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Tras la fugaz visita al Valle del Fin, Ayame y Kōri se encaminaron hacia el sur. Su padre había aprovechado su excursión para mandarles un par de recados y, tras medio día de camino a través de los Bosques de la Hoja, llegaron a su destino en Minori. Ayame nunca antes había estado allí, pero enseguida se percató de que aquel pueblo era tan pequeño como acogedor. Rodeado del bosque como estaba, todo en aquel lugar olía a naturaleza en estado puro. Cada una de las casas, construidas en su mayoría por madera, piedra y pizarra, iba acompañada de un pequeño huerto y, por si aquello no fuera suficiente, en las afueras de la villa enormes campos de cultivo se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Cebollas, ajos tiernos, coliflores, espinacas, patatas, lechugas, espárragos... toda clase de verduras quedaban a la vista en todo su esplendor.
—¡Aaaahhh! ¡Esto sí que me gusta! —exclamó Ayame, extendiendo los brazos por encima de la cabeza y deleitándose del olor del verde.
Junto a ella, Kōri señaló hacia un edificio cercano. Estaba constuido con un estilo de lo más clásido y sólo contaba con dos plantas. Junto a la entrada un cartel rezaba el nombre: "La posada de la patata".
—Nos hospedaremos allí. ¿Puedo confiar en que no te meterás en líos mientras voy a ver al señor Yasai?
—He tenido suficientes líos para toda una vida, gracias —respondió ella, con una risilla nerviosa—. Además, mira este pueblo, ¿qué podría pasar aquí? ¿Que un tomate me atacara por sorpresa?
Kōri no se rio de su chiste, se limitó a señalarse el oído.
—Por si acaso, lleva el comunicador encendido, ¿de acuerdo? Y si surge cualquier cosa, me llamas de inmediato.
—¡Vale, vale!
Los dos hermanos se despidieron, y Ayame echó a andar. No conocía aquel lugar, por lo que no podía saber adónde se dirigía. Tampoco le importaba, dejaba que fueran sus pies los que la guiaran mientras ella iba curioseando todo el lugar.
—¿Cómo debe ser dedicarse a esto? —se preguntó en voz alta cuando pasó frente a un huerto, donde un hombre y una mujer de avanzada edad trabajaban sin descanso sacando patatas del suelo.
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Qué hermoso era Minori. Era perfecto para escapar de la marabunda diaria que se liaba en cualquier capital o en Uzushiogakure, todo ese trote de comerciantes, ninjas, niños y viejos. Como odiaba a los niños y a los viejos. Los niños se creían que podían ignorar las normas por ser niños y los viejos se creían que todo el que fuese joven les debe devoción y pleitesía. Pues no. La edad no te da honor ni mierdas, el honor te da honor. Shiona-sama era joven y honorable y por eso era respetable, pero un viejo aleatorio que no hace más que quejarse de la juventud, no.
Volviendo a Minori. El campo, el silencio, la tranquilidad, la armonía, la suave brisa, todo te ayudaba a vaguear un poco. Así que ahí estaba yo, tirado en un pequeño trecho de hierba entre dos huertos. No habían plantado porque el suelo era demasiado inclinado, pero era la inclinación perfecta para echarse una siesta. Hasta que la nación del perro pulgoso atacó.
— Woof, woof!
— Joder, Stuffy, estaba repasando mentalmente lo bueno de Minori. ¿Tienes que interrumpirme hasta los pensamientos?
— Grrr, woof.
— Claro que no, la comida es horrible. Son plantas, Stuffy, las plantas debería estar prohibido comérselas, es antihumano, como si fuéramos burros o jirafas. Pero ya sabes que Ushi huele a heces de vaca.
— Woof, woof.
— Sí, ya te he oído. ¿Por qué me va a interesar ver a un amenio? Estaba a punto de conquistar el mundo en mis sueños.
— Woof.
