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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#16
—Son 50 ryos por cabeza —respondió el encargado, para acto después señalar un cartel que estaba justo detrás de él—, y me tienen que decir qué quieren.

Sopa de pato, pato al horno, bocadillo de pechuga de pato con salsa de naranja, ensalada con carne de pato... Todos los platos estaban hechos a base de pato, y Zetsuo torció ligeramente el gesto al intentar imaginar lo que podría ser el postre. Desde luego, se tomaban el nombre del local en serio. ¿Tendrían una granja de patos cerca? Quizás los criaban los mismos encargados de la posada.

Daruu pidió un bocadillo, Kiroe una sopa, Kōri la ensalada (era lo menos caliente que había encontrado en el menú) y Zetsuo se conformó con el pato al horno. El médico dejó doscientos ryō sobre la barra y después se dirigió con el resto del grupo a una de las pocas mesas libres que encontró. Tanto Kōri como él dejaron las mochilas detrás de las sillas y tomaron asiento en sillas contiguas.

—Mañana a primera hora de la mañana salimos —advirtió Zetsuo en voz baja—. No quiero distracciones de ningún tipo, y cuanto antes salgamos de aquí mejor.

Quedaba claro que con "aquí" se estaba refiriendo, precisamente al País de los Remolinos.
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#17
Tranquilo, Zetsuo —declaró Kiroe—. Creo que todos queremos salir cuanto antes.

«Estoy empezando a cansarme de ti, joder. Pareces un sargento y aquí nadie te ha dado el mando. ¡A mí también me interesa encontrar a Ayame, capullo! ¡Me levantaría antes que tú, payaso!», maldijo Daruu internamente, al tiempo que se alejaba para buscar una mesa libre... y para no ver más a Zetsuo.

Fuere como fuere, el grupo disfrutó de la cena de un modo instintivo, para dirigirse inmediatamente a las habitaciones. Era una posada de camino, de modo que no había ducha ni mayores lujos, sólo una cama doble en cada habitación.

Como sea, al menos había calefacción. Daruu y Kiroe se hundieron bajo el edredón y apenas intercambiaron un par de palabras banales. Nadie quería hablar de lo que estaba pasando.

Porque nadie quería creerse que era verdad.


· · ·


El grupo se reunió incluso antes de salir el sol en la entrada de la posada. Todos tenían bolsas oscuras bajo los ojos y cara de pocos amigos, atributos normalmente propios de Aotsuki Zetsuo. Ahora compartían la amargura y el desasosiego los cuatro, que poco después ya estaban trotando a lomos de los dos perros y el caballo de caramelo.

Cruzando el Puente Kannabi.

¿Estáis seguros de que es por aquí? —preguntó Daruu, que seguía con sus fantasmas en la cabeza. «¿No habrá podido ser Kusagakure, no? No, imposible.»

Eso es, chico. Aunque el rastro sigue al este todavía, no se va más al norte —contestó Kuro-chan, como leyéndole el pensamiento—¿Estáis seguros de que... no se ha ido por voluntad propia?

Daruu miró a Zetsuo de reojo, preguntándose cómo reaccionaría.

Lo dudo mucho —respondió Kiroe—. ¿Tan lejos?
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#18
La cena fue silenciosa pero terriblemente tensa. Daruu incluso se marchó a una mesa contigua para no seguir soportando el mal humor de Zetsuo, y este ni siquiera le dirigió una mirada reprobatoria (que habría sido lo normal en cualquier otra ocasión), Kōri estaba más callado de lo que solía estar y Kiroe, aunque intentaba inocular algo de calma sabía que era del todo inútil. Todos estaban demasiado cansados, demasiado preocupados...

Y la cosa no había hecho más que empezar.

Después de la cena, los Aotsuki y los Amedama se dirigieron a sus respectivas habitaciones. Ninguno de ellos esperaba lujos de ningún tipo, por eso nadie se extrañó al ver una simple cama doble en cada habitación y apenas un par de muebles que servían más de decoración que de utilidad.

Kōri fue el primero en acostarse, y ni siquiera hizo uso de la manta para arroparse, pero Zetsuo tardó algo más. Había abierto su mochila y volvía a sostener entre sus manos aquella deshilachada capa.

