Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Allí estaba ella, con sus ropas típicas, mochila a la espalda con provisiones necesarias y bandana bien colocada en su frente; justo en las puertas de su querida villa, dispuesta a caminar por varios días hasta su destino. ¿Por qué tenía que emprender este viaje? Ni ella misma lo entendía, solo sabía que su efusiva vecina, la señora Yoko, una mujer alta y extremadamente delgada, de cabellos rojos oscuros y ojos azulados; a parte de dedicarse a diseñar prendas para gente adinerada, su mayor entretenimiento era hacer tartas. ¡Pero no tartas cualquiera! Tartas de sabores exóticos y extraños, desconocidos en su propia villa y, por tanto, cada dos por tres pedía a alguien que emprendía un viaje a traerla un ingrediente diferente.
Y ella fue la que pringó esa vez.
Solo estaba sacando la basura... Pero se acercó a saludar a su vecina como persona educada que era y... No supo como terminó engatusada por su chillona voz.
-¿Has oído hablar de Yachi, Eri? Supondré que no, ¡con lo poco que sales! - Se atrevió a decirla, sabiendo el genio de la joven cuando acaban con su paciencia, aún así escuchó sin interrumpirla. - Pues bien, a parte del conocido río que pasa por el cañón y al cual llaman por ese nombre, ¡tienen unos campos de calabazas increíbles! Pero eso no suele ser de interés por los turistas... - Explicó, mientras la kunoichi entrecerraba los ojos pensando que si fuera una cotorra la tendría más aprecio, porque sería un animal. -Sabes que me encanta cocinar tartas... Y tú sales tan poco... Que si vas a Yachi a por una calabacita, la más pequeña incluso, te estaría haciendo un gran favor porque así saldrías de las cuatro paredes de la villa a conocer mundo.
En fin, ahí estaba, viajando por una triste calabaza, esperando que no se pusiese mala después de cuatro días de viaje de vuelta a Uzushiogakure. Y es que ese fue el número de días que Mizumi Eri pasó viajando entre los países de la Espiral y de la Tormenta para dar con el pequeño pueblo que llevaba el nombre de Yachi.
Y lo encontró al mediodía del cuarto día. Exhausta y sedienta porque el agua se le había agotado, buscó una tienda para reponer el líquido necesitado.
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Kaido no estaba muy seguro de qué hacía en Yachi. No le gustaba el pastel de calabaza, el color anaranjado le parecía horroroso y odiaba la simplicidad del pueblucho que se escondía tímidamente en algún punto del amplio terreno que abarcaban las tierras de llovizna.
Lo había visitado antes, hará unos cuantos meses, si la memoria no le fallaba. Pero no había ido sólo y la experiencia no había sido tan aburrida como se esperaba que lo fuera en ese instante. Porque se vio obligado a no sólo transitar un par de días desde su propia aldea hasta los linderos más próximos a la frontera con el país de la espiral para arribar a su destino, sino que también debía esperar allí en el pueblo a que la última cosecha de calabazas de la semana estuviera lista.
El por qué de su pequeña misión era un misterio. Probablemente se tratase de un cargamento oficial para abastecer las panaderías de Amegakure, aunque Yarou-dono no quiso darle demasiado detalle del asunto. El viejo sabía que el tiburón era capaz de hacerle algo al cargamento si se enterase que alguien iba a comerlo en su casa durante la cena.
Así de malintencionado era el azulado hozuki.
...
Su paciencia se estaba agotando. Ya había tenido que pagar una posada dos noches y probablemente tendría que hacerlo de nuevo si los locales no lograban reparar la rueda derecha de la carroza con la que había venido Kaido. Algo —o alguien— la había destrozado durante la madrugada y la única forma de transportar la veintena de calabazas era sobre aquel rudimentario vehículo. Así pues, lo único que quedaba por hacer era aguardar a una pronta solución; teniendo en cuenta su incapacidad por colaborar de alguna forma a mejorar la situación.
Pero no por ello no podía hacerle la vida imposible a Midaru, el dueño de la tienda; quien tenía que lidiar con el pesado tiburón si quería ganarse el dinero de la venta. Aunque no podía decir que pensó un par de veces en mandar todo al diablo y cocinar al pescado en su famosa plancha de carbón o enterrarlo como espantapájaros en su granja para evitar que los carroñeros picaran sus cosechas. Porque si algo era capaz de ahuyentarlos era la apariencia del ese joven azul, quien seguía tocando los cojones sin descanso.
—Por qué no le preguntas a tu hijito si tuvo algo que ver con lo de la carroza, ¿eh?... seguro sigue molesto por la hostia que le dí ayer y me ha querido joder la vida dañándome la rueda —espetó el gyojin con cierta convicción, aunque no le importaba demasiado si era verdad o no— Joder, hay que ver... vosotros los puebleruchos sois una cosa seria.
Terminó su frase y salió de allí como alma que lleva al diablo, no sin antes soltar una grotesca risilla en el camino. Una vez fuera, se aseguró de que Midaru no viniera detrás de él para apuñalarle por la espalda y embistió su mirada hacia el frente, esperando encontrarse de nuevo con la necia y aburrida simpleza del perezoso pueblo de Yachi.
No obstante, algo llamó su atención. Era una muchacha, de cabellos tintados de azul y con el símbolo del remolino como estandarte. Aquella placa metálica certificaba que se trataba de un shinobi, de edad contemporánea a la suya probablemente; algo que no esperaba encontrar en ese lugar en particular. Y como estaba frente a la tienda de la que él había salido, no pudo evitar preguntar y entrometerse en un asunto que se antojaba ajeno a su persona.
—Eh, tú. ¿Buscas a Midaru-san? —preguntó, escueto, como quien tantea el terreno antes de tomar riesgos.
La joven kunoichi del remolino, ciega por encontrar una tienda dónde poder encontrar una botella de agua para comprar con los ryos que traía de su aldea, no se dio cuenta de dónde se encontraba delante en aquellos momentos tan sufribles para ella. Aunque no era especialmente lo que buscaba en esos momentos, sí era lo que necesitaba para pronto dejar aquel pequeño pueblecito lleno de turistas deseosos de nuevas y hermosas vistas y partir de nuevo hacia su hogar; pero, como el destino es caprichoso, Eri no pensaba en calabazas en esos precisos minutos.
—Eh, tú. ¿Buscas a Midaru-san?
La joven peliazul frunció el ceño ante la forma de hablar del intruso de sus pensamientos, haciendo virar su vista hacia la posición en la que se encontraba el susodicho joven. Tuvo que subir la cabeza hacia arriba pues el chico medía más que ella y lo que encontró escapó de su lógica y realidad, abriendo los ojos un poco más de lo que normalmente los tenía abiertos. El chico en cuestión tenía una tonalidad de piel azulada, pero no un color de los que parece que su portador esté enfermo, no; se notaba que era su color de piel natural aun por difícil que fuera distinguirlo, o al menos esa era la sensación que le transmitía a la huérfana de Uzushiogakure. También cabía a destacar su larga melena peinada hacia atrás de un color azul más intenso que el de su piel, que empezaba desde una banda que vestía su frente, con el símbolo de Amegakure...
'' Es... Es un shinobi, pero...'' Cerca estaba de seguir su hallazgo, cuando observó más detenidamente los ropajes del mismo, que contaba con una indumentaria de camisa sin mangas color oscura, pantalones típicos de ninja y vendas que cubrían hasta sus tobillos, donde comenzaban unas sandalias shinobi. Después de unos segundos de analizar al chico, seguía sin entender por qué, siendo también un ninja como ella, el presentimiento que tenía de él palpitaba con fuerza en su cabeza, y es que lo que no le cuadraba algo, pero ella no sabía con certeza qué era la pieza que no encajaba en el puzle del chico.
La joven de ojos esmeralda fue a hablar, pero los primeros intentos fueron en vano ya que tenía la garganta bastante seca y la boca pastosa de no haber hablado durante tanto tiempo con nadie. Intentó tragar saliva para humedecer su interior, y así pudo hablar.
-¿Midaru-san? - Preguntó con una voz demasiado grave que de costumbre, confusa. -No sé quién es Midaru-san, pero si es una tienda donde venden agua sí que lo estoy buscando - Se rascó la mejilla con el dedo índice de su mano izquierda, a lo mejor él tenía la información necesaria. -O... ¿Eres tú Midaru-san? - Preguntó, ahora con un brillo de esperanza en los ojos. -¿Me podrías dar agua, por favor? - Se acercó unos pasos hacia el chico, con una felicidad indescriptible, esperando por fin dar con lo que de verdad requería en esos momentos.
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Kaido pensó que su arremetida ahuyentaría a la pequeña muchacha que yacía postrada justo al frente de la tienda. Porque la respuesta más común en aquellos que se enfrentan cara a cara a lo desconocido —siendo él y su apariencia la definición perfecta de esa palabra— era huir, ignorarle o enfrentarle, como si se tratase de una mítica criatura cuya cabeza sería un buen regalo para algún noble.
Por esa razón, la sorpresa le invadió como muy pocas veces lo hacía. Porque la muchacha dejó a un lado los prejuicios y se dirigió a él como lo haría con cualquier otra persona. Pero era una sorpresa un tanto decepcionante, teniendo en cuenta que el tiburón disfrutaba de la zozobra que algunas veces podía causar con su presencia.
