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13/05/2015, 00:04
(Última modificación: 13/05/2015, 00:32 por Aotsuki Ayame.)
Apenas habían pasado un par de días desde que había realizado el examen, apenas habían pasado un par de días desde que había ascendido por sus propios logros a genin y se había convertido en kunoichi de la aldea de Amegakure... y las sorpresas no habían sino acabado de comenzar.
—Si sigues así vas a llegar tarde —le comentó su padre, que contemplaba el paisaje a través del enorme ventanal del salón con las manos cruzadas tras la espalda mientras ella de afanaba con su propio desayuno.
Ayame se quedó a medio camino de morder la ensaimada, y en su lugar ladeó ligeramente el rostro. ¿Se le había olvidado algo importante?
—¿Qué? ¿Adónde?
Zetsuo se giró hacia ella, y cuando al cabo de algunos segundos le respondió Ayame tuvo la sensación de haber vivido aquella situación antes. Una especie de déjà vu. ¿Quizás en un sueño?
—A tu primer día en el Programa de Equipos de la aldea —respondió, con infinita sencillez. Pero Ayame se había quedado con la boca abierta y la ensaimada terminó por caer de su propia mano.
El Programa de Equipos era una medida impuesta por la Arashikage al que podía apuntarse cualquier genin que se hubiera graduado recientemente en la academia para que le fuera asignado un equipo con otros dos shinobi recién graduados y un profesor, generalmente de rango jonin, para que los instruyera y guiara por la vía ninja. Desde que conocía de su existencia, Ayame no se había planteado en ningún momento apuntarse a algo así. Su experiencia con sus compañeros de clase no había sido del todo... agradable.
¿Y si le tocaba ir con... ellos?
—¡NO! —exclamó, en una efusiva negativa que le arrancó un gesto de sorpresa al rostro de Zetsuo—. ¡No, no, no, no! ¡No puedes decidir algo así por mí! ¡Ya soy una kunoichi hecha y derecha, soy yo la que debe decidir mi vida!
Una oscura sombra cruzó los rasgos de su padre, y Ayame tembló inevitablemente al verlo. Pero no le importó, porque antes prefería cualquier cosa que volver de nuevo al Torreón de la Academia y comprobar quiénes eran sus nuevos compañeros.
—Soy tu padre, y además soy jonin —siseó, peligrosamente—. Y mientras siga siendo así, mientras vivas bajo este techo, harás lo que se te ordene, ¿está claro? Vas a terminarte ese desayuno, vas a prepararte, y vas a ir a la academia ahora mismo. O si no yo mismo me encargaré de arrastrar tu culo hasta allí.
Aún temblorosa por la rabia, Ayame bajó la mirada en un gesto de resignada sumisión. Zetsuo se dio media vuelta, dispuesto a salir de la sala, aunque un último susurro llegó hasta sus oídos.
—Puede que incluso te lleves una sorpresa...
...
Y allí se encontraba media hora después, sentada en el pupitre que había ocupado durante los últimos años junto a la ventana y mirando a través de esta con gesto ausente mientras jugueteaba nerviosamente con sus dedos mientras esperaba a sus compañeros de equipo y a su profesor.
«Odio que me vapulee de esta manera... ¿Quién se ha creído que es» Meditaba, obstinada, pero fue su mente la que respondió a su pregunta retórica: "Tu padre".
Ayame sacudió la cabeza, malhumorada, pero siguió con sus ojos clavados en la lluvia que salpicaba las ventanas del Torreón de la Academia. Desde aquella posición, y debido a la persistente tormenta, no era capaz de ver el resto de la aldea que se extendía bajo sus pies. Pero en aquel momento ni siquiera le importó, estaba más concentrada rogando para sus adentros que sus compañeros de equipo no fueran...
Ellos...
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13/05/2015, 23:44
(Última modificación: 13/05/2015, 23:45 por Amedama Daruu.)
Estaba arrodillado sobre las sábanas de su cama, con el pelo todo alborotado y un rostro que ni un zombie envidiaría. Su mano rozaba a tientas la cuerda de la persiana, pero no alcanzaba a agarrarla con firmeza. Cuando finalmente lo consiguió, estiró y dejó que entrara la poca luz de los días nublados de Amegakure, gimió como un cerdo en un matadero y cayó de espaldas tapándose los ojos, dándose un buen golpe en la cocorota.
—Ay, ay, ay...
Se levantó, rozándose el golpe con una mano y caminando a tientas con la otra en dirección a la puerta de su habitación. Su madre ya había salido a trabajar a la pastelería, lo que indicaba que llegaba tarde. De nuevo. Se afanó por peinarse como pudo, a lavarse los dientes y a equiparse como es debido, y salió de su casa sin pasar por el establecimiento de su madre, todavía con un croissant en la boca.
«Bueno, si me doy prisa, todavía llego con antelación. Quizá no el primero de los tres, pero sí antes que el sensei».
¿Cómo sería su sensei? ¿Sería alto, bajo, gordo, flaco? ¿Tendría bigote? ¿Un enorme bigote de los que se decía que se llevaban en tierras del sur? Nunca había visto a la Uzukage en persona, pero casi se le cae el croissant de la boca al imaginársela con bigote. Un bigote enorme y pelirrojo de Uzumaki.
Y llegó a la academia. Y subió por las escaleras. Y abrió la puerta de clase.
—¡Oy! —Y cayó al suelo de morros tropezándose con el marco de la entrada.
Se levantó frotándose la nariz y se percató de que alguien ya estaba allí. Aotsuki Ayame, la muchacha que había conocido días antes, estaba sentada en el pupitre esperando a su sensei. Sonrió. Al menos, le había tocado alguien que le caía bien.
—El caso es, ¿por qué siempre que nos vemos tengo que pegármela? Normalmente no soy así, ¿eh? —dijo, y tomó asiento al lado de ella—. Menos mal que me ha tocado contigo, y no con esos bestias de clase que no hacen más que meterse con los demás. No habría ganado para puñetazos que repartir.
»Oh, aunque claro, no habría podido ser. No aprobaron el examen.
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17/05/2015, 22:13
(Última modificación: 17/05/2015, 22:22 por Sasaki Reiji.)
—Venga hijo, que tu madre y yo solo queremos que hagas amigos, e igual te hechas novia y todo, eeeeeeeeeeh
Mis padres, por su propia voluntad, habían decidido apuntarme a una especie de grupo de gennins recién graduados que formaban grupos de tres y entrenaban junto a jonin de la villa. Aquello podía ser una tortura, podía tocarme la típica loca enfermiza que me perseguiría por la academia añadiendo un -kun detrás de mi nombre y pidiéndome que le muerda el cuello. Ni de broma.
—¡Papa! Ya vale, yo ya tengo muchos amigos
—Hijo...tengo algo que contarte, es hora de que tu padre te de una charla y te explique una cosa... debí decirte esto hace años, pero tienes que saber, que los arboles no cuentan como amigos
—JA-JA-JA, que gracioso, yo tengo amigos de verdad, esta ... y... mmm y también ... —Nop, no había nadie en la lista —En fin, que tengo amigos y no son arboles
—Pues eso, que tienes que ir, que ya te hemos apuntado, empiezas mañana a primera hora
Me fui a la cama con toda la intención del mundo de no levantarme y no ir. No tenía ganas ninguna de aparecer por aquel lugar y acabar en un grupo de personas en el que evidentemente no iba a encajar. Había muy poca gente con la cual podría llevarme bien. Bueno, corrijo, yo me llevo bien con todos, pero no todos me aceptan tal y como soy, y por eso no me importa, y prefiero, ir por mi cuenta.
Perooooo claro, mi padre no había tenido suficiente. Si había algo que detestara más que levantarme temprano para ir a algún sitio en concreto o hacer algo, era madrugar. Estaba durmiendo plácidamente abrazado a mi almohada cuando escuche la voz de papa llamarme. Evidentemente la ignore. Pero él era un hombre de pocas palabras, y generalmente eran chistes malos, así que no me llamo una segunda vez, simplemente me agarro por el cuello del pijama, y me levanto junto a mi almohada, como si yo no pesara absolutamente nada, y luego me dejo de pie junto al armario, evidentemente para que me arreglara.
Me vestí. No por que quisiera ir, sino porque me amenazo con arrastrarme hasta allí en pijama. Y yo sabía muy bien que sus palabras no eran de broma. Pero aun así no puse nada de mi parte para salir de casa y llegar a la academia. Tampoco tuve que hacerlo, mi padre me agarro del cuello de la gabardina y me arrastro todo el camino hasta la academia. Literalmente.
Llegados al aula en cuestión, me lanzo dentro, también literalmente. Se asomó por la puerta. Era un hombre de pelo negro y largo, como el mío, pero un poco más corto. También tenía barba, muy larga, y con dos trencitas. Estaba extremadamente musculado y tenía unas cuantas cicatrices en los brazos.
—Pásalo bien —Me guiño un ojo, y se fue.
Ni siquiera me levante del suelo. Mire a mis compañeros y les dije
—Mirad el lado positivo, tocáis a mas a pizza
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El sibilante sonido de la puerta corredera deslizándose fue lo que consiguió sacarla de sus apesadumbrados pensamientos y devolverla al mundo real. Giró el rostro, casi con desgana, pero su apatía fue rápidamente sustituida por la sorpresa cuando en el marco de la puerta pudo ver a aquel chico de cabellos dorados como el sol y ropajes rojizos.
—D... ¿Durru-san? —balbuceó, aún estupefacta, pero antes de que pudiera responder tropezó repentinamente con el marco y cayó al aula de morros. Ayame no dudó en reincorporarse y acercarse a él con dos rápidas zancadas—. ¡Hey! ¿Estás bien?
Pero no necesitó de su ayuda para reincorporarse, y aunque se frotaba la nariz con gesto dolorido curvó los labios en una radiante sonrisa al verla. Ayame dejó escapar una risilla.
—Sí, seguro que son meras casualidades... Vas a tener que ir con cuidado, Durru-san.
Pero la sonrisa en sus labios se congeló cuando él mencionó a los matones de la clase. Apartó la mirada, turbada.
—S... sí... menos mal... —volvió a tartamudear, y aquella vez se reajustó la bandana sobre su frente. Por un momento se sintió estúpida de haber sentido aquel miedo. Ella ya sabía que ellos no habían aprobado el examen, ¿por qué había temido entonces que le tocara con alguno de ellos? Pero es que... ¿y si tan sólo uno de ellos sí lo había hecho? ¿Y si era el tercer integrante del equipo? Volvió a removerse, inquieta.
Fue entonces cuando una sombra colosal se plantó frente a la puerta y arrojó un saco oscuro al interior. Ayame, sobresaltada, se hizo a un lado para evitar que cayera sobre ella. El hombre era una masa de músculos en estado puro, con varias cicatrices surcando su piel y rostro enmarcado por una densa cabellera y barba peinada en dos trencitas, ambos oscuros como el alquitrán. El recién llegado lanzó una frase al aire, y después desapareció tan repentinamente como había aparecido.
—¿Qué...?
Ayame se giró hacia el bulto. Pero mayor fue su sorpresa cuando reconoció en él al chico de cabellos negros y ropa más oscura aún con aquellos ojos del color de la sangre...
«El tercer miembro del equipo es el vampiro...» Pensó, y durante un instante sintió un escalofrío.
—¡Oh! ¿Vamos a ir a comer pizza? —exclamó súbitamente, al escuchar su comentario.
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Lo había sospechado desde el principio, pero en cuanto mencionó a los matones de clase, por la reacción que tuvo Ayame, supo enseguida que había sido una de sus víctimas. No era de extrañar: iban a por los débiles, los débiles de espíritu. A por los cobardes, a por los inseguros y a por los demasiado amables. Si uno no plantaba cara y sacaba carácter, acababan aprovechándose de él. Por supuesto, hacía tiempo que Daruu los tenía controlados.
Pero Ayame era demasiado tímida, demasiado chiquilla inocente. Era el blanco perfecto.
Daruu se sentó en el pupitre de al lado, y dio un largo y tendido suspiro.
—Ayame —dijo, muy serio, y al cabo de varios segundos...
»Durru-san es el árbol que bautizamos. Me llamo Daruu. DAAAAA-RUUUUUU —trató de explicar, juntando las dos manos de manera cómica.
BUM. Otro golpe, en el suelo. Se dio la vuelta.
«Oh, Dios mío». Acababan de lanzar —literalmente— a Kurozuka Reiji dentro de clase. Y quien parecía ser su padre parecía sacado de una leyenda de las tierras del norte: corpulento, lleno de cicatrices, con una frondosa barba trenzada.
Sin levantarse del suelo, Reiji les observó cuando su padre abandonó la sala, y les dijo que mirando el lado bueno, tocaba a más pizza para Daruu y Ayame.
Daruu no pudo evitar soltar una carcajada, y relajarse en la silla.
—Bueeeno, bueno, bueno... ¡Ya conocía a mis dos compañeros, y me parece muy bien que seáis vosotros! Ya pensaba que me iba a tocar con algún lumpen.
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En otro lugar...
El padre de Reiji se había largado inmediatamente y con prisa hacia su casa. Después de mucho esfuerzo había logrado que su hijo les dejaras solos al menos durante un rato, y tenia que aprovecharlo. Así que sin dudarlo se transformo en pájaro y voló a toda velocidad a su casa.
—Cariñooooo, ya estoy en casaaaaaa! — Anuncio nada mas cerrar la puerta de su hogar.
La madre de reiji, tan siniestra como él, apareció en el portal vestida con un sencillo camisón de color negro y con un delantal blanco por encima. Estaba realizando las tareas de la casa. Su marido, sin dudarlo un segundo, la abordo agarrándola por la cintura y la atrajo hacia si.
—Por fin estamos solos, ya podemos hacer eso —Dijo en un tono de voz muy sugerente.
—El almuerzo —Contesto ella, sonriente.
—¿Que? — Contesto el hombre, sin saber que estaba pasando.
—Tu hijo se ha dejado el almuerzo —Dijo poniendo una pequeña neverita entre ella y él.
—Oh, venga vamos, con lo que me ha costado que se fuera de casa... no pasa nada por que no almuerce... — El hombre intento librarse de su nueva tarea, pero la mirada de su mujer, le dijo sin que ella pronunciara palabra alguna, que tendria que cumplirla —Esta bien... Esta bien, se lo llevare
—Gracias —Su mujer le sonrió, le dio un beso, y se marcho a seguir con las tareas del hogar.
—Maldito crío...seguro que lo ha hecho a propósito — se quejo el hombre, en voz baja, tras salir de casa.
En el aula de la academia...
—Lo siento, pero no habrá pizza, creo, no al menos para mi
Dije mientras me levantaba del suelo, con un poco de pereza, y me limpiaba la ropa mientras me dirigía a mi pupitre, al lado de Daruu. Realmente en esa situación parecíamos el día y la noche. Uno tan radiante como el sol y el otro tan oscuro como una noche sin estrellas. Puse mis pies sobre el pupitre y tire mi respaldo hacia atras. Solo me faltaban unas gafas de sol.
—A mi no me apetecía mucho venir, pero mi padre ha insistido un poco y me ha convencido
Bromee. Aquello no era insistencia, ni mucho menos persuasión. Era pura fuerza bruta. Recordando la pizza, que no me podía comer, me entro un poco de hambre, y tire a coger una de las bolsitas de sangre que siempre solía llevar encima. Entonces recordé que mi padre me había sacado a rastras y que no había ido a la cocina a cogerlas.
—NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO! — Dramatice la situación mientras me caía estrepitosamente de la silla —No tengo comida, morire —Exagere mientras me tiraba del pelo en el suelo de forma dramatica
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«Durru. Daruu es el árbol que bautizamos en el lago. Tengo que recordarlo.» Se sepitió a sí misma, con una sonrisa nerviosa, cuando Daruu la corrigió de nuevo acerca de su nombre.
Había estado a punto de disculparse de nuevo, cuando aquel monstruoso hombre hizo acto de aparición en la clase y arrojó a Reiji al interior sin ningún tipo de delicadeza. Lo único que le dio tiempo a Ayame, fue a preguntarse quién demonios podría ser, antes de que desapareciera de escena tan rápido como había aparecido. Por eso se limitó a intervenir con una nueva pregunta en respuesta al comentario del recién llegado, pero parecía que élno estaba por la labor de ir a comer pizza. La muchacha torció el gesto, contrariada.
—¡Jo! Entonces, ¿por qué lo has sugerido? —preguntó, con un ligero mohín de decepción.
Daruu soltó una carcajada en respuesta, y algo se removió en el interior de Ayame cuando expresó su alegría de que ellos fueran sus compañeros de equipo.