«Te prometí que la protegería... Y hasta ahora no he conseguido más que lo contrario.» Meditó para sus adentros, hablando con un ente invisible que sólo estaba en sus recuerdos. Sus dedos se cerraron con aún más fuerza en torno a la tela calcinada y una simple lágrima cayó sobre ella. «Lo siento, Shiruka. Soy un padre terrible.»



. . .



El sol ni siquiera había salido cuando el grupo volvió a reunirse en la entrada de El Patito del Bosque. El aire, frío y cargado del rocío de la mañana, calaba en sus huesos como dagas de hielo y jirones de una ligera neblina se enroscaban en torno a sus cuerpos como manos fantasmales. Ninguno de ellos presentaba buen aspecto, ninguno de ellos debía de haber pegado ojo en toda la noche. Y aún así volvieron a montarse sobre los perros y el caballo de caramelo y reanudaron el viaje hacia el norte cruzando el Puente Kannabi y abandonando el país de los Remolinos en dirección al Bosque de Hongos, dentro del País del Bosque.

—¿Estáis seguros de que es por aquí? —preguntó Daruu.

—Eso es, chico. Aunque el rastro sigue al este todavía, no se va más al norte —contestó Kuro-chan.

«Más hacia el este... ¿Hacia el País del Rayo o de vuelta al País de los Remolinos?» Se preguntó Zetsuo, entrecerrando los ojos.

—¿Estáis seguros de que... no se ha ido por voluntad propia? —añadió el can.

—Lo dudo mucho —respondió Kiroe—. ¿Tan lejos?

—Ayame jamás haría algo así —asintió Kōri.

—¿Es que os tengo que volver a enseñar la jodida capa? —estalló Zetsuo—. ¡Está quemada y rasgada! ¡¿Cómo se va a haber ido por voluntad propia?! ¡Sufrió un ataque! ¡Y ni siquiera sabemos si está siquiera...! —se mordió la lengua, incapaz de pronunciar las siguientes palabras. Ofuscado, Zetsuo sacudió la cabeza y cerró los ojos momentáneamente.

Nada más atravesar el puente, el terreno sufrió una brusca transformación y se vio invadido por los árboles del bosque. Árboles gigantescos como titanes, con un follaje que prácticamente impedía el paso de la luz del sol hacia las capas inferiores del bosque. Y de los troncos no sólo surgían ramas, sino setas igual de gigantescas, con sombreros que fácilmente podían soportar el peso de varias personas sobre ellas.
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#19
No. —La tajante respuesta de Daruu cortó a Zetsuo como una Uchigatana al rojo vivo cortaría un bloque de mantequilla—. Ayame está viva. Y la vamos a encontrar.

»No importa cuando. No importa cómo. No pienso volver a Amegakure sin ella. No pienso hacerlo.

Kiroe dirigió una preocupada mirada a su hijo y entrecerró los ojos. Bajó la vista al lomo de Kuro-chan y emitió un suspiro triste. «No me hagas esto tú también, hijo...»

El grupo continuó viajando hacia el este, cada vez más hacia el este y menos hacia el norte, de hecho. Y llegado a cierto punto, comenzaron a viajar hacia el sur de nuevo.

Estamos... ¿volviendo a la Espiral?

El rastro ha dado la vuelta.

Quien se la haya llevado, no tiene muy claro a dónde va, o está jugando con nosotros, o... o... quizás consiguió escapar —escupió Daruu atropelladamente, con una débil esperanza.

Los perros comenzaron a bajar la velocidad y, llegado un momento, se pusieron a caminar. El rastro era más fuerte por aquella zona. Todos comenzaron a alegrarse, aunque se mantuvieron cautos. Ayame estaba cerca, pero quién sabe en qué condiciones. Quizás habría que pelear.

Y entonces cayeron en la desgracia.

N-no puede ser... Zetsuo...

Juro que mataré a quién le haya hecho algo... juro que... —Daruu no podía contener las lágrimas. Temblaba violentamente.

Porque en medio del claro de un bosque, la ropa de Ayame yacía tirada, sin más.

Sin embargo, Inurun se había adelantado y olfateaba un árbol cercano, suspicaz.

Kiroe, Kiroe. El rastro continúa. Sigue hacia el sur. Es el olor de Ayame. Estoy seguro.