No podía ser. ¿Por qué tenía que tener tan mala suerte siempre? Digo yo que alguien podría compartirla conmigo alguna vez. Tenía que aparecer Aotsuki Ayame, la jinchuriki de Amegakure, justo en mi primera salida tras la paz mundial. Una kunoichi a la que yo, pobre genin desamparado de Uzushiogakure, tendría que proteger llegado el momento. Pero nuestra historia es algo más compleja que esta simple oda a la esclavitud militar entre jinchuriki y genin. Ayame había puesto en mil y un aprietos a Datsue, yo se lo había echado en cara y ella se había enfadado y casi me mata, la última parte solo la recuerda mi perro.
Creo que si escribiese un diario me haría millonario.
Me levanté y seguí a Stuffy mientras me serenaba un poco. Lo mejor sería presentar mis respetos y hacer como que no sabía nada.
— Stuffy, vamos a ver como reacciona antes de desvelar que sabemos que casi nos frie a bijuuazos.
Él solo asintió y tras un rato andando nos cruzamos con ella. Andaba sin un rumbo claro, cotilleando a los pobres agricultores. Me acerqué hasta que levantase la mirada y me viera, entonces levantaría la mano saludando, lo cual quedaría la hostia de raro, pero de alguna forma tenía que señalar que no iba a degollarla.
— Hey.
Esperaría a ver como reaccionaba antes de darle más cancha a la conversación, tenía experiencia en reacciones desproporcionadas y no me apetecía borrar Minori del mapa. Aunque de ahí salían buena parte de las hortalizas del mundo... Pero no, mejor no.
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Ayame estaba paseando por un camino empedrado, con la vista fija en el interior de un huerto donde un muñeco de paja de aspecto humanoide e incluso vestido como un humano asomaba entre las hortalizas, anclado con un poste al suelo. La pobre muchacha, que nunca había estado cerca de unos campos de cultivo y sólo contaba con el conocimiento que había podido adquirir en los libros, no pudo evitar ladear la cabeza con curiosidad.
«¿Ese es uno de esos... esos... "asusta-pájaros"? ¿Y de verdad funcionan?»
Tan concentrada estaba con su curiosidad que no lo vio hasta que lo tuvo casi enfrente.
—Hey.
Ayame pegó un salto de pura impresión. Abrió la boca para disculparse por su sobresalto, pero entonces reparó en quién tenía delante: un chico de cabellos castaños a quien le costó varios segundos reconocer... hasta que vio el perro negro y tuerto que le acompañaba.
Oh, cómo olvidarlo, después del apestoso y asqueroso incidente en Uzushiogakure...
Ayame cerró la boca y su mirada se ensombreció un instante. Desde luego, se moría de ganas por preguntarle si aquellos eran también sus huertos y no debía estar en ellos, o si el pobrecito de Uchiha Datsue volvía a tener dolencias debido a su presencia, o si le iba a tirar otra caca de su perro. Pero no llegó a decirlo en voz alta, primero porque se suponía que le habían borrado la memoria después de su desafortunado encuentro y en segundo lugar porque ahora las tres aldeas estaban de nuevo en alianza. No quería romper eso por una nueva metedura de pata.
Pero pensaba mantener las distancias con ese animal todo el tiempo... y desde luego no le iba a quitar el ojo de encima.
—Buenas —respondió ella, con toda la apatía que fue capaz de reunir.
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Mientras miraba los huertos, la chica tenía expresión despreocupada y curiosa, como si viese un huerto por primera vez, cosa que, sabiendo de donde era, era perfectamente posible. Cuando la saludé, dio un respingo de sorpresa, algo habitual para mí, la gente solía ignorarme hasta una proximidad que amenazase su espacio vital. Por suerte, ella reaccionó a mi saludo.
Al principio, pareció querer decir algo, pero se corrigió de inmediato, cerrando la boca y cambiando la expresión por completo. De repente, ya no estaba despreocupada ni curiosa, ni sorprendida. Nos miró a Stuffy y a mí como si fuésemos más que sospechosos, reclusos confesos más bien.
—Buenas —
Me llevé una mano a la nuca sin saber muy bien como enderezar la situación, sí que parecía que había mal rollo entre nosotros, así que la versión de Stuffy cobraba sentido. No tenía mano para las conversaciones, ya no digamos para arreglar entuertos. Y con las mujeres iba a peor casi siempre. Los chicos tenemos como medio cerebro enfocado todavía a la caza y a arreglarlo todo a hostias, que aunque yo prefería hablar las cosas, pues solía funcionar mejor la primera. En cambio, ellas sí hablaban, y ahí es donde yo metía la pata hasta el fondo.
