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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#31
¿Estás seguro de que en ese momento no queríais mataros los dos? —respondió Sanona—. Durante el Examen, se te veía bastante resentido con Amegakure, y ese tal Daruu había apuñalado a Akame. No me extrañaría que tuvieses suficientes ganas de vengarte. Por otro lado, Amedama ya llevaba el resentimiento de casa. Eso me hace pensar que aquél encuentro podría haber acabado en desgracia y que ninguno de los dos teníais la cabeza apropiada para vestir el sombrero de Kage.

Y tampoco creo, personalmente, que la tengas ahora. —Los otros dos Sabios asintieron—. No obstante, eso es evidente. Eres muy joven. Apenas estás empezando a vivir experiencias suficientes como ninja de verdad. Es algo esperable.

»Pero, Uchiha Datsue, has despejado mis dudas. Antes de que Hanabi te trajese aquí, es cierto que no te veía como Kage, ni me lo planteaba. Como un jounin con mucho futuro, sí. Pero ahora he visto en tu corazón. Eres una buena persona. Deseas el bien para el Remolino. Si Hanabi confía en ti, yo haré lo mismo.

Sanona asintió.

Espero que a partir de ahora sigas esforzándote para tener una cabeza apropiada para el sombrero. Seguiremos vigilando muy de cerca tus pasos, chico. Tienes mi beneplácito.

Los dos Sabios se giraron hacia Mishiko.

Yo... —empezó.

»...me niego a aceptarlo.


· · ·


Hanabi se había mordido ya las uñas de ambas manos, tanto, que se había hecho daño en las yemas de los dedos. Caminaba de un lado a otro del pasillo, agitando los brazos nerviosamente. «No debí traerlo, se lo van a comer», maldecía para sí mismo. «¿Y esa borde de Mishiko, pero de qué va? ¡Creía que siendo la más joven de los tres, comprendería a Datsue más que a nadie! ¡Y la más impulsiva, nada menos!»

Se rascó la coronilla con impaciencia.

«¿Qué están haciendo con él tanto rato? No suelen tardar tanto en deliberar. ¡Mierda!»


· · ·


¿¡Pero qué estás diciendo, Mishiko!? ¡Es un buen muchacho! ¡Se ha abierto ante nosotros! —bramó Ryoukajiin.

Es un buen candidato, Mishiko —dijo Sanona, calmadamente—. No te dejes llevar por el resentimiento. Él no es Akame.

¡A mí también me ha convencido, vale! Pero ese es precisamente el problema. He estado observándolo muy de cerca... he estado observando a ambos muy de cerca. —Mishiko se cruzó de brazos—. Akame, el ninja ambicioso prácticamente perfecto que siempre le sacaba de los líos, que trataba de dirigirlo en la buena dirección. Datsue, el de la labia, que complementaba la rigidez del otro. Y ahora es él el ninja recto, ¿eh?

»Señores, este muchacho tiene una capacidad de convicción enorme, sólo hace falta escuchar su voz durante un tiempo para darse cuenta de que a uno le están intentando engatusar. O esa es mi sensación. Esta vez, casi me ha convencido de que lo que dice es verdad. ¡Pero necesitamos una garantía.

¡No estarás sugiriendo...! —dijo Ryoukajiin, incrédulo.

No. La Hoja de Shiomaru no —negó Sanona.

Sólo se usó con Daigo, en un tiempo en el que los Uzumaki eramos demasiado recelosos con los ajenos al clan. Para preservar la esencia de Uzushiogakure. Pero el muchacho nos demostró que podía hacerlo perfectamente. No es necesario. —Ryoukajiin golpeó la mesa con el puño cerrado.

Y si falla la prueba, el muchacho morirá. —Sanona se levantó de la silla.

Si falla la prueba, es porque no era digno. Si la pasa, tendremos los tres, los cuatro —se corrigió Mishiko, mirando a Datsue con ojos entrecerrados— razón y Datsue será un candidato excelente. Si su corazón es bondadoso y su voluntad la correcta, no tiene por qué pasar nada. Y si no está aquí para demostrar eso, ¿entonces por qué está aquí?

¡Es indignante, no puedes ir en contra de la mayoría del Consejo! —protestó Sanona.

Pero Ryoukajiin se había levantado, y había pedido la palabra mostrándole la palma de la mano. Miró a Datsue. Era una mirada severa, pero cálida. Ryoukajiin cerró los ojos, y estuvo un rato en silencio.

Sanona, por favor. Saca la Hoja.

¡Ryoukajiin-dono!

Es un buen muchacho. Pasará la prueba. Confío plenamente en él.

