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—A-Ayame-san...
Ver a la chica de la luna llorar ante su canción le hizo sentir algo extraño. Claro que podía pensar que había cantado tan precioso que la hubiese conmovido, pero... La pelirroja sentía que había algo más.
—¿Te... Te encuentras bien? —No quería dejar el tema de sus lágrimas de lado, pero la nota de Ayame le distrajo —. Oh, eh... Sí, sí puedes —Suzume se ruborizó, apartó la mirada, sonriente, y comenzó a juguetear con un mechón de su pelo —. La escribí pensando en una chica de Kusagakure. Su nombre es Shiba. Nos topamos en un café y pasamos un rato maravilloso y... Entrenamos y... Bailamos y... —suspiró —. No nos hemos visto desde entonces, así que... Cuando pueda dar conciertos fuera, espero verla por allí. Tal vez.
Se encogió de hombros y soltó una risita.
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—A-Ayame-san... —La voz de Suzume la devolvió a la realidad—. ¿Te... Te encuentras bien? —Por la expresión de su rostro, debía de haberse percatado de su malestar, pero Ayame se apresuró a cambiar el tema de conversación con su pregunta.
Y la reacción de Suzume fue de lo más curiosa. Sus mejillas enrojecieron y la muchacha comenzó a juguetear con un mechón de su cabello con gesto nervioso. La sutil sonrisa de sus labios gritaba a los cuatro vientos los sentimientos que había plasmado en su canción: Amor.
—La escribí pensando en una chica de Kusagakure. Su nombre es Shiba. Nos topamos en un café y pasamos un rato maravilloso y... Entrenamos y... Bailamos y... —Suzume suspiró —. No nos hemos visto desde entonces, así que... Cuando pueda dar conciertos fuera, espero verla por allí. Tal vez.
Ayame se llevó una mano al mentón, tratando de hacer memoria. Tras varios largos segundos terminó por volver a escribir, aunque el lápiz vaciló momentáneamente sobre el papel, como una mariposa insegura.
«Entiendo... Conozco a varias personas de Kusagakure, pero ninguna con ese nombre. Si quieres, si vuelvo a cruzarme con algún Kusajin, puedo preguntar por ella.»
Le tendió la libreta, con una sonrisa afable.
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Suzume leyó la respuesta de Ayame.
—¡Oh, eso sería de lo más genial! ¿Harías eso por mí? —Dio un par de aplausos silenciosos —. ¡Eres muy amable, Ayame-san! Dices que... ¿Conoces a varios Kusajin? ¡Oh! ¿Sales mucho de la aldea? ¡Qué genial! Yo lo haré cuando sea mejor y más fuerte... Sigo siendo una debilucha.
Se rió mientras alzaba el brazo para flexionar un músculo que ni siquiera resaltaba. Se preguntó entonces si Ayame había charlado con todas las personas por medio de una libreta, a como lo hacía con ella. O tal vez usaba un lenguaje de señas.
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—¡Oh, eso sería de lo más genial! ¿Harías eso por mí? —respondió suzume, dando un par de palmadas.
Ayame asintió, sumida en su habitual silencio con una sonrisa.
—¡Eres muy amable, Ayame-san! Dices que... ¿Conoces a varios Kusajin? ¡Oh! ¿Sales mucho de la aldea? ¡Qué genial! Yo lo haré cuando sea mejor y más fuerte... Sigo siendo una debilucha.
Ayame se llevó el boli al mentón, pensativa. Trataba de hacer memoria y aún tardó algunos segundos más en responder:
«Bueno, conozco a un par de personas de allí, tampoco es que conozca a todo el mundo...» Escribió, acompañando la frase por una carita que expresaba cierta frustración y una gota de sudor en la frente. «Tú eres kunoichi, ¿no, Suzume?» Agregó señalando a su bandana. «Estoy segura de que no eres ninguna debilucha, ninguna kunoichi de Amegakure lo es. Antes de que te dés cuenta estarás recorriendo Ōnindo de arriba a abajo. ¡Puede que incluso llegues a dar conciertos en otras aldeas!»
