El Yotsuki rió sórdido al ver que a Daigo le estaba costando reincorporarse. " Se está haciendo el duro..." No es que le causara gracia que estuviese en mal estado, sino que le agradaba que tuviese el valor de demostrarle que su orgullo no estaba roto. Además, sus acentuadas palabras demostraban que en efecto, Daigo estaba más cercano al pensamiento del Yotsuki que al del otro kusajin. Al menos en eso estaban de acuerdo.
—Ay par favar, mejor descansa un rato que ahorita sólo haces el ridículo. No creo que vayas a necesitar un médico pero nunca está de más ser precavido— Se cruzó de brazos y sonrió, aunque luego sus ojos se desviaron a Kazuma de forma más filosa cuando este interrumpió de nuevo la tensión emocional entre ambos rivales.
—Okay, estás logrando que pierda la paciencia, y te aviso que cuando estoy de mal humor no soy tan amable— sonrió siniestro. —Pero te lo dejaré claro: Eso no va a suceder nunca.— Nuevamente les dio la espalda ambos y se cruzó de brazos. —Tengo esa certeza cómo que mañana va a amanecer— De pronto, una leve brisa refrescó a todos los presentes, liberándolos del calor que abrumaba en el ambiente.
—Incluso, suponiendo que tu hipotética proposición se diese; yo no dependo de Tsukiyama, porqué sé que yo voy a seguir siendo yo sin él. No puedes asignar una acepción a estos sentimientos, ni porque fueses un erudito de la semántica. No todo en esta vida tiene una razón de ser que puedas expresar. Pero existe un algo inexplicable que nos ata, algo que nunca vas a ver si sigues intentando entenderlo— empezó a caminar hasta donde su kasa había caído, recogiéndolo para acomodarlo de nuevo por sobre su cabeza. —Buscas tanto una respuesta que tienes delante de tus narices pero ni siquiera te has dado cuenta que la has encontrado. Es algo que nadie te puede mostrar pero que tú mismo estás alejando. Al final, será una verdad inalcanzable para ti y en parte me da un poco de pena tu patética situación— Giró un poco su cabeza y observó a ambos por el rabillo del ojo, con un gesto enigmático, cómo si escudriñase al peliblanco a través de aquellos grises ojos con el filoso oro de los propios, ensombrecidos por el sombrero.
»Ni te esfuerces en interrogarme de nuevo, que si lo haces... te voy a ahorcar.
Pese a que su postura estaba relajada, no parecía estar bromeando al decir eso.
—Bueno, ya ha sido demasiada cháchara. Yo voy a continuar con mi paseo por el País del Bosque, que me llama la atención ciertas historias del Paraje del Bambú. Supongo que por ahora toca despedirme...
—Ay par favar, mejor descansa un rato que ahorita sólo haces el ridículo. No creo que vayas a necesitar un médico pero nunca está de más ser precavido— Se cruzó de brazos y sonrió, aunque luego sus ojos se desviaron a Kazuma de forma más filosa cuando este interrumpió de nuevo la tensión emocional entre ambos rivales.
—Okay, estás logrando que pierda la paciencia, y te aviso que cuando estoy de mal humor no soy tan amable— sonrió siniestro. —Pero te lo dejaré claro: Eso no va a suceder nunca.— Nuevamente les dio la espalda ambos y se cruzó de brazos. —Tengo esa certeza cómo que mañana va a amanecer— De pronto, una leve brisa refrescó a todos los presentes, liberándolos del calor que abrumaba en el ambiente.
—Incluso, suponiendo que tu hipotética proposición se diese; yo no dependo de Tsukiyama, porqué sé que yo voy a seguir siendo yo sin él. No puedes asignar una acepción a estos sentimientos, ni porque fueses un erudito de la semántica. No todo en esta vida tiene una razón de ser que puedas expresar. Pero existe un algo inexplicable que nos ata, algo que nunca vas a ver si sigues intentando entenderlo— empezó a caminar hasta donde su kasa había caído, recogiéndolo para acomodarlo de nuevo por sobre su cabeza. —Buscas tanto una respuesta que tienes delante de tus narices pero ni siquiera te has dado cuenta que la has encontrado. Es algo que nadie te puede mostrar pero que tú mismo estás alejando. Al final, será una verdad inalcanzable para ti y en parte me da un poco de pena tu patética situación— Giró un poco su cabeza y observó a ambos por el rabillo del ojo, con un gesto enigmático, cómo si escudriñase al peliblanco a través de aquellos grises ojos con el filoso oro de los propios, ensombrecidos por el sombrero.
»Ni te esfuerces en interrogarme de nuevo, que si lo haces... te voy a ahorcar.
Pese a que su postura estaba relajada, no parecía estar bromeando al decir eso.
—Bueno, ya ha sido demasiada cháchara. Yo voy a continuar con mi paseo por el País del Bosque, que me llama la atención ciertas historias del Paraje del Bambú. Supongo que por ahora toca despedirme...