«¿Y yo que pensaba que la diversión había llegado» —pensó para sí.
—No, no soy Midaru. Mi nombre es Kaido, Umikiba Kaido —respondió poco después de que la chica pidiera con urgencia un poco de agua—. y sí, allí venden agua; pero yo tú dejo el dinero bien guardadito en el bolsillo.
Inclinó ligeramente la cabeza hacia un costado y esgrimó su boca hacia la rendija de la puerta al local.
»¡Porque esta gente cobra muy pero muy caro, eh putos ladrones!
Era evidente que estaba bromeando. Le delató la amplia sonrisa que se pintó en su rostro cuando retornó la mirada hacia su interlocutora, quien parecía necesitar con urgencia un sorbo de agua. Así que tomó el termo que tenía colgado en su cinturón y se lo arrojó, esperando que pudiera tomarlo sin dejarlo caer al suelo. El envase tenía una larga pajilla blanca para ingerir el líquido y contaba una tapa de rosca que evitaba que todo se derramara cuando Kaido tuviese que moverse demasiado. Era el aditamento perfecto para un Hozuki tan volátil como él.
—Bebe, es el agua más pura que habrás probado nunca. Traída directamente de las maravillosas tierras de Amegakure, aunque apuesto a que eso ya lo sabías, ¿verdad?
Después de todo, el símbolo en la barra metálica que vestía su frente le delataba. Y viceversa con la dama del Remolino, la primera Kunoichi extranjera de esas tierras que conocía de tú a tú.
—No, no soy Midaru. Mi nombre es Kaido, Umikiba Kaido —respondió poco después de que la chica pidiera con urgencia un poco de agua—. y sí, allí venden agua; pero yo tú dejo el dinero bien guardadito en el bolsillo.
Inclinó la cabeza hacia la izquierda, frunciendo el ceño ante la respuesta del chico de piel azul que se había presentado ante ella como Umikiba Kaido; ya que no entendía lo que quería decir con guardar su dinero en el bolsillo. ¡Pero tenía sed! Daba igual que por unos muchos ryos le clavasen una botella de agua de lo más pequeña, ella quería beber agua, fuera como fuese.
- ¡Porque esta gente cobra muy pero muy caro, eh putos ladrones!
-Oh - Susurró llevándose una mano a la boca, al parecer Kaido estaba bromeando ya que la sonrisa que mostró cuando volvió a mirarla lo delató por completo. Eri relajó su semblante y formó una pequeña sonrisa. Pero rápidamente la borró ya que quizá el dueño se había ofendido con la broma, así que se mantuvo recta. El muchacho entonces tomó algo que tenía en el cinturón y se lo tiró a la kunoichi que lo receptó antes de que pudiese caer al suelo, aunque por los pelos ya que casi se le escapaba de las manos. ¡No se lo podía creer! ¡Era agua!
El agua de Amegakure... ¡Era cierto! Él era shinobi de Amegakure... Y antes de pensar en los problemas entre villas, alianzas y demás, decidió tomar un largo trago del puro agua que ahora se deslizaba por su garganta, por fin dándole vida a su interior, sintiéndose de nuevo renovada; como si el agua que estaba bebiendo la curase las heridas que la sed le había creado. Una vez totalmente satisfecha, le tendió el termo de nuevo, lo que conllevaba a que se acercase a él - no quería que el termo se cayese al suelo, ya que ella era demasiado patosa para su gusto-.
-Muchas gracias, ¿Ka-Keid-Kim...? - Por Shiona-sama, no se acordaba de su nombre. Se sintió estúpida por un momento, ¡había olvidado el nombre del chico que le había ayudado a no terminar muerta por sed! Le empezó a picar la nariz muchísimo mientras bajaba la cabeza para que el chico no la viese llorar por su olvido. Suspiró, era un desastre.
Entonces lo recordó, era un cuento que leyó hace mucho tiempo sobre seres marinos y una protagonista con largas trenzas, nada que ver con su mundo. Su personaje favorito era un tiburón que tenía los dientes dibujados como los dientes que tenía el chico de ojos azules que tenía en frente. Sonrió al acordarse todavía de aquel cuento perdido.
-¡Muchas gracias, Samekichi-san! - Exclamó haciendo una reverencia. -Yo soy Mizumi Eri, vengo a por unas calabazas que me han encargado... - Comentó mientras jugaba con su mechón de pelo que caía al lado derecho de su cara, nerviosa, intentando cambiar de tema por si aquel chico tan amable se enfadaba con ella. Solo había conocido un par de ninjas procedentes de Amegakure, pero este era uno de los que mejor le habían caído hasta el momento y no quería que la odiase.
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16/01/2016, 15:08 (Última modificación: 16/01/2016, 15:17 por Sasagani Yota.)