«Quien le haya hecho esto... quién sabe... dios mío, igual la han violado. Joder, joder... ¿Qué clase de monstruo ha podido hacerlo?»
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#20
—No —respondió Daruu, tajante—. Ayame está viva. Y la vamos a encontrar. No importa cuando. No importa cómo. No pienso volver a Amegakure sin ella. No pienso hacerlo.

Zetsuo miró de reojo al Chūnin, volvió la mirada al frente pocos segundos después, cerró los ojos, inspiró y espiró. Para cuando volvió a abrir los ojos, tenía una mirada diferente, cargada de acero. La contundencia de Daruu parecía haberle insuflado de nuevo la determinación que iba perdiendo a cada paso que daban, y el Jōnin había vuelto a construir la coraza en torno a su corazón.

«Los sentimientos nos vuelven débiles.» Se recordó, apretando las mandíbulas. Sumirse en la desesperación no ayudaría en nada a la búsqueda. Debía mantenerse tan frío como su hijo y ser tan contundente como el acero. Sólo así lograrían encontrar a Ayame. Y por Amenokami que pensaba hacerlo. Así le costara días, semanas, meses o años. No pensaba darse por vencido hasta dar con ella.

El grupo continuó hacia el este, atravesando el Bosque de Hongos a toda velocidad; y, llegado un momento, viraron la dirección hacia el sur.

—Estamos... ¿volviendo a la Espiral? —preguntó Daruu, expresando la extrañeza de todos.

—El rastro ha dado la vuelta —respondió Inurun.

—Quien se la haya llevado, no tiene muy claro a dónde va, o está jugando con nosotros, o... o... quizás consiguió escapar.

—No os estaréis confundiendo de nuevo, ¿no, chuchos? —siseó Zetsuo, entornando los ojos con recelo.

Pero los canes disminuyeron la velocidad de repente y comenzaron a caminar mientras olfateaban con fruición. Zetsuo y Kōri decidieron bajar de Kuro-chan y estirar un poco las piernas mientras caminaban junto al animal. Parecía que el rastro era más fuera por aquella zona, y todos, aunque más esperanzados, mantuvieron la guardia.

Hasta que vieron algo abandonado en el suelo de cualquier manera. Apenas unos trapos tan carbonizados y rasgados como la capa, que alternaban colores de azul y negro.

—N-no puede ser... Zetsuo... —balbuceó Kiroe.

Junto a la pastelera, Daruu temblaba de rabia con lágrimas en los ojos.

—Juro que mataré a quién le haya hecho algo... juro que...

Pero no era nada comparado con los sentimientos de los Aotsuki. Zetsuo se había arrodillado junto a la ropa de Ayame, acariciándola con la yema de los dedos y las mandíbulas tan apretadas que parecía que su cabeza iba a estallar en cualquier momento. Kōri se mantenía inamovible junto a su padre, con los puños fuertemente apretados a ambos lados de su costado. El aire comenzó a vibrar de repente en torno al médico. La temperatura descendió bruscamente y el aire sopló, gélido como el aliento de la muerte. Era ira en estado puro. La ira de un volcán en plena erupción, la ira del invierno más inmisericorde. La ira del fuego y el hielo.

—Voy... a... matarlo... ¡VOY A MATAR A QUIEN SEA QUE HAYA HECHO ESTO! —bramó Zetsuo, y su voz reverberó por todos y cada uno de los troncos de los árboles que les rodeaban—. ¡¡Ya puede ser un jodido Kage o un puto Señor Feudal!! ¡Pienso arrancarle el corazón del pecho con mis propias manos!

—Kiroe, Kiroe. El rastro continúa —llamaba Inurun—. Sigue hacia el sur. Es el olor de Ayame. Estoy seguro.

Zetsuo recogió la ropa y se reincorporó, aún con la mirada clavada en el deteriorado uwagi.

—Padre —Kōri señaló con voz grave un punto en el cuello del uwagi, y el médico enseguida percibió lo que le estaba señalando: unos pocos pelos, largos y tan claros que parecían blancos.

