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Cegada por un intenso terror que le impedía pensar con claridad, Ayame miraba a Yota de hito en hito con las manos aferradas al cuello de su camiseta. Pero el shinobi no estaba falto de reflejos, y rompió el agarre con un golpe seco con sus brazos. Ayame retrocedió un paso con un ligero gemido de dolor y se frotó las muñecas con los ojos entrecerrados, clavados en su objetivo.
Habría estado dispuesta a saltar de nuevo sobre él, si no fuera porque había empezado a hablar. Le escuchó con atención y todos los músculos en tensión, como un felino preparado para abalanzarse en cualquier momento, pero a medida que avanzaba en su relato, la rabia y el temor se transformaron paulatinamente en una profunda sensación de vergüenza y apuro.
—De... ¿De verdad...? —unas súbitas risillas la sobresaltaron. Hasta entonces no se había percatado del revuelo que había levantado su comportamiento. Repentinamente se habían convertido en el centro de atención y no eran pocas las personas que se habían parado, curiosas, a observar la escena y a murmurar entre ellas. A estos murmullos, ahora se sumaban las carcajadas. Ayame agachó la cabeza, profundamente abochornada.
Deseaba que se la tragara la tierra en aquel preciso momento.
El chico de la trenza se había vuelto a enzarzar en una conversación con su compañero, y el corral que se había formado comenzó a disolverse al ver que su fuente de diversión se había terminado, pero sus palabras sonaban totalmente vacías a sus oídos. O al menos lo hizo hasta que escuchó la palabra "museo". Aquella palabra terminó de despertarla del trance en el que se había sumergido para dejar de sentir el mundo exterior. Sin atreverse a mirarles directamente, Ayame les dirigió una larga mirada por debajo de sus pestañas.
—Di... disculpad... —intervino, tímidamente, tratando de llamar de nuevo su dirección. Alzó un mano titubeante, y señaló la cuesta que ascendía unos metros más allá—. El museo está en la cima del arco. Si... si queréis ir allí... creo que esa cuesta es el mejor camino...
Estuvo a punto de añadir algo más, pero en el último momento se tragó sus palabras junto a su saliva.
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Se lo tragó. Supongo que la sinceridad con la que le hablé y al seriedad del momento no dejaron lugar a dudas y la muchacha pareció estar arrepentida de su actitud violenta y agresiva, con la que exigía respuestas para algo que se había imaginado en su cabeza. Pero ni rastro de unos palabras de arrepentimiento.
Por suerte, Zukamane, supo romper el hielo y relajar el ambiente con una broma en cuanto le pregunté qué me había dicho. No pude evitar alargar la comisura de mis labios para formar una sonrisa tan sincera como las palabras que le había dedicado a Ayame.
-Creo que vamos a tener que dejar lo del cuello para otro momento, Zuka- bromee, siguiéndole el juego -Hmmm el museo ¿Eh? La verdad es que no sé donde narices está. No llevaré más de 20 minutos en esta aldea-
Pero la chica nos interrumpió. al parecer ella si sabía donde se encontraba aquel lugar, probablemente el más emblemático de Taikarune. Desvié la mirada para mirarla en cuanto abrió la boca para mirarla con una mirada impasible, la que solían brindar mis ojos oscuros.
-En ese caso estoy convencido de que podrás acompañarnos ya que ni zuka ni yo sabemos donde diantres está ¿Verdad que sí?-
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La chica hizo desaparecer su pálida tez en un rojo casi volcánico. Parecía arrepentida de su acción, y mas aún de haber causado tal revuelto. El chico de Uzu sin embargo pareció mas bien pasar un poco de ella, sin darle contestación a su desinteresada enmienda. Entre tanto, el rubio había soltado la gilipollez del cuello, cosa que el chico tomó como una broma... la cual siguió sin animo de lucro.
El Uchiha bromeó, pero tras ello dejó caer de igual manera que el rubio que no tenía ni idea de por dónde se encontraba el museo. El dúo de shinobis pisaban esas tierras por primera vez, no era algo de extrañar que no supiesen la ubicación de el museo. Por contra, la chica pareció indicar con precisión donde se hallaba. Casi al instante, el del colgante le indicó que perfectamente podría acompañarles, casi sonando en reprimenda.
Zuka no era muy de jugar a las cartas, pero de haberlo sido... la cara que se le quedó habría sido para ganar un campeonato de poker. Quedó por un instante en silencio, con la mirada perdida entre ambos. Lentamente llevó su mirada hacia el joven, y alzó una ceja con parsimonia y manteniendo la misma compostura.
