10/05/2015, 17:17
(Última modificación: 10/05/2015, 18:10 por Amedama Daruu.)
Introducción
Un poco más... Pero sólo un poquito. Sólo un poquito más y sería perfecta. Inclinó el bote de orégano sobre la masa en un ángulo casi perfecto y la especia comenzó a caer, despacio, con delicadeza, hasta que...
BIM.
La puerta se abrió de golpe, y Amedama Kiroe, su madre, entró por la puerta como un viento en una tormenta que cierra una ventana sin previo aviso.
—¡¡Daruu!!
El bote de orégano se le resbaló de las manos del susto y cayó sobre la masa, manchándola entera y echándola a perder.
—¡Ah, qué, qué, qué! —chilló sorprendido y se dio la vuelta—. No estaba haciendo nada, no estaba haciendo...
Su madre se acercó a él con la agilidad de una gacela y le golpeó fuerte con un capón.
—¿¡Se puede saber qué estás haciendo!? —espetó, furiosa—. ¿¡NO PODRÍAS HABERTE IDO A LA COCINA!? !Sé de sobra lo que estás haciendo, SOY REPOSTERA, eso es una masa de pizza! ¡Estás poniendo tu escritorio hecho una mierda!
Bajó la cabeza, avergonzado, y se dio la vuelta para comprobar con pesadumbrez como la masa que creía que iba a ser perfecta estaba estropeada. Dejó su gorro de chef a un lado, se quitó el coletero y agarró un trapo que tenía cerca para limpiar el estropicio de la harina.
—Pero mamá, me había traído un trapo para limpiar todo...
—Esa no es la cuestión, hijo, joder —explicó Kiroe, suspirando por no matarlo—. La cocina se llama cocina por una razón. Sirve para cocinar.
La verdad es que dicho así, lo que estaba haciendo parecía una tontería. Pero tenía tanto miedo de que alguien entrase en casa por sorpresa junto a su madre y le robase la receta de la masa perfecta que...
—¡Anda, deja eso! ¿Es que acaso se te ha olvidado el día que es?
Soltó el trapo y abrió los ojos como si acabasen de ponerle un hierro candente en el trasero. Se había olvidado. ¿Cómo era posible que se hubiese olvidado de algo tan importante?
—¡Ahí va, el examen! —exclamó, y casi tiró a su madre al suelo cuando abrió el armario corriendo y empezó a desnudarse para cambiarse de atuendo y ponerse su ropa de shinobi.
—¡Yo no sé qué vas a hacer con esa cabeza tuya, eh! Y más te vale limpiar esto cuando vuelvas...
Su madre salió de la habitación, y él no tardaría más de cinco minutos en salir de casa.
Las calles del centro de Amegakure estaban llenas de gente, como de costumbre. Todos con sus paraguas o con sus túnicas encapuchadas y abrigadas. Oh, por supuesto él no llevaba ninguna de las dos cosas: había salido con tanta prisa que se le había olvidado ponerse protección contra el agua. De modo que llegó empapado a la academia, y casi tarde a la clase que le tocaba para hacer el examen.
Abrió la puerta corriendo y se colocó frente al escritorio con los dos chunin jadeando, casi sin aliento, y sujetándose los muslos con las manos, inclinado y chorreando.
—Llegas tarde, Hanaiko.
No podía describir cuán mal le caía aquél profesor. Era un gordo asqueroso que exhumaba grasa por la piel en cuanto se movía más de medio metro, y tenía un pelo y una barba tan descuidados que lo podrían confundir fácilmente con un gorila obeso. A su lado había un chico joven, que no conocía nada, con una extraña coloración de iris. Eran de color rosa.
—Lo sé, lo sé... Pero he llegado, y demostraré que puedo... aprobar —«Te vas a enterar de lo que vale un peine...».
El de los ojos rosas soltó una pequeña carcajada. ¿Qué pasaba, le hacía gracia o qué?
