Los señores del Hierro - Versión para impresión +- NinjaWorld (https://ninjaworld.es) +-- Foro: País de la Espiral (https://ninjaworld.es/foro-pais-de-la-espiral) +--- Foro: Planicie del Silencio (https://ninjaworld.es/foro-planicie-del-silencio) +---- Foro: Los Herreros (https://ninjaworld.es/foro-los-herreros) +---- Tema: Los señores del Hierro (/tema-los-senores-del-hierro) |
RE: Los señores del Hierro - Uchiha Datsue - 12/05/2017 A medida que se internaban cada vez más en el humo y el calor de aquel sofocante pueblo, Datsue se sacudía más y más la camisa, agobiado por las temperaturas tan altas y el aire tan cargado. Un par de gotas de sudor resbalaron por su frente, detenida tan solo por sus negras cejas. Le daban ganas de quitarse la camiseta y echarse una botella de agua bien fría encima, pero no tenía ni botella ni agallas para hacerlo en público. Finalmente, el joven les llevó hasta un galpón que le recordó inevitablemente a los que había en Shinogi-to. El Uchiha había estado allí una vez, acompañado de una fiel amiga, quién le había insistido y asegurado que allí se encontraban los mejores y más famosos tatuadores de todo Oonindo. Pese a que ya había pasado mucho tiempo, recordaba aquel día en el que se había hecho el —por ahora— único tatuaje en el dedo como si fuera ayer. Datsue se sentó en la silla que le ofrecía, mientras echaba una ojeada al interior del galpón y a las dos personas que charlaban en otra esquina. ¿Sería uno de ellos el famoso Soroku? La voz del joven le sacó de su ensimismamiento: —Tú, me temo que aún no sé tu nombre. ¿Cómo te llamas? Ah, y allí llegaba la pregunta, tan esperada como el fracaso de un Kusareño en una misión. Datsue no había mencionado su nombre aposta, temeroso de que aquello pudiese provocarle algún problema en el futuro. Si decía algo que no debía, si metía la pata, el chico tan solo tenía que poner pies en polvorosa y no volver en un buen tiempo. Pero si daba a saber su nombre era distinto. Conocer el nombre de alguien era algo valioso. Una de las informaciones mejor pagadas en según qué sitios, y según qué nombres. Pero Riko estaba allí, y no sabía si le seguiría el juego o, en cambio, le delataría cuando oyese un nombre que no correspondía con el suyo. Teniendo en cuenta que había delatado a toda su clase por… nada, la respuesta a su duda estaba más que clara. —Sakamoto Datsue —respondió finalmente. No, no era su apellido, pero quizá eso Riko no lo supiese. Después de todo, ni siquiera habían compartido clase—. RE: Los señores del Hierro - Riko - 16/05/2017 Los dos jóvenes avanzaron por la ciudad, internándose en calles que los alejaban de la avenida principal pero, que ni por asomo los alejaban del incesante ruido del martillo de los herreros. A pesar de seguir andando, el aire que respiraban seguía igual de turbio que en el resto de la ciudad, Riko tosió un par de veces, a causa del humo y polvo que se levantaba en algún lugar. El calor también hacía estragos, y el sudor caía por el rostro del muchacho. Shinjaka les guió hasta un galpón, uno que, lejos estaba del tipo de construcciones bases de Los Herreros, por lo que llamaba mucho la atención, y, ambos genin se adentraron en él, a pocos pasos del hombre. —Bienvenido seáis, jóvenes guerreros, al santuario de Soroku-sama. Décimo primer artesano del consejo de Herreros y el mejor de todos ellos, si me permiten acotar. Tú, me temo que aún no sé tu nombre. ¿Cómo te llamas? Riko miró a su compañero, esperando la respuesta de éste. —Sakamoto Datsue El rostro del peliblanco no cambió en lo más mínimo cuando sus ojos se posaron en su compatriota, sí, sabía que el chico mentía, pero, no iba a delatarle. ¿Por qué usa el apellido de Noemi? Riko entonces devolvió su mirada hacia el hombre que les había guiado hasta allí. — Bien, ¿dónde está ese tal Soroku-sama? RE: Los señores del Hierro - Umikiba Kaido - 16/05/2017 Shinjaka atendió al nombre, y observó al muchacho con mirada minuciosa. Entrecerró sus ojos y se acercó hasta invadir un poco de su espacio personal, sólo para sonreír ligeramente antes de poner de nuevo su cuerpo en rectitud. —No tienes cara de Sakamoto, amigo