18:37
En algún lugar entre el bambú
El tronco de los árboles de bambú no eran capaces de aguantar su peso, a pesar de que este era escaso. Ello le obligaba a mantenerse en tierra.
No era una situación que le agradase, pero no tenía otra opción.
La nieve le producía cierto ardor en los muslos, pero lo ignoraba. Todo era parte del entrenamiento. No importaba cómo de pequeña fuera una molestia, o lo poco que hubiera contado con su existencia antes de ponerse en marcha; a efectos prácticos no eran más que elementos que sangraban su pequeña aportación en pos de endurecerlo.
Hacía ya un par de horas que se había alejado del camino principal que los viajeros acostumbraban a utilizar para atravesar la arboleda. A pesar de la falta de puntos de referencia, Kuranosuke sabía exactamente a dónde iba, desplazándose por el área con la misma fluidez que un despreocupado espectro.
Un claro entre el bambú.
No demasiado copioso, de hecho, apenas de unos tres metros de circunferencia, pero suficiente para acomodar a un solo sujeto.
El muchacho estaba sentado de rodillas, al estilo tradicional, justo en el centro del claro. En sus frías manos sostenía un libro de modesto tamaño, forrado en tela simple de un humilde tono violeta. En la zona superior de la tapa podía leerse "Oculto en las hojas". A juzgar por el desgastado aspecto del exterior y lo amarillento de sus páginas, resultaba sencillo deducir que se trataba de un tomo muy antiguo.
El primer y único regalo de su padre.
El camino del samurái se encuentra en la muerte.
Una vez el guerrero está preparado para el hecho de morir, vive su vida sin la preocupación de morir, y escoge sus acciones basado en un principio, no en el miedo.
El pasaje más importante. Uno que le producía algo de malestar en el hueco inútil de su cráneo donde solía habitar su ojo derecho. Un dolor fantasma.
Sí, en esa ocasión la muerte casi se lo lleva, incluso antes de conocer sus principios.
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El gyojin había escuchado historias, historias de lo complejo que solía ser encontrar Tane-Shigai sin un guía que les ayudase a los viajeros a atravesar el Paraje del Bambú. De hecho, poco antes de concluir su travesía a través del extenso Paraje sin Sol, varios lugareños le ofrecieron sus servicios, pues según ellos: "la nieve era frondosa y los parajes sumamente confusos, más aún en estas épocas invernales".
Kaido, desde luego, habría pensado que se trataban de patrañas. Patrañas buenamente confeccionadas para arrancarle un par de ryōs del bolsillo. Así que los mandó a la mierda y continuó, sólo.
Y sólo se perdió, durante algún mal cruce, probablemente; que le terminó llevando hasta el corazón del laberinto de bambúes, donde hasta ahora sólo había podido encontrarse con algunas ardillas que huían poco renuentes al ver a aquel espécimen azul atravesando sus bosques. Entonces, sintió la necesidad de detenerse por un par de minutos para analizar su situación. ¿Qué podía hacer? volar no era una opción, desde luego, ya que eso de invocar animales alados que le permitiese zurcar los cielos era cosa de Daruu, y Koori. Tampoco iba a quedarse allí como un idiota esperando a que se le acabasen las provisiones, pues si las tempestades con las que Ame no Kami azotaba sus tierras natales no le habían matado, ¿por qué iba a hacerlo un poco de nieve, y un estúpido bosque engañoso?
Decidido, el gyojin tomó marcha hacia la dirección que él creía era el norte. Avanzó tan recto como le fue posible, marcando cada una de las cañas de bambúes que iba dejando atrás, y esperó a que su plan le llevase finalmente hasta alguna planicie abierta, o a algún área civilizada.
Así que caminó, y caminó. Por un par de horas, quizás, hasta encontrarse con algo que sin duda le llamó la atención. Un jovencito, sentado de forma tradicional con las rodillas por sobre la tierra, dándole la espalda. Sus brazos parecían estar sosteniendo un libro.
—Joder, ¡por fin! tengo dos horas buscando gente, pero éste bosque de mierda...
Si Kuranosuke le echaba el ojo, se encontraría con un muchacho alto, con vestimentas oscuras cubriéndole hasta el cogote. La bandana de Amegakure yacía plenamente visible por sobre su frente, cuyo amarre sostenía los frondosos mechones azules que tenía el escualo por cabellera. Además, su piel era tan azul como el color aguamarina de sus ojos, que en complicidad con aquel manojo de navajas que tenía por dientes, le daban una apariencia lo bastante tétrica y sorpresiva, por lo menos si era la primera vez que se encontraban con él.
—Necesito llegar hasta Tane-Shigai. ¿Sabes hacia dónde tengo que ir?
