8/01/2018, 19:53
La sorpresa y el alivio se reflejaron por igual en el rostro de Akame cuando su pariente le lanzó una cantimplora que, como pudo juzgar por su peso el uzujin tras atraparla al vuelo, estaba llena a rebosar. Dejando por un momento de lado su carácter sereno Akame desenroscó el tapón de la cantimplora con una avidez casi salvaje y la volcó sin tapujos sobre su rostro con el mentón hacia arriba y la boca abierta de par en par. Dejó el agua correr por su garganta durante un par de segundos para luego volver a enroscar el tapón y devolvérsela a su congénere con un escueto agradecimiento.
—Gracias.
Luego la conversación siguió por otros derroteros menos del gusto del Uchiha. Akame nunca había hablado de sus investigaciones con nadie —ni siquiera con su Hermano—; no sólo por su personalidad naturalmente escéptica y fría, sino porque si algo había aprendido de todo aquello era que quien o quienes estaban relacionados con los sucesos no eran gente inofensiva. Y mucho menos predecible. Pese a que se hallaban allí, en mitad de los bosques de Mori no Kuni, después de haberse internado en los intestinos de un templo ancestral y haber decapitado a una serpiente gigante, Akame no podía evitar sentirse abatido al darse cuenta de que realmente estaba casi tan en blanco como antes de emprender aquella expedición.
—No lo creo, no —contestó Akame ante la pregunta de Ralexion sobre si aquellos mercenarios estaban relacionados con Uróboros—. Por su forma de actuar parecían simples soldados de fortuna. Yo diría que quien quiera que los ha contratado es el verdadero interesado en esa joya.
Cuando Ralexion le preguntó sobre el significado de aquel grabado, Akame asintió con aire misterioso.
—En efecto. Uróboros... Quienes fueran los que lo inventaron creían que nuestra visión de la realidad era plana y obsoleta. Casi rudimentaria —explicó—. Uróboros simboliza la eternidad, donde nada puede nacer, crecer o morir. Es la creencia de que cada una de nuestras acciones no tiene un principio ni un final, sino que ha estado ahí, así, por siempre.
Era la primera vez que explicaba sus averiguaciones en voz alta, y fue entonces consciente de lo absurdo que sonaba. Por más que había leído y por más que aquellos personajes con los que se había cruzado parecían irremediablemente convencidos de la verdad de esas palabras, Akame seguía sin encontrarles ni una pizca de sentido. Y oyó la voz de un anciano decrépito en su cabeza...
—El tiempo es un círculo plano —murmuró de forma casi ininteligible, aunque probablemente lo suficientemente alto como para que Ralexion se enterase, con la mirada ausente y fija en las llamas. Entonces alzó la cabeza y escudriñó al kusajin con sus ojos negros—. Ya te dije que venías aquí por tu propia cuenta y riesgo.
Fue entonces cuando Ralexion le enumeró varios de los elementos que en ese momento formaban aquel misterioso e indescifrable cóctel. Akame no pudo contener una carcajada sincera.
—Dicho así, es lo más surrealista que he oído nunca —admitió, entre risas, mientras sus carcajadas reverberaban en el claro—. Quizá tengas razón y deba abandonar mi búsqueda, sí.
—Gracias.
Luego la conversación siguió por otros derroteros menos del gusto del Uchiha. Akame nunca había hablado de sus investigaciones con nadie —ni siquiera con su Hermano—; no sólo por su personalidad naturalmente escéptica y fría, sino porque si algo había aprendido de todo aquello era que quien o quienes estaban relacionados con los sucesos no eran gente inofensiva. Y mucho menos predecible. Pese a que se hallaban allí, en mitad de los bosques de Mori no Kuni, después de haberse internado en los intestinos de un templo ancestral y haber decapitado a una serpiente gigante, Akame no podía evitar sentirse abatido al darse cuenta de que realmente estaba casi tan en blanco como antes de emprender aquella expedición.
—No lo creo, no —contestó Akame ante la pregunta de Ralexion sobre si aquellos mercenarios estaban relacionados con Uróboros—. Por su forma de actuar parecían simples soldados de fortuna. Yo diría que quien quiera que los ha contratado es el verdadero interesado en esa joya.
Cuando Ralexion le preguntó sobre el significado de aquel grabado, Akame asintió con aire misterioso.
—En efecto. Uróboros... Quienes fueran los que lo inventaron creían que nuestra visión de la realidad era plana y obsoleta. Casi rudimentaria —explicó—. Uróboros simboliza la eternidad, donde nada puede nacer, crecer o morir. Es la creencia de que cada una de nuestras acciones no tiene un principio ni un final, sino que ha estado ahí, así, por siempre.
Era la primera vez que explicaba sus averiguaciones en voz alta, y fue entonces consciente de lo absurdo que sonaba. Por más que había leído y por más que aquellos personajes con los que se había cruzado parecían irremediablemente convencidos de la verdad de esas palabras, Akame seguía sin encontrarles ni una pizca de sentido. Y oyó la voz de un anciano decrépito en su cabeza...
—El tiempo es un círculo plano —murmuró de forma casi ininteligible, aunque probablemente lo suficientemente alto como para que Ralexion se enterase, con la mirada ausente y fija en las llamas. Entonces alzó la cabeza y escudriñó al kusajin con sus ojos negros—. Ya te dije que venías aquí por tu propia cuenta y riesgo.
Fue entonces cuando Ralexion le enumeró varios de los elementos que en ese momento formaban aquel misterioso e indescifrable cóctel. Akame no pudo contener una carcajada sincera.
—Dicho así, es lo más surrealista que he oído nunca —admitió, entre risas, mientras sus carcajadas reverberaban en el claro—. Quizá tengas razón y deba abandonar mi búsqueda, sí.