mío. Pero quien soy yo para hablar de rostros, ¿verdad? si lo mío son las armas —le dio dos palmadas en la espalda y retrocedió, sólo para escuchar lo que Riko tenía para decir—.Pues, ese tal Soroku-sama está en todos lados, compañero. En nuestros corazones, en las armas que tú y tus colegas shinobi empuñan a diario. Está las piedras que calientan nuestras forjas, está en la sangre derramada de tus enemigos. Soroku-sama es ésta ciudad. Bramó el aprendiz, melodioso y con prosa. Pero una voz gruesa y carrasposa interrumpió su acto, y los pasos se hicieron cada vez más audibles. De aquel pasillo salió un hombre de altura prominente, ataviado de un chaleco sin mangas, pantalones holgados y botas de trabajo. Tenía la piel tostada similar a la de Shinjaka, aunque lo más característico de aquel hombre era la inmensa quemadura que ataviaba el lado izquierdo de su rostro, y la parte superior del cráneo. El ojo izquierdo tenía su luz apagada, y los pocos vestigios de cabello castaño que podría haber quedado detrás de semejante herida ya cicatrizada, yacían en el lado derecho. Un visible tatuaje adornaba el antebrazo derecho. Parecía una especie de hacha sostenida por dos manos de guerra, plasmada en un escudo de bronce. —Oh, Shinjaka-kun, por favor. No exageres. Ésta ciudad no soy sólo yo, sino también otros buenos herreros con los que competimos sanamente. Sepan disculpar a mi aprendiz, jóvenes shinobi, es común que se deje llevar por su intrépida lengua. Caminó despacio hasta una de las sillas aledañas y tomó asiento, quejándose. Luego juntó sus manos tintadas por el carbón y les miró a ambos con la expectante curiosidad de quien siente una extrañeza de que sea la tercera vez que dos genin acuden a su herrería, en busca de algo. —Y bien, ¿en qué les puedo ayudar? —Han acudido a las instalaciones de Yuunisho-san, y al parecer no le han pillado en un buen día. Su colega, Soroku-sama, no ha estado muy dispuesto a atender a las proposiciones de mi amigo Datsue, y yo pues, como humilde servidor a todo aquel que busque en nosotros el hierro, he creído conveniente traerlos hasta aquí. Quizás, usted pueda ayudarles, sensei. —Uhmm, ¿es eso verdad? —inquirió, pasando su ojo muerto de Datsue a Riko, y de Riko a Datsue. Expectante, meticulosamente observador. RE: Los señores del Hierro - Uchiha Datsue - 17/05/2017 Los pocos que verdaderamente conocen a Uchiha Datsue, saben que es un chico al que se le da bien disimular. Mejor que bien. Pero incluso a él le costó mantener el tipo cuando aquel hombre asomó sus facciones, mitad derretidas por el fuego del Amateratsu. El ojo del lado quemado, blanco y ciego, pareció clavarse por un momento en el intrépido shinobi, y un sudor frío e incómodo recorrió su espalda. No, no era lo que se decía una vista agradable. El hombre, renqueante, tomó asiento mientras echaba una pequeña bronca a su pupilo por sus exageradas alabanzas. Para el Uchiha, el chico era un pelota de cabo a rabo, y, quizá estuviese equivocado, pero le parecía que al herrero no le disgustaba tanto como sus palabras querían hacer entender. —Y bien, ¿en qué les puedo ayudar? Datsue había abierto ya la boca cuando Shinjaka respondió por él, dando una descripción bastante fidedigna de lo que le había acontecido con el señor Yuunisho. No le pareció que hubiese que añadir o quitar ni una sola palabra, y por eso se mantuvo en silencio. Entonces, el herrero preguntó si aquello era cierto. El Uchiha ladeó hacia un lado y al otro la cabeza, mientras echaba el labio inferior hacia afuera, como sopesando la respuesta. —Podría decirse que sí —respondió, ligeramente evasivo. Todavía no se fiaba del todo—. Es cierto que tengo una propuesta que hacer. Pero antes… tengo una pregunta. —No quería volver a pillarse los dedos otra vez. En aquella ocasión iría por lo vía segura. Dejaría que fuesen ellos, y no él, quienes explicasen el punto central en el que se basaría su oferta… »¿Por qué? —preguntó, pasando su mirada de uno a otro, serio—. ¿Por qué? —repitió, con voz más aguda—. Yamiria. Tane-Shigai. Shinogi-to. ¿Por qué? ¿Por qué? —preguntó de nuevo, juntando los dedos de una mano hacia