Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
En algún río, de alguna zona del inmenso Bosque de la Hoja, una pequeña barcaza desembocaba en un último desvió en su caudal. Llevaba consigo a una niña, pequeña y a un muchacho, muy azul. Ambos intercambiaron un par de disyuntivas, hasta que abandonaron la seguridad de los rápidos del río y atracaron en una orilla.
Por enésima ocasión en al menos una hora, Muñeca tenía que hacer pis.
—¡Joder! anda, coño, anda. Pero no te tardes, mujer.
De pronto, Kaido se encontró sólo. Torció la vista hasta el río y vio que aún le quedaban un par de kilómetros para alcanzar la última desembocadura. ¿Dos horas a remo firme, tal vez? sí, probablemente.
Lo cierto es que se había ahorrado al menos medio día de viaje transitando los ríos en vez de ir a pie.
Pero el destino era caprichoso, a veces. En ocasiones no le gustaba que le cambiasen los planes si se tomaban atajos. Por eso siempre se guardaba una sorpresa bajo la manga. En esa ocasión, la carta del destino tenía nombre. Un apellido reconocido. Un color de cabello imposible de ignorar. Y una reputación merecidamente ganada, desde luego; tras sus actos heroicos durante aquel fatídico examen de ascenso a Chunin.
Los tiempos que corrían no eran buenos para salir de la villa, pero aquel día, la joven kunoichi del remolino decidió salir a visitar el Lago de Shiona, al cual no había ido hacía un largo periodo de tiempo. Se sentía con ganas de ver a su anterior Uzukage y contarle todo lo que había pasado en su ausencia, pues al final terminaba por creerse que ella podía continuar su legado, aunque fuese solo una pequeña parte del mismo.
Así que allí se encontraba, saltando de árbol en árbol porque le apetecía un poco de movimiento, algo de rapidez, que la dejase viajar sintiendo el viento acariciar su sonrosado rostro, hasta que su mirada azulada viajó hasta el río que seguía el rastro de árboles por los que viajaba, encontrándose con una barcaza parada cerca de su posición con un hombre...
Azul.
Y un recuerdo fugaz del Examen de Chuunin pasó por su mente.
¿Ese no era...?
—¿Umikiba Kaido? —terminó en voz alta, fijándose en aquel chico, y, sin esperar mucho más, decidió acercarse por si necesitaba ayuda.
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
Umikiba Kaido alzó el cuello de forma impropia para un pez. De hecho, torció el pescuezo, tenso; como lo hace el búho que encuentra finalmente su cena nocturna. Los ojos aguamarina del Tiburón se encontraron entonces con el velo radiante que rodeaba a aquella muchacha, menuda, con los cabellos de un intenso color rojizo. La conocía, la recordaba, y aún así...
«La Heróina carmesí»
Su mente viajó hasta el examen de chunin, y revivió uno a uno los acontecimientos allí sucedidos. Por sus ojos pasó el preciso instante en el que Daruu se arrojó cuál kamikase hacia los brazos de su amada, poseída por el demonio de cinco colas. De él posando su mano en Ayame, y de Eri —¡sí, Eri, ese era su nombre!— desapareciendo junto con ellos por obra de los poderes de Uchiha Akame.
Incluso en Amegakure se hablaba de ella. Le llamaban heroína por su actuación en el rescate de Aotsuki Ayame. Una mujer de notable valentía, cuya actuación fue crucial para el salvo retorno de la guardiana.
Pero en boca de Daruu, sin embargo...
... la perra traidora. La que le esposó por órdenes del capitán rata.
—Uzumaki Eri —respondió, mirando a un lado. Luego al otro. ¿No había nadie más, cierto?—. es un enorme placer conocerte. Creo que nunca pudimos presentarnos formalmente —añadió, lacónico—. te conozco por tus grandes hazañas en el Examen de Chunin. Tu reputación te... precede.
—Uzumaki Eri —respondió—. es un enorme placer conocerte. Creo que nunca pudimos presentarnos formalmente —añadió, lacónico—. te conozco por tus grandes hazañas en el Examen de Chunin. Tu reputación te... precede.
—No suelen conocerme más allá gracias al color de mi pelo, así que escuchar eso de parte de otra persona es halagador. —Reconoció la kunoichi, cruzando sus manos por detrás de su espalda.
La verdad es que ver a Umikiba Kaido por aquellos lares era algo extraño, pues no siempre un amejin viajaba desde su propia villa hasta el Bosque de la Hoja por simple curiosidad, ¿o quería ver en persona el Lago de Shiona? Aunque, ante todo aquello, ya no veía su bandana en la frente como cuando lo conoció de vista en el Examen de Chuunin.
—¿Como es que Umikiba Kaido está navegando por aquí? Pensaba que Amegakure estaba en el País de la Tormenta, y con todo el revuelo entre las villas no sé si será adecuado, Kaido-kun —preguntó la kunoichi, y ante la sugerencia del final, no sonó a reproche ni a advertencia, solo empleó un tono de curiosidad latente sobre la razón de por qué el chico que se asemejaba notablemente a un pez estaba allí delante.