El hijo de Kusagakure escuchó pasos unos pocos metros antes de que entraran en el claro. La nieve crujiendo bajo el peso de las extremidades inferiores de cualquier ser terrestre hacía muy sencillo ser consciente de que uno no estaba solo. No sintió ningún tipo de mala intención por parte de su dueño, ergo, optó por no prestarles atención, incluso cuando fue consciente de que se encontraban muy cerca de su persona.
Si no se le perturbaba no tenía ánimos de perturbar al otro.
Mas el desconocido albergaba otras intenciones. Sin pudor alguno le dirigió la palabra, mostrando unas formas aunque cordiales, demasiado cercanas y dolorosamente faltas de educación. Las expresiones malsonantes rechinaron en sus oídos. No obstante, mantuvo su compostura más fría que la nieve que adornaba el ambiente.
Cerró el libro con una sola moción tajante, usando ambas manos. Lo agarró con firmeza en su mano derecha y se alzó. Giró sobre sus talones y se topó con una visión que casi logra romper su impávida expresión de neutralidad. La tez de su interlocutor era de un extraño tono azulado, como si se tratara de un cadáver que había muerto por el frío y tras perecer la nieve lo enterró.
Dicen que el mundo es grande y está plagado de rarezas, pero Kuranosuke no esperaba toparse aquel día con una tan flagrante.
Las sorpresas no terminaban ahí. Su ojo bueno captó la presencia de un protector de otra aldea en la frente de Kaido. Ello le llevó a entrecerrar ligeramente el orbe que no estaba cubierto por el parche. La desconfianza se apoderó de su semblante, aunque este no traicionaba demasiado.
—Necesito llegar hasta Tane-Shigai. ¿Sabes hacia dónde tengo que ir?
—¿Para qué te gustaría ir a Tane-Shigai, desconocido?
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—¿Para qué te gustaría ir a Tane-Shigai, desconocido?
El gyojin parpadeó un par de veces, perplejo. No se lo podía creer, no. Y es que aunque hiciese el esfuerzo sobrehumano de ser cordial con cualquier desconocido, y de no ir tocándole los cojones a cualquier desconocido como lo solía hacer antes; el prójimo no parecía querer pagarle con la misma moneda. ¿Entonces de qué le servía mantenerse a raya, si de todas formas un tuerto hijo de puta iba a hablarle así, golpeado y malsonante? ¿desconfiando de él, del símbolo que reposaba visible sobre el frío metal de su bandana, y de sus intenciones?
Kaido agachó la cabeza, y llevó su mano hasta su entrecejo. Lo frotó, lo frotó como si intentase calmar a la bestia en su interior, que deseaba comerse al tuerto de un bocado.
Pero no, no era una reacción inteligente. Ni mucho menos oportuna. No si quería salir de ese endemoniado laberinto de bambúes, y nieve. ¿Y quién mejor que aquel shinobi de la Hierba para que le ayudase?
—A ver, colega. ¿No crees que podrías ser un poco más cordial con los extranjeros como yo? ¿o es que todavía estás resentido por todo eso de que nuestras aldeas se echaron mierda durante un mes por lo de la Uzukage que creíamos haber asesinado? porque al final han sido los mismos uzujin los que se la han cargado, eh, así que...
Luego, un carismático silencio. Sí, prefirió callar y dejar que aquel muchacho respondiera, mientras le observaba con agudo escrutinio. Algo le decía al escualo que el tuerto iba a pensárselo mejor, pero sino; ya sería otra historia.
Parecía que su actitud había irritado a Kaido, a juzgar por la manera en la que se frotaba el entrecejo. No obstante, el semblante de Kuranosuke no varió. El aspecto de su interlocutor le resultaba un poco perturbante, y esos dientes debían de ser capaces de darle una dentellada especialmente dolorosa en caso de que su dueño lo decidiera, mas siguió firme.
—A ver, colega. ¿No crees que podrías ser un poco más cordial con los extranjeros como yo? ¿o es que todavía estás resentido por todo eso de que nuestras aldeas se echaron mierda durante un mes por lo de la Uzukage que creíamos haber asesinado? porque al final han sido los mismos uzujin los que se la han cargado, eh, así que...
—Uzugakure, Amegakure, quién haya hecho qué... para nosotros, los de Kusagakure, sois todos iguales. Precisamente por ello pregunto a un desconocido, ninja de otra aldea, qué hace en el País del Bosque —sentenció, atravesando con su único ojo al joven de rasgos extraños.
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—Uzugakure, Amegakure, quién haya hecho qué... para nosotros, los de Kusagakure, sois todos iguales. Precisamente por ello pregunto a un desconocido, ninja de otra aldea, qué hace en el País del Bosque —espetó el tuerto, dejando que su único ojo sano se ciñera sobre el gyojin.
«Luego que por qué los matan, no te jode»
—Es Uzushiogakure, no Uzugakure. ¡Y! lo que venga yo a hacer por estos lares no debería interesarte. Dime: ¿desde cuándo está prohibido que un amejin pasee libremente por donde le salga de los santos huevos?
