Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Cuando Chokichi abrió los ojos, esperaba encontrarse en el Yomi. En una sala de torturas. En el peor de los infiernos. En cualquier cosa, menos aquello.
Se encontraba en la Villa, en uno de esos días en los que Shiona parecía sonreírle desde lo alto. Olía a comida recién hecha, a flor de cerezo, a mar. Una voz, alegre e inconfundible, llegó hasta sus oídos. El corazón le dio un vuelco, dándose la vuelta justo a tiempo para recibir su cálido abrazo y un beso en la mejilla.
—¿N-noemi-chan? —preguntó, perplejo y feliz al mismo tiempo. Una sonrisa temblorosa pero alegre cruzó su rostro. Nunca en la vida Noemi le había hablado con tanta dulzura. Con tanto cariño. Una pequeña parte de él, por supuesto, le decía que nada de aquello era real. Que seguía estando en un Genjutsu. Que Noemi, en realidad, estaba tullida.
Acalló aquella molesta voz como a la del moribundo que pide limosna: apartando la mirada hacia otro lado. Sabía que estaba ahí, y que debía oírla, pero se sentía mejor pretendiendo que no existía.
—¿D-de… de verdad estabas preocupada? —Una sensación muy parecida a satisfacción y alegría invadió su ser, mientras contemplaba a su alrededor y comprobaba que no solo se trataba de ella, sino de todos sus compañeros. De Shiona en persona. De Yakisoba, Hanabi… Todos.
Aceptó la cerveza que Noemi le ofrecía pese a no gustarle el alcohol. Un día era un día, se dijo. «¿El camino del héroe? ¡Creo que podría acostumbrarme muy rápido a esto!» Tomó un rico pastel que la mismísima Shiona le ofrecía. Lo degustó. Lo saboreó. Noemi se le acercó al oído y le susurró con voz de ángel, haciéndole cosquillas en el cuello con cada suspiro. Chokichi emitió una risa aguda y baja. Se puso rojo. Se armó de valor y la miró a los ojos.
—¿Q-qué te encantaría hacer? —preguntó, también en susurros.
—DespedazarRTE MuYLenTAMenTE.
—¿¡QUUUUUUEEEEEEEEEÉ!?
La boca casi se le desencaja del susto, cayendo de culo por el salto que pegó. Oyó una voz dentro de su cabeza. Fuera. En todas partes. Una voz que le puso los pelos de punta y reía de forma sádica.
Cuando se dio cuenta, Noemi ardía en llamas.
—No, no, no, no, no... ¡No! —Trató de salvarla. Trató de salvarla como aquel día en el riachuelo. Se abrazó a ella y trató de apagar el fuego con su propia agua. Pero era inútil. Inútil… Su piel caía como cera derretida, en un olor nauseabundo. Quiso vomitar, pero algo le golpeó la espalda y cayó de nuevo al suelo.
La plaza ardía. Ardía con la furia de un monstruo inimaginable. Un coro se cerró entorno a él. Le gritaban. Le acusaban de cobarde. Chokichi se tapó los oídos, llorando de impotencia. Mocos cayéndole por la nariz. Le estaban partiendo el corazón.
----No, no, no, no. Callaos, por favor… Yo no soy… ¡No soy ningún cobarde! —chilló, y el llanto acudió a su garganta y sacudió su pecho—. Por favor… ¡Por favor!
Otro impacto respondió a sus súplicas. Esta vez directo a sus costillas. Notó su espalda partirse bajo un peso descomunal. Y otro golpe. Y otro, y otro. Ya no sabía ni por dónde le venían. Eran demasiados. Por todas partes. Por todos lados.
—P… o… r… f… a… v… o… r…
Pronto su garganta no pudo ni pedir clemencia. Pronto su cuerpo dejó de existir como tal, convirtiéndose en un amasijo de carne y sangre. Su conciencia, reducida a la mínima existencia. Aplastada. Encogida sobre sí misma, como un niño pequeño que se abraza las rodillas en un rincón tras contemplar un acto terrible.
Más solo que nunca…
Más insignificante que nunca…
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21/09/2018, 18:04 (Última modificación: 21/09/2018, 18:06 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
Y de repente, todo cesó.
Chokichi se encontraba con los ojos abiertos, y bien abiertos, en aquel embarcadero que quizás ahora se le antojase lejano en el tiempo. No tenía herida alguna ni se encontraba maltrecho, al menos físicamente. Allí, plantado como un poste de madera, podría ver ante él a la persona a la que llevaba diez minutos mirando a los ojos.
