30/03/2020, 16:53
(Última modificación: 30/03/2020, 17:47 por Hanamura Kazuma. Editado 3 veces en total.)
Kazuma se sentó en un escritorio y preparo papel, tinta y pluma. El viaje había sido largo y ya llevaba consigo formas de cansancio que jamás había experimentado. Además, puede que el acto en si no tuviera sentido; pero de todas formas había en él la necesidad de escribir una carta a su maestro:
Soltó la pluma, pensando que ya había sido suficiente. Miro hacia el pequeño bosque y sintió que la luz cálida del mediodía le animaba un poco. Encendió una vela con la intención de quemar la carta, pues jamás podría ser entregada y ya había cumplido su función. Sin embargo, en el último instante, se encontró incapaz de destruirla. Se concedió a si mismo que podría guardarla, al menos hasta que terminase el torneo… Quizá entonces tuviese la fuerza suficiente para reducirla a cenizas y continuar con su vida.
Kitanoya es un lugar hermoso, hay tanta paz que parece ser completamente indiferente del resto del mundo. La presencia de mis compatriotas me recuerda que aquel aspecto es ilusorio; pues, de hecho, pronto será el centro de Oonindo y el lugar al que todos estarán mirando. Me refiero al Torneo de los Dojos.
La vida se ha vuelto difícil e incierta desde su partida, sensei: he perdido a mi maestro, el Morikage ha sido asesinado y la Alianza de las tres grandes se ha disuelto; y el punto de origen común es el momento en que usted fue acusado de traición, de asesinar al Morikage y tratar de destruir la villa. Desde mi llegada he tenido dificultades para relacionarme con la gente de la aldea, pero siempre hubo cierta sensación de paz en la distancia que la mayoría mantenía conmigo (creo que ambas cosas no le son extrañas). Ahora, ya no soy más el forastero raro e ignorante, sino el aprendiz de traidor, apelativo cuyo ingenio no es menor que el desprecio que implica. Esto se debe, en gran parte, a que la nueva líder se ha asegurado de que todo el mundo sepa que Eikyuu Juro es un traidor, un asesino y un ser despreciable que representa un peligro para todos mientras siga libre y con vida… Que impredecible es la vida: un día se es guardián y esperanza, y al otro la causa de todos los males, el enemigo público; un día te acompaña tu sensei, tu ejemplo a seguir, y al siguiente te encuentras solo y con la incertidumbre de los que han quedado atrás.
Sin embargo, la vida sigue: he tratado de mantener mi distancia y de ser sordo a cualquier juicio que no fuese el mío propio. La gente me mira con miedo, cuando no con rabia (ahora, de verdad, le entiendo un poco, sensei). No les puedo culpar, Moyashi Kenzou era muy querido y, de una u otra forma, el jinchuriki le ha matado. Mi maestro… matando al Kage… Es algo que me resultaría imposible creer sino fuese porque estuve allí el día en que todo ocurrió…
Me dirigía a entregar el reporte de una misión, henchido de un pequeño orgullo que portaba por dentro y que le quería mostrar. Sabía que había vuelto de una misión hacia poco y que en aquel momento se encontraba reunido con el Kage, razón por la cual me di prisa y me dirigí al centro de la aldea, con la esperanza de poder esperarle hasta que terminase sus asuntos. Llegue a la entrada y, entonces, una explosión me derribo y aturdió. Al alzar la mirada no encontré el cielo tal y como lo conocía, sino que allí estaba el Morikage combatiendo con una bestia, una especie de escarabajo sacado de una pesadilla. La impresión y el miedo me dejaron clavado al suelo. La gente comenzó a correr de un lado a otro aterrorizada cuando la bestia se tornó enorme y amaso entre sus garras lo que parecía ser un pequeño sol. No sabía que estaba pasando, pero me vasto ver aquel orbe ardiente que apuntaba hacia la tierra, me vasto para saber que de nada serviría correr. Sin embargo, el Kage le plantó cara. Cuando aquel sol descendió en cascada como simbolizando el ocaso de la hierba, Kenzou dijo “no” y lo devolvió haciéndolo ascender en un torrente de fuego y rayos que golpeo a la bestia y que basto para alejarla. .