Sanona gruñó y se dio la vuelta. Datsue reparó entonces en una vitrina de exposición que no había visto hasta ahora. Allí había una espada curva, definitivamente más larga que un tanto, pero quizás más corta que una wakizashi. Era de color rojo carmesí, y llevaba escrita desde la punta hasta la base de la hoja una complicada, larga y multilínea frase de Fuuinjutsu con ideogramas negros. Sabía que era un Fuuinjutsu, porque Datsue tenía suficiente conocimiento sobre ellos. Pero le era imposible adivinar la naturaleza de la técnica. Indescifrable.

Y si el silencio inquietante de Shukaku servía de indicador de algo... él tampoco sabía con lo que estaba tratando.

Sanona abrió la vitrina con cuidado y cogió la espada. Rodeó la estancia, bajó por las escaleras de los estrados y se acercó a Datsue, tendiéndole la espada.

Cógela. —Sanona le entregó la espada y volvió al estrado, lentamente. Casi retrasando el movimiento a propósito. Mishiko parecía inquieta.

Bien. Ahora, Uchiha Datsue...

»Clávate la espada en el corazón.
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#32
Sí, era cierto, ¡era cierto! Jamás trataría de convencer a alguien de que, por aquel entonces, tenía la cabeza lo suficientemente amueblada como para llevar el sombrero de Kage. ¡Ni siquiera la tenía ahora! Pero como se solía decir, los ninjas de alto nivel eran capaces de leer las verdaderas intenciones de sus adversarios cuando se enfrentaban en un duelo. Datsue sabía que Daruu no había pretendido matarle, porque, modestia aparte, se consideraba un ninja, cuanto menos, avanzado.

La conversación dio sus últimos coletazos. Había llegado la hora de decidir, de mojarse. ¿Era Datsue un candidato válido para vestir el sombrero? Ryoukajiin opinaba que sí. Datsue inclinó ligeramente la cabeza hacia él, con una súbita sensación de euforia llenándole el pecho, como también lo hizo ante Sanona al escuchar su beneplácito. Mishiko, en cambio, era otro cantar.

«Bueno, dos a uno. Mucho mejor de lo que me esperaba al principio.» La decisión final le dejó un sabor amargo, pero si lo pensaba fríamente —cosa que intentaba—, el resultado había superado ampliamente sus expectativas. ¡Seguro que Hanabi estaba orgulloso!

Pero los otros dos Sabios no estaban conformes. Presionaron a Mishiko, quien lejos de reafirmarse, como él había esperado, reconoció que a ella Datsue casi le había convencido también. Pero que necesitaba una garantía.

«¿Garantía? ¿Una garantía? Y que quiere, ¿qué firme yo también un Pacto? Suficiente tuve con el de Zoku…»

No. La Hoja de Shiomaru no —negó Sanona.

«¿Eh? ¿La hoja de… quién? No se referirán al Shodai Uzukage… ¿no? ¿¡El mismísimo Uzukage Shiomaru!? ¡¿En serio?!» Recordó que Mishiko había sugerido ponerle a prueba aquel mismo día, y también el brillo de astucia en sus ojos cuando lo dijo. Tragó saliva. ¿Qué tipo de prueba era esa?

Sólo se usó con Daigo, en un tiempo en el que los Uzumaki eramos demasiado recelosos con los ajenos al clan. Para preservar la esencia de Uzushiogakure. Pero el muchacho nos demostró que podía hacerlo perfectamente. No es necesario.

«Eso, eso. No hace falta. ¡Ryoukajiin sí que sabe!»

Y si falla la prueba, el muchacho morirá.

«¡Ho-hostia puuuutaaa!» ¿Morirse? Pero, ¿en qué tipo de locura querían meterle? Alguno pensaría que Datsue, tras tantas misiones peligrosas a sus espaldas, ya estaba acostumbrado a poner su vida en riesgo. Al contrario. Tan solo le habían servido para comprobar lo fácil que era morirse, y lo mucho que apreciaba su pellejo.

Entre tanto sonido de tambor —más tarde se dio cuenta que era su propio corazón retumbándole en el pecho—, creyó oír algo de corazón bondadoso, y voluntad correcta. Le faltó una barandilla, o lo que sea, a la que agarrarse. ¿Voluntad correcta, él? ¡No sabía qué decir!

Ryoukajiin le observó desde lo alto, traspasándole el alma con esa mirada suya.

Fue en ese momento cuando lo perdió.

Sanona, por favor. Saca la Hoja.