Akame seguía allí, apoyado en uno de aquellos pilotes de hierro. Le dedicó una mirada curiosa al cigarrillo que todavía sostenía entre las yemas de sus dedos índice y pulgar, en la mano derecha; se había consumido por completo, y ya sólo quedaba el filtro. Se encogió de hombros y lo tiró al suelo. Luego, con gesto parsimonioso, sacó una cajetilla de tabaco de su chaleco militar, y un mechero plateado, y tras varios intentos de que saliese la llama, consiguió encenderse otro.
Sólo entonces volvió a dirigirse al chuunin de cabello anaranjado.
—Ahora has visto lo que nosotros hemos visto —declaró, y su voz sonó tranquila—. Has visto lo que significa ser uno de los nuestros.
El jōnin se puso en pie y le dio una honda calada al cigarro, su vista perdida en el horizonte del mar. Todavía agarraba la revista enrollada con su mano izquierda.
—¿No es la recompensa que esperabas? —soltó una carcajada ácida—. Nosotros tampoco.
Chokichi cayó de rodillas, abrazándose a sí mismo y temblando de puro terror. Y de dolor, un dolor fantasmal, como los que aseguraban tener los tullidos cuando les picaba una mano que ya no tenían. Por mucho que no fuese posible, estaba ahí, en su conciencia.
Y Chokichi había padecido el dolor más terrible del mundo. Físico y mental al mismo tiempo. Y todavía lo sentía.
Akame le habló, pero el Hozuki apenas era capaz de escucharle. De prestarle atención. Su mente todavía trataba de esconderse de la golpiza. Su corazón todavía estaba encogido como una canica de acero. Su estómago… Su estómago…
Vomitó. Vomitó todos los dangos y pastelillos con los que se había atiborrado aquel día. Escupió a un lado. Se limpió la boca con la manga de la camisa, y alzó la mirada con ojos llorosos.
—¿Qué… Qué quieres de mí? —preguntó, rendido. Derrotado.
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El jōnin se mantuvo impasible mientras su subordinado se derrumbaba. Chokichi parecía estar completamente destruido psicológicamente en ese momento, pero Akame no le quitó ojo de encima ni un momento. Su marmórea expresión fue testigo de cómo el Hōzuki vomitaba hasta la primera papilla, de rodillas en el suelo, como un puberto en su primera borrachera. Destrozado, la víctima de su Saimingan quiso saber el motivo detrás de todo aquello.
Akame se cruzó de brazos, con el tabaco encendido en su mano derecha y la revista en su izquierda. Aquella pregunta era mucho más difícil de responder de lo que el propio Uchiha hubiera pensado jamás. Suspiró con resignación. Probablemente iba a arrepentirse de lo que estaba a punto de hacer. Datsue, sin duda, lo habría calificado como la decisión más estúpida que Akame había tomado jamás. O tal vez sólo se hubiera reído en su cara.
Pero él... Él tenía que intentarlo. Si había una multitud de razones por las que en ese momento debía destruir a Chokichi, Akame había encontrado inesperadamente otras tantas para...
—Quiero convertirte en un ninja de élite.
Luego, fumó una honda pitada de su cigarrillo. Y esperó.
Chokichi parpadeó varias veces, tan confuso como un niño pequeño al que le intentan enseñar a derivar antes siguiera de saber sumar. O, como diría Datsue, como a un Ribereño del Sur al que intentan explicar la diferencia entre el bien y el mal.
—C-creo que no lo he entendido, Akame-dono… —¿Era otra de sus burlas? ¿Otro de sus ataques gratuitos? ¿Quería reírse en su cara otra vez? ¿Después de todo lo que le acababa de hacer? ¿Todavía quería… más?
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Akame se limitó a suspirar otra vez ante la reacción confusa de Chokichi. Tampoco había esperado otra cosa; al fin y al cabo, requería de una gran habilidad dialéctica convencer a alguien de que querías algo bueno para él después de someterle a una tortura psicológica con ayuda de tu Genjutsu más poderoso. Y sin embargo, ahí estaba, dándole intensas pitadas al cigarrillo que tenía entre los labios mientras trataba de transformar sus ordenados pensamientos en frases coherentes... Y convincentes, a ser posible.
—Quiero entrenarte —replicó, desviando la mirada hacia el mar. Durante unos momentos, se perdió en el hipnótico vaivén de las olas al romper contra el embarcadero—. La Paz de Shiona está rota, ahora cada Villa Oculta debe velar exclusivamente por sus intereses, eso va a cambiar mucho las cosas... Es hora de que todos maduremos, Chokichi-san. No hay más tiempo para niñerías.