También tenía otras preguntas, pero debía reservárselas, no era el momento.
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—¿Como es que Umikiba Kaido está navegando por aquí? Pensaba que Amegakure estaba en el País de la Tormenta, y con todo el revuelo entre las villas no sé si será adecuado, Kaido-kun.
Kaido ladeó la cabeza y miró con intriga a la kunoichi. A su reproche —dicho con la cordialidad de aquél que tiene un visitante en su morada y lo trata como tal—. aunque un reproche al fin y al cabo.
—¿Qué se supone que es adecuado en estos tiempos tan turbios, Eri-chan? —respondió lacónico—. regreso de una misión desde La Pequeña Blanca. Entenderás que la única forma de volver a casa es, bueno —señaló el río y sonrió—. pasando por aquí.
»¿Hay algún problema con eso? no... no irás a esposarme, ¿verdad? ¡no he hecho nada malo!
Alzó las manos como si le estuviesen apuntando y vistió su rostro de malhechor pillado infraganti.
—¿Qué se supone que es adecuado en estos tiempos tan turbios, Eri-chan? —respondió, lacónico—. regreso de una misión desde La Pequeña Blanca. Entenderás que la única forma de volver a casa es, bueno —señaló el río y sonrió—. pasando por aquí.
Ella se encogió de hombros, mirando al río mientras el chico-tiburón hablaba, hasta que...
—¿Hay algún problema con eso? no... no irás a esposarme, ¿verdad? ¡no he hecho nada malo!
La chica arqueó ambas cejas, claramente sorprendida del contraataque que el chico de cabellos azules acababa de lanzar contra su persona. Con que eso era entre los amejines, ¿no? Una arpía que se dedicaba a esposar a gente inocente. Ya le gustaría saber qué habrían hecho ellos en su posición.
—Verás, Kaido-kun —comenzó, con tono agridulce—. Normalmente, siempre que estamos de servicio —y según tú, lo estás—, traemos la bandana que acredita que somos ninjas, pero veo que tú, después de haber realizado una misión, te la has quitado, ¿no crees motivo suficiente para sospechar que, a lo mejor, simplemente podrías estar pasando por aquí?
»No me malinterpretes, yo no voy a lanzarme sobre ti ni nada por el estilo para pararte los pies, pero quería simplemente advertirte de la situación.
Que se lo tomase como quisiera, a ella le daba igual.
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12/02/2019, 05:15 (Última modificación: 12/02/2019, 05:16 por Umikiba Kaido.)
Y casi al unísono de que Eri enarcó ambas cejas, las manos del amejin descendieron para reposar finalmente en su cintura. Luego, atendió la elegante respuesta de su interlocutora con evidente sorpresa. ¿Acaso sus métodos toca-cojones estaban fallando? ¿estarían sus estratagemas gastadas e inefectivas después de tantos años de uso? podía ser, sí. Eso, o que los uzujin tenían órdenes estrictas de no caer en provocaciones ajenas como las suyas. No le extrañaría teniendo en cuenta que eran ellos quienes se adjudicaban la supuesta paz de Shiona y que siempre iban a jactarse de ello.
Pero en fin, que Eri no era la primera en controlarse. Ya se había encontrado con Uchiha Datsue, y éste, contra todo pronóstico; se negó a caer en su juego. Kaido refunfuñó para sus adentros y se contuvo tras su nuevo fracaso.
—Oh, Eri-chan, ¡pues no vas a creerme! —empezó a decir, y luego dio un par de pasos hacia ella—. es que me la dejé en casa. Qué mal shinobi que soy, ¿verdad?... te prometo que la próxima la tendré bien puesta en la frente para evitarte inconvenientes.
Luego otro paso, y otro. No tardó mucho en rodear a la muchacha como lo hace un tiburón alrededor de un cardúmen.
—Ah, y por favor; permíteme felicitarte —le señaló la placa de jounin con la mano izquierda—. totalmente merecida. No por nada se habla de ti en las calles como la Heroína Carmesí.
—Oh, Eri-chan, ¡pues no vas a creerme! —empezó a decir, y luego dio un par de pasos hacia ella—. es que me la dejé en casa. Qué mal shinobi que soy, ¿verdad?... te prometo que la próxima la tendré bien puesta en la frente para evitarte inconvenientes.
—Espero que así sea —dijo la pelirroja, cruzándose de brazos, aunque no entendía el extraño ritual que parecía comenzar a hacer a su alrededor.
—Ah, y por favor; permíteme felicitarte —el amejin señaló su placa y ella giró su rostro al verla. Ya era algo habitual lucirla sin problema—. totalmente merecida. No por nada se habla de ti en las calles como la Heroína Carmesí.
—Gracias. —Agradeció.
