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—Gracias —respondió, escueto el Uchiha.
La pareja siguió caminando hasta salir de Los Herreros. Conforme el Sol iba ascendiendo en el cielo, la tierra se calentaba cada vez más, y más se alegraba Akame de haberse comprado aquel buen kasa. En cierto momento —para sorpresa del jōnin—, Karma se desvió del camino principal para internarse en las largas planicies que se extendían hacia el Oeste. Aquel era un paraje ciertamente monótono y con poca chicha, de modo que el Uchiha se dedicó a sumirse en sus propios pensamientos.
Un rato después, la voz de Karma le sacó de sus reflexiones. «Así que quieres saber más acerca de tu tutor, ¿eh?» El Uchiha se rascó, la barbilla, reflexivo.
—Mis habilidades, hum... —dejó escapar, con aire escéptico. No se sentía cómodo revelándole a alguien tal información, ni a su alumna—. Bueno, podemos resumirlo en que se me da bien combatir. Domino la media distancia, pero soy hábil también en la corta y larga. Utilizo técnicas de varios elementos, y mi Dōjutsu me ofrece varias ventajas que un ninja corriente no tendría.
»¿Esperas que nos topemos con problemas?
Karma escuchó, escudriñando a su sensei con el rostro ladeado, sin perder completamente de vista el frente, por si acaso Bierbe aparecía frente a ellos de improvisto. Percibió la reserva en las palabras ajenas, amarga como la vida misma. «Supongo que no es buena idea revelar tus mejores bazas a alguien como yo. Este mundo es muy traicionero...». La genin creía comprender los motivos de su instructor, pero no pudo evitar sentirse algo dolida por ello.
—No, no lo creo. Bueno, nunca se sabe, pero no tengo entendido que esta zona sea especialmente peligrosa. Preguntaba simplemente porque... —pensó durante un momento—. Para poder compenetrarnos mejor en combate, aunque supongo que alguien como yo sería un estorbo. En cualquier caso los médicos estamos obligados a quedarnos en la retaguardia.
Desvió la mirada, posándola sobre el horizonte. Se aproximaban a un bosque: ni raso ni extremadamente frondoso, de esos tan típicos del País de la Espiral y el antiguo territorio de Konohagakure no Sato.
—Esos ojos rojos, sensei... ¿supongo que eso es tu Dōjutsu? —se atrevió a dejar caer, casi en susurros.
«Nunca había visto nada así. Quiero saber más sobre ellos. Dudo que lo escrito en los manuales sobre las técnicas oculares les hagan justicia».
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Akame asintió, restándole importancia.
—Tu pregunta tiene sentido, Karma-san —admitió—. Pero no quiero aburrirte con los detalles. Como bien has dicho, en caso de que nos encontremos con problemas, debes quedarte en la retaguardia y cuidar mis espaldas. Si me hieren, eres mi única oportunidad de sobrevivir.
Al fin y al cabo, aquello era lo que le decían a los ninjas médicos. Todo el mundo lo sabía; no podían arriesgar sus vidas y su valioso conocimiento tontamente. Akame, aun así, confiaba en sus propias habilidades y tampoco creía que fuesen a verse en situaciones de peligro... Pero Oonindo era traicionero. Uno nunca debía confiarse.
Siguieron caminando mientras se internaban en un bosque que delataba la cercanía con las antaño fronteras de Hi no Kuni. Karma volvió a disparar con otra pregunta, esta vez mucho más común. Akame se tomó su tiempo para contestar.
—En efecto, es mi Dōjutsu. El Sharingan —contestó—. Si quieres saber algo más, me temo que tendrás que esperar a verlo en acción.
Luego, el jōnin echó un vistazo a su alrededor.
—¿Cuánto dirías que nos falta para llegar a la zona? ¿Alguna idea sobre detalles en los que deberíamos fijarnos, algo por donde empezar a buscar?
La muchacha tragó saliva. Sí, mejor que se quedara en la retaguardia y no molestase.
—Eso haré, Akame-sensei.
El Uchiha picó el anzuelo que hacía referencia a su ancestral Dōjutsu, pero solo un poco, lo justo y necesario como para no revelar nada y dejar a Karma a un solo paso de caer al abismo del ansia. Lo que la genin no sabía y el susodicho no le había querido revelar era que, efectivamente, ya lo había visto en acción.
«Maldito y misterioso Akame-sensei...», maldijo en su fuero interno. Un jōnin reservado y de pocas palabras, pero con un intelecto más afilado que la punta de un kunai, desde luego.
—Siento mucha curiosidad, pero preferiría no tener que verlo en acción —indicó, neutral.
Ser testigo de primera mano de los poderes del Sharingan significaría inmiscuirse en un enfrentamiento, algo que prefería evitar, a ser posible.
