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Puse total y plena atención a todas y cada una de las palabras cuando Sarutobi empezó a narrar la historia referente a los sucesos, de cuando en vez mordía las galletas y daba breves tragos al chocolate caliente, que rápidamente iba a pasando a tibio; asimismo mis ojos tiraban a veces algunas miradas a Koutetsu para ver sí daba alguna señal de aprobación a lo que decía el anfitrión.
Por mi parte no demostré ninguna señal de aprobación ni de negación, solo escuchaba y analizaba lo que nos contaba, comparándolo en parte con lo que había escuchado en el trineo. Una vez hubiera concluido con ello me propuse a intervenir, aunque lancé otra mirada al moreno para ver sí él quería manifestarse primero, una vez nos pusiéramos de acuerdo dije: —Entonces...¿No había ningún monstruo real? Digo... Sería otras personas que usarían chakra, pero, teniendo en consideración lo que nos dijeron en el trayecto hasta acá, ¿era cierto que los caídos en combate se levantaban de entre los muertos sí no se quemaban sus cuerpos? Pregunté con curiosidad sobre aquel punto en específico.
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Keisuke lanzo una mirada a Kōtetsu, buscando algún indicio de la necesidad de preguntar que el mismo poseía. Sin embargo, el joven de cabellos blancos lucia satisfecho con aquello que le habían contado. Incluso se mantuvo pensativo, como asimilando todo lo que había escuchado, para luego compararlo con lo que ya sabía.
—Entonces... ¿No había ningún monstruo real? Digo... Sería otras personas que usarían chakra, pero, teniendo en consideración lo que nos dijeron en el trayecto hasta acá, ¿era cierto que los caídos en combate se levantaban de entre los muertos sí no se quemaban sus cuerpos?
El Sarutobi le miro y se rio un poco, agraciado por tan pura curiosidad.
—En realidad, no lo se. Supongo que eran tan monstruosos como lo puede llegar a ser cualquier usuario del chakra —opino desapasionadamente—. Y es que cuando se trata de ninjas, la realidad supera a la ficción.
»De todas formas, en cuanto a tu pregunta: Los antiguos registros de la “guerra de fuego y hielo” conservados por mi familia coinciden en muchos puntos con las narraciones fantásticas de la historia que les contaron… Si, se mencionan a muertos levantándose y a combatientes congelados en cuestión de instantes. Pero las explicaciones están llenas de un lenguaje técnico que está más allá del interés o comprensión de un civil como yo… Puede que para un ninja sea un asunto diferente.
—Por supuesto. Cada quien investiga según sus intereses, ¿no? —alcanzo a señalar el Hakagurē, mientras se descubría.
—Ciertamente: Mis intereses al momento de investigar eran meramente geopolíticos, culturales y comerciales… sin embargo…
—¿Sin embargo…? —repitió el de ojos grises mientras se inclinaba hacia adelante, sintiendo que estaban a punto de revelarle algo importante.
—Sin embargo, y si es de su interés, se dé un sujeto muy versado en lo referente a los ninjas y a los elemento sobrenaturales de la historia local… —Kazushiro ya intuía, desde hace un rato, que el interés de aquellos jóvenes estaba en la legenda sobre el origen de la localidad. Y aunque para el resultase algo completamente fútil y hasta impropio, gustaba de, según los intereses de cada quien, proveer buen entretenimiento a sus huéspedes—. Vive en una vieja casa en el límite de pueblo. Les será fácil encontrarlo, pues es casi tan conocido como yo… Digo, si yo soy el guardián del patrimonio administrativo, él vendría a ser el guardián del conocimiento tradicional…
—Suena interesante, muy interesante… Para un ninja como yo, claro está —declaro, Kōtetsu—. ¿Qué piensas tú, Keisuke-san, es una historia digna de ser examinada?
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El peliblanco se manifestó poco después, por un momento empezaba a creer que se estaba durmiendo o que ya no le interesaba la historia del lugar, por mi parte fui escuchando atentamente lo que decía Sarutobi, pero no podían culparme de bostezar de vez en cuanto, Morfeo me estaba ganando la batalla.
—¿Cómo se llama el guardián del conocimiento?— Pregunté y di un gran bostezo que apacigüe con mi diestra, pero mis ojos seguían puestos en el anfitrión. No obstante, mis parpados empezaban a pesar cada vez más y más pesados.
