Afortunadamente para ambos, Riko no solía salir de su casa sin una parte de sus ahorros, por lo que pudiera pasar, si tenía que dormir en un hostal, para comer o para cualquier imprevisto que surgiera, como le decía su tía siempre, más vale prevenir que curar.

—Claro, claro, no te preocupes por eso.

Aunque por si acaso se echó mano al lugar donde siempre llevaba su cartera y efectivamente, allí estaba, como tenía que ser.

—No te lo he dicho antes pero, ¿me enseñarás lo que Soroku ha diseñado para ti, no? Tengo curiosidad de ver qué se te ha podido ocurrir. — No las tenía todas consigo, pero si el Uchiha aceptaba, tendría algo de información que seguro no tenía mucha gente.

—Veré qué puedo hacer —respondió a la petición de Riko de enseñarle algunos de sus inventos. Algunos de ellos estaban costando más de lo imaginado fabricarlos—. Pues venga, espérame aquí. Ahora vuelvo.

A medio camino, sin embargo, tuvo que dar media vuelta.

—Hostia, la pasta, la pasta —pidió, extendiendo una mano—. Seiscientos ryos, como habíamos acordado —le recordó.

Una vez con el dinero en su mano, y tras desechar la idea de escapar corriendo y quedárselo todo para él —después de todo, ya se había ganado demasiados enemigos—, se adentró en la forja.

Riko tuvo que esperar casi media hora hasta que el Uchiha saliese, con la wakizashi en la mano y los 175 ryos que se había ganado con aquella venta en el bolsillo. Riko, en cambio, se había ahorrado unos doscientos cincuenta por la operación. Todos salían ganando.

—Buff… Lo siento, tío. Hoy Soroku está de un humor de perros. No me ha dejado llevarme nada prestado que enseñarte. Aunque tengo un par de mis inventos aquí guardados, luego te lo enseño. Pero antes… —desenvainó la katana, produciendo ese sonido tan característico que predecía a la muerte—. ¿La ves? Perfectamente alineada. No encontrarás ni impurezas de carbón ni burbujas de aire en el acero como venden en esas tiendas de medio pelo. Además, fíjate —sujetando la espada por la empuñadura, hizo fuerza con la otra mano en la punta del filo, como tratando de doblar la hoja—. Flexible, pero no demasiado. Y por supuesto, perfectamente equilibrada. —Para demostrárselo, Datsue colocó dos dedos al principio de la empuñadura, consiguiendo que la espada quedase totalmente en horizontal—. Ah, y lo mejor de todo —añadió, sin poder contener la emoción—. Fíjate en esto. —Al principio del filo, en uno de los lados de la hoja, estaba su firma: El Intrépido, grabado con una finura exquisita—. Venga, va, pruébala tú mismo.

Cual malabarista, el Uchiha lanzó la espada hacia arriba, al aire. Extendió su otra mano, con la vaina, y después de que la wakizashi diese varias vueltas sobre sí misma, se enfundó en la empuñadura con una sutileza digna de los samuráis más avezados.

Sí, había practicado aquel truco muchas veces. Más de los que su piel —cortada en innumerables ocasiones al salirle mal— hubiese querido.

El Uchiha entonces se marchó en dirección a la herrería para conseguir su arma, pero sin el dinero y Riko esperó a ver cuánto tardaba en darse cuenta de ésto. A mitad de camino se frenó y volvió sobre sus pasos, viendo a un peliblanco que se reía desde su posición, mientras buscaba en su bolsillo para sacar el dinero que habían acordado seiscientos ryos.

Entonces sí Datsue se marchó, dejándole solo allí esperando a que terminara su transacción y consiguiera su wakizashi, y se le hizo demasiado largo. Se acabó el helado a los cinco minutos de quedarse solo y, los otros veinticinco se dedicó a dar vueltas por la zona, sin alejarse demasiado por si salía el Uchiha que le viera rápidamente.

Y allí estaba, la que sería su nueva espada, una wakizashi perfecta, equilibrada, alineada y sin ninguna imperfección, y la sonrisa en el rostro del Senju se hizo enorme, incluso le gustaba la firma que tenía El Intrépido, en honor a Datsue.

—Joder, es perfecta, muchas gracias tío. — Y agarró la espada después de ver cómo su compatriota se lucía con un pequeño truco.

Al tenerla entre sus manos la desenvainó, haciendo un par de movimientos que, teniendo en cuenta que no era ningún experto en la materia, fueron algo toscos y poco hábiles.

