13/01/2021, 02:38
Otrora, una ciudad tan bulliciosa como Tanzaku Gai habría puesto a temblar a la tímida Ranko. Pero ahora, con un profundo respiro, la chica de la larga y esponjosa trenza se adentraba en la urbe con fuerte voluntad.
Vestía ropas de viaje de diseño sencillo: pantalones verdes holgados muy cómodos con vendas cubriendo desde la rodilla hasta el tobillo y calzado tradicional, como un monje; una blusa gruesa blanca de manga larga y, encima, un michiyuki amarillo, una prenda amplia usada normalmente para viajes. Como es de costumbre, también llevaba su gargantilla negra. No había rastro de su bandana a simple vista, pues la llevaba al cinto debajo del michiyuki. Si alguien tocaba las prendas, sin embargo, notaría que eran de excelente calidad: suaves al toque, pero resistentes.
A la espalda llevaba tres enormes paquetes cilíndricos envueltos en lienzo color crema. La kunoichi había llegado a Tanzaku Gai en una misión por parte de su familia: llevar aquellos paquetes textiles a los clientes de su padre. ¿Y qué mejor mensajero que una fuerte ninja artista marcial de Kusagakure? Ranko dudó mucho al entrar a la ciudad, pero pronto se mezclaría con los transeúntes. Había sido un viaje pesado, pues siempre es cansado estar sentada tanto tiempo en el tren. Así que la Kusajin quiso refrescarse un poco. Llegó a una plazuela, a una especie de carrito que vendía bebidas frutales, y se hizo de una. Comenzó a caminar alrededor de la plaza para estirar las piernas, mientras ojeaba alrededor.
Por alguna razón, la presencia de los samurái en la ciudad le producía sentimientos encontrados. Se sentía más segura, pero más incierta, por alguna razón.
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