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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#31
Atravesaron el bosque como una flecha atraviesa un torso sin armadura, siguiendo ese desgastado camino y pisando la misma tierra que el Kage Bunshin había explorado con anterioridad.

Finalmente, llegaron, y su recompensa resultó, como poco... decepcionante. Karma observó el riachuelo, y acto seguido, los alrededores. Se cruzó de brazos y torció el gesto. Akame tenía razón, el Bierbe era una "mierdecilla". ¿Y si todo aquello había sido una pérdida de tiempo? Le haría sentir fatal haber llevado a su sensei hasta allí para nada.

La verdad es que sí... —afirmó con deje descorazonador—. ¡P-Pero intentemos ser positivos! ¡No hay que juzgar un libro por sus tapas!

Karma se plantó a la vera del Uchiha.

Sí, tenemos que sentarnos frente a la orilla y meditar —la muchacha se retrasó un único paso y se sentó con las piernas cruzadas—. Vamos a ver...

Cerró los ojos, trató de relajarse y estabilizar su respiración, convertirla en bocanadas lentas y copiosas. Trabajó en pos de liberar su mente, pintarla de blanco, a la par que el sonido de las aguas captaba la totalidad de su atención...
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#32
Akame se encogió de hombros ante el optimismo de su alumna; él mismo no era una persona dada a juicios precipitados, pero ambos tenían que admitir que el Bierbe lucía de todo menos misterioso. Aun así, el jōnin pensó que no estaría bien chafarle las ilusiones a Karma a la primera de cambio, al menos no en ese momento. Era la primera vez que veía a su alumna interesada en algo, mostrando un poco de esa personalidad que siempre mantenía oculta bajo una muralla de indiferencia y pesimismo.

En cierto modo, el comportamiento de la kunoichi reconfortó su corazón.

Así pues, el Uchiha se limitó a asentir con diligencia y sentarse a la vera del río, a unos tres o cuatro metros de Karma. Cerró los ojos y cruzó las piernas, dejando que ambos brazos reposaran sobre su regazo. Pronto el sonido del arroyo del río fue lo único que pudo escuchar; y, no nos engañemos, agradeció aquel momento de paz. Acostumbrado como estaba a vivir atribulado —como todo ninja de alto rango— por las misiones, los posibles enemigos que acechaban tras cada esquina... Y como no, el Ichibi, aquel impás fue como un soplo de aire fresco.

Sólo por eso, Akame ya podía decir que le había venido de perlas el viaje, incluso a pesar del calor infernal de Verano.

Todavía llevaba su kasa, y al poco rato de cerrar los ojos empezó a notar cómo el peso del sombrero se intesificaba sobre sus orejas, así que con un movimiento rápido se lo sacó de encima y lo dejó reposando en el suelo, junto a él. Luego, volvió a concentrarse en dejar su mente en blanco...
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#33
Ambos fueron capaces de liberar su mente con apabullante facilidad, una sencillez digna de un maestro en la disciplina. Era razonable barajar que un shinobi tan experimentado como Uchiha Akame bien podría serlo, pero Kojima Karma desde luego no lo era y gozó de la misma facilidad que su instructor.

El rumor característico de la ribera inundó sus pensamientos. En primera instancia goteó poco a poco, similar a una grieta aguada en un techo metafórico, pero no tardó en ahogarlos en su influencia con la inexorabilidad de un tsunami.

Entonces abrieron los ojos. O fue como si lo hicieran, porque en el mundo real sus párpados seguían igual de sellados.

Se encontraban en un lugar de su pasado, o puede que uno de su vida diaria. Estaban solos, no había rastro del otro. Ni siquiera recordaban haberse puesto a meditar o haber ido hasta el río acompañados. Para ellos estar en el lugar donde estaban en ese momento era lo razonable, lo normal. Las sensaciones eran idénticas a las del mundo real: el tacto, los olores, todo. A efectos prácticos estaban en el único mundo real. Cual Genjutsu avanzado: convincente y casi imposible de detectar.

En el caso de Karma era el salón de su casa, impregnado de ese inconfundible y dulce aroma a flores que provenía del jardín, contiguo a la estancia y conectado con ella por una puerta corredera doble. Se abrió otro acceso —el segundo de la habitación y que comunicaba con el pasillo central de la vivienda— y a través de este entró en escena Kojima Satoshi, el progenitor de Karma.

