, por consecuencia, su absolutamente necesaria ayuda
— Deberíamos ir a ver qué ha pasado, Ayame-san
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—Bueno... no creo que sea necesario todo eso... jeje... —respondió él, visiblemente incómodo—. Todo va a i...
Pero sus palabras se vieron eclipsadas por una súbita explosión que restalló en sus oídos con la fuerza de un cañonazo. Apenas unos segundos después, sobre la densidad del bosque, una columna de humo se alzó hacia el cielo como si pretendiera alcanzarlo con sus dedos oscuros.
—¿Qué ha sido...? —preguntó Ayame, pero entonces la niña chilló.
—¡Noooooo! ¡Papá, mamá!
Echó a correr hacia el origen del estruendo, pero Yota se adelantó, alzó el brazo derecho y de él surgió un fino hilo blanquecino que sujetó a la pequeña antes de que pudiera alejarse. Ayame no pudo evitar abrir aún más los ojos, sorprendida. Miró primero a la araña y después volvió a mirarle a él.
«Eso no lo mostró en el torneo...» Meditó, pero aquel no era un buen momento para preguntar. Las prioridades estaban en otro sitio...
—Espera, podría ser peligroso. ¿Eso que explotó fue tu casa? —le preguntó a la pequeña, y esta asintió con los ojos anegados de lágrimas.
—Por Amenokami... —susurró ella, consternada.
—Deberíamos ir a ver qué ha pasado, Ayame-san —Yota se había vuelto hacia ella, buscando su aprobación, y aquella no tardó ni un instante en asentir.
—¡Sí! Además si hay fuego puedo ayudar con mi Suiton —afirmó, apoyando la mano sobre su pecho. Pero entonces recordó algo y volvió la mirada hacia la pequeña—. Pero no podemos dejarla aquí sola, no sabemos qué podría pasar...
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Obviamente, no fui el único sorprendido por la súbita explosión que se acababa de dar lugar tan solo un poco más adelante de nuestra posición. Unos minutos más tarde y nos hubiese dado de lleno... Pero era hora de moverse. El tiempo era oro en aquellos instantes, y dejan do de lado aquella Ayame que no las tenía todas consigo y quería dar marcha atrás, ahora estaba mucho más decidida y aceptó de buen grado mi petición.
—¡Sí! Además si hay fuego puedo ayudar con mi Suiton
— Eso sería genial
Pero no podemos dejarla aquí sola, no sabemos qué podría pasar...
Joder, tenía toda la razón. Por primera vez aquella tarde no podía excusarme en nada, ¿Qué haríamos con la pequeña? Dejarla en algún lado hasta que se solucionase todo podría ser la peor de las temeridades pero si la llevabamos con nosotros y había pelea... Entonces uno de los dos debería quedarse con la niña y protegerla y el otro luchar con el enemigo o los enemigos...
— No creo que tengamos muchas opciones. No podemos dejarle aquí. No sabemos qué ha provocado la explosión y si han sido enemigos o incluso ninjas, podría ser un grave error dejarla sola. Creo que deberíamos llevarla con nosotros. Tenemos a Kumopansa, así que uno de los dos se quedará con la niña y la protegerá y el otro estará con Kumopansa y si hay enemigos al menos habrá un apoyo en ella — dije, realizando el análisis de como estaban las cosas — ¿Qué dices pues?
— ¡Eso, eso! ¿A quién hay que patearle el trasero? — exclamó el arácnido preso de la emoción y al excitación.
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—No creo que tengamos muchas opciones —respondió Yota, al cabo de algunos segundos, y Ayame inclinó la cabeza, sombría—. No podemos dejarle aquí. No sabemos qué ha provocado la explosión y si han sido enemigos o incluso ninjas, podría ser un grave error dejarla sola. Creo que deberíamos llevarla con nosotros. Tenemos a Kumopansa, así que uno de los dos se quedará con la niña y la protegerá y el otro estará con Kumopansa y si hay enemigos al menos habrá un apoyo en ella —razonó, analítico—. ¿Qué dices pues?
—¡Eso, eso! ¿A quién hay que patearle el trasero —intervino la araña, increíblemente motivada.
Con los ojos clavados en la pequeña, Ayame se llevó una mano al mentón, pensativa. Pero no tenían tiempo que perder; y lo peor es que no se le ocurría nada mejor que lo que había expuesto Yota. Para la niña, era igual de peligroso (o quizás incluso más) dejarla allí que llevársela con ellos. No sabían lo que les aguardaba más adelante, ni sabían lo que podía pasar en aquel camino boscoso... Ni siquiera intentar esconderla resultaba ser una opción favorable, pues, de haber enemigos cerca, podían terminar encontrándola fácilmente mientras que si se encontraba con ellos podrían protegerla... Pero...
