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Nuevamente me encontraba rodeado de la blanca nieve, después de ese último golpe empezaba a dudar sí podríamos ganar o no, sobre todo porque nuestro rival no lucía nada cansado...
El bosque de pilares cristalinos se mantuvo en pie, entre su transparencia pude ver los otros dos cuerpos moverse, la lucha continuaba. "Koutetsu sí que tiene energías" Me dije y entonces me fui incorporando lentamente hasta estar totalmente de pie.
No tardé mucho en comenzar a dirigirme hacia donde se encontraba la acción, quizá no tan rápido como lo hacía le peliblanco, debido a que estaba intentando recuperar bien el aliento, cosa que tardaría unos segundos, porque el mismo frío del lugar parecía robármelo. De nuevo el canto de dolor y tristeza se manifestó llevandose por delante todo a su alcance, la onda de energía iba de lleno al nativo.
"Es hora de apoyar." Me motive, entonces me puse las pilas y busqué al guerrero para asestar un golpe, ver lo que ocurría o hacer algo, no sabía el qué, pero algo debía venirme a la mente. Los pilares terminaron cediendo ante la técnica del moreno, no obstante, el verdadero ataque venía con la espada de éste, quien no pudo encajar su filo en su rostro, pero sí en su hombro, por lo menos era mejor que nada.
Empecé a correr en su dirección para cerrar la brecha que nos separaba, el guerrero nuevamente agarró el metal, pero nada sucedió. "Koutetsu lo sabía, por eso se acercó tanto..." Me aseguré ante la información descubierta.
En pocos segundos ya estaba al lado de ambos combatientes, pero mi objetivo era único, esta vez usaría ambos puños, no quería que la corteza gélida protegiera del todo a mi objetivo, lancé primero el diestro y luego el siniestro directamente a su nuca nuevamente; esta vez sí lo teníamos encerrado, cedería a mi ataque o al del shinobi, pero uno de los dos tendría que darle de lleno.
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La asistencia de Keisuke fue tanto necesaria como oportuna: el enemigo se encontraba lidiando con el acero que mordía su brazo, indiferente al frio capas de desintegrar el metal, dueño de un titilante brillo blanco que comenzaba a parecerle inquietantemente mortuorio. La oportunidad permitió que el pelirrojo se acercara lo suficiente como para atacar. El primero de sus golpes fue evadido con un quebradizo escudo de hielo, más el segundo encontró carne y hueso que malograr en un brazo atravesado a modo de improvisada defensa.
El nativo no pudo evitar que su pétrea mascara se rompiera con un gesto de dolor, y no pudo evitar que su sepulcral silencio se desvaneciera con un aullido de aflicción. Se apartó con un salto, refugiándose tras algunas de las columnas de cristal. Su brazo derecho había quedado con una profunda cortada que vertía sangre sin pudor alguno; su brazo izquierdo dejaba asomar un pequeño hueso que sobresalía de la piel de una mano maltrecha.
Aquello bien podía considerarse como una pequeña victoria, tenue y pasajera.
—¡Es momento! —grito una voz desgastada que llego hasta el centro de aquel frio bosque—. ¡Deben de atraerlo hacia la casa, hasta donde estaban ustedes cuando llego!
Los jóvenes escucharían aquello, pero la tarea se les antojaría difícil, si no es que imposible por naturaleza: hacia ellos, totalmente descubierto, caminaba el Seltkalt. Sus heridas estaban cubiertas por una nievecilla sanguinolenta, acaso una especie de cataplasma improvisada. Su mirada mostraba una cruel resolución, obvia en el sentido de anunciar lo pronto que tenía planeado terminar con aquel combate. Puede que fuera odio o respeto, lo cierto es que planeaba acabar con ellos con su próximo ataque; una muerte simultánea, concebida a través de un breve pero frio pensar; rápida, fría, memorable...
Sabiendo que no se les permitiría volver a siquiera rasguñarle, el joven de Uzushio comenzó a correr hacia la casa. Se movía con cierta torpeza y cansancio, como una carnada demasiado tentadora… Y sin embargo, su oponente se mantenía frio y lento, pues estaba más que seguro de lo fácil que resultaría darles alcance si trataban de refugiarse en aquel refugio de nuevo.
—Es nuestra última oportunidad. Debemos de regresar a nuestros puestos de ataque.
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No volvería a cometer el mismo error, esta vez rompí la capa de hielo con el primer puñetazo y con el segundo le dí directamente a él, escuché un quejido de su parte y tuvo que alejarse de nosotros, escondiéndose detrás de uno de los pilares de hielo, dejó un rastro rojo brillante que hacía contraste con la blanca nieve.
—Bien, le dimos!— Emití animado por aquel punto a nuestro favor.
—¡Es momento, deben de atraerlo hacia la casa, hasta donde estaban ustedes cuando llego!
Finalmente buenas noticias, bueno, casi buenas, estabamos un poco lejos de dónde deberíamos y ahora el guerrero estaba más enojado que antes, su brazo tenía un trozo de escarcha con restos de sangre. —No se ve muy contento, creo que deberíamos empezar a retroceder...— Bastó decir eso para que el peliblanco empezara a moverse hacia la casa de Sarutobi.
Rápidamente retrocedí dando un salto atrás y golpeé el suelo con potencia, otro puñetazo energizado, el mismo debía hacer estallar la escarcha acumulada en la superficie y hacer una especie de cortina nívea, o por lo menos esa era la intención, después de ello no dudaría más y empezaría a desplazarme a la misma dirección que el moreno.
—CORREEE!— Vociferé mientras movía mis piernas lo más rápido que podía, de vez en cuando miraba de reojo al nativo por sí se acercaba con un ataque fatal o algo por el estulo.
—Es nuestra última oportunidad. Debemos de regresar a nuestros puestos de ataque.
—Espero que esté todo listo!— Admití mientras encomendaba mi vida a los dioses.
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Keisuke se encargó de proporcionar una cobertura para aquel acto de reagrupación, que a ojos del nativo debía parecer una especie de huida desesperada. Lo cierto es que ambos jóvenes estaban movidos por un grado considerable de desesperación, pero aquello estaba lejos de ser una simple huida, y más cerca de ser su pasaje hacia a la supervivencia, sinónimo de victoria aquel día.
Kōtetsu se acercó a la casa tan rápido como pudo, para luego recorrer la pared hasta llegar al destrozado postigo en donde se había estado resguardando hasta hacia poco.
Justo en el momento en que el pelirrojo llegase a su lado, seria cuando desde los pilares de hielo emergería un frio y determinado Seltkalt. Un viento violento se arremolino a su alrededor mientras inclinaba el cuerpo hacia adelante. Los jóvenes podrían reconocer con facilidad que planeaba usar aquella técnica de desplazamiento, la que le permitía moverse tan rápido y certero como el rayo. Al de ojos grises solo le dio tiempo de dirigir una mirada a su compañero, de comenzar una secuencia de sellos y de rezar a los dioses locales para que el Inoue entendiera su plan y se sumara al mismo.
En un instante el guerrero blanco atravesó la distancia que les separaba y se abalanzo sobre ellos. Con una velocidad de locura, sobre sus manos se formaron poderosas hojas de hielo que esgrimió sin clemencia; ante sus ojos se presentó la imagen de aquel ataque simultáneo teniendo éxito, partiendo y despedazando diagonalmente los frágiles cuerpos de aquellos dos niños.
Se inclinó sobre el suelo mientras esperaba el brotar de la sangre; pero… no hubo sangre, ni viseras derramadas: en aquel lugar, en donde había golpeado, solo había un par de viejos baúles destrozados o espacio vacío. El enemigo lo había atrapado con la vieja artimaña de la Técnica del Reemplazo de Cuerpos, un truco sencillo pero decisivo cuando era bien utilizado. Sin darle oportunidad de orientarse, el Hakagurē se abalanzo contra él, blandiendo su espada desde un extremo del desolado ático…, esperando que su compañero le asistiera en la arremetida final.
—¡Deben abandonar el ático o quedaran atrapados! —grito el anciano Sarutobi, haciendo acopio de fuerzas; y utilizando un tono que daba a entender de que pondrían en marcha su plan aunque ellos se viesen atrapados en medio
Pero aún estaba la gran cuestión: debían de inhabilitar a su oponente durante el tiempo suficiente como para retirarse sin ser perseguidos… Era cuestión de todo o nada.
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Seguí de cerca los pasos del moreno hasta llegar al hogar de Sarutobi, en unos pocos segundos me encontré a la par del mismo, imité su acción al mirar el bosque de hielo y entonces pude notar la presencia del Seltkalt, se estaba preparando para venir a acecharnos, incluso las ráfagas a su alrededor era signo de que venía con todo.
Koutetsu me lanzó una mirada directa, y empezó a hacer sellos, ¿quería hacer una finta? No, o sea sí, pero era algo más, conocía aquella secuencia de sellos y alarmado empecé a realizar la misma en vista de que él ya había comenzado, la imagen de nuestro agresor se acercó en un abrir y cerrar de ojos y arremetió de lleno contra nosotros, en ambas manos tenía sendas cuchillas de cristal, lanzó varios cortes a mi cuerpo y la farsa se vio, detrás de una cortina de humo se vio una caja de madera, de aquellas en las que el anciano guardaba sus artículos.
Koutetsu utilizó aquella treta como distracción para dar un contraataque directo hacia él, deslizó su sable de un lado a otro, justo iba a acercarme para dar apoyo físico y moral, pero entonces escuché la voz del guardián del conocimineot.
—¡Deben abandonar el ático o quedaran atrapados! — Anunció
"Rayos!! Espero que sirva..."
—Cuidado!—Nuevamente uní mis manos, entrelazandolas haciendo un par de posición de manos y en cuestión de milisegundos. —Suiton: Mizuame Nabara!!— Escupí un chorro líquido viscoso directamente hacia el guerrero, con la esperanza de hacerle caer en la misma técnica que había servido en aquella oportunidad.
—Salgamos de aquí!— Exigí al peliblanco mientras me acercaba al lugar en donde una vez hubo una ventana. —No hay tiempo que perder!—
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La arremetida de Kōtetsu fue mitigada por una postura firme y otro de aquellos molestos escudos de hielo. Su espada fue a parar al suelo, mientras el retrocedía por la fuerza del choque. Un instante después, Keisuke se acercaba al nativo, realizando una secuencia de sellos; el guerrero vio venir aquello que se planeaba, por lo que giro, se agacho y alzo sus largos y delgados brazos, abrió sus frías manos y espero como si fueran trampas caza conejos.
—¡No lo permitiré! —vocifero el peliblanco, al tiempo que se abalanzaba sobre el agazapado enemigo.
En un arranque de temeridad momentánea (arrastrado por la embriagante combinación de valor y desesperación), sujeto con fuerza ambos antebrazos del nativo. Sintió un frio tan penetrante que imagino sus huesos resquebrajándose como cristal; pero aun así se mantuvo firme, superando el entumecimiento. Pero, pese a sus esfuerzos, la fuerza de su rival era demasiada como para provocar que sus brazos cedieran. Por puro instinto —y también por el recuerdo de una dolorosa lección a su curiosidad—, reunió cuanto chakra pudo en sus manos; canalizo la energía hasta la punta de sus dedos, densificándola hasta el punto de generar un calor considerable. Era aquella vieja técnica conocida como Sello del Tallado de Dedos. El Seltkalt profirió un grito mientras la carne era quemada, mientras que los dedos del muchacho creaban surcos en la pálida piel, cauterizándolos al instante. Sus brazos cedieron al dolor. Dio un cabezazo al moreno y se arrojó al suelo buscando alivio, justo a tiempo como para que la técnica del pelirrojo le diera de lleno y lo dejara confinado a la superficie de madera.
—Salgamos de aquí!—dijo Keisuke.
El Hakagurē se puso en marcha, dejando atrás a un enemigo que yacía con el rostro pegado al piso; arrojando maldiciones de carácter ininteligible mientras se retorcía salvajemente. Bajo de un gran salto y corrió cuanto pudo, alejándose de la casa hacia donde ahora yacían el anciano Sarutobi, la mujer temperamental y la niña nativa.
—Lograron retirarse justo a tiempo —aseguro el anciano, mientras tensaba un arco que sostenía una flecha en llamas.
Los jóvenes habrían de llegar hasta su grupo, en buen momento para escuchar como el suelo de roble del ático se quebraba, como nuevas masas de hielo comenzaban a tomar forma. El Sarutobi disparo la flecha, formando un gran arco con su trayectoria destinada a culminar en el ático destrozado.
Todos contuvieron el aliento, preparados para lo que viniese… Estaban preparados para que el plan —pese a no tener idea de cuál era— funcionase a la perfección. Y quien sabe, quizás estaban también preparados para que todo fallara, para aceptar el fracaso y la consecuente muerte.
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Si no hubiera sido por el apoyo del moreno, el guerrero hubiera evitado mi ataque y nosotros habríamos pasado a ser parte de la historia de ese pueblo, sí es que alguien nos recordaba... Sin embargo, todo funcionó bien, no como lo tenía pensado pero estábamos vivos, que era lo importante.
El Seltkalt terminó pegado completamente al suelo, incluso su cara estaba adherida a la masa viscosa como sí de un chicle se tratase, y mientras más intentaba quitarse menos podía hacerlo... En fin, ese fue el momento en que pudimos saltar nuevamente al exterior, sentir nuevamente el frío de afuera no era muy alentador.
—Lograron retirarse justo a tiempo —Aseguró Sarutobi, mientras apuntaba con un arco y flecha al ático. No tardó mucho más en soltar la tensión que enviaría el misil, la misma iba dirigida al lugar en donde estabamos hace unos escasos segundos.
Miré con atención lo que ocurriría, ¿serviría? Mi corazón latía aún más rápido, mi cuerpo estaba agotado, no estaba del todo seguro de poder seguir peleando o empezar una huida a máxima velocidad. Aunque el plan no tenía al cien por ciento mi confianza, sí me quedé esperando a conocer la respuesta del mismo, sobre todo por el desgaste físico que llevaba conmigo.