—Yo... yo... —comenzó a decir, pero el chico vampiro la interrumpió al admitir que en realidad él no había estado muy interesado en aquello de los equipos. Ayame le miró de reojo, al recordar el enfrentamiento que había tenido con su padre aquella misma mañana, y enrojeció ligeramente, avergonzada de haberse mostrado tan negativa ante las expectativas que le suponía todo aquello. Apartó la mirada, y un repentino estremecimiento recorrió su cuerpo. La temperatura parecía haber bajado de repente varios grados. ¿Se habría estropeado la calefacción?
Sus pensamientos se vieron frustrados con un repentino alarido. Ayame se giró, alarmada, lo justo para ver a Reiji tirado en el suelo, estirándose de los pelos y gritando dramáticamente que se iba a morir de hambre.
—R... ¿Reiji-san...? —comenzó a decir...
Pero una voz tras su espalda la congeló momentáneamente...
—¿Qué es todo este escándalo?
En el marco de la puerta había vuelto a aparecer una nueva figura que contrastaba completamente con la del hombre que había traído a Reiji. Era un joven alto y delgado, de músculos apenas marcados en su cuerpo, y que resplandecía enteramente por su color blanco. Llevaba ropajes cómodos y vestía completamente de blanco. Níveos eran también los cabellos que revolvía con una de sus manos, y blanca como la leche la tez de su rostro. Sus ojos de escarcha contemplaban la escena que se estaba desarrollando en el interior del aula, pero ningún tipo de expresión asomaba a su rostro completamente marmóreo. El único rastro de color que podrían apreciar los tres alumnos correspondía al tatuaje negro con forma de lágrimas que descendía por su párpado inferior izquierdo hacia su mejilla y a la bufanda azul que llevaba anudada en torno al cuello y caía tras su espalda, y en la que exhibía orgulloso la placa que le identificaba como shinobi de la aldea.
«No puede ser... no puede ser...» Boquiabierta como estaba, Ayame se vio incapaz de formular palabra alguna. Se había echado a temblar, y no podría asegurar si se debía al frío que repentinamente sentía o...
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Daruu se recostó hacia atrás en la silla, y al cabo de unos segundos se percató de golpe que estaba empezando a hacer frío en la sala. Se reincorporó en el asiento y se inclinó hacia adelante, frotándose las manos.
«¿Pero qué me estás contando? No suelo tener frío en esta época del año, ¿está la ventana abierta?», meditó, mientras Reiji gritaba como un descosido porque se le había olvidado, al parecer, el almuerzo, y Ayame se interesaba por él, preocupada. «Esta sensación, es casi como si... No, no puede ser. No puede ser ver...»
La verdad que no podía ser, pero que pudo ser, apareció por el marco de la puerta, e iba vestida de blanco.
Siempre que Aotsuki Kori, el hermano de Ayame, visitaba la pastelería de su madre para comprar una bolsa grande de bollitos de vainilla y canela —una especialidad de Kiroe—, les invadía un frío glacial. Esta temperatura parecía emanar del propio Kori, que casi era un reflejo de sus particulares habilidades. Todo de blanco, de piel pálida, y de pelo también del color de la nieve. Sus ojos eran azul claro, como también la bufanda que siempre llevaba al cuello. Lo único oscuro en él era el tatuaje negro en forma de lágrima que caía desde su ojo izquierdo.
Daruu se levantó de golpe, señalándolo.
—KO, KO, KO, KO —Parecía una gallina—. ¿¡KORI-SAN!? ¿¡Vas a ser nuestro profesor!?
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—Oh no, estoy empeorando, se me hiela la sangre!
Y vaya que si se me congelaba, la temperatura del aula había comenzado a disminuir, pero estaba tan preocupado por mi salud física y mi comida, que en aquellos momentos pensé que yo era el único que se estaba helando. Aun así pude ver al chico que acababa de entrar por la puerta y que, por sus reacciones, mis compañeros parecían conocer. Yo desde luego no sabia nada de esa persona.
Era blanco, como la nieve, y en ese aspecto contrastaba completamente conmigo. Iba vestido completamente de blanco, y su pelo también era blanco, incluso su piel era tan pálida que parecía blanca. Ademas sus ojos eran del color del hielo. Bien pensado podría ser el quien provocaba el frió, pero claro, en aquel momento solo pensaba que era cosa mía y de mi necesidad por la sangre.
—¿Kori-san, verdad? — me acerque frente a el a preguntarle, lo que hacia que el contraste se notara todavía mas —¿Vas a ser nuestro sensei, verdad? necesito sangre, me muero, ya estoy notando el frío y todo ¿No tendrás sangre por casualidad, verdad?