—Podríamos ir mañana después del desayuno.— Propuse al moreno. —Ya que estamos aquí lo ideal sería conocer un poco sobre la historia de este lugar.— Admití mientras me ponía de pie, el edredón seguía abrazando a mi cuerpo, en mi mano quedaba la taza vacía y en el suelo y el cojín algunos rastros de las migajas de las galletas.
—Yo me retiro ya, tengo mucho sueño.— Dije un poco más suave y di pasos lentos hacia la puerta. —Que pasen buenas noches...— Sí nada me detenía mi figura se perdería en el pasillo y iría directo a mi habitación.
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— ¿Cómo se llama el guardián del conocimiento? —pregunto, luchando contra el sueño creciente.
— En el pueblo lo conocen como Shinda, o al menos así se hace llamar —aclaro Sarutobi.
— Podríamos ir mañana después del desayuno.— Propuso al moreno. — Ya que estamos aquí lo ideal sería conocer un poco sobre la historia de este lugar.
— Sí, me parece que eso sería lo mejor.
Ya era tarde y hacia frio, el sueño se hacía presente y el cansancio comenzaba a menguar las ganas de seguir de pie. Incluso el dueño del hotel se mostraba un tanto cansado por lo que debió de ser un día muy ajetreado.
— Yo me retiro ya, tengo mucho sueño.— Dijo un poco más suave y dio unos pasos lentos hacia la puerta. — Que pasen buenas noches...
— Está bien, descansa, Keisuke-san. —Hakagurē se despidió, viendo como aquel chico se marchaba a dormir.
— Aquel muchacho se fue antes de poder decirle algo más… —señalo Kazushiro, atormentado—. Quería agradecerles por prestarme tan agradable compañía, me ha servido para alejar dispersar un poco mis pensamientos.
— Yo lo veré mañana, si es importante, le puedo entregar el mensaje.
— Estupendo —dijo mientras rebuscaba en uno de los bolsillos de su gruesa y elegante túnica—. Dile que esto es un gesto de agradecimiento y cortesía.
***
Los rayos del sol apenas si se habían escurrido desde el horizonte, la claridad comenzaba a bañar aquella tierra blanca y la temperatura descendía hasta ser un poco más tolerable, al menos lo suficiente para alguien extranjero. El silencio reinaba en el Nido de cristal, menos en uno de sus pasillos, donde se escuchaba el rítmico y animado repiquetear de los golpecillos de Hakagurē contra la puerta de la habitación de Inoue… Era la presencia de un jovencito a la espera de que le abrieran para dar un importante ofrecimiento:
— Buenos días, Keisuke-san, tienes que ver esto —diría en cuanto divisara a un vespertino pelirrojo, mientras sostenía un par de tiques dorados—: Me lo ha dado nuestro hospedador, son un par de pases para que ambos recorramos la tundra en ciervo, a lomos de un ciervo y no en un trineo. ¿No es genial?
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Mis pies me llevaron hasta mi habitación, tardé un poco más de lo habitual ya que mis pasos eran bastante perezosos y la manta que me protegía me mantenía lo suficientemente cómodo como para acostarme en cualquier rincón de algún pasillo y pasar la noche ahí. Tras avanzar algunos cuantos metros, siempre bostezaba notoriamente, y esto se convertía en un ciclo que me acompañó hasta la puerta de mi cuarto, lugar en donde mi hermano yacía más que dormido, la luz estaba apagada, solo cerré la puerta y me tiré en la cama, mi parpados se volvieron tan pesados que abrirlos sería imposible y entonces mi cuerpo se encontraba descansando, por el contrario mi mente se encontraba en algún lugar lejano que seguramente no recordaría al despertar.
...
Luego de unas merecidas horas de descanso, finalmente me puse de pie, miré por la ventana y Haze estaba parado junto a ella con la manta envolviendo su cuerpo, escuché decirle que era demasiado temprano y que regresaría a dormir con la promesa de despertar una vez el sol se alzará en lo más alto.
Me levanté con cierta incertidumbre, pero con decisión me dirigí a la ducha y dejé el calentador abierto, me desprendí de mi kimono y lo doble lo mejor posible, claro con algunas cuantas desproporciones pero estaba aceptable según yo. El agua tibia recorrió todo mi cuerpo y agradecí el estado de relajación en el que me sumergí, unos minutos más tardes cuando estaba saliendo de la regadera escuché un llamado a la puerta de la habitación.
Toc
Toc
Toc
¿Quién será? ¿Acaso vendrán a limpiar tan temprano? Me preguntaba mientras protegía mi piel con la impecable y blanca bata de ducha, escurrí bien mis pies y salí, frente a mi se manifestó la viva imagen del shinobi de uzushiogakure.
— Buenos días, Keisuke-san, tienes que ver esto —
—Buenos días.— Sonreí y dirigí mi mirada a los boletos dorados, no sabía exactamente que decir, no obstante, el peliblanco no dejó tiempo a la duda ya que lo explicó en breves segundos.
— Me lo ha dado nuestro hospedador, son un par de pases para que ambos recorramos la tundra en ciervo, a lomos de un ciervo y no en un trineo. ¿No es genial?
—Eeemm— Dije lo suficientemente alto como para que él se enterase de mi tono de duda, realmente estaba imaginándome montado en un reno o algún animal parecido, sería una experiencia nueva. —Sí, genial.— Expresé en un tono poco convincente. "Genial... ¿No?"
—Estoy abierto a nuevas aventuras jeje y está será una de ellas.— Abrí la puerta y me hice a un lado. —Pasa, me termino de vestir en algunos minutos y podremos bajar a desayunar, bueno ya veremos sí vamos primero a la tundra o a donde... ¿Shinda?.— Pregunté para ver si mis oídos no me habían traicionado.
No tardé en cerrar la puerta una vez el moreno estuviese adentro y me puse a buscar los abrigos necesarios para un día fuera del hotel.
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—Estoy abierto a nuevas aventuras jeje y está será una de ellas.— Abrío la puerta y se hizo a un lado. —Pasa, me termino de vestir en algunos minutos y podremos bajar a desayunar, bueno ya veremos sí vamos primero a la tundra o a donde... ¿Shinda?.— Pregunto para ver si sus oídos no le habían traicionado.
El Hakagurē entro y se sentó a esperar pacientemente a que Keisuke terminase de conseguir las prendas adecuadas para el recorrido al cual le estaban invitando.
—Para mí también será algo completamente nuevo —admitió con un sutil tono de entusiasmo—: Se lo que se siente recorrer la verde pradera a lomos de un caballo, pero no me imagino como se sentirá el cruzar la tundra helada montando un ciervo.
Kōtetsu espero a que Inoue se ataviara como era debido, para luego bajar y llevarle hasta el comedor, donde podrían disfrutar de un abundante y energético desayuno. El peliblanco apenas si dijo palabra alguna mientras engullía una buena ración de panqueques, unas tortas gruesas y esponjosas que estaban adornadas con una delicada corona de mantequilla dorada y con una vasta capa de jarabe ambarino. Acompaño aquello con unas cuantas tiras de tocino crujiente, unos perfectos huevos estrellados y un café con leche tan espumosamente ligero como vigorizante.
Abandonaron el comedor para luego dirigirse hacia la dirección indicada por el Sarutobi, una especie de caballeriza localizada en las inmediaciones del pueblo. Mientras buscaban al que debía de ser el encargado, pudieron notar la variedad de criaturas que allí descansaban: no solo había renos y especie similares, sino que también había caballos con largas y densas crines, bueyes enormes y lanudos y variedad de perros destinados a trabajar como cazadores, guías y animales de tiro. Finalmente, y luego de preguntar a cada persona que encontraban, localizaron al encargado de los siervos, un sujeto de mediana edad jorobado y tuerto.
No paso más de una hora hasta que finalmente estuvieron en una fría colina a las afueras del pueblo. El sol brillaba con fuerza en un cielo despejado, haciendo que aquel blanco que se extendía infinitamente refulgiera maravillosamente. Allí esperaron a quien traería sus monturas, que llego al poco tiempo, tirando de las riendas a dos enormes criaturas astadas.
—Son bastante diferentes de cómo me las imaginaba —admitió—. Son considerablemente más grandes de cómo se ven en los libros ilustrados.
Mientras ambos ciervos esperaban, dejando escapar densas y cálidas nubecillas de sus hocicos. El encargado de los mismos les explico que eran animales pesados pero bastante agiles, con pezuñas que se abrían para tener mayor superficie y evitar así el hundirse en la nieve. Mientras el de ojos grises se acercaba a uno de ellos para sentir de cerca la suave y gruesa piel que les protegía, les aclaro que entre las especies que cuidaba aquella era conocida como reno. El resto eran detalles simples: Se comandaban de la misma forma que un caballo, había que tener cuidado con las astas y otro montón de cosas a las cuales no presto mucha atención.
—¿Estás listo para esto, Keisuke-san? —pregunto mientras que en su rostro se formaba una media sonrisa.
Y así, las monturas yacían listas y a la espera de ser abordadas y guiadas.
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Tras cerrar la puerta, saqué un pantalón y una franela manga larga, guantes, gorro, una chaqueta, una bufanda y unas botas; esperaba que no se me escapase nada... Fue cuestión de minutos para verme envuelto de toda aquella maraña de tela, bueno lo único que no me había puesto encima era la chaqueta, que la llevaba en el brazo. Vestía con una botas negras, pantalón azul agua, franela gris con detalles en blanco, los guantes y el gorro eran blanco igual, mientras que la bufanda era azul y la chaqueta roja fluorescente. Tiré una mirada breve a mi hermano quien yacía postrado en su cómoda cama y entonces abandoné la habitación en compañía del moreno.
...
—Te va a dar un dolor de estómago...— Mencioné al pensar el revoltillo que haría el estómago del peliblanco, panqueques con tocino y huevo frito... Una bomba que estallaría en cualquier momento, o bueno eso era a mi parecer; por mi parte comí solo los panqueques con sirope y jugo de naranja, me tomé mi tiempo picando y comiendo trozo por trozo, todo con calma ya que aún tenía un poco de sueño.
...
Nuestros pasos nos llevaron hasta el establo que estaba a unos cuantos metros del hotel, y yo ya tenía mi chaqueta de color escandaloso puesto, el frío del exterior era azotador y mi piel ya se había erizado, mi cuerpo agradeció el calor que mantenía con la nueva prenda y aún más cuando nos refugiamos en el interior del establo. Mis orbes pasearon lentamente por cada uno de las áreas, observando a aquellos caballos que parecían bien cuidados y con un pelaje esplendido, un poco más allá logre ver una hermosa manada de lobos, tenían porte, presencia, decisión en sus miradas... Realmente me llamaron mucho la atención; y un poco más allá estaba un señor jorobado quien era el encargado de los siervos, nos dio una instrucción y fue cuestión de tiempo para volvernos a encontrar en el exterior.
—Ahí vienen.— Anuncié mientras la figura del señor se acercaba con dos bestias atadas por unas cuerdas. —Sí, yo no había visto uno tan cerca...— Admití cuando estaba frente al animal, sus cuernos se alzaban como las raíces de un árbol. El encargado estaba diciendo varias cosas importantes sobre los renos, pero mi atención estaba en el tamaño y presencia que imponían.
—Supongo que sí, y ¿tú?— Tras el comentario, me subí al reno colocando los pies en cada uno de los agarres y tomé el mando con ambas manos. —Con tal de que no salga corriendo todo estará bien jeje. Bien ¿por donde es el camino?— Miré en todas las direcciones buscando la sendera indicada.
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—Con tal de que no salga corriendo todo estará bien jeje. Bien ¿por dónde es el camino?— Miro en todas las direcciones buscando el sendero indicado.
El guía se tomó unos minutos para explicarles que no existía tal camino, pues cualquier sendero que hiciesen a través de aquellas blancas llanuras no tardaría mucho en ser sepultado bajo la territorial nieve. Tenían aquel vasto e interminable terreno para recorrerlo libremente, sin las limitaciones impuestas por los aburridos caminos… Podían permitir que sus monturas corriesen con total libertad, a campo traviesa y sin una dirección determinada. Y sin importar cuanto se alejasen, no tendrían que temer por como regresar, pues aquellas magnificas bestias estaban entrenadas para volver a casa. Claro, aquello no implicaba que no hubiesen peligros ocultos en la blanca belleza de aquel paraje; tenían que tener cuidado con las caídas o con las tormentas de nieve repentinas, capaces de jugarle una mala pasada a cualquiera que se sintiese demasiado confiado y olvidase lo salvaje que era el lugar en donde estaba.
—Entonces andaremos con cuidado —afirmo el Hakagurē mientras acomodaba sus pies en los estribos.
Y así agito suavemente las riendas y su montura comenzó a andar con paso firme. Espero a que Keisuke le imitara y se apresurara a alcanzarle mientras iban dejando atrás al cuidador de los renos.
—Vamos, Keisuke-san, tienes que mostrar seguridad al estar sobre una montura —señalo el de ojos grises al verle un poco inseguro—. Con este tipo animales, si muestras inseguridad, podría confundirse y terminar provocando algún accidente.
Agito con fuerza las riendas de su reno y le hizo dar algunas vueltas alrededor del pelirrojo.
—También es buen momento para decirte que las ordenes suaves son para movimiento lentos y las fuertes para movimientos rápidos, se comanda con las riendas y los estribos —aseguro, utilizando la experiencia que tenía con criaturas similares—. Y aunque parezcan criaturas delicadas, son bastante fuertes, por lo que has de utilizar bastante fuerza para asegurarte de que no se pongan rebeldes e intente tumbarte.
El Hakagurē se mantuvo a paso lento, mostrándole a su compañero como se hacía hasta que este hubiese tenido una idea general de cómo se comandaba una montura. Todo aquello mientras los minutos pasaban, haciendo que el pueblo se viese como una lejana isla negra que se iba haciendo más pequeña en aquel inmenso mar blanco.
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—Entendido— Manifesté una vez el encargado explicó la metodología que deberiamos seguir, ningún camino en específico y que no nos preocupásemos ya que los renos sabrían guiarnos, mantener la seguridad y ser consciente de aquellos factores que podían tomarnos por sorpresa, como una ventisca.
Tomé las riendas entre mis manos pero no estaba seguro del todo, ¿Debía halar a un lado? ¿Hacia atrás? ¿Cómo hacía que siguiera en linea recta? El peliblanco quien sabía lo que hacía se apresuró en demostrar sus habilidades y luego compartir algunas generalidades básicas conmigo...
—Vamos, Keisuke-san, tienes que mostrar seguridad al estar sobre una montura —Manifestó al percatarse de mi inseguridad.—. Con este tipo animales, si muestras inseguridad, podría confundirse y terminar provocando algún accidente.
Y como otra demostración empezó a hacer que el reno caminase en círculos, respiré y trate de hacer un movimiento suave, golpe un poco los estribos y mantuve la cuerda en mi mano, al parecer fue muy suave por lo que dí otro un poco más fuerte y el reno empezó a andar entre la nieve, había sido bastante fácil, solo esperaba que siguiera así y saltarme alguna indicación de mi acompañante.
—Creo que lo tengo, ¿Por donde vamos entonces?— Ciertamente ya habíamos tomado un rumbo, alejándonos del poblado, pude asegurar que cada vez se hacía más lejano y que en breves momentos estaríamos envueltos en pura nieve.
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—Creo que deberíamos dejar que nuestro amigos nos guíen —dijo refiriéndose a los renos—. Después de todo ellos conocen la zona mejor que nosotros.
La idea de caminar sin rumbo sobre aquellas cálidas bestias era demasiado tentadora como para dejarla pasar. Su paso firme, el sonido de la nieve bajo sus pezuñas y su fuerte respiración hacían que aquello fuese una experiencia un tanto primitiva. Las criaturas se desplazaban con serenidad por entre las colinas cubiertas de hielo y las hondonadas llenas de nieve. Sin órdenes específicas, se movían con libertad y docilidad.
Antes de darse cuenta el pueblo de Hakushi habia desaparecido, una negra pieza de civilización en un inmenso y primitivo reino blanco. Un sitio de lejana soledad; solo dos muchachos con sus confiables monturas, en cuyos oídos susurraban los cantos del viento helado, cantos que les hacían apreciar aquella fría paz.
—¡Mira eso, Keisuken-san! —exclamo repentinamente el peliblanco, señalando al frente.
Como una extraña especie de accidente geográfico, se habían encontrado con una inmensa llanura blanca, una circunferencia rodeada por las irregularidades típicas del terreno. Se le veía tan plana y bonita… tan inmaculada y atrayente.
De pronto, el de ojos grises pudo sentir como su montura se tornaba inquieta. La criatura se vio cautivada por aquella zona, sintiendo la necesidad de adentrarse velozmente en la misma, de recorrerla a toda prisa y estirar sus músculos… ¿Quién podría culparla por aquello? Sus instintos les habían llevado hasta allí, y ahora clamaban por más.
—Parece que estos chicos quieren correr un poco —le dijo a su acompañante—. ¿Qué te parece si les damos el gusto y hacemos una galopada?
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—Creo que deberíamos dejar que nuestro amigos nos guíen —dijo refiriéndose a los renos—. Después de todo ellos conocen la zona mejor que nosotros.
—Vale, espero que realmente sepan el camino de regreso.— Aflojé un poco la cuerda para dar cierta libertad a la bestia y que siguiera el camino que quisiera, claro sin permitir que se alejase del otro reno.
Las bestias caminaron con calma, podía sentir algunas corrientes de viento frío en mis oídos, bueno a través del gorro; ciertamente se sentía el silencio y los ruidos de la naturaleza eran una buena recompensa, el paso de los renos y la paz del ambiente. Todo se encontraba en armonía, hasta que...
—¡Mira eso, Keisuken-san! —exclamo repentinamente el peliblanco, señalando al frente.
Guié mis ojos por la señalización del peliblanco hasta localizar aquella, era más que evidente que podría llamar la atención de cualquiera que pasara por ahí. —¿Qué será ese lugar? ¿Tendrá algún significado?— Pregunté a mi acompañante, ciertamente tenía inquietud por el nuevo hallazgo, quizá esa zona tenía alguna historia interesante.
De la misma manera que el reno de mi compañero se emocionó, el mío hizo lo mismo, parecía querer correr y llegar rápido al círculo, sin embargo, mis manos hábilmente tomaron las riendas del asunto y detuve el ataque efusivo de mi animal. No obstante, Koutetsu no pensaba lo mismo...
—Parece que estos chicos quieren correr un poco —me dijo—. ¿Qué te parece si les damos el gusto y hacemos una galopada?
—Supongo que está bien...— Dije sin muchos ánimos, a mi mente vinieron todas las advertencias que nos había hecho aquel señor, más limité por mucho tiempo al reno, dejé que se desbocara hacia el campo y me aferré a su cuerpo para evitar caerme o algo por el estilo, tenía la sensación de que la nieve podría volverse traicionera.
—¿En donde estaremos? Seguro que los aldeanos sabrán algo sobre este lugar.— Comenté una vez hubiéramos llegado.
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—¿En dónde estaremos? Seguro que los aldeanos sabrán algo sobre este lugar. — Comento una vez hubieron llegado.
—No lo sé… Es muy plano, como si fuese un lago congelado. —Se fijó con más cuidado en la superficie y en como las patas de su montura golpeaban la misma—. Pero yo diría que es una tierra congelada, una porción de llanura.
Los renos galopaban con relativa suavidad, animados por la planicie que se extendía alrededor de ellos. A lo lejos podían verse las colinas, y más allá las montañas. A Kōtetsu le resultaba fascinante y casi increíble que a poca distancia de allí existiese un asentamiento; aquel paraje era tan hermoso y salvaje que parecía ser inadecuado para los humanos.
—Esto es muy evocador —reflexiono el peliblanco—; Creo que este sitio se hace hermoso debido a que solo estoy de visita y tengo un sitio cálido al cual regresar… ¿Pero te imaginas como debieron sentirse aquellos que colonizaron estas tierras? Atrapados en un lugar frio y basto, sin posibilidades de huir y sin un hogar al cual regresar.
Ahora estaban casi en el centro de aquella circunferencia extrañamente plana y perfecta, bajo un cielo donde las heladas nubes se atravesaban ocasionalmente en el camino de los cálidos rayos del sol. Repentinamente la temperatura bajo aún más, y desde lejanas alturas comenzaron a caer ligeros copos de nieve. El viento comenzó a soplar con fuerza y aquellas nobles criaturas que les servían de monturas se juntaron en una serie de movimientos llenos de nerviosismo.
—Oye, eso es… —dijo, refiriéndose a lo que parecía ser una nube que había descendido hacia la tierra y que se revolvía en el borde exterior de aquella planicie—. Parece una polvareda, pero de nieve, y con mucho viento.
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—No lo sé… Es muy plano, como si fuese un lago congelado. —
—Por lo menos tengo la confianza de que sí es un lago no estamos caminando por hielo quebradizo.—
Seguimos avanzando a un paso lento y movimientos delicados por parte de nuestras monturas, a lo lejos la imagen de unas montañas se hacían cada vez más y más cercanas, sus picos blancos por las capas de nieve se alzaban en lo alto como sí fuesen a acariciar el firmamento.
—Creo que este sitio se hace hermoso debido a que solo estoy de visita y tengo un sitio cálido al cual regresar… ¿Pero te imaginas como debieron sentirse aquellos que colonizaron estas tierras? Atrapados en un lugar frío y basto, sin posibilidades de huir y sin un hogar al cual regresar.
Por un momento me imaginé la escena que planteaba mi acompañante, efectivamente debieron ser caóticas las adversidades por las cuales tuvieron que pasar los primero extranjeros en llegar. —Imagino que ellos sabían lo que hacían, estaban corriendo riesgos que debían afrontar tarde o temprano...— Comenté con una sinceridad que demostraba poco humanismo.
Justo cuando estábamos en la mitad de la planicie, los renos se comportaron de una forma extraña, se pusieron nerviosos y parecieron juntarse, la temperatura se sentía más fría pero era debido a una ráfaga de viento que arrastraba varios copos níveos.
—. Parece una polvareda, pero de nieve, y con mucho viento.
—Creo que es mejor regresar, ha de venir una ventisca, un alud o algo así, no sé.— Agarré con fuerza las riendas de mi reno e intenté hacer que girara para volver por donde habíamos venido. —Vamos!—
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Kōtetsu escucho las sensatas palabras de su compañero, y estuvo de acuerdo en que era mejor regresar antes de que el clima pudiese hacerles una mala jugarreta. Después de todo, aquel lugar ya era bastante hostil en la época de su colonización, y no había motivo para que cientos de años después las cosas fueran distintas.
—Sí, creo que ya paseamos lo suficiente —concedió, mientras tiraba de las riendas de su montura para que se pusiera en marcha.
Las criaturas comenzaron a avanzar decididamente, seguras de hacia dónde quedaban los cálidos establos que ahora anhelaban. De a poco se fueron acercando a la periferia de aquel enorme círculo, de a poco la nube de nieve se iba haciendo más cercana, más grande, más oscura… más fría. Adentrarse en aquella aglomeración nevada, densa y rugiente resultaba ser sobrecogedor, pero quedarse allí y esperar a que se dispersara —si es que llegaba a hacerlo— era una idea claramente terrible.
—¡Permanece cerca de mi Keisuke-san! —le advirtió a su compañero en cuanto dejaron la solitaria llanura.
Un consejo sensato, aunque un tanto difícil de acatar dadas las circunstancias…
Aquella vastedad de polvo helado y arremolinado lucia hermosa y serena desde el exterior, como el perfecto y sobrenatural retrato de una mujer de las nieves. Pero en su interior demostraba tener una naturaleza caótica y agresiva: el viento, portador de incontables fragmentos hielo pequeños y afilados como agujas, cambiaba constantemente de dirección con una malicia casi humana. El rugir entristecedor y monótono resultaba casi tan desagradable como la poca visibilidad que había allí adentro; pues eran víctimas de una ceguera blanca que apenas les permitía ver que era lo que tenían enfrente.
Aquellos caribúes sobre los que montaban parecían no estar tan afectados por las inclementes condiciones, y aun así se les podía notar cierta incomodidad al tener que avanzar lentamente, tropezando con las distintas irregularidades del terreno. El Hakagurē no pudo evitar sentir un poco de envidia de aquella piel gruesa y cálida, pues sus ropas, pese a estar fabricadas para aquellos climas, resultaban ser verdaderamente ineficientes para las condiciones más extremas. En aquellos momentos comprendía que resultaba mejor estar vestidos como la gente del pueblo, con un montón de pieles gruesas y lana, que como lo hacían los turistas, con prendas excesivamente adornadas y elegantes que fallaban con la primera ventisca que les azotara.
—¿Keisuke-san, como estas? —grito a todo pulmón, sintiendo como el aire helado penetraba en ellos y como las agujas de nieve castigaban su piel.
Los renos estaban entrenados por el hombre para dirigirse inexorablemente a su hogar, y yacían condicionados por sus instintos de manada para mantenerse juntos a través de la tempestad. Gracias a ello, su compañero se encontraba cerca, sufriendo tanto como él y más que sus monturas, pero al menos no se perdería.
De pronto, el fiel animal sobre el que andaba Keisuke bajo su velocidad, para luego llevarse un sobresalto y encabritarse hasta que consiguió tumbar al muchacho. Era como si la criatura hubiese tropezado con alguna raíz —como si allí hubiesen arboles— o se hubiera asustado de algo. Pronto, el caribú del de ojos grises se acercó a inspeccionar como estaba su compañero animal. Siguiendo aquel buen ejemplo, el muchacho abandono su montura para acercarse a verificar el estado del pelirrojo luego de aquella gran caída.
—¡¿Keisuke-san, estas bien?! —indago con fuerza, para hacerse oír sobre la tormenta.
Nivel: 16
Exp: 28 puntos
Dinero: 3500 ryō
· Fue
· Pod
· Res
· Int
· Agu
· Car
· Agi
· Vol
· Des
· Per
Me sentí aliviado cuando el animal entendió bien el mensaje y comenzó a andar más rápido hacia le exterior del circulo gélido, sus pasos se movían con decisión a llevarme a la seguridad de las cercanías del poblado, incluso el peliblanco se había vuelto y con sensatez galopaba a mi lado, sería cuestión de minutos para poder sentirme a salvo de aquella amenaza inminente. No obstante, esa sensación de bienestar no duró más que unos pocos minutos, ya que la temperatura bajó y la iluminación fue descendiendo poco a poco ¿cómo sabía sí íbamos en el sentido correcto? Lo único que era claro es que la tormenta nos estaba alcanzando y aquello era mala señal.
En mi mente se iban dibujando diversas complicaciones que podríamos tener, como vernos sepultados bajo varios metros de nieve y que nadie nos encontrase... Una muerte trágica...
—¡Permanece cerca de mi Keisuke-san! —
—¿Eh?— El lejano murmullo de Koutetsu me sacó de mis pensamientos, volteé a ver cuan lejos estábamos el uno del otro, una excelente idea, era mejor permanecer juntos. Guié al ciervo a su homólogo. —Será mejor que nos demos prisa!.— Vociferé, aunque me encontraba prácticamente al lado del moreno, el ruido de la ventisca contaminaba constantemente nuestros oídos.
Repentinamente sentí que el que nuestro avance disminuida, al parecer las monturas tenían algún tipo de dificultad, quizá la nieve estaba calando en sus huesos o que podría decir, el punto era que sus pasos se volvieron dificultosos, más mecánicos o algo así, seguramente la nieve estaba subiendo de nivel y por eso costaba más su desplazamiento. Mis ojos se centraban en el camino delante de nosotros, bueno lo escaso que podía ver, que era prácticamente una lejanía gris con muchas motas blancas empujadas por las fuertes corrientes aéreas, prácticamente todo un paisaje de fin del mundo, fin de nuestras vidas.
—¿Keisuke-san, como estas? —grito a todo pulmón, sintiendo como el aire helado penetraba en ellos y como las agujas de nieve castigaban su piel.
La ventisca iba creciente e implacable, incluso podía sentir como trozos de hielo atentaban contra mi ser y mi pobre reno, ¿estaría bien? ¿Estaría acostumbrado a este tipo de actividades? Dudé más de un segundo en responder, sobre todo porque no sabía sí estaba realmente bien, físicamente sí, pero... ¿Mi fortaleza mental donde estaba? ¿Mi voluntad? Relamí mis labios, el paisaje seguía igual que antes y eso me preocupaba mucho. —Eh.. Bueno.— Comenté, aunque la tormenta ahogaría mis palabras con facilidad. —Sí! Todo bi...— Un movimiento anormal e imprevisto me llevó al suelo, me aferré a la cuerda del animal, pero mi caída fue inevitable, solté las riendas para no malograr a la bestia, solo temía que se fuera corriendo.
—¡¿Keisuke-san, estas bien?! —
—¿QUÉÉÉ?— Grité porque no logré escuchar el susurro del peliblanco. —CREO QUE CHOCAMOS CON ALGO NO ESTOY SEGURO!— Comenté y me incorporé lentamente luchando con la fuerza del viento, las pequeñas piedras gélidas seguían golpeándome con fuerza, le di mi espalda al viento para evitar que algunas de ellas llegase a herir mi rostro con gravedad.
Me acerqué rápidamente al reno para volver a montarlo, sin embargo, me detuve antes a corroborar sí él podría seguir llevándome en su lomo. Acaricié su hocico con un suave movimiento. —¿Estás bien?— Murmuré esperando a que me entendiera, me agaché a verificar sus patas delanteras, aunque estaban cada vez más hundidas en la nieve sería cuestión de algunos minutos y volvernos a poner en marcha.
—CREO QUE NO TIENE NINGÚN DAÑO!— Comenté aunque no estaba del todo seguro de lo que decía. De todas formas volvería a buscar la manera de subirme, sí el animal me lo permitía claro y retomaría el rumbo al poblado, esa serían mis intenciones.
Hablo - "Pienso" - Narro
Color de diálogo: Limegreen
Byakugo no In: Inicio 19/04/2018
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