arriba y haciéndola oscilar de abajo arriba—. Yo no entiendo por qué. Un ninjatō, mil ryos; un kunai, doscientos cincuenta; un shuriken, doscientos. ¿Por qué? ¿Por qué, Riko? —dijo, mirando a su compañero de aldea. Entonces se encogió de hombros, como si él mismo no supiese la respuesta—. ¿Por qué ese precio unificado? ¿Por qué no hay guerra de precios? ¿Por qué? Que alguien me explique por qué. RE: Los señores del Hierro - Riko - 17/05/2017 Shinjaka, mostrando una vez más el poder que atesoraba, lanzó un discurso ante la pregunta del peliblanco que, de seguro, era merecedor de un largo aplauso, casi parecía estar preparado, ante lo que Riko sonrió, dispuesto a responder aquel chico, pero algo se le adelantó, o más bien alguien. Pudieron oír como unos pasos se acercaban, seguidos por un hombre, por definirlo de alguna manera. Un hombre de grandes dimensiones, pero no era ésta su característica más destacable, cuanto más se acercaba, más podían distinguir de él. Una quemadura cubría gran parte de su rostro, una quemadura que le había producido ceguera en el ojo izquierdo, o al menos eso supuso Riko al verlo. Sin duda alguna era uno de esos hombres a los que la gente le tenía respeto, únicamente por el aura que desprendía. —Y bien, ¿en qué les puedo ayudar? Soroku habló, después de que su aprendiz le explicara detalladamente la situación, tras lo que Riko, sin prácticamente nada que añadir allí, se quedó pensativo, mirando a su compañero de aldea, que parecía dispuesto a explicarse. ¿Por qué? ¿Por qué? Yamiria. Tane-Shigai. Shinogi-to. ¿Por qué? ¿Por qué? Yo no entiendo por qué. Un ninjatō, mil ryos; un kunai, doscientos cincuenta; un shuriken, doscientos. ¿Por qué? ¿Por qué, Riko? ¿Por qué ese precio unificado? ¿Por qué no hay guerra de precios? ¿Por qué? Que alguien me explique por qué. Aquello era algo en lo que el Senju nunca se había parado a pensar, en todos los lugares en los que él había comprado armas, en todos había los mismos precios, sin excepción, y, pensando con lógica, los negocios funcionan a través de una ligera competencia, competencia que claramente en ese sector no se estaba llevando a cabo y Datsue parecía plenamente consciente de ello. Riko se encogió de hombros, justo como su compañero había hecho, no tenía ninguna respuesta para aquella pregunta, por lo que miró al famoso Soroku-sama, esperando una respuesta. RE: Los señores del Hierro - Umikiba Kaido - 17/05/2017 Soroku sonrió, y así lo hizo también su aprendiz. Ambos se miraron fijamente, y tras el asentir de su maestro, el segundo movió su cuerpo hasta una de las estanterías cercanas y cogió un gigantesco tomo polvoriento con encuadernado de cuero marrón y cuyas coyunturas estaban fijamente selladas con cilindros de hierro. En la portada, yacía plasmado la misma insignia que Soroku-sama tenía tatuado en su antebrazo. Shinjaka aguardó expectante, frente a los jóvenes shinobi, y escuchó atentamente a lo que su maestro tenía que decir. —¿Por qué los animales en las selvas de oonindo comparten del mismo reducido caudal durante las estaciones donde la sequía acaba con el orden natural de las cosas? —comentó, con tono curioso—. El león junto a las cebras y los cocodrilos con los bueyes. Las criaturas que ocupan los lugares más altos de la cadena alimenticia, bebiendo de la misma agua de la que beben aquellos a los que solían cazar en tiempos de prosperidad. El imponente herrero se levantó se su asiento, sacudió ambas manos junto a la otra y una vez limpias se dignó a tomar el mismo libro que sostenía su galante pupilo. Lo observó como si se tratase de escritura sagrada, lo trató con tal delicadeza incluso cuando sus manos estaban más que acostumbradas a golpear sin piedad el hierro caliente para que éste cediera a sus deseos. Finalmente, lo acercó hasta los linderos de Datsue, y Riko; y les mostró la caratula. Luego, lo abrió en la primera página. Cinco nombres reposaban en fila, con caligrafía legible. Nombres que quizás eran desconocidos para ellos, pero no así para quien los había venerado incluso desde pequeño. —Hay que remontarnos a la época de las cinco antiguas grandes aldeas, donde la