14/06/2017, 03:20
Datsue lanzó a Akame una mirada a medio camino entre el simple desprecio y el asco más absoluto. Una mirada que reflejaba perfectamente lo que estaba sintiendo. ¿Dejar él sordos a los rivales? ¿Repartir tapones entre los Uzureños? «¡Pero con quién se cree que está hablando!»
—Va, dale, toca algo.
Pese a que hacía tan solo unos momentos había asegurado que solo le oiría cantar cuando estuviese ligando con alguna chica, su orgullo de músico herido le obligaba a incumplir su palabra. Se levantó, tirando el ahora vacío racimo de uvas por la borda, y cogiendo el shamisen entre las manos mientras murmuraba improperios de todo tipo por lo bajini.
«Este se cree que soy un simple aficionado…»
El bachi rasgó las cuerdas del shamisen, arrancando notas musicales que fueron in crescendo. Tras su aventura en Isla Monotonía, el Uchiha había estado practicando en sus ratos libres —los cuales eran muchos— y se notaba cierto progreso en su técnica. Los dedos de su mano izquierda ya no aplastaban las cuerdas con la torpeza y nerviosismo de un primerizo, sino que las acariciaba con la suavidad y destreza de un amante tan experimentado como el mismísimo Genji Monogatari. Su diestra, a su vez, ya no se veía refrenada por la descoordinación de la otra, y ahora era un vendaval que arrancaba a un ritmo vertiginoso decenas de notas musicales en cuestión de segundos.
Para el oído experto, sin embargo, todavía cometía muchos fallos de bulto. Se precipitaba en el tempo; no usaba todos los dedos que debería para presionar las cuerdas, y las pocas veces que se atrevía con el meñique lo hacía con poca firmeza y seguridad; y la púa —el bachi—, no rasgaba las cuerdas en el ángulo adecuado.
La melodía llegó a su punto de máxima exaltación, para luego ir bajando poco a poco el ritmo. Entonces, con voz brava y épica, empezó a cantar. Era una canción que había oído canturrear a un jounnin pasado de vasos, de quien se decía, entre otras cosas, que había apoyado a Zoku para ascender a Uzukage. No era una letra que entusiasmase demasiado al Uchiha, pero sabía que, conociendo a Akame, a él seguro le encandilaría.
Era, pues, una canción patriótica, que enarbolaba valores como el heroísmo y el sacrificio, cuyo título era El novio de la muerte.
Pronto algunos marineros —y hasta el propio capitán—, aburridos por la monotonía del viaje, se acercaron a escuchar a Datsue. El Uchiha creyó entonces conveniente —a pesar de Akame—, cambiar a letras más alegres. Más de su… estilo.
Kusareño en alta mar; Corazón de Kusareño; Kusareño de Primavera; La Kusareña… El Uchiha se vio obligado a cantar todas aquellas canciones e incluso a repetir alguna, debido a la presión ejercida por el capitán.
Y así, entre canciones y risas, el viaje llegó a su fin.
Los Uchihas pasaron aquella noche en una posada de Taikarune, un extraño poblado construido a la sombra de un enorme y antiguo arco de piedra. A la mañana siguiente —y con retraso por culpa de Datsue, a quien se le pegaron las sábanas—, arrancaron hacia el norte, y pasaron su segunda noche en un pequeño hostal situado a las afueras de Tanzaku Gai, donde se vieron obligados a compartir habitación.
No fue hasta el tercer día, casi al anochecer, y tras perderse en un par de ocasiones entre los frondosos bosques del País del Fuego, que ambos gennin lograron llegar al fin al Valle de los Dojos. Allí terminaba su viaje; allí empezaba su aventura...
—Va, dale, toca algo.
Pese a que hacía tan solo unos momentos había asegurado que solo le oiría cantar cuando estuviese ligando con alguna chica, su orgullo de músico herido le obligaba a incumplir su palabra. Se levantó, tirando el ahora vacío racimo de uvas por la borda, y cogiendo el shamisen entre las manos mientras murmuraba improperios de todo tipo por lo bajini.
«Este se cree que soy un simple aficionado…»
El bachi rasgó las cuerdas del shamisen, arrancando notas musicales que fueron in crescendo. Tras su aventura en Isla Monotonía, el Uchiha había estado practicando en sus ratos libres —los cuales eran muchos— y se notaba cierto progreso en su técnica. Los dedos de su mano izquierda ya no aplastaban las cuerdas con la torpeza y nerviosismo de un primerizo, sino que las acariciaba con la suavidad y destreza de un amante tan experimentado como el mismísimo Genji Monogatari. Su diestra, a su vez, ya no se veía refrenada por la descoordinación de la otra, y ahora era un vendaval que arrancaba a un ritmo vertiginoso decenas de notas musicales en cuestión de segundos.
Para el oído experto, sin embargo, todavía cometía muchos fallos de bulto. Se precipitaba en el tempo; no usaba todos los dedos que debería para presionar las cuerdas, y las pocas veces que se atrevía con el meñique lo hacía con poca firmeza y seguridad; y la púa —el bachi—, no rasgaba las cuerdas en el ángulo adecuado.
La melodía llegó a su punto de máxima exaltación, para luego ir bajando poco a poco el ritmo. Entonces, con voz brava y épica, empezó a cantar. Era una canción que había oído canturrear a un jounnin pasado de vasos, de quien se decía, entre otras cosas, que había apoyado a Zoku para ascender a Uzukage. No era una letra que entusiasmase demasiado al Uchiha, pero sabía que, conociendo a Akame, a él seguro le encandilaría.
Era, pues, una canción patriótica, que enarbolaba valores como el heroísmo y el sacrificio, cuyo título era El novio de la muerte.
Pronto algunos marineros —y hasta el propio capitán—, aburridos por la monotonía del viaje, se acercaron a escuchar a Datsue. El Uchiha creyó entonces conveniente —a pesar de Akame—, cambiar a letras más alegres. Más de su… estilo.
Kusareño en alta mar; Corazón de Kusareño; Kusareño de Primavera; La Kusareña… El Uchiha se vio obligado a cantar todas aquellas canciones e incluso a repetir alguna, debido a la presión ejercida por el capitán.
Y así, entre canciones y risas, el viaje llegó a su fin.
Los Uchihas pasaron aquella noche en una posada de Taikarune, un extraño poblado construido a la sombra de un enorme y antiguo arco de piedra. A la mañana siguiente —y con retraso por culpa de Datsue, a quien se le pegaron las sábanas—, arrancaron hacia el norte, y pasaron su segunda noche en un pequeño hostal situado a las afueras de Tanzaku Gai, donde se vieron obligados a compartir habitación.
No fue hasta el tercer día, casi al anochecer, y tras perderse en un par de ocasiones entre los frondosos bosques del País del Fuego, que ambos gennin lograron llegar al fin al Valle de los Dojos. Allí terminaba su viaje; allí empezaba su aventura...
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado