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11/01/2016, 01:08
(Última modificación: 11/01/2016, 01:09 por Hanamura Kazuma.)
El barco se mecía con ligereza a causa de aquel oleaje sin fuerzas. El mar se encontraba en calma, con un aliento fresco y salado. Por sobre la cubierta el sol de primavera brillaba con fuerza, mostrando un espectáculo de luces en las aguas calmas. No había pasado ni un día desde que la nave zarpo de las costas del remolino, y una bandada de gaviotas parecía dispuesta a acompañarles hasta donde comenzaban las aguas del té.
Después de un largo paseo por las bodegas, Kazuma decidió salir a tomar un poco de aire. Estar bajo cubierta le había aburrido. Al principio tenía la intensión de curiosear que clase de mercancías exóticas llevarían, pero todas resultaban ser cosas comunes en Uzushio. Era una nave de comercio, por lo que seguramente embarcarían artículos en las Islas del Té, para luego importarlo.
«Definitivamente es una gran nave —se dijo a sí mismo, apreciando los cincuenta metros de eslora—. Sabía que el viejo seria dueño de una o dos embarcaciones, pero no pensé que tuviera algo tan bonito.»
El buque había pasado toda la temporada de invierno en el astillero, pues con las tormentas ocasionales, navegar aquel mar era algo peligroso. Pero en cuanto llego la primavera, se echo a la mar junto con cientos de mercaderes que se dirigían a las Islas del Té.
«Espero lleguemos pronto —deseo, viendo por la borda hacia el horizonte—. En el mes de Bienvenida, las plantas comienzan a recuperarse de la época fría y es luego en Primera Flor, cuando las plantas que proporcionan las hojas y flores para las infusiones, emergen y se multiplican.»
En definitiva resultaba la mejor época del año para ser un amante del té. La demanda continental era enorme, pero el nombre de estas islas tenía una razón de ser. Rebosaban en cosechas y sus puertos trabajaban día y noche sin descanso, asegurando la justa venta e intercambio de su principal fuente de ingresos.
Sin duda, al joven de blanca melena le hubiera gustado realizar un recorrido turístico por aquellas islas que tan fantásticas se le hacían. Pero tenía un deber, o mejor dicho una misión que cumplir. Su maestro lo había enviado a buscar un cargamento exclusivo para él. En sí, la tarea no debía de resultar algo muy importante, pero aseguraba que sería una buena forma de que su pupilo conociera mundo y ganara algo experiencia.
Asomada sobre la borda de un navío comercial, se encontraba Mitsuki con los brazos apoyados sobre la baranda de madera dejando su cabeza descansar sobre sus manos. Una vez más, la joven había sido enviada como correo por Uzushiogakure. Se podría decir que parecía haber encontrado su hueco entre las filas de la Villa y la verdad es que no le disgustaba su posición, gracias a ella había podido ver bastante mundo, además de poder acompañar al señor Koshikawa en misión diplomática al País de la Tierra.
Esta vez, su destino no era el continente. En esta ocasión debía de entrevistarse con el presidente del sindicato de empresarios del té. Como era habitual en sus encargos, no era nada de vital importancia tan sólo un trámite habitual mediante el cual se renovaban los compromisos entre ambas partes.
La mayoría de los shinobi hubiesen considerado aquel tipo de trabajo como una carga o algo que mejor evitar, por suerte para Mitsuki ella además era una futura shijou y sabía apreciar el valor que puede tener una simple reunión.
El día había levantado bastante bien, el viento iba a favor y el Sol parecía predominar sobre un cielo con apenas nubes. No se podía pedir nada más para un viaje en barco que eso, viento y buen tiempo. Aunque la joven tenía muy presente lo que el viejo capitán Raizo
En estos mares el tiempo puede cambiar en cualquier momento, de repente y sin avisar
La peliblanca elevó su mirada un tanto preocupada, tratando de encontrar algún indicio de inestabilidad. Luego recordó que ella no entendía mucho de climatología, así que el esfuerzo había sido en vano. Tras esto la joven sintió un poco de nostalgia, al recordar al viejo capitán y a su tripulación. No paso mucho tiempo entre ellos, aún así guardaba muy buen recuerdo.