Entonces se le preguntó por el camino a seguir, sobre cualquier tipo de indicio de que iban en la dirección correcta. Ya se habían internado en el bosque, minutos atrás. Karma se detuvo y observó la zona, pensativa.
—Me menciaron dos detalles de interés: Bierbe es pequeño, no tiene demasiado cauce, pero lo escucharemos cuando estemos cerca; así mismo, hay un camino de la época en la que el peregrinaje hasta el río era famoso y común. Pero igual nos cuesta dar con él, por los años de desuso y eso. Es de tierra, así que tenemos que buscar un suelo más firme y delimitado que el natural del bosque, similar a una senda —explicó, señalando a la tierra frente a sus pies.
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—¡Bien! En ese caso...
El Uchiha juntó ambas manos en un sello muy particular y al instante dos copias exactas de sí mismo surgieron, una a cada lado, con un "puf" de humillo blanco. Los Kage Bunshin atendieron a las instrucciones de su amo y señor.
—De acuerdo señores, según Karma-san el río debe estar cerca de algún camino en desuso, probablemente sea difícil encontrarlo pero si nos dispersamos lo conseguiremos —explicó Akame—. ¡Al lío!
Los Kage Bunshin asintieron y tomaron direcciones opuestas, uno al Este y otro al Oeste. Luego Akame se volvió hacia su alumna.
—Nosotros tomaremos la dirección Sur, entonces. Vamos, ya estoy deseando comprobar qué es lo que nos espera en este bosque...
Karma quedó perpleja ante el despliegue de habilidad de su instructor. El grandioso Kage Bunshin no Jutsu, tan difícil de dominar, peligroso e inclemente en caso de uso incorrecto, pero a fin de cuentas endemoniadamente útil, dentro y fuera de combate.
Con la misma extrañez fue testigo del intercambio de órdenes entre el original y las copias. Era como si Akame estuviese imperando sobre subordinados, no sobre sí mismo. Una estampa de lo más curiosa. Quizás, solo quizás, algún día ella también sería capaz de ejecutar una técnica así. Siendo honestos, no confiaba en ello.
—Bien, busquemos —afirmó con una apagada sonrisa marcándole los labios.
La hierba y los árboles acaparaban la totalidad del paraje, acompañados por el sonido de los pájaros en las copas. A juzgar por el estado de la tierra que pisaban, era difícil creer que alguna vez había habido un camino por la zona. Pero Karma no separaba sus ojos, dorados como el astro rey, del suelo, a la caza del más mínimo vestigio.
—Akame-sensei, disculpa la avalancha de preguntas, pero hay algo a lo que le llevo dando vueltas desde nuestra primera sesión de entrenamiento en el estadio de la villa —declaró tímidamente—. Lo que ocurrió con Inokichi... —paró en seco al invocar esos recuerdos, temerosa. Momentos más tarde reanudó su diálogo—. ¿Qué pasó? Me sentí tan... extraña, a falta de una palabra mejor. Y luego él no estaba... solo tú y yo. ¿Qué fue eso?
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Mientras caminaban buscando un rastro que seguir, Akame se había encendido un pitillo y fumaba con largas aspiraciones, dejando escapar el humo lentamente. El calor del medio día ya empezaba a acecharles como una bestia sedienta de sangre, y el Uchiha lo sabía; dentro de poco caminar se haría mucho más insoportable, tendrían que parar a beber agua con más frecuencia... En resumen, encontrar aquel sendero ya olvidado iba a ser una molestia.
La voz de su alumna le llamó la atención. El jōnin se giró con gesto marmóreo en su rostro y procedió a explicarlo brevemente.
—Fue un Genjutsu, Karma-san —respondió—. Una técnica ilusoria que ejecuté sobre ti. Inokichi no estuvo allí, ni tampoco te había estado espiando. Nada de eso ocurrió en realidad... Todo estuvo, siempre, en tu cabeza.
El Uchiha le dio otra pitada a su cigarro.
—¿No te enseñaron Genjutsu en la Academia? —terció—. Bueno, es normal. Se requiren unas aptitudes bastante concretas... Pero se trata de técnicas muy útiles. Bien empleadas, pueden incapacitar por completo a un enemigo, o darte una ventaja táctica muy valiosa.
Otra calada.
—Los Uchiha tenemos cierta... Predisposición natural para las técnicas ilusorias. Eso nos hace temibles —apostilló, con una sonrisa torcida—. Durante la época de las Cinco Grandes Aldeas, y antes incluso, todos los ninja conocían el dicho "nunca te enfrentes solo a un Uchiha".
La fémina hacía malabares con su atención, desviándola una y otra vez entre el suelo bajo sus pies y la explicación de Akame. Esta estaba sincronizada con su visión, que también iba de abajo al lado y viceversa a ritmo constante, como un metrónomo.
