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— ¡Mierda, no me sale, joder!
Tenía el brazo alzado y la boca bien abierta mientras jadeaba.
— Bueh... Creo que vamos a tener que dejarlo por hoy, ¿Eh? Pero no serás una digna araña hasta que no lo consigas, tio
— Ya lo sé, ya lo sé. Lo conseguiré, ya lo verás
— Claro, claro, eso dicen todos
Chasquee la lengua al mismo tiempo que dejé caer el brazo, apoyando ambas manos sobre mis rodillas y trataba de recuperar el aliento. Me sentía desgastado y demasiado cansado así que me dejé caer sobre la hierba de aquel campo en mitad de la nada, protegidos por el valle que formaban las montañas nevadas de aquel recóndito lugar de Oonindo.
— Joder... ¿Por qué es tan difícil?
Tenía la mirada perdida en el cielo azul, como si en él fuese a encontrar la respuesta a nada. Si papá hubiese sobrevivido a lo de hace unos días... en fin, el podría haberme ayudado en aquel entrenamiento antes de volver a Kusagakure. Pero ya no estaba. Esta vez si que le había visto morir. Tenía la certeza de aquello y encima de eso no podía contarle a mamá lo sucedido. Ya vería como nos las ingeniábamos para decirle una mentira lo suficientemente convincente.
«Supongo que lo mejor será dejar que hable Setsuna-sensei»
Narro ~ Hablo ~ Pienso ~ Kumopansa
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10/10/2017, 09:37
(Última modificación: 10/10/2017, 09:39 por Aotsuki Ayame.)
«¿Pero qué estoy haciendo tan al norte y en pleno invierno?»
Aquel era el pensamiento que más veces se había repetido en su cabeza en las últimas horas. Arrebujada en su gruesa capa de viaje y con la capucha echada sobre la cabeza para protegerse del frío, había seguido caminando hacia el norte, siguiendo el límite con el País de la Tierra. En realidad, su intención había sido la de volver a visitar la Ciudad Fantasma o el Cementerio del Gobi, pero a medio camino se había acobardado al recordar lo que sucedió allí hacía relativamente poco y sus pies la dirigieron en dirección septentrional.
Aunque quizás habría sido más fácil simplemente dar media vuelta y regresar a casa, pero las maravillas que escuchó en una humilde posada de Yukio mientras se hospedaba para descansar del largo viaje le hizo replantearse el motivo de su viaje... e ir aún más hacia el norte.
Entre las cordilleras que nacían en el País de la Tierra y que se desplegaban sobre el País de la Tormenta, una caverna constituida enteramente por hielo daba entrada al Valle Aodori, un corazón de vida en mitad de aquel inhóspito paisaje. Ayame se apartó la capucha del rostro para poder mirar a su alrededor con mayor facilidad y no pudo contener una exclamación de admiración. Estaba rodeada por estalactitas y estalagmitas de hielo que se alargaban como los feroces colmillos de una bestia, pilares de hielo que sostenían y unían el techo y el suelo congelado. Aquí y allá, el frío había hecho de aquel su nido personal y trabajaba los carámbanos con capricho cariñoso.
—¡Qué bonito! —exclamó, maravillada, y el vaho escapó de entre sus labios como una pequeña nube que no tardó en deshacerse en el aire. El hielo captó sus palabras, y se las devolvió en forma de eco.
«Me pregunto si Kōri también tendrá una especie de corazón detrás de esa armadura de hielo.» Pensó para sí, divertida, meditando sobre la relación entre aquella caverna de hielo y la maravillosa pradera del Valle Aodori.
Pero fue un craso error distraerse en los dominios del Invierno. Su pie resbaló con una losa congelada y Ayame exhaló un chillido que reverberó entre las paredes cuando sintió que su cuerpo se precipitaba al vacío.
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12/10/2017, 17:33
(Última modificación: 12/10/2017, 17:49 por Sasagani Yota.)
De pronto se escuchó un gran estruendo acompañado de un chillido de puro terror. Venía de una de las cuevas que asomaban allí, en el Valle Aodori y aquello no hizo más que provocarme que le levantase como un resorte, sin tener en cuenta el cansancio acumulado durante el entrenamiento.
— Oye... ¿has oído eso?...
No hubo respuestas. Al contrario que otras veces, Kumopansa se armó de valor, o agallas, puede que de las dos cosas y se dirigió a la gruta de la cual parecía haber provenido aquel ruido.
No me quedaba otra opción que seguirla en busca de quién sabe qué.
Nos adentramos en el interior de la caverna que resultó ser uno de los tantos páramos de hielo y frío que marcaban la frontera entre el paraíso y el más absoluto de los infiernos helados de la zona. Pero allí no había nada. Tan solo mi nueva compañera de aventuras, Kumopansa.
— ¿Y bien? ¿Has visto algo?
No hubo respuesta de nuevo. El arácnido seguía investigando la zona, pero no había nada más que hielo, estalactitas y estalagmitas.
— ¡Sal de tu escondite! Tengo dos quelíceros y no dudaré en usarlos, ¡Vamos, muestrate!
Gritó, lo había hecho con todas las fuerzas que el cuerpo de una araña-ninja podía contener y de nuevo, el eco.
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—Ay, ay, ay... —gimoteaba Ayame, con la mano apoyada en la parte baja de su espalda.
