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17/06/2015, 15:42
(Última modificación: 17/06/2015, 15:42 por Aotsuki Ayame.)
Pero aunque había tratado de adoptar una postura relajada y se había esforzado por esgrimir una sonrisa conciliadora para que la joven no se sobresaltara con su súbita presencia, nada salió como esperaba. No importaba que apenas fueran dos críos, el gesto de la joven se transformó en una auténtica mueca de terror cuando percibió su presencia detrás de ella.
—¡CUIDADO! —en un gesto inconsciente, Ayame se abalanzó hacia delante cuando la mujer cayó hacia atrás.
Las aguas del lago envolvieron rápidamente a la mujer mientras esta trataba de mantenerse a flote desesperadamente entre ruidosos chapoteos. Ayame había estado a punto de echarse al agua para rescatarla cuando Juro se le adelantó. Un sonoro chasquido le indicó que sólo había conseguido llevarse un manotazo, antes de que la damisela en apuros se alzara de nuevo por sus propios medios.
—Menos mal... —suspiró, aliviada, antes de volverse hacia su acompañante—. Juro, ¿estás bien?
Sin embargo, antes de recibir siquiera una respuesta, la rubia arrancó a gritarles. Ayame, retrocedió un paso con las manos alzadas en señal de paz.
—¡Espera, espera! Nosotros no... —comenzó a balbucear, pero se vio ahogada por una nueva tromba de alaridos. Ayame torció el gesto con incomodidad cuando la muchacha habló de que su novio era una auténtica mole y se encargaría de ellos en cuanto llegara.
«¿Es eso verdad? Pero antes sólo la hemos visto con su madre...» Sea como fuere, no quería arriesgarse a averiguarlo.
—Espera, no hemos venido con ninguna mala intención, de verdad. Nosotros... —suspiró, no les iba a quedar más remedio que ir con la verdad por delante—. Nos hemos encontrado con tu madre. Estaba preocupada por cómo estarías, pero ahora que te hemos visto así... ¿Te encuentras bien? ¿Podemos ayudarte con algo?
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Ayame pareció aliviarse cuando la chica surgió, a pesar del golpe que se había llevado su compañero. Hizo ademán de preguntar, pero claro, la chica de negro estaba más que asustada. Juro se fijo más en lo que hacía, parecía estar buscando algo con desesperación. Mechones de pelo mojado se arremolinaban sobre su visión, y ella movía una y otra vez la cabeza, tratando de quitárselos, al tener las manos más que ocupadas.
Juro juraría que una mirada de incredulidad aparecería en la joven cuando veía con el rabillo del ojo como Ayame retrocedía, al igual que Juro, que estaba aun algo atontado como para ir por libre. Su compañera intentó terminar con el malentendido de raíz, contando la verdad.
— ¿Con mi madre? — preguntó, casi con incredulidad — ¿Y por qué os ha enviado aqui mi madre? Es más, ¿Por que debería fiarme de vosotros? Sois dos ninjas, lo veo en vuestras bandanas. Podrías estar mintiendo, he oído que eso se os da muy bien. Como le hayáis hecho algo os juro que...
Los ojos de la chica se abrieron durante unos momentos, bruscamente, deteniendo la conversación, con una breve espasmo. Sea lo que sea que estuviese buscando tan frenéticamente, lo había encontrado...
Cuando lo saco no supo del todo que era. Lo vio cuando lo sacó, mientras lo sostenía con la mano derecha. Era una especie de trozo cilindrico y alargado metálico, de una tonalidad roja. En el extremo inferior asomaba un pequeño trozo, similar a la punta de un cuchillo, bañado con unos destellos de color rojizo. Era sangre.... Este pequeño extremo parecía continuar, oculto por el metal.
Como premio por su búsqueda desesperada, pudo ver como una gota de sangre resbalaba por la palma de su mano, emanaba de una pequeña herida, de dos o tres centímetros, en la palma.
— Te vas a hacer daño... —comentó Juro, viendo lo que estaba pasando. Primero, el agua, ahora, el cuchillo...No lo tenía exactamente sacado, pero estaba seguro de que se encontraba en una especie de funda.
