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Daruu siguió comiendo y riendo con Kaido un rato más. Cuando los dos tuvieron las panzas bien llenas de pizza y las cabezas bien llenas de ideas, el muchacho del pelopincho se retiró y empezó a bajar la cremallera de su saco de dormir.
—Espero que la hoguera y el saco nos den el suficiente calor como para aguantar la noche —dijo—. ¡De paso, espero que el edificio también aguante la noche!
»No me gustaría morir en los brazos de alguien tan feo como tú. —Rió y le sacó la lengua a su compadre—. Bueno, buenas noches. —Se metió dentro de su saco, cerró la cremallera, giró hacia el lado contrario del fuego y trató de dormir.
· · ·
Se despertó con su propio ronquido. «Qué humillante». Se bajó la cremallera del saco y se sentó en él, al lado de la hoguera ya consumida. Estaba sudando, y aún así fuera del saco hacía un frío que pela. Se acercó la capa de viaje y se cubrió con ella. Bostezó.
Kaido todavía seguía durmiendo, y a juzgar por sus ronquidos pretendía hacerlo durante toda la mañana si era necesario.
—Kaido. ¡Kaido! Hay que ponerse en marcha.
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—Kaido. ¡Kaido! Hay que ponerse en marcha.
Ponerse en marcha le iba a costar más que decírselo. El tiburón yacía plácidamente dormido, profundo, con la boca abierta y con un hilo de baba recorriéndole la mejilla. Daruu tendría que meterle una patada o picotearlo en el cogote, y sólo entonces es que lograría despertarlo de su intransigente sueño.
—Cinco minutos mas, compadre —pidió, pero luego supo que aquello no iba a funcionar. Terminó por darse media vuelta y sacarse a sí mismo del saco, mientras se frotaba la cara con la pesadez de un dormidor profesional—. vale, un segundo.
Le tomó medio minuto levantarse, y otro sacarse la flojera a cachetadas. Luego se cubrió con la capa suya, y le devolvió el saco a Daruu. Cargó de nuevo con su mochila de viaje, y entonces sacó él dos paquetes de sanduches para desayunar.
—¿Cuál es el plan? —preguntó, a la par de que le arrojaba uno a Daruu.
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19/02/2018, 00:07
(Última modificación: 19/02/2018, 00:09 por Amedama Daruu.)
Repitió la sugerencia un par o tres de veces, pero pronto fue evidente que lo que debía de dar era una orden, de esas a las que uno no puede negarse: las que te golpean con la punta del zapato en la espalda. El tiburón gruñó unas súplicas, y cuando estaba a punto de darle un nuevo puntapié terminó por darse la vuelta y acceder a levantarse mientras se frotaba los ojos.
Daruu se vistió la capa de viaje y se desperezó, estirando brazos y piernas. Dio un largo bostezo, y casi se le cae el bocadillo que le tendía Kaido, que rebotó en sus manos hasta tres veces.
—Gracias, Kaido —agradeció, con una sonrisa afable—. Venga, va. Sé que hay sueño, pero no nos queda más remedio.
—¿Cuál es el plan?
—Pues... otro laaargo día de viaje a lomos de pájaro de caramelo hasta Yukio. Seguramente llegaremos de noche. ¿Qué, a que apetece?
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—Pues... otro laaargo día de viaje a lomos de pájaro de caramelo hasta Yukio. Seguramente llegaremos de noche. ¿Qué, a que apetece?
—Apetece de todos menos volar 24 horas, pero no hay de otra —mordió su pan, y masticó—. venga, te espero afuera.
El gyojin salió entonces del edificio que les sirvió de refugio durante la noche, y aguardaría a por Daruu en el exterior. Quien tendría que crear a sus pájaros para montarlos y finalmente, tomar vuelo hacia el paradero de Hibagon. No pudo evitar dar un vistazo reticente a su alrededor, comprendiendo que, después de todo, aquella ciudad no lucía tan tenebrosa cuando era de día. Aún y cuando el día en las tierras de la Tormenta no eran precisamente las mañanas más soleadas y brillantes de Oonindo.