—Ya veo —asintió—. Nos hablaron sobre el Genjutsu, pero solo a nivel teórico, y no demasiado. No era parte del programa, consideran que es más importante que aprendamos bien lo básico del Taijutsu, Bukijutsu y Ninjutsu, ya sabes. Yo tampoco investigué sobre ello por mi cuenta.
Se encogió de hombros. La doctrina de las ilusiones sonaba interesante, pero a fin de cuentas la joven ya había acabado con las manos bien llenas introduciéndose en las artes Iryō-Nin, que tampoco eran simples.
—¿A qué te refieres con "nunca enfrentarse solo a un Uchiha"? —cuestionó con curiosidad.
Mientras tanto, una de las copias de Akame, la que había ido en dirección oeste, se topó con un jabalí. Lo encontró a tres metros de sí, olisqueando el suelo. Era ancho y robusto, un peligro para cualquier civil que lo provocase, a propósito o por accidente. Pero claro, Uchiha Akame no era un civil.
De su juicio dependía el evitar a la bestia o enfrentarla.
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El jōnin le restó importancia con un leve gesto de su mano diestra.
— Ah, sí, el programa. Ya casi se me había olvidado... Realmente en la Academia la formación es bastante básica. Si quieres llegar a ser una kunoichi hecha y derecha, necesitarás complementarla muchísimo —aconsejó, recordando sus largos ratos de estudio y entrenamiento en horas extraescolares—. Sobre todo si te interesa el Genjutsu. Aunque imagino que siendo ninja médico, ya te habrán advertido sobre el escaso tiempo libre del que vas a disponer.
Siguieron caminando, con Akame dando largas pitadas a su cigarro. Se tomó su tiempo para contestar a la pregunta de Karma.
— Tan sólo era un dicho popular. El Clan Uchiha fue conocido y temido en todo Oonindo por la afinidad innata de sus miembros para el combate. Nuestro Dōjutsu es sólo una parte de ello —dejó caer la respuesta a medias, como siempre.
El Kage Bunshin se detuvo en cuanto vio a la bestia. Con movimientos lentos y sigilosos, buscó la cobertura más cercana y desde allí observó al animal. «Daré un rodeo sin más», pensó Akame. Y así hizo, buscando desviarse ligeramente del camino para sortear al jabalí sin que éste se sintiera amenazado por su presencia. Al fin y al cabo, no había motivos para molestarlo...
¿No?
— Ya veo... —dijo con solemnidad como respuesta a todo lo que se le impartió— . El Genjutsu parece interesante, desde luego, pero sí, estoy demasiado ocupada como para ponerme con algo más. Ya voy hasta arriba con Ninjutsu, especialmente Doton, y mis estudios de medicina.
Karma no era una superdotada, ni provenía de una familia de genes ancestrales como la de Akame. No era más que la hija de un mercader y una aparadora. Con alcanzar un nivel de competencia aceptable en el Ninjutsu médico y su elemento predilecto era más que suficiente, o eso pensaba ella.
El Akame "del oeste" se escabulló entre la maleza y rodeó al animal sin problemas. Este ni se percató de su presencia, demasiado arrojado en su tarea de olisquear la tierra. Igual estaba buscando trufas.
Por otro lado, el Akame "del este" encontró algo prometedor. Parecían los restos de un camino a medio masticar por la hierba y las raíces de los árboles cercanos. Era un poco difícil de distinguir, pero una vez uno se daba cuenta de que estaba ahí, no resultaba complicado de seguir.
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El verdadero Akame asintió, cerrando los ojos mientras fumaba otra calada. «Saber reconocer los límites de uno mismo también es una valiosa cualidad para cualquier ninja...»
El Akame del Oeste, habiendo sorteado exitosamente al jabalí, decidió continuar su búsqueda sin importunar al animal. Sin embargo, al poco se detuvo; ¿y si aquel animal estaba olisqueando la tierra en busca del rastro de un río en el que abrevar?
La duda le asaltaba. ¿Debía observar simplemente a la bestia desde lejos, y esperar que ésta le llevase hasta aquel río místico? Cuanto más lo pensaba, menos convencido estaba.
Al final, optó por simplemente seguir buscando algún rastro de aquella senda por sí mismo.
El Akame del Este alzó una ceja, inquisitivo, al distinguir las características marcas de un sendero en desuso sobre la tierra. Se esforzó en identificar las lindes del mismo y tratar de encontrar hacia dónde iban, siguiendo el camino con atención y sin desviarse.
El bravo Akame del oeste hizo bien al no quedarse espiando al jabalí porque estaba, efectivamente, buscando trufas, y pretendía tomarse su tiempo.
Sin embargo, a pesar de tomar la decisión adecuada, no encontró nada digno de mención. Tan solo la saludable atmósfera del bosque y el canto de los pájaros, porque, como ya sabemos, el afortunado había sido su compañero del este.