—¡Genial! Supongo que ahora me toca entrenar un poco para dominar su manejo. — Rió el genin, volviendo a envainar su recién adquirida katana.

Datsue se rascó la nuca mientras sonreía, complacido por los cumplidos de Riko.

—No hay de qué, hombre. ¡Para eso están los amigos, eh! —exclamó. «Y recuerda, Riko. Hoy por ti… y mañana por mí»—. Te ayudaría a practicar, pero… Teniendo en cuenta que en realidad solo soy un clon, sería un tanto peligroso. —No quería desaparecer en una nube de humo y perder, con ello, los 175 ryos que acababa de ganar.

»Ven, te enseñaré un par de diseños que tengo conmigo.


Bastantes minutos más tarde, Riko y Datsue se encontraban en las afueras de la ciudad, allí donde las Planicies del Silencio empezaban. El aire, ya más puro, entraba limpio por sus pulmones. Y salvo algún carromato suelto que entraba o salía de la ciudad, estaban solos.

—¿Preparado para verlo? —preguntó Datsue, rebuscando en su portaobjetos—. ¿¡Preparado para ver la bomba de aceite y la bomba adhesiva, dos artilugios confeccionas y creados por la mente de nada más y nada menos que Datsue el Intrépido!? ¡Observa, mortal, el paraíso ninja!

Datsue seguía rebuscando en su portaobjetos.

—¡Deléitate con la majestuosidad…! —Seguía rebuscando—. ¡Y la intrepidez…! —Y seguía rebuscando—. Pero, ¿qué cojones?

Entonces se dio cuenta. Se dio cuenta de que era estúpido.

—Diooooos… Tierra trágame. ¡Que soy un clon! —¡Pues claro que era un clon, joder—. ¡Los clones solo replican armas de acero! Joooodeeeeeer…

Riko asintió, era algo con lo que contaba, por lo que no se extrañó.

—No te preocupes, últimamente tengo tiempo de sobra para entrenar. — Explicó el peliblanco.

Rápidamente se puso a seguir a Datsue, que lo guiaría hasta las afueras de la ciudad, donde podían observarse las Planicies del Silencio en toda su extensión y su nariz agradeció el cambio de ambiente, ya que podía volver a respirar con normalidad y el picor que sufría empezaba a desaparecer.

Y tras una grandilocuente presentación, se dio cuenta de que, al ser un clon, no tenía aquellos dos artefactos consigo, ya que solo replicaban armas de acero, algo que estaba bien saber y que el albino desconocía.

Riko empezó a soltar una carcajada antológica, no podía parar de reír.

—No te preocupes, no pasa nada, otro día será, pero ya que estás, ¿qué hacen esas bombas? — Preguntó, curioso.

La carcajada de Riko fue un acero apuñalando su ego. No le culpaba. De estar en su lugar, él se hubiese reído el doble. El Uchiha esperó, con los brazos cruzados y el ceño fruncido, a que el Senju se quedase sin aliento de tanto reír. Fue entonces cuando el peliblanco le preguntó por el efecto de sus bombas.

—Pues… Joder, no es lo mismo decirlo que comprobarlo en tus propias carnes —lamentó—. Pero, en fin, la bomba adhesiva libera una sustancia muy pegadiza, como su propio nombre indica, en unos escrupulosos y más que garantizados dos metros de radio. Te lo traduzco: si te dan con esto, vas a pasar un par de minutos en los que te costará moverte.

Por mucho que estuviese orgulloso de aquel invento, lo cierto era que solo lo había usado una vez: contra Nabi. Había sido en aquella fiesta organizada en la mansión Sakamoto para celebrar el regreso de su excursión por sabe los Dioses dónde.

No pudo evitar sonreír al recordar su cara impregnada en el aceite.

—La segunda, la bomba de aceite, tiene un efecto parecido. Te impregna de aceite, y como te alcance una técnica ígnea vas a sufrir sus consecuencias mucho más de lo normal.

»Si alguna vez quieres alguna… Pídeselas a mi yo real. Estaré encantado de vendértelas por cuatrocientos ryos. ¡Precio de amigo, compañero! Normalmente están a setecientos cucos.

Riko trató de serenarse lo antes posible, no quería tampoco que Datsue se enfadara y se largara de allí, por lo que, en cuanto pudo, paró y le preguntó por aquellos dos inventos que había ideado y que por el nombre parecían ser bastante útiles.