«¡No me jodas Ryoukajiin! ¡Tú no! ¡Tú eras de los míos!» Pero uno a uno, todos fueron cayendo. Cayendo ante el deseo viperino de Mishiko. «¡Hanabi me cago en tu estampa! ¡Esto es culpa tuya!» Sabios, decía. Gente razonable. ¡Y una mierda!

«A ver, a ver. Que todavía no sé cuál es la prueba. Quizá… ¡Quizá no sea tan jodida! A ver, a ver. Una hoja, vale, vale. Como cualquier otra, vaya. Muy chula, eso sí. Y con… ¿ideogramas? ¡Fuuinjutsu! ¡Puedo trabajar con eso, joder! ¡Mi puta especialidad! Hmm… Hmm...».

«Hmm.»

No, no tenía ni la más puñetera idea de qué cojones era aquello.

«¡No perdamos la calma! ¡Shukaku sabrá! ¿Qué me dices, Padre? ¿Qué ven tus ojos? Pan comido para ti, ¿verdad? Dime, dime, ¿de qué se trata?»

Silencio.

«¿Esto… Shukaku? ¿Estás ahí? A dónde habrás ido sino, ¡pues claro que estás ahí! ¡Shukaku, por mi madre te lo pido, di algo!»

Cógela. —le apremió Sanona, desconocedora del debate interno que tenía Datsue consigo mismo y su bijuu.

No le dieron tiempo ni para respirar.

Bien. Ahora, Uchiha Datsue...

»Clávate la espada en el corazón.


Se produjo un gran silencio. Para Datsue no fue tenso, ni tan siquiera incómodo. Simplemente… silencio. Como si estuviese en la nada más absoluta, dormido, esperando a que alguien le despertase.

Poco a poco, fue saliendo de ese trance. Su mirada reflejaba la incomprensión más absoluta.

Ehmm… Cuando dice usted que… Quiero decir… Que me clave la espada en el corazón… Hmm… Estamos hablando de… O sea… Metafóricamente, ¿no? Figuradamente. Algo simbólico, por supuesto. Es decir… Pero qué… —Miró la hoja. La tocó. Era una hoja física, sin duda. ¡Y cortaba, vaya que si cortaba! Pero, ¿entonces…?—. ¿Qué dice que tengo que hacer exactamente?
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#33
Pero Mishiko sonrió divertida, y se señaló el centro de su propio pecho.

Nada de metáforas. Apuñálate —ordenó.

Si Datsue dirigía la mirada hacia el resto de miembros del Consejo, no encontraría miradas compasivas ni protestantes. Ambos Sabios se habían cruzado de brazos y habían bajado el rostro, pensativos.
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#34
Nada… de… metáforas.

Apuñálate.

Apuñálate…

Apuñálate…

Apuñálate…


Como un náufrago en busca de algo a lo que agarrarse, dirigió su mirada hacia Ryoukajiin. Su valedor. El Sabio entre los Sabios.

Nada. Ni una mano estirada desde un bote salvavidas. Ni un trozo de madera al que asirse.

Nada.

Moribundo, buscó en Sanona el milagro. Un barco mercante a lo lejos. Una isla perdida. Un… Lo que sea.

Nada.

Apuñalarse.

Apuñalarse…

Apuñalarse…


Eso era muy fácil de hacer con el Sello Maldito del Tiempo Inverso. Pero no lo tenía. No lo tenía. No lo tenía…

Hay que tener ovarios —soltó, en un arranque de furia apenas contenida—. ¿Y se supone que esto se lo hicieron a Akimichi Daigo? —negó con la cabeza. ¡Había que tener ovarios, joder!

Datsue empezó a moverse, de un lado a otro, errático. Levantaba la cabeza, miraba la espada, la palpaba, volvía a elevar la mirada. Inspirando y espirando muy rápidamente, hiperventilando.

¡Si es que hay que tenerlos muy gordos!«Joder. ¡Joder!». Y cuando me muera, le dices tú, MIshiko. ¡Se lo dices tú! ¡Le dices a Hanabi que gracias a ti no solo estoy muerto, sino que habéis perdido a vuestro Jinchuuriki y a Shukaku! ¿Eh? ¡Eso le vas a decir! ¡Qué Kurama ahora tiene un bijuu menos del que preocuparse! ¡Se lo dices !

Alzó la espada. Clavó la punta en su pecho. Agarró firmemente el mango y…

Y…

Y algo se resistía a apretar. Su viejo amigo: su instinto de supervivencia. Su cabeza no podía dejar de pensar. En buscar salidas. Una manera en la que evadirse, de evitar confrontar el problema. De correr hacia adelante, como una vez le había dicho Daruu que siempre hacía. Pero allí no había escapatoria posible. No había escondites, ni atajos, ni puertas ocultas tras las que fugarse. Solo dos opciones: achantarse, o descubrir de una buena vez quién era realmente.

