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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#46
Sin embargo, y pese a la incomodidad de seguir esposado, el chuunin guardaba más de un as bajo la manga. Y estaba más que dispuesto a emplearlos.

Antes del fatal desenlace de su accidentada caída, Daruu giró sobre sí mismo hasta que recuperó la posición natural de su cuerpo. Desde la suela de sus botas, un súbito estallido de agua le propulsó hasta el tejadillo más cercano, y el muchacho pudo aterrizar y recuperar el equilibrio sin mayores complicaciones. Desde allí podría comprobar que se encontraba en el edificio de la última línea que daba al Gran Distrito Comercial.

Dadas las horas que eran, una autentica multitud se aglomeraba en la avenida. Como pequeñas hormigas en movimiento, muy pocas eran las personas que se quedaban estáticas en un mismo punto durante más de un par de minutos. Todos iban de aquí para allá, realizando sus rutinarias compras sin parecer importunados por la inclemente lluvia que no dejaba de caer sobre sus paraguas y sombreros. Allí había todo tipo de establecimientos, desde una humilde panadería hasta la más ostentosa de las joyerías; desde los humildes puestos de comida ambulante hasta el más caprichoso y lujoso de los restaurantes con exquisiteces sólo encontradas al otro lado de Onindo.

Tan sólo quedaba saber hacia dónde se dirigiría Daruu en su búsqueda.
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#47
Si en algún momento desde que Nesobo le había sugerido aquél intercambio de favores había considerado que la tarea era tan sencilla como aquella vieja aseguraba —no—, desde luego ahora ya quedaba claro que no. Desde su posición elevada, Daruu veía el millar de cabezas y paraguas chocando los unos con los otros, deteniéndose apenas para ver ese reloj que dice ser de plata pero que en verdad parece sospechoso de ser de materiales mucho más baratos, o para tomar un pincho en una taberna a pie de calle. Encontrar a un pequeño gatito entre toda esa marabunta sería difícil si no imposible.

Según Nesobo, Yuki solía frecuentar la pescadería de un tal Sakana. El Distrito Comercial era grande y muy concurrido, pero era la única pista de la que Daruu disponía. Suspiró y comenzó su periplo, de nuevo entre los tejadillos, con mucho cuidado, buscando con la mirada algún puesto con peces.
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#48
De tejado en tejado, Daruu no llegó a atraer la mirada de ningún curioso. Quizás la gente ya estaba más que habituada a ver a los shinobi desplazándose por las alturas, quizás los múltiples paraguas les dificultaba ver lo que tenían encima de las cabezas, o quizás, simplemente, estaban tan absortos en sus compras que a nadie le interesaba levantar la mirada hacia un cielo siempre nublado.

Fuera como fuese, el chunin pudo avanzar sin ningún contratiempo y, pasados unos minutos, cuando sus pies dieron con una terraza en lugar de un tejado, le llegó un olor peculiar a la nariz. Un olor que él conocía tan bien como lo detestaba. Era olor a pescado. Debajo de él, en la otra acera, había un local más bien ostentoso, con un brillante letrero de neón en el que se apreciaba una feliz cigala junto al nombre "Mariscos Sakana".
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#49
Finalmente, los saltos de Daruu se detuvieron al tiempo que en su nariz se produjo la invasión del hedor más nauseabundo que podía existir en su mundo: el del pescado. Fresco, pasado, rancio, cocinado por un chef, daba igual. En aquél caso el olor escapaba de un cutre y hortera local, una marisquería decorada con el gusto del recio ideal de un paleto anclado en tiempos peores. El muchacho desenfundó la mayor mueca de asco que había esgrimido en su vida, al tiempo que rebuscaba en su bolsillo para alcanzar un pequeño aparato electrónico. Se lo llevó a los ojos y lo ató en el sitio. Se trataba de una especie de gafas que se encendieron con un brillo purpúreo, y que ajustó para ampliar su visión tal y como antiguamente lo habría hecho con el Byakugan. No lo hizo mucho, por supuesto, lo justo para poder tener en presencia su atención frente a toda la entrada.

