Nivel: 10
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Después de unos cuantos días, su viaje en el Valle de los Dojos iba llegando a su fin. Tuvo unos primeros momentos algo extraños y movidos, aunque podrían ser graciosos contados en un futuro, y unos días más tranquilos, donde pudo conocer un poco más el sitio al que iba y despejarse un poco de todo. Todo esto la ayudó bastante mentalmente, no solo por la tranquilidad que ofrecía por momentos el Valle, sino que el hecho de conocer otro lugar, sola y con sus propios ojo. Esto lo transformaba en una experiencia nueva y diferente a lo que ella estaba acostumbrada.
El último destino que tenía en mente para visitar era Hokutōmori, un lugar sagrado que tenía fama por ser un lugar donde no se podía combatir, con unas penas bastante estrictas para las personas que desacataban estas reglas. Por lo menos por esto, ya era un lugar bastante único, además de hacer especial contraste con el Valle, donde se entrena y combate bastante.
La Nara siguió el sendero, adentrándose lentamente al bosque, dirigiéndose a cada uno de los templos. No era especialmente creyente y tampoco era una practicante de la meditación. Pero, sin duda, era un lugar que tenía que visitar sin falta. Es más, se cruzó algunas personas que también iban a esta dirección, yendo a contemplar los dichosos templos. Al parecer era un lugar bastante interesante para avistar.
La primera zona que decidió ir, fue a la de los templos sintoístas. A pesar de no ser muy creyente ni practicante de las religiones, esta en particular le llamaba bastante la atención. Se quedo mirando por fuera uno de estos templos, apreciando, no solo la estética del lugar, si no las personas las cuales iban ingresando a rendir culto a dicha religión. Todo era un ambiente bastante tranquilo.
«Hay mucha paz aquí. Demasiada quizás.»
Nivel: 3
Exp: 1 puntos
Dinero: 750 ryōs
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─Daré un pequeño viaje madre, promete que te portarás bien, la señora Chaya me dijo que cuidaría de tí en mi ausencia─ expresó el joven Yuki en el pórtico de su casa, antes de salir, a su madre que yacía recostada sobre un sofá.
Tan solo volteó una vez con un aire de preocupación en su rostro para observar a la mujer que le había dado a luz y enseñado todo cuanto sabía y hoy era él quien cuidaba de ella, para verla asentir lentamente y reposar su vista en plan de un descanso pronto.
Su vestimenta era la habitual, con esos claros tonos. Sin embargo, hoy no portaba sobre su cabellera aquel "turbante" improvisado, sino que aquella prenda, la llevaba sobre el cuello en pos de verse como una bufanda larga, que rodeando su cuello en una vuelta, ambas solapas caían en fleco a los lados llegando hasta su cintura.
«Será un viaje largo... Pero ese viejo loco al parecer dijo que era un lugar increíble y que allí realmente se respira aire de paz, espero esté en lo cierto... Necesitaría un descanso de casa la verdad» se decía a sí mismo perfilando la idea en su cabeza de que se iría por unos días.
Hokutōmori, allí era donde el viejo Shinpachi le habló al muchacho de gélida sangre que era un sitio sagrado y único en el mundo donde aquellos con mente turbada podrían encontrar paz, aquellos que ostentaban cansancio dentro suyo podrían hacerse de descanso y aquellos que simplemente buscaban tranquilidad mental y emocional alejados de la influencia del mundo exterior podrían hacerlo, además de aquellos que buscaban la propia iluminación... La agotadora y pesada rutina del día a día en mantener su hogar, entrenarse, y a su vez cuidar de aquella que un día cuidó de él -su madre- se volvía por momentos una vida sumamente agobiante y agotadora. Fué entonces que el viejo loco le comentó sobre aquel lugar, en el cual podría optar por irse unos días, y la idea comenzó a gestarse durante unas semanas hasta que finalmente decidió por aventurarse en aquella peripecia.
Durante el viaje, más enfocado en el destino que en el trayecto, pudo gozar de algunos buenos paisajes que sin duda atesoraría como preciadas postales en las arcas de su memoria. Nunca había salido de su villa, y hoy se encontraba de cara a un mundo abierto y totalmente vasto además de desconocido frente a él con muchos caminos que ignoraba donde terminasen. Sin duda era una sensación un tanto agradable, sentía un aire ya que le renovaba interiormente de solo pensar en ésta realidad y sentirse en cierta forma "libre" de las ataduras de su propia vida que le mantenían siempre ocupado. Aún así, todavía le costaba un poco liberarse de la preocupación que sutilmente se mantenía dentro suyo al saber que dejaba a su madre a la suerte de otra persona.
Cuatro días habían transcurrido en los cuales viajó por las tierras de Oonindo, y le tocó descansar en diferentes refugios naturales, pero pudo deleitarse con vistas increíbles. Tan solo dos días atrás aproximadamente, había visto el Lago de Shiona, y le había parecido un lugar increíble, definitivamente el viaje le estaba resultando fructífero, y entendía ahora al viejo que le hablaba de la importancia del viajar para el interior de uno. No obstante, había quedado atrás tal sitio, y ahora se encontraba cerca del recinto que Shinpachi le había comentado, y se adentraba en el bosque. El sitio tenía un aura propia y distinta al resto, inclusive a los lugares circundantes...
«Éste sitio tiene su magia...» se decía en su interior mientras paseaba sus ojos por el sitio.
Observaba los diferentes templos, y caminos que llevaban de uno al otro... El viejo no había mentido, sin lugar a dudas era un lugar único. Camino a uno de los templos, se apostó contra el tronco de un árbol frondoso y robusto dejando reposar su espalda contra él mientras se sentó en el suelo a descansar las piernas. A pesar de todo, el viaje había sido extenuante y un descanso en tal sitio no vendría nada mal. Unos minutos allí bastaron para ver pasar una joven caminando, que le había llamado la atención por sobre el resto de aquellos que allí estaban o se podían ver.
«No parece de acá» analizó un instante. ──¿No tendrías un poco de agua si no es mucho pedir?... Ha sido un largo viaje hasta aquí─ inquirió como excusa para mitigar la curiosidad de si estaba en lo cierto o no.
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Poco tiempo iba a mantenerse ensimismada por la estética del lugar, pues una voz se le dirigió a ella. Irónico que esa voz venga por lo bajo, porque al darse vuelta vio a un muchacho, que sí, estaba sentado en el suelo, pero era evidentemente mucho más alto que ella. No solo eso, también se le notaba que le llevaba un par de años a la Nara. Pudo divisar en uno de sus bíceps una bandana, el diseño era el mismo que había visto hace un par de días. De todos modos, se lo esperaba un poco ver gente de uzu, teniendo en cuenta el país que estaba visitando.
—Te faltó ser un poco más precavido parece. — sonrió un poco y metió su mano en su bolsillo derecho, el cual era lo suficientemente grande para guardar una botellita con algo de agua. —Toma. Luego la llenare, puedes bebértelo todo si quieres.
Revoleó la botellita de agua hacia la cabeza del presunto shinobi. Si bien la velocidad no era considerable, si el otro no la atajaba, la botellita golpearía despacio la parte superior de su cabeza.
—¿Desde donde vienes, barbita? Pareces muy cansado.
La mirada de la Amejin se clavo en los ojos de "barbita", intrigada por saber un poco el recorrido que tuvo y que era lo que lo había llevado a ese estado.
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