Seguir huyendo, o hacer por una vez honor a su sobrenombre.

Confiar solo en sí mismo, como había hecho en la mayor parte de su vida, o ya no en Mishiko, en Sanona o siquiera Ryoukajiin, sino en Uzumaki Shiomaru —porque tenía que creer que aquel fuuinjutsu era suyo—, y por tanto en Uzu. En algo más grande que él.

Supo que aquel momento definiría el resto de su vida, probablemente cortándola y poniéndole un punto y final. Había sido bonita, mientras duró. Llena de altibajos, pero cuando había tocado el cielo… Oh, ¡qué momentos! Y había llegado la hora. Reconocer que toda esa etapa de maduración eran películas que se montaba en su cabeza, y volver a sus inicios. O dar un paso hacia adelante, jugársela, y tirarse al vacío.

No supo por qué, pero en aquel preciso instante, un recuerdo lejano le vino a la mente. Él y Akame, atados a una silla, frente a quien creían era un resucitado Zoku. Les había dado una opción muy simple: unirse a él, o morir. Akame no le había dado la oportunidad a elegir, pero ambos sabían, en el fondo, que de no ser por él Datsue no hubiese tenido los cojones de revelarse y aceptar la muerte.

«¿Por qué cojones dedicó mis últimos pensamientos a ese puto traidor?» Eri, Nabi, Aiko… ¡Todos ellos se lo merecían mucho más! Y, aún así…

Se dio cuenta de que sus ojos lloraban. De rabia. Y también de pena.

Adiós —dijo en un susurro apenas audible, activando por un instante tres de sus sellos de la Hermandad Intrépida. El grupo cuatro. El grupo nueve…El grupo dos.

Le hubiese gustado irse con una sonrisa, como esos héroes que narran las leyendas, impertérritos e indomables. No pudo ser. Cuando de un movimiento seco y rápido se clavó la espada hasta el fondo de su corazón, su voz exhaló un alarido, más cerca de un chillido angustiado y penoso que de un grito de guerra.

Pero, ¿qué más daba? Ahora podría olvidarse de todas esas tonterías. Ahora podría, al fin... descansar.
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#35
¿¡Cómo osas hablarle así al Consejo de Sabios Uzumaki!? —bramó Mishiko, que se levantó hecha una furia—. ¡Si sabía yo que en el fondo no eras más que un niño respondón! ¡Si lo sabía yo! —Se inclinó encima de su tarima, las palmas de las manos firmemente posadas en la madera—. ¡Lo que ocurre es que pretendes que confiemos en ti ciegamente sin que tú confíes en nosotros, Uchiha!

Mishiko, ya basta, es comprensible que...

¡No! —gritó Mishiko—. ¡Si le hago pasar por esto es porque no soy capaz de creer en él, y porque quiero creerle! ¡Quiero terminar de sellar mi confianza en Hanabi! ¡Pero como no puedo creer en él, apuesto por él! ¡Quiero tener mi certeza!

»¿Pero saben qué? ¡Lo que pasa es que no se atreve! ¡Eso es lo que...!

¡Chak!

Pese a que la Hoja de Shiomaru parecía más bien roma cuando la cogió, atravesó la carne con suma facilidad, como un hierro candente lo haría con un bloque de manteca. Las letras de la Hoja surgieron como surcos, cuerdas negras que se extendieron del agujero en el pecho rodeándole el torso, los brazos, las piernas. Datsue dejó caer, involuntariamente, los brazos a ambos lados del cuerpo, y vio como sus piernas se doblaban, llevándole a arrodillarse en el suelo. Extrañamente, no le dolía. ¿Sería aquello la muerte? ¿No sentir nada, ni el filo que ha acabado contigo?

Oh, pero Datsue seguía consciente. Muy consciente, de hecho. Toda su piel vibraba con una intensidad que sólo había sentido cuando el chakra de Shukaku se apoderaba de él. Además, el Fuuinjutsu de Shiomaru tenía un extraño efecto sobre su cuerpo. Tanto el sello del bijuu como las marcas de su técnica de comunicación le quemaban. Le ardían. ¿Estaba el sello de Shiomaru afectando el funcionamiento normal de los sellos de Datsue? Fuera como fuere, el bijuu no salió despedido de su tripa como una bala, desde luego, y si alguno de sus amigos había podido oírle, no le había apetecido contestarle. Lo cierto es que aunque lo hubieran hecho, no habría podido escucharles de vuelta.

