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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#16
Pero Daruu se reincorporó de golpe y le dio una palmadita en la espalda que le hizo soltar un hipido.

Oh, vamos, ¡no llores!Ya está todo. Ya ha pasado. Estoy contigo. Centrémonos en disfrutar, ¿sí?

Ella asintió, enjugándose las lágrimas y ambos terminaron sus platos en silencio. Tal y como había prometido anteriormente, Daruu pagó la cuenta y retomaron el camino en búsqueda de algún hotel en el que pasar las noches que iban a estar allí. Estuvieron un rato caminando en silencio, y Ayame pensó para sí en un hecho curioso: con Daruu, los silencios nunca se hacían incómodos. Eran silencios cómplices, compartidos.

Oye, ya que hablabas antes de Kokuō...

¡Shhhh! —le chistó, alarmada, mirando a su alrededor para comprobar que nadie podía haberlos escuchado—. ¡No lo digas en voz alta!

Cuando os visité, en la cárcel, me parece recordar que tenías algo en mente para ayudarla a ser más libre. ¿Vas a contármelo en algún momento?

Y una sonrisa maliciosa curvó los labios de Ayame, que cruzó sendos brazos tras la espalda y meneó la cabeza a ambos lados.

Te lo contaré, pero hoy no.
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#17
Daruu se cruzó de brazos, molesto.

¡Agh! ¡Pero qué gilipollas eres cuando quieres! —rio—. Pues que sepas que sé que tu curiosidad es más impaciente que la mía.

De pronto, el muchacho se detuvo en seco.

No —dijo—. No puede ser. Es el destino. —Señaló a un edificio grande que les había quedado junto enfrente. Al cartel. Cogió a Ayame del hombro con la otra mano y la agitó—. ¡Es el destino, Ayame!

Era un cartel de madera. Con un símbolo tallado. Era un pato, la silueta de un patito subiendo en diagonal la ladera de una empinada montaña. Era...

El Patito Montés.

Está claro. Nos tenemos que alojar ahí. Los dioses nos han puesto este hotel en las narices por algún motivo —rio, y echó a caminar hacia la puerta.
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#18
Y la reacción esperada no se hizo de rogar: Daruu se cruzó de brazos, evidentemente molesto, pero se rió:

¡Agh! ¡Pero qué gilipollas eres cuando quieres! Pues que sepas que sé que tu curiosidad es más impaciente que la mía.

Exacto. Y por eso serás tú quién me lo diga primero —le sacó ella la lengua.

Pero la discusión se quedó ahí. Daruu había frenado en seco y miraba con ojos abiertos como platos hacia un punto determinado situado al frente.

No. No puede ser. Es el destino. —Daruu señaló al cartel de un edificio de varios pisos de altura que había quedado justo frente a sus ojos. Entonces tomó a Ayame del hombro con su otra mano y la zarandeó—. ¡Es el destino, Ayame!

Y es que en el cartel de madera habían tallado cuidadosamente la silueta de un pato subiendo en diagonal la ladera de una empinada montaña: «El Patito Montés».

Venga ya... me estás tomando el pelo...

Está claro. Nos tenemos que alojar ahí. Los dioses nos han puesto este hotel en las narices por algún motivo —se carcajeó Daruu, echando a andar hacia la puerta de entrada.

Bueno, mientras no nos cobren un riñón y medio... —accedió ella, encogiéndose de hombros.

Como el resto de los edificios de la ciudad, El Patito Montés estaba construido al más puro estilo tradicional, con puertas correderas de bambú, de brillantes suelos y paredes de madera barnizada. La recepción era una sala muy espaciosa, con sofás desperdigados y algunos montículos de roca que hacían las veces de cascadas artificiales a modo de adorno. Los dos muchachos se acercaron al mostrador, una barra de madera detrás de la cual se encontraba un hombre más bien corpulento, al más puro estilo montaraz.

Buenas tardes, señor, veníamos a... reservar... una... habitación...

Las palabras de Ayame fueron muriendo en sus labios a medida que avanzaba en la frase. Sus mejillas, encendidas como dos faroles, delataban a todas luces sus pensamientos. Hasta el momento no había reparado en ello, pero era la primera vez que dormía a solas en la misma habitación con Daruu. En otras ocasiones, cuando habían tenido que servirse de alguna posada durante alguna de sus misiones, Kōri había estado con ellos.