Sí…, yo también lo vi, como éramos salvados de un monstruo que intento incinerarnos. Aun así, no puedo decir quién era el bueno o quien el malo, ni siquiera podría decir cómo comenzó y se desarrolló todo. Quizás pueda tomar una postura definitiva al respecto cuando lo sepa todo, cuando escuche su testimonio también, sensei. Hasta entonces, defenderé la imagen de la persona que fue, que me guio y enseño… creo que es el mínimo de lealtad que le debo.
Naturalmente, dicha lealtad es vista por la mayoría como una negación de la traición. Eso les causa ira, al punto de que he temido por la seguridad de mi hogar y del suyo, incluso he temido por la seguridad de su hermana y abuela. Hasta ahora solo he tenido un pequeño incidente, violento, por desgracia. Aquel fue un caso extremo, el resto no se ha atrevido a materializar su malestar; pero solo es cuestión de tiempo mientras que la figura del Kage siga irradiando tanto odio y resentimiento… Y como todo, y quizá sea mi debilidad, no puedo evitar sentir compasión por ella: jamás trate en persona con nuestro líder; pero verlo allí, tan poderoso y valiente fue inspirador (imagino que así fue su vida, y así es como todos le recuerdan) … Tanto como lamentable fue verlo instantes luego, como un hombre anciano, tembloroso y sangrante. Vi como Kenzou moría en los brazos de Kintsugi, vi el dolor de esta y su desesperación a través una hermosa mascara de mariposa. No pude escuchar lo que se decían; pero, de alguna manera, pude sentir como algo en su interior parecía quebrarse más allá de toda reparación.
Es probable y compresible que me odie, que nos odie a todos los que hacíamos vida con usted. Imposible que no conozca ya a todos lo que tenían trato con el hombre que mató a su líder. Entonces, ¿qué hago aquí? Si me quisiera muerto podría haberme enviado a una misión de alto riesgo, o simplemente “desaparecerme”. Esta pregunta no me ha permitido dormir desde que llego a mí la invitación al torneo… Puede que sea lo suficientemente racional como para no extender su odio hacia terceros, aunque me cuesta creer que tanto odio (el suyo y el de nuestros compatriotas) se conforme con la indiferencia.
Veo las copas de los arboles agitarse inquietas y me siento como ellas: no sé qué hacer, solo es el viento de los acontecimientos el que me mueve, y yazco bajo la abrasadora bastedad de algo que no alcanzo a comprender. He tratado de convencerme a mí mismo de que esta es una oportunidad para redimir… no, para preservar algo de la imagen que tengo de mi sensei. Quizá participar es demostrar mi lealtad. Sea entonces mi desempeño una prueba de que tras de sí, el jinchuriki dejo algo bueno.
La vida se ha vuelto difícil e incierta desde su partida, sensei: he perdido a mi maestro, el Morikage ha sido asesinado y la Alianza de las tres grandes se ha disuelto; y el punto de origen común es el momento en que usted fue acusado de traición, de asesinar al Morikage y tratar de destruir la villa. Desde mi llegada he tenido dificultades para relacionarme con la gente de la aldea, pero siempre hubo cierta sensación de paz en la distancia que la mayoría mantenía conmigo (creo que ambas cosas no le son extrañas). Ahora, ya no soy más el forastero raro e ignorante, sino el aprendiz de traidor, apelativo cuyo ingenio no es menor que el desprecio que implica. Esto se debe, en gran parte, a que la nueva líder se ha asegurado de que todo el mundo sepa que Eikyuu Juro es un traidor, un asesino y un ser despreciable que representa un peligro para todos mientras siga libre y con vida… Que impredecible es la vida: un día se es guardián y esperanza, y al otro la causa de todos los males, el enemigo público; un día te acompaña tu sensei, tu ejemplo a seguir, y al siguiente te encuentras solo y con la incertidumbre de los que han quedado atrás.
