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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Daigo suspiró, aliviado. No tenía ni idea de cuánto tardarían en llegar, pero si conseguía mantenerse con vida hasta que llegasen prácticamente podría considerarse salvado, aunque probablemente no podría decir lo mismo del resto de criminales. A ellos tendría que salvarlo él mismo. Eso era lo único que le impedía simplemente esconderse y esperar a ser rescatado.

Pudo escuchar al médico quejarse, lo que era un enorme alivio para Daigo por varios motivos. Primero porque eso significaba que estaba vivo y podrían hacerle tantas preguntas como necesitasen, y segundo porque estaba vivo.

— Vamos dentro. Aquí nos escucharán si se pone a gritar. —Dijo, antes de dirigirse dentro de la habitación.

Lo primero que haría Daigo al entrar era comprobar si el esclavo continuaba en el suelo. Sabía que le había partido una pierna y estaba apalizado, pero recordaba bien su pelea contra una esclava tiempo atrás, y a ella no la pudo derrotar con simple dolor.

— Tendremos que hacerte un par de preguntas. Espero que lo entiendas. —Le diría al médico, colocándose entre él y el esclavo—. Si nos ayudas, solo te sacudiremos lo suficiente como para que todo el mundo sepa que al menos intentaste detenernos ¿de acuerdo? Empezamos.

» ¿Hay más salidas aparte de la principal?
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El variopinto grupo se internó de nuevo en la sala de operaciones, donde el Esclavo seguía visiblemente fuero de juego. La tensión y la esperanza se palpaba entre ellos, y los nervios empezaban a aflorar. La Coleccionista se quedó en la puerta, quizá vigilando, quizá dudando. O ambas cosas.

El médico soltó una carcajada ante la pregunta de Daigo. No de manera estoica, ni chulesca o retadora. Más bien se convirtió en un llanto desesperanzado.

No puedo deciros nada...

¡UUAAAAAAGGGGHHH! —Chillidos apartó a Daigo y le golpeó como un gorila encolecido. Golpeándole con las bases de los puños en el pecho—. ¡¿Qué me habéis hecho!? ¡Habla! ¡HABLA!

La Matasanos trató de empujarle, con las manos y con su voz: si le mataba, jamás oirían su respuesta.

¡General, no lo entiendes! Si hablo, lo que Nathifa me hará...

Se oyó una risita de fondo. Risitas. El médico pareció reparar en el joven por primera vez. Se le atragantó la voz.

Por favor... No... Por... ¡Hay una ruta de escape! Sí, sí. Se lo escuché a Nathifa decir una vez. Un camino que lleva a... unos túneles, por si un día la fortaleza cayese en manos enemigas. Pero no sé dónde está. ¡Lo juro! ¡De verdad que lo juro, NO LO SÉ!
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Daigo no pudo evitar ser apartado por Chillidos. Tampoco pudo evitar que golpease al médico poseído por la ira.

— ¡Espera!

Por suerte, la Matasanos fue suficiente para detenerlo, aunque con eso tampoco consiguieron demasiada información del médico... hasta que Risitas empezó a reír. Entonces el hombre a hablar, y vaya que lo hizo.

Ese niño podía llegar a ser terrorífico.

— Unos túneles... eso tiene sentido. —Pensó Daigo en voz alta—. ¿A dónde lleva el pasillo más allá de las celdas?

Con suerte, ese camino podría dar a los túneles, aunque eso sería quizás demasiado conveniente. Si Daigo fuese una persona de apostar, que lo era, probablemente apostaría que la entrada a aquellos túneles debía estar cerca del despacho de Nathifa.
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El hombre balbuceó, más que palabras, sonidos ininteligibles. Acababa de cruzar una línea roja, y si seguía hablando, terminaría por saltar al abismo. Aunque, ¿acaso no estaba cayendo ya? Si Nathifa se enteraba que había revelado el secreto del túnel de escape, no tendría salvación. Quizá lo mejor fuese que aquellos malnacidos delincuentes lograsen su objetivo de escapar, sin hacer ruido, sin molestar. Porque con que tan solo uno de ellos fuese capturado con vida, su perdición estaría asegurada.