Pero ahora estaban completamente solos.
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#19
Ayame y Daruu entraron en El Patito Montés, un hotel de estilo shinto tradicional con puertas correderas y suelo de madera. Daruu sintió un agradable cosquilleo: sin duda lo que más le gustó de su estancia en el Valle de los Dojos fue también aquél tipo de arquitectura. Era relajante, cálido, hasta místico. En Amegakure, los edificios eran de metal y piedra, fríos, técnicos, funcionales. La decoración de aquél sitio le parecía mucho más artística, con ribetes dorados en el escritorio y las mesas de la recepción, estatuillas de piedra y fuentes con estirados dragones orientales.

Detrás del mostrador había un hombre corpulento, de pelo castaño. Estaba de espaldas. Ayame se adelantó y tomó la iniciativa, aunque las palabras le fallaron a medio hablar, y Daruu se fijó en que se había puesto totalmente roja. [psub=mediumseagreen]¿Qué le pasa... le da vergüenza?[/color], pensó Daruu, ajeno a las preocupaciones de Ayame, que más bien pronto serían suyas. Dio un paso adelante, ayudando a Ayame.

Una habitación para tres días. Con desayuno y cena, por favor —dijo.

Un momento, por favor... —contestó el hombretón con una voz profunda como una caverna—. Vale, ya estoy. A ver, dejadme mirar, parejita... ¡Oh, no! Estamos completos.

Oh, no... —Daruu, decepcionado, le puso una mano en el hombro a Ayame y se dio la vuelta.

¡Esperad! Eh... esto... supongo que está bien, porque no creo que nadie fuera a reservarla de todas formas... ¡Habéis tenido suerte, jóvenes! No todo el mundo puede disfrutar de la suite de El Patito Montés a precio de habitación normal. Pero es la única que nos queda, y prefiero llenar a tener esa vacía durante toda la temporada. Se ve que los ricachones de más allá de las cordilleras no han querido disfrutar de la primavera del valle este año...

¿¡U... una suite!? —exclamó Daruu. Miró a Ayame, sin creérselo.

¡Y a precio normal, ojo! —señaló el recepcionista, alzando su rechoncho dedo índice—. Tenéis salón con televisión y radio, cafetera, cocina, un mueble bar y una cama grandísima con las sábanas del tejido más suave que podréis encontrar en Oonindo.

Le hubiese gustado decir que sí, por favor, y entregarle el dinero a aquél hombre tan amable. Pero Daruu se acababa de dar cuenta de algo.

Una cama.

Por supuesto, ya era consciente de ello. Pero hasta ese preciso instante, no había sido realmente consciente.

Una.

Realmente iban a hacerlo. ¿Pero y si salía algo mal? ¿Y si ella no...?
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#20
Por suerte para ella, Daruu se adelantó para echarle un cable.

Una habitación para tres días. Con desayuno y cena, por favor.

Un momento, por favor... —les respondió una voz tan profunda como el eco de una caverna—. Vale, ya estoy. A ver, dejadme mirar, parejita...

«Parejita... ¿Tan evidente es?» Ayame se sonrojó aún más.

¡Oh, no! Estamos completos.

Daruu y Ayame se lamentaron al mismo tiempo. Intercambiaron una mirada, apenados, pero cuando él le puso una mano en el hombro y ambos se dieron la vuelta, con la idea en mente de buscar otra posada donde pasar las noches, volvieron a escuchar la voz del recepcionista llamándoles:

¡Esperad! Eh... esto... supongo que está bien, porque no creo que nadie fuera a reservarla de todas formas... ¡Habéis tenido suerte, jóvenes! No todo el mundo puede disfrutar de la suite de El Patito Montés a precio de habitación normal. Pero es la única que nos queda, y prefiero llenar a tener esa vacía durante toda la temporada. Se ve que los ricachones de más allá de las cordilleras no han querido disfrutar de la primavera del valle este año...

¡¿Una suite?! —exclamaron al unísono, incrédulos.

¡Y a precio normal, ojo! —señaló, alzando su rechoncho dedo índice—. Tenéis salón con televisión y radio, cafetera, cocina, un mueble bar y una cama grandísima con las sábanas del tejido más suave que podréis encontrar en Oonindo.