guerra y la desidia entre naciones era una realidad mucho más palpable de lo que lo es ahora. Los gremios de herreros servían a los propósitos de cada uno de sus países y a través de lo que tu llamas competencia de precios, nacían rivalidades que traían consigo el inevitable enfrentamiento. Y los enfrentamientos, traen sangre. Sangre desperdiciada, si me preguntas a mí —se mostró reflexivo durante sus palabras iniciales, y luego continuó—. entenderás que, al final de todo, cada gremio era influenciado por los intereses de las antiguas Aldeas. Los tratos cuestionables, los engaños y las mentiras dejaron al hierro de oonindo sin honor. Los Herreros vendían a quienes pagaban lo suficiente como para ganar una guerra. La balanza se inclinaba a quien tuviera más dinero en su bolsillo. Y las armas eran creadas por el beneficio, y no por el honor que el hierro merece. Shinjaka se abalanzó sigiloso, y se vio en la necesidad de soltar su lengua. —Al final, la competencia no sirvió de nada, o sí, Datsue-kun? —advirtió, con sonrisa socorrona—. los Bijū no discriminarían entre qué herrero cobraba más, o cobraba menos. Todos cayeron de nuevo en el ciclo inevitable de la vida: donde las criaturas que ocupan el tope de la cadena alimenticia deciden volver a cazar. El que a hierro mata, a fuego muere. Luego, les abrazó un silencio sepulcral. Un silencio necesario, para que los jóvenes shinobi procesaran tanta información. Y sin embargo, por lo que podían ver de Shinjaka y Soroku-sama, la historia aún no había terminado. RE: Los señores del Hierro - Uchiha Datsue - 18/05/2017 Datsue escuchaba, más excitado que un Kusareño en una cosecha, a aquel pozo de sabiduría llamado Soroku. Sí, era cierto que sabía que aquel precio unificado era debido a un pacto, a una especie de convenio, pero lo sabía por deducción, no por conocimientos. Sin embargo, aquel viejo herrero le estaba revelando el principio de todo. La raíz de aquel entendible pero odioso acuerdo. Le estaba dando la llave al entendimiento. —Pero ahora ya no hay guerra —soltó, incapaz de mantener aquel silencio por más tiempo—. Ahora estamos en paz. ¿Por qué entonces mantener este precio artificial? Tal y como yo lo veo, esto solo premia al vago y perjudica al talentoso. No hay competencia real. No importa qué tan buen herrero seas, o qué bien trabajes el acero, al final tendrá el mismo valor en la tienda que cualquier espada mal equilibrada. »El hierro se merece más que eso —añadió, cambiando ligeramente las últimas palabras del viejo herrero. Buscándole las cosquillas… RE: Los señores del Hierro - Riko - 18/05/2017 Las palabras del gran herrero retumbaban en los oídos del Senju, que escuchaba atentamente todas y cada una de ellas pues no todos los días era posible escuchar aquella historia, que databa de los tiempos de las cinco grandes aldeas que desaparecieron tiempo ha, y Soroku, además lo explicaba dando sus argumentos, que, sin duda alguna, eran los de un experto. —Al final, la competencia no sirvió de nada, o sí, Datsue-kun? Los Bijū no discriminarían entre qué herrero cobraba más, o cobraba menos. Todos cayeron de nuevo en el ciclo inevitable de la vida: donde las criaturas que ocupan el tope de la cadena alimenticia deciden volver a cazar. El que a hierro mata, a fuego muere. El silencio se hizo dueño del lugar, Riko miró a su compañero, pues era él quien tenía que romperlo, y así lo hizo y, por lo que dijo, el peliblanco cada vez sospechaba con más fuerza que Datsue estaba más interesado en aquel tipo de temas que en cualquier otro. — Yo tampoco lo entiendo del todo, Soroku-sama, ¿en qué beneficia esto al honor del hierro? No podemos dar por sentado que todos los herreros producen armas de la misma calidad, y este acuerdo lo hace. — Expuso Riko, apoyando las palabras de su compatriota. RE: Los señores del Hierro - Umikiba Kaido - 18/05/2017 Soroku hizo gesto reflexivo, sin ceder a los argumentos de los jóvenes shinobi. Al contrario, pensó debatirlos. —La paz es un concepto demasiado volátil, tan tergiversable como se podría esperar de un simple pedazo de papel. La paz no es perdurable, sus cimientos son puestos a