«Lo peor», meditó, «no es encontrar al gato, sino atraparlo.»
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#50
Posicionado en la terrada del edificio, Daruu hizo uso de su visor para tener una mejor visión del lugar. El objeto le permitía hacer aumentos a voluntad, y el chunin pronto pudo ver con todo detalle la entrada del local. Detrás de un toldo que lo protegía de la inclemente lluvia, dos puertas de cristal daban acceso al interior del lugar. Desde allí Daruu pudo ver una gran cantidad de cajas con todo tipo de pescados y mariscos, dispuestos todos ellos de manera estratégica para llamar la atención de los clientes.

Por cierto, una señora plegaba el paraguas, a punto de entrar.

—¡Hala, qué chulo, señor! —exclamó una vocecilla junto a él. Se trataba de un chico muy joven, de cabellos blanquecinos y ojos vivos y cristalinos, que le contemplaba con una profunda admiración, sentado sobre la barandilla de la terraza—. ¿Es usted un ninja? ¿Qué clase de gafas son esas? ¿Puedo probarlas?
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#51
Daruu dio un respingo y por poco se cae del tejado cuando un mocoso entrometido llamó su atención desde sus espaldas. Se llevó la mano al aparato y se lo quitó rápidamente para ver quién le hablaba. Era un muchacho, de cabello blanco y ojos de cristal que le observaba como si estuviera viendo una estrella fugaz. Suspiró por el inconveniente, pero sonrió conmovido y halagado ante la ilusión del niño que una vez fue. Se percató de que el muchacho parecía la viva imagen de Aotsuki Kori de pequeño. ¿Quizás...?

«Imposible.»

Estoy en una importante misión, chico. Bueno, más bien... una prueba de mi sensei. —hizo una inclinación de cabeza, señalando con la barbilla el bloque de hielo que vestía como esposas—. Dime, chico, no te puedo dejar mis gafas porque son muy importantes, pero ¿quieres ayudarme a cumplir mi tarea? ¿Ser ninja por un día? —Atacó a la ilusión del chaval. Le conmovían sus ganas, y sospechaba que sustituir su ansia de poner sus manos encima del visor de aumento de Daruu por un juego que encima podía salirle provechoso sería un éxito—. Estoy buscando a un gatito blanco, de nombre Yuki. Me han dicho que visita esa pescadería de ahí abajo regularmente. ¿Lo has visto? ¿Podrías ayudarme a atraparlo?
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#52
La mirada del muchacho viró desde los ojos purpúreos del shinobi hacia sus manos, según este le indicó que estaba en una prueba de su sensei y, ante la negativa de poder probar aquellas gafas tan extrañas, no pudo sino esbozar un adorable mohín de decepción. Afortunadamente para él, no todo acababa ahí. Al Chūnin se le acababa de ocurrir una idea, que no era otra que el chiquillo le ayudara. Una radiante sonrisa iluminó sus ojos oceánicos. Una sonrisa...

Que se transformó en ladina al escuchar los detalles de su tarea.

—¡Oh, me encantaría, señor shinobi! Pero tengo que llevarle la comida a mi abuelita —admitió con pena, señalando a sus pies, donde reposaba una cesta rebosante de sardinas y otra clase de pescados.

Fue un visto y no visto.

Según Daruu bajaba la mirada, el chiquillo le arrebató de un manotazo el visor especial (dejándole un brillante arañazo en el dorso de la mano en el proceso), tomó su cesta y de un salto antinatural para un niño tan pequeño y que no debía haber recibido adiestramiento shinobi, se plantó encima de la farola más cercana con una gracia casi... felina.

—Además, no sabría cómo hacer eso de "capturarse a sí mismo", shinobi-nyan.

