1/11/2018, 20:25
—Así que nos movían motivos similares —dijo Ayame, y Eri sonrió con ella. Sin duda su sexto sentido había resultado certero, pues al final Aotsuki Ayame era una persona de verdad agradable y sin ningún tipo de maldad interna.
Sabía que aquello iba a acarrear consecuencias con las personas de su villa, lo sabía, muy en el fondo había una vocecilla que se lo decía, pero en aquel momento no le importaba nada más que saber que obraría por el bien de una Paz que podría salir victoriosa de allí.
Y con esos dulces pensamientos se acabaría la agradable compañía de la morena.
—Creo que debería ir yéndome. Me alegro mucho de haberte vuelto a ver, Eri-chan. Espero que las cosas vayan mejor encauzadas de aquí en adelante, y que la próxima vez que nos veamos sea en mejores condiciones —le dijo, adelantando una mano para estrechársela—. Recuerda no contarle a nadie sobre esto, por favor.
Eri le devolvió la sonrisa y se levantó al igual que había hecho ella, y estrechó su mano de forma firme.
—Ojalá pronto volvamos a vernos —deseó desde lo más profundo de su corazón—. Si hubiera una manera de comunicarnos... Pero creo que de momento solo nos tocará esperar a que el destino nos vuelva a unir —aquello había resultado demasiado místico, pero no sabía decirlo de otra manera—. Y no te preocupes, mis labios y tu carta están sellados. —Terminó, guiñándole un ojo.
Luego se colocó la capa de viaje y esperó a que Ayame se fuese para evitar que más ojos las encontraran juntas. Era cierto que tenían que mantener las distancias por si algún ojo ajeno había relacionado su encuentro a algo más que tomar un batido en una cafetería, así que esperó unos minutos y, tras despedirse de la mujer que había atendido su mesa, salió por la puerta y tomó rumbo hacia su villa.
Y aunque sabía que tarde o temprano sus actos la repercutirían, aquel día sentía que por fin, de nuevo, la pazvolvería a surgir entre las tres villas.
Y en los corazones de sus habitantes.
Sabía que aquello iba a acarrear consecuencias con las personas de su villa, lo sabía, muy en el fondo había una vocecilla que se lo decía, pero en aquel momento no le importaba nada más que saber que obraría por el bien de una Paz que podría salir victoriosa de allí.
Y con esos dulces pensamientos se acabaría la agradable compañía de la morena.
—Creo que debería ir yéndome. Me alegro mucho de haberte vuelto a ver, Eri-chan. Espero que las cosas vayan mejor encauzadas de aquí en adelante, y que la próxima vez que nos veamos sea en mejores condiciones —le dijo, adelantando una mano para estrechársela—. Recuerda no contarle a nadie sobre esto, por favor.
Eri le devolvió la sonrisa y se levantó al igual que había hecho ella, y estrechó su mano de forma firme.
—Ojalá pronto volvamos a vernos —deseó desde lo más profundo de su corazón—. Si hubiera una manera de comunicarnos... Pero creo que de momento solo nos tocará esperar a que el destino nos vuelva a unir —aquello había resultado demasiado místico, pero no sabía decirlo de otra manera—. Y no te preocupes, mis labios y tu carta están sellados. —Terminó, guiñándole un ojo.
Luego se colocó la capa de viaje y esperó a que Ayame se fuese para evitar que más ojos las encontraran juntas. Era cierto que tenían que mantener las distancias por si algún ojo ajeno había relacionado su encuentro a algo más que tomar un batido en una cafetería, así que esperó unos minutos y, tras despedirse de la mujer que había atendido su mesa, salió por la puerta y tomó rumbo hacia su villa.
Y aunque sabía que tarde o temprano sus actos la repercutirían, aquel día sentía que por fin, de nuevo, la pazvolvería a surgir entre las tres villas.
Y en los corazones de sus habitantes.