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El tiempo pasaba lento y de manera tediosa. El mar y su serenidad eran sin duda alguna agradables, pero además del paisaje no había mucho más que hacer en aquel barco. La mayoría de tripulantes se encontraban descansando antes de su turno o trabajando en los quehaceres del barco. El Ishimura no esperaba una aventura marítima, pero tampoco había contado con que fuera solo un viaje aburrido.
—¿Qué sucede chico? —le preguntó una voz detrás de él.
—No pasa nada, ese es el problema —aseguró somnoliento.
—Ya veo… Con razón, te vi tan aburrido que pensé que saltarias por la borda.
—¿Sakanao cierto? —Preguntó. La verdad es que ya había intercambiado algunas palabras con aquel sujeto mientras subían las provisiones a bordo, pero no se tomó la molestia de presentarse.
—Así es. Sakanao el conversador es como me llaman —Aseguró orgulloso. Era delgado y con la piel manchada por el sol. Su corta barba y su aspecto descuidado lo hacían parecer todo un hombre de mar, y seguramente debía serlo, pues aseguraban que conocía mil y un historias increíbles.
El joven paseó su vista por la cubierta, notando algunas cosas. Todos los trabajadores del barco estaban ocupados, limpiando el barco, revisando los amarres e inspeccionando las velas, excepto quien ahora hablaba con él. Pero algo más le llamó la atención, una chica de blancos cabellos que se encontraba en el extremo opuesto de la nave.
—Oye, Sakanao —le llamo casi susurrándole—. ¿Qué sabes de esa chica que está por allá? —Una chica en un barco como aquel era algo extraño, y más extraño aún era ver a alguien con un cabello tan níveo como el suyo. La única diferencia es que el de la chica era de aspecto liso y sedoso, mientras que el suyo era más una melena un poco ondulada.
—Ya le pusiste el ojo ¿no picaron? —dijo mientras sonreía y daba pequeños toques con el codo en el costado de Kazuma. Sin embargo al ver la expresión de este decidió contestarle sin bromas—. La verdad no tengo idea, creo que tenía prisa por hacer un viaje y tomó el primer barco disponible, que por casualidad resultó ser este.
El joven de Uzu estaba a punto de preguntarle algo más cuando, inesperadamente, las gaviotas que volaban alrededor de ellos alzaron vuelo. Pudo escuchar que aleteaban con urgencia buscando alejarse.
—¿Ya llegamos a medio mar? —preguntó curioso
—Imposible chico. Los vientos son suaves y navegamos lento, aún deberíamos estar a un día de que las aves no abandonen.
—Esto no es un buen augurio… Iré a ver qué opina el capitán —Se comportó con una seriedad, que hubiese parecido imposible tan solo unos minutos antes.
La joven Hyuga seguía sumergida en sus pensamientos, ni siquiera se percató del brusco movimiento de las aves al alejarse del navío. Su mirada estaba perdida en el horizonte, mientras su mente se ocupaba de tribular sin ton ni son. Había recibido antes de irse una invitación para asistir a un torneo shinobi, ella no tenía intención de participar en un evento de ese tipo pero no sabía muy bien si eso sería del todo correcto. Al fin y al cabo había sido un invitación.
La joven suspiró un poco apesadumbrada mientras bajaba su mirada hasta el mar, para observar como las tenues olas se rompían contra el casco de aquel barco. Agitó la cabeza tratando de alejar las preocupaciones, no era ni el lugar ni el momento para verse abrumada por temas ajenos a su misión.
Mitsuki se incorporó ayudandose de los brazos, dio mediavuelta y echo un vistazo rápido al lugar, pudo notar que los marineros que atendían la cubierta estaban un tanto preocupados o al menos no tan animados como cuando ella subió a bordo.
Una ráfaga de viento húmedo y frío hizo que tanto sus cabellos como su ropa ondeasen durante un instante, aquello la hizo sentirse extrañamente nerviosa. Desde que había subido al barco, el viento era suave y bastante seco, ni frío ni caliente y soplaba de oeste a este.