Si Kuranosuke había intentado atravesar a Kaido con la mirada, la del escualo probablemente ya le habría cortado en un millón de pedacitos de carne de cañón.
Kuranosuke se limitó a perfilar una sonrisa condescendiente a la par que cerraba su único ojo. Unos momentos después retornó a su expresión de neutralidad.
— Que vergonzoso, he cometido un error. Uzushiogakure, eso es —manifestó con un tono cordial que ocultaba sarcasmo— . Me aseguraré de no olvidarme para la próxima vez.
Se trataba de un desliz honesto, pero al muchacho no podía importarle menos la correcta pronunciación de una de las aldeas que eventualmente caerían bajo su control. Podría llamarla como quisiera cuando formara parte de su imperio.
— ¿Les hablas a tus superiores con esa boca? —suspiró, cansado de la enorme falta de educación que Kaido sufría— En cualquier caso... ¿a dónde decías que te dirigías?
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—¿Les hablas a tus superiores con esa boca?
—¿Y con cuál otra, sino ésta?
—En cualquier caso... ¿a dónde decías que te dirigías?
Kaido sintió que el muchacho pareció recular levemente, así que bajó un poco la guardia. Alzó una ceja, y habló de nuevo:
—A Tane-Shigai. Según mi jodido mapa tendría que haber llegado ya; pero tengo una hora caminando y lo único que sigo viendo son bambúes, bambúes; un tuerto poco amigable y más bambúes.
El gyojin se acercó paulatinamente hasta su interlocutor, alzó el brazo y lo dejó en el aire. Esa era la mejor manera de limar asperezas, y visto que era muy probable que Kuranosuke supiese lo mal que le iría si buscase que Kaido le pateara el culo como es debido, acogería el gesto del escualo con la reciprocidad avalada por el pacto.
—Me llamo Kaido. Umikiba Kaido.
—¿Y con cuál otra, sino ésta?
Kuranosuke no dijo nada, pero en su interior se vio obligado a admitir que su colocutor era diestro en el arte del esgrima con palabras. Eso le gustaba, por mucho que no confiara un solo ápice en él o sus intenciones.
El peculiar sujeto le recordó que iba de camino a Tane-Shigai. Parecía estar teniendo desacuerdos con su mapa, algo que lo colocaba en su actual dilema. El tuerto conocía de sobra el camino. Quizás llevarlo hasta allí y mantenerlo bajo su atenta vigilancia sería mejor idea que permitir que el habitante de Ame campara a sus anchas.
—Supongo que también lees mapas con la boca, hay un camino muy claro que atraviesa el bosque. No deberías de haberte alejado de la senda —afirmó con tranquilidad.
Acto seguido, Kaido se presentó. Como persona bien educada que era, Kuranosuke hizo lo propio.
—Sakamoto Kuranosuke. Puedo llevarte hasta Tane-Shigai si es lo que deseas, Umikiba Kaido. Si es que no te inoportunaría ser guiado por un tuerto poco amigable...
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El claro, claro. Uno que con la nieve, quizás, se había convertido en un paso difícil de discernir, al menos para inexperimentados exploradores como él. Viniendo, sobre todo, de una tierra vasta con parajes y planicies poco frondosas de vegetación. Sólo lluvia.
De cualquier forma, Kaido supo agradecer que Kuranosuke aceptara su presentación, y que se ofreciese a ser su guía. Sin embargo, le dio la impresión de que aquello no era un buen acto de samaritano sino una forma de cerciorarse de que las intenciones del Amejin para con sus tierras eran, cuanto menos, inofensivas para Kusagakure y su gente.
—Puedo llevarte hasta Tane-Shigai si es lo que deseas, Umikiba Kaido. Si es que no te inoportunaría ser guiado por un tuerto poco amigable...
—Me importunaría más tener que pasar la noche aquí, y sucumbir a la hipotermia. Como si no fuese lo bastante azul ya, ¿no crees? —bromeó—. además, sé por uno de tus colegas de profesión que conocéis muy bien vuestros caminos, y que en general todos los kusajin son diestros a la hora de moverse entre bosques.
Entonces, el escualo inquirió en algo muy curioso.
»Sabes, allá en el país de la Tormenta tenemos un lugar llamado Bosque de Azur, un sitio muy misterioso del que aparentemente nadie conoce a ciencia cierta el cómo es en su interior. Dicen las malas lenguas que una vez dentro, es imposible volver a salir. El por qué no parece estar del todo claro, pero... quizás sería buena idea llevarte algún día, a ver si es cierto lo que se dice de Azur, y lo que se dice de vosotros.
Kaido dijo todo aquello habiéndose puesto previamente a la par de su interlocutor, y siguiéndole el paso una vez éste hubiese comenzado a caminar. A la dirección que fuera, pues aquello estaba enteramente en sus manos.