prueba cada día. Y mis ancestros creyeron, así como lo hago yo ahora mismo, que las bases que sostienen la paz entre las tres grandes aldeas del hoy por hoy, algún día van a caer. Quizás no mañana, ni pasado... pero los vestigios de la guerra siempre están expectantes, aguardando el momento exacto para atacar. —La historia, mi señor, la historia... —Entenderás, mi buen amigo Datsue; que éstos cinco nombres representan al concilio de herreros de antaño. Después de la gran victoria de Uzumaki Shiomaru, Koichi Riona y Sumizu Kouta; nuestros ancestros también crearon las nuevas normas del gremio de Herreros y fueron catalogados como los Señores del Hierro. Cinco grandes artesanos, uno representante de cada país, cuyo vertiginoso esfuerzo por evitar los errores del pasado crearon ésta parsimonia entre cada comerciante herrero de oonindo, a excepción de alguna traviesa salvedad. El tuerto señaló su tatuaje, y les instó a que lo observaran con cercanía. —Los señores del Hierro son una entidad que aún después de tantos años, no caduca en nuestra sociedad. Tenemos reglas, normas, y existe un consejo que analiza a los candidatos. No todos son merecedores de poseer el Estandarte de los Señores del Hierro, verás, sólo aquellos con las capacidades necesarias para el arte de la herrería recibirá la marca. Si un herrero no te muestra su estandarte, mi querido Datsue, no es parte de nuestro gremio. La calidad está asegurada, para aquellos que saben a quién acuden. Es sólo cuestión de conocer un poco de nuestra historia. Soroku sonrió, con parsimonia. También lo hizo Shinjaka, quien sentía en aquella escena un acertado deja vu, siendo que él recibió el mismo discurso por allá cuando apareció en la ciudad de los Herreros buscando un mejor futuro para él y su familia. RE: Los señores del Hierro - Uchiha Datsue - 18/05/2017 Quizá Soroku se tomase aquella charla de forma pedagógica e instructiva, con el simple interés de enseñar a unos jóvenes shinobis de Uzushiogakure la cultura de su pueblo y profesión, pero para Uchiha Datsue era más que eso. Mucho más. Para él, aquella información era tan valiosa como un faro de luz dentro de una cueva profunda y oscura. Le permitía evitar las piedras del camino para no tropezarse. Le advertía dónde no debía meter las fauces. Pese a estar atento a cada palabra pronunciada por el herrero, Datsue tomó nota mental de dos frases en particular. Primero, que había alguna traviesa salvedad al pacto entre herreros. Segundo, que un herrero sin estandarte no pertenecía al gremio… lo que les convertían en candidatos más que oportunos para su propuesta. No le hizo falta volverle a mirar el brazo para saber que Soroku lo tenía. —¿Y cómo hacen para controlar que nadie se desvíe… del camino marcado? —preguntó, inocentemente—. Quiero decir… Imaginemos, por ejemplo, que alguien de tierras lejanas, un tipo exótico, vaya, de pelo blanco y ojos violáceos —sin darse cuenta, Datsue estaba describiendo de cabo a rabo a su compañero de aldea—, que no tuviese ni idea de estas estrictas normas, propusiese al herrero una oferta… Rebájame un poco el precio, y te aseguro que todo lo que venda en mi tienda te lo compraré a ti. Y no tengo una tienda cualquiera, precisamente. Soy de los que va a vender mucho… —Sin darse cuenta también, Datsue imitó la voz de Riko, de tonalidad parecida a la suya. Porque Uchiha Datsue, cuando quería, no se daba cuenta de muchas cosas... RE: Los señores del Hierro - Riko - 18/05/2017 El tuerto, a pesar de la interrupción de los dos jóvenes, decidió que continuar su historia era la forma más acertada de darles una explicación a todas las preguntas que les habían surgido, por lo que, ayudado por su aprendiz, les siguió explicando todo, partiendo de la existencia de una especie de gremio que se hacía llamar Señores del Hierro, un nombre bastante apropiado. A partir de ese día, el Senju siempre preguntaría si podía ver el estandarte de los herreros a los que acudiera, así se aseguraría de comprar las mejores calidades, lo cual era una gran noticia. —¿Y cómo hacen para controlar que nadie se desvíe… del camino marcado? Quiero decir… Imaginemos, por