—Hemos encontrado esto —Llamó a los demás, para compartir el descubrimiento—. Pelo muy rubio o blanco, aunque parece oscurecerse un poco hacia las puntas. O bien estamos persiguiendo a una mujer, o se trata de un hombre con el pelo blanco —aseguró, frunciendo el ceño antes de volverse hacia Daruu—. ¿Conoces a alguien con estas características, Amedama?
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#21
Daruu salio del ensimismamiento cuando Zetsuo se dirigió a él de forma directa. Levantó la mirada, con unos ojos mezcla de la desesperación y la rabia más absolutas, batidas en una calma triste. Observó el cabello blanco y negó con la cabeza, despacio.

Pero Kuro-chan se adelantó olfateando y anunció:

Estoy seguro de que los pelos son de Ayame —aseveró.

¿Qué? —Kiroe se acercó a ambos—. ¡Eso es imposible!

Lo son.

Un momento... Sé que es mucho suponer, pero... pero... ¿y si está bien todavía? ¿Y si los captores...? —sugirió Kiroe—. ¿Y si lo que han hecho es disfrazar a Ayame? Teñirla. Cambiarle la ropa. Ayame se volvió muy notoria en el País de los Remolinos desde lo que pasó durante el Examen. Si querían pasar desapercibidos...

¡...sólo tenían que convertirla en alguien distinta! Pero eso sólo tendría sentido si no fuera Uzushio el que se la llevó. Porque a ellos no les importaría que les reconociesen. No puede ser... —intervino Daruu.

Sí que puede ser. Porque así no obtendríamos información si veníamos a hacer preguntas.

Como sea, Inurun os lo ha dicho: el rastro continúa. Y os diré más: es intenso. Más fresco que el que estábamos siguiendo hasta ahora. Podéis quedaros ahí teorizando sobre lo que le ha pasado o podemos continuar. Pronto se hará de noche, y tendremos que volver a parar. —Kuro-chan cortó las hipótesis duramente, y luego dirigió una mirada severa a Zetsuo—. Vuelve a subir, "humano". Pero recuérda que te estoy ayudando con buena voluntad. A partir de ahora, evitarás volvernos a llamar "chuchos". ¡Vamos!

Daruu se limpió las lágrimas con la mano y volvió a crear otro caballo de caramelo, puesto que el otro se había deshecho con tamaño desnivel emocional. Las palabras de Kuro eran un refugio, y la teoría de su madre otro más grande. Si eso hacía que pudiera continuar dando el máximo de sí mismo... Esta vez el equino era de color negro: mucho más fácil que se pudiera hacer pasar por uno real.

El grupo siguió la marcha. Hacia el sur, cerca de la costa.
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#22
Pero la mirada de Daruu fue suficiente respuesta. Sus iris púrpura reflejaban la tristeza, la desesperación, la rabia más profunda. Incluso antes de que negara con la cabeza, Zetsuo ya sabía que no conocía la identidad del propietario de aquellos pelos. Sin embargo, el san bernardo negro se adelantó y su olfato dio con una respuesta que ninguno de los allí presentes esperaba:

—Estoy seguro de que los pelos son de Ayame —afirmó.

—¿Qué? —exclamó Kiroe, acercándose a ellos—. ¡Eso es imposible!

—¿Te está fallando de nuevo el sentido del olf...?

—Lo son —aseguró, tan convencido como quien afirma que llueve casi todos los días en Amegakure.

Y Zetsuo frunció el ceño, sumamente confundido y extrañado. A cada minuto que pasaba, aquella situación perdía el poco sentido que ya tenía. Por cada pista que encontraban, cada vez que creían que se estaban acercando a la respuesta de aquel misterio, cada vez que extendían los brazos para aferrarla aquella se escurría de entre sus dedos como una traviesa culebra. ¿El pelo blanco era de Ayame? ¿Pero cómo era eso posible? La única explicación era que su hija se lo hubiese decolorado, ¿pero por qué razón iba a hacer algo así? ¿Acaso desde el mismo principio les había mentido? ¿Les estaba engañando? ¿Acaso...?

—Un momento... —Fue la voz de Kiroe la que lo rescató de las garras de las sospechas que habían comenzado a instalarse en su férreo corazón—. Sé que es mucho suponer, pero... pero... ¿y si está bien todavía? ¿Y si los captores...? ¿Y si lo que han hecho es disfrazar a Ayame? Teñirla. Cambiarle la ropa. Ayame se volvió muy notoria en el País de los Remolinos desde lo que pasó durante el Examen. Si querían pasar desapercibidos...