Giro sobre sí antes de poner rumbo a la borda que tenía su izquierda, desde donde podría observar mejor la zona sur. Sin embargo, todo parecía seguir como hasta hace unos instantes. Cielo claro y despejado.
Apoyó, su mano izquierda sobre la barandilla de madera y siguió rastreando con su mirada el horizonte, tratando de librarse de aquella sesación de inquietud.
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El día estuvo tranquilo, aunque el aire frío y cargado de humedad auguraba una noche agitada. El capitán aseguraba que pronto habría una tormenta, como sucedía cada vez que le dolían los huesos. Kazuma se permitió ser un poco escéptico, pues las aguas estaban calmas y tenían un cielo despejado por sobre las cabezas. Durante horas todo permaneció tranquilo, incluso se pudo apreciar un hermoso atardecer en aquel horizonte sin nubes, donde el sol poniente, cual artista con inspiración divina, creaba una vasta obra maestra con infinitos matices de rojos y efecto de tornasol.
«De todo los sitios que conozco, el país de la espiral tiene los ocasos más hermosos» —Pensó, con un leve y, poco usual en él, sentido de pertenencia.
Cuando la luz del astro rey se hubo extinguido, la penumbra trajo consigo la tempestad. Para los ojos inexpertos parecería que salió de la nada. Para un curtido marinero como el capitán, la tormenta ya se estaba gestando desde el momento en que las gaviotas regresaron a tierra en busca de refugio. Las nubes se formaron con una velocidad aterradora, y cuando estuvieron hinchadas, sus vientres de desgarraron dejando caer una fría lluvia de gotas gruesas. El viento aún estaba en relativa calma, pero los constantes trueno impedían olvidar que estaban entrando en la boca de la tempestad.
—¡Recojan la velas y despejen la cubierta! ¡Luego bajen a resguardarse! ¡En cuanto pasemos la tormenta recuperaremos el curso! —Rugió el capitán, haciendo que la tripulación se pusiera manos a la obra.
Era ya noche cerrada, y en su camarote el joven peliblanco se encontraba lejos de conciliar el sueño. Quizás fuera el bamboleo de la nave o el crujir de la madera nueva. No lo sabía con certeza, pero estaba claro que no podría dormir. Decidió levantarse y caminar un rato, con la esperanza de que el buen Sakanao estuviera despierto y dispuesto a conversar un rato. Varios fueron sus tropiezos, pero finalmente llegó a donde los hombre de abordo estaban reunidos; un amplio espacio con una pequeña mesa al centro y varias marinos sentados en cajas vacías a su alrededor. Les iluminaba la tenue luz de una lámpara de aceite de ballena, mientras en una pequeña estufa colgaba un caldero con alguna especie de guiso.
—¡Chico ven y únetenos! —dijo luego de ver al Ishimura junto a la rampilla que subía a cubierta y por donde entraba un poco de lluvia y algunos destellos relampagueantes—. Este aguacero no deja a nadie conciliar el sueño, así que estamos compartiendo una comida caliente y unas cuantas historias de puerto ¿te nos unes? —preguntó sonriente.
—Seguro que sí —respondió devolviéndole la sonrisa. Luego de tomar una caja y unirse al círculo, el viejo hombre de mar le tendió un cuenco humeante y una hogaza de pan, mientras comenzaban las risas y los relatos.
En alguna otra parte del barco se encontraba la bella señorita de cabellos blancos, muy probablemente con el mismo problema del sueño que aquejaba a todos los demás. Quizás su destino también fuera similar en ese caso; el unirse a aquella tripulación que buscaba distraerse en medio de una noche tempestuosa.
La noche había confirmado que la inquietud de la Hyuga era algo más que una simple imaginación suya, de hecho era una tormenta bastante más fuerte de lo que tanto a ella como al resto de los tripulantes de aquella nave les hubiese gustado. A consecuencia de esto, todos se habían refugiado en las estancias interiores del barco. Mitsuki concretamente había elegido la pequeña habitación que le concedieron como camarote para la travesía, tumbada sobre la cama apenas podía mantenerse dentro de ella con el ir y venir de las olas, a lo que había que sumarle los poderosos retumbares de los truenos.