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No era la única que había comenzado a sentir aquel repentino frío glacial. Cerca de ella, Daruu se frotaba las manos y Reiji aumentó de volumen sus desesperados gritos, exclamando ahora que se le estaba congelando la sangre del frío que hacía. Pero Ayame comprendió demasiado tarde que aquel cúmulo de casualidades no eran fruto de los hados.
Cuando se volvió hacia la puerta, ella misma se sintió congelarse al verse cara a cara con aquella silueta albina que tan bien conocía.
«Kōri... No puede ser...» Boquiabierta de la impresión, Ayame ni siquiera se atrevió a formular una sola palabra. Tiempo atrás habría acudido hasta él radiante de alegría, le habría saludado con una sonrisa de oreja a oreja, incluso se había mostrado de lo más feliz al ver que la persona con la que se había criado y con la que había entrenado innumerables ocasiones se había terminado convirtiendo en su mentor. Pero ese tiempo había pasado. La relación entre los dos hermanos, irónicamente, se había enfriado terriblemente durante el paso de la kunoichi por la academia cuando empezó a guardar secretos a su propia familia. Ahora sólo quería mantenerse en un perfil bajo, y por esa misma razón se acababa de proponer no revelar que Kōri era su hermano mayor hasta que no fuera estrictamente necesario.
Porque, ¿qué daño hacía un secreto más en la colección?
Sin embargo, no había contado con el hecho de que Daruu sí parecía conocerle, y cuando se levantó de golpe cacareando como una gallina y tan sorprendido como ella misma, la muchacha se removió con cierta incomodidad y se ajustó con manos temblorosas la bandana sobre la frente. No fue consciente de que el albino le había dirigido una larga mirada con aquellos ojos completamente inexpresivos hasta que Reiji se acercó a él.
Y además de preguntarle algo tan evidente que Ayame aún se resistía a aceptar: si iba a ser su profesor; le pidió además...
Sangre.
«No te atreverás a morderle...» Ayame tensó todos los músculos del cuerpo de manera inconsciente, con sus ojos almendrados clavados en su compañero de equipo. El vampiro ya le había afirmado en su último encuentro que él no mordía a nadie, que simplemente se limitaba a beberla directamente, pero la muchacha no terminaba de fiarse del todo.
Sin embargo, Kōri ni siquiera pareció inmutarse ante la pregunta.
—Tengo sangre, como cualquier ser vivo, pero ni una sola gota será para ti —alegó, mirándole largamente con sus inescrutables ojos cristalinos. Se apartó del marco de la puerta y con tres largos pasos se situó sobre la tarima y dejó tres carpetas sobre la mesa—. Pero sí. Mi nombre es Aotsuki Kōri, y desde hoy seré vuestro sensei...
«Has tenido que decir el apellido...» Ayame se encogió sobre sí misma, con un débil gemido lastimero.
—Mi deber, como vuestro profesor, será instruiros durante todo este tiempo y acompañaros durante las misiones que realicemos en equipo. Me encargaré personalmente de pulir vuestras habilidades y probaros, ejerceré como vuestro tutor personal; pero tened en cuenta que no aceptaré ningún acto de insubordinación. Como genin recién graduados que sois, me debéis completa obediencia, y no perdonaré ninguna rebeldía. ¿Tenéis algo que decir al respecto?
Ayame se mordió el labio inferior, pero terminó por asentir. Fue entonces consciente de que seguía plantada en mitad del aula, de pie, y aún a regañadientes se sentó en el pupitre más cercano que encontró sin apartar la mirada de Kōri.
Aotsuki Kōri... Su hermano mayor... Ahora su profesor... ¿Qué clase de cruel broma era aquella?
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(Última modificación: 27/05/2015, 12:02 por Amedama Daruu.)
Supongo que entenderéis qué hubiera pensado una persona normal si se acercase hacia ella un chico con pintas de vampiro, todo de negro, y os preguntase que si le podíais dar un poco de sangre, ¿no? Pues Reiji no dudó ni un instante en hacerlo. Aunque, como todo en él, la respuesta de Kori fue serena, fría. Respondió que como cualquier ser vivo tenía sangre, pero que ni una gota sería para él.
«Del sanguijuela pasamos al cubito de hielo. La genética es extraña. Este tío tiene que tener sangre, pero tiene que estar congelada del todo», pensó Daruu, mientras miraba de reojo a Ayame.