—¡...sólo tenían que convertirla en alguien distinta! Pero eso sólo tendría sentido si no fuera Uzushio el que se la llevó. Porque a ellos no les importaría que les reconociesen. No puede ser...

—Sí que puede ser. Porque así no obtendríamos información si veníamos a hacer preguntas.

—Como sea, Inurun os lo ha dicho: el rastro continúa —les interrumpió Kuro-chan—. Y os diré más: es intenso. Más fresco que el que estábamos siguiendo hasta ahora. Podéis quedaros ahí teorizando sobre lo que le ha pasado o podemos continuar. Pronto se hará de noche, y tendremos que volver a parar. —El can se volvió hacia Zetsuo con una mirada de acero—. Vuelve a subir, "humano". Pero recuérda que te estoy ayudando con buena voluntad. A partir de ahora, evitarás volvernos a llamar "chuchos". ¡Vamos!

Zetsuo apretó las mandíbulas, pero no añadió nada más al respecto. Guardó la desvencijada ropa de Ayame en la mochila, no pensaba dejarla tirada en el bosque como si nada y además podría ser una fuente de rastro si en algún momento los perros le perdían la pista, y los dos Aotsuki subieron de nuevo a lomos de Kuro-chan.

Siguiendo la línea de costa de forma paralela, el grupo viajó hacia el sur. Y, mientras galopaban, Zetsuo se sumió en un taciturno silencio mientras seguía dándole vueltas a su oscura hipótesis. Por primera vez en su vida deseaba estar equivocado, deseaba que la pastelera tuviese razón y poder aferrarse a sus conjeturas como a una tabla salvavidas en mitad del océano. Pero las garras de la sospecha se habían adueñado de su corazón y lo constreñían dentro de su pecho con fuerza: Ayame había pasado largos meses encerrada dentro de los muros de Amegakure, siendo sometida a duros y exhaustivos entrenamientos que castigaron tanto su cuerpo su mente cada día. ¿Y si su hija había estado albergando el rencor dentro de ella, creciéndolo cada día hasta el momento adecuado? ¿Y si había aprovechado el momento en el que le habían levantado el castigo para escapar de aquella vida que sólo le había traído desgracias? ¿Y si...?

—Kuro-chan, el rastro de Ayame... no está acompañado de ningún otro olor, ¿verdad? —preguntó en voz baja, sombría.

—Padre, ¿qué estás...?
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#23
El grupo volvía a la carrera de nuevo. Montados en sus respectivos animales, viajaban hacia el sur esquivando los troncos de los árboles. Zetsuo, lleno de falsas sospechas, lanzó una pregunta a Kuro-chan.

Mira, Zetsuo-san, te voy a ser franco —recogió el can, con mayor o menor habilidad—. De perro a hombre: he detectado multitud de rastros desde que salimos. Algunos se alinean con más o menos exactitud con el trayecto del de Ayame —explicó—. El suyo es el más intenso, y por tanto deduzco que reciente. Pero diferentes personas huelen de diferentes formas y con distinta intensidad. Es como el volumen de una voz en concreto, para que nos entendamos. Las voces graves... suenan más altas.

»No puedo decirte si va sola, o si va acompañada. Sería hacer una suposición que podría entorpecernos la búsqueda. Los datos son los que son. Y los que hay ahora encima de la mesa no me permiten responder a esa pregunta.

Zetsuo-san —intervino de pronto Daruu, que se había situado con su caballo negro al lado de Kuro-chan—, si... si te preocupa que Ayame se haya podido marchar por propia voluntad, creo que puedo asegurar al cien por cien que no ha sido así.

»Las pocas veces que hemos salido de la aldea juntos, Ayame mostraba gran cuidado en no revelar su identidad. Parecía importarle mucho no volver a fallarle a la aldea. Lo repetía muchísimo. No creo que haya hecho esto a propósito.