Ese mismo que estaba muerto y enterrado, o debía de estarlo.

¡Zorra! ¡Rata! ¡Asesina! —espetó los insultos uno tras otro, sin pena ni gloria.

Para la kunoichi fueron como cuchillos, dañándola psicológicamente como tales y pesándole en el alma más que una de las estatuas del Valle del Fin. A eso se le sumó la confusión de no entender el porqué de su fragilidad emocional. Ya estaba más que acostumbrada a los ataques verbales gratuitos del desalmado, pero ahora se veía tan indefensa como frágil. Era como si hubiese sufrido un retroceso de defensas psíquicas hasta un estado infantil, cuando era una chiquilla que no comprendía el motivo por el que su padre la insultaba a diario con tanta crueldad.

Pero ella era la misma de siempre, la de la actualidad, ¿no? Echó un vistazo a su cuerpo, queriendo confirmarlo, presa del pánico. Sí, todo estaba ahí: su silueta de dieciséis años, sus ropajes, su equipamiento... incluso el hitai-ate de Uzugakure. Entonces, ¿por qué...?

¡Tu madre era el mundo para mí y tú me la quitaste, puta! —el hombre se aproximó a Karma a zancada limpia y se detuvo frente a la joven, señalándola—. ¡Rata inútil! ¡Ojalá hubieras muerto tú! ¡El solo verte me produce asco!

No podía mantenerle la mirada, por lo que la pelivioleta ladeó el rostro y miró al tatami, buscando refugio. Las maldiciones y malas voluntades no cesaron, por supuesto. La genin no resultó capaz de soportar el asalto más de unos treinta segundos, tan débil de voluntad como se encontraba. Sus orbes estallaron en llanto, su aliento se transformó en sollozos. ¿Y cómo reaccionó Satoshi? Se puso a reírse como un demonio.

Karma también lloró en la realidad, de igual manera que sus facciones se contorsionaron en una mueca de angustia. Pero sus ojos siguieron cerrados.

¡Eso es! ¡Solo sirves para llorar en una esquina, Karma! —el padre arrimó el rostro al de su hija hasta casi tocar el ajeno, gritándole al oído.

«¿Por qué...? ¿Por qué no puedo replicar, o simplemente levantarme y matarlo? ¡Ya lo maté una vez, maldita sea! ¡¿Por qué me siento tan débil?! ¿L-Lo maté... verdad? ¿No fue un sueño? ¡¿VERDAD?!».
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#34
Lo que ocurrió a continuación fue algo con lo que el bueno de Akame ya estaba más que familiarizado —lo sufría noche sí y noche también por cortesía del bijuu de Una Cola—, pero en aquella ocasión había algo... Distinto. Como una especie de corrupción malvada y tóxica que estuviera carcomiéndole las entrañas y no sólo las horrendas imágenes que veía a su alrededor estuviesen ahí para torturarle, sino para inflingirle una angustia tan enorme que trascendía el tiempo y la mente.

Mientras los cadáveres en llamas de Haskoz, Koko, Datsue y otros ardían a su alrededor, y el resto de los habitantes de la Villa Oculta del Remolino se congregaban a su alrededor llamándole traidor, Akame se sintió no sólo frustrado y angustiado, sino pequeño. Una pequeñez y una indefensión que ni el mejor trabajo de Shukaku había podido conseguir hasta la fecha. El joven jōnin trató de resistirse, cerrar los ojos y luchar, pero ni eso parecía posible. No es que su cuerpo no respondiese, o su instinto no estuviese alerta, es que directamente aquellos pensamientos eran descartados por su mente antes de ser procesados. Su propio ser sentía que toda resistencia sería inútil, que estaba acabado y condenado antes siquiera de que su sentencia fuese leída.

Cualquier intento de pelear era completamente fútil, de modo que Akame corrió. Corrió lejos de la multitud y siguió haciéndolo hasta que los gritos y los insultos se transformaron en apenas un susurro en sus oídos.