— Bueno... pues Stuffy, mi perro ninja, ha reconocido tu olor y hemos decidido pasar a saludar. Con todo lo de la paz y que os quieren matar a todos los guardianes, creí que sería oportuno. Creo que no nos hemos presentado, Inuzuka Nabi. — me presenté mientras le ofrecía la mano para estrecharla en señal de confianza.
La miré fijamente para ver su reacción. Solo quería respuestas, no era agradable tener un boquete en tu memoria que te tiene que rellenar tu perro. Stuffy, sin embargo, era el que actuaba como si no pasara nada, cosa que yo le había dicho que hiciese, pero no lo hacía por obediencia ni a proposito, es que su rencor, así como su memoria, daba para una estación, si la ofensa es muy grande, para dos. Así que no se acordaba demasiado.
El can se acercó alegremente, con la lengua fuera y un ojo alegre, el otro no, esperando lo que siempre espera, caricias y halagos solo por ser peludo y tuerto.
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Ayame había fijado sus ojos en el muchacho, estudiando su lenguaje corporal a la espera de cualquier tipo de señal no amistosa que pudiera dar lugar a un enfrentamiento no deseado. Sin embargo, se sorprendió al descubrir en él todo lo contrario: se había llevado una mano a la nuca con gesto confundido, como si no supiera muy bien cómo actuar en aquellos instantes.
Esa, desde luego, era una imagen muy diferente a la primera que había tenido de él, meses atrás en el Jardín de los Cerezos de Uzushiogakure.
—Bueno... pues Stuffy, mi perro ninja, ha reconocido tu olor y hemos decidido pasar a saludar —habló al fin, y Ayame se tensó momentáneamente.
«¿Que ha reconocido mi olor? ¿Eso quiere decir que recuerda lo de...?»
—Con todo lo de la paz y que os quieren matar a todos los guardianes, creí que sería oportuno —continuó él, sin embargo—. Creo que no nos hemos presentado, Inuzuka Nabi.
Le había tendido una mano, y ella se quedó mirándola unos instantes. ¿Había algún tipo de trampa en todo aquello? ¿Algún botón de esos que dan calambres? ¿Alguna sorpresa desagradable y olorosa? No. No había nada. Y la actitud de Nabi era, precisamente, como si nada hubiera pasado. Como si su primer encuentro en Uzushiogakure no hubiese sido más que un mal sueño. Incluso su perro se acercaba ahora de forma amistosa, con la lengua fuera y la cola oscilante.
«Pasar de página y empezar de cero...» Se dijo, sintiéndose terriblemente extraña y estúpida ante aquella situación.
Terminó por estrecharle la mano, no sin cierta vacilación. Y con el mismo resquemor utilizó su mano libre para acariciar con la misma delicadeza la cabeza de Stuffy que si estuviera tratando con un objeto de cristal... punzante y peligroso.
—A... Aotsuki Ayame. —Se presentó, aunque era obvio que, aunque no la recordara, él la conocería aunque fuera simplemente por su combate contra Uchiha Datsue en el examen de Chūnin y su posterior pérdida de control—. Veo que ya ha corrido la voz sobre el tema de los Jinchūriki y todo eso —añadió. Se negaba a utilizar el adjetivo de guardián, aquella era una palabra con la que no se identificaba. Ya no—. Aunque no es cierto que nos quieran matar, simplemente... revertir nuestros sellos para liberar a los Bijū —corrigió, con un amargo estremecimiento ante el mero recuerdo de aquellos últimos meses.
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Ayame sospechó. Sospechó antes, sospechó durante y sospechó después. Pero acabó cediendo y estrechando mi mano, sospechando, claro. Acarició a Stuffy, con sospechas en su mirada, en su mano y en su corazón.