Siempre supe que ese tipo de cosas tenían que pasarme. Y el día esperado llegó. Como un niño que sigue un caramelo atado a un hilo mientras su captor le atrae hasta la trampa para poder secuestrarlo, tras mi encuentro con Mitsuki y Ayame, seguí el curso del rio del Valle del Fin, el que había más allá de la imponente y vertiginosa cascada. Hasta algún lugar me llevaría. La cuestión no era donde, sino llegar a algún sitio... civilizado.
Y llegué a Yachi. Una pequeña aldea situada cerca de un cañón por donde se perdía el rio que había estado siguiendo. Lugar perfecto para descansar un rato y observar aquellas vistas, así como el ir y venir de gente.
Lo que me llamó realmente la atención era la cantidad de gente y carretas de mercancía que cargaban aquellas esferas anaranjadas. Eran calabazas de todos los tamaños habidos y por haber.
Deshice el nudo de mi bandana y me la quité. A veces los shinobis éramos considerados gente problemática y lo último que quería en aquellos momentos era problemas no buscados. si llegaban prefería crearlos yo y no que ellos me encontrasen a mí. Guardé la bandana en el bolsillo interior de la túnica de viaje y me senté en aquel banco de madera que quedaba bajo aquel falso techo de madera hasta que pude oír los gritos de un joven.
Suspiré mientras dejaba que mis hombros resbalasen por el respaldo.
Estaban frente a un establecimiento ye se tipo buscaba problemas, los pedía a gritos, literalmente. su piel azulada y sus malos modales le convertían en una mala compañía y aquella inocente muchacha, hermosa y de cabellos de un azul electrizante necesitaba ayuda si quería salir de aquel lugar ilesa. Para más inri, pude comprobar que el tipo azulado lucía la bandana de Amegakure, mientras que la muchacha la de Uzushiogakure, mi hogar.
*Mi turno*
-Aficionados...dije en un tono elevado para llamar su atención-¿El agua más pura, dices?-
Por si todavía no se había dado cuenta, pronto sabría que el buscaba a él. No me daba buena espina y me sentía obligado en tenderle mi ayuda a mi camarada que, aunque me resultaba familiar, no acababa de asociarla a nada. Así que supuse que me la habría cruzado por la aldea y poco más. Me levanté de mi asiento y agarré con la mano diestra la cantimplora metalica que reposaba sobre el banco.
-Esta es el agua más pura que puedas encontrar, Eri. Potencia el chakra, pero si eres jinchuriki no te recomendaría beber de ella. Vamos, prueba un poco-le ofrecí la cantimplora a la muchacha.
Joder, aquello estaba resultando mucho más divertido de lo que en un primer momento pudiese parecer. Me sentía totalmente como pez en el agua.
Clavé mi mirada en el espécimen azul.
-¿Has oído hablar del agua del Valle del Fin, verdad?-Pregunté con una sonrisa en mis labios.
Pero olvidé algo importante. Aún no me había presentado y si estaba dispuesto a fardar de aquella farsa que me había inventado debía parecer cordial y amistoso.
-Oh, casi me olvido, mi nombre es Sasagani Yota. Un placer-
Me cuelo a petición expresa de Eri-chan. Los nuevos turnos son:
17/01/2016, 13:44 (Última modificación: 17/01/2016, 13:45 por Umikiba Kaido.)
La muchacha, inducida por la ciega confianza que permite de vez en cuando la inocencia; tomó el termo característico del tiburón y bebió un sorbo del agua contenida en el mismo. Su rostro mostró regocijo ante la sed que le consternaba y una vez la misma fuese saciada, decidiría acercarse hasta el shinobi de Amegakure para tenderle delicadamente el objeto a fin de devolverlo a su dueño original. Kaido decidió tomarlo con la mano derecha para posteriormente colgarlo una vez más en su cinturón.
Mientras todo aquello sucedía, el tiburón no podía dejar de pensar en la ingenuidad con la que Eri había actuado. Muchos podrían culpar a la edad por tomar una decisión tan delicada, pero él en lo personal —teniendo probablemente una edad similar a la muchacha del remolino— se lo habría pensado bien antes de beber de un frasco que ha sido ofrecido por un ninja de una nación ajena a la suya. Y no porque fuese intrínseco pensar que todo desconocido siempre está dispuesto a hacer daño a los demás, pero el haberse convertido en un shinobi trae implícito que se deba tener en cuenta ese tipo de cuestionamientos.
Quizás esa era la clave de una vida larga y próspera como la del viejo Yarou. Cuidar siempre tu espalda aunque el temor fuera infundado.