Kaido no pudo evitar preguntarse, también; qué estaría haciendo el Yeti en ese instante, y si para cuando llegasen hasta Yukio, aún estaría en una sola pieza, y no capturado por un contigente de jonin o algo similar.
Esperaba que no.
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Los muchachos cayeron del cielo y chocaron contra la nieve.
—¡UAGH!
Apoyó los brazos sobre la nieve y empujó con fuerza. A medio camino, una capa se hundió. Sus manos ardieron como sobre hierro fundido. Las retiró y se las sacudió, buscando su mochila, que había ido a parar tres metros más allá. Entonces vio el árbol: el grueso árbol contra el que casi se rompe la cabeza, y le dio un pequeño mareo.
—¿Kaido? ¡Kaido! ¿Estás bien?
Una tormenta de nieve les había sorprendido cuando apenas quedaban unos minutos para llegar a Yukio. Daruu había intentado mantener el control de las aves, pero la fatiga que llevaba encima había sido demasiado para él.
Extendió el brazo un último trecho y asió la mochila por uno de los tirantes. Flexionó el codo y acercó su equipaje. Por fin, encontró un buen par de guantes gruesos que se equipó rápidamente, y también sustituyó la fina capa de viaje impermeable que le había protegido todo el camino de la lluvia por un buen y grueso anorak beige.
—¿¡Kaido!?
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¡Pap! un golpe seco le envolvió tras la caída, donde el gyojin quedó encajado bajo un par de centímetros de nieve como un muñeco de trapo. Con los brazos abiertos y la cabeza bajo el grueso del suelo como un avestruz. Apenas podía escuchar los llamados de Daruu, hasta que decidió asomar el pescuezo y quitarse los copos de encima a punta de sacudidas, como un perro.
—¡Por aquí, por aquí! —gritó. Entre tanto, también buscó la chaqueta de doble capa que traía consigo dentro de su mochila y la vistió apenas sintió las manos un poco menos entumecidas. Las envolvió con un par de guantes de lana, además, y se cubrió el coco con un gorro negro que le cubría hasta las orejas—. ¡¿y ahora?; ¿hacia dónde queda Yukio?!
A diferencia de Daruu, él nunca había estado en Yukio. Tampoco parecía saber a qué dirección iban los pájaros antes de mayday ninja que les obligó a realizar el aterrizaje forzoso. La tormenta tampoco parecía renuente a dejar ver nada más allá de tres metros, o era la sensación que le daba al escualo teniendo aquel par de ojos de sardina ligeramente agobiados por las frías ventiscas.
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Sintió el débil murmullo de la voz de Kaido por encima del grito de la tormenta de hielo y nieve. Siguiendo la voz y lo que le parecía que era un borrón azul en mitad del manto blanco de nieve, Daruu se movió, lenta y pesadamente, buscándolo. Cuando lo encontró, le saludó con un pequeño golpecillo en el hombro.
—No sabía que los peces también sabían nadar en la nieve —dijo—. Mierda, tío, acabo de oír la voz de Ayame diciendo "la nieve es agua, y yo soy el agua". Lo repite todo el rato. Me tiene frito.
—¿¡Y ahora?; hacia dónde queda Yukio?!
—Pues espérate que me localice, porque la cabeza me da todavía vueltas y no sé en qué dirección estábamos volando antes de caer. —Pero eso no sería un problema para alguien como él. Activó su Byakugan, y no tardó en localizar las casitas de piedra de Yukio. Señaló en esa dirección—. ¡Por ahí! ¡Vamos!
Y los dos echaron a caminar en mitad de la tormenta.
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25/02/2018, 08:18
(Última modificación: 25/02/2018, 08:23 por Umikiba Kaido.)
Tuvo que reír con eso de que Ayame era el agua. Porque, a pesar de que efectivamente lo era —que siendo él un Hōzuki, tenía que entenderlo, sí o sí— que tuviese frito a Daruu con semejante muletilla le resultaba hilarante. No era tan sutil como ir repitiéndole a todo el mundo que él era el Tiburón, pero sí que algo parecido.
