Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
La hada de agua sobrevoló el edificio, y comprobó que en lo más alto de placa que protegía a la estructura de la lluvia había un par de ventanales, traslúcidos y amplios; que hacían de tragaluz. A través de ellas fue capaz de contemplar el interior del edificio: un galpón amplio con docenas y docenas de cajas selladas, neveras industriales y correas hidráulicas que transportaban la mercancía. A primera vista, no distaba mucho de ser una fábrica procesadora de pescado.
Kincho y su séquito se movieron en el interior de la fábrica hasta que un tipo mundano, gordo, que vestía un delantal blanco, botas de hule y pantalones de pesca, saludó al primero de ellos. Ambos se estrecharon la mano como si se conocieran de toda la vida y comenzaron a charlar acerca de muchas cosas. Lamentablemente —para la intrusa—. la distancia con el suelo y el sonido de la lluvia golpear las placas imposibilitaban que pudiese escuchar bien lo que estos hombres charlaban.
Lo que si vio fue que alguno de los hombres de Kincho empezaron a revisar algunas cajas empaquetadas.
Afortunadamente, en lo alto del edificio había un par de ventanales amplios que hacían las veces de tragaluz... y de lugar perfecto para espiar. La kunoichi descendió y se posó con la máxima delicadeza que fue capaz para no despertar ningún ruido sospechoso. De rodillas, se inclinó para ver mejor lo que ocurría en el interior de aquel sitio.
El galpón parecía ser una suerte de almacén. Decenas y decenas de cajas se apilaban aquí y allá, dispersos entre neveras industriales y correas que transportaban lo que quiera que fuera su mercancía.
«¿Crees que será una fábrica de pescado, Kokuō?»
«¿Me ve con cara de importarme los asuntos de los humanos, Señorita?»
«Gracias, eres de mucha ayuda.» Ayame torció el gesto, contrariada.
Y en ese momento se fijó en el grupo de marineros al que venía persiguiendo. El supuesto capitán le estaba dando la mano a un hombre corpulento que vestía un delantal blanco, botas y pantalones de pesca. Desde allí no sería capaz de escuchar de lo que estaban hablando, pero lo que le llamó la atención a Ayame fueron las cajas que varios hombres habían comenzado a revisar. Entrecerró los ojos, tratando de agudizar la vista. Si lograba ver qué era podría comprobar si de verdad era una fábrica de procesado de pescado o...
Al principio, no observó nada raro. Era pescado. Numerosos animales de mar moviéndose sobre la correa hidráulica que movía el alimento por largas líneas zigzageantes donde los obreros podían ir separando aquellos que pasaran el filtro inicial —o en resumidas cuentas, aquellos que no estuvieran podridos o de tamaños muy pequeños que perturbaran su empaque—. y que iban acabando finalmente en las neveras mencionadas anteriormente.
No obstante, Ayame percibió por el rabillo del ojo que en los últimos tramos de la correa, el tráfico de alimento se detenía considerablemente por unos segundos. Cuando los peces salían por el otro lado, se le veía inusualmente inflados y parecían tener un corte a lo largo y ancho de sus tripas como si lo hubiesen fileteado. Sólo entonces, los trabajadores tomaban el animal y lo acomodaban de forma organizada en pequeñas cavas cuadradas que se iban apilando en varios carruajes.
Peces. Peces de diferentes tamaños, formas e incluso colores. Desde sardinas, pasando por pargos y bacalaos e incluso peces espada, toda clase de animales marinos pasaban sobre cintas transportadoras sobre las que los trabajadores se afanaban separando aquellos ejemplares que sus dimensiones no eran las adecuadas o su aspecto estaba lejos de lucir lo fresco que debería, antes de terminar contenidos en las enormes neveras.
«Puede que me haya equivocado...» Pensó Ayame, hundiendo los hombros con cierta decepción.
«Os lo dije.»
«¡Espera!» Su espíritu detective se negaba a darse por vencido, y entonces vio por el rabillo del ojo algo curioso. En los últimos tramos de las cintas, el tráfico de pescado disminuía su velocidad e incluso se detenía por unos instantes. Segundos después, los peces volvían a aparecer, bastante más inflados que anteriormente y con un notorio corte a lo largo de su cuerpo.
«Los están... ¿Rellenando? ¿Pero de qué?» Pensó Ayame, torciendo el gesto. Ella no era muy conocedora de los entresijos del gremio de pescadores; pero, hasta donde tenía entendido, el pescado no llegaba relleno de nada a las tiendas.
Y por si no fuera suficientemente sospechoso, esos peces no acababan en las neveras, sino en cubetas que eran apiladas en carruajes.
«Es hora de entrar en la boca del dragón.» Meditó, echando la cabeza hacia atrás.
¿Pero cómo? Intentar colarse por las rendijas de aquella ventana como una repentina catarata llamaría demasiado la atención de los trabajadores. Y lo último que quería era llamar la atención. Por eso... Por eso tendría que utilizar la puerta principal. Pero para eso primero tenía que hacerse cargo de los que estaban custodiándola.
Ayame entrelazó las manos en el sello del Pájaro.
—¡EH! ¡Vosotros dos! ¡Entrad aquí ahora mismo! —bramó, tan demandante como furiosa.
Pero su voz no brotó de sus labios, sino desde detrás de la puerta principal (la misma que estaban custodiando los guardias); y ni siquiera era su voz, sino la del supuesto capitán. La misma voz de Umikiba Kaido.