— Chico, en serio... tu manera de hablar suena a la de un capo de la mafia... —
Podía haberlo gritado, para que sonase mas alto. Mas claro, eso era imposible de dejar, mas claro ni el agua. Evidentemente ésto podía tener malas consecuencias, pero éste comentario no estaba fuera de lugar. El chico de Uzu no sabía expresarse, o bien procedía de alguna familia adinerada, chunga, y no demasiado buena a vista de la justicia. Mafioso, vamos.
— Menos mal que yo te he caído bien, llevarse bien con las tríadas nunca está de mas... jajajajaja. — Bromeó el rubio.
Evidentemente, tenía que ponerle un poco de humor al asunto... no quería aparecer decapitado en una zanja al día siguiente. Fuere verdad o no la procedencia del de Uzu, mejor prevenir.
Por otro lado, quedaba tan solo seguir a la chica recelosa de su aldea. Al parecer ella estaba mas puesta en esa urbe, y sabía mas o menos donde se hallaba el museo, al menos podría guiarlos hasta allí. Menos da una piedra...
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El hecho de intentar volver a llamar de nuevo la atención los dos chicos funcionó mejor de lo que podría haber previsto. Se volvieron hacia ella, y en un gesto instintivo se encogió ligeramente sobre sí misma.
El shinobi de cabellos oscuros la miraba con unos ojos cargados de una impasibilidad que ella ya estaba acostumbrada a recibir; sin embargo, sus palabras seguían resonando oscuras en sus oídos. Como si destilaran una venenosa y sutil amenaza.
Aquello casi le hizo arrepentirse de haber intentado enmendar su error, pero su acompañante salió al paso expresando en voz alta los pensamientos que surcaban la nublada mente de Ayame. Aquello le dibujó una suave sonrisa, pero se contuvo de reírse.
Tras un nuevo y breve intercambio de comentarios entre los dos desconocidos, la muchacha se removió, inquieta. ¿Acaso aquello era una buena idea? Ni siquiera le inspiraban confianza, y eso que el chico de la trenza compartía el símbolo de su bandana con el muchacho que se encontró tiempo atrás en el Valle del Fin...
—Si no os incomodo... —pronunció al fin, pero sus palabras sonaron lentas y pastosas en sus labios. Aún recelosa, se acercó unos pasos, se ajustó la bandana a la frente y descolgó la cantimplora que llevaba tras sus riñones—. Siento lo de antes, mi nombre es Aotsuki Ayame.
Bebió un par de tragos, y después señaló con el mismo recipiente cuesta arriba, donde una intrincada red de personas se mecía como un mar embravecido.
—Para llegar al museo tenemos que llegar a la cima del arco de piedra, así que lo más lógico es que sigamos la cuesta.
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¿Tan difícil era entender que no era agradable para uno el hecho de que le agarrasen del cuello sin causa aparente mientras le chillaban en la oreja? Por absurdo que pareciese el rubio no parecía entenderlo y se atrevió a compararme con un matón, con un líder de una mafia.
Suspiré por lo bajo tratando de no darle importancia.
-No sé a ti, muchacho, pero a mi no me gusta que me agarren del pescuezo y me chillen- dije, excusandome ante aquel supuesto comportamiento de mafioso.
*Aunque no voy a negar que parte de mi familia se asemeje a la mafia*
Lógicamente pensaba en Seiyo, en el hijo de puta que debía llamar papá. A fin de cuentas lo era. Pero la muchacha de la lluvia parecía dispuesta a guiarnos hasta el museo. Buenas noticias.
-Mientras no repitamos lo de antes todo genial por mi parte, yo soy Uchiha Yota- contesté en un tono reconciliador -¿Ves, Zuka? No hay para tanto. Venga, te seguimos, Ayame-
Sin embargo, de pronto recordé con el primer paso que estábamos allí, con aquella chica porque oímos los gritos de la kunoichi que estaba buscando a sus familiares. No pude evitar sentirme mal de estar utilizándola en cierta manera para nuestro beneficio sin tener en cuenta su autentico cometido.
-Esto... Tu estabas buscando a tu padre y a tu hermano ¿No es así, Ayame?- detuve mi voz por un par de segundos, haciendo nudillos con la punto de los dedos de la mano y la trenza que colgaba por mi espalda -El museo puede esperar, quizás seria mejor que primero buscasemos a tus familiares-
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