—Pues espérate que me localice, porque la cabeza me da todavía vueltas y no sé en qué dirección estábamos volando antes de caer —pero, cómo no, si un batacazo tan simple como aquel no iba a poder vencer a las capacidades visuales de su byakugan. Tan sólo una horda de kajitsu era capaz de dejarle ciego por un par de minutos. Así que Daruu lo activó, y se esforzó por ver a más allá de la tormenta con lo que divisó el camino correcto—. ¡Por ahí! ¡Vamos!
—¡Sí, ca - caaa -capitán! —exclamó, tiritando.
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26/02/2018, 08:30
(Última modificación: 26/02/2018, 08:30 por Amedama Daruu.)
Siguieron caminando. Sus pies se hundían en la nieve recién caída mientras la tormenta les decía, frío vendaval tras frío vendaval, que había venido para quedarse un rato y no sólo saludar. Tenía los dedos de las manos y de los pies entumecidos y casi al rojo vivo, y no sentía ningún músculo de la cara. Si alguien le hubiese pedido a Daruu que sonriese, el chico le habría dedicado una mueca que no sabía qué quería ser.
Finalmente, sus malheridos pies rozaron los adoquines del primer puente de piedra, que unía las dos orillas de un río cuya superficie, en estos días, estaba totalmente congelada. Allí el frío casi era peor: los postigos de madera dejaban entrever tenues brillos de colores cálidos, y, sumados al humo de las chimeneas de las múltiples casitas, prometían sillones cómodos frente a bondadosas chimeneas con la llama muy grande y muy caliente.
—Sólo un poco más —le dijo Daruu a su compañero—. Conozco un lugar maravilloso donde probaremos una cama de verdad. Y una pizza de verdad.
»En él trabaja Buitonin, el mejor pizzero de todo Oonindo.
Daruu giró unas cuantas calles, se perdió en las siguientes y se encontró en las que venían más tarde. Finalmente, tras cruzar otro de los puentes de piedra, se pararon frente a un letrero que rezaba El Patito Frío, una posada en la que Daruu ya había estado antes, con Ayame y con Kōri. En su última visita a Yukio. A pesar del nombre, Daruu sabía con encantadora certeza que dentro le esperaba el más cálido bienestar.
Empujó la puerta con la mano y se abrió paso al interior.
El lugar era increíblemente acogedor, sin ninguna duda. El interior estaba tapizado completamente por madera. En la parte izquierda había una pequeña recepción, y un agradable olor llegaba desde más allá del umbral de las cocinas, justo detrás de la barra. La parte izquierda era más grande, y la poblaban muchas sillas y mesas. En un día como aquél, no había mucha gente. Sólo el viajero ocasional, como ellos. Justo enfrente de la puerta, al fondo de la planta, una escalera ascendía hacia el piso superior, donde varios dos pasillos en polos opuestos repartían varias habitaciones con varias camas.
Daruu se acercó a la recepción mientras daba respingos por los continuos escalofríos que inundaban su piel con una agradable sensación de calor.
Un muchacho joven, pelirrojo y patizambo se acercó a la recepción y les tomó nota.
—¿Quéh van a deseah ustedeh?
—Un par de pizzas calientes y un par de camas más calientes... ¿Hay hueco para nosotros?
—Por zupuehto que sí. Serán 43 ryōs por cabezah. Puedehn subih a la habitación mientrah lesh hacemoh lah pizzah. Hoy hay pizzah carbonarah.
«¡Bien!»
Daruu miró a Kaido mientras rebuscaba en su bolsillo a la caza de su monedero. Entrecerró los ojos un momento, y finalmente acabó por invitarle. Al menos aquella noche. Seguro que habría alguna más.
Subieron por las escaleras hacia su habitación, una con tres camas. La misma que había ocupado el Equipo Kōri aquél día. Le traía recuerdos alegres y recuerdos tristes, pero por lo general se alegró de volver a pisarla.