Pero la herida comenzó a sangrar, y él comenzó a marearse. La sensación ardiente había desaparecido. La sangre era... demasiada. Demasiada incluso para una herida como aquella. bañó sus ropas y cayó al suelo desparramándose como el agua de una tubería rota. La sangre flujó como un río, rodeándole y extendiéndose en un surco curvo que formó una espiral por toda la habitación. Una espiral de Uzushiogakure.

Y entonces, una voz masculina habló desde todos lados y desde ninguno.

Eres un chico charlatán, metomentodo y liante.

Eres un mentiroso, un maquinador, y un orgulloso.

Tienes ambición desmedida, y un gusto enorme por el oro...

...y una habilidad desmedida para meterte en problemas.



...no obstante.

No dudas en hablar para atar vínculos que se han roto. Intercedes en disputas que no te incumben para ayudar a tus compañeros. Siempre que te excedes, sientes un profundo arrepentimiento. Está en tu corazón.

Mentirías para servir a los tuyos. Trazarías un plan excelente en beneficio de la Espiral. Sientes en tu persona el orgullo de ser uzujin. Está en tu corazón.

Tu ambición nunca olvida a tus amigos. Hasta el punto de haber sido tan ambicioso como para cometer locuras por amor. Está en tu corazón.

Que tu gusto por el oro nos traiga riqueza a todos.

Que tus problemas sean los nuestros, y que los nuestros sean los tuyos.

Siente el corazón de Uzushiogakure en el tuyo. Siento tu corazón. Ahora yo siento el tuyo.

Y ahora... estaré en tu corazón.

Larga vida a Uzushiogakure.



La sangre fue la primera en volver al cuerpo de Uchiha Datsue. Trazando el surco de vuelta, se introdujo de nuevo en la herida. El Fuuinjutsu que contenía lo hizo después. Las letras volvieron a escurrirse hacia adentro, y luego hacia fuera, hacia la hoja. Y la espada salió, limpia, sin un rastro de sangre. Cayó al suelo con un leve tintineo metálico. El corte en la carne, en la piel... desapareció.

...y Uchiha Datsue volvió a respirar.

Se encontró con una mano amiga, tendida hacia él, que le ofrecía ayuda para levantarse. Se trataba de Uzumaki Mishiko, que le observaba pálida como la luna llena.

P... perdóname.
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#36
Sintió que se moría. No de dolor, ni por desfallecimiento, sino por una profunda y desmedida angustia. El pecho no le dolía por la espada que le acababa de atravesar, sino por la desesperación de creerse muerto. Qué idiota. ¿Cómo podía haber pensado que iba a sobrevivir a algo así? Le habían engañado como a un tonto, y había caído de lleno.

Y de pronto, su piel vibró. Una llamita de esperanza se iluminó en su tormento. Sus sellos le dolían, y eso era bueno. Eso era que algo le estaban haciendo. Algo distinto a matarle.

Hasta que empezó a sangrar. ¿¡Cómo podía haber sido tan necio!? ¡Pues claro que no le habían engañado! Aquella era una prueba, una prueba mediante un fuuinjutsu. Y resultaba que él, simplemente, no era digno de superarla.

Desesperado, trató de taponar la herida con sus propias manos. Pero se le escurrían entre los dedos, en chorros tan fuertes que empapaban sus ropas como si estuviese bajo las Cascadas del Mar. ¿Cuánta sangre era capaz de seguir bombeando su corazón? ¿Cuántos litros se suponía que tenía una persona normal? ¿Por qué cojones no se daba muerto? Era tal su miedo a morir, que el Uchiha despegó las manos y dejó que la sangre saliese a gusto. Sí, así hizo, porque prefería que sucediese cuanto antes a tener que aguantar un solo segundo más con aquel terror invadiéndole el cuerpo, sin saber si aquel iba a ser el preciso instante en que Izanami, susurrándole al oído, le diese su invitación.

Se mareó. Creyó que iba a desmayarse. La sangre formaba una espiral. Todo terminaba al fin.

Aunque… La sangre formaba… ¿una espiral?

«¿Qué?»

Eres un chico charlatán, metomentodo y liante.


Una voz sonó en todos los rincones de la sala y en ninguno al mismo tiempo. Una voz masculina, que rajó su alma de arriba abajo para luego destriparla, sacando una a una los ingredientes más importantes que la componían. Mentiroso. Ambicioso. Problemático. Orgulloso… Ingredientes agrios, pero que cocinados correctamente dejaba un buen sabor de boca.

La voz quiso añadir un último ingrediente, con que el Uchiha no contaba hasta entonces: a sí mismo.

Larga vida a Uzushiogakure.