Entre tanta dubitativa, casi ni percibió el hecho de que la chica parecía haber olvidado su nombre. Así que se conformó con el mote técnicamente despectivo con el que le llamó posteriormente, lo cual secundó su propia presentación además de su declaración de intenciones. Estaba allí para buscar un cargamento de calabazas, aunque hasta ese momento no parecía ir acompañada. El tiburón se preguntó qué tan grande podría ser su pedido, porque el suyo propio requirió de un amplio transporte.
—Vaya, que casualidad. Yo también estoy aquí por u....
Cuando estuvo dispuesto a responder, algo pareció interrumpir la conversación. Aficionado, les llamó en voz alta. Alegando luego que el agua más pura era la que él tenía en su cantimplora, la cual parecía ser del famoso Valle del fin. Kaido frunció el ceño ante tal agravio y observó a su nuevo interlocutor de arriba a abajo, despreciando su presencia como mejor lo sabía hacer. Irguió su cuerpo y sacó las manos de los bolsillos, poco dispuesto a permitir que otro le llegase a arruinar la fiesta porque le había salido de los cojones.
El gyojin cambió su postura de manera fugaz y esgrimió su típica sonrisa pendenciera. Y entre un ligero intercambio de miradas entre Eri y el nuevo visitante, avanzó unos cuantos pasos para ponerse frente al recién presentado Yota, antes de que la muchacha decidiera tomar ella la cantimplora que el muchacho le había ofrecido. En cambio, fue el ninja de Amegakure quien ocupó su lugar para hacer el papel de juez.
—Bien, Sasagani Yota. Veamos que tanta razón llevas.
Tan pronto como pudo, puso el pico de la botella sobre sus labios y fingió tomar un gran sorbo. Hizo un par de muecas poco agradables y volvió a fingir una vez más, esta vez para tragar. Finalmente volteó la cantimplora en súbito y dejó que el contenido cayera al suelo, donde él pensaba que debía estar.
—Parece que mi paladar no está de acuerdo, amigo mío. Vaya mierda de agua cargas contigo.
El envase se deslizó de sus manos y cayó al suelo. Repiqueteó dos veces y luego el silencio volvió a envolverles.
Se rascó la cabeza, confundida por la reciente disputa que se estaba manteniendo a escasos pasos de su posición. ¿Es que no podía tener un viaje en paz? Suspiró pesadamente y observó al recién llegado. No era nadie más que Sasagani Yota, el chico carmesí que se había graduado a la par que ella. Le hacía gracia porque compartía nombre y apellido con su antiguo compañero de equipo.
Un dolor se apoderó de su pecho, haciendo que la joven instintivamente se llevase una mano al corazón.
''Yota-nii...''
Ajena a la disputa que se estaba llevando, se encogió sobre sí misma e intentó calmar el sentimiento haciendo que su respiración se pausase. Entonces levantó la cabeza, intentando internarse en lo que estaba pasando en su realidad. Así, cuando tuvo en frente de ella al Sasagani, se alteró pegando un saltito hacia atrás.
-Esta es el agua más pura que puedas encontrar, Eri. Potencia el chakra, pero si eres jinchuriki no te recomendaría beber de ella. Vamos, prueba un poco - Ofreció a la chica, que, olvidándose de su dolor aceptó gustosa el agua que le ofrecía. Como para envenenarla. Sin embargo no fue ella quien tomó el recipiente, si no Samekichi quien lo hizo, haciendo a la joven huérfana formar un puchero.
—Bien, Sasagani Yota. Veamos que tanta razón llevas.
Pero, pero... ¡Ese era su agua! ¡Maldito pez! Observó como bebió y luego tragó, todo acompañado de desagradables muecas y expresiones poco agradables. Luego dejó caer todo el contenido al suelo.
-Pero, pero, ¡qué desperdicio es este Samekichi-san! - Elevó el tono de voz a medida que avanzaba en su oración. Entonces lo vio tirar el envase al suelo, con desprecio. Y la kunoichi lo fulminó con los ojos. Ya no pensaba tan bien de ese tipo. Giró la vista para mirar al pelirrojo. -Y tú, ¿por qué lo desafías? -.
De pronto, pensó que las calabazas le iban a dar más de un dolor de cabeza.
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El tipo azulado, lejos de arrugarse, actuó de una forma ciertamente previsible, sacando pecho con tal de demostrar que él la tenía más gorda de lo que pudiéramos pensar en un primer momento. No dio oportunidad a que la de Uzushio pudiese alcanzar el envase metálico para saciar su sed y comprobar si aquella agua era tan milagrosa como había dicho hacía unos instantes, sino que iba a ser él el que hiciese las comprobaciones pertinentes.
-Adelante-
En efecto dio el trago. O más bien lo pareció. En cualquier caso, aquello dio el efecto deseado. Pero justo después vino el desprecio y la falta evidente de modales, echando por los suelos mi versión. Es más, tratao de echarlo todo por los suelos, cantimplora incluida y por ahí si que no iba a pasar.