El Uchiha desvió la mirada hacia la revista que todavía sujetaba con su mano izquierda. Apretaba tanto la presa sobre la inocente publicación que parecía tratarse del gaznate de su peor enemigo, tanto que los nudillos se le pusieron blancos. Al final, acabó arrojándola al mar con un aspaviento.
—A partir de ahora, o todos luchamos juntos... O moriremos solos —aseguró, voltéandose para volver a clavar su mirada, que había vuelto a aquel tono azabache mate, en el Hōzuki—. Lo entiendes, ¿verdad?
Akame se cruzó de brazos y fumó otra calada, y por primera vez sus ojos no miraron al chuunin que tenía ante él con desprecio, o ira.... Sino con anticipación.
—Es evidente que tienes potencial. Te manejas con el Ninjutsu, eres rápido y sabes usar el puto cerebro —enumeró, y pese a que supuestamente estaba elogiando las virtudes de Chokichi, su tono de voz seguía siendo un tanto serio—. Y lo más importante, sabes dónde y cuándo tienes que estar. Y cómo pasar desapercibido.
Apuró el cigarrillo y lo dejó caer, aplastando la colilla con el tacón de sus botas militares.
—A mí me parece la receta indicada para un ninja experto en espionaje e infiltración... Si eres capaz de dejarte de gilipolleces.
Chokichi escuchó con asombro y estupefacción las palabras del jounin. Quería entrenarle. Después de todo lo que había pasado entre ellos, quería entrenarle. No solo se trataba de la revista, era mucho más.
Eran las fotos de chicas semidesnudas, o desnudas al completo, que Akame había encontrado en su apartamento —no tenía casi ninguna duda de que había sido él—. Eran las fotografías que había sacado a su propio Hermano para hundirle. Eran las fotografías que había hecho de él mismo para buscar un punto débil que atacar. Eran las fotografías que había sacado a él y a su difunta novia en su momento más íntimo… Eran montañas y montañas de afrentas.
—A partir de ahora, o todos luchamos juntos... O moriremos solos —aseguró, voltéandose para volver a clavar su mirada, que había vuelto a aquel tono azabache mate, en el Hōzuki—. Lo entiendes, ¿verdad?
Lo entendía. Entendía sus palabras. En parte estaba de acuerdo. Seguramente, de haber sido otro quien las hubiese pronunciado, con más carisma, hasta hubiese alzado el puño al cielo. Hasta se hubiese golpeado el pecho con él. Hasta hubiese lanzado vítores de gloria a Uzushiogakure no Sato…
Hasta hubiese sentido que la piel se le erizaba de puro patriotismo.
Pero él también tenía demasiado que perdonar a Akame. Le había envidiado una buena parte de su vida. Tan solo era un crío como él, con la nariz torcida, feo como el demonio y sin presencia alguna. ¿Cómo alguien como él se había ganado el afecto de Koko? ¿Cómo es que le habían ascendido a Jounin? ¿Cómo es que lo mantenía después de sus cagadas? Una parte de él, le odiaba por ello. Y siempre le odiaría.
Por no hablar de la tortura a la que acababa de someterle. Cruel. Desalmada. Usando a la hermana de su propia novia para hacerle daño. Cuanto más lo pensaba, más rencor se desbordaba en él. Y, entonces…
Lo supo. Supo que tenía que aceptar.
—Yo… No sé qué decir. —Seguía de rodillas. Se había vomitado encima y tenía un aspecto lamentable—. Yo… Estás… ¿Estás seguro?
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21/09/2018, 19:31 (Última modificación: 21/09/2018, 19:32 por Uchiha Akame.)
Silencio. Y luego apenas un balbuceo, unas palabras entrecortadas en las que se podía leer una aceptación a medias. Ya era más de lo que Akame había esperado conseguir, teniendo en cuenta que el hablador, el de la lengua de plata, siempre había sido su Hermano. Él era duro como una roca y basto como el acero. Pero eso era justamente lo que él pensaba que hacía falta en ese momento.
Volvió a cruzarse de brazos y bajó la mirada. ¿Que si estaba seguro? Nunca había estado menos seguro de algo en toda su vida, y al mismo tiempo, rara vez sentía aquella determinación. Pero la paz se había roto, ya las Aldeas no mantendrían los tratados de antaño y Uzushiogakure necesitaba mostrarse más fuerte que nunca. Las divisiones internas sólo significarían la caída del Remolino y la perdición de todos sus habitantes, ninjas o civiles. De eso sí que estaba seguro.