Su acompañante aceptó la propuesta de Kuranosuke, e hizo mención a su extraña tez. El hijo de Kusa se sentía más que deseoso de inquirir sobre la piel de Kaido, pero contuvo su lengua. No sería de buen gusto tratar un tema que quizás era delicado para él.
—Cuando estés listo, nos pondremos en marcha.
A continuación Kaido le habló sobre un particular bosque del País de la Tormenta. Parecía ser que los desgraciados que entraban en él nunca lograba salir, no existía mayor explicación sobre el tema. El genin reflexionó que probablemente se tratara de alguna historia que con los años se había ido retorciendo o simple y llanamente un cuento de viejas; quizás se trataba de un paraje difícil de atravesar, infestado por fauna hostil. Puede que incluso no pasara nada especial en su interior y las historias fueran falsas.
En cualquier caso, sonaba a un reto interesante. Hizo una nota mental de ello.
—No me importaría ir alguna vez —asintió, neutro—. No te separes de mí.
Así pues, dio comienzo la marcha. Con el libro asegurado en su mano derecha y apretado contra la cadera, Kuranosuke salió del claro. No le gustaba ir delante, con su espalda expuesta al de Ame, pero no tenía otra opción.
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—No me importaría ir alguna vez —asintió, neutro—. No te separes de mí.
Kaido asintió, sin más.
Lo cierto es que intentó seguirle el paso a Kuranosuke, a la par de que intentaba memorizar el camino entero. Después de todo, en algún momento tendría que volver, y probablemente tuviese que atravesar de nuevo aquel Paraje para poder llegar hasta la frontera con el país de la Tormenta.
Pero después de un par de minutos, no pudo evitar inquirir en aquel tomo que reposaba firmemente en el regazo de su mano derecha.
—¿Y qué estabas leyendo, antes de que llegara a joderte el día? —preguntó, curioso.
Kuranosuke avanzaba con paso firme.
Se movía entre los árboles de bambú como si se tratara de lo más natural del mundo, como la brisa se cuela entre las copas de los árboles o una serpiente repta entre los obstáculos. En todo momento se esforzaba por mantener su atención en cada sonido que realizaba Kaido al caminar, pendiente de cualquier perturbación o silencio sospechoso.
El referido le terminó lanzando una pregunta, una cuestión dirigida al libro que portaba consigo. Su gozo se abrió paso en el interior de su pecho, era una oportunidad de oro para llevar a cabo un intercambio de información que beneficiara a ambos.
Aún sin dejar de caminar, articuló:
—Te lo diré si me narras los acontecimientos que te llevaron a tener ese tono de piel tan... especial.
Esbozó media sonrisa, pero Kaido no podía verla.
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Y aunque Kuranosuke intentase estar lo suficientemente atento a los movimientos de su interlocutor como para poder percatarse de si, en efecto, realizaba algún gesto repentino y posiblemente peligroso; lo cierto es que si el gyojin intentase hacer algo, poco podría hacer para evitar que el kusajin se diera cuenta. Después de todo, las continuas pisadas sobre la nieve —que a pesar de no ser tan profunda, igual cubría la hierba que solía haber en el suelo— le delataban con cada paso.
Sin embargo, el meollo del asunto estaba en aquel cruce de interrogantes que, desde luego, buscaban saber un poco más del otro. Kuranosuke fue más directo, desde luego, pero había jugado bien sus cartas. Así que el Hozuki explayó su mejor sonrisa, aclaró la garganta; y contó la misma historia con la que solía responder a todo aquel imberbe que se atrevía a preguntar acerca de su apariencia, sin que él le diese el permiso para ello.
—No lo sé, chaval. Dicen por allí que mi padre se folló a una sirena y ésta después lo ahogó, dejándolo como comida para tiburones. Otros tantos dicen que soy el hijo pródigo de Ame no Kami, y que nací de entre la sal y el agua, a saber cómo es eso posible, ¿no?
»¿La verdad? nací feo de cojones y yastá. ¡Jajaja! —rió, grácil.
Tras ser testigo del vago relato del habitante de Ame, Kuranosuke se detuvo, rotó el torso sesenta grados y otros pocos centímetros el rostro para poder contemplar de forma directa la forma de Kaido. Se tomó unos instantes para observarlo de arriba a abajo una vez más.
—¿Y eso es todo? ¿Sal y agua? ¿Y tu madre? ¿Y el médico que dio parte de tu nacimiento? ¿Nadie tiene una explicación a por qué pareces un pez humano? —a pesar de su tono calmo tan habitual en el joven, en esta ocasión se podía notar una pizca de incredulidad en sus palabras.
Chasqueó la lengua.
—Quizás tú eres el misterio del país y no el bosque Azur...
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