Esbocé una sonrisa falsa.
En la mano derecha todos los dedos menos el índice, recularon formando un puño incompleto. Pero el índice no, este señalo el suelo, en dirección a la cantimplora que empezaba a descender irremediablemente hacía la superficie hasta que desde la punta del dedo salió una telaraña que lo apresó. Un simple y ágil movimiento de dedo hacia arriba para hacerla recular, de tal manera que impactase de pleno contra la barbilla del espécimen azulado y posteriormente mi mano se lanzase para capturar el envase.
-Oh, vaya.. disculpa, ¿Te has hecho daño?-contesté mientras colocaba el envase, ya vacío en el agarrador de la túnica.
-En absoluto, compañera, no era mi intención ofender a nuestro amigo de ese modo-comenté en alusión a la crítica de la kunoichi-¿Qué tal si zanjamos este terrible malentendido, amegakureño?-
En ningún momento aparte la vista de la figura de aquella aberración de la naturaleza, nacido de bien seguro de forma artificial y con una falta de modales que me sorprendía incluso a mí.
Kaido pudo sentir el inmediato prejuicio en los ojos de Eri cuando dejó caer la botella al suelo. Estaba tan acostumbrado a recibir ese tipo de miradas —a raíz de la desmedida constante referente a su irrespetuosa conducta— que se había vuelto un experto en discernir cuando no le agradaba a alguien, tal y como estaba sucediendo con la peliazul de las tierras del Remolino.
Pero eso le importaba muy poco. Era un tipo blindado ante ese tipo de nimiedades y no iba a ser diferente en esa ocasión.
Ahora todo se centraba en Yota, el errante justiciero defensor de damiselas en apuro. El hombre que con un simple movimiento de manos, hizo que el envase que el tiburón había soltado no alcanzase el suelo y ascendiera como si una sotana de viento lo hubiese soplado desde abajo. Y como todo sucedió tan rápido, él no pudo reaccionar a tiempo. La cantimplora le golpeó de lleno la barbilla y voló todo su rostro en su ascendencia por la poca resistencia de su cuerpo gracias a las habilidades de su preciado clan, desfigurando la cara del gyojin de una forma antinatural y humedeciendo el objeto que Yota tomaría poco después del impacto.
«¿Esto será divertido, jó»
El ahora semi-decapitado pez dio un pequeño pasito hacia atrás. Su rostro continuó siendo un manojo de acuarela sólo hasta que Yota intentó zanjar la situación a petición de la kunoichi.
Su voz se abrió paso hasta sus interlocutores, aunque no tuviera aún la boca formada.
—Necesitarás mucho más que ese tipo de trucos para hacerme daño, compañero —allí reconstruyó su rostro y le dio un par de sacudidas a su nariz—. y me temo que la única forma de resolver este asunto es desfigurando tu cara tal y como me has hecho tú a mi.
Sonrió. Con la poca gracia que sus dientecillos afilados le permitía, desde luego.
»Aunque si nuestra amiga Eri tiene una mejor idea, por el bien de ella... dejemos que decida como zanjar la situación. ¿Qué dices, Kunoichi-chan?
20/01/2016, 19:26 (Última modificación: 20/01/2016, 19:26 por Uzumaki Eri.)
Eri se llevó una mano a la cara, ¿pero quiénes eran estos dos tipos y por qué tenían que comportarse así? Suspiró mientras negaba con la cabeza aún con los cinco dedos posados en ella. Observó por entre los huecos que dejaban entre dedo y dedo como Yota impactaba la cantimplora contra la barbilla de Samekichi, pero lo que la sacó el asombro a la joven huérfana es que lo hiciese creando una telaraña desde su dedo índice.
''¡Es una arañita!''
Ignoró completamente las palabras del que ahora se llamaría arañita para ella y posó sus ojos sobre el poseedor de la piel azulada, cuya cara tenía desfigurada por el golpe que se había llevado con la cantimplora de una forma antinatural. Sin embargo, después de ver como el chico araña había sacado una telaraña de su dedo índice, como si sus ojos empezaban a dar vueltas y se coloreaban de carmesí, que ya había visto todo en esta vida.
—Necesitarás mucho más que ese tipo de trucos para hacerme daño, compañero — Volvió a recrear su rostro tal y como lo tenía antes y prosiguió —. y me temo que la única forma de resolver este asunto es desfigurando tu cara tal y como me has hecho tú a mi. Sin embargo, cuando mostró una sonrisa con aquellos dientes de sierra, a Eri la recorrió un escalofrío de pies a cabeza. -Aunque si nuestra amiga Eri tiene una mejor idea, por el bien de ella... dejemos que decida como zanjar la situación. ¿Qué dices, Kunoichi-chan?