Quería hablar, tenía muchas dudas, pero mi voz no salía, simplemente mis orbes estaban puestos en la casa del guardián, lo único que podía hacer era esperar y aprovechar ese tiempo para descansar y quizá recuperar un poco el aliento.
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La flecha trazo una perfecta parábola, golpeando con inesperada precisión una vasija cercana al Seltkalt. La fina cerámica se resquebrajo, regando el contenido por el suelo y uniéndolo con la mescla acuosa en donde estaba atrapado el pálido cuerpo. En aquel instante, el enemigo pudo percibir una mescla de olores que, sin lugar a dudas, pertenecían a multitud de compuestos inflamables; en aquel instante sintió el verdadero terror, al ver como la débil llama de la flecha comenzó a crecer y a esparcirse, al saberse atrapado en una trampa que pronto prometía convertirse en un infierno ardiente.
Desde el exterior, los “aliados” observaron, tensos, como del ático comenzaban a emerger nubes de humo oscuro; cada vez más densas, cada vez más grandes.
«¿Planea atraparlo en un incendio? ¿Será eso suficiente?» se atrevió a preguntarse a sí mismo el peliblanco, aunque si había una respuesta, él no quería que se la dijesen.
El humo comenzó a dar paso a las llamas, grandes y danzantes; y las llamas dieron paso a explosiones, agresivas y retumbantes. Producto de todas las sustancias inflamables que allí yacían, el ático se había convertido en un colorido infierno: El negro insondable del humo y el rojo, naranja, amarillo del fuego.
La victoria parecía estar completa cuando la cabaña entera se encontraba ataviada por un vestido de flamas.
—Esto aún no ha terminado —declaro el anciano, matando cualquier ilusión que pudiese asomarse en los rostros de sus aliados—, un simple incendio no bastara para matar a un guerrero como aquel.
Y como si sus palabras fuesen certeras sentencias, el crujido de las llamas devorando el roble se detuvo completamente. El fuego desapareció del todo y desde la casa les llego una honda de choque formada por un aire frio y denso. Ahora solo se podía escuchar el sonido aullante de una ventisca y el entrechocar cristalino del hielo formándose a gran velocidad. Tanto en la parte alta, como en las paredes y alrededores comenzaron a manifestarse multitud de pilares helados.
—Ha… ha congelado un incendio como ese —gimoteo la asistente, mientras caía de rodillas.
—¡Y esa ha de ser su perdición! —proclamo el anciano.
De pronto, como si en las profundidades de la casa despertase un volcán, el ático estallo en llamas, creando una honda de choque que duplicaba la fuerza de la creada por el Seltkalt. Una enorme columna de fuego azul se alzaba desde la casa, cálida y difícil de observar fijamente. El azul dio paso al blanco y la temperatura aumento de manera demencial: las llamas eran tan brillantes que era imposible verlas aunque fuese por un instante, y el calor eran tan brutal que toda la nieve y el hielo —¡incluso donde ellos estaban!— se derritió y evaporo rápidamente. La tierra quedo desnuda rápidamente, mientras ellos trataban de soportar las cercanías con aquel infierno. La estructura de la casa comenzó a desintegrarse tan rápidamente que ni quiera produjo más humo. Si aquellas condiciones calóricas eran casi insoportables para los genin, obviamente fueron demasiado para Sepayauitl que cayo inconsciente debido al golpe de calor.
Aquel fuego era como un sol en la tierra, ardiendo con tanta intensidad y bravura que consumió la casa hasta sus cimientos y más allá: ya no había edificio, sino un pequeño e infernal poso de magma.
Para cuando aquella demostración ígnea termino, el ambiente a su alrededor se había transformado completamente: la tierra desnuda ni siquiera yacía húmeda por la nieve derretida, pues el agua también se había evaporado. El área se había secado tanto que el Hakagurē se sentía deshidratado, con la piel tensa, los labios resecos y el cabello como si fuese yesca.
—Se acabó —sentencio el anciano, quien seguía de firme pese a todo lo ocurrido y experimentado—. Todo lo que queda de mi oficina y del enemigo es un cráter humeante.
Con aquello dicho Kōtetsu dejo de resistir, entregándose con plenitud a las manos del sueño, un sueño cálido e irresistible.
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El tiempo parecía pasar lentamente, más lento de lo habitual, estaba ansioso por ver alguna respuesta por parte de aquella flecha, no pasaba nada... Nada que dijera que el plan había funcionado hasta que una tímida nube de humo negro transparente se asomó, no venía sola sino acompañada de muchas más, más grandes, más oscuras, más intensas.
"Pensé que las llamas normales no le acabarían..." Pensé rápidamente, no quería decirlo, porque el mismo Sarutobi había dicho eso, por lo que era parte de su plan y algo más debía ocurrir.