¤ Seidō: Kodama ¤ Camino de la Voz: Eco - Tipo: Apoyo (Genjutsu ambiental) - Rango: C - Requisitos: Genjutsu 30 - Gastos:
20 CK (proyección) (impide regeneración de chakra)
(Genjutsu 40) 10 CK (imitación) (impide regeneración de chakra)
- Daños: - - Efectos adicionales:
Proyecta la voz del usuario en un punto diferente a su ubicación
(Genjutsu 40) El usuario puede imitar otras voces conocidas
- Sellos: Pájaro (mantenido) - Velocidad: Instantánea - Alcance y dimensiones: 10 metros a la redonda desde la posición del usuario
La segunda de las técnicas de voz de Ayame.
Combinando su destreza con las ilusiones y el poder de su voz, Ayame ha desarrollado una técnica ilusoria por la cual es capaz de hacer proyectar su voz, o cualquier sonido que realice, desde un punto diferente a su ubicación real en un determinado área. Así, puede hacer creer al oponente que el sonido ha sido emitido en una dirección diferente a donde realmente se encuentra.
Con una mayor destreza, además de proyectarla, Ayame también es capaz de imitar cualquier voz que haya escuchado con anterioridad y conozca de antemano.
Una vez proyectada o imitada la voz, no puede cambiarse ni la ubicación ni el tono empleado a no ser que se vuelva a pagar el coste de energía que supone la ejecución de la técnica.
«Si entras en el bosque, de los kodama no te has de fiar. Si sigues sus voces, perdido para siempre te hallarás.» — Antigua leyenda del Bosque de Azur.
Los papanatas que hasta ahora hacían de guaruras en la puerta, no eran más que dos lacayos que llevaban tiempo trabajando en Baratie. Pero como Baratie llevaba unos meses turbulentos, pasando de dueño en dueño como si se tratase de un objeto común, lo cierto es que aún no estaban muy acostumbrados a que fuese ese hombre azul el que dirigiese las operativas de la mafia para la que se habían enlistado. Eso no les hacía ignorar el hecho de que, siendo un tipo muy parecido a Shaneji —físicamente y en actitudes también—. lo mejor era aceptar su liderato y acatar sus órdenes. Esa vez, no fue diferente.
La voz demandante de Kincho, como les había instruido que le llamase mientras adoptara esa forma; llevó hasta ellos a través de los gruesos muros del galpón. El primero volteó sorprendido, como si le hubiesen pillado haciendo algo malo; y el otro no tardó en verle la cara a su colega, preguntándose qué había pasado ahora. Ahora se preguntaban: ¿iban los dos? ¿no les había dicho que vigilaran? el cerebro no les daba para meditar muy bien sus opciones.
Tic, tac. Tic, tac. Si tardaban más, el jefe se iba a enojar. Si tardaban más, podían echarle por la borda a las mascotas de Kaido, esos tiburones con los que amenazaba en alta mar a aquellos que no siguieran las normas.
Ambos se perdieron en el interior de la fábrica, cerrando la puerta tras sí, pero sin llave.
Ayame aguardó con el corazón en un puño la reacción de los dos guardias y el oído atento. Al principio no percibió nada más que el silencio acompañado de las gotas de lluvia, pero cuando estaba debatiéndose entre correr el riesgo de asomarse o de repetir la orden, escuchó la puerta cerrándose de nuevo.
«¿Ha funcionado?» Pensó para sí, deslizándose con suavidad sobre la superficie del techado para asomarse con discreción. La entrada estaba desierta, ninguno de los dos vigilantes se había atrevido a desobedecer la orden falsa de su capitán. «¡Ha funcionado!» Se repitió entonces, con una sonrisa de oreja a oreja.
Pero era bien consciente de que el reloj de arena acababa de darse la vuelta. Los dos guardias no tardarían en darse cuenta de que la voz que ambos habían escuchado no había sido más que un eco ilusorio en sus oídos confundidos, y no habría sitio para las imaginaciones como posible excusa. Por eso debía apresurarse. Afortunadamente, ella no necesitaba ninguna llave o llamada secreta para colarse en cualquier sitio. Ella era El Agua y, como tal, se dejó caer al suelo y su cuerpo se licuó nada más tocar tierra. Lentamente, el charco formado se escurrió por debajo de la puerta. Pero no retomó su forma corpórea enseguida. Antes de hacer nada se mantuvo estática, observando sus alrededores con todos sus sentidos alerta para ver dónde se encontraba y todo lo que ocurría a su alrededor.
Había conseguido entrar en la boca del dragón, pero ahora venía la parte más complicada: No ser devorada por él. Y para ello necesitaba encontrar un rincón alejado de las miradas indiscretas de los trabajadores...
¤ Suika no Jutsu ¤ Técnica de la Hidratación - Tipo: Apoyo - Rango: A - Requisitos: Hōzuki 10 - Gastos:
0'4 * daño a bloquear CK (mínimo 6)
6 CK para otros usos (divide regen. de chakra) (ver descripción)
- Daños: - - Efectos adicionales:
Convierte el cuerpo del usuario en agua líquida para otorgarle ciertas características (ver descripción).
(Hōzuki 10) Permite reducir el daño por Taijutsu, armas y otros golpes físicos hasta en un 25%.
(Hōzuki 25) Permite reducir el daño por Taijutsu, armas y otros golpes físicos hasta en un 50%, y además, el daño de técnicas hasta en un 20%.