Antes de que pudiera continuar acechándola, ella también echó a andar, mirándole, intentando no perderle de vista. Algo le hacía desconfiar del chico, y muy probablemente y a su pesar, seguían siendo aquellas pintas de tiburón que tenía, eso y que no parecía muy dispuesto ni a colaborar ni a ser medianamente agradable con ella a pesar de las felicitaciones sobre su ascenso.
—¿Y tú, Kaido-kun? —preguntó—. ¿El entrenamiento dio sus frutos y al final te has convertido en Chuunin de Amegakure?
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¿El entrenamiento? no tanto. ¿Su hambre asesina que acabó con la vida de un traidor llamado Inoue Keisuke? claro que sí.
La mandíbula se le encorvó recordando aquél momento. Aunque pronto se diluyó por los susurros del dragón, que ahora le envolvía el brazo en forma de tatuaje.
—Oh, sí. Dieron sus frutos, pero... esa también me la dejé en casa —alegó—. aunque, visto lo visto, los esfuerzos no fueron suficientes. Los tuyos, sin embargo... ¿de un tirón a jounin?
»Debes ser especial. Daruu me contó cómo detuviste a Ayame. O perdón, al bijuu.
—Oh, sí. Dieron sus frutos, pero... esa también me la dejé en casa —alegó—. aunque, visto lo visto, los esfuerzos no fueron suficientes. Los tuyos, sin embargo... ¿de un tirón a jounin? —Eri se encogió de hombros, ella tampoco sabía muy bien cómo lo logró, pero en algo tenía que ver seguramente haber sellado de vuelta el bijuu de Ayame—. Debes ser especial. Daruu me contó cómo detuviste a Ayame. O perdón, al bijuu.
Ahí estaba, todos pensaban que era por lo mismo al parecer.
—Sin ayuda de Daruu ni de Akame, no lo hubiéramos podido hacer —dijo la chica, firme, no iba a quitar méritos a nadie, aunque lo que pasase después ya era arena de otro costal—. ¿Al final no ascendiste, Kaido-kun? —preguntó, curiosa—. Pensaba que tus esfuerzos ya valían para lograrlo...
Aquello lo dijo de verdad, no había ningún tipo de maldad en sus palabras, aunque no sabía aún cómo debía hablar con ese chico, la verdad.
—¿Hay alguna novedad que deba saber sobre el mundo exterior? —preguntó, de pronto, intentando sonar un poco más amigable—. No salgo mucho de la villa, y visto que somos compañeros de oficio y no pretendemos matarnos el uno al otro, quizá deberíamos saber lo que ocurre por Oonindo.
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Sí, lo sabía. Sabía que el rescate de Ayame había sido resultado de una cooperación bastante impresionante entre tres ninja que nunca habían luchado juntos, ni mucho menos, enfrentado un desafío tan grande como el de un bijuu descontrolado. Por eso tenía más mérito. Y por eso, la habían ascendido a jounin.
—Oh, ascendí a Chunin, sí. Me refería a que no habían sido suficientes como para destacar como lo hiciste tú.
Acerca del mundo exterior... Kaido estaba más perdido que nadie. No por nada llevaba un mes lejos de todos los acontecimientos importantes en oonindo.
—Pues... yo no sé nada relevante. ¿Y tú? ¿algo que como aliados deba saber?
—Por cierto —dijo a modo de inciso, acordándose de algo que había dicho Eri—. acerca de eso que dijiste de que no pretendemos matarnos los unos a los otros. Me parece que nuestro buen amigo Datsue no piensa igual que tú. Me encontré con él cuando atravesaba el País del Remolino y... digamos que tenía toda la intención de dejarme convaleciente. Quería vengarse.
Oh, una pequeña mentira no hacía daño a nadie. ¿Cierto?
—Por cierto, acerca de eso que dijiste de que no pretendemos matarnos los unos a los otros. Me parece que nuestro buen amigo Datsue no piensa igual que tú. Me encontré con él cuando atravesaba el País del Remolino y... digamos que tenía toda la intención de dejarme convaleciente. Quería vengarse.
Eri frunció el ceño ante las palabras del chico-pez, ¿cómo que vengarse? Que quisiera pegarse no le resultaba tan extraño pero... ¿Por qué razón?
—¿Por qué quería vengarse Datsue, Kaido-san? —preguntó, claramente confusa por sus palabras—. Yo no soy capaz de controlar a todos mis compañeros. —Se defendió.
Pero quería saber la razón por la que Datsue había querido pelear contra Kaido.
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—Oh, pues quería vengarse por... —antes de poder terminar su idea, Kaido lo vio. La señal, de su aliada; que aguardaba desde las sombras para no ser vista por una jodida jounin de Uzushiogakure—. ¿sabes qué? mejor pregúntaselo a él.
Kaido empezó a recoger las cuerdas del bote y trató de encaminarlo una vez más al río.
—Debo irme. Fue un placer hablar contigo, Eri-chan.