—¡Ah, está bien! Pero será mejor que nos demos prisa, ¡tenemos que comprobar que sus padres están bien! Yota-san, por favor, me sabe muy mal pedirte esto pero tú pareces más fuerte que yo: carga a la niña, ella no puede correr tan rápido como nosotros.
Después de aquello, Ayame echó a correr hacia el lugar de donde se suponía que habían escuchado la explosión. La tierra crujía bajo sus sandalias y, si no fuera por la gravedad de la situación, podría haber apreciado la belleza de la luz de la luna filtrándose a través de las ramas de los árboles y alumbrando el camino. Pero no. No era el momento.
Y aún así había algo que le quemaba en la lengua...
—Yota-san, eso que has hecho antes... ¿era seda de araña? —preguntó, llena de curiosidad—. ¿Eres como ese superninja de la tele, "Kumonin-sama"?
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—¡Ah, está bien! Pero será mejor que nos demos prisa, ¡tenemos que comprobar que sus padres están bien! Yota-san, por favor, me sabe muy mal pedirte esto pero tú pareces más fuerte que yo: carga a la niña, ella no puede correr tan rápido como nosotros.
La kunoichi aceptó de buen grado, no sin antes proponer una condición que, a decir verdad, no me importaba acatar. Así a bote pronto sería mejor idea que yo cargase con la pequeña a que lo hiciese ella. Así que asentí con la cabeza y miré a la niña.
— Lo haremos así, ¿vale? Yo cuidaré de ti. Necesito que te subas a caballito y te agarres, así podré usar mis brazos por si hay problemas, pero seguro que no los habrá
— Vale...
No se la veía demasiado convencida. De hecho se podía apreciar que estaba a nada de entrar en un ataque de pánico o de hacer alguna estupidez aunque... Lo raro es que no hubiese estallado ya. Para un crío aquella situación debía ser muy complicada de digerir.
Me acuclillé para que pudiese escalar mi espalda y acomodarse. Y así lo hizo, agarrándose de mis hombros con sus manitas, podía sentir como lo hacía con fuerza, como si fuese su último baluarte de esperanza.
— Bien, en marcha —
—Yota-san, eso que has hecho antes... ¿era seda de araña? —preguntó, llena de curiosidad—. ¿Eres como ese superninja de la tele, "Kumonin-sama"?
— ¿En serio, Ayame-san? — cuestioné a la amejin con incredulidad — Me parece que no es momento para... — la miré unos instantes para terminar la frase tras una pausa de un par de segundos mientras rebuscaba las palabras adecuadas
— Saciar tu curiosidad
Insistiese o no, ya habíamos perdido demasiado tiempo así que empecé a moverme, haciendo un gesto con la mano para que Kumopansa me siguiese, siguiendo el camino por entre los arboles que había en sus extremos para refugiarnos un poco de ser una diana con patas por si nos topábamos con alguien. Si Ayame nos seguía, todos veríamos lo que nos aguardaba en el epicentro de la explosión. Efectivamente, era la casa de la chiquilla y pude sentir como lanzó un grito ahogado de pura angustia al ver su hogar, una casa de madera y el techo de pizarra con un boquete en la pared y en llamas, las cuales iban abriendo más agujeros en las paredes de madera que se deshacían como si fuesen de chiclé.
— Tu turno, Ayame-san. Tratar de extinguir ese fuego
Afortunadamente o por desgracia, no parecía haber enemigos en las cercanías así como no había rastro de los padres de la niña hasta que se escuchó un grito de socorro en el interior. Era de una mujer.
— ¿Ma...?
Endureció el agarre de sus manitas en mis hombros.
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1/05/2018, 18:06
(Última modificación: 1/05/2018, 18:07 por Aotsuki Ayame.)
—¿En serio, Ayame-san? —respondió Yota, incapaz de creer que Ayame formulara una pregunta así en una situación como aquella. Y, realmente, no podía culparle; pensó Ayame, ruborizándose ligeramente. Pero la curiosidad la había empujado una vez más—. Me parece que no es momento para... saciar tu curiosidad.
—Cierto. Lo siento —asintió ella, antes de acelerar un poco el ritmo de sus zancadas.
Así, los dos shinobi, la araña y la niña que cargaba Yota a su espalda se dirigieron a toda velocidad hacia el origen de la explosión, siguiendo el sendero que atravesaba la arboleda. Y no tardaron en encontrarlo. Tal y como habían previsto, la columna de humo surgía de una casa que a duras penas lograba mantenerse en pie mentras luchaba estoicamente contra las lenguas de fuego que lamían sus paredes de madera. La chiquilla ahogó un grito de angustia al ver el que había sido su hogar reduciéndose poco a poco a cenizas.
—Tu turno, Ayame-san. Tratar de extinguir ese fuego.
Pero la kunoichi ni siquiera había necesitado la instrucción para actuar. Ya se había adelantado, entrelazando las manos todo lo rápido que era capaz.
—¡Suiton: Mizurappa!
Inspiró hondo y al volver a lanzar el cuerpo hacia delante exhaló un chorro de agua a presión que dirigió contra las llamas de uno de los agujeros que se estaban abriendo en la pared. El fuego no tardó en sisear al encontrarse con su enemigo mortal, pero Ayame no cejó en su empeño y dio un paso adelante. Y no pararía hasta estrangular aquel fuego.
Fue entonces cuando escuchó un grito de auxilio desde el interior de la casa. Y Ayame apretó las mandíbulas.
— ¿Ma...?
—Voy a entrar —indicó Ayame, girando la cabeza hacia Yota—. Yo soy el agua, así que puedo apañármelas con el fuego, y aunque la casa se derrumbara podré apañármelas para salir ilesa. Pero tú debes quedarte aquí con ella, Yota-san —añadió, señalando a la niña con un gesto con la cabeza antes de sacar un kunai, cortarse una manga de la camiseta y anudársela en torno a la nariz y a la boca para protegerse en la medida de lo posible del asfixiante humo que debía haber en el interior de la casa—. No podemos permitir que la niña intente entrar, es demasiado peligroso para ella, y alguien debe quedarse protegiéndola. No os preocupéis, saldré enseguida y sacaré a tus papás de ahí.
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7/05/2018, 17:42
(Última modificación: 7/05/2018, 17:43 por Sasagani Yota.)
No fui bendecido con respuesta alguna por parte de la amejin. en su lugar, avanzaba en dirección al fuego que seguía consumiendo la madera de lo que era la casa de aquella niña. Nuestro gran temor, más aún el de la pequeña, era pensar que sus padres aún estaban dentro. aunque también cabía pensar que, si no lo estaban, ¿qué habría sucedido con ellos?
—¡Suiton: Mizurappa!
Tras aquellas dos palabras, y los correspondientes sellos de manos, Ayame soltó una técnica de puro agua que golpeo la superficie de la estructura, luchando contra el fuego, pero aunque si tuvo su efectividad, sería necesario más que solo eso para extinguir por completo el fuego.
La voz de socorro del interior nos alarmó a todos y la niña identificó aquella voz de inmediato. Era su madre. Estaba atrapada y todos sentimos la necesidad de acudir en su auxilio, pero fue Ayame quién se adelantó con instrucciones muy concretas.
—Voy a entrar —indicó Ayame, girando la cabeza hacia Yota—. Yo soy el agua, así que puedo apañármelas con el fuego, y aunque la casa se derrumbara podré apañármelas para salir ilesa. Pero tú debes quedarte aquí con ella, Yota-san
-- ¿Que tu eres qué..? — pregunté con la ceja completamente alzada — Escucha, no hagas gilipolleces..
Con la ayuda de un kunai cortó una de las mangas de su vestimenta y se la anudó en la boca, cubriendo también su nariz, buscando evitar que el humo se convirtiese en un duro rival.
No podemos permitir que la niña intente entrar, es demasiado peligroso para ella, y alguien debe quedarse protegiéndola. No os preocupéis, saldré enseguida y sacaré a tus papás de ahí.
«Joder, eso ya lo sé pero..»
Chasquee la lengua empezando a enfurecerme ante la terquedad que mostraba aquella kunoichi.
— ¡Joder! Kumopansa ve con ella y ayudala en lo que te pida
— ¿Eh? ¿que me meta en esa barbacoa gigante? ¿estás loco, tio?
Lancé una mirada de ira al arácnido ante su negativa, la cual entendería a la perfección.
— Ah, que no estás de guasa. Pues mira, tronco, prefiero quedarme con ella, la verdad
Obviamente se refería a la niña. algo crujió en aquel instante en el interior de la casa y retumbó cuando una madera más se rompió y cayó a peso hasta el suelo.
— Hazlo y punto, es mejor que me quede yo, aquí fuera. Tenéis su suiton para sobrevivir
Totalmente contraria a su voluntad, la araña se acercó hasta Ayame, cabizbaja, dándole a entender a la muchacha que la seguiría hasta el interior del edificio y la ayudaría en la búsqueda de algún tipo de forma de vida.
Narro ~ Hablo ~ Pienso ~ Kumopansa
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