El boli tembló durante unos instantes al escribir las últimas palabras cuando un pensamiento intrusivo volvió a atacarla: "Eso si Kurama no termina de invadirlo todo." Con el corazón aún encogido, Ayame le devolvió la libreta. No había reflejado aquella preocupación; es más, se esforzó por ocultarse bajo una máscara y amagó una nueva sonrisa. Aunque tensa.
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—¡Así es, soy kunoichi! Aw... Gracias por tus buenos deseos, Ayame-san —le dedicó una gran sonrisa y una mirada brillante —. ¡De hecho, ése es mi sueño! Ir a dar conciertos a todas partes, compartir mi voz con todo el mundo. ¡Ah, lo siento tan lejano! Pero a su vez me inspira a dar lo mejor de mí cada vez que subo a un escenario.
Su tono y expresión eran de una auténtica soñadora, y en un inicio no parecía haber preocupación alguna en ella acerca de la tormenta que devastaba todo bajo el estandarte de Kurama. Tomó la libreta y la miró fijamente por varios segundos, pensativa.
—Siento si soy muy metiche, pero... ¿La perdiste o nunca la has tenido? M-me refiero a que... Has preferido escribir a hablar y... Yo no quería insistir, pero me ha ganado la curiosidad... ¡S-si no quieres decirme está bien!
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— ¡Así es, soy kunoichi! —respondió Suzume—. Aw... Gracias por tus buenos deseos, Ayame-san —añadió, con una amplia sonrisa y los ojos brillantes.
Ayame correspondió con otra sonrisa y una leve inclinación de cabeza.
— ¡De hecho, ése es mi sueño! Ir a dar conciertos a todas partes, compartir mi voz con todo el mundo. ¡Ah, lo siento tan lejano! Pero a su vez me inspira a dar lo mejor de mí cada vez que subo a un escenario.
«Es un sueño curioso para una kunoichi.» Escribió Ayame. «Creo que nunca he conocido a un shinobi que quisiera compaginar su trabajo con el espectáculo.»
Aunque, si lo pensaba detenidamente, no tenía demasiado de extraño. Daruu, sin ir más lejos, ayudaba a su madre con la repostería al mismo tiempo que trabajaba como ninja. Desde luego, las combinaciones que salían de estas fusiones de empleos sí que eran de lo más curiosas. Ayame se llevó el boli al mentón, pensativa. Durante un instante, no pudo evitar preguntarse si Suzume también dominaría alguna técnica relacionada con la música como ella misma hacía...
Bueno... En el pasado.
— Siento si soy muy metiche, pero... —añadió Suzume, atrayendo de nuevo la atención de los ojos de Ayame—. ¿La perdiste o nunca la has tenido? M-me refiero a que... Has preferido escribir a hablar y... Yo no quería insistir, pero me ha ganado la curiosidad... ¡S-si no quieres decirme está bien!
Sus palabras hicieron un efecto instantáneo en Ayame. La muchacha se quedó lívida durante unos instantes. Sus ojos estaban enfocados en Suzume, pero en realidad miraban mucho más allá. Entonces sintió frío. Un frío que le calaba en los huesos. Y aquellas garras que atenazaban su garganta apretaron con más fuerza. En sus oídos retumbaba una risa distante, cruel y que ponía la carne de gallina. Apartó la mirada a un lado, cerrando los ojos con fuerza intentando retener las lágrimas. Pero aún así no consiguió controlar el temblor de su cuerpo.
Aún tardaría varios largos segundos en responder. Y cuando lo hizo su letra se tornó temblorosa, ondulante, insegura... Llena de miedo. Su respuesta sólo fueron dos palabras, pero esas dos palabras guardaban en su interior una amalgama de sentimientos que estaban atrapados dentro de ella.
«La perdí.»
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— ¡Ay, lo siento!
Apenas vio cómo el humor de Ayame se desvaneció, Suzume se sintió mal por haberlo mencionado.
— ¡No quería ser tan metiche! ¡Ah, tonta Suzume! Yo...
Al leer las dos simples pero profundas palabras del papel, la cantante perdió el hilo de lo que decía. Pensó por largo rato. ¿Cómo sería perder la voz? ¿Qué tan horrible se sentiría si aquello que valora más, su arte, su herramienta, ya no estuviese? Se mordió el labio y jugueteó nerviosa con su pulgar.