—A... Aotsuki Ayame. Veo que ya ha corrido la voz sobre el tema de los Jinchūriki y todo eso Aunque no es cierto que nos quieran matar, simplemente... revertir nuestros sellos para liberar a los Bijū —
— Un placer haberte conocido cara a cara, he oído mucho de ti. Mucho, mucho. Mucho. Supongo que te acordarás de Eri y Datsue. Pues con eso te puedes imaginar todo lo que he oído de ti. Quería charlar contigo sobre un par de cosas, pero algo me dice que tú no quieres saber ni media de mí, ¿no?
Pasé el peso de una pierna a la otra, esperando su respuesta y su mirada de asco, mientras Stuffy remoloneaba alrededor de sus piernas como si tal cosa.
— ¿Te pasa algo conmigo? Porque dudo que sea por Uzushiogakure, ¿verdad?
Si me decía algo malo de Uzushiogakure después de haberle salvado el culo por decimocuarta vez, yo ya apagaba y me iba de esta mierda. Sin embargo, conseguí mantener todas mis emociones fuera de mis palabras, ya me había discutido suficiente con Eri por culpa de este tema. Si conseguía que Ayame dijese una palabra buena de mi a la pelirroja, PUM, de ahí a Uzukage. Ese era el logro que buscaba, y probablemente no lo conseguiría, eso lo hacía más emocionante.
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7/02/2019, 16:38
(Última modificación: 7/02/2019, 16:41 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
—Un placer haberte conocido cara a cara —respondió él, de forma tan afable que logró confundir aún más si cabía a Ayame—, he oído mucho de ti. Mucho, mucho. Mucho. Supongo que te acordarás de Eri y Datsue. Pues con eso te puedes imaginar todo lo que he oído de ti.
«Oh, entonces genial. Eri-chan por un lado y el Uchiha por el otro.» Pensó para sí, torciendo el gesto. ¿Con qué versión se habría quedado entonces? Bueno, no tenía mucho sentido preguntárselo si recordaba su primer y último encuentro, y la brasa que le dio sobre lo pobrecito que estaba Datsue por su culpa...
—Quería charlar contigo sobre un par de cosas, pero algo me dice que tú no quieres saber ni media de mí, ¿no?
Ayame abrió la boca, pero no supo muy bien qué responder mientras Nabi intercambiaba el peso de una pierna a otra. No podía negar que aún le guardaba rencor pero prefería dejarlo en el olvido, si es que de verdad le habían borrado la memoria y no lo recordaba. No iba a ser ella quien le dijera lo que pasó entre ambos y reavivar esas ascuas.
—¿Te pasa algo conmigo? Porque dudo que sea por Uzushiogakure, ¿verdad?
—No, por supuesto que no —Ayame negó con la cabeza de forma categórica, antes de inclinarla levemente—. Le debo mucho a Uzushiogakure —sobre todo al Uzukage y al Consejo de Sabios Uzumaki—y mi mejor amiga está allí. No podría tener nada en contra de la aldea. Por mí podemos hablar de lo que quieras... siempre y cuando no tenga que ver con Uchiha Datsue —añadió, con una dura mirada.
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—No, por supuesto que no. Le debo mucho a Uzushiogakure y mi mejor amiga está allí. No podría tener nada en contra de la aldea. Por mí podemos hablar de lo que quieras... siempre y cuando no tenga que ver con Uchiha Datsue —
Al menos aceptaba que le debía su vida y su honor a la gran y única Uzushiogakure, única villa que siempre había buscado la paz y la estabilidad en todo Onindo. Era un comienzo, pero esa obsesión con no hablar de Uchiha Datsue solo confirmaba sus pecados. Después de perseguirle y hacerle la vida imposible durante meses, ahora quería ignorarlo.
— Entiendo que no quieras hablar de Datsue, pero entenderás tú también que considere extraño ese afán por ignorar lo que pasó entre vosotros. Ahora mismo deberíais trabajar por solucionarlo, en vez de dejar una rencilla de semejante calibre abierta. Pero no digo nada más sobre eso.
Hasta Stuffy estaba poniéndose tenso mientras veía flashbacks de la última vez que le insistí con el tema del Uchiha. Así que haciendo un gesto para quitarle importancia, cambié de tema como un profesional.