Vio unas escaleras ante sí y las bajó, internándose en las oscuras profundidades del subsuelo. La tenue luz amarillenta de unas antorchas pronto fue lo único que le permitió distinguir el camino frente a sí, en un angosto pasillo que desembocó en una sala. Una sala circular y rodeada de más antorchas que conocía muy bien. Frente a él, un muchachito de pelo rubio y ojos azules... Con la garganta abierta y manando sangre espesa, caliente, oscura. De sus labios emergía una profunda letanía, como un quejido canturreado con voz monótona.

Traidor... Traidor... Asesino...

Akame reconoció al muchacho. Sus ojos se anegaron en lágrimas y sintió que todo el cuerpo le temblaba. Cayó de rodillas, tapándose el rostro con ambas manos mientras rompía a llorar. Ni siquiera el Ichibi había sido capaz de llegar a aquella parte tan recóndita de su ser, a aquel dolor tan antiguo y sin embargo primitivo, que volvía a sentir como el primer día.

Lo siento... Lo siento... Yo... Lo siento mucho... —murmuraba el Uchiha, como si fuese una súplica más que una disculpa. Una súplica para que aquello parase.

Volvió a alzar la vista, y de repente todo cambió.
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#35
Llegaron los golpes, que ya tardaban. Satoshi le cruzó a Karma la cara de un puñetazo. Uno más, y luego otro. La joven sangraba por la nariz, tenía las mejillas magulladas e hinchadas. El hombre la agarró de la parte inferior de los antebrazos y la alzó como si fuese una muñeca de trapo, dejándola de pie. La genin no podía hacer nada al respecto, por algún motivo. Tan solo seguir llorando.

Acto seguido le propinó un salvaje golpe en el estómago que le arrebató el aliento. Cayó una vez más, dirigida por la fuerza del trallazo, y aterrizó sobre su espalda. Estaba tan asustada. ¿Cómo podía estar pasando eso? Había empezado una nueva vida, una SIN ÉL...

Voy a hacer algo que debería de haber hecho hace mucho tiempo... —afirmó Satoshi.

Sostenía un cuchillo de cocina con la diestra, del mango. Parecía afilado. Karma abrió los ojos como platos y dejó escapar un gritillo de pánico. ¿Desde cuándo había estado el cuchillo ahí? Era como si hubiera salido de la nada...

Quiso gatear, arrastrase, lo que hiciera falta en tal de huir. Pero no pudo. Su padre se plantó frente a ella, sonriente. Era una expresión diabólica. El hombre se agachó a la vera de Karma y dejó que observara el cuchillo a conciencia, atemorizándola todavía más. Entonces, sin previo aviso, se lo clavó en el estómago.

La sangre que brotaba de la herida era negra y espesa, como brea.

La joven aulló de dolor. Luego continuó sollozando entre ocasionales gemidos de miedo y angustia. Satoshi, como respuesta, enarboló una mueca de odio.

¡Cállate, escoria! —otro golpe a su rostro, que la llevó a escupir sangre—. ¡Te voy a devolver todo el dolor que me has causado!

Satoshi movió el cuchillo y le removió las tripas a Karma. Era una tortura insoportable, sádica. La pelivioleta gritó y gritó, mientras él se reía como antes.

Ya está, ya está —Satoshi extrajo el cuchillo y se lo clavó a su hija en la garganta antes de que esta dispusiera de tiempo suficiente para reaccionar. Le tapó la boca para acallar sus quejidos y se llevó el índice de la otra mano a los labios—. Shh, Karma-chan. Ya pasó todo. Púdrete en el infierno.

Karma murió, ahogada por esa sustancia negruzca que parecía ser su propia sangre. El dolor desapareció, reemplazado por una falta de sensaciones extremadamente anómala. No obstante, de alguna manera, la genin podía seguir viendo a través de sus ojos, que habían quedado abiertos de par en par. También podía escuchar. La información proveniente de su campo de visión y sus oídos era lo único de su existencia terrenal que quedaba; ni sentía ni padecía ni mantenía el control sobre su propia anatomía.

De pronto estaba en otra parte: una planicie de hierba y tierra sin nada más en el paisaje, que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Alguien cargaba con ella, la llevaba al hombro. Pero dado el ángulo extraño en el que se encontraba su cabeza y el vaivén del paso del desconocido, solo podía verle los pies.