Y como si aquellas últimas palabras fuesen las de un conjuro, el tiempo pareció retroceder. La sangre volvió a su cuerpo, las letras del fuuinjutsu regresaron a su posición, e incluso su herida, profunda y mortal, desapareció sin dejar ni una sola cicatriz.

Cuando tomó una bocanada de aire, se dio cuenta que llevaba lo que le parecía una eternidad sin respirar. Alzó la vista, y vio una mano. La tomó. Y cuando se levantó, algo en él había cambiado. No, no cambiado. Simplemente… agregado. Aún cuando lo que acababa de vivir era para pasarse una noche entera con el corazón desbocado, se sintió extrañamente tranquilo. Como en paz consigo mismo… y con el resto.

P... perdóname.

Datsue negó con la cabeza.

Al contrario, gracias. Aunque me intentase mostrar seguro, yo también era un mar de dudas. Sobre muchas cosas. —Sobre Akame. Sobre Yui. Sobre sí mismo. ¿Ir a por él y matarle? ¿Retarla a un duelo como le había dicho a Daruu y Ayame? ¿Estaba creciendo, o tan solo era otra más de sus mentiras, contada a sí mismo?—. Y no sé cómo explicarlo, pero… Esta… prueba, me ha servido para abrirme a mí también los ojos. Ya no tengo dudas.

»Y veo que tú tampoco —no pudo evitar añadir, con una sonrisa genuina.
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#37
Todavía lívida, Mishiko se limitó a negar con la cabeza. Se acercó a la Hoja, la tomó por el mango y se dirigió en silencio hacia el estrado. Sólo cuando se hubo sentado en su sitio, después de colocar el artefacto en su correspondiente vitrina, volvió a hablar.

Tienes mi beneplácito.

Ryoukajiin se aclaró la garganta.

Eh... esto... sí. Bueno. Tienes el beneplácito de los tres, entonces. Sigue trabajando para Uzushiogakure, chico. Y Uzushiogakure, algún día, proveerá. —Los tres del Consejo de Sabios se levantaron e hicieron una reverencia respetuosa—. Puedes marchar. Seguro que Hanabi anda preocupado, anda, ve con él.


· · ·


Y así era.

Hanabi, nada más verlo salir por la puerta, se había lanzado sobre él. A abrazarle, como a un hijo que no ves en mucho tiempo. Inmediatamente se había aclarado la garganta, apartándose, y adoptando una rigidez más bien artificial.

¡Datsue! ¿Qué ha pasado? ¿Por qué han tardado tanto? ¿Cómo ha ido? —avasalló.
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#38
Datsue devolvió el abrazo de Hanabi con una afable sonrisa y dándole un par de palmadas amistosas en la espalda. Pensando, todavía, en lo que acababa de suceder. En la espada que se había clavado en su pecho. En la decisión final del Consejo. Pero, especialmente, en las palabras del espíritu de Shiomaru, que tan extrañamente tranquilo le habían dejado.

Una parte de él, sin embargo, todavía se preguntaba si aquello era real o no se trataría de un sueño suyo muy, pero que muy retorcido. No por haber sobrevivido a una estocada en el corazón. Ni por haber conocido a los Sabios del Consejo. Sino porque, y ahora lo empezaba a asimilar, de verdad le habían dado el beneplácito para…

¡Datsue! ¿Qué ha pasado? ¿Por qué han tardado tanto? ¿Cómo ha ido?

Cuando se separaron, Datsue puso cara de extrema gravedad.

No sé ni por dónde empezar, Hanabi-sama. Lo que sucedió ahí dentro… —tomó aire y lo dejó escapar muy lentamente por la boca—. Creo que vamos a tener que tomarnos una copita bien cargada, porque… El resultado no podría haber sido más terrible. Verá, los tres, y cuando digo los tres digo los tres, sin ninguna flaqueza por parte de ninguno, me han…

»Me han dicho que…

Algo inaudito. Algo impensable días atrás. Qué días, ¡ni siquiera horas!

»Pues que… —se abrió de brazos—. ¡¿Pues qué iba a ser, Hanabi-sama?! ¡Pues que por supuestísimo que me dan su beneplácito! ¡Si ya le dije yo que no le fallaría, hombre! ¡¿Se lo dije o no se lo dije?! —exclamó con júbilo—. Solo tuve que clavarme una espada en el pecho, y a partir de ahí fue coser y cantar. ¡Coser y cantar, le digo!
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#39
El rostro de Hanabi se puso más blanco a cada palabra, hasta que Datsue resolvió la tensión y pareció desinflarse como un globo de color amarillo. Se separó de él, y le tomó de los hombros, y siguió escuchando, y volvió a ponerse pálido.