«Y si lo hubiera hecho, ¿no sería más bien un alivio para todos nosotros?», reflexionó interiormente con un profundo dolor en el pecho.
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#24
—Mira, Zetsuo-san, te voy a ser franco —le respondió el can—. De perro a hombre: he detectado multitud de rastros desde que salimos. Algunos se alinean con más o menos exactitud con el trayecto del de Ayame. El suyo es el más intenso, y por tanto deduzco que reciente. Pero diferentes personas huelen de diferentes formas y con distinta intensidad. Es como el volumen de una voz en concreto, para que nos entendamos. Las voces graves... suenan más altas. No puedo decirte si va sola, o si va acompañada. Sería hacer una suposición que podría entorpecernos la búsqueda. Los datos son los que son. Y los que hay ahora encima de la mesa no me permiten responder a esa pregunta.

El médico entrecerró los ojos ligeramente. No estaba decepcionado con la respuesta de Kuro-chan, simplemente, ofuscado. Además, no estaba acostumbrado a que un animal le rebatiera con tal contundencia. Y eso que las águilas podían ser terriblemente tercas si se lo proponían. Durante un instante llegó a pensar que le estaba empezando a caer bien.

—Zetsuo-san —intervino de pronto Daruu, que se había situado con su caballo negro al lado de Kuro-chan, y el hombre volvió sus ojos aguamarina hacia él—, si... si te preocupa que Ayame se haya podido marchar por propia voluntad, creo que puedo asegurar al cien por cien que no ha sido así. Las pocas veces que hemos salido de la aldea juntos, Ayame mostraba gran cuidado en no revelar su identidad. Parecía importarle mucho no volver a fallarle a la aldea. Lo repetía muchísimo. No creo que haya hecho esto a propósito.

—Es cierto —corroboró Kōri, detrás de él—. Y aunque llegaste a llamarla paranoica por hacerlo incluso dentro del País de la Tormenta, ella seguía obstinada en que debía ocultar su rostro para no desatar el pánico entre la gente. Era muy cuidadosa con ello.

—Y por eso precisamente me extraña que la hayan podido reconocer en su primera salida en solitario —reafirmó Zetsuo, volviendo la mirada al frente. Había tensado los hombros y la mirada en sus ojos se había endurecido radicalmente; sin embargo, terminó por lanzar un largo y tendido suspiro—. Espero que tengáis razón. Y, aunque no la tengáis, pienso llevarla de vuelta a Amegakure. Así tenga que arrastrarla de la oreja.

Un par de horas más tarde, cuando el sol comenzaba a descender por el oeste, llegaron a Ushi, un pequeño pueblecito del País de los Remolinos ubicado cerca de la corta oriental de Oonindo. La primera señal de que se estaban acercando a una población fueron las vacas y las cabras que comenzaron a salirles en el camino, obligándolos a apartarse para no acabar chocando contra ellas. Después de un par de sustos en el que se vieron involucrados algún que otro ternero y varios pares de astas, el grupo llegó al fin a aquel pequeño pueblecito. Antes de bajar al pueblo, volvieron al mismo procedimiento anterior: Kiroe se despidió de los perros y Daruu deshizo su caballo de caramelo. No habían vuelto a colocarse sus identificativos como shinobi desde que habían salido de El Patito del Bosque, así que no tuvieron que preocuparse por aquel ritual. Echaron a andar por un camino pobremente empedrado y múltiples casitas de piedra y madera les dieron la bienvenida. Al igual que un peculiar olor que ondeaba en el aire y que provenía de los corrales delimitados con muros construidos con bloques de piedra colocados unos encima de otros y repletos de cabezas de ganado en su parte posterior.

—Encontremos un lugar donde pasar la noche —dijo Zetsuo. No parecía afectarle aquel olor, y no era para menos. Después de todo, había visto y olido cosas mucho peores en quirófano.

No tardaron en encontrar lo que buscaban, la villa no era tan grande como para perderse y todo quedaba prácticamente al alcance de la mano. "La Vaca que Ríe" era una posada más bien pequeña, de sólo un piso de altura, y construida al más puro estilo tradicional. Entraron en el edificio, y se encontraron con una escena un tanto pintoresca. A aquellas horas de la tarde la taberna comenzaba a llenarse de gente que brindaba con jarras de leche y cantaban y bailaban al son de la música de una pianola que había en un lateral de la sala. Al mando del lugar se encontraba una pareja entrada en edad que lucían orgullosos uniformes con estampados blancos y negros, simulando el de las vacas que criaban por allí. Mientras el hombre repartía los mandados, era la mujer la que se encontraba tras la barra.