Finalmente pararon. Karma fue lanzada al interior de un agujero, una tumba ya cavada. Al aterrizar sobre la inhóspita tierra pudo contemplar dos cosas: el que había cargado con ella era Satoshi, su padre, y a su lado había otro cadáver. El ya mencionado era macabro, puesto que parecía que ya llevaba un tiempo en el hoyo. Estaba podrido, le faltaba piel en más de un lugar, o en algunos casos hasta músculo. Unos pocos mechones rosados todavía sobrevivían sobre su cráneo.

El hombre agarró una pala que Karma no podía saber si ya estaba allí o se había materializado mágicamente como el cuchillo. Satoshi echó tierra sobre los cadáveres, lenta pero inexorablemente, hasta que cerró la tumba.

Entonces, oscuridad.

Irrelevante, verdaderamente irrelevante.
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#36
El aire caliente del Verano le golpeó en el rostro, y Akame abrió los ojos otra vez. El destello cegador del Sol a mediodía le obligó a cerrarlos rápidamente de nuevo, pero aun así se forzó a ponerse en pie. Notaba el tacto áspero de la tierra bajo sus pies, y escuchaba el canto de los pájaros en los árboles cercanos. Su nariz captó el olor del abono, que de repente se le hizo tremendamente familiar.

Cuando por fin pudo ver, se dio cuenta de que había tres figuras frente a él. Una de ellas estaba de espaldas, un hombre menudo y delgado. Las otras dos le superaban ampliamente en tamaño y discutían algo, ignorando completamente a Akame. Pese a que se encontraba tan cerca que casi podría haberlos tocado, el jōnin era incapaz de entender lo que decían; sus voces graves y rudas llegaban hasta los oídos del Uchiha, pero era como si hablasen un idioma distinto... O como si él se hubiese olvidado del suyo. Sonidos incongruentes y sumamente desagradables que empezaron a causarle unas profundas náuseas, hasta el punto de que el ninja tuvo de doblarse por la cintura para vomitar.

A su alrededor, todo parecía difuso, muy disperso. Nada tenía sentido, era como un cuadro pintado por alguien fuera de sus cabales que fuese incapaz de hilar correctamente sus pensamientos. Como una representación torcida y carente de coherencia, de la propia realidad. Tan sólo aquellos pocos detalles eran suficientemente claros como para ser entendidos; el calor de Verano, el olor del abono, aquellos tres hombres.

De repente, uno de los tipos grandes propinó un puñetazo al otro que le hizo caer al suelo casi al instante. Tanto él como su compañero la emprendieron a patadas mientras el otro hombre se retorcía, indefenso. Akame advirtió entonces que él mismo estaba de rodillas, con los ojos anegados en lágrimas como si cada uno de aquellos golpes se lo estuviesen dando a él.

Tardó un poco más en darse cuenta de que le dolía la garganta, muchísimo, así como las mandíbulas. No entendió qué pasaba hasta que unas palabras claramente audibles llegaron a sus oídos.

¡Cobarde! ¡Cobarde! ¡Llorica! ¡Miserable! ¡Cobarde! ¡Te odio!

Con cada nuevo insulto, notaba cómo su garganta se irritaba más y más, una sensación creciente de asfixia se apoderaba de su pecho.

¡¡Cobarde!! ¡¡Te odio!!
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#37
¿Quién... eres?

Abre los ojos de una vez, niña —ordenó con su temible voz gutural.

Pero Karma creía que sus ojos ya estaban abiertos, que era el mundo el que se había oscurecido. ¿Y cómo era posible que hubiera recuperado la capacidad del habla? ¿No estaba... muerta? ¿Era aquello la otra vida, acaso?

Temerosa, la Iryō-Nin obedeció y trató de levantar los párpados. Una sensación muy extraña, aquella de abrir los ojos cuando uno está convencido de que ya lo están.

Esperaba ver las puertas del Yomi, pero en su lugar se encontró con una pared de roca. Estaba en una caverna. Karma albergaba la peculiar sensación de estar en algún punto del subsuelo, así que quizás no se encontraba tan lejos de la tierra de los muertos después de todo.

También notó una familiaridad que no tardó en comprender: era la misma cueva que había visitado en un sueño, durante la estancia en la residencia de los Yoshikawa. La única diferencia era que no había un oni a la vista; se aseguró de comprobarlo.