Solo tuve que clavarme una espada en el pecho, y a partir de ahí fue coser y cantar. ¡Coser y cantar, le digo!

¿Di... dijiste algo de una copa?


· · ·


El mismísimo Uzukage hizo acto de presencia en el bar de copas de Takeshi-san. Takeshi-san era el dueño, claro: un hombre gordinflón que presumía de estar emparentado con el segundo Uzukage. Pero no estaba gordo porque su linaje fuera Akimichi. Simplemente estaba gordo y... bueno. Hay gente a la que le gusta inflar su propia reputación.

¿¡Pero ahora!? ¿¡AHORA!? ¡Oh, jo, jo! ¡Ahora tenía la vida hecha! ¡Ahora el bar se llenaría de gente a todas horas! ¡El mismísimo Hanabi-sama! ¡Sólo tenía que tomar su vieja cámara de fotos, acercarse a esos dos y...!

Ahora no, por favor —suplicó el Uzukage mostrándole la mano y sin siquiera dirigirle la palabra.

Y ahí se quedó él. Pasmado. En medio del establecimiento. Con la cámara de fotos en la mano.


· · ·


Hanabi bebió otro sorbo del Lengua de Fuego, un combinado con unos muy bonitos colores naranja y rosado y otros muy buenos grados de alcohol.

Entonces... ¿la Hoja de Shiomaru? ¿Te hicieron pasar por eso...? ¡Pero cómo pueden! ¡Cómo pueden!
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#40
A Datsue le había costado decidirse con su bebida. Tras todos los acontecimientos por los que había pasado, el cuerpo le pedía algo de diversión. Pero su compañero de copas no era otro que el mismísimo Uzukage, y no quería dar una mala impresión. Al final, había optado por algo con pocos grados de alcohol: un tinto de verano.

Estaba riquísimo. No le sorprendía, todo el mundo sabía que la uva de la Espiral era la mejor de Oonindo. Tenía un sabor dulce y suave, tan suave que entraba como si fuese agua.

Bueno —respondió a Hanabi, dando un pequeño sorbo entre medias—, no es nada nuevo, ¿no? Quiero decir, ya se lo hicieron pasar a Akimichi Daigo.

El Nidaime Uzukage. Al parecer, según había oído a Ryoukajiin, la prueba había sido necesaria debido al recelo del Consejo a que alguien ajeno al clan Uzumaki vistiese el sombrero. Había pasado algo similar con él.

La Hoja de Shiomaru… No es casualidad que tenga el nombre del Shodai Uzukage, ¿verdad? ¿Fue obra suya? Cuando me la clavé escuché… escuché una voz. Una voz que me habló.
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#41
Bueno —respondió a Hanabi, dando un pequeño sorbo entre medias—, no es nada nuevo, ¿no? Quiero decir, ya se lo hicieron pasar a Akimichi Daigo.


Sí, joder, pero —protestó Hanabi—, pero estamos hablando de que eso fue hace más de doscientos años, Datsue. Que se dice pronto ya.

Hanabi le dio un buen trago a su bebida. El ardiente licor le abrasó la garganta, y tuvo que toser.

La Hoja de Shiomaru… No es casualidad que tenga el nombre del Shodai Uzukage, ¿verdad? ¿Fue obra suya? Cuando me la clavé escuché… escuché una voz. Una voz que me habló.

Hanabi resopló y se puso todo blanco.

¿Te habló? ¿Te habló el primer Uzukage? Ay, por todos los remolinos de Susanoo, qué me estás contando.

»No sé nada de esa hoja aparte de los rumores y las leyendas. Supongo que sí la forjó él. O, conociendo a los Uzumaki, al menos fue el autor de sus propiedades especiales.

»¡Dioses! ¡Has hablado con Shiomaru! —Otro trago. Las mejillas de Hanabi estaban empezando a adquirir un característico color rosado.
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#42
Datsue empezó a darse cuenta que aquella copa no le llegaba ni para empezar. ¡Si ni achispado estaba!

¡Takeshi-san! Otra Lengua de Fuego para el Uzukage y otro tinto de verano para mí, por favor —pidió, tras vaciarse la suya de un largo trago.

Quien sabía, quizá en breves el hombre tenía más suerte para conseguirse esa foto de oro.

Bueno, hablar hablar... No fue una conversación propiamente dicha, sino algo unilateral —explicó—. Él... Sacó a relucir mis mayores defectos, y supongo que también mis mayores virtudes. Y dijo que... Que esperaba que usase todo eso en beneficio de la Villa, y que a partir de ahora estaría en mi corazón.