Ambos se quedaron de nuevo paralizados, patidifusos entre la sorpresa... y algo más. El rostro de Ayame no se decidía si sonrojarse o palidecerse, y la muchacha había comenzado a juguetear con sus manos al borde de un ataque de nervios.

«Una... una cama... Tendremos que compartir cama...» Aquello era algo que debía haber supuesto en el mismo momento que había aceptado irse de viaje con Daruu. Pero, de alguna manera, su cerebro había decidido omitir aquel detalle.

Miró de reojo a su pareja, sin saber muy bien qué debía decir. ¿Estaría bien que compartieran lecho?
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#21
Y Daruu miró a Ayame.

«¿Por qué no dice nada...? Eso es que no quiere, eso es que sabe lo que va a pasar y ha decidido que no. Siempre ha sido muy inocente, seguro que quiere esperar hasta casarse, seguro que...»; el corazón le latía a mil por hora. ¡Pero si aquello debían haberlo sabido los dos desde el momento en el que se decidieron ir de viaje! Si no... si no no se habría ido con él. Claro. Igual era sólo vergüenza. Era vergüenza. Sólo eso. ¿Sólo eso, verdad?

El cuerpo de Daruu se movió por sí solo y depositó varios billetes encima del mostrador.

V... vale. Vale. ¡G-gracias! —Se vio en el espejo de detrás del señor de la recepción. Estaba tan rojo como un tomate. Instintivamente, se dio la vuelta y comenzó a caminar tan rígido como un soldadito de plomo.

¡Oye! Eh, bonita. Espera, que tu novio se olvida de la llave... —dijo, y se agachó detrás del mostrador. Tras abrir y cerrar varios cajones, aparentemente en busca de la llave, la depositó delante de Ayame—. Está en la última planta. Es la única habitación. El desayuno es de ocho a diez y la cena de nueve a once de la noche. ¡Que tengáis unas buenas vacaciones! —Levantó la cabeza, extrañado, intentando mirar por encima de Ayame—. ¿Qué... qué es ese ruido...?

¡Cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-chac!

Daruu, varios metros más allá, apretaba frenéticamente el botón de subir del ascensor para ver si venía más rápido. Y ni siquiera sabía a dónde iba.
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#22
Y Daruu le devolvió la mirada. Lo que pasaba por la cabeza del otro era un secreto que sólo ellos conocían, pero sus mejillas encendidas y sus ojos abiertos como platos hablaban a voces.

Al final fue él quien se adelantó:

V... vale. Vale. ¡G-gracias! —exclamó, dejando varios billetes sobre el mostrador para después girar sobre sus talones y darse media vuelta.

Ayame, con las piernas rígidas como estacas, estaba a punto de seguirle cuando escuchó la voz del recepcionista tras ella:

¡Oye! Eh, bonita. Espera, que tu novio se olvida de la llave... —dijo, mientras se agachaba detrás del mostrador y, tras abrir y cerrar varios cajones, dejó la llave de la habitación frente a Ayame, quien la cogió como si le estuviera quemando los dedos—. Está en la última planta. Es la única habitación. El desayuno es de ocho a diez y la cena de nueve a once de la noche. ¡Que tengáis unas buenas vacaciones!

La muchacha se obligó a esbozar una sonrisa.

Gr... Gracias, señor.

Pero él no la estaba escuchando, había levantado la cabeza con extrañeza y ahora miraba por encima del hombro de la muchacha:

¿Qué... qué es ese ruido...?

¡Cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-cha-chac!

Era Daruu, pulsando el botón de llamada del ascensor como si hubiese un incendio en el edificio y su vida dependiera de ello.

¡Oh! Disculpe, señor —dijo Ayame, con una inclinación de cabeza.

La muchacha corrió hacia Daruu y le tomó del antebrazo para evitar que siguiera pulsando el botón de aquella manera tan escandalosa. Además...

Daruu-kun... esto es el montacargas.
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#23
¿¡Por qué!? ¿Por qué no bajaba? Él le daba al botón, y la lucecita se encendía, pero en seguida volvía a apagarse, y el ascensor no bajaba, y...

Daruu-kun... esto es el monta...

