«¿¡Kyūbi no Kurama!?»

¡Pues claro que Akame nunca había visto a una persona con semejante cantidad de chakra! ¡Porque aquel tipo no era una persona! ¡Era el jodido Nueve Colas, aquel a quien Nadie se había referido como Kurama-sama!

«El próximo Emperador de Ōnindo...»

... y uno que había ordenado su asesinato por decreto imperial. Normalmente Akame hubiera dudado, aunque fuese un momento, de las palabras de un bijū con forma humana. Pero entonces recordó lo que Kaido le dijera en aquel camino hacia la niebla, semanas atrás...


Las piezas comenzaron a encajar lentamente, aunque todavía le faltaba alguna para completar el puzzle. ¿Por qué el Nueve Colas —no, Kurama— había ordenado su asesinato? ¿Qué había hecho él para agraviar a un maldito demonio que ni conocía? Y lo más importante, «¿cómo cojones lo supo Ayame?»

El Uchiha se tambaleó un momento. La cabeza estaba empezando a darle vueltas y notaba unos sudores fríos caerle por las sienes. Sus manos se aferraron con fuerza al kasa de paja que sostenía sobre su tripa, como si fuera un punto de anclaje que le impidiese caer. Tenía que tranquilizarse, tenía que relajarse... ¡Pero no había sido Hanabi! ¡No había sido Uzu!

Se llevó una mano a la cara y cerró los ojos un momento.

—No... No —respondió, mascullando—. No lo entendéis. Vuestro sicario tuvo éxito, me mató. Me mató —repetía, como un demente—. Cuando he dicho que volví a vivir, lo decía en serio. Y sé que es verdad, sé que estuve muerto. Porque si no...

»Si no, ¿cómo demonios me saqué al Ichibi de las entrañas?

Alzó la vista y miró a Kurama.

—Supongo que debo agradecéroslo, entonces.

Al sentimiento de miedo hacia lo desconocido —o más bien, a lo que se negaba a reconocer— que estaba atenazando a Akame se le unió una súbita patada al estómago (por supuesto, en el sentido metafórico). El chakra de aquella criatura atrapada en un cuerpo humano le golpeó como un tsunami.

—Te perdonaré que te dirijas a uno de tus superiores de esa manera sólo porque estás, claramente, muy confundido —musitó Kurama—. Y por qué no admitirlo, pienso encerrar en una vasija a ese hijo de puta de Shukaku, maldito rebelde de mierda.

»Es curioso que alguien me agradezca que le mate, ¿sabes? —rio Kurama—. Evidentemente, sé que te maté. Ese era mi objetivo, necesitaba el chakra de Shukaku en un sólo cuerpo. Bakudan no me fallaría. Pero yo no saqué tu cuerpo calcinado de Uzushiogakure. Yo pensaba que estabas muerto, y sin embargo recibimos noticias de entre los shinobi de que eras un peligroso criminal que trabajaba con Dragón Rojo. Como comprenderás, estaba perplejo. Me has dado curiosidad, aunque la explicación me resulta mundana. ¿Dices que tu padre te devolvió a la vida? Y por cierto, sicario no, gracias. Fue mi General. Uno de mis Generales. De los mejores; lástima que tu Hermano acabase con su vida. Creo que incluso te mencionó antes de hacerlo.

»Curiosa relación tenéis, tú y él, ¿eh?

¡Cof, cof, cof!

Akame boqueó durante unos instantes al recibir aquella etérea patada de chakra. Ni siquiera delante de Hanabi enfadado se había sentido así. A eso se le unió la confusión y la incertidumbre que le generaban cada palabra que salía de la boca de Kurama. ¿Superiores? ¿Shukaku, un rebelde? Conforme la mente se le fue aclarando, el joven Uchiha pudo unir nuevas piezas al puzzle. Y poco a poco, iba viendo el resultado; intuyendo que cuando aquel misterioso shinobi había dicho "futuro Emperador de Ōnindo", no iba en broma. Ni un poquito.

—¿Generales? —repitió—. Yo no dije que mi padre me devolviese a la vida, sino que se sacrificó para que eso fuese posible —recalcó, pues había una diferencia muy sutil. Una que hacía que le entraran ganas de vomitar de la angustia.

—Así que conoció a Datsue... —masculló, luego—. ¿"Curiosa"? No, yo no la definiría así. "Inexistente", más bien. ¿Qué clase de Hermano abandona a otro a su suerte, por muy dificultosas que sean las circunstancias?

Kurama soltó una carcajada y se removió en el asiento, acomodándose. Aquella conversación le estaba divirtiendo sobremanera. Uchiha Akame era un humano... interesante.