— ¡No he pedido tu opinión! — le contestó, claramente enfadada, quiza aún más ahora...— Contestad o largaos antes de que saque esto.
La chica blandía el pequeño trozo de metal, pero no se había atrevido a moverse del sitio. Juro calculó que si lo sacaba, no mediría más que un par de centímetros de largo, pero era un arma, después de todo. Esperó que no hiciera falta.
Le dirigió una mirada rapida a Ayame. Después de todo, ella tenía la prueba irrefutable de que no mentía...
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La situación se volvía más y más tensa a cada minuto que pasaba. Como una goma que se estuviera estirando progresivamente, y de la que no podían estar seguros de cuánto aguantaría antes de romperse con un seco chasquido.
—Somos ninjas, sí. Pero ahora mismo no estamos en acto de servicio —trató de explicarse. Estaba claro que iban a tener que ir directos con la verdad, no podían andarse con chiquitas ante aquella mujer—. Tu madre sigue abajo, en el mismo lugar donde os separasteis. Te lo juro —Ayame se mordió el labio inferior. Estaba claro que aunque esgrimieran la verdad como su mejor arma, una simple promesa no demostraría nada.
Apretó ligeramente el puño derecho. Iba a volver a intervenir, pero entonces la joven sacó algo de uno de sus bolsillos.
«Oh, no...» Se trataba de un pequeño objeto carmesí de metal con forma cilíndrica. En su extremo inferior, el sol arrancó letales destellos a un peligroso filo que parecía estar manchado de... «¿Sangre? ¿Pero qué demonios ha hecho con esa cosa?» Ayame no se había fijado en que la joven parecía haber estado rebuscando en sus bolsillos hasta que había sido demasiado tarde. Craso error. La goma se estaba tensando demasiado... Retrocedió un nuevo paso, con las manos alzadas a la altura de la cabeza para mostrar que no tenía intención de empuñar sus armas ni iba con intenciones hostiles.
Con gesto lento entreabrió los dedos de la mano derecha. El caramelo se los había pegado y le costó cierto esfuerzo liberarlos de la mucilaginosa sustancia para mostrar los coloridos dulces que aún aferraba.
—Tu madre nos ha mandado a buscarte para que te diéramos estos caramelos —respondió, todo lo serena que podía mostrarse dadas las circunstancias. En realidad, temía más por su compañero que por ella misma. Ayame sentía la seguridad de que no sería herida por un arma así, pero Juro...—. Por favor, no hemos venido con malas intenciones. Mira, mi nombre es Aotsuki Ayame. Soy genin de Amegakure.
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Ayame siguió intentando frenar la desesperación de la chica, y esta, se ponía aun más nerviosa cada vez que ella hablaba. Escuchó como decía que su madre estaba viva y que no le habían hecho nada, pero las muecas de la duda surgieron en su rostro, no le creía.
Aun así, su rostro mostró una exclamación de sorpresa cuando Ayame soltó el caramelo. Parecía reconocerlos.
Con un movimiento de brazo, guardó la cosa metálica en su bolsillo trasero. Parecían estar consiguiendo que se calmase. A pesar de ello, aun tenía la mano izquierda cercana al bolsillo...Ayame pronunció nuevas promesas, incluso le dió su nombre, pero esto no pareció arreglar la situación. Después de unos tensos segundos de silencio, donde Juro se mantuvo a su lado, habló.
— Esos caramelos son de mi madre — indicó, totalmente quieta. Parecía calmarse poco a poco. Pero una sonrisa cruel asomó por su rostro — Pero...¿Como voy a saber que no les habeis hecho nada? Probad uno y entonces me fiare.
Con esas palabras, pareció indicar algo totalmente asqueroso. Pero a ella le daba igual, con la mano derecha removió sus cabellos, hasta echarlos de su cara, con gesto airado. Parecía no fiarse, o parecía querer hacerles sufrir. Miro a Ayame, quien sabía que no tenía mucha estima a esos caramelos.
— ¿Quieres que lo haga yo? — le susurró, con voz temblorosa. No es que le hiciese mucha gracia, pero tenían que hacerlo.