Rápidamente el ático se vio envuelto en grandes llamas, vivas y de color entre naranja, amarillo y rojizo, incluso podía sentir el olor de dióxido de carbono, y claro como olvidar al negro que se estaba apoderando del firmamento, todo un espectáculo. Agradecí el hecho de que ahora estuviéramos fuera de aquella fuente de calor. En cuestión de segundos toda la casa se vio envuelta en las garras del dios Vulcano. ¿Sería esa la tan anhelada victoria?
—Esto aún no ha terminado —anunció el anciano, derrubando la poca esperanza que había crecido en mi, y seguramente yo no era el único que se habría desanidado con aquellas palabras.—Un simple incendio no bastara para matar a un guerrero como aquel.
Fue escuchar aquellas palabras y la vitalidad de la llama se ausentó bruscamente, ahora no eran cálidas, ni amarillas, ni anaranjadas ni mucho menos rojas, el sonido de la cristalización había anunciado que habíamos fallado. El frío reinaba nuevamente y pude sentir como una nueva ventisca se alzaba, estaba seguro que no era el único y ese hecho me asustaba, ¿qué haríamos? Los pilares empezaron a manifestarse y a salir desde los restos de la casa.
"Supongo que es hora de huir... No sé cuan lejos pueda llegar, pero es la mejor opción que viene a mi mente..."
—Ha… ha congelado un incendio como ese —gimoteo la asistente, mientras caía de rodillas.
—¡Y esa ha de ser su perdición! —proclamó el anciano.
Repentinamente el ático estalló en llamas, un pilar de fuego azul creció como sí de un volcán se tratase, una ola de calor se esparció por todos los alrededores, todo sucedió muy rápido el resplandor fue cegador y las llamas crecían más y más, no pude hacer nada más que voltearme para proteger mi cuerpo, mi rostro e incluso mis ojos que sentían un ligero ardor y dolor.
Además de eso descendí varios centímetros, y era que ahora estaba pisando tierra y no nieve, la humedad se esfumó rápidamente dejando una terrible sequía. Abracé mi cuerpo e incluso caminé unos pasos más para alejarme de todo aquel poder.
Pasaron unos cuantos minutos hasta que todo volvió a la "normalidad", sí es que podía llamarse normal al cambio ambiental que habíamos visto. El las bajas temperaturas que me aquejaban anteriormente ya no estaban, ahora sentía que la ropa me molestaba, incluso mi piel estaba más roja de lo normal, labios secos y agrietados, y la consecuente debilidad. El vértigo no se hizo esperar, pero mi cuerpo resistió los segundos de pérdida de visión y entonces escuché a alguien hablar, era Sarutobi.
—Se acabó, todo lo que queda de mi oficina y del enemigo es un cráter humeante.
—Para mi es suficiente conque haya desaparecido el enemigo, lo siento por los daños colaterales...— Comenté con una sonrisa cansada, miré a Koutetsu para sonreír aún más, una sonrisa victoriosa sería ahora, pero el mismo no reaccionaba igual, repentinamente se desplomó.—Koutetsu!!— Vociferé y me acerqué a él lo más rápido que pude, lo cual no era ni un ápice de mi velocidad normal.
Cuando llegué a él comprobé su pulso y respiración. —Está agotado, al igual que yo, ese choque térmico terminó por doblegarlo.— Anuncié. —Deberíamos descansar un poco, ¿están todos bien?— Pregunté al anciano, a la secretaria y luego buscaría a la princesa con la mirada.
"Tengo sed..."
—¿Creen que ya terminó la batalla? ¿O este era solo el inicio?— Pregunté con tono asustado por todo lo que había ocurrido.
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—¿Creen que ya terminó la batalla? ¿O este era solo el inicio?
—Esta sobrenatural tormenta de nieve aun cubre el pueblo; así que, en algún otro lugar, la batalla aun continua… Lo incierto es si la estamos ganando o la estamos perdiendo.
Aquel clima seco, cálido y artificial comenzó a desvanecerse a medida que la nieve comenzaba a tapar aquella herida con un vendaje blanco y suave. La asistente del Sarutobi se encontraba razonablemente bien, un poco insolada debido a lo sensible de su piel, pero sin daños mayores. El anciano parecía un tanto cansado y nada alterado, acaso por la experiencia de aquello antiguos y formidables combates que libro en su época de guerrero. Cuando la temperatura comenzó a descender nuevamente, la muchachita nativa recobro el conocimiento, mostrándose un tanto aturdida.
Pasarían unos minutos hasta que el joven peliblanco pudiese reincorporarse al mundo de los vivos y despiertos.
—¿Cómo estar? —pregunto curiosa la chica de ojos azules, alternando la mirada entre ambos genin.