A pesar de todo, la de Kusabi mantenía la calma. Confiaba plenamente en los haceres del capitán y su tripulación, puesto que si no, no se hubiese embarcado.
Comenzaba a hartarse de luchar por permanecer sobre el colchón, cuando el sonido de unos nudillos llamando a su puerta le hizo incoporporarse
—¿Me permite?— pregunto la ajada voz del capitán
—Pase por favor— concecdió la joven que apoyo sus pies sobre el suelo, quedando sentada en el borde la cama
—Buenas noches señorita— dijo nada más abrir la puerta —Venía a invitarla a que se una a nosotros, la noche será larga y dura... por suerte tenemos comida caliente, gruesas mantas y muchas historias para amenizarla— señaló el barbudo capitán con una sonrisa —¿Le apetecería unirse?—
—Sí por favor...— suspiró la joven —Comenzaba a odiar mi cama— se sinceró la joven
—Eso suele ser bastante habitual— concedió el hombre antes de hacerle un gesto para que le siguiera —Será mejor que nos demos prisa, antes de que esos mal nacidos nos dejen sin cena— bromeo mientras guiaba a la joven hasta la bodega que se había convertido en un improvisado salón donde todos se habían reunido —Tome asiento señorita— le invitó el capitán mientras se volvía a uno de sus tripulantes —Trae una manta y comida para nuestra invitada— el tipo se levantó de un salto, sin dudar.
Mitsuki tomó asiento sobre un pequeño barril de madera, en el que habían puesto un pequeño cojín, apenas acaba de sentarse ya tenía una manta sobre los hombros y un plato en la mano. Lo que agradeció con su tipica sonrisa
—Muchas gracias— la peliblanca se había sentado justo al lado de una de las vigas verticales, un poco retirada del resto pero entre un muchacho peliblanco pegado a una espada y un tipo bastante extraño que parecía no parar de hablar.
La peliblanca decidió concentrarse en comer mientras escuchaba al resto hablar, parecían bastante animados a pesar de lo dura que era la tormenta que los tenía allí confinados.
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En las entrañas de la nave el ambiente frío e inquietante fue dispersado por el hablar de los marineros. Historias de miedo, amores de puerto y cantos de mar, todo eso promovido por la risa y el cantar de los hombres que compartían sus penas y suertes en torno a un caldero de guiso caliente. Sin embargo seguían siendo hombres de mar, y no se permitían olvidar la tormenta que los acechaba desde el exterior y que parecía amedrentarlos con cada trueno. De vez en cuando se asomaba algún relato de fantasmas, pero ninguno llegaba a contener tormentas o barcos hundidos.
« Esto es bastante agradable —pensó mientras mojaba un trocito de pan en aquel estofado marino—. A pesar de que en el exterior ruja la tormenta, estos hombres mantienen su temple entre gestos de camaradería.»
Durante un rato algunos tripulantes comenzaron a jugar dados o cartas mientras esperaban con ansias la siguiente ronda de comida que se estaba preparando sobre la estufa. En eso llegó el capitán, un hombre que a diferencia de otros marinos que olían a pescado y algas, cargaba tras el olor del salitre y la brisa marina. Todos esperaban que eventualmente se uniera a sus hombres, luego de atender sus responsabilidades, pero resultaba que no se presentaba solo; tras él, en la penumbra caminaba la chica de cabellos blancos que hacía unas horas había llamado la atención de Kazuma.
— Que agradable que se nos una capitán —Aseguró Sakanao, luego de que el capitán y su invitada encontrarán acomodo y alimento—. Justo estaba por contarles la vez que nos detuvimos en aquel puerto del país de rayo, ya sabe el que estaba lleno de mujeres bellas y cálidas, jejeje.
« En la mañana no la pude apreciar bien por la distancia, pero debo admitir que es mucho más agraciada de lo que esperaba —pensó mientras que discretamente le lanzaba una mirada de reojo a aquella chica que se había sentado cerca suyo—. Espero no se vaya a sentir incomoda por lo que creo que va a contar Sakanao.»