—Ya veremos, Hanaiko. Venga, quiero que te transformes en mi compañero. Un Henge no Jutsu básico.
«Oh no. Oh, no, no, no».
Ahora sí que había suspendido. Estaba allí plantado ante dos examinadores, y un hombre con el que se detestaba mutuamente le había solicitado la única técnica de la que parecía no acordarse. Más bien, no se acordaba de los sellos. Maldito interés el suyo en tratar de aprender lo avanzado antes que lo básico. El examinador pareció leer su rostro.
—Osea que —dijo—, te presentas tarde, y no sabes ni transformarte en otra persona, conocimiento básico de Ninjutsu. Te puedes ir a casa, vas a repetir este a...
—Espera, Hinzo-san —protestó el de los ojos rosas, que había hablado por primera vez desde que había entrado en la sala. Se había levantado, y daba vueltas alrededor de un Daruu que no sabía muy bien qué hacer o qué decir.
—No, no, no, este patán está suspendido sí o sí, o al menos yo nunca lo aprobaría —contestó Hinzo de mala manera.
—Entonces lárgate y déjame examinarlo a mi, ¿quieres? Soy un jonin. Es una orden.
«Es normal que no le caigas bien a nadie, cabrón».
—Eso haré, pues. —Se levantó hecho una furia y salió de la sala dando un portazo.
El moreno de ojos rosas siguió rodeándole y examinándole con detenimiento.
—No hay duda de que eres su hijo. Dime, Daruu, si eres como él, tienes que saber hacer algo más. Tienes que saber hacerlo. ¿Sabes usarlo?
—¿¡Conociste a mi padre!? —Un sorprendido Daruu acababa de encararse al profesor enigmático de los ojos rosas. ¿Cuánto sabía...?
—Tu padre me salvó la vida. Y todavía me arrepiento de ello. —El profesor bajó la mirada y se sentó en la silla de nuevo—. Pero eso no es lo que importa, y ni tú ni yo queremos recordar aquello. Era un gran amigo. Tan sólo dime: ¿sabes usarlo?
Su padre había muerto hacía unos años, y su final le había sentado como una losa. Pero se sentía muy orgulloso de él. Su madre le había dicho que había muerto protegiendo a su compañero de misión. Y aquél debía de ser... el compañero al que había salvado.
Tenía muchas preguntas que hacerle a aquél hombre. Tenía muchas que decirle. Pero de sus labios sólo pudo salir una pregunta, porque no soportaba recordar.
—¿A qué te refieres? —Aunque si conocía a su padre, ambos sabían a qué se estaba refiriendo.
—Yo le entregué a tu madre el pergamino de Danbaku-senpai. Y a tu edad, deberías haberlo recibido ya. Sabes de qué estoy hablando.
Daruu cerró los ojos y suspiró. Desde su puño hasta su antebrazo, su piel y su guante empezaron a brillar con un destello rojizo anaranjado que se reflejó en los ojos rosas del profesor como un brillo de suspicacia y satisfacción. Tras la ignición, el brazo del muchacho estaba en llamas. Pero eran unas llamas cándidas, tranquilas, que se movían lentamente como si no desearan consumir nada.
El profesor se levantó y tocó su brazo en llamas, pero no se quemó, porque el Kaenka, la técnica de la familia Hanaiko, no quemaba si su usuario quería quemar.
—Increíble... Es su técnica... En un estado muy básico, sí, pero sabes regular la temperatura, como él.
Daruu lo miró con desconfianza.
—Es... lo básico —dijo, y se ruborizó.
El profesor le abrió la mano en llamas y le puso algo en la palma. Daruu cerró el puño muy fuerte, apagó el Kaenka y reprimió las ganas de dar saltos y gritar de alegría.
La bandana de Amegakure. En sus manos.
—Felicidades, Daruu-kun. Has aprobado el examen. Y... Si me lo permites. Cuando seas un chunin hecho y derecho, y creas estar preparado para aprender más... Mi nombre es Hachi Ichigo. Búscame. —Se acercó a la puerta de clase, pero antes de salir volvió a dirigirse a él.