—Buenas noches, señores, ¿en qué puedo ayudarles? —les saludó, con una cordial sonrisa.
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#25
El grupo llegó a su nueva parada, literalmente, esquivando vacas. Ushi, un pueblo cuyas gentes tenían una sola esperanza profesional: convertirse en ganaderos. Ushi, un maravilloso lugar, un paraje idílico, un...

Fua, menudo olor a mierda.

Después de que Kiroe resumiera los pensamientos de la mayoría de los shinobi, encontraron un nuevo establecimiento donde pernoctar. La Vaca que Ríe casi era un título que a Daruu le aliviaba. Tanto monopolio patil estaba empezando a hacerle replantear su ideología económica.

Bueno, eso hasta que entraron dentro. Incrédulo, Daruu caminó por aquél paraíso de bebedores de leche con la boca torcida.

Nos gustaría reservar dos habitaciones dobles, por favor —intervino Kiroe en aquella ocasión, quien parecía maravillada por absolutamente TODO lo relacionado a aquél lugar. Miraba con ojos brillantes los trajes de los empleados—. Y una buena cena, claro.
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#26
En aquella ocasión, fue Kiroe la que habló:

—Nos gustaría reservar dos habitaciones dobles, por favor. Y una buena cena, claro.

Zetsuo observó a la pastelera de reojo. Por el brillo de sus ojos y la expresión maravillada de su rostro al contemplar los atuendos de los dueños de la posada, cualquiera diría que estaba deseando ponerla en práctica en cuanto llegaran a Amegakure y vestirse a sí misma y a su hijo de bollito andante. Algo que, para su malicioso disfrute, estaría deseando ver. Sobre todo en Amedama Daruu.

—¡Claro! Serían 60 ryō por cada uno, 240 en total. ¡Muuuuuuuuuuuuuuuuchas gracias! —añadió, con una graciosa risilla al final. Aunque Zetsuo y Kōri sólo pudieron estremecerse—. Acabamos de abrir las cocinas, así que podéis ir eligiendo cualquier plato del menú. Con este frío os recomiendo el estofado de ternera para entrar en calor, es la especialidad de la casa. Sin embargo, también tenemos cabritillo asado, pastel de carne picada de ternera con puré de patata, entrecot de ternera... ¡Oh, y para beber les recomiendo nuestra leche! ¡Recién ordeñada de nuestras vacas!

—Para mí el entrecot de ternera. Y para beber, agua —respondió Zetsuo.

«¡¿Leche recién ordeñada?! ¿Pero es que estamos locos?» Completó para sus adentros, completamente disgustado ante aquella falta de salubridad.

—Pastel de carne. Y agua también.

—Muy bien. ¿Y para la mujer y su ternerito?

Al menos no se le había ocurrido llamar "vaca" a Kiroe.
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#27
A medida que la dueña de la posada hablaba y hablaba, nuestro shinobi favorito del pelo pincho se encogía más y más, como si estuviera intentando hacerse pasar por un crío en un parque de atracciones. La mirada polarizada contrariamente a cualquier parte del traje de vaca, Daruu mantenía una mueca desagradable, que contrastaba enormemente con la animosidad de su madre.

Pastel de carne... y agua por favor...

Yo quiero entrecot. Y agua también. —canturreó Kiroe.

Esta vez fue también Daruu el primero en partir a buscar mesa. Por un motivo distinto al de la otra vez. Sin embargo algo le decía que Zetsuo le acompañaría muy de cerca, y bien lejos de aquellos perturbados vestidos de ganadería bovina.
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#28
Daruu pidió pastel de carne para él, y Kiroe entrecot, como Zetsuo. Ninguno de los dos quiso probar la famosa leche de Ushi ofrecida por la mujer, que contrajo el gesto en una mueca decepcionada. Aún así no dejó de recibirles con aquella amabilidad suya y cuando el grupo fue a sentarse, la escucharon lamentarse por lo bajo a sus espaldas, sin embargo:

—Vaya, esto nos pasa por no estar vendiendo tomates en lugar de leche de vaca... ¡Nadie rechazaría unos buenos tomates ecológicos como los que cultivan en Minori!