ejemplo, que alguien de tierras lejanas, un tipo exótico, vaya, de pelo blanco y ojos violáceos, que no tuviese ni idea de estas estrictas normas, propusiese al herrero una oferta… Rebájame un poco el precio, y te aseguro que todo lo que venda en mi tienda te lo compraré a ti. Y no tengo una tienda cualquiera, precisamente. Soy de los que va a vender mucho… A cada palabra del Uchiha, los ojos de Riko se iban abriendo más y más, sin ninguna duda estaba hablando de él, incluso llegado un punto, imitó su voz, lo cual no era complicado del todo, pues se parecían un poco. — Uo uo uo, para un poco Sakamoto. — Intentaba, a pesar de todo, apoyar a su compañero reforzando su nombre inventado. — ¿En qué me estás queriendo meter, compañero? — Riko miró a Soroku, con los brazos extendidos hacia delante y las palmas mirando hacia el herrero, moviéndolas en signo de negación. — No sé de que está hablando, yo nunca he intentado regatear con los herreros, se lo aseguro. RE: Los señores del Hierro - Umikiba Kaido - 18/05/2017 Aquella intervención le resultó cuanto menos, graciosa. No pudo evitar sentir cierta nostalgia ante el inminente parecido que tenía el intrépido Datsue para con su actual pupilo, Shinjaka, quien en sus tiempos de retoño también acudió a él con intenciones ligeramente similares. Ambos, en su momento, querían comerse el mundo cuando sus bocas aún no estaban plenamente desarrolladas. Visionarios y con un instinto más que necesario para subsistir en un mundo tan cruel como lo era Oonindo, pero sin la experiencia necesaria como para utilizar tan buenos atributos apropiadamente. Riko, por su parte, era la dicotomía perfecta de su compañero. Más reservado, no tan curioso como el primero de ellos. Sabedor de sus propias limitaciones. —No te preocupes, Riko-san. Y aunque tú hubieses tomado el camino que tu compañero sugiere, lo cierto es que contamos con las herramientas pertinentes para detener a quienes quieren pasar por encima de nuestro ancestral sistema. En él existe la figura de las recompensas, y es aquí, jóvenes, donde todos quedan contentos. Aquella admisión fue certera. Como si el viejo herrero supiese que el sistema era tan tangible, como utópico, pero que funcionaba perfectamente a pesar de la reticencia de tantas personas. Shinjaka, sin embargo, vio la oportunidad perfecta para mojar sus labios nuevamente. Era de los que hablaba mucho, era un imperante necesidad para él soltar sus dulces palabras. Fue allí que comenzó a remedar a Datsue, palabra por palabra. —Imaginemos, por ejemplo, que alguien de tierras lejanas, un tipo exótico, vaya, de pelo blanco y ojos violáceos le sugiere a un herrero mearse en las reglas impuestas por los señores del Hierro. Algunos tantos como Yuunisho-san cortarán tan tajantes como puedan la conversación, teniendo en cuenta qué tan profundos son sus principios. Otros, sin embargos, estarán dispuestos a escuchar qué o cual proposición, con la condición de... Un intercambio de favores sellado por fuego, tú por mí y yo por ti. Le llaman la marca del hierro. El herrero y el indeseado negocian los términos del trato, y en dado caso de que logres cumplir con las peticiones que el herrero pueda pedir, usarás tu marca para pedir tu recompensa. Es un trato legítimo, avalado por los Señores del hierro, y podrás pedir lo que desees, pero todo tiene su precio, y ese "todo" no es sólo dinero. Shinjaka garabateó una nueva sonrisa, y miró a su sensei. A su sensei, y a la inmensa quemada en su rostro. RE: Los señores del Hierro - Uchiha Datsue - 19/05/2017 —¿Qué? Por Amateratsu, Riko, ¡no! —dijo, con voz exageradamente dolida y aguda, cuando su compañero le acusó de inculparle en algún tipo de propuesta indecente—. Por supuesto que no me refería a… Por los Dioses, ni siquiera mencioné tu nombre. —Su rostro, el de un antiguo amante al que le acabasen de partir el corazón. Pero entonces su expresión cambió, y de pronto reflejó… la comprensión—. Oh, ya veo... Pensaba que los rumores que decían sobre ti no eran ciertos, Riko. De verdad que quería pensar que no eran ciertos… ¡Pam! Dardo directo al corazón. Rápidamente, dejó de mirarle, volviendo