(Hōzuki 60) Permite reducir el daño por Taijutsu, armas y otros golpes físicos hasta en un 100%, y además, el daño de técnicas hasta en un 30%.
Técnica insignia del clan Hōzuki. Los miembros del clan son capaces de licuar cualquier parte de su cuerpo, desde un simple pelo hasta convertirse por completo en agua. Esto les permite reducir el daño de ataques físicos enemigos, evitar heridas mortales, infiltrarse en una estructura o mezclarse con una superficie acuática para lanzar un ataque sorpresa. De esta técnica se derivan muchas otras, fruto de la capacidad del Hōzuki para modificar cualquier parte de su cuerpo a voluntad. Cuando un usuario de la técnica se desmaya mientras la utiliza, se transforma en una especie de masa gelatinosa.
El jutsu es muy versátil, no obstante, tiene dos grandes puntos débiles: el primero es que el usuario debe ser capaz de prevenir que va a recibir un golpe para absorberlo, o transformarse nada más recibirlo, por lo que queda vulnerable a ataques a los que no pueda reaccionar (de sigilo y por la espalda). El segundo es que si una técnica de Raiton impacta en el usuario mientras está utilizando esta o cualquier técnica que requiera el Suika como requisito, éste recibirá un 50% más de daño por parte de dicha técnica.
El uso de soporte no puede utilizarse para esquivar un ataque en el momento en el que se lo lanzan al usuario.
Oh, Ayame era hábil. Escurridiza. Maleable como el agua, y por esa razón, pudo adentrarse a la fábrica sin ningún inconveniente, después de haber laureado a los guaruras con su increíble técnica de voz.
Aquel pequeño charquito se adentró entonces a la boca del Dragón, y sólo entonces pudo darse cuenta que mantenerse en ese estado era la opción más lógica. La fábrica estaba llena de charcos en sus anchas, quizás por la lluvia torrencial que se abría paso a cuentagotas a través de las placas que componían el amplio techo por el que Ayame había estado espiando antes, o también por las filtraciones de algunas cisternas interiores que servían como combustible para las correas hidráulicas ya antes destacadas. Lo cierto es que por ahora estaba segura de ser descubierta, y podía echar un buen ojo a su alrededor como para percatarse en dónde estaba cada hombre y de cuántas personas estamos hablando. La guardiana recordaba que eran siete los marineros a cargo de Kincho —ese hombre cuya voz le resultaba convincentemente familiar a la de Umikiba Kaido—. y eran siete los que tenía en su rango de visión, cinco de ellos aún apilando las cajas de alimento y carrozas de transporte. Los otros dos que había ahuyentado con su voz, ahora se encontraban al final de todo el galpón recibiendo una reprimenda muy seria por parte de su capitán que despotricaba palabras, iracundo, al no haber sido él el que los hubiese llamado. Claro está que Kaido fue incapaz de sospechar de dónde provenía esta treta y asumió que solo se trataba de un despiste de alguno de sus súbditos, que cabe destacar, no eran gente demasiado destacada salvo para navegar los mares de Oonindo.
De pronto Ayame escuchó unos pasos y un hombre pasó tras de ella, pisando su charco aunque sin hacerle daño.
—¡Guko-san! los caballos están listos, y la ruta hacia [i]Baratie está despejada. Ya nos encargamos de pagar la comisión de los guardias también, así que todo va viento en popa. [/i]
—Ya escuchó usted, Kincho-san. Ya escuchó usted. ¿Estará Kaido-sama complacido entonces con el cargamento? ¿podemos quedarnos tranquilos de que estaremos protegidos durante los próximos séis meses?
Kincho estaba de espalda, revisando una hilera de pescado. Tomó uno de ellos, abrió la hendidura en el cuerpo del animal y sacó de adentro una bolsa sellada herméticamente con un contenido azul adentro. Era Omoide.
—Quien sabe. Ya sabe como puede ser el jefe, pero por lo que veo, todo está en orden, así que supongo no habrá problemas hasta la próxima temporada. ¡Señores, empecemos la carga! ¡Tenemos un largo viaje hasta el Remolino!
12/01/2020, 22:13 (Última modificación: 12/01/2020, 22:14 por Aotsuki Ayame.)
Desde su posición, y buenamente camuflada en el suelo de aquella lata perforada, la kunoichi pudo estudiar el entorno sin sufrir ningún percance. Era un lugar amplio, como bien había podido comprobar desde su atalaya de espionaje, pero la lluvia percolaba a través de las fisuras que se creaban entre las placas que conformaban el techo y terminaban cayendo al suelo, creando más charcos como ella misma. Por el momento estaría bien resguardada de los ojos indiscretos de las siete personas que observaba desde allí: cinco de ellos se afanaban apilando cajas de pescado y preparando lo que parecían ser carrozas de transporte y los dos restantes, los dos pobres guardias a los que había conseguido engañar, ahora sufrían las graves reprimendas de su jefe, al fondo del galpón.
«Ahora no les quedará más remedio que creer que han sido imaginaciones suyas...» Se rio para sus adentros.
Sus pensamientos se vieron, sin embargo, truncados cuando escuchó unos pasos acelerados y sintió que alguien la pisaba ligeramente.
—¡Guko-san! Los caballos están listos, y la ruta hacia Baratie está despejada. Ya nos encargamos de pagar la comisión de los guardias también, así que todo va viento en popa.