Y saltó hasta el tejado contrario, mientras abajo, en la calle, un hombre salía de la pescadería gritando a pleno pulmón:

—¡MALDITO, JODIDO GATO! ¡ME VOY A HACER UN ABRIGO CONTIGO COMO TE PILLE, DESGRACIADO!
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#53
Con protección, Daruu desvió la atención a su visor cuando el muchacho clavó sus ojos, ambiciosos, en él. Lo retiró un poco, mas instantáneamente lo perdió de las manos y sintió un escozor terrible. Allí donde antes había estado el visor sólo había un arañazo.

«Comida... abuelita... ¡pelo blanco y ojos azules! Mierda, mierda, ¡mierda! ¿¡Pero qué clase de gatos tiene esa mujer!?»

Daruu entrecerró los ojos cuando el minino infernal le habló posado en la farola más cercana a su posición, con rabia.

—Además, no sabría cómo hacer eso de "capturarse a sí mismo", shinobi-nyan.

Quizás tenga que enseñarte... —musitó Daruu.

Abajo, en la calle, el que supuso que era el dueño de la pescadería anteriormente citada soltó una ristra de improperios que podría haber vestido el propio Aotsuki Zetsuo en una cena de gala.

Daruu formuló discretamente un sello del Carnero y se plantó frente al gato-niñato, pasando al plan B. El de las patadas en la boca.
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#54
Para sorpresa de Yuki, Daruu desapareció en apenas un pestañeo. Apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando reapareció de repente frente a él, pero aún tuvo los suficientes reflejos como para interponer el antebrazo y que fuera él quien recibiera el impacto. Peor suerte corrió la cesta, que se precipitó por el borde del tejado y con un sonoro plof terminó cayendo sobre la cabeza del pescadero, desparramando sobre sus hombros los diferentes peces que contenía. Lleno de ira, los gritos del hombre pronto se escucharon por toda la calle.

Fuera como fuese, el chiquillo se había visto envuelto en una nube de humo en el momento del impacto. Al momento de disiparse, el gato había recuperado su forma natural y ahora miraba con sus brillantes ojos entrecerrados a Daruu. El felino le dirigió un bufido cargado de rencor al shinobi, pero en lugar de atacarle saltó del tejadillo. Aterrizó sobre la espalda del pescadero, que comenzó a realizar desesperados aspavientos en el aire con los brazos, y le quitó varias sardinas de los hombros que cargó entre sus mandíbulas antes de prepararse para volver a huir. Sin embargo, antes siquiera de que llegara a arquear la espalda para saltar, el hombre le atrapó cogiéndole por detrás del cuello y comenzó a zarandearlo en el aire.

—¡TE TENGO, MALDITA ALIMAÑA! ¡AHORA TE VAS A ENTERAR DE LO QUE VALE UN PEINE!
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#55
El pie de Daruu impactó contra el antebrazo del chico-gato, que encajó el golpe con el antebrazo. Al tiempo, la cesta cayó sobre la cabeza del pescadero, más abajo, tirándole el pescado encima. Daruu chasqueó la lengua, y para cuando volvió a mirar al chico se había transformado en aquél gato blanco de ojos azules que había accedido a buscar. El animal bufó con rencor antes de que él pudiera hacer nada, y se abalanzó contra el pescadero, atacándole. Le arrebató varias sardinas, pero el hombre lo agarró cogiéndole por detrás del cuello y amenazándolo.

Daruu saltó y aterrizó, ágil, a unos metros del hombre.

Ese gato es importante para la aldea —mintió—. Suéltelo inmediatamente. Está protegido. Si lo hace, le prometo que no volverá a molestarle. Deje que se lleve esos pescados por ahora. —Daruu miró con elocuencia al gato.

»Es una orden.
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#56
Pero antes de que pudiera hacer nada más, Daruu aterrizó a unos pocos metros del hombre y le exigió la liberación del animal.