El peliblanco escuchó con atención la explicación del Uchiha sobre aquellos dos artefactos, la bomba adhesiva y la bomba de aceite. En primer lugar, la adhesiva que, desde un punto de vista táctico, era bastante útil siempre y cuando acertara a su objetivo, dejando al oponente bastante vencido.

«Bastante útil e ingenioso.» Asintió el Senju.

Luego llegó el turno de la bomba de aceite, que como su propio nombre indicaba, te empapaba en aceite, lo que hacía que, si recibías una técnica ígnea, estuvieras bastante jodido.

—La bomba de aceite para mí no es muy útil. — Explicó. —Pero quizá la adhesiva en algún momento.... — Dijo el peliblanco. —Yo no soy demasiado creativo para las armas, pero he desarrollado alguna técnica de la que estoy orgulloso. — Se atrevió a decir, llenándose la boca de orgullo.

¿Una técnica de la que estaba muy orgulloso? Los ojos de Datsue se vieron tentados como los de un oso al ver la miel. Y, en esa tentación, su Sharingan brilló. ¿Sería aquella su oportunidad para…?

—Joder, Riko-san, no me dejes con la incógnita. Yo aquí enseñándote todos mis arsenales y mis trucos y tú ni el Suishōha ese —le recriminó—. Va, hazme una demostración de esa técnica que desarrollaste.

¿… copiar alguna técnica de una vez? Datsue hacía meses que poseía el Sharingan de tres aspas, pero, a diferencia de su Hermano, todavía no había tenido la oportunidad de copiar ni un triste jutsu de parvulitos. Estaba tan desesperado por birlarle algo a alguien que parecía hasta mendigar por ello, aprovechando la menor oportunidad de ver alguna técnica que pudiese copiar.

¿Sería aquella la vencida?

Riko rió ante el interés del pelinegro, sin duda alguna aquello le halagaba, por lo que asintió, aunque debería ser algo más específico.

—Realmente se trata de una alteración de una técnica, pero es muy útil, verás. — Realizó una serie de sellos bastante larga que terminó con una palmada, y Datsue podría ver como de su boca salía un chorro de agua que le rodearía la cabeza, formando una burbuja. —¡Tachán! Es una técnica que te permite respirar bajo el agua o en otros ambientes en los que no sea posible respirar. — Diría, y Datsue le escucharíaa con la voz algo distorsionada por la capa de agua que les separaba en ese momento.

Entonces deshizo la técnica, y mostraba una gran sonrisa.

—¿Qué te parece, mola eh?

Copiar técnicas. Ampliar su repertorio. Ganar en versatilidad… Tonterías. Pequeñeces. Una frivolidad, incluso, estando Datsue en la situación en la que se encontraba. Porque cuando Riko especificó lo que hacía su técnica…

…el Uchiha se quedó en blanco. Una pregunta reverberó en su mente, un eco lejano proveniente del pasado: ¿Cómo respiraremos bajo el agua? Aquella voz era la de Keisuke, y tan solo el silencio le había respondido. Ahora, Riko les enseñaba la solución.

—Es más que molón —le respondió. Sabía que ir a rescatar a Aiko era una locura, y aún así, los Dioses parecían estar enviándole una señal, tan inequívoca como clara: échale huevos—. Es… —«Un milagro»—. Es… —«Esperanza»—. Cómo… ¿Cómo funciona? Quiero decir… Imagino que debes mantener la concentración para mantenerla, ¿no? Y que solo es algo que puedas usar en ti mismo, o… —¿Por qué solo en sí mismo? ¿Acaso no había decenas de técnicas que se mantenían desde la distancia? Su propio Hermano hacía levitar una canica de fuego que daba luz desde que había salido de la Academia…

Al ver la reacción del Uchiha, Riko supo que aquella técnica le había encantado, y era normal, había sido un momento de inspiración que había tenido practicando el Suiroo no jutsu, y estaba bastante orgulloso de eso.

Se llevó las manos a la cintura, en una pose típica de superhéroe de película ante las preguntas de su compatriota, a las que respondería con un tono más serio, como si se tratase de un profesor impartiendo clase.

—Sí, es una técnica que necesita de cierto poder de concentración, pero, para tu sorpresa, no es solo aplicable a uno mismo, puedes usarla, como mucho, en dos personas más, pero no pueden alejarse mucho, como máximo unos cinco metros. — Explicó, dejando una pequeña pausa. —Tiene un inconveniente obvio, la técnica aguanta lo que dure el oxígeno que hay en el interior de la burbuja, un par de minutos máximo, después se deshace y te quedas en gallumbos. — Dijo encogiéndose de hombros. —Traté de mejorar este aspecto, pero fue imposible.