—Ya escuchó usted, Kincho-san —replicó el tal Guko, dirigiéndose hacia el sospechoso capitán—. Ya escuchó usted. ¿Estará Kaido-sama complacido entonces con el cargamento? ¿Podemos quedarnos tranquilos de que estaremos protegidos durante los próximos séis meses?
Kaido...
Ayame se sintió como si le acabaran de echar un jarro de agua congelada por encima. Sus sentidos se volvieron hacia Kincho, que se encontraba de espaldas a ella, revisando una hilera de pescados. Bajo la atenta mirada de la kunoichi, tomó uno de aquellos peces, abrió la hendidura que abría en canal a los animales y extrajo de sus entrañas una pequeña bolsa sellada que contenía algo de color azul brillante.
Y ese algo no era, nada más y nada menos, que omoide. ¿Cómo no iba a reconocerlo? Ella misma había tenido una bolsita similar entre sus manos. No le costó encajar las piezas: aquello no era una simple fábrica de pescado, tan solo era la tapadera para un negocio mucho más turbio. Un negocio que movía mucho dinero y arruinaba la vida de tantas y tantas personas. La imagen de Uchiha Akame, desfigurado, con el rostro desencajado por el mono de aquella sustancia y rogándole que le devolviera su más preciado tesoro; volvió a dibujarse en su memoria. ¡Y Kaido estaba involucrado en todo aquello!
Sintió que le hervían las entrañas de pura ira.
Kaido...
Kaido...
¡KAIDO!
—Quien sabe. Ya sabe como puede ser el jefe, pero por lo que veo, todo está en orden, así que supongo no habrá problemas hasta la próxima. ¡Señores, empecemos la carga! ¡Tenemos un largo viaje hasta el Remolino!
—¡¡¡KAIDOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!
Susano'o se había materializado en el interior del galpón, en forma de una joven muchacha que Kincho conocía muy bien y que estaba envuelta por completo en un remolino de agua que se abalanzó sobre ellos como si un ferrocarril se tratara. La fuerza del agua, como la de una catarata, arrolló todo lo que encontró a su paso, sin piedad, sin distinciones. Tan solo buscaba una cosa, lo mismo que buscaba con el carro de mercancía de Las Náyades: Destruir. DESTRUIR. DESTRUIR.
¤ Intolerancia a las drogas
Sientes un desprecio irracional (o justificado) hacia cualquier cosa, desde personas a determinadas actitudes o grupos. Éste desprecio no es ligero, sino que es bastante marcado, y puede conducir las acciones de tu personaje hacia una dirección equivocada. Ten en cuenta que algunas cosas podrían ser demasiado triviales para esto. Pregunta a un administrador.
CK:
168/330
–
-30
–
-30 CK
–
-6 CK
–
-96 CK
–
¤ Suiton: Daibafuku no Jutsu ¤ Elemento Agua: Técnica de la Gran Cascada - Tipo: Ofensivo - Rango: A - Requisitos: Suiton 80 - Gastos: 96 CK - Daños: 160 PV - Efectos adicionales: - - Sellos: Tigre → Buey → Mono → Liebre → Carnero → Tigre - Velocidad: Muy rápida - Alcance y dimensiones: La técnica abarca 5 metros de diámetro en vertical, con el usuario en el centro, y avanza formando un cilindro de ese diámetro hasta unos 20 metros
Esta técnica hace surgir una gran masa de agua de la nada, que gira en torno al usuario en un enorme círculo a su alrededor. Inmediatamente, el usuario extiende sus brazos hacia delante y la masa de agua sale disparada como un enorme cilindro de olas devastadoras, que dejan la zona con un aspecto similar al de un paraje azotado por un desastre natural. Es un ninjutsu avanzado que requiere una gran cantidad de chakra.
He calculado el gasto de CK con todas las técnicas utilizadas anteriormente, me parecía lo más justo pues no llevaba la cuenta. Realmente, el gasto de este turno son sólo los 96 de CK.
Oh, pero la Tormenta, caprichosa e intensa; no iba a aguardar a que la mercancía estuviese en Baratie y zaparse a altamar para tocarle un poco la moral a los navegantes. No, ésta, ansiosa, vengativa, iracunda e irracional, se alzó sin compasión, invocada por la impaciencia de una de sus tantas hijas. Pero ésta... ésta era especial. Era de las predilectas. De las consentidas. Una de corazón puro y totalmente fiel a amenokami y su continente: ella era Ayame. Aotsuki Ayame.
Los ojos de Kincho, negruzcos como el mismísimo abismo, se abrieron de par en par, emulando a las puertas del Yomi. Su corazón empezó a palpitar como un caballo encabritado, viendo como sus lindas praderas de libertad se veían amenazadas por la inclemente madre naturaleza. No importa lo que hiciese, su pasado estaba empecinado a perseguirle. A encontrarle hasta en los rincones menos pensados. Era el destino hablando, intentando poner todo de nuevo en su lugar. A Kaido donde realmente debía estar. En casa.
Pero su mente, nublada por los delirios de una traición inexistente, tan sólo pudo pensar en una cosa: en Dragón Rojo. En los planes de su organización. En lo cerca que estaban de lograr grandes cosas. No... no... él ya no tenía casa. Él ya no tenía hogar.
Emuló el sello del Carnero con su mano izquierda, y rebuscó con la mirada a...