— Hablemos de Eri. La verdad es que ella te defiende a muerte, mucho más de lo que hubiera defendido a Datsue o a mí. Tal vez a Stuffy sí lo defendería hasta esos extremos. Lo que quiero saber es si tú la defenderías a ella con la misma intensidad. Solo por curiosidad. Yo también tengo amigos fuera de la villa y dudo que ellos me consideren ni una cuarta parte de lo que te considera Eri a ti.
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—Entiendo que no quieras hablar de Datsue, pero entenderás tú también que considere extraño ese afán por ignorar lo que pasó entre vosotros. Ahora mismo deberíais trabajar por solucionarlo, en vez de dejar una rencilla de semejante calibre abierta —dijo Nabi.
Y Ayame entrecerró los ojos en una clara señal de "no estás yendo por buen camino". Como kunoichi de Amegakure al servicio de la Alianza, haría cuanto estuviera en su mano por proteger a Uchiha Datsue de los Generales. Tal y como se le había ordenado. Pero nada más. Nadie podía exigirle que mañana mismo le invitara a una taza de té y rieran juntos de las viejas rencillas. Puede que Nabi hubiera pillado el significado de aquella mirada o no, pero añadió:
—Pero no digo nada más sobre eso.
Y ella relajó la postura de su cuerpo, conforme.
—Hablemos de Eri —continuó, llamando poderosamente a su curiosidad—. La verdad es que ella te defiende a muerte, mucho más de lo que hubiera defendido a Datsue o a mí. Tal vez a Stuffy sí lo defendería hasta esos extremos.
«¿Lo... lo hace?» Se preguntó ella, súbitamente emocionada.
—Lo que quiero saber es si tú la defenderías a ella con la misma intensidad. Solo por curiosidad. Yo también tengo amigos fuera de la villa y dudo que ellos me consideren ni una cuarta parte de lo que te considera Eri a ti.
—¡Por supuesto que lo haría! —exclamó, sin pensarlo dos veces. De hecho, ya lo había hecho, y había tenido que enfrentarse a la irascibilidad de Daruu con respecto a los Uzujines por ello—. Eri-chan y yo nos hemos visto varias veces, y es la mejor amiga que podría tener.
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—¡Por supuesto que lo haría! Eri-chan y yo nos hemos visto varias veces, y es la mejor amiga que podría tener.
Alcé una ceja, ante su grito repentino. No parecía mentir, aunque con estos amenios nunca se sabe. Pero ahora teníamos que ser todos amigos, a pesar de que tenía espinitas clavadas en casi cada articulación que me advertían que Amegakure acabaría traicionándonos de alguna forma. Por suerte, yo era un chico muy calmado.
— Bueno es saberlo, no me gustaría que se llevase un chasco después de tanto discutir por ti. La verdad es que a mi todo esto del pacto y la paz me coge desencajado. Con los kuseños no tengo problema, conozco un par y parecen buena gente. Sin embargo, los amenios... Creo que he conocido a dos, el primero un tal Hachiko Daruu y nos peleamos solo conocernos y el otro Inoue Keisuke, durante el examen. Con Daruu creo que acabamos ¿bien? Y Keisuke creo que está muerto.
¿Había algún punto en mi discurso? Creo que solo estaba haciendo memoria.
— La cosa es que los de Amegakure sois muy desconcertantes. Siempre que me cruzo con uno de vosotros o discutimos o acaba muriendo una semana después. Yo intento no discutir con nadie, pero no me lo ponéis fácil. Yo solo intento que todos nos llevemos bien.
Si en el fondo yo era un cacho de pan, eran los amenios que me forzaban a hablar y hablar no se me daba bien para hacer amigos.
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Pero Nabi alzó una ceja, como si no terminara de creer sus palabras. Aunque, en realidad, no era algo que a Ayame le quitara el sueño. Ella estaba respondiendo con sinceridad, si él quería creerla o no era decisión suya. No era ninguna delincuente como para ir demostrando su inocencia en un interrogatorio.