Irrelevante, verdaderamente irrelevante.

La voz rebotó contra las paredes y resonó por toda la estancia. Karma retrocedió y pronto no pudo hacerlo más porque se topó con un obstáculo a su espalda, quedando igual que estaba en el sueño: contra la pared.

Estoy aquí.

El demonio abandonó un punto sombrío a la derecha de la joven, permitiendo que la tenue e inexplicable luz ambiental lo hiciera visible. Caminó hasta quedar frente a ella. Era, sin lugar a dudas, el mismo oni del sueño, solo que en esta ocasión lo estaba escuchando hablar por primera vez.

Oh, hermana, Kojima Satoshi cree que eres su hija, pero no conoce la verdad —se acarició la panza—. El día de tu "nacimiento" mataste a Kojima Yurisa y a su verdadera hija. Te bebiste la sangre de las dos y utilizaste la piel de la niña como un disfraz. ¡Se te otorgó la oportunidad de subir hasta el mundo exterior y atormentar a los vivos! ¡Izanami-sama fue muy generosa contigo!

El demonio agarró a la muchacha del cuello con su desproporcionada extremidad y la alzó. Karma tomó esos dedos huesudos y forcejeó, pero no se podría haber librado de esa presa sobrenatural aunque su potencia física fuese mayor que su pésimo nivel actual. Sus pies ya no tocaban el suelo. Se estaba asfixiando.

¡Pero ese disfraz humano te ha turbado la mente! ¡Necesitas recordar que tu piel siempre ha sido púrpura! ¡Debes recuperar tu gusto por la sangre! Eres el "karma" que atormenta a los malvados. ¡Ni la muerte puede hacerles escapar! —su tono se iba alzando según hablaba. La visión de la kunoichi se estaba nublando—. ¡Despierta, hermana! ¡Arrastra a Kojima Satoshi hasta aquí! ¡Nos ocuparemos de él por ti hasta que vuelvas!

Un impulso primario llevó a Karma a alzar la mano derecha. Sintió la tierra recién cavada ceder según esta se abría paso hasta la superficie. Ya no estaba en la cueva, bajo las garras del oni, a punto de asfixiarse. Estaba de vuelta en la tumba, pero no era un cadáver. Se encontraba con vida y se sentía más poderosa que nunca.

Como un muerto viviente, como una aparición, Karma se incorporó y la oscuridad de la tierra dio paso a la luz y la brisa del exterior. Se levantó y se quitó de encima los residuos restantes del hoyo. Fue así que se percató de que su piel era púpura. Le pareció extraño, pero por otro lado le resultó agradable, como si hubiera recuperado una parte de sí misma.

Y cuando posó su mirada sobre el horizonte...
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#38
Los gritos cesaron, y todo fue silencio. La oscuridad había invadido aquel campo abonado y todo desaparecía con ella. Incluso el olor de los excrementos de animal se vio sustituido por otro mucho más agradable y dulzón...

Que sin embargo arrancó un escalofrío al joven Uchiha, una sensación de profunda inseguridad y de temor que le recorrió la espalda. Cuanto pudo ver fueron dos luceros de color dorado que brillaban intensamente entre las tinieblas, taladrándole y provocándole un gran dolor en el corazón. Akame empezó a notar que el pecho le ardía, como si sus entrañas acabaran de prenderse en llamas y ahora el fuego estuviera subiéndole por la garganta.

Era inútil resistirse. El joven jōnin se entregó a aquel fuego abrasador y gritó de dolor con todas sus fuerzas cuando vio cómo su piel se derretía por el calor que emanaba, dejando al descubierto primero sus músculos y luego sus huesos, cuando éstos se carbonizaron junto con el resto de su cuerpo.

Entonces, despertó.
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#39
Karma vislumbró la figura de Satoshi que, pala sobre el hombro, se alejaba.

Algo se apoderó de la mente de la joven, algo salvaje y primigenio. Su visión se tiñió de rojo, como si la ira que le supuraba de neurona a neurona sangrara hasta sus ojos.

¡KOJIMA SATOSHI! —le llamó.

