29/09/2017, 11:13
La gigantesca metrópoli de Sendōshi iba empequeñeciendo en el horizonte conforme el carromato se alejaba por el sendero, dirección Sur, hacia Uzu no Kuni. Estaban a unos cuatro días —en Verano el clima solía acompañar— de la Aldea Oculta del Remolino, el destino final del carruaje. Esa noche la pasarían en Tanzaku Gai, según les había dicho el cochero, y luego seguirían más al Sur, hasta Taikarune. Desde allí bordearían toda la costa hasta Los Herreros y, finalmente, partirían de la famosa ciudad al alba del cuarto día para llegar a Uzushiogakure bien entrada la noche. Un viaje bien planificado.
Pese a la animada conversación que mantenían los otros ocupantes del carruaje, Akame mantenía su mirada azabache fija en el cristal de la ventana junto a la que estaba sentado, prestando poca atención excepto cuando hablaban de él mismo; el Campeón de los Dojos. Nunca se había considerado una persona soberbia —tampoco humilde—, pero el escuchar que alababan su habilidad en combate y que reconocían sus talentos le hacía querer inflar el pecho como un pavo real. Era la primera vez que alguien le admiraba —en este caso, muchos álguienes— y el jovencito gennin lo encontraba una situación algo difícil de manejar. Claro que, por lo pronto el cochero se había ofrecido a no cobrarle ni un sólo ryo por el trayecto... A pesar de que él insistiera.
Mientras el carromato iba dejando atrás la pronunciada geografía de la Cordillera de los Dojos, el Uchiha observaba los pastos verdes, los riachuelos que salpicaban el paisaje aquí y allá y las grandes extensiones de frondoso bosque. Pensaba en todas las experiencias que había vivido en los Dojos —pese a que sólo había estado allí cuatro semanas, durante Ceniza, le parecía una eternidad—. Destacaban dos; una, el haber ganado el Torneo... Y dos, su amorío con Kageyama Koko.
No precisamente en ese orden de importancia.
Cuando se marcharon de Nantōnoya quiso invitar a la kunoichi a volver con él en carruaje a Uzu —las paradas nocturnas hubieran sido mucho más interesantes con la robusta Kageyama durmiendo a su lado—, pero por algún motivo no pudo encontrarla a tiempo. Eso le producía una sensación extraña, mezcla de rabia y melancolía, más fuerte de lo que jamás reconocería.
También pensaba en la traición de Datsue, en su combate contra Amedama Daruu y en la espada vieja y roñosa que le habían vendido a precio de reliquia. Luego se preguntó cómo encontraría la Aldea a su regreso y poco después empezó a añorar sus calles blancas y rojas, sus cerezos en flor y la suave brisa del mar.
Ni idea tenía de que las cosas iban a cambiar radicalmente en Uzushio a no mucho tardar... Pero esa es historia para otro momento.
Pese a la animada conversación que mantenían los otros ocupantes del carruaje, Akame mantenía su mirada azabache fija en el cristal de la ventana junto a la que estaba sentado, prestando poca atención excepto cuando hablaban de él mismo; el Campeón de los Dojos. Nunca se había considerado una persona soberbia —tampoco humilde—, pero el escuchar que alababan su habilidad en combate y que reconocían sus talentos le hacía querer inflar el pecho como un pavo real. Era la primera vez que alguien le admiraba —en este caso, muchos álguienes— y el jovencito gennin lo encontraba una situación algo difícil de manejar. Claro que, por lo pronto el cochero se había ofrecido a no cobrarle ni un sólo ryo por el trayecto... A pesar de que él insistiera.
Mientras el carromato iba dejando atrás la pronunciada geografía de la Cordillera de los Dojos, el Uchiha observaba los pastos verdes, los riachuelos que salpicaban el paisaje aquí y allá y las grandes extensiones de frondoso bosque. Pensaba en todas las experiencias que había vivido en los Dojos —pese a que sólo había estado allí cuatro semanas, durante Ceniza, le parecía una eternidad—. Destacaban dos; una, el haber ganado el Torneo... Y dos, su amorío con Kageyama Koko.
No precisamente en ese orden de importancia.
Cuando se marcharon de Nantōnoya quiso invitar a la kunoichi a volver con él en carruaje a Uzu —las paradas nocturnas hubieran sido mucho más interesantes con la robusta Kageyama durmiendo a su lado—, pero por algún motivo no pudo encontrarla a tiempo. Eso le producía una sensación extraña, mezcla de rabia y melancolía, más fuerte de lo que jamás reconocería.
También pensaba en la traición de Datsue, en su combate contra Amedama Daruu y en la espada vieja y roñosa que le habían vendido a precio de reliquia. Luego se preguntó cómo encontraría la Aldea a su regreso y poco después empezó a añorar sus calles blancas y rojas, sus cerezos en flor y la suave brisa del mar.
Ni idea tenía de que las cosas iban a cambiar radicalmente en Uzushio a no mucho tardar... Pero esa es historia para otro momento.