—Es curioso. Creía que eras tú quien había abandonado Uzushiogakure. Para juntarte con... esos piojosos que se dedican a ensuciar la sociedad con esa droga azul. ¿Omoide, se llama? —Hizo rodar sus ojos—. Curioso, sí. La humanidad se resiste a aceptar una realidad inamovible, pero luego se refugia en una droga para convertir la mentira en verdad durante un rato, incluso si eso les esclaviza mucho más de lo que reconocer el orden natural de las cosas supuestamente lo haría... —Aquél cabrón estaba divagando. Akame supo reconocer que se regodeaba, que se estaba divirtiendo hablando con él. Pero no parecía que fuera especialmente a su costa—. La pregunta es, ¿cómo es que abandonaste Uzushiogakure? Tengo entendido que estuvieron llorando tu muerte durante bastante tiempo. Ese Hermano del que reniegas incluso tiene tu mechero colgando del pecho. —Sonrió.

Sonrió. Porque sabía que sabía muchas cosas sobre él. Y Akame estaba empezando a darse cuenta. ¿Desde cuando les habían estado siguiendo la pista? ¿A él sólo? ¿A las Aldeas, quizás?

¿A todos?

El Uchiha ignoró los comentarios de Kurama sobre Dragón Rojo; ¿que si eran unos piojosos que se dedicaban a traficar, putañear y joder a la gente? «A mí me lo vas a contar, joder», pensó el joven. Si él había tenido que unirse a ellos no había sido por gusto o por que compartiese su afición por hacer de vientre en una cueva subterránea, sino por sobrevivir. Porque Uzu le había condenado, porque Datsue le había abandonado a su suerte. Y no tenía reparos en decirlo así.

—¿Y qué opción me dejaron? ¿Pudrirme en una celda el resto de mis días, mientras ellos rebuscaban en mi cabeza? ¿Acaso no se me permitía esperar que mi Hermano hiciera lo propio y acudiese en mi ayuda? —escupió, bilioso—. Un Hermano de verdad no dudaría si ve a uno de los suyos preso: le liberaría.

Todo aquello tenía múltiples matices —muchos de ellos añadidos por la reciente revelación del propio Kurama—, pero en aquel momento Akame tampoco es que estuviera extremadamente lúcido. Parte del miedo que atenazaba su cuerpo ya se había esfumado, o más bien, había pasado a un segundo plano. Ahora sólo le interesaba descubrir para qué le había hecho venir Kurama; y empezaba a tener claro que no era para volver a matarle. Aunque con un bijū, ¿acaso se podía aventurar nada?

—Así que me lloraron. Qué puto detalle —bufó—. Me lloraron después de encerrarme, ¿y sabéis por qué? Porque un ninja de medio pelo que no duraría ni cinco minutos en una batalla de verdad, y al que adiestré como mi alumno, me tendió una trampa. ¡Hōzuki Chokichi, el Héroe en la Sombra! —soltó una carcajada socarrona—. Seguro que le han hecho hasta una puta estatua.

»Eso sí, el cabrón estará pudriéndose ahora en el Yomi. Lo degollé como a un perro rabioso, en su propia cama. Creo que hasta se cagó encima antes de morir. ¿O fue después?

—Ah... ese shinobi que te ha traído aquí estaría soltando espumarajos por la boca ahora mismo —contestó Kurama, divertido—. Mira todo ese orgullo, toda esa ira. Para él, ese tal Chokichi sería, sin embargo, mucho más shinobi que tú, Uchiha Akame. De hecho... —Kurama se recostó sobre el otro lado del trono y ensanchó su sonrisa—. ¿Acaso no lo es? ¿De qué te sirve durar más de cinco minutos en una "batalla de verdad"? A veces la mejor decisión es una retirada táctica. ¿Tú te quedarías a morir?

»No lo creo. —Kurama dio un sonoro bostezo—. Entiéndeme, los problemas que tengas con tu villa no me incumben, sólo quiero entenderte. —Le restó importancia con una mano—. Eso sí, algo habrías hecho para estar encerrado, ¿no? ¿No crees que quizás tu Hermano se sintiera más traicionado que tú por él? ¿Quizás no te has preguntado eso?

»Si yo hubiera sabido que tú y el tal Datsue ibais a estar así, hubiera dejado que os matáseis entre vosotros.

Kurama se divertía apalizando aquella piñata con su metafórico palo, pero la realidad era que estaba pateando un cadáver y aquellas apreciaciones cada vez le resbalaban más al joven renegado. ¿Qué más le daba si alguien era peor o mejor shinobi? Él ya no tenía nada que ver con eso, que formaba parte de su antigua vida. Ahora, si podía decir que era algo, le encajaba mejor el título de hampón. Criminal. Traficante. Podía agradar más o menos, pero esa era la realidad... Y le llenaba de hastío. No por el oficio en sí —ahora no consideraba que ser ninja fuese muy distinto de tener una "licencia para matar"—, sino porque...