¿Metafóricamente, suponía?

Y pasó... algo más. Algo muy extraño.
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#43
Hanabi contorsionó el rostro formando una mueca de terror cuando Datsue se adelantó y solicitó otra Lengua de Fuego para él. «Bueno, bueno. Supongo que por un día...» Meditó un momento y se le puso la cara blanca. «Aunque espero que no vuelva a ocurrir lo de la última vez en el Valle de los Dojos... Maldito kusareño liante...»

Bueno, hablar hablar... No fue una conversación propiamente dicha, sino algo unilateral —explicó—. Él... Sacó a relucir mis mayores defectos, y supongo que también mis mayores virtudes. Y dijo que... Que esperaba que usase todo eso en beneficio de la Villa, y que a partir de ahora estaría en mi corazón.

¿Metafóricamente, suponía?

Y pasó... algo más. Algo muy extraño.


¿¡Qué, qué!? —exclamó Hanabi—. ¿Qué pasó? Eh... —Hanabi giró el rostro hacia su costado. Takeshi-san acababa de dejarles las nuevas bebidas, y ahora estaba allí plantado con una sonrisa forzadísima y un aparato fotográfico en las manos—. ¿Dis... culpe?

Disculpe, Uzukage-sama —tartamudeó el dueño del bar—. ¿Se-sería tan amable de hacerse una foto co-co-conmigo?

Hanabi suspiró esbozando una sonrisa y se encogió de hombros.

Claro, por qué no —dijo, y se levantó para ofrecerle a Takeshi-san su pequeño minuto de gloria. El hombre se alejó dando saltitos.

¡A esta ronda invita la casa!

Ay... hay que ver. No soy más que un hombre normal y corriente, pero ya no puedo caminar tranquilamente por mi aldea sin que todo el mundo se vuelva medio loco —Hanabi se sentó de nuevo—. Ese hombre, Takeshi-san. No sabes la de veces que he venido aquí, a tomarme unas copas exactamente igual que estas —Miró a su Lengua de Fuego y la señaló con ambas manos—. Pero claro, entonces era un chuunin, luego un jounin cualquiera. Ahora soy Kage y ya he dejado de ser "Hanabi-kun". Ahora soy Uzukage-sama. Espero que si llegas a tener el sombrero sobre tu cabeza sepas acostumbrarte a esto también. —Sonrió, triste, y dio vueltas al combinado con la pajita—. Bueno, ¿qué pasó? Me tienes en ascuas.
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#44
Ah, ¡ese Takeshi sí que sabía mantener a su clientela contenta! El Uchiha saboreó su copa con todavía mayor deleite. No era lo mismo un tinto de verano pagado de su propio bolsillo que uno invitado, no señor. El segundo era más fresco, más alegre, más ligero.

Mientras tanto, oyó a Hanabi lamentarse de que hubiese cosas que ya no fuesen como antes. Datsue asintió sin mucho convencimiento, sin saber muy bien qué tenía de malo que alguien te invitase a una copa o te pidiese una fotografía, o siquiera te tratasen de sama. «Pero, ¡si esa es la mejor parte de ser Uzukage!»

Bueno, ¿qué pasó? Me tienes en ascuas.

¿Hmm? ¿El qué…? Ah, sí. Eso —recordó de golpe—. Pues verá, fue más bien una sensación. Igual no fue nada, pero… Cuando me clavé la hoja, algo extraño ocurrió. —Aparte del pequeño detalle de no morirse, claro—. Los sellos que tengo colocados a lo largo de mi cuerpo me ardieron. Me quemaban. Como si algo los estuviese… modificando. Tanto los sellos de la Hermandad Intrépida como el de Shukaku. No sé, igual no es nada, pero…

Entonces se dio cuenta de su error. Chasqueó la lengua.

Tenía que haber preguntado a los del Consejo. —Hanabi era muchas cosas, pero no era precisamente un experto en fuuinjutsu.
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#45
Tenía que haber preguntado a los del Consejo.
¡Tenías que haber preguntado al Consejo!

Hanabi habló a la par que Datsue, y se levantó estampando las manos en la mesa. Se dejó caer, abatido, y suspiró.

Supongo que si hubieran sospechado que el sello del Shukaku iba a sufrir algún deterioro no te habrían hecho hacerlo. O lo habrían reaplicado.

«¡JIA, JIA, JIA! Si el sello hubiera desaparecido, ¿crees que estarías tan tranquilito aquí bebiéndote esa mierda?»

Pero bueno, a otra cosa... ¿recuerdas aquello que me pediste hace tiempo? ¿Lo del combate?
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