»Es un favor que le debo a tu padre. Te enseñaré algo genial.
BIM.
La puerta se abrió de golpe, y Amedama Kiroe, su madre, entró por la puerta como un viento en una tormenta que cierra una ventana sin previo aviso.
—¡¡Daruu!!
El bote de orégano se le resbaló de las manos del susto y cayó sobre la masa, manchándola entera y echándola a perder.
—¡Ah, qué, qué, qué! —chilló sorprendido y se dio la vuelta—. No estaba haciendo nada, no estaba haciendo...
Su madre se acercó a él con la agilidad de una gacela y le golpeó fuerte con un capón.
—¿¡Se puede saber qué estás haciendo!? —espetó, furiosa—. ¿¡NO PODRÍAS HABERTE IDO A LA COCINA!? !Sé de sobra lo que estás haciendo, SOY REPOSTERA, eso es una masa de pizza! ¡Estás poniendo tu escritorio hecho una mierda!
Bajó la cabeza, avergonzado, y se dio la vuelta para comprobar con pesadumbrez como la masa que creía que iba a ser perfecta estaba estropeada. Dejó su gorro de chef a un lado, se quitó el coletero y agarró un trapo que tenía cerca para limpiar el estropicio de la harina.
—Pero mamá, me había traído un trapo para limpiar todo...
—Esa no es la cuestión, hijo, joder —explicó Kiroe, suspirando por no matarlo—. La cocina se llama cocina por una razón. Sirve para cocinar.
La verdad es que dicho así, lo que estaba haciendo parecía una tontería. Pero tenía tanto miedo de que alguien entrase en casa por sorpresa junto a su madre y le robase la receta de la masa perfecta que...
—¡Anda, deja eso! ¿Es que acaso se te ha olvidado el día que es?
Soltó el trapo y abrió los ojos como si acabasen de ponerle un hierro candente en el trasero. Se había olvidado. ¿Cómo era posible que se hubiese olvidado de algo tan importante?
—¡Ahí va, el examen! —exclamó, y casi tiró a su madre al suelo cuando abrió el armario corriendo y empezó a desnudarse para cambiarse de atuendo y ponerse su ropa de shinobi.
—¡Yo no sé qué vas a hacer con esa cabeza tuya, eh! Y más te vale limpiar esto cuando vuelvas...
Su madre salió de la habitación, y él no tardaría más de cinco minutos en salir de casa.
Las calles del centro de Amegakure estaban llenas de gente, como de costumbre. Todos con sus paraguas o con sus túnicas encapuchadas y abrigadas. Oh, por supuesto él no llevaba ninguna de las dos cosas: había salido con tanta prisa que se le había olvidado ponerse protección contra el agua. De modo que llegó empapado a la academia, y casi tarde a la clase que le tocaba para hacer el examen.
Abrió la puerta corriendo y se colocó frente al escritorio con los dos chunin jadeando, casi sin aliento, y sujetándose los muslos con las manos, inclinado y chorreando.
—Llegas tarde, Hanaiko.
No podía describir cuán mal le caía aquél profesor. Era un gordo asqueroso que exhumaba grasa por la piel en cuanto se movía más de medio metro, y tenía un pelo y una barba tan descuidados que lo podrían confundir fácilmente con un gorila obeso. A su lado había un chico joven, que no conocía nada, con una extraña coloración de iris. Eran de color rosa.
—Lo sé, lo sé... Pero he llegado, y demostraré que puedo... aprobar —«Te vas a enterar de lo que vale un peine...».
El de los ojos rosas soltó una pequeña carcajada. ¿Qué pasaba, le hacía gracia o qué?
—Ya veremos, Hanaiko. Venga, quiero que te transformes en mi compañero. Un Henge no Jutsu básico.
«Oh no. Oh, no, no, no».