—¡Maldita mocosa entrometida! ¡te voy a mat... —la intensa marea no tardó en alcanzar al tiburón, oculto en la piel de un hombre distinto, llevándoselo un ajeno consigo. La inmensa cascada logró arrasar con todo a su paso, desde las cajas más frágiles, hasta incluso doblar, por la fuerza del agua, algunas estructuras metálicas del galpón. Las bases del edificio se mantuvieron intactas, desde luego, pero los mecanismos hidráulicos empezaron a emitir sonidos varios, con algunas fugas de presión en las poleas más importantes de la fábrica.
Tras unos segundos en los que el agua apaciguó su paso y empezó a filtrarse por las cañerías, la guardiana pudo comprobar el resultado de su ira: las cajas se habían disuelto en miles de astillas, los pescados muertos despotricados por todo el suelo, y las bolsas impermeables que cubrían la droga, intactas, pero tintando de azul intenso los distintos sectores de aquél desastre.
La figura de Kincho se alzó a una gran distancia, de entre los escombros.
—Definitivamente, no aprendes, Ayame. No importa cuánto pase, pero sigues metiéndote donde no te llaman. ¿Cuándo empezarás a actuar como una kunoichi responsable? ¿cuándo, eh... prima.
Kincho se volvió hacia ella en el último momento, con los ojos abiertos como platos por la sorpresa. A Ayame no le pasó desapercibido aquel extraño gesto que hizo con su zurda: un sello manual.
—¡Maldita mocosa entrometida! ¡te voy a mat...¡Maldita mocosa entrometida! ¡te voy a mat...!
Pero la Tormenta no tardó en arrollarlo, a él y a todo lo que se interpuso en el camino de aquel salvaje torrente que parecía emular las mismas emociones de la misma Ayame, que se mantenía firme en su posición, con sus cabellos y ropajes siendo zarandeados por el temporal. El agua reventó cajas, dobló algunas de las estructuras metálicas del galpón, y sólo las paredes consiguieron contener su enorme fuerza. Sin embargo, había un ruido extraño en el ambiente y fugas de agua en algunos puntos de la fábrica.
Ayame tensó los músculos mientras todo regresaba a la calma. Sus ojos buscaban con ansia a su alrededor y sus oídos estaban atentos a cualquier sonido mínimamente sospechoso. Estaba prácticamente convencida de que Kincho había realizado una técnica shinobi para evitar la tempestad, por lo que tenía que estar cerca. Muy cerca. ¿Pero y el resto de hombres? Tampoco podía quitarles el ojo de encima. El agua se filtró por los desagües y cañerías, y la imagen del desastre salió a la luz: escombros y restos de cajas aquí y allá, peces muertos desperdigados de cualquier manera por el suelo y las bolsas de droga... intactas.
«Maldita sea...» Apretó los dientes, furibunda.
Y entonces, Kincho se alzó de entre los escombros, a varios metros de distancia. Ayame, en un acto reflejo, sacudió la muñeca y sacó un kunai desde debajo de su manga. Pero él no se movió.
—Definitivamente, no aprendes, Ayame —habló—. No importa cuánto pase, pero sigues metiéndote donde no te llaman. ¿Cuándo empezarás a actuar como una kunoichi responsable? ¿cuándo, eh... prima.
Lo había sospechado desde el principio, pero eso no impidió que la verdad la sacudiera como el golpe de un mazo. Ayame apretó las mandíbulas y respiró hondo, tratando inútilmente de aflojar el nudo que se le había hecho en la garganta y contener las lágrimas que afloraban a sus ojos.
—No... se te ocurra... volver a llamarme así —le espetó, apretando el agarre sobre el kunai apuntándole directamente con el filo—. ¿Cómo... como has podido? No sólo traicionas a tu aldea, sino que ahora te dedicas a... ESTO. ¡A vender droga —Prácticamente escupió aquella palabra como el peor de los venenos—, y hundir la vida de la gente! ¡Tú sabes el efecto que tiene esto en las personas! ¡Tú mismo viste a Uchiha Akame destrozado por esta mierda!
No podía creerlo. No quería creerlo. Su amigo, al que había llegado a considerar como un pariente lejano... ¿Cómo había caído tan bajo?
—¿Qué te ha pasado, Kaido? —preguntó, más suave pero también mucho más triste—. Tú, que me salvaste la vida de otros Hozuki desertores de Amegakure; tú, el mismo que defendió el honor de Amegakure quitándole la vida a otro traidor... No te reconozco.
23/01/2020, 03:46 (Última modificación: 23/01/2020, 04:41 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
El rostro de Kincho se tergiversó hacia lo que pareció ser una sonrisa afilada y curvada. Una que le haría recordar a Ayame la faceta más característica de Umikiba Kaido: esa mueca socarrona suya con la que recibía a sus contrarios, y que traería seguramente un buen puñado de recuerdos de los tiempos de antes.
De antes, sí, de cuando él era fiel a los suyos. De cuando salvaba la vida de sus amigos. De cuando mataba a otros traidores para defender su patria, en honor a su líder; aquella que le había tendido en bandeja su ticket hacia la libertad, lejos de las cadenas que le retenían como a un animal.
—Que ciega estas, Aotsuki Ayame. Pero no te culpo, yo también lo estaba —dijo, con cizaña—. ¿de verdad crees que a Akame acabó así por el Omoide? ¿cómo puedes ser tan estúpida? —dio un paso hacia ella, muy lento—. ¡la droga era su refugio! ¡su ruta de escape! de la traición! esa pasta azul era lo único que le apaciguaba el dolor por la puñalada rastrera que recibió por parte de aquellos que se hacían llamar sus amigos. De su gente. de Uzushiogakure.