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A juzgar por el cambio en el gesto de la joven, había reconocido los caramelos que Ayame aferraba en su mano derecha. Dejó escapar el aire por la nariz cuando la vio guardar el objeto punzante en su bolsillo trasero, aliviada al creer que la tensión se había relajado un tanto.
No podía siquiera sospechar hasta qué punto se equivocaba... Y ni siquiera alcanzó a sospecharlo cuando una escalofriante sonrisa curvó los labios de la mujer.
«¿Pero qué demonios le pasa a esta familia? ¡Están todos locos!» Ayame entrecerró los ojos ligeramente al escuchar su reto. Estaba comenzando a perder la paciencia.
Y aún así tragó saliva con esfuerzo. Sus iris se desplazaron ligeramente hacia su mano aún alzada, la que sujetaba los dulces. Sentía un extraño peso en ella, el peso del más absoluto terror, y fue entonces cuando recordó que ellos mismos sospechaban que aquellos dulces pudieran estar envenenados de algún modo. Su intención había sido la de buscar a la hija de la mujer y advertirle del peligro, pero se habían visto arrinconados súbitamente entre la espada y la pared. Una gota de sudor frío se deslizó por su sien, y el recuerdo de las advertencias que le daba su padre acerca de aceptar comida de manos de extraños comenzó a sonar como un lejano eco en su recuerdo.
La voz temblorosa de Juro la devolvió a la realidad súbitamente. La muchacha dio un pequeño brinco, y entonces dirigió la mirada a su compañero.
—No —le respondió, con firme decisión. Sin moverse del sitio, se acuclilló y dejó los caramelos sobre una piedra lisa. Algunos de ellos seguían pegados a su piel, y la kunoichi tuvo que hacer de tripas corazón entre gestos de asco para desprenderlos. Entonces alzó la mirada hacia la mujer—. Mira, te voy a ser completamente sincera. Nosotros no sabemos si estos caramelos están o no envenenados. Hemos venidos siguiendo las instrucciones de tu madre por voluntad propia, no estamos de servicio ni nadie nos ha pagado por hacer esto, lo hemos hecho porque hemos querido.Porque en realidad veníamos a advertirte: A nosotros ya nos pareció extraño que confiara en dos desconocidos de repente y que le diera dulces a su hija estando enferma del estómago. Si te digo la verdad, no confío en estos caramelos, he llegado a sospechar que tu madre trataba de envenenarte y confiar la tarea a dos shinobi desconocidos.
»Por eso no voy a arriesgar mi vida en algo de lo que ni siquiera estoy segura. Nosotros ya hemos cumplido con los que se nos ha mandado, ahora es decisión tuya confiar en esos caramelos, volver para comprobar el estado de tu madre, o lo que sea que quieres hacer. Ahora, si nos disculpas...
Volvió a levantarse, apoyando la mano limpia sobre las rodillas para hacerlo, y se dio media vuelta dispuesta a abandonar el claro.
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La joven se cruzó de brazos, mientras escuchaba las palabras de Ayame. Aun se notaba en ella rastros de haber caído directamente al lago. Su ropa estaba mojada, y se pegaba a su cuerpo con una segunda piel. El pelo parecía estorbarle mucho, pegándose y mojándole la cara, quizá la única cosa con posibilidad de secarse dentro de poco.
No parecía gustarle nada lo que le estaban diciendo Ayame. Su mandíbula estaba apretada, y su ceño fruncido. A Juro le sorprendió su arranque, pero no era extraño, en realidad. Quizás simplemente ya estaba harta.
La mujer se mantuvo en silencio, aunque interrumpió a Ayame, mientras esta pronunciaba la última frase de su discurso, mientras avanzaba hacia ella, con una mirada amenazante.
- Si no te importa, no se porque estas aquí. Vete a molestar a otra con tus suposiciones infantiles, niñata - manteniendo la mirada a Ayame, dirigió un fuerte pisotón a la piedra.
No tardó en oírse el crujido de los caramelos. Acto seguido, se marchó, dignamente sin dirigir palabra, dejando un rastro irregular de gotas de agua a su paso.
- Lo has hecho bien, le has puesto en su sitio - comentó, sin saber como estaría su compañera después de tal acto- Supongo que volverá con su madre y se irán del lugar...Cuanto antes mejor.