—Pues yo estoy hecho polvo… —admitió con serena honestidad—. Los guerreros de tu tribu son de verdad algo formidable.
Kōtetsu se sentó y se tomó unos minutos para orientarse en aquel tiempo y espacio. De pronto se dio cuenta que algo le faltaba, algo importante: su espada, su preciada espada había quedado abandonada en el ático cuando dejaron atrás al Seltkalt. Sintió la necesidad de ir a buscarle, pese a que ya no había un ático, sino un cráter humeante. Se asomó en el negro borde y el calor le golpeo el rostro, pese a que la nieve recién caída ya había enfriado bastante aquel agujero. Busco con la vista y, entre los restos de suelo derretido y vulcanizado, reconoció el blanco y opaco brillar de Bohimei. Se arrojó al enorme cráter, corriendo debido a aquel suelo que quemaba sus pies. Tomo su katana, que ni siquiera yacía caliente o dañada, y la enfundo en su respectiva vaina.
Al salir, no pudo evitar que la curiosidad lo empujase a preguntarle algo al anciano:
—Eso… Eso, ¿Qué era? Al principio era un incendio normal, y luego fue como si un volcán entrase en erupción, para finalmente ser como un sol que desciende a tocar la tierra.
—Es una vieja receta familiar —aseguro, sin poder disimular cierto grado de orgullo—. Se trata de un químico inflamable que contiene una cantidad considerable de chakra, sellado en un fuerte contenedor metálico. Esta hecho de forma que luego de calentarse (como con el incendio), si se enfría muy rápidamente, se produzca una reacción en cadena como la que vieron.
—Fuego, peligroso… —resalto Sepayauitl.
—Siendo más concreto, no era fuego como tal; en su última etapa, era un estado de la materia conocido como plasma.
—Lo que fuese, nos ha salvado la vida —asevero el Hakagurē.
—La verdad sea dicha, a pesar de ser unos chiquillos, ustedes también merecen un poco de crédito: enfrentaron a un oponente que se les mostraba monstruoso con mucho valor, desafiantes hasta el final… Pero que no se les suba a la cabeza —cambio de repente—; aquel solo pudo haber sido un guerrero de rango medio entre las fuerzas de los Seltkalt, y ya no tengo más trucos con fuego.
El joven de ojos grises dejo escapar una ligera risilla ante tal forma de hablar y de cambiar de una alabanza a una advertencia. Ante aquello solo le resto decir una cosa:
—Pronto nos tendremos que poner en movimiento, así que por ahora descansemos y ocupémonos de nuestras heridas.
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—Esta sobrenatural tormenta de nieve aun cubre el pueblo; así que, en algún otro lugar, la batalla aun continua… Lo incierto es si la estamos ganando o la estamos perdiendo.
El anciano tenía razón, no pude no mirar hacia el pueblo y entonces constate efectivamente la nieve que rodeaba el poblado, rápidamente vino el pensamiento de mi hermano a la mente... "Haze... ¿Estás bien hermano?" Dudé con preocupación al saber el poder de los Seltkalt.
La calidez se marchó tan pronto como llegó, nuevamente el frío iba recuperando terreno, y era debido a las continuas ventiscas a nuestro alrededor, lamentablemente solo habíamos ganado una batalla y no la guerra.
Observé a nuestros aliados, ellos estaban en un estado físico mucho mejor que nosotros, era beneficioso, solo tendría que encargarme del moreno, pero primero descansaría un poco, así que no tardé en apoyar mis glúteos del suelo. No pasó mucho tiempo hasta que el peliblanco despertó y fue allí cuando la princesa volvió en sí.
—¿Cómo estar? —Preguntó mirando a ambos
—Pues yo estoy hecho polvo… Los guerreros de tu tribu son de verdad algo formidable.
—Estoy agotado, apenas y tengo chakra...— Aseguré mientras miraba fijamente a Koutetsu, aparentemente estaba en estables condiciones y no había ninguna complicación o secuela.
Cerré mis ojos y suspiré, necesitaba unos minutos de tranquilidad, pero ellos nunca llegarían, fue inevitable escuchar los pasos del shinobi alejarse, entonces le seguí con la mirada, probablemente sentía curiosidad por el cráter que ahí había, y yo también por lo que me puse de pie y le imité, llegué hasta el borde. --Eh! ¿Qué haces?— Pregunté con duda y preocupación cuando le vi lanzarse al hueco. Me asomé al igual que él y sentí el vaporon chocar con mi rostro por lo que retrocedí rápidamente. —¿¡ESTAS LOCO!?— Vociferé al conocer el riesgo de sus acciones.
"La espada... Está... ¿Intacta?" Miré con sorpresa cómo salía de ahí con la espada en su funda. "¿De qué está hecha?"