»Yo, por el contrario, fui más vivaz. Un tipo afortunado, digamos; y pude irme antes de que me hicieran lo mismo a mí. ¿Que no lo entiendes, Ayame? vosotros los shinobi de las Tres Grandes no sois más que herramientas. Sendos peones en un tablero cuyas piezas las controlan sólo aquellos que se encuentran en la cúspide donde reside el verdadero poder. ¿Crees que Amekoro Yui te tiene estima? ¿que siente algo por ti? ¿que realmente vela por los suyos, y no por los intereses que mantienen ese sombrero sobre su puta cabeza? ¡JAJAJAJA! ¡eres muy ingenua! —sus manos gesticulaban al son de una cordura frágil y volátil, dominada por las estelas del Bautizo del Dragón. Era ese fuego ígneo lo que salía de su boca, y no las palabras que realmente nacían de su corazón. Una lástima, que ni él mismo lo supiera. Una lástima, que nadie lo hiciera—. eres débil. De cuerpo y de mente. Eres frágil, como una vasija. Oh, eso es lo que eres Ayame. Para eso existes. Para encerrar algo. ¿Sin eso que llevas dentro?
23/01/2020, 13:24 (Última modificación: 23/01/2020, 13:28 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Y allí estaba. El cordero sonrió y mostró las fauces del lobo disfrazado. Aún sin aquellos dientes de sierra, la sonrisa de Kaido era inconfundible. Ella misma la había temido durante largo tiempo, antes de conocerle bien. O, mejor dicho, cuando creía que le conocía bien. Los ojos se le humedecieron al pensarlo.
—Que ciega estas, Aotsuki Ayame. Pero no te culpo, yo también lo estaba —dijo, con cizaña. Y ella le miró, llena de extrañeza. ¿Ciega?—. [sub=steelblue]¿De verdad crees que a Akame acabó así por el Omoide? ¿Cómo puedes ser tan estúpida?
Kincho, o mejor dicho Kaido, dio un paso hacia ella. Ayame retrocedió el mismo paso con la misma lentitud. Con un seco movimiento de muñeca, desenvainó un kunai y se lo pasó a la mano zurda.
—¡La droga era su refugio! ¡Su ruta de escape! ¡De la traición! Esa pasta azul era lo único que le apaciguaba el dolor por la puñalada rastrera que recibió por parte de aquellos que se hacían llamar sus amigos. De su gente. de Uzushiogakure.
—Oh, perdóname, ¡¿pretendes decirme que sois una especie de salvadores de los desgraciados?! ¿Con droga, para hundirlos más? ¡¿Por simple solidaridad o humanidad y no un sucio negocio teñido de azul?! Te creía más listo, Kaido... ¡Y no me hagas reír! ¡Ni tú ni yo conocemos con detalle lo que pasó entre Uzushiogakure y él! ¡Ninguno de nosotros sabe nada!
Lo recordaba. Recordaba con total claridad lo vehemente que se mostró Akame con que Uzushiogakure se lo había arrebatado todo. Pero también recordaba el dolor de Datsue, su reticencia a creer que su Hermano seguía vivo de alguna manera. Recordaba con total claridad el dolor de Hanabi y Datsue al relatar cómo habían sostenido el cadáver en sus brazos y después le habían dado sepultura. No. Ese dolor no era fingido. Ayame comenzó a sospechar que había algo más allá.
Y entonces comenzó a atar cabos. Los Generales. ¿Puede que el mismo General que abatieron en la playa junto a Uchiha Datsue?
—Yo, por el contrario, fui más vivaz —seguía hablando Kaido—. Un tipo afortunado, digamos; y pude irme antes de que me hicieran lo mismo a mí. ¿Que no lo entiendes, Ayame? Vosotros los shinobi de las Tres Grandes no sois más que herramientas. Sendos peones en un tablero cuyas piezas las controlan sólo aquellos que se encuentran en la cúspide donde reside el verdadero poder. ¿Crees que Amekoro Yui te tiene estima? ¿Que siente algo por ti? ¿que realmente vela por los suyos, y no por los intereses que mantienen ese sombrero sobre su puta cabeza? ¡JAJAJAJA! ¡eres muy ingenua!
Estaba loco. Estaba demente.
—Y me imagino que todo eso te lo habrán dicho tus queridos nuevos amigos, ¿no es así? Has alcanzado la... Iluminación Divina, digamos —le espetó Ayame, apuntándole con el filo—. ¿Tú, que te vas en una supuesta misión de infiltración y de repente decides que ya no tienes nada que ver con Amegakure? ¿Tú, después de matar a Keisuke, a los Kajitsu y a tu propia familia por no ser leales a la aldea? ¿Tú? ¿El mata-traidores? ¿Es que no ves que te están comiendo la cabeza? No sé quién es el ingenuo aquí.
—Eres débil. De cuerpo y de mente. Eres frágil, como una vasija. Oh, eso es lo que eres Ayame. Para eso existes. Para encerrar algo. ¿Sin eso que llevas dentro? No eres nadie.
Un tenso silencio inundó el ambiente, sólo roto por el repiqueteo de la lluvia contra las láminas de aluminio y los remanentes de agua que seguían filtrándose. Y de repente, Ayame...