¡¡YIK!! —Daruu dio un respingo cuando Ayame le tomó del antebrazo. Con una mueca ridícula, Daruu miró a Ayame, luego al ascensor. Es cierto, había un letrero. "Montacargas". Además, encima del botón, juuusto encimita del botón, había un orificio triangular en el que suponía que debía entrar una llave especial para el aparato—. Anda, pues... pues es verdad, jejejeje... —El muchacho giró la cabeza lentamente, sonriendo al incrédulo recepcionista. Sin dejar de mirarle, se zafó de Ayame y caminó lentamente hasta el verdadero ascensor. Se dio la vuelta. Se aclaró la garganta. Pulsó el botón.

Chik-click.

Las puertas del ascensor se abrieron. Daruu entró dentro, esperó a Ayame y se plantó frente a la botonera. Alzó el dedo índice y...

Y...

¡Ahí va, la llave de la habitación! —dijo, y se dispuso a salir del ascensor.
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#24
Pero Ayame ni siquiera llegó a terminar la frase: Daruu emitió un agudo chillido, como un pequeño ratoncillo atrapado entre las garras de un halcón. Sobresaltada, Ayame le soltó de inmediato mientras contemplaba cómo la miraba a ella y después al ascensor de nuevo. El cartel de "Montacargas" estaba adosado justo en la parte superior de la puerta de metal; además, sobre el botón que había estado pulsado tan frenéticamente había una pequeña cerradura de forma triangular que esperaba a su llave para poder funcionar.

Anda, pues... pues es verdad, jejejeje... —respondió, dirigiéndole una apurada sonrisa al recepcionista, quien debía de estar alucinando pepinillos ante la escena.

Ayame alzó la mano, en una muda despedida y para indicar que todo estaba bien antes de seguir a su pareja hacia el verdadero ascensor. Una vez dentro, el chico volvió a levantar el dedo índice. Y cuando Ayame se temía que comenzara a pulsar de nuevo los botones de aquella manera tan desesperada:

¡Ahí va, la llave de la habitación!

¡Daruu, espera! —Ayame casi tuvo que abalanzarse sobre él para evitar que saliera del ascensor antes de que las puertas se cerraran. Pilló lo primero que le quedó al alcance de la mano, que resultó ser la parte posterior de su capucha, y tiró con fuerza de él hacia atrás para mantenerle dentro del cuadrilátero.

Claro que Ayame no calculó bien su fuerza. Y con el escaso espacio disponible terminó echándoselo prácticamente encima. La acción causó una reacción, y la muchacha, aterrorizada, terminó por empujar a Daruu hacia la pared contraria.

Yo... tengo la llave. La habitación está en el último piso... —le informó, roja como un tomate. ¡Menudo numerito estaban montando? Las cosas no podían ir peor...
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#25
¡UooooOOooOO! —Ayame le tomó por la capucha de la chaqueta y tiró hacia atrás—. ¡Ey, ey! ¿Qué pasa? —Daruu chocó contra Ayame, que a su vez volvió a empujarle, estampándolo contra la pared del ascensor—. ¡AYAYAY!

¡PLOM!

Daruu se dio de bruces contra la pared. Todo ante la atenta y atónita mirada del recepcionista, todavía. Ayame habló de nuevo:

Yo... tengo la llave. La habitación está en el último piso... —le informó, roja como un tomate. ¡Menudo numerito estaban montando? Las cosas no podían ir peor...

¿Y... y tenías que...? —Daruu se separó, como una pegatina mal puesta, de la pared del ascensor. Caminó con las piernas temblorosas, dándose la vuelta, y pulsó el botón del último piso. Las puertas del ascensor se cerraron. Miró a Ayame. Tenía toda la cara roja, esta vez del golpetazo—. ¿...tenías que pararme con tanta urgencia? Joé. —Se frotó la nariz.
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#26
¿Y... y tenías que...? —masculló Daruu, separándose de la pared del ascensor como un pobre monigote. Con las piernas temblorosas, se dio la vuelta y pulsó el botón del último piso. Las puertas del ascensor se cerraron, aislándolos al fin de las reprobatorias miradas de la recepción, y el rumor del motor no tardó en inundar sus oídos—. ¿...tenías que pararme con tanta urgencia? Joé —protestó, frotándose la nariz con gesto dolorido. Tenía todo el rostro enrojecido, pero en aquella ocasión no era debido a la vergüenza. Más bien tenía que ver con el golpetazo que la muchacha le había pegado.