Caminé de nuevo hacia donde estaba Sarutobi, la secretaria y la princesa.
—Eso… Eso, ¿Qué era? Al principio era un incendio normal, y luego fue como si un volcán entrase en erupción, para finalmente ser como un sol que desciende a tocar la tierra.— Preguntó quitándome las palabras de la boca.
—Es una vieja receta familiar —aseguro, sin poder disimular cierto grado de orgullo—. Se trata de un químico inflamable que contiene una cantidad considerable de chakra, sellado en un fuerte contenedor metálico...
—Fuego, peligroso… —
—Siendo más concreto, no era fuego como tal; en su última etapa, era un estado de la materia conocido como plasma.
"Bastante interesante..."
—Lo que fuese, nos ha salvado la vida —Manifestó Koutetsu.
—La verdad sea dicha, a pesar de ser unos chiquillos, ustedes también merecen un poco de crédito: enfrentaron a un oponente que se les mostraba monstruoso con mucho valor, desafiantes hasta el final…
El peliblanco rió levemente y expresó: —Pronto nos tendremos que poner en movimiento, así que por ahora descansemos y ocupémonos de nuestras heridas.
—Aprovechemos este momento para reponernos lo suficiente...— Concordé con él, pero aún me faltaba conocer algo más. —Me causa un poco de curiosidad, ¿de qué material está hecha tu espada?—
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Y entonces, se llegó a un acuerdo de que todos debían de descansar, recuperar fuerzas antes de afrontar cualquier otra dificultad que pudiese surgir; porque, era más que seguro que habrían de encontrar más dificultades, que aun habrían de tener un largo día por delante.
El joven de ojos grises yacía en el suelo, sentado y revisando sus numerosas magulladuras. Keisuke, por su parte, contemplo aquel momento como el adecuado para conversar un poco:
—Me causa un poco de curiosidad, ¿de qué material está hecha tu espada? —pregunto.
—Esto… —aquello resultaba una pregunta absolutamente normal; pero la respuesta resultaría bastante extraña, como la katana misma—. Es un poco difícil de explicar, pero aquí va: Según la tradición de mi familia, esta espada está hecha de “metal muerto”, un material que tiene cualidades alegóricas… De forma corta, es algo que parece ser metal y tiene la forma de una espada, pero en realidad es otra cosa, indefinible por naturaleza.
»Mi maestro, por su parte, hace mucho, pidió la opinión de un sabio metalúrgico. Luego de muchos días de pruebas y teorizaciones llego a la siguiente conclusión: En principio es un objeto cuya constitución es indiferente a las interacciones físicas básicas, pese a que posee algunas de las propiedades fundamentales de la materia. Por tanto se puede decir que no es una espada material, pues, es, en realidad, la idea de una espada inmaterial. Dado su carácter inmodificable, se puede decir que es una idea sensible perfecta, no natural de este mundo, sino una representación de algo propio del Hyperuránion tópon, lugar que se puede presumir es su origen y le confiere la peculiaridad de ser un accidente espacio-temporal.
Kōtetsu repitió textualmente las palabras de aquel sabio, pese a lo poco que significaban para él.
—Y eso es todo lo que se —sentencio.
El entendía poco de lo que se había dicho, y menos aún de Bohimei. Claro, estaba el detalle de que en ella había una entidad abstracta codificada en el chakra que yacía confinado en el arma… Pero mencionar aquello resultaría algo tanto difícil de creer como imposible de demostrar… Después de todo, no había podido comprobar que aquella manifestación mental recurrente no era producto de una enfermiza disociación de sus traumadas subpersonalidades, de una incipiente locura.
—¡Ya se! —dijo por fin—. Según mi experiencia, te puedo asegurar que Bohimei es tanto indestructible como inmutable.
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Disparé, ahora solo quedaba esperar la respuesta del moreno.
—Es un poco difícil de explicar, pero aquí va: Según la tradición de mi familia, esta espada está hecha de “metal muerto”, un material que tiene cualidades alegóricas… De forma corta, es algo que parece ser metal y tiene la forma de una espada, pero en realidad es otra cosa, indefinible por naturaleza.
"¿Metal muerto?" Era la primera vez que escuchaba ese término, era algo realmente extraño, aún más extraño que la situación que estábamos pasando.
»Mi maestro, por su parte, hace mucho, pidió la opinión de un sabio metalúrgico. Luego de muchos días de pruebas y teorizaciones llego a la siguiente conclusión: En principio es un objeto cuya constitución es indiferente a las interacciones físicas básicas, pese a que posee algunas de las propiedades fundamentales de la materia. Por tanto se puede decir que no es una espada material, pues, es, en realidad, la idea de una espada inmaterial. Dado su carácter inmodificable, se puede decir que es una idea sensible perfecta, no natural de este mundo, sino una representación de algo propio del Hyperuránion tópon, lugar que se puede presumir es su origen y le confiere la peculiaridad de ser un accidente espacio-temporal.