Como si pudiera leer la mente del Ishimura, aquel conocido como el conversador detuvo su relato cuando las primeras palabras estuvieron por salir de su boca. Quizás fuera el rostro de piedra del capitán que le miraba con gesto desaprobatorio, o quizás solo fuera que recordó su sentido común al ver a aquellos dos jóvenes de aspecto, a su parecer, inocente.
— No, no, no. No los aburriré con una de mis simplonas anécdotas, al menos no cuando tenemos a un viejo veterano del mar como nuestro capitán aquí presente —dijo señalando a su jefe—. Un hombre cuyos ojos seguramente han corroborado que la realidad suele ser más extraña que la ficción. ¡Adelante capitán nuestro queremos escuchar una de sus historias! Y que me parta un rayo si no resulta mejor que cualquier cosa que yo pueda relatar.
Con aquella entonación logró animar a los demás, incluso lo suficiente como para que aquel señor del barco no pudiera negarse. Puede que no le resultara molesto, pues en noches como aquellas eran que se ambientaban las más curiosas y bizarras historias.
Encendió su pipa con el fuego bajo el caldero, dio una larga calada y mientras se reunían a su alrededor se preparó para dar inicio al primer relato de mar verdadero que el joven de ojos grises hubiese escuchado.
Tras una dura mirada de su capitán, el tipo parlanchin decidió que era mejor callar un rato. El viejo marinero por su parte, encendió su pipa con el fuego bajo el caldero, dio una larga calada y mientras la tripulación se giraba en su dirección. Un silencio expectante se apoderó de aquella bodega, tan solo roto por los sonidos de la tormenta, el mar y el crujir de las maderas del barco ante la fuerza de la naturaleza. Aquello dotó a las primeras palabras del viejo capitán, de una fuerza y una credibilidad, difícilmente alcanzables si la situación fuese otra.
—Lo que os voy a contar, lo vi con mis propios ojos— el capitán dejo que el humo escapase por sus dos portentosos orificios nasales —Y os puedo asegurar que es tan real, que aún me estremezco al recordarlo— se acercó un barril para usarlo a modo de asiento —Debía tener yo, más o menos, la edad de nuestros invitados— señaló con la pipa en la mano derecha al peliblanco —Apenas llevaba un par de meses embarcado como mozo de carga, aunque dedicaba más tiempo a limpiar la cubierta que a cualquier otra cosa la verdad— el anciano dio una honda calada, en sus ojos se podía ver una cierta nostalgia por aquellos tiempos —Al mando del navío estaba el viejo Capitán Gonzo, un gran hombre en todos los sentidos y, sin lugar a dudas, el mejor capitán de barco que he conocido— se acomodó en el asiento, como preparándose para lo que estaba por venir —Recuerdo el día que partimos como si fuese ayer, salimos del puerto de la Pequeña Blanca sobre el mediodía e íbamos en dirección a Las Costas del Remolino con una carga importante de té. Era el primer viaje del año tras un invierno especialmente duro— dio otra calada a su pipa antes de continuar, como para mantener a la audiencia en suspense —El día fue bastante tranquilo, pero justo antes de acabar la hora del perro comenzó a nublarse y poco después, estábamos bajo una lluvia tan intensa que por un momento pensé que el barco se iba a hundir por inundación. Nos pasamos horas achicando agua, cubo tras cubo en la oscuridad de la noche. Tan sólo teníamos un par de linternas de aceite para alumbrarnos, pues el resto estaban inutilizadas por el agua. Parecía que no iba a acabar nunca, pero por suerte lo hizo aunque bien entrada la madrugada. A pesar de haber parado, aún estuvimos un buen rato más achicando como bestias... mientras tanto el cielo se fue despejando hasta quedar totalmente claro. Nunca había visto un cielo tan estrellado como el de aquella noche, con es enorme Luna Llena...— el gesto del anciano se torció un poco, apenas durante un instante —Y fue entonces, cuando lo vimos... vimos un barco bastante antiguo, velas rotas que habían perdido su blanco de antaño y muy dañado, casi parecía que iba caerse a pedazos en cualquier momento. Debimos darnos cuenta de que no era un barco normal, pero no lo hicimos— suspiro el anciano capitán tras retirarse la pipa de los labios —Pensamos que sería un barco que al igual que nosotros se había visto sorprendido por lluvia, hicimos señales con las pequeñas linternas pero no recibimos ninguna respuesta. El capitán decidió que lo mejor sería aproximarse hasta el barco, quizás podría haber alguien que necesitase ayuda...—
Las palabras del capitán resonaban potentemente en aquella noche tan desapacible, todos en la sala le escuchaban en silencio. Unos un tanto incrédulos, otros asustados... pero todos espectantes.