Soltó una risotada.
No lloró, ni pataleó, como Kaido estaría acostumbrado a ver.
—No soy nadie... —repitió, con los ojos cerrados. Y bajó el kunai, aún con aquella sonrisa en los labios—: ¿Lo has oído, Kokuō?
Entrelazó las manos en el sello del Kage Bunshin, y junto a ella, tras un breve estallido de humo, apareció una réplica de Ayame... Con los cabellos albos y los iris aguamarina, con una sombra rojiza adornando sus párpados inferiores. Quizás Kaido podría llegar a pensar que se trataba de una técnica de replicación combinada con una de transformación, si no fuera por...
—Humanos... Y de la peor calaña, además.
Si no fuera porque aquella voz no era la de Ayame, sino mucho más gélida, impersonal, y, de alguna manera, mucho más mística.
—A mí, Kaido, al contrario que a ti al parecer —volvió a intervenir Ayame, alzando de nuevo el kunai—. Me da igual ser un simple peón. No me importa lo que piense Yui-sama de mí.
Si no fuera así, no estaría actuando a sus espaldas, escondiendo todo lo que le estaba ocultando sobre el bijuu.
—Sí soy alguien. Pero, desde luego, no sería la misma sin Kokuō. Soy alguien, soy Aotsuki Ayame, kunoichi de Amegakure. No Guardiana, ni nada de eso: Kunoichi. Y, como tal, velo por la seguridad de los míos. De mi familia. Y de mis amigos. De mi aldea. Y eso... Te incluye a ti.
»Te voy a contar algo, Kaido. Puedes creértelo o no, me da igual. Pero no fue Hanabi-dono quién mató a Uchiha Akame.
1 AO
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¤ Bijū Bunshin no Jutsu ¤ Técnica del Clon de la Bestia con Colas - Tipo: Apoyo - Rango: S - Requisitos: Ninjutsu 70, Amistad con el Bijū - Gastos: 50 CK (impide regeneración de chakra) - Daños: - - Efectos adicionales: - - Sellos: Sello de clonación especial - Velocidad: Instantánea - Alcance y dimensiones: -
Técnica inspirada en el Kage Bunshin no Jutsu; sin embargo, al contrario que en esta, el usuario no divide su chakra para crear los clones, sino que tira del chakra de su Bijū y lo proyecta al exterior. De esta manera crea una réplica real del shinobi que lo usa, pero con los rasgos del Bijū en cuestión (en el caso de Ayame, el pelo blanco con las puntas de color crema y los iris aguamarina con una sombra roja bajo el párpado inferior) y su personalidad, por lo que podrán ser diferenciados sin ningún tipo de problema ni necesidad de Dōjutsu. Además tiene total libertad de movimiento con respecto a su creador.
Al realizar esta técnica, el usuario deja de tener acceso al chakra del Bijū, pues es este quien lo adquiere como reserva de energía (100 CK), y a las habilidades innatas que le otorga. Además, el clon del Bijū será capaz de realizar tanto las técnicas del usuario como las técnicas que tiene como Bijū, pero no podrá acceder a las diferentes formas de Jinchūriki (capas de chakra y demás). Sin embargo, esta técnica no replica las armas y herramientas del usuario, por lo que deberá pasárselas en caso de que necesitara utilizarlas. Al ser una réplica real y no ilusoria, también puede sangrar, aunque se dispersará ante tres golpes físicos o un ataque lo suficientemente fuerte (30 PV), o si el usuario original de la técnica sufre un daño único de más de 50 PV.
En el momento del desvanecimiento de la réplica, el Bijū volverá al interior del cuerpo del Jinchūriki en el que se encuentra sellado, y con él el chakra restante que le quedara en ese momento.
Alterador (Chibi Bijū Bunshin no Jutsu - Técnica del Clon de la Pequeña Bestia con Colas): Con esta variación de la técnica, la réplica del Bijū no adquiere la forma humana del usuario en cuestión, sino que toma la forma original del Bijū pero en una versión mucho más disminuida de tamaño. En el caso de Kokuō, pasaría a tener como máximo el tamaño de un caballo adulto y, dado que no cuenta con manos para realizar sellos, no podría realizar las técnicas del usuario sino que se limitaría a las suyas propias como Bijū. El uso de esta alteración de la técnica se ve limitado a uno por día.
«Desgraciadamente no puedo hacerte libre... Pero al menos podemos ser compañeras.» —Aotsuki Ayame.
Un tenso silencio inundó el ambiente... pero en su interior, voces embargaban su cabeza. No sólo oía el repiqueteo de la lluvia, sino también el aliento del dragón calcinando su ansia por recordar. Él, que había ido a rescatar a Ayame, su amiga, de los Kajitsu. Él, que había matado a Keisuke con la poca vehemencia con la que se ha de tratar un traidor confeso. Él, que incluso había pedido a su líder que le permitiera matar a su familia... con tal de proteger a quienes realmente llamaba suyos de una posible sublevación. ¿Porqué? ¿Porqué no había vuelto a casa de su misión? ¿porqué? ¿porqué no había continuado con su objetivo de eliminar de raíz a esa organización inescrupulosa llamada Dragón Rojo? ¿Porqué? ¡porqué no había vuelto! ¿Porqué...porquéporquéporquéporqué?!