—Me importa un carajo lo que ese shinobi piense —respondió al fin, con tono resignado—. O lo que Datsue piense. O lo que piense cualquiera. ¿Es que no lo véis? Yo ya no tengo sitio en este mundo, no tengo hogar, no pertenezco a ningún lugar. Soy más un fantasma que una persona.

Ah, pero todo aquello tenía una salvedad, claro. Un faro de luz en el horizonte que le había llevado, justamente, hasta recorrer el camino de vuelta a Uzu no Kuni. Aunque de eso no soltaría prenda ante Kurama, pues se trataba del mensaje que había intentado hacer llegar a su antigua amada: Yume. Su verdadero sueño.

—En Ōnindo no queda nada para mí. Tal vez me compre una isla remota en Mizu no Kuni con el dinero que saque de Dragón Rojo y me retire a pasar el resto de mis días en la playa, bebiendo daikiris y cobijado entre los voluminosos muslos de alguna bronceada muchacha. No suena mal.

Y no supo si aquello era la mentira más gorda que había dicho en toda su vida o un arrebato de sinceridad.

Kurama arrugó la nariz, asqueado por el nauseabundo olor a bajeza de las palabras de Akame.

—¿A esto queda reducido un shinobi del poderoso y orgulloso clan Uchiha? —espetó—. Qué falta de ambición. Qué falta de amor propio. Cuando otros tratamos de llevar al mundo a su naturaleza ineludible y a la mayor de las grandezas, otros eligen quedar reducidos a poco más que... un mendigo sin futuro.

»Cuando conquiste Oonindo, no habrá lugar en él para quienes suministran drogas a otros para tratar de evadir la realidad. Aplastaré al crimen hasta dejarlo reducido a la nada. Todo quedará dentro del Orden y en paz. Tú encontrarás tu sitio en ese Orden. O desaparecerás con el resto de tu grupúsculo.

»Todavía puedes elegir, Akame. —Kurama sonrió—. ¿O tal vez no? Puedo sentir lo que ese sello trata de hacer con tu cerebro. ¿Tú también estás evadiendo la realidad, Akame-kun? ¿O serás más listo que eso?

Akame se encogió de hombros. Probablemente Kurama le despreciaba, o tal vez sólo lo estaba haciendo para buscar alguna reacción por su parte. Pero si bien el bijuu de Nueve Colas le inspiraba un miedo cierto y lógico al muchacho, estaba lejos de que sus opiniones le importasen un comino. Y así se lo hacían saber sus hombros; subiendo, y luego bajando.

Sin embargo, Akame era consciente de que no podía simplemente agraviar a aquel poderoso ser y quedarse tan ancho. Probablemente provocar la furia de Kurama no era sensato y simplemente daría con sus huesos en la tumba. Así que, diplomático, contestó.

—Todavía no se ha inventado un sello capaz de doblegarme—si Kurama quería ver orgullo en el Uchiha, allá le iba una muestra—. Lo que hago, lo que hice, lo hice para sobrevivir. ¿Quieres cambiar el mundo? No es la primera vez que oigo esas palabras, pero ¿cómo? Ōnindo es ancho, y sus habitantes, tozudos.

Akame bajó la mirada.

—He visto la verdadera crueldad de este mundo. ¿Por qué estás tan seguro de que el tuyo sería mucho mejor?

—Nunca se puede estar seguro de nada, shinobi —declaró Kurama—, pero si no creemos en nosotros mismos, jamás lograremos nada grandioso. Sí, limpiaré el mundo de estúpidos burócratas y de estructuras inventadas, como los feudos. Devolveré las cosas... a su estado natural. —Kurama se enderezó y apoyó las manos sobre las rodillas—. Tal y como dijo Padre, colaboraré con los humanos. Sólo bijū y humanos podremos transformar el mundo.

»Yo también he visto la crueldad, Uchiha Akame, una crueldad que nace de no reconocer el orden auténtico de las cosas. Y contra más vivas en la mentira inventada por la sociedad de los Señores Feudales, más crueldad verás. Ni en la isla más paradisíaca, con todo el dinero del mundo, podrás evadir la realidad. Alguien acabará por ir a tocarte los cojones. Te lo aseguro.

»Me ha pasado. —El hombre le guiñó un ojo—. Lástima que tampoco se haya inventado un sello capaz de doblegarme a mí.

Kurama tomó aire, y le señaló con el dedo.

—La pregunta es: si no te doblega el sello, ¿por qué sigues pretendiendo ser esclavo del Dragón?

