10/01/2016, 06:55
Observa cómo se oculta la luz.
Susurra tus miedos al borde del abismo
Cultiva las sombras que emanan de tu ser
Une cada fragmento de tus pesadillas
Respira en el océano negro
Inhala la esencia del sufrimiento
Danza bajo la noche sin cielo
Abandona la ruin esperanza
Duerme en las fauces del miedo
Susurra tus miedos al borde del abismo
Cultiva las sombras que emanan de tu ser
Une cada fragmento de tus pesadillas
Respira en el océano negro
Inhala la esencia del sufrimiento
Danza bajo la noche sin cielo
Abandona la ruin esperanza
Duerme en las fauces del miedo
Poema en la herrumbre de la puerta.
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El joven corría con toda sus fuerzas. Las voces retumbaban en su cabeza, y en algún lugar de su mente, algo con garra filosas arañaba lo que hasta entonces le mantenía cuerdo. Su cabello fantasmal se agitaba con la violencia de su respiración y su corazón flaqueaba como si en su vida no hubiese conocido el sueño o el descanso. Estaba cerca, sus ojos tormentosos vieron a través de la arremolinada niebla negra una espada que reflejaba un cielo espantosamente blanco y brillante. Su voz… Era lo único que necesitaba para salvar lo que quedará de él. El joven corría con todas sus fuerzas, por un instante se sintió incorpóreo, sus sentidos le abandonaron y se vio a sí mismo andando a la velocidad de la luz. Pero la oscuridad fue más rápida. Devoro todo, incluso su conciencia. Solo pudo entregarse a aquel vacio frio y silencioso.
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Cuarenta y ocho horas antes, en alguna parte…
—Esto es más de lo que puedes manejar —aseguro estando visiblemente perturbada—. Entiendo el por qué eres un candidato idóneo, pero aun así…
—No es como si tuviera opción —le dijo mientras arrojaba un sobre ya abierto al fuego—. Es un encargo del viejo. Solo tengo que investigar y retirarme, eso es todo. La ocasión es perfecta, pues se me ha adelantado un pequeño grupo de rastreadores. Solo tengo que seguirles y corroborar aquel “Fenómeno”.
—Debes ser precavido, Kazuma-sama, y bajo ninguna circunstancia pierdas tu espada —Sólo así se atrevía a decirle. Conocía su naturaleza y su sólo nombre auguraba cosas terribles cada vez que su amo tenía que correr algún riesgo.
—Lo sé, Naomi… —dijo mirándola de forma ominosa, como quien actúa esperando que suceda lo peor—. Si en cuarenta y ocho horas no he vuelto, debes irte e informar al maestro. Bajo ninguna circunstancia te acerques a ese lugar. Si las sospechas del viejo son ciertas actuará según sea conveniente. Pero si los rumores resultan ser verdaderos… No hay nada que puedas hacer por mí.
—Prométeme que seguirás el plan.
—Lo prometo —respondió con pesar.
Mientras caminaba por las dunas nocturnas, se permitió ser realista. Las probabilidades eran de cincuenta a cincuenta. Alzo la vista hacia la luna y deseo que aquellas historias fueran solo cuentos para mantener a la gente despierta en sus hogares. ¿Le costaba creer en lo sobrenatural? Si ¿Tenía una katana con una presencia antinatural? Si. Despejo su mente y se enfoco en seguir las huellas dejadas en aquellas oscuras arenas.
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Cuarenta y ocho horas después, en alguna parte…
Diez habitaciones de hierro, frío y oxidado, que en su interior retenían a cuerpos inertes. Se encontraban vivos, sí y con su cordura intacta, por los momentos. Todas eran iguales; lo suficientemente grandes como para caminar en círculos, pero lo suficientemente estrechas como para que fuera imposible estar cómodo.
Un fuerte olor rancio y picante las inundo, provocando que sus tiernos habitantes despertaran con un ataque de tos. En cuanto sus ojos se abrieran, se encontrarían con un mundo lúgubre y reducido. Confinados a una caja olorosa a moho, oxido y humedad. Sobre sus cabezas; una semidestruida lámpara de luz blanca, que parpadeaba con un sonido intermitente que hacía imposible ignorarla.
Del exterior los separaba una inmensa puerta de de hierro, que tan solo poseía una pequeña ventanilla. ¿Pero que había afuera, más allá de los límites de su jaula? Nada… No se podía percibir nada. Solo una gran oscuridad. La luz de aquel sitio parecía tener miedo a salir de su confinamiento. Ni siquiera un olor o un sonido. El propio aroma que les despertara vendría de algún lugar en el interior.
En cada celda, justo frente a la puerta había un cofre blanco. Un blanco igual al que ahora portaban aquellos jóvenes en ropas similares a camisas de fuerza. Ciertamente eran cómodas, pero tenían un tono de blanco que por alguna razón dolía en la vista y en la boca del estomago. Dentro del cofre mencionado encontrarían un brazalete negro y frío, similar a una vieja cadena de prisión. Junto a aquello había dos notas.
“Si eliges salir, encadénate a tu ser como el cordero" , "Si eliges quedarte se libre en la oscuridad como el lobo”
Aquello era lo que decían ambas. Y en el fondo de la caja decía "Ponte el brazalete, elige una nota y arrojala por la ventanilla"
No tenían nada más. Ni sus armas, ni sus ropas, ni siquiera recuerdos de cómo terminaron ahí. Solo tenían aquella “invitación” y algo similar a un poema escrito a arañazos en la parte interna de la puerta.
La elección que hiciera cada uno determinaría sus próximas cuarenta y ocho horas.