Y tras aquella declaración había quedado aún más confundido, una espada de metal que no era ni espada ni metal, era inmodificable pero cortaba, no era de este mundo, pero aquí estaba, algo relativo a otra dimensión y casualidad por algún agujero espacio-tiempo; todo parecía sacado de una historieta...
—Y eso es todo lo que sé —Aseveró y se quedó en silencio, pensativo. —¡Ya se! Según mi experiencia, te puedo asegurar que Bohimei es tanto indestructible como inmutable.
—¿Es como una espada fantasma?— Terminé diciendo, realmente estaba totalmente confundido, ¿quién me mandaría a preguntar por tal metal?
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Byakugo no In: Inicio 19/04/2018
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—Creo que esa es una buena aproximación —afirmo, suponiendo que, al igual que los fantasmas, era algo de existencia dudosa, pero que de todas formas podía hacer daño.
Los minutos pasaron; y el joven de ojos grises se sentía mucho mejor respecto a sus heridas y condición en general…, pese a que seguía teniendo mucho frio.
—Me parece que ya es hora de ponernos en marchar —sugirió.
—¿Seguros? No creo que haya pasado suficiente tiempo como para que repusieran sus reservas de chakra —señalo el anciano.
—Creo que hemos recargado el suficiente como para afrontar alguna posible eventualidad.
—¡Me tomáis el pelo! ¿Qué pasara si nos encontramos con otro guerrero Seltkalt?
Ahora el tono del Sarutobi denotaba cierta irritación, quizás una forma de disimular lo preocupado que estaba por su seguridad y la de su asistente.
—Creo que mi compañero aquí presente estará de acuerdo con evitar cualquier posible enfrentamiento —dijo, girándose para ver a Keisuke—: Si algo me ha dejado claro la reciente batalla, es que no seremos capaces de luchar con otro sujeto como aquel… De encontrarnos con otro solo nos quedaría huir…
Él lo tenía bastante claro; arrojarse a otro combate como aquel seria poco menos que un suicidio. Además, su principal interés no era el de servirles como soldado o guardaespaldas; era llegar al hotel, encontrar a su acompañante y alejarse lo más posible de aquel conflicto. Lo demás, el acompañar a Sepayauitl y otros, era solo una cuestión de forzosa casualidad.
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Lo cierto era que tenía una vaga idea de la espada de Koutetsu, y realmente no sabía sí otra explicación tan fundamentada como esa podría hacerme tener una mejor visión de la misma, por tal motivo no haría ninguna otra pregunta al respecto. Me mantuve en silencio un par de minutos, sintiendo el frío, pensando en lo ocurrido, pensando en lo que ocurriría.
—Me parece que ya es hora de ponernos en marchar.— Comentó el peliblanco, rápidamente captó mi atención y entonces me preguntaba... ¿Ya se encontraba mejor? Yo debía saberlo, después de todo sin su ayuda no hubiera podido salir vivo de ese combate.
—¿Seguros? No creo que haya pasado suficiente tiempo como para que repusieran sus reservas de chakra — Entonces Sarutobi preguntó lo que yo necesitaba saber, simplemente me quedé en silencio para conocer su respuesta, aunque no podría decir que yo estuviese en un estado mucho mejor que el de él.
—Creo que hemos recargado el suficiente como para afrontar alguna posible eventualidad.
"Espero que no surga ninguna eventualidad..." Realmente me sentía con cansancio, pero tampoco quería quedarme ahí, sentado, perdiendo el tiempo, sin saber lo que ocurría en el pueblo, no teníamos muchos motivos para sentarnos y perder tiempo, pero sí teníamos varios para volver, o por lo menos yo sí que lo tenía.
—¡Me tomáis el pelo! ¿Qué pasara si nos encontramos con otro guerrero Seltkalt?— Expresó irritado por la dirección que estabamos tomando en ese momento.
—Agradezco de corazón su ayuda.— Me levanté y me dirigí directamente al guardián del conocimiento. —Pero, no podemos quedarnos aquí, mi deber es volver, puede ser que mi hermano necesite mi ayuda, no podemos seguir perdiendo tiempo.— Aseveré.
—Creo que mi compañero aquí presente estará de acuerdo con evitar cualquier posible enfrentamiento. Si algo me ha dejado claro la reciente batalla, es que no seremos capaces de luchar con otro sujeto como aquel… De encontrarnos con otro solo nos quedaría huir…
"Huir de un radar de calor... Aún no sé como esconderme de eso..." Me dije con cierta resignación.
—Vamos.— Comencé a caminar en dirección al pueblo.
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