Los platos no tardaron en llegar, y durante la comida Zetsuo salió momentáneamente de su ensimismamiento para mirar de reojo a Daruu, quien, terriblemente avergonzado, hacía lo que podía para encogerse y pasar desapercibido. Muy al contrario que su madre, que observaba el lugar completamente encandilada.

—En esta taberna tienen una buena idea del negocio. Esos trajes son muy carismáticos, le da "vida" a este lugar, ¿has pensado en algo así para la pastelería, Kiroe? —lanzó el anzuelo, deleitándose por completo.

Sí, estaba disfrutando de aquello. Y lo disfrutaría aún más si llegaba a ver a Amedama Daruu vestido de bollito o algo similar.
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#29
Afortunadamente, la comida era tan buena como hortera era toda la parafernalia de los disfraces. Y hablando de esto, el hijo de la gran puta de Aotsuki Zetsuo no pudo evitar aprovechar la situación para pinchar un poco más a Daruu. Por supuesto. El muchacho le miró con los ojos entrecerrados, cargado de rencor.

¡Vaya, qué gran idea, Zetsuo! —exclamó Kiroe—. ¡Qué raro que tú sugieras esas cosas, con lo serio que eres! ¿No te parecería genial, Daruucín?

Pero Daruu recogió el cuchillo parándolo con dos dedos. Esgrimió la mejor de sus sonrisas, y clavando los ojos púrpuras en Zetsuo, canturreó:

Yo podría vestirme de bollito en algún día libre, cuando presentes un nuevo producto. ¡Y Zetsuo de café! Le pega, ¿no crees, mamá? Él mismo declaró que le encantaba el café largo que preparas en uno de nuestros entrenamientos. Ya que él ha sugerido la idea, debería hacer los honores. ¡Yo creo que lo está deseando!

¡Ay, no sabes la ilusión que me hace, Zetsuo! —se emocionó Kiroe, y le dio un codazo—. Ya sabía yo que te guardabas un lado infantil, cabrón...

Daruu miró a los ojos a Zetsuo. Sonrió. «Jódete», transmitió, seguro de que el águila estaría escarbando en busca de algún tesoro.
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#30
—¡Vaya, qué gran idea, Zetsuo! —exclamó Kiroe, llena de emoción, y Zetsuo ensanchó aún más aquella sonrisa maliciosa al ver a su pupilo lleno de tensión y rencor acumulados—. ¡Qué raro que tú sugieras esas cosas, con lo serio que eres! ¿No te parecería genial, Daruucín?

—Yo podría vestirme de bollito en algún día libre, cuando presentes un nuevo producto. ¡Y Zetsuo de café! —reclamó Daruu, devolviendo la pelota con un remate magistral. La sonrisa se congeló en los labios del médico, que le dirigió al muchacho una peligrosa mirada—. Le pega, ¿no crees, mamá? Él mismo declaró que le encantaba el café largo que preparas en uno de nuestros entrenamientos. Ya que él ha sugerido la idea, debería hacer los honores. ¡Yo creo que lo está deseando!

—¡Ay, no sabes la ilusión que me hace, Zetsuo! —la felicidad de Kiroe se desbordaba por cada poro de su piel, casi podía sentirse como el pitido de una tetera cuando se calentaba demasiado—. Ya sabía yo que te guardabas un lado infantil, cabrón...

«Buen intento... mocoso.»

Pero Zetsuo adelantó el cuerpo, apoyó el codo sobre la mesa y la mejilla sobre la mano, dirigiéndole una divertida mirada a Daruu.

—Yo no trabajo en esa pastelería, así que el honor debería ser todo vuestro —nuevo jaque del médico—. Además, yo ya tengo bastante con mi trabajo en el hospital. Lo último que voy a hacer es ponerme a trabajar en una pastelería en mi escaso tiempo libre.

»Quizás podríamos sugerirlo como una misión de promoción del local para el equipo Kōri cuando...


Las palabras murieron en los labios de Zetsuo. Como si le hubiesen cortado de repente la lengua, el médico cerró la boca, volvió a su postura inicial y volvió a concentrarse en su plato, sumido en un nuevo y denso silencio.
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Sprite por Karvistico.


—Habitación de Ayame: Link

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