Suspiro, no habían estado tanto raro con la madre y la hija, pero le había parecido eterno. Una anciana loca y peligrosa armada con un bastón era inquietante, pero esta chica armada con un puñal...
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Una bofetada, aunque no en el sentido literal de la palabra, fue lo que recibió Ayame en respuesta.
La mujer se había acercado a ellos con ojos chispeantes de ira, y la kunoichi hubo de luchar contra todos sus instintos para no ceder terreno y retroceder ante su presencia. Estaba claro que no le habían hecho gracia sus suposiciones, y en cierta manera no podía culparla, no todos los días recibes la noticia de la sospecha de que tu propia madre está intentando envenenarte a manos de unos desconocidos. Sin embargo, una oscura sombra de dolor cruzó sus iris avellana cuando le escupió aquellas palabras de desprecio.
Ayame bajó la mirada en el momento en el que la joven aplastó bajo sus zapatos los caramelos que les había dado su madre y entonces entrecerró ligeramente los ojos. Ni siquiera respondió verbalmente a la provocación, se limitó a inclinar la cabeza en una ligera reverencia cuando se marchó del lugar completamente empapada. Por su parte, Ayame se dio media vuelta y comenzó a caminar en la dirección contraria a la que había acudido la joven con un doloroso nudo atenazando la base de su garganta.
Juro no tardó en alcanzarla, pero ni siquiera sus palabras consiguieron aliviar su pesar.
—Supongo... no sabía bien cómo reaccionar a todo esto —confesó, con un hilo de voz—. Sí, ahora se reunirá con su madre. Pero nunca sabremos si estábamos en lo cierto. Y si trataba de envenenarla de verdad, tarde o temprano se le presentará una nueva oportunidad.
Suspiró, con pesar, y se revolvió los cabellos abrumada.
—Por mi parte, ya he tenido suficiente. Estoy deseando irme de este lugar cuanto antes.
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Ayame desde luego parecía, como mínimo, intimidada por lo que acababa de pasar. Aun así, empezó a caminar, para alejarse del lugar, quizá por miedo a que volviesen y les enredasen en otra artimaña absurda.
Cuando llegó a su lado, pudo notar que estaba decepcionada, quiza con la mujer, quiza consigo misma, o ambas cosas. Creía que tarde o temprano, volvería a envenenarla. Tecnicamente, ni si quiera podían demostrarlo, solo era una hipotesis. Pero no le contradijo. Negó con la cabeza en cuanto hubo acabado de hablar
— Hemos hecho todo lo que ha estado en nuestra mano — afirmó, seriamente — Aunque no lo acepte, ella lo sabe. Quiza ahora no le preste importancia. Pero algo así no se olvida. Y quizá, a partir de ahora tenga más cuidado. Lo importante es que se lo hemos dicho.
A diferencia de antes, esta vez no había dudas en su voz, estaba firmemente seguro de lo que le estaba diciendo, no era un intento de consuelo.
Una vez recuperado de lo que acababa de pasar, vio que Ayame trataba de alejarse aún más, a su parecer, sin un rumbo fijo. Esto le alarmó.
— ¿No nos estamos alejando mucho? Mi hermana me prometió que iría a buscarme, y si no me encuentra en las estatuas...
Sintió un breve escalofrío, solo de pensarlo.
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El empeño de Juro por animarla no parecía devolverle las fuerzas. Ayame se limitaba a escuchar, mientras seguía caminando hacia un destino que ni siquiera ella conocía. Su cuerpo era quien la empujaba a moverse. Hacia delante, hacia delante, para alejarse de aquella extraña familia que tantos dolores de cabeza le había traído. Sin embargo le llamó la atención aquel tono de determinación en la voz del tímido Juro. Al principio no sabría asegurar si se lo habría imaginado, pero al cabo de algunos segundos sonrió ligeramente para sí.
Tenía razón, la situación ya no quedaba en sus manos. Pero ese pensamiento no terminaba de calmarla.
Su acompañante volvió a intervenir, y aquella vez logró sobresaltarla. No se había dado cuenta de lo mucho que se estaban alejando del lugar de reunión, y cuando Juro mencionó que su hermana iba a ir a buscarle a las cataratas, la muchacha palideció inevitablemente.