—No tardamos mucho en llegar hasta el otro navío, era parecido a nuestro carguero pero bastante más grande... para abordarlo tuvimos que usar escalas pues su borda quedaba a un par de metros de nuestra cubierta— Mitsuki estaba segura de que aquel hombre no mentía, al menos no hasta el momento, pues en sus ojos se podía notar como los recuerdos afloraban —El primero en subir fue el capitán, seguido por el contramaestre y el jefe de cubierta, ellos inspeccionarian el barco y en caso de necesitar ayuda llamarían al resto. No pasarían ni cinco minutos desde que pusieron los pies en la cubierta cuando comenzamos a oír gritos... al principio parecía que intentaban comunicarse con algo... después se tornaron en maldiciones y gritos de terror. Los tres hombres saltaron por la borda de aquel extraño navío a nuestra cubierta, el contramaestre se partío una pierna. No teníamos ni la más remota idea de que pasaba, el capitán solo gritaba que alejásemos el barco... el timonel corrío hasta su posición sin entender muy bien lo que ocurría, pero al ver al viejo así, sin duda debió de intuir que había algo peligroso en aquel barco. Comenzamos a izar las velas y a preparar para cumplir la orden, mientras el doctor y un par de veteranos trataban de atender al herido a la vez que intentaban tranquilizarlos. Fue en ese momento, cuando Keigo, un compañero mío que también se acababa de incorporar comenzó a gritar también asustado a la vez que señalaba hacia arriba. Elevé la mirada de manera autómatica y allí pude ver algo que espero jamás volver a ver— el capitán tomó aire antes de desvelar el misterioso encuentro —sobre la barandilla de madera desvencijada, iluminada de lleno por la luz de la Luna, una calavera sobre un cuerpo de andrajos y huesos nos miraba desde sus vacías cuencas... un escalofrío nos recorrió a todos... el pánico hizo acto de presencia, cogimos cualquier tipo de palo o madera alargada que encontramos para tratar de alejar aquel barco maldito del nuestro... fueron unos minutos agónicos pero lo logramos... con forme nos ibamos alejando pudimos ver que cada vez aparecían más y más de aquellas esqueléticas figuras. Tras aquel incidente tardamos años en volver a surcar estos mares— confesó el anciano capitán
Una vez el capitán hubo terminado de hablar, un espeso silencio se adueño de la estancia. Un silencio que respeto incluso la tormenta, pues ya no se podía oír sus rugidos en el exterior.
La Hyuga se quedó mirando al viejo capitán, imaginándose aquella surrealista escena. Sin lugar a dudas le había impactado, pues al contrario que muchos de allí la joven estaba segura de que aquel hombre no mentía, fuese lo que fuese que había visto, lo vió realmente... y aquello era lo que más le había impactado en su joven mente.
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23/01/2016, 20:09
(Última modificación: 23/01/2016, 20:12 por Hanamura Kazuma.)
El capitán concluyó con su relato, imponiendo un ambiente ominoso bajo cubierta. Todos habían dejado lo que estuvieran haciendo para acercarse a escuchar. Algunos tenían rostros perturbados, otros lucían indiferente y alguno portaba expresiones sombrías, pero todos permanecían en silencio. Incluso Nakazuo había borrado su habitual sonrisa ante la tensa situación, y no era para menos, pues incluso los más escépticos dejaban escapar el temor de sus ojos.
«Es una gran historia.» —Sin duda hubo un momento donde las pétreas palabras le causaron escalofríos, pero aun así aquella historia le había emocionado bastante.