—Bueno es saberlo, no me gustaría que se llevase un chasco después de tanto discutir por ti. La verdad es que a mi todo esto del pacto y la paz me coge desencajado. Con los kuseños no tengo problema, conozco un par y parecen buena gente. Sin embargo, los amenios... Creo que he conocido a dos, el primero un tal Hachiko Daruu y nos peleamos solo conocernos y el otro Inoue Keisuke, durante el examen. Con Daruu creo que acabamos ¿bien? Y Keisuke creo que está muerto. La cosa es que los de Amegakure sois muy desconcertantes. Siempre que me cruzo con uno de vosotros o discutimos o acaba muriendo una semana después. Yo intento no discutir con nadie, pero no me lo ponéis fácil. Yo solo intento que todos nos llevemos bien.
[psub=dodgerblue]Sí, desde luego demostraste esas ganas de no discutir y de llevarnos todos bien en el Jardín de los Cerezos de Uzushiogakure.[/color] En aquella ocasión fue Ayame la que alzó una ceja con escepticismo, pero no dijo nada al respecto.
—Supongo que te referirás a Amedama Daruu. —Se sintió rara. Por una vez era ella quien estaba corrigiendo el nombre de alguien en los labios de otra persona—. Y sí. Inoue Keisuke fue acusado de traición a la aldea y ejecutado por ello —añadió, mirando a otro lado con gesto sombrío—. Pero lo que afirmas de los Amejines también se puede aplicar a los Uzujines: de todas las personas que me encontrado, sólo puedo decir que me caigan bien o respete a dos personas: Eri-chan y Hanabi-dono —contó, alzando dos dedos.
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—Supongo que te referirás a Amedama Daruu. Y sí. Inoue Keisuke fue acusado de traición a la aldea y ejecutado por ello Pero lo que afirmas de los Amejines también se puede aplicar a los Uzujines: de todas las personas que me encontrado, sólo puedo decir que me caigan bien o respete a dos personas: Eri-chan y Hanabi-dono
Y ese era mi super poder. No decir nada ofensivo, que la gente se ofenda igual y encima el malo sea yo por no haber dicho lo que no había dicho pero que ella interpretase lo que le saliese del papo. Todo parecía ir con cierta normalidad en nuestra conversación.
— A ver, primero de todo, sí, ese Daruu. ¿De verdad se apellida Ame? Me parecía un delirio de mi mente incapaz de recordar su apellido y poniendole Ame a cualquier cosa amenia. Es que mi memoria ya no es lo que era, hace un año que vi por última vez a ese mozo.
Hice ademán de restarle importancia, intentando volver a lo importante.
— Mira, lo de Keisuke, es cosa vuestra, no he querido decir que los amenios seáis el mal, solo te he explicado que de los dos que he conocido, pues uno está muerto y con el otro no hice buenas migas, bueno, ni buenas ni malas, no hubo migas y por poco no hubieron hostias. Y después tengo a Eri y Datsue diciéndome que en Amegakure hay buena gente. Y a mí lo único que me transmite tu villa son malas vibraciones. Joder, si no he dicho nada malo y ya me estas saltando a la defensiva y diciéndome que ejecutasteis a Keisuke.
Me llevé una mano a la cara y me froté los ojos. Si ya me había malinterpretado mi breve pero intensa historia de amenios conocidos, ahora que le acababa de decir que su villa es todo malas vibraciones, iba apañado.
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—A ver, primero de todo, sí, ese Daruu —replicó Nabi—. ¿De verdad se apellida Ame? Me parecía un delirio de mi mente incapaz de recordar su apellido y poniéndole Ame a cualquier cosa amenia. Es que mi memoria ya no es lo que era, hace un año que vi por última vez a ese mozo.
Podría haberle explicado que, en realidad, el apellido de Daruu no tenía nada que ver con la lluvia, sino con el caramelo. Pero no lo consideró un dato importante, por lo que lo dejó pasar en silencio y se apoyó en una valla cercana mientras Nabi restaba importancia a sus palabras con un ademán de su mano.