El mote se lo tenía merecido, por llamarles Samekichi y arañita... Un momento, ¿y ella qué tenía que ver en todo esto? - ¿Que qué digo? ¿De verdad os vais a pegar aquí y ahora? - Preguntó señalando el suelo el cual pisaban los tres shinobi -. ¿No sería mejor pediros perdón entre los dos y que todo esto se zanje? Necesito unas calabazas... - Susurró con voz de niña buena, mientras hacía un hoyo en el suelo con la punta de sus botas ninja, mientras formaba un puchero y colocaba sus manos en su espalda. -Venga... Kaido-nii, Yota-nii, seamos buenos todos juntos y vayamos a comer algo... - ¡Sí! ¡Había dicho los nombres bien! Aunque lo de comer juntos no sabía de donde lo había sacado.
Giro argumental de última hora, suponía.
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24/01/2016, 01:05 (Última modificación: 26/01/2016, 09:09 por Sasagani Yota.)
Por todos los malditos dioses.
Juraría que nadie me había drogado y desde luego yo no lo había hecho. Hice un rápido repaso mental hasta que finalmente llegué al mismo punto, estaba en mis cabales. Pero... ¡Aquel maldito monstruo deshizo su cara, o más bien la parte afectada por el golpe en agua! Y luego todo volvió a la normalidad, por su boca solo hacía que perder toda aquella fuerza de la que hacia alarde, pasándole la iniciativa a la chica de cabellos azulados.
-¿Qué mierdas acabas de hacer?- pregunté completamente confuso.
Necesitaba uno de mis caramelos. Así que lo que hice fue sacar uno de los que reposaban pacientemente en mi petaca hasta que Eri se dispuso a hablar.
- ¿Que qué digo? ¿De verdad os vais a pegar aquí y ahora? - Preguntó señalando el suelo el cual pisaban los tres shinobi -. ¿No sería mejor pediros perdón entre los dos y que todo esto se zanje? Necesito unas calabazas... - Susurró con voz de niña buena, mientras hacía un hoyo en el suelo con la punta de sus botas ninja, mientras formaba un puchero y colocaba sus manos en su espalda. -Venga... Kaido-nii, Yota-nii, seamos buenos todos juntos y vayamos a comer algo... -
¡Por la Kuromibojin!
No iba a pedirle perdón a esa sabandija de Amegakure. Antes muerto. Pero pocos serían capaces de resistirse a la inocencia y las suplicas de la gennin. La decisión estaba tomada así que no habría perdón.
-¿A por calabazas?-pregunté curioso.
[i]Aquello explciaba cosas y porque había visto tantas calabzas por emtro cuadrado en tan pcoo tiempo por aquellas calles. yachi debía ser algo así como la cuna de la calabaza. Pero Eri debía estar muy aburrida y con muy poco trabajo para ir tan lejos de Uzushio para ir en busca de unas simples calabazas.
-Por supuesto, te ayudaré a conseguir esas calabazas y a volver a casa sana y salva, ¡No dejaré que carretees eso tu sola hasta casa!-
Algo así debía ser lo que esperaba la peliazul de mí en aquel momento. O eso era lo que supuse. Tampoco tenía nada más interesante qué hacer más allá de darle una paliza al monstruo que teníamos delante nuestro.
Qué mierda acababa de hacer, se apuró a preguntar Yota; a diferencia de Eri quien había elegido no decir nada en lo absoluto salvo tragarse la impresión e intentar zanjar el asunto con un pequeño discurso reflexivo y conciliador. Kaido turnó su mirada entre ambos unas cuatro veces y se debatió durante un par de segundos para decidir si merecía la pena desechar la divertida idea de pegarse allí con el muchacho o por el contrario, dejar la batalla para otra ocasión.
Pero lo cierto es que tenía mucho de qué ocuparse ese día como para poner su encargo en riesgo. Nada le aseguraba que Yota no le diera una paliza, aunque siendo sincero consigo mismo: ¿era esa siquiera una posibilidad?
«Desde luego que no» —se dijo a sí mismo, dándose palmaditas en la espalda.
En fin, que al final todos estaban en Yachi por una sola razón. Las calabazas, podridas, olorosas y visualmente molestas calabazas, que partirían de su ciudad insignia para ser comidas por ciudadanos de tierras lejanas. Y aún así, Eri quería aprovechar su estadía para probar algún platillo local junto a sus dos nuevos amigos, como una familia funcional y feliz.