[olor=dodgerblue]—Kōri...[/color] —susurró, al recordar que su hermano debía estar preguntándose donde demonios podía estar. Repentinamente, y sin dar previo aviso, Ayame se dio media vuelta y arrancó a correr—. ¡Tienes razón, tenemos que volver! Sólo esperemos que esa mujer no siga por allí... —añadió, con un hilo de voz.
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Nada más mencionar el problema, Ayame no se lo pensó dos veces. Echó a correr,hablando prácticamente a la nada, esperando que le siguiera. La chica tenía un grave problema de comunicación, o eso le estaba pareciendo...
Juro mantuvo su carrera, con las mismas ansias que ella. Había mencionado un tal Kori, quizás fuese su padre. Era normal que no viajara sola, a pesar de estar prácticamente en su país. Juro se preguntó si cuando tuviera un par de años, podría viajar solo.
Desvariándose de tema, fue normal que al principio no entendiera lo que sus ojos veían, al atravesar la última resistencia de árboles puesta por la naturaleza, y llegar a la ladera.
Al principio no lograba entender quien eran dos de las tres figuras que se alzaban, cercanas a la cascadas. Estaban reunidas, como si estuviesen hablando. A una la conocía, su figura esbelta, su chaqueta de cuero y su camisa blanca, sus ojos verdes, su larga melena negra, su posición impaciente...Era su hermana.
Pero había más. Al poner atención, pudo recordar a la segunda figura. No era nada más y nada menos que la madre de la hija que acababan de ver hace escasos momentos. El estampado y el bastón la delataban. Por último, había otra persona. A ese no lo conocía. Era una persona esbelta, en eso se parecía a Katsue. Tenía la piel pálida, y el pelo blanquecino, igual que la nieve. Sus ropas eran iguales, también.
—...Pelo negro, ojos marrones, camiseta verde.. .— su corazón dio un vuelco, agudizando el oido, y por su posición cercana, podía escuchar parte de esa conversación. Al parecer, no les habían visto aún, estaban de espaldas. Se dió cuenta de que su hermana hablaba de él.
— Ahh, ya veo — la mujer empezó a hablar, con su tono agradable, y su cara que no contrastaba para nada con ese rasgo — antes he visto a dos chicos, uno era como le describías, otra era una chica, de pelo negro, y ropajes azules. Se fueron por el bosque, hacía alguna parte — por un momento, Juro pensó que les señalaría, pero al parecer, o no se acordaba, o se estaba haciendo la loca — la chica llevaba un recipiente que apestaba a alcohol, no se que andarán haciendo.
Katsue entrecerró los ojos, bastante sorprendida de lo que la mujer decía. Incluso miro dubitativamente al tercer anfitrión, intentando adivinar que estaba pasando.
Curiosamente, su hija no andaba por ahí. Quizás no quisiese ver a su madre aún, o se hubiese perdido. Igualmente, tampoco entendía porque decía esas cosas. Se horrorizó cuando escuchó lo que decía, sus palabras hacían que sonara...Incriminador.
De un momento a otro, Juro sintió incluso vergüenza de bajar ahí...
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Según bajaban la cuesta que tanto esfuerzo le había costado trepar, Ayame se vio obligada en más de una ocasión a frenar ligeramente sus acelerados pasos para no caer sometida por el efecto de la gravedad, a esquivar alguna que otra rama que se interponía en su camino o incluso a saltar algún que otro matorral para no tropezar con él. Por suerte, enseguida volvieron al camino principal, y el trayecto se hizo más fácil.
Pero cuando atravesaron la última línea de árboles que daba paso a la ladera, la muchacha se detuvo en seco entre resuellos fatigados. Y es que la figura de tres personas se alzaba un poco más allá. La primera que captó su atención fue la inconfundible presencia de aquel joven que no aparentaba tener más de veinte años y tenía el pelo tan blanco como su piel y los ropajes que vestía. Junto a él se alzaba la mujer que les había dado los caramelos; y, algo más cerca, otra joven de edad similar a la de su hermano mayor pero que resultaba ser una completa desconocida para Ayame. De largos cabellos oscuros como la noche, vestía una chaqueta de cuero sobre una camiseta blanca; y, a juzgar por aquella posición que contrastaba totalmente con la aparente marmórea indiferencia de Kōri, parecía impaciente.