Pero Ayame, encogida sobre sí misma, entrelazaba las manos con un nerviosismo más que evidente. Le habría encantado que en aquel mismo momento el suelo del ascensor se la tragase por completo. Cualquier cosa con tal de dejar de sentir aquella vergüenza.

Yo... yo... lo... lo siento... —balbuceó, con un hilo de voz y los ojos enrojecidos, a punto de echarse a llorar.
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#27
Daruu le puso la mano en el hombro a Ayame y la abrazó brevemente.

No... no pasa nada, estoy bien. Estoy bien —dijo, y se quitó la mano de la cara. Trató de sonreír y acabó siendo un idiota con la nariz toda roja—. Ha sido una tontería. Venga, sonrie, ¡que estamos de vacaciones!

La puerta del ascensor se abrió. Daruu se dio la vuelta y salió al pasillo, que avanzaba en línea recta hasta una sola puerta, de madera, cuidada. A la izquierda, un gran ventanal daba unas vistas preciosas de Notsuba y del Valle de más allá.

Daruu abrazó a Ayame por detrás del hombro y señaló.

Mira qué vistas. Esto es... muy bonito. —La miró de reojo, y se puso rojo como un tomate.
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#28
Pero Daruu colocó una mano sobre su hombro y la abrazó.

No... no pasa nada, estoy bien. Estoy bien —afirmó, intentando esbozar una sonrisa pese a su nariz enrojecida. Si tan solo la técnica curativa de Ayame funcionara con otras personas...—. Ha sido una tontería. Venga, sonrie, ¡que estamos de vacaciones!

S... sí... —asintió la muchacha, infinitamente aliviada de que Daruu no estuviera enfadado con ella, de no haber estropeado las vacaciones desde el primer instante...

Un débil tintineó indicó que habían llegado a su destino, y las puertas de metal se abrieron con un ligero susurro. Frente a ellos quedaba un largo pasillo recto que terminaba en una puerta de madera exquisitamente cuidada. A la izquierda, unos enormes ventanales daban vista a las incontables casitas y calles y plazas de Notsuba y al valle de hierba verde salpicada por flores de diferentes colores que se extendía a su alrededor, circundado por las enormes cordilleras del País de la Tierra y cuyas cimas aún seguían nevadas.

Mira qué vistas. Esto es... muy bonito —dijo Daruu, pasando su brazo por detrás de su hombro.

Y ella se ruborizó al mismo tiempo que él.

Es incluso más bonito que el Valle de los Dojos —respondió ella, con la mirada perdida en el sobrecogedor paisaje.

Y así estuvieron durante varios segundos, abrazados mientras observaban un panorama que les era tan hermoso como extraño. Para ellos, que vivían casi permanentemente bajo el amparo de la lluvia, a la sombra de gigantes de hierro e iluminados por letreros de neón, aquel era un paraje de lo más exótico. Ayame terminó por separarse de Daruu para abrir la puerta de la habitación.

Y se quedó con la boca abierta nada más poner un pie dentro.

Aquello no tenía nada que ver con todas las posadas y tabernas en las que habían pasado la noche durante sus anteriores viajes. Porque aquello era mucho más que una simple habitación con una cama: Toda la estancia estaba exquisitamente cuidada y limpia, con las paredes y los suelos de madera brillante y encerada. Lo primero que se encontraron fue un enorme salón con un sofá de dos plazas que daba a un televisor apoyado en un mueble. En la pared contraria había una cocina con un mueble bar, una nevera, un fregadero y una mesa alargada para sentarse a comer. Y tras la puerta del fondo quedaba la habitación. ¡Y qué habitación! Una enorme cama para dos ocupaba su centro, con sendas mesitas de noche a sus dos lados. Sobre el colchón, alguien —seguramente los encargados de la limpieza— se habían molestado en doblar las toallas dándoles forma de grulla de papiroflexia. Aquí y allá, múltiples cuadros fotografiaban la belleza de Notsuba y sus alrededores.

Pero... pero... ¡esto es demasiado! —exclamó una anonadada Ayame, que no estaba acostumbrada a unos lujos así.
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#29
¡Y-ya te digo que es demasiado! —Exclamó Daruu, que se asomaba por detrás de Ayame, a un lado y a otro para intentar ver. Cuando entró, silbó con apreciación se llevó ambas manos a la frente—. ¡Madre mía! Esto es... no creo que volvamos a estar en un sitio así en toda nuestra vida, Ayame. —Le dio un golpecito en el hombro—. Eh. ¿Aprovechémoslo, vale? Como unos días viviendo juntos. —La acercó hacia sí y le dio un beso en la coronilla.