—¿Qué hace tu hermano aquí? ¿Quiere ser nuestro profesor, o qué...? —le susurró a la muchacha, lleno de curiosidad contenida. Al ser el hermano de Ayame, podía haber venido perfectamente a cualquier otra cosa relacionada con ella. Como había aparecido también el padre de Reiji. Ni siquiera se molestó en explicar de qué conocía a su hermano, porque lo había dicho antes de que Kori mismo pronunciase su apellido. Probablemente conociera la Pastelería de Kiroe-chan, donde trabajaba su madre y donde Kori pasaba algunas tardes. Pero su madre tenía el pelo negro y su apellido era distinto, ¿quién la habría relacionado con aquél muchacho rubio?
Se preguntó por qué no veía mucho a Ayame por la pastelería. Quizás no había probado nunca un dulce de ahí, o quizás no le gustaran los dulces. Aunque probablemente tendría que ver con el secretismo con el que Kori se llevaba los bollitos a su casa, que estaba en el mismo edificio que la de Daruu. Solo que la de Daruu estaba en el primer piso y se entraba desde la propia pastelería.
Recordó un detalle gracioso y dejó escapar una risilla mientras Reiji seguía agonizando por un poco de sangre. Debido al frío que despedía Kori, su madre se había visto obligada a comprar un calefactor para el local. Cada vez que entraba por la puerta, lo encendía para que los clientes no se fueran de la cafetería por el frío.
Efectivamente, Kori les confirmó que a partir de ahora sería su sensei. Dejó bien claro que no aceptaría insubordinaciones con su frialdad de siempre, pero en el fondo, Daruu sabía que era un muchacho tranquilo y amable, aunque su rostro dijese lo contrario en la mayoría de ocasiones. Una vez, incluso juraría haberle visto sonreír hablando con Kiroe.
Daruu levantó la mano para hacer una pregunta, y claro, no podía haber sido ninguna otra.
—Kori-san... eh... esto, Kori-sensei —dijo—. ¿Por qué emites frío? Llevo muchos años preguntándomelo.
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—No, no, no —Replique sin pensarlo cuando dijo que no me daría su sangre —No te he preguntado por tu sangre, pensaba que siendo nuestro sensei estarias informado sobre mis condiciones medicas, y llevarías encima alguna bolsita de sangre por si me daba un yu yu
Pero mientras Kori hablaba una enorme sombra se levanto a su espalda. Una persona que era dos veces mas grande que Kori había aparecido por el marco de la puerta. Si, mi padre otra vez, justo a tiempo para salvarme la vida. O tal vez para molestarme otra vez.
—Disculpa chaval —Dijo mientras apartaba a Kori a un lado y se plantaba frente a Reiji —Te has dejado la comida en casa... —dijo entregándole una neverita a Reiji —Toma y deja de molestar a tu profesor, idiota
—Pero que dices, me has arrastrado fuera, no me ha dado tiempo a cogerla, es tu culpa
—YO?! —Exclamó con una falsa sorpresa —Como puedes decir eso de tu padre? yo solo te he acompañado hasta el cole por que decías que te hacia ilusión, como en los viejos tiempos, cuando eras chiquitin
—Papa! —Exclame avergonzado por su falsa afirmación— Anda, vete a casa, por favor, estas molestando a Kori-sensei... —Dije mientras intentaba empujar sin éxito a mi padre fuera del aula.
—Bueno... —Dijo ignorando a su propio hijo —Mucha suerte chavalote —Le dio una fuerte palmada en la espalda a kori como despedida —Te va a hacer falta para aguantarle...
No sabia si prefería que me tragara la tierra o que me partiera un rayo. El caso es que en ese momento ignore por completo ese sentimiento y abrace la neverita que llevaba mis reservas de sangre diarias. Ignore por completo como mi padre desaparecía por el marco de la puerta tal como haba llegado y me senté en el pupitre en el que estaba antes. Ya había dado bastante el espectáculo por culpa del barbudo de papa y ahora tocaba comer.
Sin prestar atención a nada mas, abrí la neverita, extraje una bolsa de aquel delicioso liquido carmesí y empece a beber tranquilamente para aliviar a mi cuerpo.