Un barco misterioso y una tripulación que se levantaba de la tumba, cuando definitivamente deberían estar en el fondo del océano. Quizás eran almas atormentadas en busca de compañía para la eternidad oscura y silenciosa que les esperaba. Quizás fuese sólo una alucinación colectiva, la verdad no había forma de saberlo. Era un misterio interesante sin duda, pero no tan atrayente como para que alguien quisiera verlo con sus propios ojos.
En un gesto el capitán alzó la oreja para escuchar… Silencio total. Al parecer la tormenta era muy ruda, pero aquella historia de mar había bastado para espantarla, al menos por los momentos.
—¡¿Y qué esperan?! —gritó mirando a sus hombre pasmados—. La tempestad solo se está tomando un descanso, pero nosotros no podemos darnos ese lujo.
Y con aquello ordenó a todos los tripulantes que se pusieran en marcha para cumplir con sus tareas correspondientes. Necesitaban preparar la nave para la próxima embestida. Viendo como todo se mantenía en una calma silenciosa, el Ishimura decidió que saldría a cubierta para poder apreciar el ambiente nocturno. Cosa que posiblemente harían todos lo que tuvieran oportunidad, y los que no quisieran estar solos luego de aquella historia tan perturbadora.
El capitán apenas había comenzado a arengar a sus tripulantes para que se pusiesen manos a la obra, cuando el navío recibió un fuerte golpe que hizo que toda la nave se estremeciera. El fuerte golpe hizo que todo y todos lo que habían en aquella bodega quedasen totalmente desperdigados por la misma, pues el impacto había sido considerablemente duro. El anciano capitán era el único que permanecía en pie, agarrado a una de las vigas vérticales. Todo el mundo parecía totalmente desconcertado, lo más repetido en aquellos instantes era la posibilidad de haber encallado en un banco de arena... pero estaban demasiado al interior del mar como para que hubiese uno. Además, el viejo capitán rápidamente señaló que el impacto había sido contra la proa y no la quilla.
Tras un instante de duda, el capitán envío a dos hombres a cubierta para que comprobasen que había ocurrido y si había daños graves, puesto que al menos desde allí dentro no se apreciaban vías de agua en al bodega. A pesar de eso, envío a otros dos hombres a comprobar el resto del casco interno para asegurarse de que no había peligro de hundimiento.
Mientras tanto, Mitsuki trataba de incorporarse. El golpe la había lanzado contra algo o alguien, recibiendo un fuerte impacto en la sien que la había dejado un poco grogi. La Hyuga pasó la mano izuquierda por su sien para comprobar si había herida, por suerte no había sangre aún así la sola caricia le propició un dolor intenso indicativo de que iba a terminar con un buen moratón. La joven aprovechó que ya tenía más clara su ubicación en el lugar, para comprobar contra que había chocado y por suerte había sido tan sólo una tanda de barriles, así que no había que temer por haber dañado a un tercero.
—¿Te encuentras bien?— le tendió la mano el marinero parlanchín
—Sí, tan sólo ha sido un pequeño golpe— contestó la Hyuga que aceptó la mano del hombre para incorporarse
—¡La chica está bien capitán!— informó el marinero tras levantarla —Voy a ver si te encuntro algo para ese golpe, espera aquí—
—Gracias, pero no....— no le dió tiempo a hablar cuando el tipo ya se había marchado en dirección al interior de la nave
Mitsuki echó un vistazo a su alrededor y pudo notar que todos los marineros habían ido a comprobar que todo estaba bien en el resto del barco. En una primera mirada la chica no pudo ver al peliblanco que debía tener su misma edad, quizás también había ido con el resto de marineros pensó la chica que se acercó hasta el capitán que estaba clavado en la escalera que daba acceso a la cubierta. Los marinero que habían ido a comprobar que era lo que había ocurrido no habían vuelto y el viejo capitán acababa de abrir la puerta para ver por qué tardaban tanto.
Los ojos del capitán se abrieron de par en par, en su rostro pudo ver el miedo. Cerró la puerta de repente y se dejó caer contra la pared hasta caer al suelo. La peliblanca entendió que algo no iba bien, así que se acercó todo la rápido que le dejó su dubitativo equlibrio.