A varias salas —respondió, decidiéndose al fin—. La habitación personal de Nathifa. Su despacho personal. También una sala acorazada donde se guarda el dinero y los activos de la prisión. Un almacén con comida. Una sala de experimentos. Otra sala donde se colocan los sellos de esclavitud. Unos baños, un cuarto con diversos utensilios de mantenimiento y limpieza… Sí, creo que eso es todo.
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— La habitación personal de Nathifa y... su despacho personal. —Repitió Daigo. Eso sonaba muy interesante— Si está diciendo la verdad, probablemente sea más fácil tomar ese camino que atravesar a todos los guardias e intentar tomar la salida principal.

Estaba claro que Nathifa debía estar protegida. Muy protegida, probablemente, pero esperaba que el número de guardias fuese muy inferior a lo que podrían encontrarse de intentar escapar a la superficie.

— Esos túneles deben estar cerca y seguramente estén aquí abajo. Creo que tenemos más probabilidades de salir de esa manera que intentando forzar nuestro camino a la superficie. ¿Ustedes qué piensan?

Alzó la mirada para ver a sus compañeros. Quizás alguno de ellos tuviese una mejor idea. Eso o se pondrían a discutir, que era mucho más probable.
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  • Tres Dientes
  • Llorona (color de diálogo: turquoise)
  • Risitas: (color de diálogo: purple)
  • La Matasanos: (color de diálogo: palevioletred)
  • La Hambrienta: (Color de diálogo: gray)
  • La Faraonesa: (color de diálogo: gold).
  • La Ciega.
  • Mordiscos
  • Mudo
    • Chillidos: (color de diálogo: navajowhite)
    • La Estranguladora
    • La Coleccionista: (color de diálogo: lightsteelblue)

La Coleccionista fue la primera en responder a la sugerencia de Daigo.

Pienso que es un buen plan... —dijo, con expresión pensativa—. Un buen plan que depende enteramente de encontrar algo que solo una persona conoce. En cambio, irse sin llamar la atención por una salida conocida me parece un plan mejor.

Sonrió, justo antes de formar unos sellos y transformarse en el ninja médico.

Buena suerte, chicos —dijo con su nueva voz, desapareciendo tras la puerta que acababa de cerrar. Escucharon un sonido sobre esta, y cuando Chillidos embistió sobre la puerta, furioso, cayó de espaldas. La Coleccionista la había atrancado de alguna manera.

¡Puta ramera! ¡Cómo osa!

¡No perdamos la calma! Siendo tantos... la opción del Sin Piernas sigue siendo nuestra mejor opción. ¡Tenemos que actuar deprisa antes de que nos descubran! A nosotros... o a ella.
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¡Maldita desgraciada! Daigo lo sabía. Sabía que no todo el mundo era de confiar, pero ahí estaba el muy tonto pecando de inocente una vez más. Sin pensarlo y tan pronto como la puerta se cerró, su mano se levantó por sí sola cubierta de electricidad mientras mantuvo la mirada clavada en el último sitio donde vio a la Coleccionista. Ahí debía estar. Si ella los delataba estarían en serios problemas, así que solo tenía que terminar la técnica, alargar la lanza y... se detuvo. No sabía bien si se había arrepentido o simplemente lo hizo porque Chillidos se había puesto en medio y, la verdad, no quería saberlo.

— Tiene razón. —Cerró los puños y se calmó. Tenía que hacerlo si no quería tomar decisiones apresuradas—. Debemos darnos prisa. Todavía no nos han pillado. Tenemos eso a nuestro favor.

Se acercaría a ofrecerle la mano a Chillidos para ayudarlo a levantar, antes de empezar a andar hasta la otra puerta. Todavía no podía ir demasiado rápido, pero iba tan rápido como podía (Agilidad 15).