Intentó levantarse, pero sus pies resbalaron en cuanto intentó apoyar el peso de su cuerpo en ellos. Extrañada, miró a su alrededor. Y lo que vio no le gustó nada. Se encontraba en una zona totalmente lisa de la cueva, pero el suelo no era de roca sino que lo cubría una gruesa capa de hielo. Aquí y allá varias rocas tan grandes como ella sobresalían de aquel océano congelado.
—Oh, no... ¿Y ahora qué hago? —se lamentó, alzando la mirada.
Después de tropezar, había caído a través de un agujero que ahora veía en el techo y que quedaba en aquellos momentos a unos tres metros por encima de su cabeza. Tozuda como sólo ella podía ser, Ayame apoyó las manos con cuidado en el hielo, pero cuando se dispuso a reincorporarse volvió a resbalarse y quedó de nuevo allí tendida.
—¡Jooooo!
Y de repente, una voz a lo lejos la sobresaltó.
—¡Sal de tu escondite! Tengo dos quelíceros y no dudaré en usarlos, ¡Vamos, muéstrate!
«¿Que... quelíceros...?» Se preguntó, profundamente confundida. Que ella supiera, los quelíceros eran las piezas que muchos arácnidos tenían justo antes de la boca y que utilizaban para agarrar a sus presas e inocularles veneno. Y que ella supiera también, los arácnidos no podían hablar. Así que, ¿a qué demonios se estaba refiriendo aquel que le había hablado?
Sacudió la cabeza, restándole importancia y tomó aire.
—Ha... ¿Hay alguien ahí? ¡Ayuda! ¡No puedo salir de aquí! —exclamó, con todas sus fuerzas. No terminaba de sentir demasiada confianza hacia el que había hablado, y menos después de que lo primero que le había dirigido había sido una clara amenaza...
Pero en aquellos momentos sólo le preocupaba salir de allí. Ya se encargaría más tarde de defenderse...
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Avanzaba con cautela, aunque no tardarían en llegar los tembleques. Sentía que cada vez hacía más y más frío. La piel se contraía y debajo de esa fina capa, los músculos hacían lo propio, los huesos parecían transformarse en un débil cristal que se rompería en mil pedazos en caso de caer, los labios se secaban y los ojos lloriqueaban por las gélidas temperaturas, tampoco mucho pero si lo suficiente para hacer una leve capa de lágrima en los orbes dorados que yacían en mis cuencas. La punta de la nariz también estaba helada, adquiriendo un color rosado.
A decir verdad, bastante tenía con concentrarme para mantenerme de pie y no irme de bruces al suelo helado.
—Ha... ¿Hay alguien ahí? ¡Ayuda! ¡No puedo salir de aquí!
— ¿Ayame..?
Su voz, aunque potente, resonaba miedo a la par que solicitaba auxilio. Se había metido en problemas y aquello iba a convertirse en su ataúd si nadie le echaba una mano.
— ¿Cómo has dicho? ¿La conoces?
El animal se giró y me observó sin dar demasiado crédito a lo que acababa de pasar.
— Eso me temo. Es una kunoichi de la lluvia. ¿Recuerdas el torneo del que te hablé? Este chica fue la que me eliminó en semifinales, no la subestimes
Puso una de sus patas encima de la cabeza, como si de pronto le hubiese dado por pensar.
Yo volví a animarme a caminar, en parte para soportar mejor el frío hasta que guiado por el grito anterior de la morena, localicé un agujero en el hielo que cubría el suelo.
— Hostias, no me jodas... — exclamé acercándome con cautela, aunque mi pie resbaló y me llevé un buen golpe en el trasero — Creo que está aquí, Kumopansa
— Ah... así que se ha llevado una señora hostia — el animal no pudo evitar reírse.
— ¿¡Ayame, estás ahí!? —
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19/10/2017, 10:21
(Última modificación: 19/10/2017, 10:25 por Aotsuki Ayame.)
Nadie contestó en un principio. Ayame podía escuchar voces y pasos sobre su cabeza, quizás dos diferentes, pero entre el eco y la distancia no terminaba de comprender qué estaban diciendo. Angustiada, se colocó a gatas sobre el hielo. Sería mejor bajar el centro de gravedad si no quería volver a resbalarse, y aquella era la mejor opción para hacerlo. A tientas y con mucho cuidado, se levantó sobre sus rodillas y rebuscó en su portaobjetos un kunai y el hilo de alambre. Pasó el hilo a través de la anilla del cuchillo y la ató con fuerza.
¿Que qué pretendía hacer con eso? Pues no tenía mucha idea, la verdad. Quizás simplemente necesitaba hacer algo para no sentirse completamente indefensa.
— ¿¡Ayame, estás ahí!?
Del susto que se llevó casi se le cayó el kunai de las manos. Le sonaba mucho aquella voz, pero no terminaba de recordar dónde la había oído. Pero parecía claro que su dueño sí la conocía a ella.
—S... ¡Sí! —exclamó, tratando de hacerse oír a través del agujero, y el vaho escapó condensado de entre sus labios—. ¡El suelo está completamente congelado y no puedo caminar sin resbalarme! ¡No sé qué hacer!
Miró a su alrededor, acongojada. Si lanzaba el kunai contra el techo y lo clavaba entre las rocas... ¿aguantaría su peso mientras escalaba por el hilo? ¿Tendrían sus brazos la suficiente fuerza como para soportarla a ella?
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