—Mira, lo de Keisuke, es cosa vuestra, no he querido decir que los amenios seáis el mal, solo te he explicado que de los dos que he conocido, pues uno está muerto y con el otro no hice buenas migas, bueno, ni buenas ni malas, no hubo migas y por poco no hubieron hostias. Y después tengo a Eri y Datsue diciéndome que en Amegakure hay buena gente. Y a mí lo único que me transmite tu villa son malas vibraciones. Joder, si no he dicho nada malo y ya me estas saltando a la defensiva y diciéndome que ejecutasteis a Keisuke.
—No estoy a la defensiva, sólo te he respondido a lo que has dicho. —De hecho era verdad, estaba realmente calmada, pese a estar hablando con un antiguo enemigo. Prueba de ello era su tono de voz y su postura corporal, apoyada contra la valla cómodamente—. Tampoco es justo que generalices a toda una aldea sólo por dos person... —añadió, pero a mitad de frase se dio cuenta de algo y rebobinó a toda velocidad—. Espera, ¿has dicho que ese Uchiha ha dicho que hay buena gente en Amegakure? —preguntó, como si Nabi le acabara de decir que los perros en realidad maúllan.
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—No estoy a la defensiva, sólo te he respondido a lo que has dicho. Tampoco es justo que generalices a toda una aldea sólo por dos person...
Se me instaló un tic nervioso en la ceja, que no sabía si subía o bajaba. ¡¿Cuando había generalizado yo?! ¿Acaso había soltado que en Amegakure son todos unos locos sanguinarios? No, nada de eso, de hecho, ni siquiera lo había pensado hasta ahora. Por lo menos hoy. Otros días sí que había llegado a la conclusión lógica y objetiva de que en Amegakure no hay nadie fino.
Pero es que la cosa fue a más con su siguiente intervención.
Espera, ¿has dicho que ese Uchiha ha dicho que hay buena gente en Amegakure?
Me reprimí con toda la fuerza de mi corazón un "a ti no se refería" porque aún era consciente de lo que nos jugábamos en esa conversación, pero la verdad es que se lo merecía en toda la cara. ¿Por qué se pensaba que Datsue estaba con obcecado con Amegakure? Para salvar a una amenia, casi era irónico. Es que en esa villa nunca se jugaba a favor de nadie, ni siquiera a favor de los propios amenios. Ni siquiera entendía su forma de funcionar.
— Em, ¿sí? Pensaba que todos sabíamos que hace esto para salvar a una de los vuestros. Y el pobre se estaba dejando la piel mientras Amegakure no hacía más que joder la marrana. Ha hecho falta que necesitaseis algo gordo de Uzushiogakure para que entraseis en razón.
Suspiré. Al final, había caído en su trampa y habíamos acabado hablando de lo oportunista y aprovechada que era su villa.
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—Em, ¿sí? Pensaba que todos sabíamos que hace esto para salvar a una de los vuestros —replicó Nabi—. Y el pobre se estaba dejando la piel mientras Amegakure no hacía más que joder la marrana. Ha hecho falta que necesitaseis algo gordo de Uzushiogakure para que entraseis en razón.
Ayame lanzó un largo y tendido suspiró y dejó vagar la mirada por el cielo mientras se cruzaba de brazos.
—Lo de Aiko-san era un asunto entre ella y Arashikage-sama, no es algo en lo que cualquiera de nosotros pudiera meter las narices —respondió, entre hastiada y cansada—. Supongo que entenderás que nos debemos a las órdenes de nuestros superiores, y que no debemos cuestionarlas, ¿no? Es lo primero en lo que nos educan cuando nos dan estas bandanas. Y... más que entrar en razón, Aiko-san se convirtió en una moneda de cambio para salvarme a mí —añadió, torciendo el gesto con disgusto. Seguía sin agradarle un pelo que se hubiese cedido una kunoichi inmortal a otra aldea sólo por ella, como si no fuera más importante que un cromo de coleccionista; sin embargo, después de haberle dado varias vueltas al tema, Ayame había llegado a la conclusión de que era mejor eso a que siguiera prisionera en el fondo del lago. Tan sólo esperaba que ese hecho no les pegara un revés algún día—. Pero no entiendo adónde quieres llegar con esto, Nabi-san. Primero me preguntas sobre mi relación con Eri-chan, luego me sueltas que los Amejines somos muy desconcertantes, después el tema de Aiko-san...
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