— Tenemos que apresurarnos, así que no me esperen mucho... voy tan rápido como puedo. —Dijo, y se permitió sonreír. Así, al menos, podría defender la retaguardia.
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Todos parecieron estar de acuerdo, pero a Daigo se le había olvidado una cosa y la Matasanos lo remedió pronto. Alzó al ninja médico con una mano, agarrándole por la bata, y tras un momento de concentración, le pegó tal puñetazo en el pecho que lo estampó contra la pared más lejana abriendo un cráter en ella.

Quedó inconsciente en el acto, probablemente con alguna costilla rota.

Matasanos…

Solo así pensarán que intentó detenernos, ¿no? —se defendió, mirando la mano con la que había dado el golpe, pensativa, mientras la abría y cerraba intermitentemente. Todos quedaron impresionados por la fuerza demostrada, una jamás vista en el interior del Ojete de Ōnindo.

El trance le duró poco, y la Matasanos se unió al grupo junto a Chillidos, que había aceptado la ayuda del Sin Piernas, y el resto. Pronto sus pasos volvieron por el oscuro pasillo, tenuemente iluminado por lámparas azuladas, que conducía a su celda. Más allá de esta, pronto encontraron dos portalones, uno a cada lado, con un letrero al lado, como el que habría en un hospital.

«Sala de Ensayo Clínico»

«Sala de Reinserción Social»

No eran exactamente los nombres mencionados por el ninja médico, pero el grupo podía captar el mensaje. ¿Se internarían en algunas de estas salas, o seguirían hacia adelante?

Es extraño que no haya ningún guarda —susurró la Llorona.

Nathifa confía demasiado en sus defensas externas —analizó Chillidos. Y en el interior la mayoría de sus ninjas están dominados por sellos. Se debe pensar que no necesita vigilancia ni protección en el nivel más bajo de la prisión.

Ahora que se había hecho el silencio, desde la puerta izquierda —la sala de ensayo clínico— oyeron una especie de llanto. Nada más que un sollozo intermitente.
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Daigo pudo ver, sorprendido, como la Matasanos le pegaba tal puñetazo al médico que lo mandó a volar contra una pared, abriendo un cráter en ella. Si la pared había quedado así de destrozada, no quería imaginarse cómo debían estar las costillas del hombre, pero era necesario. Al menos no estaba muerto.

— Sí. —Le respondió a la mujer—. Buen golpe.

«No podría dar yo uno de esos ni aunque quisiera...»

Al salir, el grupo atravesó un oscuro pasillo que iba más allá de las celdas donde habían pasado semanas e incluso meses encerrados sin tener contacto con el exterior. Al pasar por la entrada al Ojete de Ōnindo, el chico no desaprovechó la oportunidad de detenerse un momento para despegar con mucho cuidado el sello supresor de chakra que había en la entrada. Era una herramienta que le podría ser muy útil más tarde, si es que no había perdido el adherente, claro.

Continuaron caminando, pasando, encontrándose a cada lado con dos de las habitaciones que había mencionado el médico antes: la de experimentos y la sala en la que colocan los sellos de esclavitud. Todo estaba yendo bien. Demasiado bien. No se habían encontrado con ningún guardia, ni con nada que los detuviese, cosa que la Llorona no dudó en comentar.

— Hace tiempo hubo una fuga importante en esta prisión. No me puedo creer que Nathifa no haya reforzado la seguridad desde entonces. —Había empezado a convertir a los criminales en esclavos, sí ¿pero eso era todo?—. No podemos confiarnos.

Daigo se giró hacia la sala de ensayo clínico en cuanto escuchó los llantos, deteniendo su caminar durante unos segundos mientras miraba aquella puerta. Había alguien llorando allí dentro y él quería entrar para hacer algo al respecto. Lo necesitaba, pero este no era su momento de salvar a nadie. Ese momento llegaría luego, así que con dolor continuó con su camino.

«Haré algo al respecto. Lo prometo».
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Dejaron atrás el llanto solitario, sin mirar atrás ninguno de ellos. Habían sufrido demasiadas penurias, todos ellos. Quizá eso volviese más empático a alguno, pero no lo suficiente como para arriesgar un ápice su posibilidad de escapar. Siguiendo el camino, encontraron otro par de puertas con el cartel de almacén en una y otra sin identificativo alguno. Luego, llegaron a una bifurcación.