—Pero, ¡eso es fantástico! —exclamó Datsue, lleno de júbilo, cuando Riko aseguró que podía ejecutar la técnica en dos personas más al mismo tiempo. Si aquello no era una señal de los Dioses, entonces no sabía qué podía serlo.

Sin embargo, tantas buenas noticias no iban a durar eternamente. El Senju le reveló algo que no había previsto, un inconveniente que le sentó como un mazazo en el pecho.

—No jodas… ¿Solo dos minutos? —Aquello era muy poco tiempo. Demasiado poco. ¿Cómo se las iba a arreglar, en el hipotético y casi imposible caso de que Riko se prestase a colaborar, y que llevasen a cabo el plan, de bajar a las profundidades de un lago y subir de nuevo en tan poco tiempo?

Escuchaba a los Dioses reírse desde los cielos. Claro que había sido una señal. Una señal de su humor negro y cruel. Y aún así, Datsue se agarró al único clavo ardiendo que tenía a la vista.

—Riko, tú… ¿Qué harías por un compatriota? —El Sharingan, todavía activado por el breve momento en el que le había querido copiar la técnica, buscó en su rostro la verdad—. ¿Llegarías a arriesgar tu vida por él? ¿A sacrificarla? ¿Hasta dónde llega tu camaradería?

Datsue se había puesto serio. Muy serio.

Riko vio como todo el júbilo y alegría que había poseído a Datsue por unos instantes se desvanecía al contarle sobre la pequeña pero importantísima limitación que tenía la técnica, aunque era algo lógico, no se puede coger de donde no hay, y el oxígeno que había en el interior de la burbuja era el que era.

—Sí, más o menos dos minutos, luego entra en juego lo que tú aguantes sin respiración. — En su voz se mostraba el mismo desaliento que en la de Datsue, aunque por motivos muy diferentes a los suyos.

Pero de repente, la conversación cambió de tono drásticamente, el rostro del Uchiha mostraba seriedad, con aquellos orbes rojos mirándolo fijamente y se sintió ligeramente intimidado por unos momentos, aunque se repuso con rapidez.

—¿C-Cómo que qué haría por un compatriota? Dar la vida por él... Hombre en el campo de batalla, por supuesto. — Explicó el peliblanco, cambiando también su tono de voz a uno más serio. —Pero, ¿en qué cojones piensas, Datsue?

El Sharingan de Datsue desapareció, y el color de la sangre dejó paso a la negrura de sus orbes, con ese brillo zorruno y cansado que ahora siempre le acompañaba. Suspiró. Y entonces, se carcajeó.

—Vamos, vamos. Sabes que yo siempre ando de broma, hombre —caminó hasta él y le dio un par de palmadas en el hombro—. Parece mentira que aún no me conozcas.

«Así que en el campo de batalla…» No había mentira en su mirada cuando soltó aquellas valientes palabras. Pero a veces, ni su propio Sharingan distinguía las mentiras que uno se contaba a sí mismo, hasta creer que eran ciertas. ¿Sería aquel el caso de Riko? No se sabría…

… hasta llegado el momento.

—Bueno, compañero. Creo que aquí se separan nuestros caminos. Espero no volver a esperar un año para volver a encontrarme contigo, Riko.

Y, tan rápido como se había puesto serio, volvió a un tono alegre y se carcajeó ante la pregunta de Riko, aquel chico sin duda tenía unos cambios de humor muy raros. El Senju suspiró.

—Parecías tan serio que me has convencido de que tenías algo en mente... — Confesó el peliblanco, rascándose la nuca. —Pero me alegra que no sea así, sobre todo si quieres recuperar tu rango. — Aquello era un consejo que esperaba que aceptara de buen grado.

Se quedó unos segundos callado para, finalmente, despedirse en aquel punto.

—Eso espero, ha sido un buen encuentro y nos hemos puesto bien al día, ¿eh? — Sonrió el muchacho. —Y gracias por la wakizashi. — Agradeció una última vez. —Bueno, que te vaya todo bien, sobre todo con eso que tenías que atender al Norte, hasta la próxima. — Diría, ofreciendo la mano para que se la estrecharan y, después comenzaría la vuelta a casa.