¡Puff! el inequívoco sonido de un kage bunshin. El Umikiba alzó la mirada, y ya no sonreía. Su rostro por el contrario yacía absorto y vacío. Sus ojos aguamarinas se cruzaron con los de Kokūo. Su voz, innegablemente real, apabulló sus oídos y le obligó a retroceder un paso. ¿Era miedo? no. No sentía nada. No lo había hecho por sí mismo durante más de año y medio...
hasta que...
—Sí soy alguien. Pero, desde luego, no sería la misma sin Kokuō.«cállate...» Soy alguien, soy Aotsuki Ayame, kunoichi de Amegakure «¡que te calles!»No Guardiana, ni nada de eso: Kunoichi. Y, como tal, velo por la seguridad de los míos.
De mi familia«yo no tengo familia»
Y de mis amigos.«ya no me quedan amigos»
De mi aldea.«¡Yo elegí abandonar mi aldea, para ser libre!»
Y eso... Te incluye a ti.
Y eso... Te incluye a ti.
Y eso... Te incluye a ti.
A ti, Kaido. Hijo de Amegakure...
El agua atravesó su rostro y algo se quebró en él. Una mueca austera de intenso dolor le hizo encorvarse y que sus manos tocaran el concreto mojado, mientras su mano derecha sostenía el brazo donde yacía la marca del Dragón. Ardía. Ardía como el demonio. Dolía. Dolía como nunca antes.
Entonces la vio. Alzó sus ojos. Muy lentamente.
—A... Ayame —su voz, impersonal. Apaciguada. Adormecida. Como si hubiese despertado de un largo y profundo sueño—. Ayame, ayúdame...
26/01/2020, 00:10 (Última modificación: 26/01/2020, 00:10 por Aotsuki Ayame.)
Y sus palabras parecieron romper algo en Kincho, en Kaido. Su gesto se contrajo en una profunda mueca de dolor y su cuerpo se encogió hasta terminar postrado en el suelo. Se sostenía el brazo, clavándose las uñas en el tatuaje del Dragón. Parecía estar sufriendo. Sufría. Sufría más que nunca.
Y entonces alzó los ojos hacia ella. Rotos. Y Ayame vio más allá de ellos. Vio a un tiburón atado con cadenas de fuego que carcomían su piel cada vez que se revolvía.
—A... Ayame. Ayame, ayúdame... —suplicó, con un extraño tono de voz.
Y el corazón de Ayame galopó con fuerza en su pecho.
—¡Kaido! ¡Kaido! —exclamó, con los ojos llenos de lágrimas. Soltó el kunai y echó a correr hacia él, pero Kokuō la retuvo, tomándola por el brazo.
—¡Tenga cuid...!
—¡¡Suéltame, necesita nuestra ayuda!! —gritó, soltándose del agarre para acudir a la ayuda de su amigo, pasando los brazos a ambos lados de su cuello y abrazándole con fuerza—. ¡Kaido, estoy aquí! ¡Estoy aquí! ¡No te preocupes! ¡No te preocupes! ¡Te ayudaré!
Sus manos se habían entrelazado tras su espalda...
Absorto en el dolor de su lucha contra el Bautizo, y tratando de mantener el control unos segundos más; el hombre que se escondía en el rostro de Kincho recibió el abrazo de su amiga sin miramientos. Ese abrazo, ese abrazo... era toda Amegakure el que le envolvía en ese momento. Ayame exclamaba estar ahí para él, le iba a ayudar. Lo iba a obligar a volver a casa. Y todo iba a estar bien.
Allí, al lado de su oído; Kaido le susurró...
»No perdáis la fe en el alquequenje que se oculta tras la niebla —le dijo, con un ápice muy leve de esperanza en su voz mientras sus manos se revoleaban muy lentamente, a pesar de que los brazos de Ayame sostenían su cuello—. No perdáis la fe en el verdadero Umikiba Kaido.
Dicho aquello, el dolor se detuvo. Una brecha quebrada solo por la voluntad indómita de su verdadero ser y los recuerdos que traía Aotsuki Ayame consigo volvió a cerrarse, y el fuego del Dragón volvió a incinerar su alma en cenizas. Kaido alzó la vista, miró a Kokūo y...
sonrió.
—¡AHORA MUEREEEEEEEEEE!
¡FIÚSJ!
Del dedo de Kincho, oculto a espaldas del clon de Ayame, emergió una bala diminuta y mortal que atravesaría su pecho sin dudarlo.
· PV:
240/240
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· CK:
278/320
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-42
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2AO mantenidas (post #24)
Daños propuestos: 70 PV o muerte en caso de atravesar realmente su corazón.
¤ Mizudeppō no Jutsu ¤ Técnica de la Pistola de Agua - Tipo: Ofensivo (cortante) - Rango: S - Requisitos:
Hōzuki 70
Suika no Jutsu
- Gastos: 42 CK por disparo - Daños: 70 PV por disparo - Efectos adicionales: - - Carga: 2 - Velocidad: Muy rápida - Alcance y dimensiones: 10 metros
Imitando con su mano la forma de una pistola y utilizando el Suika no Jutsu, el usuario comprime el agua en la punta del dedo. El disparo se produce con una tremenda fuerza y velocidad que produce un sonoro estallido y es incluso capaz de perforar fácilmente un cuerpo humano.
El usuario puede aumentar la potencia de la técnica utilizando ambas manos para disparar de forma simultánea dos balas de agua, haciendo el ataque aún más letal.