Luego tomó la libreta y escribió, justo debajo de la nota de Ayame. A diferencia de sus otras notas, ésta no iba acompañada de dibujitos o caritas o corazoncitos. Ésta iba en serio, y sólo la acompañó con una suave, pero honesta sonrisa en sus labios.
«Las cosas perdidas pueden encontrarse de nuevo.»
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— ¡Ay, lo siento! ¡No quería ser tan metiche! ¡Ah, tonta Suzume! Yo...
La exclamación de Suzume la devolvió a la realidad con la fuerza de un jarro de agua fría. Ayame sacudió la cabeza y negó con ella de forma enérgica. Trataba de comunicarle que no eran necesarias las disculpas, que no era su culpa porque no sabía por todo por lo que había pasado en los últimos meses. Pero el nudo de su garganta y aquella opresión en el pecho decían otra cosa que se acababa reflejando en sus ojos castaños, inundados de lágrimas.
Suzume volvió a tomar la libreta y comenzó a escribir algo, justo debajo de lo último que había escrito Ayame. En aquella ocasión, sus palabras no se vieron acompañadas de dibujitos de ningún tipo:
«Las cosas perdidas pueden encontrarse de nuevo.»
Los labios de Ayame se curvaron en una sutil sonrisa, conmovida. Dudó a la hora de responder, pero terminó escribiendo algo más:
«Ojalá tengas razón. Gracias.»
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Suzume suspiró, algo aliviada de no haber metido la pata, y sonrió.
—¿Qué tal que te invito a mi siguiente presentación? Podrás escuchar la canción que canté hace un rato, pero con música real —soltó una risita mientras escirbía la dirección de un salón de eventos en una de las hojas de la libreta. La arrancó, la dobló y se la dio a Ayame —. Tal vez escuchar canto te ayude a llamar a tu voz de nuevo. Tal vez... Ella también está perdida y necesita encontrarte.
Le dedicó la más dulce y cálida sonrisa que pudo.
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— ¿Qué tal que te invito a mi siguiente presentación? —sugirió Suzume de repente, captando de nuevo la atención de la distraída Ayame—. Podrás escuchar la canción que canté hace un rato, pero con música real —soltó una risita mientras escribía la dirección de un salón de eventos en una de las hojas de la libreta. La arrancó, la dobló y se la dio—. Tal vez escuchar canto te ayude a llamar a tu voz de nuevo. Tal vez... Ella también está perdida y necesita encontrarte.
Ella parpadeó varias veces, con la boca entreabierta. Le costó varios segundos decidirse a responder, pero, cuando lo hizo, los ojos le brillaban de emoción:
«¿De verdad? ¿Está bien? ¡Muchas, muchas gracias, Suzume! Ha sido un auténtico placer conocerte, y estaré esperando por escucharte cantar encima del escenario.»
Le devolvió la libreta, seguramente por última vez en aquella extraña tarde. Ayame le sonreía, llena de agradecimiento. Y le dedicó una última reverencia a modo de despedida antes de darse media vuelta y echar a andar bajo la lluvia en dirección a su casa. En su mente, las palabras de la cantante pelirroja resonaban en bucle:
«Tal vez escuchar canto te ayude a llamar a tu voz de nuevo. Tal vez... Ella también está perdida y necesita encontrarte.»
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Le alegró mucho que Ayame pareciese contenta de ser invitada, y le regaló una sonrisa tan brillante como sus ojos. Leyó la última nota de la chica.
—Oh, no. ¡El placer ha sido todo mío, Ayame-san! ¡Te buscaré entre la gente! ¡A la chica de la bonita luna azul!
Suzume le devolvió la reverencia y se despidió también con un gesto de mano. De vuelta a casa, Suzume se la pasó imaginando que invitaba al escenario a Ayame, y juntas cantaban, dando un espectáculo sin igual. La idol realmente deseaba que su nueva amiga reencontrara su voz, que aquello no se quedara como una simple canción perdida en la lluvia, sino un hermoso concierto a futuro. Por eso ella misma quería cantar, para dar su voz a quienes les cueste usarla.
¡Ah, ya lo veía! ¡Sí! De pronto la inspiración golpeó a Suzume, y pasó el resto de la noche escribiendo en su habitación.
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