«¿Quién es?» Comenzó a preguntarse, aunque entonces llegó hasta sus oídos las palabras de la mujer del bastón y sintió que algo estallaba en su interior.
—¡Era agua! —exclamó, sin poder evitarlo por más tiempo, y Kōri se volvió inmediatamente hacia ella. Ayame se acercó varios pasos, con los puños apretados a ambos lados de su cadera—. ¡Y usted lo sabe bien porque se bebió casi toda la que quedaba en mi cantimplora!
Podía parecer una reacción exagerada, pero después de todo lo que habían pasado en aquel día, después de que se le estropeara de aquella manera su excursión al Valle del Fin, no estaba dispuesta a soportar ultrajes como aquel simplemente agachando la cabeza.
—Nunca tomaría drogas, ¡de ningún tipo! Tú me conoces, hermano...
—Relájate, Ayame. Ya lo sé. ¿Pero dónde estabas? Te has retrasado.
—Es una larga historia... —comenzó a decir, pero la mirada gélida de su hermano estaba clavada sobre ella, y la muchacha tragó saliva al darse cuenta de que sólo estaría dispuesto a posponer las explicaciones hasta más tarde.
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A pesar de lo que dijeran, las palabras tenían un gran efecto sobre las personas, y podían incluso hacer daño a estas, aunque no fuese físicamente.
Este es un perfecto ejemplo de lo que pueden hacer.
En cuanto Ayame escuchó los desviaros de la anciana, explotó. Se puso a gritar y a bajar rápidamente. En realidad, ninguno de los que estaban reundos, parecio sorprenderse en exceso. El muchacho gelido, que parecía ser el que había llamado por Kori, giró su cabeza, al igual que la mujer y su hermana. Esta tenía el ceño fruncido, y observó a Ayame durante unos segundos, sin decir nada. Aunque paso de ella rápidamente, para posar sus ojos en él. Casi intimidado, bajo segundos más tarde, sin mucho más remedio.
— Cierto querida — la anciana no pareció inmutarse ante la presencia de Ayame — mi memoria ya no es lo que era.
La anciana soltó una carcajada, aunque a Juro, y muy seguramente a Ayame, no les hizo ninguna gracia. Una figura emergería de los arbustos, una muchacha rubia con ropas negras empapadas. A la anciana no se le escapó el detalle.
— Si me disculpáis, se la hora de que me vaya — comentó, con una pequeña reverencia, mientras se desplazaba hacia el lugar de donde había salido su hija.
Lo siguiente que vería después de sus pasos, es como movía el bastón, en dirección a la cabeza de su hija, y un pequeño grito, seguramente de dolor. Después, como si nada, la dirigió en dirección contraria al valle del fin, y siguieron caminando. Se quedó mirando por unos momentos las dos siluetas marchándose, tenía una mezcla de emociones en él.
Pero no pudo mirarlo por mucho tiempo. Su hermana emergió rápidamente a su lado, mientra le agarraba disimuladamente del brazo, casi con tanta fuerza que estuvo apunto de gritar.
— ¿Donde has estado? — su pregunta parecía dulce e inocente, casi con preocupación, pero el mismo sabía que esta enfadada. Mucho — Te dije que no te movieras....
— Eh...Yo...Hubo...complicaciones — musitó, casi intimidado por su presencia.
Tan rapido lo agarró como lo soltó, manteniendo la compostura, como si nada estuviera pasando. Seguramente achacado a que había más gente presente.
— Ya hablaremos luego....
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La mujer se excusó, haciendo alusión a su maltrecha memoria, pero Ayame no se creía ya ni una sola palabra. Aquella mujer no debía sobrepasar los cincuenta años, una edad que se asemejaba mucho a la de su padre, por lo que no era tan anciana como para ir perdiendo la memoria así como así. No respondió; sin embargo, aquella carcajada se le clavó en los oídos como una taladradora. Y entonces, la joven de los cabellos rubios emergió de entre los arbustos para reunirse con su madre.
