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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#91
La sorpresa y el alivio se reflejaron por igual en el rostro de Akame cuando su pariente le lanzó una cantimplora que, como pudo juzgar por su peso el uzujin tras atraparla al vuelo, estaba llena a rebosar. Dejando por un momento de lado su carácter sereno Akame desenroscó el tapón de la cantimplora con una avidez casi salvaje y la volcó sin tapujos sobre su rostro con el mentón hacia arriba y la boca abierta de par en par. Dejó el agua correr por su garganta durante un par de segundos para luego volver a enroscar el tapón y devolvérsela a su congénere con un escueto agradecimiento.

Gracias.

Luego la conversación siguió por otros derroteros menos del gusto del Uchiha. Akame nunca había hablado de sus investigaciones con nadie —ni siquiera con su Hermano—; no sólo por su personalidad naturalmente escéptica y fría, sino porque si algo había aprendido de todo aquello era que quien o quienes estaban relacionados con los sucesos no eran gente inofensiva. Y mucho menos predecible. Pese a que se hallaban allí, en mitad de los bosques de Mori no Kuni, después de haberse internado en los intestinos de un templo ancestral y haber decapitado a una serpiente gigante, Akame no podía evitar sentirse abatido al darse cuenta de que realmente estaba casi tan en blanco como antes de emprender aquella expedición.

No lo creo, no —contestó Akame ante la pregunta de Ralexion sobre si aquellos mercenarios estaban relacionados con Uróboros—. Por su forma de actuar parecían simples soldados de fortuna. Yo diría que quien quiera que los ha contratado es el verdadero interesado en esa joya.

Cuando Ralexion le preguntó sobre el significado de aquel grabado, Akame asintió con aire misterioso.

En efecto. Uróboros... Quienes fueran los que lo inventaron creían que nuestra visión de la realidad era plana y obsoleta. Casi rudimentaria —explicó—. Uróboros simboliza la eternidad, donde nada puede nacer, crecer o morir. Es la creencia de que cada una de nuestras acciones no tiene un principio ni un final, sino que ha estado ahí, así, por siempre.

Era la primera vez que explicaba sus averiguaciones en voz alta, y fue entonces consciente de lo absurdo que sonaba. Por más que había leído y por más que aquellos personajes con los que se había cruzado parecían irremediablemente convencidos de la verdad de esas palabras, Akame seguía sin encontrarles ni una pizca de sentido. Y oyó la voz de un anciano decrépito en su cabeza...

El tiempo es un círculo plano —murmuró de forma casi ininteligible, aunque probablemente lo suficientemente alto como para que Ralexion se enterase, con la mirada ausente y fija en las llamas. Entonces alzó la cabeza y escudriñó al kusajin con sus ojos negros—. Ya te dije que venías aquí por tu propia cuenta y riesgo.

Fue entonces cuando Ralexion le enumeró varios de los elementos que en ese momento formaban aquel misterioso e indescifrable cóctel. Akame no pudo contener una carcajada sincera.

Dicho así, es lo más surrealista que he oído nunca —admitió, entre risas, mientras sus carcajadas reverberaban en el claro—. Quizá tengas razón y deba abandonar mi búsqueda, sí.
Diálogo - «Pensamiento» - Narración

Mangekyō utilizado por última vez: Flama, Verano de 220

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#92
Tomó de vuelta la cantimplora, pero no corrió a guardarla de vuelta al lugar del que procedía. Ralexion mantenía su semblante ausente, con la mirada todavía perdida en un punto inexacto de las llamas que ardían sobre la hoguera. Definitivamente estaba prestando atención al testimonio de su familiar, pero andaba demasiado borracho y demasiado cansado como para devanarse los sesos más de lo que ya había hecho.

«Tanto rollo místico que no alcanzo a comprender; pero esa joya... el tipo que contrató a los mercenarios... la quiera para lo que la quiera, dudo que se algo bueno...», se dijo a sí cuando Akame finalizó su monólogo y el improvisado campamento quedó en silencio a excepción del crepitar del fuego.

Ha sido un día jodidamente largo —sentenció al fin.

Tomó su zurrón, guardó el recipiente del preciado líquido en él y extrajo de su interior un saco de dormir. Era algo más humilde que el del uzujin, pero llevaría a cabo sin problemas el trabajo para el que había sido creado.

Se levantó de la roca y dejó la mochila reposando sobre la referida, el saco todavía entre sus manos. Lo dejó descansar sobre la tierra a la vera de su tan fiel asiento y se echó boca arriba, acto seguido se tapó. Se aseguraría de mantener esa posición; temía girarse mientras dormía y terminar apoyado sobre la herida —lo cual le aportaría una fea sorpresa por la mañana—. Posicionó ambas palmas de sus manos tras su nuca, utilizándolas de almohada improvisada.

Quedó mirando a las estrellas.

Buenas noches, Akame-san.
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#93
Akame saboreó el silencio que sucedió a su extensa y probablemente poco clara explicación. Probablemente en ese preciso instante Ralexion estaría sintiendo exactamente lo mismo que él había experimentado decenas de veces investigando todo aquel oscuro y misterioso asunto. Todo lo que rodeaba a Uróboros y a quienes fueran que estaban detrás de lo que quiera que estuviesen era raro, ininteligible o simplemente se desconocía. El Uchiha se sintió entonces agobiado por aquella sensación, como si Ralexion hubiera descargado sobre él toda la importancia que era capaz de darle al asunto antes de echarse a dormir; y Akame no le culpaba. Él no hubiera podido dormir plácidamente de todos modos, así que no le importaba llevar esa carga.

Buenas noches, Ralexion-san —respondió el uzujin, con la mirada fija en las llamas.

Tardaría un rato más en acostarse, y sólo lo haría después de haber disfrutado de unos momentos de paz y silencio en el bosque nocturno. Se merecía al menos eso. No podía evitar sentirse derrotado; más que eso, vapuleado. Aquel renegado de las cicatrices probablemente les había seguido desde Tane-Shigai, había dejado que sortearan los peligros del Templo por su cuenta y les había esperado a la salida para hacerse con el botín. «Me ha engañado como a un maldito kusajin», se dijo el Uchiha. Y entonces tuvo que mirar de soslayo a su guía de la Hierba.

Al final Akame acabó por meterse también en su saco, con la mirada fija en el cielo estrellado. De la hoguera quedaban apenas rescoldos que les proveerían de un poco de calor durante lo que restaba de noche y se apagarían con el rocío de la mañana. Justo antes de caer presa del sueño, el Uchiha se encontró a sí mismo haciéndose la misma pregunta de siempre.

«¿Qué buscan?»




Las primeras luces del alba les despertarían irremediablemente, tan sólo unas pocas horas después. El camino de vuelta a la capital de Mori no Kuni se haría mucho más pesado, tedioso y deprimente que el de ida, con la inevitable sombra del fracaso planeando sobre sus cabezas como un ave rapaz. No llegarían hasta ya bien entrada la tarde, casi anocheciendo, y sólo entonces Akame se permitiría mostrarse algo más animado; al menos esa noche dormiría en una cama, rodeado de cuatro paredes y tras haber cenado caliente.

Lo que ocurriría después es algo para contar en otra ocasión.
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