Depositó su equipaje a los pies de una de las camas y se sentó, calibrando la comodidad del colchón.
—Viniendo de mí, no te lo vas a creer, pero me apetece más dormir aquí que comerme esa pizza. —Su estómago rugió, como disputándole la razón—. Vale, vale. Igual no —rio.
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Y aquel trayecto le recordó, irónicamente, al momento en el que casi muere congelado allá en lo más alto de la senda del Carámbano. Donde también, la bestia a la que los amejin andaban buscando fue la que le salvó el culo de morir congelado como una mísera merluza que ve su vida entera pasar por los cuatro muros de un congelador. Sin embargo, esa vez no hubo quien le rescatara de las garras invernales de aquella gélida tormenta, sino que él y Daruu tuvieron que hacer acople de toda su fortaleza para atravesar la gruesa capa de nieve que se iba acumulando bajo sus pies.
Aunque más tarde que pronto, su compañero se encontró con la firmeza de un camino de piedras que atravesaba un riachuelo congelado. Detrás de él, se podían divisar las casas que expedían de sus chimeneas un humo que, a la distancia, se veía reconfortante.
—Sólo un poco más. Conozco un lugar maravilloso donde probaremos una cama de verdad. Y una pizza de verdad.
»En él trabaja Buitonin, el mejor pizzero de todo Oonindo.
—Al final me vas a tete-ner tú también frito con las pi piiii-za.
Una serie de serpenteos a través de aledaños callejones les llevó, finalmente, hasta los linderos de un hostal sobre cuyo cartel reposaba el nombre de Patito Frío. Daruu parecía conocer aquel lugar de antes, y Kaido se dejó llevar por la recomendación, adentrándose con él hasta el cálido y acogedor interior. Sintió en súbito cómo el frío se le escurría por las manoplas y, poco después, ya había dejado de tiritar.
—¿Quéh van a deseah ustedeh?
—Un par de pizzas calientes y un par de camas más calientes... ¿Hay hueco para nosotros?
—Por zupuehto que sí. Serán 43 ryōs por cabezah. Puedehn subih a la habitación mientrah lesh hacemoh lah pizzah. Hoy hay pizzah carbonarah.
Luego, Daruu pagó. Por los dos. Y Kaido sonrió malicioso como si se hubiese salido con la suya, tan sólo por haberse ahorrado unos míseros 43 ryōs.
Ya en el confort de la habitación, el escualo se quitó el gorro y los guantes, para después tirarse en su cama.
—Viniendo de mí, no te lo vas a creer, pero me apetece más dormir aquí que comerme esa pizza. —el estómago de Daruu rugió con fuerza—. Vale, vale. Igual no —rio.
—Yo estoy de un seco que te cagas —dijo, mientras se bebía a grandes sorbos toda el agua de su termo azul marino—. ¡uffff! ya soy un Kajitsu renovado. Perdón, que digo, un Hōzuki. ¡Un Hōzuki!
Su rostro se convirtió de pronto en una horrenda mueca que se debatía entre la seriedad y una risa absurda y socarrona.
—¿Muy pronto, verdad? —se disculpó, rascándose la nuca.
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Kaido no supo cuando ocurrió. Simplemente, cuando dejó de beber, se encontró a Daruu plantado delante suya, con un kunai apuntándole al lateral del cuello, y el Byakugan activado. Clavó su mirada en la del Tiburón durante unos segundos y entrecerró los ojos, como si quisiera todavía averiguar si se le había escapado y era realmente un Kajitsu Hōzuki o si era una broma.
Replegó el kunai de nuevo en su mecanismo oculto, y le dio una patada en la espinilla a Kaido. Se dio la vuelta y se alejó gruñendo.
—Demasiado pronto, Kaido. Demasiado.