La kunoichi les dirigió una larga mirada mientras se marchaba, con un complicado nudo de emociones entremezcladas en su pecho. Ni siquiera se inmutó cuando la mujer le asestó un bastonazo a su hija.
La voz de Juro, entremezclada con la de la otra muchacha, la sobresaltó. Cuando se giró hacia ellos fue cuando reparó en que aquella debía de ser su hermana, la que debía ir a buscarle a las cataratas, y por un momento se sintió algo culpable. Hasta que sintió una férrea y gélida mano apoyarse sobre su hombro. Era el momento de la despedida.
—Esto... Juro-san, ha sido un placer. Espero que nos veamos pronto —le dijo, con una reverencia. Pero antes de darse media vuelta le dirigió una tímida mirada a la joven que en ese momento le sostenía del brazo—. Por favor, no sea muy duro con él, señorita. Gran parte de esto ha sido culpa mía.
Junto a ella, Kōri había abierto los ojos como platos.
¿Por qué había hecho eso? Ni ella misma estaba segura de la respuesta. En realidad, la culpa no había sido de ninguno de los dos, pero la muchacha quería aliviar la posible bronca que le pudiera caer al shinobi de Uzushiogakure.
—¡Nos vemos!
Kōri se despidió con una simple inclinación de cabeza, y ambos hermanos se perdieron pronto en la espesura del bosque.
Ayame caminaba, cabizbaja, junto a Kōri. Este la miraba de vez en cuando, consciente del decaído ánimo de la kunoichi.
—¿Has sacado algo en claro?
—No. Ni siquiera he podido ver bien las estatuas, esa mujer lo ha estropeado todo —gruñó, malhumorada.
—Eso no te va a eximir de que me expliques qué ha pasado —un tenso silencio acompañó a aquella afirmación. Kōri seguía con sus ojos clavados en la muchacha, y esta seguía con sus ojos clavados en el suelo. Finalmente, el hombre de blanco dejó escapar un suspiro—. Nos quedaremos un par de días más.
Ayame alzó la cabeza, como movida por un resorte.
—¿En serio?
—Sí. Pero después tendremos que aligerar el paso o si no padre comenzará a preocuparse.
—¡Gracias, hermano! —exclamó, eufórica, pero entonces su rostro se descompuso en un gesto incómodo—. Pero... ¿tienes algo de agua? Necesito beber...
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Con la cabeza aún agachada, dirigió su mirada hacia Ayame. Ya no estaba tan risueño, sabía lo que le esperaba, y no le gustaba nada. Por mucho que suplicase no habría clemencia por parte de su hermana.
"Al rió no...Al río no...."
— Si...hasta la vista Ayame - san — contestó, devolviendole el saludo e intentado parecer amable, a pesar del terror.
Cuando mencionó a su hermana que no fuese muy duro con él, se ruborizó, tanto por el gesto, como por que le hubiese visto las intenciones. Su hermana actuó como si nada.
— Puedes irte tranquila — comentó, con una sonrisa, despidiéndoles con un gesto.
Ambos observaron como las dos siluetas desaparecían entre la espesura. Su hermana empezó a caminar, y Juro la siguió. Que manía tenía todo el mundo por no avisar...
— "Es el lugar al que todo shinobi debería ir" —la voz de su hermana tenía un matiz burlesco más que evidente — Ya veo que has estado mirando mucho las estatuas....
— Solo nos hemos encontrado, y nos hemos desviado por culpa de esa señora — gruñó, sin tener del todo claro lo que le estaban insinuando.
— Ya claro....
Se cruzó de brazos, indignado. Aun así, parecía que la bronca no le iba a caer aún. Con un poco de suerte, por el camino se le pasaría...
[Spoiler=Caramelos ]
Ha sido un placer rolear contigo ^^
Caramelo naranja: Pica pica
- Caramelo verde: Somnífero
- Caramelo violeta: Menta
- Caramelo amarillo: Veneno común
[/spoiler]
Hablo / Pienso
Avatar hecho por la increible Eri-sama.
Sellos implantados: Hermandad intrepida- Juro y Datsue : Aliento nevado, 218. Poder:60
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