Esperad —susurró la Matasanos, agachándose en una esquina y asomando la cabeza lo justo y necesario—. Dos guardias custodian una puerta a la izquierda. Joder, ni se mueven, parecen estatuas —repitió el gesto hacia el pasillo contrario—. Dos puertas a la derecha. Una de ellas custodiada por otros dos guardias.

Dejadme a mí —dijo, para sorpresa de muchos—. Les revelaré quién soy. En cuanto sepan que soy la Faraonesa, obedecerán.

La Matasanos rodó los ojos.

Risitas rio.

Chillidos apretó tanto las mandíbulas que le chirriaron.

La Llorona se llevó la mano al pecho, asustada.

La Hambrienta se llevó una mano al rostro, negando con la cabeza.
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— Su majestad. —La detuvo Daigo, hablándole con mucho más respeto del que realmente le tenía—. Incluso si la reconociesen, estos guardias solo responden ante Nathifa. No nos podemos permitir ponerla en peligro. Por favor, permítame.

Le pondría una mano en el hombro y, gentilmente, la invitaría a dar un paso atrás. Realmente no quería ponerla en peligro. No quería poner en peligro a nadie.

— Los tumbaremos a todos a la vez. —Le diría a sus compañeros, antes de prepararse—. Intentaré atraerlos de forma que no llamen la atención de nadie más. Quien no sepa Ninjutsu, que se eche un poco atrás ¿de acuerdo?

No sabía si aquellos guardias eran esclavos o no, pero realmente no le importaba. Si su plan funcionaba, todo debería estar bien, así que se tomó entonces un segundo para pararse y recordar. Recordó la asquerosa voz de la desgraciada que lo había puesto en aquel maldito lugar, cosa que no fue difícil. La tenía grabada a fuego en la mente. La manera en la que andaba, las expresiones que utilizaba y el tono de su voz. Se había asegurado de no olvidar ninguno de esos detalles, pues sabía que aquel momento llegaría.

— Guardias, a mí. —Ordenaría con autoridad, lo suficientemente alto como para que Nathifa pudiese ser escuchada, pero sin gritar ((Carisma 60), (Destreza 60)).

Empezaría entonces a andar por la pared de su derecha para llegar hasta el techo, donde esperaría al momento en el que algún guardia se asomase, si es que lo hacían.
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El grupo hizo caso al Sin Piernas. No es que fuese un equipo muy cohesionado, pero desde que había llegado Daigo, la esperanza de escapar se había instaurado en el corazón de todos y cada uno de ellos. El Sin Piernas les había llevado más lejos que nadie, y mientras sus acciones no cagasen el objetivo de todos, parecía contar con la suficiente confianza de todos.

Chillidos pareció prepararse por si las cosas se ponían feas, sin embargo. Lo mismo hizo la Matasanos. Los dos subierln am techo. El resto, dieron varios pasos atrás.

Escucharon pasos. Los cuatro guardias llegaron a la bifurcación y...
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Y el plan se puso en marcha. Esta vez, Daigo optó por no utilizar su afinidad a la electricidad, pues el ruido podría alertarlos de lo que estaba sucediendo. En su lugar realizó tres rápidos sellos, tomó aire y escupió una potente ráfaga de viento para aplastar a los guardias desde arriba (60 PV).

Inmediatamente después de que sus compañeros lanzasen sus técnicas, Daigo se dejaría caer del techo, ayudándose de sus manos para amortiguar la caída, y levantaría los puños, en guardia, por si todavía quedaba un enemigo consciente.