Kaido dio un par de pasos y se puso al frente de Yota. Cara a cara, clavó su mirada juiciosa sobre el muchacho y frunció el ceño un par de veces. Luego colocó ambas manos sobre los hombros de su rival y amagó el cuerpo como si fuera a atacar al muchacho. Sin embargo, no lo hizo. Todo aquello sirvió para rodear sus brazos sobre la espalda de Yora y Eri, obligándoles a voltear hacia el final de la calle y avanzar con él. Ahora el tiburón esgrimaba una inquietante aunque divertida sonrisa repleta de satisfacción, como si no hubiese sucedido nada en lo absoluto.
—Me da la impresión de que os conocéis de antes —argumentó, a priori por la intención de Yota de llevar a Eri sana a "casa"—. ¿tú también eres de Uzushiogakure, compañero?
-Por supuesto, te ayudaré a conseguir esas calabazas y a volver a casa sana y salva, ¡No dejaré que carretees eso tu sola hasta casa!-
Vistió su rostro con una de sus mejores sonrisas, no se esperaba tanta amabilidad del chico de su propia aldea del cual no recordaba su nombre, pero hizo que su corazón diese un vuelco cuando dijo que la ayudaría a llegar a casa sana y salva. Al vuelco se le sumó un pinchazo de dolor al recordar algo que hizo que su brillo esmeralda de los ojos se oscureciese como las nubes que tiñen en cielo un hermoso día de primavera. Negó repetidas veces con la cabeza y cerró los ojos obligándose a no dejar de sonreír en ningún momento, entonces se tiró encima del pelirrojo para abrazarle.
-¡Gracias Yota-niichan! - Dijo frotando su mejilla en el pecho del muchacho, luego se separó y notó como Kaido se aproximaba y se posicionaba frente al Sasagani, Eri compuso una mueca de espanto al ver las intenciones del chico del color de piel extraño, sin embargo, relajó la expresión cuando al parecer cambió de opinión y pasando sus brazos por la espalda de Yota y de la suya propia, avanzaron juntos.
Confusa, miró al dueño de los cabellos largos y azules en busca de alguna explicación racional, pero no pudo evitar sonreír al notar como el asemejado a los peces sonreía.
—Me da la impresión de que os conocéis de antes, ¿tú también eres de Uzushiogakure, compañero?
-¡Síi! - Se apresuró a decir la kunoichi agitando los brazos energicamente -.¡Es mi compañero!
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
Pero nos ería yo el que empezase a montar un numerito de puñetazos y patadas. Todo recaía en la decisión del abrelatas que tenía frente a mí, el cual estaba enfrentándose a una discusión interna. Pegarme o no pegarme, aquella era la gran cuestión del momento para el charquito.
Mientras tanto, la peliazul que había recibido con notable alegría mis palabras esbozó una sonrisa que irradiaba felicidad en cantidades industriales. Ella también parecía que dudaba, pues tardó en reaccionar pero pronto lo hizo, golpeando con sus delicados mofletes mi pecho abrazándome como nunca antes nadie lo había hecho, solo mamá en alguna que otra rara ocasión, como cuando el día que me gradué. Un extraño sentimiento afloró en mis entrañas, ¿Qué era aquello?
-Venga, venga, tu harías lo mismo por mi, ¿Verdad que si, Eri-chan?-
Pero correspondí aquel abrazo que me hizo sentir tan y tan bien, apoyando mi barbilla sobre sus delicados cabellos y envolviendo con mis brazos la espalda de la muchacha. No fue por voluntad propia, es decir, fue algo instintivo. Salió de mi interior y nada lo podría haber frenado.
Hasta que el de Amegakure volvió a abrir su afilado buzón.
—Me da la impresión de que os conocéis de antes —argumentó, a priori por la intención de Yota de llevar a Eri sana a "casa"—. ¿tú también eres de Uzushiogakure, compañero?
-¡Síi! - Se apresuró a decir la kunoichi agitando los brazos energicamente -.¡Es mi compañero!
Si, era cierto, yo también era natural de Uzushiogakure y ya era imposible tratar de negarlo así que cogí a mi bandana, la cual todavía reposaba en el bolsillo interior de mi túnica carmesí y me la coloqué en la frente, atándola debidamente para que luciese ahí hasta que volviese a quitármela.
-Pues parece que si, ¿No?-dije como bromeando-Venga, vamos a por esas calabazas-
Acto seguido nos vimos envueltos en el frío abrazo del tipo azulado. Su piel era áspera y más dura de lo que podría serlo la mía propia o la de Eri. Aquel cabrón era un tipo digno de estudio, pero... ¿Sería un experimento de Amegakure? ¿Un experimento fallido? ¿O quizás le raptaron y le hicieron cosas desagradables que no querrías ni para el peor de tus enemigos? Seguramente jamás descubriese la verdad.
Por ahora las aquella comida tradicional del lugar, anaranjada como el astro rey, era más importante que mis curiosidades.