a centrar su atención en los herreros e interponiendo un muro imaginario entre él y Riko. Pasase lo que pasase, sucediese lo que sucediese, no volvería siquiera a mirarle de reojo en un buen rato. Tampoco tuvo que esforzarse. La respuesta del herrero le dejó pensativo. Decía que había una serie de mecanismos, llamado recompensas, que se encargaba de lidiar con aquellas traviesas salvedades. No hacía falta tener mucha imaginación para saber a qué se refería con eso. Cuando creía que ya no tenía opción alguna de negociar, Shinjaka intervino, dejándole todavía más perplejo. Lo que parecía estar proponiéndole era un pacto. Un pacto de lo más… indecente. ¿Por qué otra cosa sino incumplirían su sagrado tratado? Datsue frunció el ceño. No porque pudiese ser indecente o inmoral. Para él aquellas palabras tenían tan poco sentido como para los Kusareños la victoria y el éxito. No, fruncía el ceño porque quien se lo proponía era el pupilo y no el maestro, y por tanto su palabra tenía menos peso de lo que requería en una situación como aquella. —Está bien… —se inclinó hacia adelante y respiró hondo—. Basta de juegos… ¡y vayamos a pecho descubierto! —exclamó, dándose un fuerte golpe en el pecho. Más fuerte de lo que le hubiera gustado, de hecho, pues le dejó la zona dolorida y roja. Pero los herreros se caracterizaban por ser tipos duros, y él tenía que parecerlo tanto o más—. Lo que yo les propongo, señores, lo que yo les propongo… Es un negocio —un brillo de entusiasmo y éxtasis iluminó la mirada de Datsue, que no podía contenerse más—. Decidme una cosa, ¿cuánto hace que en las tiendas vemos siempre las mismas armas? Todas iguales, idénticas. Creo que el último avance fueron las bombas explosivas hace diez años… ¡Ja! Si es que a eso se le puede llamar avance. Lo que yo quiero, señores, es revolucionar el mercado. Aquí —se dio golpecitos con la punta del dedo en la sien, como señalando su mente—, existen armas inimaginables, pero perfectamente realizables por manos diestras como las vuestras, que serían el sueño húmedo de cualquier shinobi. »Lo que propongo es sencillo. Aunar mi mente y vuestras manos. Quiero la exclusividad temporal de mis armas. Seis meses desde que el producto salga en mi tienda. Luego, que copien lo que quieran. Salvo mi firma. La firma que cada arma diseñada por mí llevará inscrita, y que distinguirá a la copia del original. A la burda imitación de lo auténtico. Datsue no era utópico. Sabía que en Oonindo todavía no habían inventado algo como la propiedad intelectual. Querer conseguir los derechos eternos de sus armas era inviable. Pero si conseguía el tiempo suficiente como para ser el único en el mercado... Si conseguía, además, el tiempo suficiente como para instaurar su marca y ser reconocido en todo Oonindo... Se levantó con tanto entusiasmo que la silla salió volando hacia atrás. Entonces extendió el brazo derecho, como si les estuviese ofreciendo el antebrazo. —Si aceptáis y podéis garantizarme el acuerdo, clávenme ahora mismo si es necesario el hierro candente y sellemos la marca de hierro. Y haré lo que sea necesario para cumplir mi parte… »Pero quiero oírlo de usted, Soroku-dono. RE: Los señores del Hierro - Riko - 19/05/2017 El joven peliblanco cada vez se sorprendía más de las reacciones de su compatriota, no solo le metía en no se qué líos con los herreros, si no que, además, ahora hablaba de unos rumores que corrían sobre él, como si hubieran tenido algo que ver con todo aquello, por lo que, lejos de preguntarle en aquel momento a qué se refería, se quedó pensativo, tratando de averiguar de qué le estaba hablando. Soroku, por su parte, les explicó que, a pesar de tener unas normas firmes, había ciertas salidas que se podían tomar para obtener alguna ventaja, tal y como el herrero las había llamado, las recompensas, lo cual desconcocía, y al parecer, Datsue tampoco tenía demasiada idea de aquello, por lo que Shinjaka, viendo la reacción de los dos jóvenes, decidió poner un ejemplo más práctico. El Senju escuchó intrigado, y una vez acabó, su rostro mostró una gran sorpresa, no en vano, estaban descubriendo que podían hacer tratos con los