Akame no pudo evitar notar las inesperadas coincidencias entre el discurso de Kurama y aquel que Zaide había esgrimido durante la Gran Reunión para rechazar el trato con Umigarasu. Las consecuencias de aquella votación todavía tenían su eco en el pasado, presente y futuro de Dragón Rojo, pero baste decir que —pese a que Akame había votado en contra—, la visión de Zaide sobre el mundo había dejado huella en él. Una visión de una sociedad más igualitaria donde las brutales diferencias entre los dos estratos actuales —la nobleza y el pueblo llano— se vieran reducidas.

¿No era eso mismo de lo que hablaba Kurama? Akame dudó un momento. El Nueve Colas hablaba de destruir el orden creado por el feudalismo para devolver a Ōnindo a estado natural. La pregunta obvia era...

—¿A qué "orden natural" te refieres? —disparó el Uchiha. Luego agregó—. Os equivocais, yo no soy esclavo de nadie, sólo juego lo mejor posible la mano que se me ha dado.

Kurama se encogió de hombros.

—¿No es evidente? —dijo—. Rikudō, quién guió a los humanos en el arte del Ninshū, nos dio la vida por algo. Él nos dijo que debíamos colaborar con los humanos para derrotar a un mal mayor que amenazaría a Oonindo. ¿Y quién amenaza a Oonindo? —El zorro se recostó sobre el trono, ladeado—. A mi juicio, esos Señores Feudales y esas aldeas que se empeñan en servirles, a ellos, humanos con los que deberían estar al mismo nivel.

»La ambición de tener lo que no se tiene: nuestro poder. Un poder creado para dirigir, para guiar, para liderar. Los bijū somos los auténticos protectores y reyes de este mundo. Cuanto antes acepte la humanidad este orden natural, antes acabaremos con la raíz de todas las guerras.

Akame masticó aquellas palabras. Si bien duras en un principio, no pudo negar que tenían un regusto a verdad. La filosofía de Kurama le hizo revolverse en el sitio un momento, atribulado por su una clara certeza: no carecían de cierto sentido.

—Así que Rikudō Sennin puso el destino del mundo a vuestro gobierno? ¿Cómo es posible, entonces, que nos diera también las herramientas para manteneros presos? —inquirió. No en vano él mismo había sido jinchūriki—. Vuestro chakra es inmenso, sí, y soy conocedor del poder destructivo de una bijūdama. Pero también he visto a otros ninjas realizar proezas semejantes.

Akame avanzó un paso por primera vez.

—No os negaré que vuestras palabras están cargadas de certeza y que vuestra filosofía se acomoda bien al esquema de nuestras creencias. El pueblo de Ōnindo lleva practicando su credo desde mucho antes de que yo naciera, pero hasta ahora nunca había conocido a una criatura capaz de atribuirse los dones de un dios —admitió el Uchiha—. Sin embargo, para convertir a un creyente hacen falta más que palabras. Yo pido una prueba de fe.

La mueca socarrona de Kurama se transformó durante un breve instante en un marcado deje de odio y de asco que fue imposible hacer pasar por desapercibido, pero enseguida volvió a sonreír. Aunque era una sonrisa diferente. El hombre bajó de su trono y comenzó a caminar hacia Akame.

—Rikudō-sennin os dio a conocer algo llamado Ninshū, que vosotros lo pervirtiéseis es otro asunto —siseó—. Rikudō no os dio ninguna herramienta para mantenernos presos, arrogante humano. ¡Padre no haría tal cosa!

»Has visto otros ninjas realizar proezas, pero no es nada comparado con lo que podemos hacer nosotros, y soy la prueba viviente de ello —dijo—. Este muchacho Uzumaki creyó que podía utilizar mi chakra a placer para lo que quisiese.

El tipo se plantó delante de Akame. Ahora parecía incluso más alto todavía.

»Me pides una prueba de fe. ¿Qué clase de prueba estás esperando?

Al Uchiha no le pasó desapercibido el desprecio que sus palabras habían provocado instintivamente en Kurama; parecía que había pinchado en hueso. Era de esperar, no obstante, pues a ningún pretendiente a la divinidad le gustaba que le recordasen que también tenía debilidades terrenales.

¿Pero las tenía, realmente? Akame sabía que aquellos sellados que se usaban para crear un jinchūriki no eran eternos —se desvanecían cuando su portador moría—, pero los seres a los que aprisionaban sí. No pocas veces se había regocijado en ello el Una Cola, consciente de que el tiempo era su aliado.

Cuando Kurama le cuestionó sobre sus dudas, Akame calló unos instantes. ¿Qué tipo de prueba quería? Esa era una buena pregunta. Por suerte, él tenía exactamente una respuesta a la altura.

—Decís que queréis gobernar sobre todo Ōnindo por derecho de nacimiento, pero en el orden natural de las cosas, además de muerte, también hay vida —argumentó, convencido—. ¿Podéis acaso crear la vida, Kurama?