El pescadero, alarmado ante la repentina aparición del muchacho, se quedó congelado en el sitio momentáneamente. Sus ojos viraron desde Yuki hasta el rostro de Daruu, y desde ahí descendieron hasta su bandana y la placa que le identificaba como ninja de rango medio. Apretó las mandíbulas, claramente irritado, como si se estuviera conteniendo para no estampar al gato contra el suelo. Sin embargo, como civil, lo último que se le ocurriría sería desobedecer la orden de un shinobi, y mucho menos si se trataba de un Chūnin. Y sus dedos aflojaron momentáneamente el agarre...

Pero entonces sus ojos se detuvieron en las muñecas del chico.

—E... ¿Es una orden de un shinobi esposado? —torció el gesto, tembloroso y aterrorizado como un banquero ante la llegada de un ladrón, y sus ojos comenzaron a vagar de un lado a otro de la calle, como si buscara algo.
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#57
Daruu intentó que el nerviosismo no se apoderase de él. Miró al animal, que sufriría una paliza de seguro de seguir en las manos del tipo. Pensó en que el gato era un cabrón, pero en que no se merecía que un energúmeno así le diera una tunda. Además...

«Estoy más que acostumbrada a ganarme la vida sola... y con mis pequeñines.»

«¡Oh, me encantaría, señor shinobi! Pero tengo que llevarle la comida a mi abuelita»

Todo indicaba a que aquella abuela se ganaba la vida robando comida con ayuda de aquellos gatos. ¿Legal? Definitivamente no, pero ¿era tan falto de ética cuando de verdad se tenía la necesidad? Bueno, había que ignorar algunas cosas, como que la anciana poseía, probablemente, algún tipo de Kekkei Genkai. Y que sus gatos sabían utilizar técnicas, claro. ¿Pero cuántas cosas extrañas habían en Oonindo?

Demonios, incluso si no podía justificarse, sentía que tenía que salvar a ese gato-mocoso.

Es una orden de un shinobi esposado por una técnica de hielo a manos de su sensei —dijo, sin mentir en ningún momento, esperando que eso proyectara fuerza en su voz—, con el motivo de una prueba. Encontrar a ese gato y llevarlo de vuelta a salvo. Es el gato de un jounin. —Que proyectara fuerza a la mentira que vendría después—. ¿Conoce a Aotsuki Kori, el Hielo? Es mi maestro. Quizá prefiera hablar con él, pero entonces quizá es demasiado tarde y usted ya ha lastimado a ese gato. Es especial, señor. Necesita ese pescado, si no, no se irá de aquí.

»Pero hablaré con Kori-sensei. E intentaré que le diga a su gato que no vuelva por aquí. Ahora, fíjese en mi placa de chuunin, intacta y en su sitio. Y en mi placa de shinobi, y en mi chaleco. Fíjese en que estas esposas son de hielo, no unas convencionales. ¿Se va a arriesgar a desobedecer una orden? Recuerde que tengo autoridad sobre usted.

»¿Se va a arriesgar? —Daruu dudó un momento, pero comprendió que resultaría mucho más convincente si... formulaba un sello falso del carnero frente a sus labios, alzando las manos, con la izquierda—. Suelte al gato.

»Vámonos, Yuki, me han pedido que te acompañe a casa.
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#58
Daruu era un chico inteligente y que sabía utilizar la labia en los momentos más indicados para ello. Y no dudó en demostrarlo en aquel preciso instante.

El pescadero pareció dudar al principio, pero en cuanto escuchó el nombre de Aotsuki Kōri, El Hielo de Amegakure, sus labios se tensaron en una fina línea. Era obvio que conocía el nombre de aquel Jōnin. Realmente era muy difícil no percatarse de su presencia, todo blanco y frío. Y su desobedecer la orden de un Chūnin no era una opción, la de un ninja de alto rango lo era mucho menos. No si quería seguir manteniendo su vida y su negocio intactos. Pasaron los segundos lentamente mientras los ojos oscuros del hombre recorrían a Daruu de arriba a abajo. De su rostro a sus pies, de sus esposas a su bandana y de ahí a su placa como ninja de rango medio...