Su voz era infernal, gutural y potente, similar a la del demonio de la caverna, pero con un ligero toque femenino en ella.

El hombre se giró como un resorte y la imagen con la que se encontró le indujo tal latigazo de miedo que quedó paralizado, su expresión contraída en una pronunciada mueca que danzaba a partes iguales entre el terror más abismal y la incredulidad más desencajada.

Karma echó a correr, haciendo gala de una velocidad que no se habría atrevido a imaginar ni en sus más optimistas sueños. Satoshi intentó lo mismo como alma llevada por el diablo, literalmente, pero no llegó muy lejos. La ¿oni? le arreó un zarpazo en mitad de la espalda tan pronto le alcanzó. ¿Zarpazo? Sí, Karma ni se había dado cuenta, pero sus uñas se habían transformado en garras, armas cortantes que utilizó por instinto.

El hombre cayó a tierra sobre su estómago y se arrastró, gimiendo de dolor y suspirando de miedo. Iba dejando un hilo de sangre tras de sí, producto de su carne desgarrada. El ataque le había dañado la columna y no volvería a caminar, de hecho.

La pelivioleta paseó a su vera. Le propinó una patada que obligó a Satoshi a detenerse, entonces hizo uso de la planta de su pie derecho para volcar al desgraciado hacia el otro lado con desdén, dejándolo boca arriba. Él la miró, suplicante. Ella agarró la pala, que había caído junto a su padre, y la alzó. Golpeó con la hoja de la herramienta de lado, de una forma que con esa fuerza se convirtió en un cuchillo que acabó parcialmente enterrado en el estómago de su progenitor.

Satoshi aulló de dolor.

¡¿Te gusta que te remuevan las tripas, hijo de puta?! —espetó, meneando el mango de la pala—. Te daría una muerte extremadamente lenta, pero me necesitan en otra parte. ¡Mis hermanos se ocuparán de ti!

Entonces Karma hundió su diestra en el pecho de Satoshi. Agarró su negro corazón, antaño tan alegre y lleno de cariño, para poco después arrancarlo con brutalidad. La kunoichi sonrió, complacida.

Nos volveremos a ver en el infierno, Kojima Satoshi. Te lo prometo —y aplastó el órgano. La palma de su mano quedó embadurnada de un desastroso amasijo de tejido orgánico y sangre.

El pobre diablo exhaló su último suspiro y tan pronto lo hizo la realidad se derrumbó. Karma sintió como si volara hacia todos los lados y ninguno al mismo tiempo, a la par que todo lo que sus ojos captaban vibraba de forma vertiginosa. También le pitaban los oídos.

El resto fue silencio. Entonces, oscuridad una vez más.

Despertó con pereza, sin ganas de retornar a la vigilia. Captó el murmullo del río, además de algo agradable que era fresco y le acariciaba toda la parte inferior del cuerpo. Entonces comprendió que estaba tendida sobre el lecho del riachuelo. Debido a que el cauce del Bierbe era tan escaso el agua apenas cubría un tercio de su torso y extremidades.

Viró el rostro a la derecha y se topó con Akame, que estaba junto a ella, igualmente postrado sobre su espalda.

Se incorporó y apoyó los antebrazos sobre los muslos y las rodillas.

«¿Cómo hemos llegado aquí? Juraría que nos pusimos a meditar en la orilla...».

Observó los alrededores, confusa.
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#40
Y cuando Karma despertó, Akame todavía seguía allí.

El jōnin se incorporó despacio, como si le costara un tremendo esfuerzo volver a habituarse al mundo real. No parecía angustiado ni violentado como quizás sí lo hacía su alumna, sino que tenía la mirada perdida en las tranquilas aguas del riachuelo. Estaba totalmente ensimismado y su expresión se traducía en una de aquellas que se ponen cuando se te ha olvidado el último elemento de la lista de la compra. Cuando estás tratando de buscar algo en el último cajón de la habitación.

Pero no lo encuentras.

Akame se levantó pesadamente, ladeando la cabeza.

¿Karma-san? ¿Qué... Qué ha sido eso? —balbuceó—. ¿Hay... Hay alguien más aquí?