Sin embargo, la vida sigue: he tratado de mantener mi distancia y de ser sordo a cualquier juicio que no fuese el mío propio. La gente me mira con miedo, cuando no con rabia (ahora, de verdad, le entiendo un poco, sensei). No les puedo culpar, Moyashi Kenzou era muy querido y, de una u otra forma, el jinchuriki le ha matado. Mi maestro… matando al Kage… Es algo que me resultaría imposible creer sino fuese porque estuve allí el día en que todo ocurrió…
Me dirigía a entregar el reporte de una misión, henchido de un pequeño orgullo que portaba por dentro y que le quería mostrar. Sabía que había vuelto de una misión hacia poco y que en aquel momento se encontraba reunido con el Kage, razón por la cual me di prisa y me dirigí al centro de la aldea, con la esperanza de poder esperarle hasta que terminase sus asuntos. Llegue a la entrada y, entonces, una explosión me derribo y aturdió. Al alzar la mirada no encontré el cielo tal y como lo conocía, sino que allí estaba el Morikage combatiendo con una bestia, una especie de escarabajo sacado de una pesadilla. La impresión y el miedo me dejaron clavado al suelo. La gente comenzó a correr de un lado a otro aterrorizada cuando la bestia se tornó enorme y amaso entre sus garras lo que parecía ser un pequeño sol. No sabía que estaba pasando, pero me vasto ver aquel orbe ardiente que apuntaba hacia la tierra, me vasto para saber que de nada serviría correr. Sin embargo, el Kage le plantó cara. Cuando aquel sol descendió en cascada como simbolizando el ocaso de la hierba, Kenzou dijo “no” y lo devolvió haciéndolo ascender en un torrente de fuego y rayos que golpeo a la bestia y que basto para alejarla. .
Sí…, yo también lo vi, como éramos salvados de un monstruo que intento incinerarnos. Aun así, no puedo decir quién era el bueno o quien el malo, ni siquiera podría decir cómo comenzó y se desarrolló todo. Quizás pueda tomar una postura definitiva al respecto cuando lo sepa todo, cuando escuche su testimonio también, sensei. Hasta entonces, defenderé la imagen de la persona que fue, que me guio y enseño… creo que es el mínimo de lealtad que le debo.
Naturalmente, dicha lealtad es vista por la mayoría como una negación de la traición. Eso les causa ira, al punto de que he temido por la seguridad de mi hogar y del suyo, incluso he temido por la seguridad de su hermana y abuela. Hasta ahora solo he tenido un pequeño incidente, violento, por desgracia. Aquel fue un caso extremo, el resto no se ha atrevido a materializar su malestar; pero solo es cuestión de tiempo mientras que la figura del Kage siga irradiando tanto odio y resentimiento… Y como todo, y quizá sea mi debilidad, no puedo evitar sentir compasión por ella: jamás trate en persona con nuestro líder; pero verlo allí, tan poderoso y valiente fue inspirador (imagino que así fue su vida, y así es como todos le recuerdan) … Tanto como lamentable fue verlo instantes luego, como un hombre anciano, tembloroso y sangrante. Vi como Kenzou moría en los brazos de Kintsugi, vi el dolor de esta y su desesperación a través una hermosa mascara de mariposa. No pude escuchar lo que se decían; pero, de alguna manera, pude sentir como algo en su interior parecía quebrarse más allá de toda reparación.
Es probable y compresible que me odie, que nos odie a todos los que hacíamos vida con usted. Imposible que no conozca ya a todos lo que tenían trato con el hombre que mató a su líder. Entonces, ¿qué hago aquí? Si me quisiera muerto podría haberme enviado a una misión de alto riesgo, o simplemente “desaparecerme”. Esta pregunta no me ha permitido dormir desde que llego a mí la invitación al torneo… Puede que sea lo suficientemente racional como para no extender su odio hacia terceros, aunque me cuesta creer que tanto odio (el suyo y el de nuestros compatriotas) se conforme con la indiferencia.
Veo las copas de los arboles agitarse inquietas y me siento como ellas: no sé qué hacer, solo es el viento de los acontecimientos el que me mueve, y yazco bajo la abrasadora bastedad de algo que no alcanzo a comprender. He tratado de convencerme a mí mismo de que esta es una oportunidad para redimir… no, para preservar algo de la imagen que tengo de mi sensei. Quizá participar es demostrar mi lealtad. Sea entonces mi desempeño una prueba de que tras de sí, el jinchuriki dejo algo bueno.
Soltó la pluma, pensando que ya había sido suficiente. Miro hacia el pequeño bosque y sintió que la luz cálida del mediodía le animaba un poco. Encendió una vela con la intención de quemar la carta, pues jamás podría ser entregada y ya había cumplido su función. Sin embargo, en el último instante, se encontró incapaz de destruirla. Se concedió a si mismo que podría guardarla, al menos hasta que terminase el torneo… Quizá entonces tuviese la fuerza suficiente para reducirla a cenizas y continuar con su vida.