Y al final terminó por lanzar la gato con cierta brusquedad, pero sin llegar a lastimarlo. Yuki, con una agilidad felina, se volteó en el aire y terminó por aterrizar sobre sus cuatro patas y con las sardinas intactas entre sus fauces.

—¡Muy bien! ¡MUY BIEN! —gritó el pescadero—. ¡Llévate a esa alimaña de aquí! ¡Hazte una bufanda con él si quieres! ¡Pero como vuelva a verle por aquí te juro que le destriparé como a una dorada!

Y se marchó, sus pasos retumbando entre los adoquines, de vuelta al interior de su tienda.

El felino volteó la cabeza hacia Daruu, con sus ojos destellando con cierta prudencia.

—¿Po'qué? —preguntó, como buenamente pudo con aquellos peces entre los colmillos.
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#59
Sólo cuando el pescadero se dio la vuelta, malhumorado, y se fue pataleando en el suelo todo iracundo, Daruu pudo respirar tranquilo; abatido, dejó caer los hombros y miró al suelo, el corazón latiéndole a mil por hora. El joven se acercó a la cesta de pescados, que había caído sobre el hombre y ahora yacía vacía... salvo por su visor electrónico. Chasqueó la lengua y se lo llevó al portaobjetos con cara de asco.

Pues mira, por muchas cosas, pero desde luego no porque me hayas robado esto y me lo hayas dejado lleno de un apestoso olor a pescado —protestó Daruu. Se dio la vuelta para encarar a Yuki—. La parte en la que mi sensei me esposaba como prueba era cierta. Pero no me envía él a por ti, sino tu abuelita. Nesobo. —Daruu se acercó con prudencia al animal, apenas a unos metros—. Me prometió que me ayudaría a quitártelas si te encontraba y te llevaba con ella. Quiere que vayas a casa. Esa es una de las cosas "por las qué".

»No te fíes de mi si no quieres —añadió, encogiéndose de hombros—. Fíate de ella.
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#60
—Pues mira, por muchas cosas, pero desde luego no porque me hayas robado esto y me lo hayas dejado lleno de un apestoso olor a pescado —protestó Daruu, después de recuperar el visor de la cesta donde Yuki había tenido guardados los pescados. Tal y como afirmaba el Chūnin, ahora desprendía un intenso olor a... mar. Entonces se volvió hacia el felino—. La parte en la que mi sensei me esposaba como prueba era cierta. Pero no me envía él a por ti, sino tu abuelita. Nesobo. —Daruu se acercó con prudencia al animal, apenas a unos metros, pero él no hizo ningún amago por atacarle o resultar hostil. Más bien al contrario, al escuchar el nombre de Nesobo había captado toda su atención—. Me prometió que me ayudaría a quitártelas si te encontraba y te llevaba con ella. Quiere que vayas a casa. Esa es una de las cosas "por las qué". No te fíes de mi si no quieres —añadió, encogiéndose de hombros—. Fíate de ella.

Yuki le miró durante varios largos segundos, con su cola blanca ondeando detrás de su cuerpo. Sus ojos cristalinos parecían estar evaluando cuidadosamente la situación y, tras echar una breve ojeada a la cesta y después al shinobi, soltó las sardinas que aún llevaba entre las fauces en su interior y se volvió hacia él.

—Si no me acabaras de salvar de aquel nyabruto quizás jugaría un poco más contigo —admitió, sin ningún tipo de reparos, y durante un instante pareció sonreír—. ¡Nyan, como echo de menos jugar al pilla-pilla por las calles de Amegakure!

»Está bien. Iré contigo
—accedió al fin.

Una nube de humo le envolvió de repente, y tras la cortina volvió a aparecer el mismo niño de cabellos blancos y ojos cristalinos que antes le había embaucado. Tomó la cesta con sus manitas, con los peces que había conseguido rescatar en su interior, y se puso a la par del shinobi.

—Por cierto, no sé por qué te quejas, el olor de las sardinas es nyalicioso —exclamó, relamiéndose—. Y ya no hablemos del atún... nyan...
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