El atento Akame del este siguió el camino sin verse atosigado por percance alguno, tan solo el avistamiento de un ciervo a lo lejos, que también se percató de la presencia del Uchiha y puso pies en polvorosa tan pronto lo hizo. El sendero lo condujo hasta un río tras una hora de rastreo, más o menos.
El susodicho tenía poco cauce y los murmullos de sus aguas eran audibles antes de verlo. Todo apuntaba a que era el codiciado Bierbe.
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El Akame del Este —se apodaría a sí mismo el "Conquistador del Nuevo Mundo" durante el tiempo que le quedaba de su breve esperanza de vida— no pudo evitar hinchar el pecho con orgullo cuando, tras seguir el rastro, halló el famoso río. «Bueno, el arroyo existe. Al menos esa parte de la leyenda ya es cierta», se dijo el Uchiha. Así pues, oteó la zona en busca de algo de interés.
Lo encontrase o no, no tardaría en verse forzado a cumplir con su deber; volver de nuevo al éter, a la inexistencia, al frío vacío intercósmico del que le había arrancado la técnica conocida como Kage Bunshin.
— Larga vida a Akame III El Conquistador —dijo en voz alta antes de desaparecer en un "puf" de humillo blanquecino.
Akame se quedó traspuesto. Tenía el cuarto cigarrillo ya en los labios y sujetaba su mechero plateado con ambas manos. La débil llama anaranjada oscilaba frente a la cabeza del tabaco, como luchando por prenderlo.
Pese a que había utilizado aquella técnica en multitud de ocasiones, todavía no había llegado a acostumbrarse a la súbita revelación que se sucedía cuando uno de sus clones desaparecía y la información recolectada volvía a su cabeza. Era como tener una epifanía, como si de repente alguien le hubiera metido aquellos recuerdos en la cabeza con calzador.
— Creo que lo tengo —dijo a su acompañante, y al instante se orientó en la dirección correcta—. Hay un pequeño riachuelo hacia allí, a un par de kilómetros, al final de un viejo sendero en desuso. Podría ser el Bierbe.
Aparte de las aguas del río, allí no había nada de importancia. Parecía una corriente de agua normal y... corriente —disculpen el juego de palabras—, una que seguro que muchos animales utilizaban como punto de adquisición del líquido vital que todos necesitamos tanto como la sangre: el agua.
Pero el clon tampoco pudo vislumbrar bestia alguna. Quizás había ido a mala hora o quizás su presencia las había espantado.
La expedición bajo el abrasador sol estival, aplacado tan solo por las copas de los árboles y su vegetación, empezaba a hacerse cuesta arriba para Karma. La genin no alcanzaba a comprender como Akame podía fumar tanto y no mostrar un solo signo de cansancio o falta de aliento; ella, por otro lado, iba sudada de arriba a abajo y peleaba por mantener una respiración estable. «Supongo que no es un jōnin por nada».
De pronto, como si uno de los mismísimos dioses hubiera bajado de los cielos para susurrarle la respuesta al pelinegro, este aseguró haber dado con Bierbe. Karma le escudriñó el rostro con intriga. Ese era el poder del Kage Bunshin.
— ¡Pues vamos! —exclamó, contenta, porque por fin iban a parar de vagar.
Siguió a su sensei con ahínco; todo el que podía amasar dado su cansancio.
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La pareja de ninjas siguió los pasos del Kage Bunshin que tan valientemente había dado su existencia por asistirles —tampoco es que hubiese tenido otra opción, pues aquel era el sólo y final propósito de la misma—, recorriendo aquella vieja senda ya en desuso e internándose más aun en las profundidades del bosque.
Un rato más tarde, Akame reconocería sin lugar a dudas el paisaje; el pequeño riachuelo, la poco concurrida ribera y los árboles de alrededor. Era como si ya hubiese estado allí —en cierto modo, así era—, de forma que no titubeó al anunciarle a su alumna que habían descubierto el arroyo al que hacía referencia la leyenda.
—Pues este es el Bierbe —en su voz se podía notar cierta decepción—. La verdad es que no puedo decir que sea un río fuera de lo normal. Más bien parece bastante... Mierdecilla. Como río, quiero decir —se encogió de hombros—. Ciertamente, esperaba de un arroyo con poderes milagrosos que luciese un poco más... Milagroso.
El jōnin se acercó al riachuelo con pasos dubitativos. Se agachó y rozó las aguas del caudal con la punta de los dedos.
—Se supone que ahora hemos de meditar, ¿no? Para... "Limpiar todos nuestros miedos".
En ese momento pensó en qué era lo que más miedo le daba a él en este mundo... Y en su mente vislumbró, como un recuerdo fugaz, el rostro de una mujer de ojos amielados y pelo negro como la noche.
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