«¿Un Genjutsu?»
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#41
La kunoichi se masajeó los párpados. No parecía que hubiera nada ni nadie sospechoso en el río, en la orilla ni en el área colindante. Hasta el propio Akame-sensei se mostró tan confuso como ella; una faceta de él, más humana, que hasta ese momento la pelivioleta nunca había presenciado.

No... no tengo ni idea... ¿nos pusimos a meditar, no? —preguntó. Necesitaba asegurarse—. Pero... pero estábamos en la orilla... ¿no?

Su voz lo dejaba claro: estaba perpleja, incluso un poco perturbada. No quería barajar la posibilidad de que acabaran de vivir una experiencia paranormal pero la idea estaba ahí.

Se alzó, un poco insegura, pero sin problemas. Estaba empapada.
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#42
Todavía atribulado por el último episodio de las extrañas visiones —al que, al contrario que con los dos primeros, todavía no conseguía sacarle sentido—, Akame se levantó dando tumbos. Todavía le picaba la garganta y notaba un resquemor malsano, como si se le hubiesen subido los ácidos al gaznate en el paso previo a vomitar. Por suerte, no lo había hecho; luciría tremendamente poco profesional delante de su primera y única alumna.

El jōnin, no queriendo ceder a la incertidumbre que le acosaba, activó su Sharingan y dedicó los minutos siguientes a registrar la zona. Examinó la ribera del río en busca de posibles huellas, y también los árboles cercanos. Realmente esperaba encontrar alguna pista que pudiera llevarle hasta el autor de aquella broma pesada... Pero no la halló.

Fue después que se percató del precario estado de Karma.

¿Karma-san? ¿Qué te ha pasado? —inquirió el muchacho.
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#43
Mientras su sensei rastreaba la zona a fondo con el apoyo de su Sharingan, Karma se dedicó a arreglarse la ropa y escurrirse el cabello. No dejó de darle vueltas a lo ocurrido, pero por mucho que generaba una conjetura tras otra, ninguna le convencía. Quizás nunca sabrían con exactitud lo que había detrás del misterio del Bierbe.

Estoy bien, tan solo confusa por lo ocurrido... —le respondió con desazón—. ¿Ves algo? ¿Crees que es buena idea volver? Preferiría no quedarme aquí, la verdad. Me da mal rollo.

Karma alzó la cabeza sobre su hombro, mirando a su espalda, como si esperara toparse con una aparición en cualquier momento.

Además, tenía un paquete que recoger.
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#44
Akame negó con la cabeza.

Nada. Quien quiera que sea que nos ha gastado esta broma pesada, ya no se encuentra por aquí —respondió, suspirando con cierta resignación—. Tienes razón, no sé si ha sido buena idea venir. Larguémonos de aquí...

El Uchiha desactivó su Doujutsu y luego enfiló el camino que, deshaciéndolo, debía conducirles hacia el sendero principal. «Tanta molestia, tanto rastreo, para nada», se lamentaba el shinobi. Y, sin embargo, había algo que no dejaba de rondarle los pensamientos, como una molesta mosca que zumba incesantemente alrededor de la cabeza de una persona a punto de caer dormida.

«¿Qué fue esa última escena?»
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#45
Akame le dio luz verde a la sugerencia de Karma, a lo que ella, como un ratón asustado que teme toparse con algún depredador, echó a andar con cómica rapidez en pos de ponerse a la vera de su sensei y entonces seguirlo. Tomaron el mismo sendero que los había conducido hasta allí, pero en esta ocasión a la inversa, de vuelta a Los Herreros.

Según deshacían el camino y no pasaba nada, la kunoichi se fue relajando paulatinamente. Finalmente quedó con la mirada fija al frente, presa del tedio que resulta al desplazarse durante horas por un bosque sin que aconteciese nada digno de mención. Al menos el paraje era bonito, aunque ella prefería el duro suelo de piedra de una ciudad.

Cuando ya estaban cerca de la urbe de los artesanos, la fémina habló:

¿Qué vas a hacer ahora, Akame-sensei? Yo tengo que volver a Los Herreros y ocuparme de unas cosas. Volveré a la aldea en un par de días —afirmó—. Si vas a volver, te deseo un buen viaje. Por otro lado, si te quieres quedar, hay espacio de sobra en la posada donde me hospedo.

Fuera como fuese, la muchacha se pondría en marcha.
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