Tardó en contestar.
—Estoy seguro de que si le echas agallas y te centras de una maldita vez, serás un gran espía, sí —replicó, cortante. Tal vez demasiado cortante—. Ahora hay cosas mucho más importantes que tú, que yo, que... Lo que sea que haya ocurrido entre nosotros en el pasado.
Se acercó al Hōzuki y le ofreció la mano derecha para que se ayudara de ella al incorporarse.
—No sería fácil. Ni bonito. Ni agradable —enumeró—, pero cuando hayamos acabado, nunca más tendrás que sentirte débil o pequeño.
Luego sacó de nuevo su paquete de tabaco y se colocó el enésimo cigarrillo consecutivo en los labios. Empezaba a tener la boca seca y la lengua ya le sabía completamente a esparto. Sin llegar a encenderlo, agregó.
—Y se acabaron las gilipolleces. No más fotos a chicas en pelotas, no más putas investigaciones, conspiraciones y tramas contra tus propios compañeros. Todo eso se acabó.
Chokichi contempló la mano de Akame con recelo. Era difícil, muy difícil, aceptar la ayuda de aquel al que habías considerado un enemigo. De aquel que, hacía tan solo unos momentos, te había torturado. Roto el corazón.
Extendió la mano y se dejó aupar. «Pues no era tan difícil», se dio cuenta, ya en pie. En realidad, había sido extrañamente sencillo.
Oyó sus palabras con atención. Hablaba de algo más grande que ellos dos. Hablaba de una Villa entera. De un país. De los tiempos difíciles a los que se enfrentarían y la necesidad de estar juntos. Todos juntos.
Sí, tenía razón…
—Tienes razón, Akame-dono…
Sí, vaya que si la tenía. Y supo que tenía que aceptar su propuesta, con una claridad abrumadora. Porque su momento había llegado. Ese que tanto había estado esperando. Ese por el que tanto se había roto la cabeza. Una oportunidad, única en la vida, de…
… de descubrir quién era Akame realmente. Y de hundirle, de una vez por todas, junto a Datsue. Pero tenía que jugar sus cartas con extrema cautela. Uchiha Datsue tenía más labia, más desparpajo y mayor convicción que él. Y, aún así, ya casi no había ni una sola persona en Oonindo que le creyese ni una sola palabra. Porque se había venido demasiado arriba. Porque se había creído más listo que nadie. Porque había abusado de su don. Y, eso, había sido su perdición.
Él no sería así. Jugaría su papel de chico débil deseoso de una nueva oportunidad. De la oportunidad que Uchiha Akame le brindaba de ser alguien importante. Sería sumiso, diligente. Aprovecharía sus lecciones y trataría de aprender. Pero, en el fondo, en el poso de su alma, una semilla. Tan pequeña e invisible como una mota de polvo. No haría preguntas extrañas. No investigaría el pasado de Akame. Ni le vigilaría para sacar fotos comprometedoras.
No, simplemente esperaría, como un pez raya bajo la arena. Esperando...
Esperando...
—¿C-cuándo empezamos?
Esperando.
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—Mañana a las nueve en el Estadio —respondió el Uchiha, frío como el acero forjado. Luego se encendió el pitillo y le pegó una fumada—. Consúltalo con la almohada.
Y así, la figura solitaria de aquel jōnin se dio media vuelta y se alejó, caminando por el embarcadero, mientras los últimos rayos de Sol de la tarde teñían el cielo de rojo.
—Mañana a las nueve —confirmó él, viendo como la figura del Uchiha se alejaba y difuminaba en la playa. Se mantuvo allí por unos largos minutos, sin moverse. Sin dejar escapar las emociones que ahora inundaban su ser.
El tiempo diría si aquel entrenamiento sería fructífero para ambos. Si Chokichi, tal y como le había pasado a Akame en su día, renegaría de sus traidoras intenciones para abrazar la patria. Si se olvidaría de sus viejos rencores para formar un tándem único y especial junto al Uchiha. Si lucharían codo con codo junto a él para ver a Uzu de nuevo en lo más alto.
Mientras ese día llegase, Chokichi tan solo pensaba en cómo poder vengarse de los Hermanos del Desierto. Y sabía que, aquella tarde, había dado un paso de gigantes en buena dirección.
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