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Sus manos se elevaron al unísono de la amenaza de su compañero, en un evidente gesto de oye... calma vaquero. Intercaló su mirada entre el filo del kunai que le apuntaba a la yugular y los intransigentes ojos de Daruu, cuyo byakugan yacía preparado para dar el golpe certero, de él decidir que, en efecto, Kaido no sólo jugaba con aquella afirmación sino que efectivamente era uno de esos cabrones que casi les asesinan.
Aunque por lo pronto el Hyuga decidió sólo darle una patada y no así rajarle la garganta. Kaido soltó un auch y rió.
—Venga, va. Sabes que mis filtros no funcionan. Mi agua no es tan pura y bebible como la de tu novia —volvió a beber otro sorbo y miró a Daruu, con complicidad—. ¿estáis saliendo, no? tú y Ayame.
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Daruu se quedó a medio camino de Kaido y de su cama. Quieto, notó como un calor y una tensión crecientes subían desde la punta de sus dedos hasta su cabeza. Apretó los dos puños muy fuerte, y sintió la imperiosa necesidad de lanzarse hacia Kaido, agarrarle la cabeza y estampársela contra la pared más cercana.
Por eso, dio un largo y tendido suspiro, movió los dedos de las manos y los sacudió, y cuando finalmente habló, sin mirarle, sólo dijo:
—Sí, es mi pareja. —Su voz no tenía un tono claro, como una nota del espectro agudo de un xilófono—. Voy a darme una ducha antes de la cena.
Caminó hacia el cuarto de baño sin dirigirle una sola mirada, no fuera a ser que ver esa sonrisa de dientes afilados le diera ganas de nuevo de partírsela.
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El pelopincho se detuvo a mitad de su cama, en silencio; tan tenso como las cuerdas de un shanisen. Si acaso a Kaido se le ocurría acercarse y pasarle el dedo por la espalda, de seguro que Daruu soltaba un mi bemol acústico bien entonado, cual instrumento musical.
Kaido subió los puños y esperó pacientemente, por si su buen amigo decidía voltearse y romperle los tenketsu a punta de palmadas. Para la suerte de todos, sin embargo, dirimió su rabia con una respuesta escueta, y una rápida huida hasta los linderos del baño. El escualo bajó los brazos y se relajó. Pero lo cierto es que tendría que tener cuidado cuando se refiriera a Ayame frente a Daruu, porque era evidente que su pareja se había convertido en su mayor debilidad. Absurda y explotable. Y eso era peligrosísimo para un ninja.
Negó con la cabeza y sonrió en soledad.
«No. Mejor le juzgo en cuanto logre salir yo de mi forzada castidad» —pensó, a modo de introspección, envalentonándose.
Aunque aquello iba a ser un bendito problema. Desde que ninguna mujer en su sano juicio tendría una aventura con alguien que luciera como él. ¿Sería Kaido capaz de conseguirse una noviecita alguna vez? ¿habría allí afuera una linda trucha con la que fuera a ser feliz para siempre?
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Daruu salió de la ducha al cabo de unos minutos después, vestido ya con ropa más cómoda y apropiada para un lugar con la calefacción adecuada: una camiseta de manga larga y unos pantalones de estar por casa, ambos de color negro. Aparentemente liberado de toda su ira, se plantó frente a Kaido e hizo un gesto con la cabeza en dirección a la puerta.
—Vamos, que te espera la mejor pizza de tu vida. —Y además, añadió—: Y cuanto antes cenemos, antes podremos irnos a dormir y averiguar lo que está pasando aquí y si realmente Hibagon se ha cruzado medio mundo.
Los muchachos bajaron y fueron servidos con una enorme pizza carbonara que no tardaron en comenzar a devorar. Así había sido la última vez que Daruu había estado en el Patito Frío, y aunque en el fondo le hubiera gustado probar una de las demás especialidades, chutó ese balón fuera de su campo cuando pegó el primer bocado.
—Kaido —dijo—. Estoy acostumbrado a tus faltas de respeto continuas. Pero de ahí a hablar sobre lo pura y bebible que es el agua de mi novia, pues... Te has pasado, debes reconocerlo. Entiendo que eres un bromista, pero ¿nunca te cansas?
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