Ahora sí que había suspendido. Estaba allí plantado ante dos examinadores, y un hombre con el que se detestaba mutuamente le había solicitado la única técnica de la que parecía no acordarse. Más bien, no se acordaba de los sellos. Maldito interés el suyo en tratar de aprender lo avanzado antes que lo básico. El examinador pareció leer su rostro.
—Osea que —dijo—, te presentas tarde, y no sabes ni transformarte en otra persona, conocimiento básico de Ninjutsu. Te puedes ir a casa, vas a repetir este a...
—Espera, Hinzo-san —protestó el de los ojos rosas, que había hablado por primera vez desde que había entrado en la sala. Se había levantado, y daba vueltas alrededor de un Daruu que no sabía muy bien qué hacer o qué decir.
—No, no, no, este patán está suspendido sí o sí, o al menos yo nunca lo aprobaría —contestó Hinzo de mala manera.
—Entonces lárgate y déjame examinarlo a mi, ¿quieres? Soy un jonin. Es una orden.
«Es normal que no le caigas bien a nadie, cabrón».
—Eso haré, pues. —Se levantó hecho una furia y salió de la sala dando un portazo.
El moreno de ojos rosas siguió rodeándole y examinándole con detenimiento.
—No hay duda de que eres su hijo. Dime, Daruu, si eres como él, tienes que saber hacer algo más. Tienes que saber hacerlo. ¿Sabes usarlo?
—¿¡Conociste a mi padre!? —Un sorprendido Daruu acababa de encararse al profesor enigmático de los ojos rosas. ¿Cuánto sabía...?
—Tu padre me salvó la vida. Y todavía me arrepiento de ello. —El profesor bajó la mirada y se sentó en la silla de nuevo—. Pero eso no es lo que importa, y ni tú ni yo queremos recordar aquello. Era un gran amigo. Tan sólo dime: ¿sabes usarlo?
Su padre había muerto hacía unos años, y su final le había sentado como una losa. Pero se sentía muy orgulloso de él. Su madre le había dicho que había muerto protegiendo a su compañero de misión. Y aquél debía de ser... el compañero al que había salvado.
Tenía muchas preguntas que hacerle a aquél hombre. Tenía muchas que decirle. Pero de sus labios sólo pudo salir una pregunta, porque no soportaba recordar.
—¿A qué te refieres? —Aunque si conocía a su padre, ambos sabían a qué se estaba refiriendo.
—Yo le entregué a tu madre el pergamino de Danbaku-senpai. Y a tu edad, deberías haberlo recibido ya. Sabes de qué estoy hablando.
Daruu cerró los ojos y suspiró. Desde su puño hasta su antebrazo, su piel y su guante empezaron a brillar con un destello rojizo anaranjado que se reflejó en los ojos rosas del profesor como un brillo de suspicacia y satisfacción. Tras la ignición, el brazo del muchacho estaba en llamas. Pero eran unas llamas cándidas, tranquilas, que se movían lentamente como si no desearan consumir nada.
El profesor se levantó y tocó su brazo en llamas, pero no se quemó, porque el Kaenka, la técnica de la familia Hanaiko, no quemaba si su usuario quería quemar.
—Increíble... Es su técnica... En un estado muy básico, sí, pero sabes regular la temperatura, como él.
Daruu lo miró con desconfianza.
—Es... lo básico —dijo, y se ruborizó.
El profesor le abrió la mano en llamas y le puso algo en la palma. Daruu cerró el puño muy fuerte, apagó el Kaenka y reprimió las ganas de dar saltos y gritar de alegría.
La bandana de Amegakure. En sus manos.
—Felicidades, Daruu-kun. Has aprobado el examen. Y... Si me lo permites. Cuando seas un chunin hecho y derecho, y creas estar preparado para aprender más... Mi nombre es Hachi Ichigo. Búscame. —Se acercó a la puerta de clase, pero antes de salir volvió a dirigirse a él.
»Es un favor que le debo a tu padre. Te enseñaré algo genial.
No hay marcas de sangre registradas.