- PV:

218/220

0

- CK:

157/250

-36


Fuerza 50 · Resistencia 50· Aguante 40 · Agilidad 15 · Destreza 65
Poder 40 · Inteligencia 40 · Carisma 70 · Voluntad 70 · Percepción 60


Hitai-ate (Brazo derecho)
Kusari x2 (equipados)


¤ Fūton: Toppa
¤ Elemento Viento: Ruptura
- Tipo: Ofensivo (contundente)
- Rango: C
- Requisitos: Fūton 10
- Gastos:
  • 12 CK
  • (Fūton 20) (multiplicable x2)
  • (Fūton 30), Fūton: Daitoppa, (multiplicable x3)
- Daños: 20 PV
- Efectos adicionales: -
- Sellos: Perro → Caballo → Pájaro
- Velocidad: Rápida
- Alcance y dimensiones:
  • La ráfaga de viento abarca 1,5 metros y avanza 5 metros (mutiplicado x1)
  • La ráfaga de viento abarca 2'5 metros y avanza 8 metros (mutiplicado x2)
  • La ráfaga de viento abarca 3'5 metros y avanza 12 metros (mutiplicado x3)
Técnica Fūton básica, que consiste en una simple ráfaga de viento que se escupe desde la boca una vez finalizan los sellos. Sin embargo, el poder destructivo de ésta puede aumentar exponencialmente si un ninja experimentado utiliza una cantidad de chakra mayor. A diferencia de la mayoría de técnicas Fūton, el Toppa no produce cortes en la piel del enemigo, si no que lo golpea de manera contundente, además de alejarlo.
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Sin Piernas llamó al viento; la Matasanos, al agua. Las dos técnicas impactaron de lleno contra los cuatro guardias, y el agua sobrante del chorro resbaló por ambos lados del pasillo como una bañera que acabase de desbordarse.

Chillidos se dejó caer sobre la primera mujer que se alzó. Cayó de rodillas sobre su pecho y realizó el Martillo de la Hoja, si bien ligeramente modificado. No era su frente limpia la que se estrelló contra la cabeza de la guardia, sino unos huesos puntiagudos que sobresalían de esta, como si se tratase de un demonio. Viéndolo, recordaba a uno. Tac, tac, tac. Como un pájaro carpintero, los cabezazos de Chillidos moldearon la cara de la mujer hasta volverla un amasijo de carne y huesos rotos.

Murió.

No estaba muerto un hombre que empuñó un khopesh, tratando de rebanar la garganta de Daigo (60 PV). Apenas lanzó el primer tajo cuando la Llorona le saltó por la espalda y le apuñaló con una daga vieja en la garganta. La chiquilla cayó de espaldas, mientras el cadáver andante se tambaleó unos segundos antes de desplomarse, temblando de arriba abajo, al borde del llanto.

La Matasanos la miró con ojos sorprendidos.

Los otros dos guardias no llegaron a levantarse. Estaban inconscientes.
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Todo sucedió casi en un instante y casi de forma completamente limpia. Las técnicas de Daigo y la Matasanos impactaron en los guardias, noqueando a algunos y dejando malheridos al resto. Al descender, uno de los guardias intentó cortarle la garganta al boxeador, que fácilmente lo bloqueó con el puño, utilizando las cadenas que lo cubrían. Entonces cerró el puño contrario para soltarle un puñetazo al guardia, que no terminó de lanzar, pues alguien le había rajado la garganta justo antes.

La Llorona.

Le había rajado la garganta.

La Llorona.

«Joder».

Daigo se quedó mirando a la Llorona durante unos segundos, mientras el hombre tambaleaba moribundo antes de caer al suelo. Dio un paso hacia ella, acercándose, antes de agacharse y abrazarla.

— Está bien... —Le susurró—. Tranquila... está bien...

La tomó de los hombros con cuidado, antes de apartarla un poco para mirarla.

— Vamos, levántate. Queda poco para salir de aquí. —Le animaría, mientras la ayudaba a levantarse.

Le ofreció la mano a la Llorona y miró al resto de guardias, comprobando entonces que estaban inconscientes y confirmando que, de alguna manera, habían conseguido despacharlos sin alertar a nadie más. Todo estaba yendo bien de momento. Demasiado bien.

— Continuemos. Queda poco. —Miraría una vez más a la Llorona y le asentiría para intentar calmarla, antes de empezar a andar hasta la puerta de la izquierda.

No se alejaría de la Llorona. No quería volver a verla teniendo que hacer algo como eso y... ya no confiaba en ella.
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