Daruu se paseó un momento por la habitación, descubriendo sus entrañas, estudiando los rincones. Si cuando había entrado no se había creído que les hubiese salido por el precio de una habitación normal, tras comprobar la calidad de la cocina —sobretodo la del horno, porque... bueno, cosas—, del baño y la ducha y la suavidad de las sábanas de la cama, tras mirar por la ventana y ver de nuevo aquella maravillosa vista del valle, Daruu tuvo que pellizcarse para no creerse en un sueño.

El chico dejó su mochila al pie del armario y comenzó a quitarse su equipo de viaje, armas y demases. Rebuscó en la mochila canturreando y se acercó al baño.

Si no te importa, Ayame, voy a ducharme —dijo Daruu—. Y a ponerme guapo~. Tenemos una cita hoy, ya sabes. —Sonrió, guiñó un ojo y se metió al baño con confianza.

Cerró la puerta tras de sí y se pegó a ella con cara de espanto, respirando agitadamente. «Esto es real. Estoy aquí con Ayame. Vamos a dormir en la misma cama. A dormir. Y...» —Sacudió la cabeza de un lado a otro—. «¿Pero por qué te sientes así, gilipollas?» —se insultó a sí mismo—. «Sí, sé que no debería pero no puedo evitarlo... ¿pero esto no debería... gustarme? ¿Por qué tengo tanto miedo?»
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#30
¡Y-ya te digo que es demasiado! —exclamó Daruu, igual de sorprendido que ella, y cuando tuvo una panorámica completa de lo que sería su hogar durante los próximos tres días, silbó y se llevó las manos a la frente—. ¡Madre mía! Esto es... no creo que volvamos a estar en un sitio así en toda nuestra vida, Ayame.

No... ni con todas las misiones de rango S del mundo... —comentó ella, ojiplática.

Y entonces sintió un golpecito en el hombro.

Eh. ¿Aprovechémoslo, vale? Como unos días viviendo juntos —dijo, dándole un beso en la coronilla que la hizo volver a sonrojarse.

«Vi... viviendo juntos...» Repitió Ayame para sus adentros.

Mientras Daruu había comenzado una exhaustiva inspección del apartamento, empezando por la cocina, sobre todo el horno. Y Ayame le seguía de cerca, curioseando todo lo que quedaba a su alcance: desde la comodidad del sofá, hasta la televisión, y la suavidad de las sábanas de la cama.

Si no te importa, Ayame, voy a ducharme —dijo Daruu poco después.

Está bien, luego iré yo.

Y a ponerme guapo~. Tenemos una cita hoy, ya sabes —añadió, sonriente y le guiñó un ojo.

La puerta del baño se cerró y Ayame se sintió desfallecer. Se sentó con extrema delicadeza en el colchón de la cama y se abrazó a su mochila como si de un muñeco de peluche se tratara. Y su rostro comenzó a arder con la fuerza de mil infiernos.

Una cita. Tenían una cita. Y completamente solos. En aquel lugar perdido de la mano de Amenokami nadie podría interponerse entre ellos: ni Kōri, ni su padre, ni Kiroe... Pero ya habían tenido muchas citas juntos, ¿entonces por qué se alteraba de aquella manera? ¿Acaso era por el hecho de estar completamente solos? ¿O porque estaban conviviendo juntos bajo el mismo techo? Pero el objetivo de cualquier pareja que empieza a salir es acabar compartiendo una vida. Eso era algo que ella había sabido desde siempre, y no habían sido pocas las veces que había soñado despierta con la que sería la llegada de su príncipe azul. ¿Entonces por qué se sentía así? ¿Tenía miedo de no estar a la altura? ¿De decepcionar de alguna manera a Daruu y que dejara de sentirse atraído por ella?

Sintió ganas de llorar.

«Venga... calma. Todo va a ir bien.» Se dijo, respirando hondo, y terminó por dejar la mochila junto a los pies de la mesita de noche, en el lado izquierdo de la cama.

Y mientras se deshacía de sus armas, su bandana de kunoichi y los mecanismos ocultos que llevaba bajo las mangas, comenzó a canturrear en voz alta, tratando de relajarse.
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