herreros, siempre y cuando cumplieran con lo que éstos pidieran a cambio. Fue Datsue el primero en hablar, tratando de demostrar una hombría que no tenía por qué demostrar, pero él se atizó un fuerte golpe en el pecho, a lo que Riko respondió con un amago de risa, que logró contener dado lo serio de la situación. Y entonces comenzó la negociación. El Uchiha mostró sus cartas, explicó sus términos y buscó la aprobación del afamado herrero, no la de su aprendiz, por lo que, tras el gran discurso del Uchiha todo quedó en silencio, esperando la respuesta de Soroku, y Riko, con los músculos tensos, listo para salir pitando si el hombre no aceptaba y decidía tirarles cosas a la cabeza por si quiera plantearle aquello. RE: Los señores del Hierro - Umikiba Kaido - 21/05/2017 De pronto, Datsue se armó de valor y dejó entrever su lado más poético, y a su vez, más salvaje. Les miró con la llama encendida de su forja interna y comenzó a explicar sin pelos en la lengua un plan bien trazado, repleto de condiciones y cláusulas de negociación impropias de un muchacho tan joven como él. Ese negocio advertía que en su cabeza existían ideas revolucionarias que llevarían el mercado herrero hasta el éxtasis de sus más fieles compradores, y que siendo él incapaz de crearlas por sí sólo, necesitaba de una mano competente que convirtiera susodichas ideas en una realidad palpable. Soroku no pudo evitar sonreír nuevamente ante las tribulaciones de el intrépido de Datsue, quien tenía la clara intención, además, de realzar su nombre tras el acuerdo propuesto. Quería, como muchos lo han querido en el negocio, ser reconocido por los diseños de sus armas. Una perspectiva un tanto utópica, y que en tiempos tan rudimentarios como los que azotaban Oonindo, era una posibilidad muy poco probable. Lo que más les sorprendió, sin embargo, fue la tajante disposición a recibir La marca de hierro. Extendió su brazo sin pestañear e increpó al miembro honorario del gremio de la ciudad a que hiciera lo debido, sólo... si podía asegurarle el acuerdo. Aquello le hizo recordar sus días de juventud, antes de siquiera tener intenciones de convertirse en el reconocido herrero que era hoy en día, cuando sus ambiciones eran incluso más grande que su opacado sentido de preservación. Aquel que Datsue había decidido ignorar, a pesar de tener en frente todas las señales. —Bonita presentación, mi querido Datsue. Bonita presentación... mas sin embargo —siempre había un pero, eso tenía que saberlo el Uchiha—. nada me asegura a mí que esas flagrantes ideas de las que hablas son reales, ni mucho menos factibles incluso para el mejor de los herreros. Ni hablar de la exclusividad que pides, lo cual relentizaría la producción de tus invenciones y reduciría en gran medida el mercado para ellas. Entenderás que a la gente le gusta lo conocido, se rigen por el status quo de nuestro comercio. Introducir innovaciones no es sencillo, ni patentar tampoco. ¿Has pensado en todo ésto? —dispuso de sus manos en la barbilla, y se la sobó parsimoniosamente. Algo le decía a Datsue que a pesar de las preocupaciones de Soroku, en cierta medida, le tomaba en serio. A pesar de que se tratase de un chiquillo demasiado confiado en sus propios planes—. y entenderás también que, un favor como éste conlleva una gran responsabilidad. La marca ha de ser equitativa a a la recompensa que sugieres. »Todos hemos pecado de ambiciosos cuando hemos sido jóvenes, mi querido Datsue. Y no siempre comprendemos las consecuencias de nuestros actos. La marca pesa. No es un interdicto que sea fácil de llevar. Y a pesar de que pudiera parecer que Soroku-sama estuviese intentando disuadir al joven Datsue, realmente estaba preparándole para el compromiso que iba a recibir. Todo dependía de él, y sólo de él. Shinjaka, por otro lado, les observaba ya no tan sonriente. Su amabilidad y galantería pareció desaparecer misteriosamente y ahora veía a los jóvenes, Riko incluido; con poca simpatía. No le había gustado para nada que un crío le hubiese desmarcado de la negociación, como si ser el aprendiz no fuese suficiente. Se las iba a cobrar, quizás no ahora, pero algún día. |