—¿Se encuentra bien capitán?— preguntó la chica mientras se arrodillaba junto al hombre para quedar a la altura de él.
El capitán movió tan sólo sus ojos, hasta clavaros en los de la Hyuga. En ese instante la chica pudo ver el miedo, pero no cualquier miedo, el miedo real... el miedo que infunde la peor de nuestras pesadillas. Mitsuki tragó saliva y se levantó como un resorte, algo le decía que no hallaría respuesta del capitán y que la verdad estaba allí fuera. La chica subió un par de escalones y abrió la puerta de la cubierta. Un frío viento hizo su cabello ondear, sus ojos recorrieron toda la cubierta hasta llegar a la proa. Donde debía de estar, ahora había una enorme pared de madera que la chica recorrío hacia arriba para terminar viendo que su pequeño carguero se había empotrado de lleno en el casco de un barco mucho más grande, tan grande que el suyo parecía tan sólo un barquito de juguete a su lado.
Aquello era bastante impresionante sin duda, pensó la de Kusabi... pero no para asustar así al capitán. La chica siguió con su mirada por la borda y entonces pudo ver el segundo mástil de aquel barco. Ahora lo entendía todo, aquellas velas ajadas eran las del barco de la historia del capitán. Entonces fue cuando busco con preocupación al resto de marineros por la cubierta, pero no estaban, salío hasta el centrro de la misma para observar si estaban en el puente pero no estaban. La peliblanca retrocedió sin dar la espalda al barco que tenía frente a ella y volvío a internarse en la bodega cerrando la puerta tras de sí
—No pude ser— musitó la joven tas cerrar la puerta tras de sí, para acto seguido apoyar su espalda contra ella por si algo intentaba entrar. La chica parecía distraída, perdida en sus pensamientos mientras el capitán seguía todavía en shock
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El capitán dio sus órdenes y los marineros en el interior del barco comenzaron a intercambiar palabras, rompiendo el silencio que dejó la historia y la tormenta. Kazuma se disponía a levantarse para ir a dar un paseo por cubierta, para tomar un poco de aire nocturno, pero algo le detuvo. Sin previo aviso el barco se sacudió violentamente, arrojando de un lado a otro todo lo que no estuviera sujeto. Con la primera sacudida, Kazuma, logró sujetarse al suelo utilizando chakra y evitar que el caldero y la hornilla se volcaran y causaran un incendio. Pero no pudo sostenerse mucho más cuando una caja vacía se lo llevó empujado hasta el fondo de la bodega.
«¿Qué ha pasado?» —Se preguntó mientras se quitaba de encima el cajón que le había golpeado.
Todos parecían desorientados o fuera de lugar. Todos menos el capitán que se encontraba de pie y analizando la situación. Instauró un poco de orden y movilizó a sus hombres para que fueran a inspeccionar posibles daños y a averiguar qué había pasado. Mientras tanto Zakanao salió corriendo hacia el interior de la nave.
—¡Espera! —Le dijo el Ishimura en cuanto pasó a su lado.
—¿Estás bien chico? Fue una sacudida muy fuerte.
—Si… Me encuentro bien —aseguró mientras se frotaba el golpe que se había dado en la nuca—. ¿Qué pasó? ¿Es que golpeamos un arrecife o qué?
—No… No lo sé —dijo perturbado—. Pero no pudo ser un arrecife o un banco de arena, pues estamos muy mar adentro. Tampoco creo que haya sido una ballena descarriada pues el golpe se sintió lateral.
Entiendo que no obtendría respuesta alguna por parte del conversador, decidió ir a ver por sí mismo que era lo que había sucedido. Pero al llegar a la escalerilla que llevaba hacia cubierta se encontró con el capitán caído y con la chica de cabellos blancos tratando de mantener cerrada la trampilla.
—¿Qué ha pasado? —Le pregunto a ambos al ver sus expresiones sombrías.
No entendía muy bien qué sucedía, pero para alguien como él, seguramente se tratara solo de un choque y nada más.
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