Nivel: 32
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Ayame palideció, más si cabía, cuando Daruu le preguntó la razón por la que su hermano se encontraba allí. Estaba claramente sorprendida ante el hecho de que su compañero parecía conocerle de antes. Pero, aunque no se atrevió a responder, la expresión de su rostro debía estar hablando por ella. En un principio había albergado esperanzas de que Kōri hubiera acudido allí porque se le hubiese olvidado algo, o cualquier cosa similar, pero algo dentro de ella sabía muy bien que no era así...
Kōri había estado a punto de decidirse a entrar en el aula cuando alguien volvió a entrar en escena. El colosal hombre de la barba trenzada que había arrojado a Reiji al interior de la clase como un vulgar saco de papatas había vuelto, y Ayame se quedó boquiabierta al comprobar que, a su lado, el Kōri no parecía más que un chiquillo desvalido. Le apartó a un lado, y el jonin le dirigió una gélida mirada caente de expresión cuando le puso la mano encima.
«Entonces era su padre... No se parecen en nada» Pensaba Ayame, aún anonadada. De hecho, si lo pensaba cuidadosamente, aquel hombre debía de ser dos veces su propio padre. Y a la muchacha le costaba un soberano esfuerzo imaginar que alguien tan imponente como era Zetsuo quedaría reducido de manera ridícula si se encontraba junto a aquella mole que se alzaba ante ellos.
Tras una breve conversación entre padre e hijo, el hombre se dio media vuelta tras haber traído el supuesto almuerzo de Reiji. Un almuerzo del que Ayame tenía una muy clara idea de qué podía tratarse, y se le revolvió el estómago de solo pensarlo. No le pasó desapercibido el destello irritado que cruzó los ojos de su hermano cuando el hombre se despidió con una fuerte palmada en la espalda, pero aquella expresión fue tan fugaz que cualquier otro que lo hubiera visto se preguntaría si no lo habría imaginado. No ella, por supuesto, porque conviviendo tantos años con alguien como él se había acostumbrado a leer sus efímeros gestos.
—En fin... —ya liberado de la súbita interrupción, Kōri se adentró en el aula y subió a la tarima para presentarse oficialmente, para horror de Ayame, como el tutor del equipo.
Ayame asistía como en un sueño a aquella surrealista escena. Cerca de ella, Reiji se abrazaba a su neverita y, como si nada, no tardó en sacar una de aquellas bolsas de sangre para beber de ella con la avidez de alguien que no hubiese comido en un mes por lo menos. Daruu, por su parte, alzó la mano para pedir la palabra.
«Buena pregunta. Pero...» Se sonrió para sí.
—Un shinobi no debe revelar sus secretos, Daruu-kun —respondió Kōri, imperturbable como un muro de hielo—. Es tarea vuestra el obtener información sobre vuestros contrincantes, para eso os hicisteis ninja. Aunque, si terminamos formando equipo, puede que lo sepáis más pronto que tarde.
La clase había comenzado, desde luego.
—¿"Si terminamos formando equipo"? ¿Qué has querido decir, Kōri...-sensei?
Le era demasiado difícil pronunciar su nombre con aquel sufijo. Demasiado. Y cuando Kōri posó su mirada sobre ella, la muchacha se estremeció ligeramente sin saber por qué.
—Os lo explicaré después. Primero, quiero que nos presentemos. Nombre, qué os impulsó a convertiros en shinobi, qué es lo que más teméis, cuáles son vuestras ambiciones de futuro... Ese tipo de cosas.
»¿Quién se ofrece voluntario para comenzar?
Ayame cerró la boca instantáneamente, y agachó la cabeza como tantas veces había hecho durante las clases en la Academia y el profesor lanzaba una pregunta al aire para que alguien la respondiera.
Nivel: 34
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28/05/2015, 23:34
(Última modificación: 28/05/2015, 23:34 por Amedama Daruu.)
Si el aspecto de Reiji daba miedo, el comportamiento de su padre lo anulaba por completo. Tras un lamentable espectáculo en la puerta, se había despedido de Kori con una fuerte palmada, tan fuerte que Daruu pensó que lo arrojaría al suelo. Pero Kori, el Hielo, como así lo llamaban en muchas ocasiones, era inamovible como un iceberg.
"Un shinobi no debe revelar sus secretos". La respuesta no dejaba lugar a dudas: era un secreto que le convenía mantener, lo cual significaba que como mínimo, si era algo con lo que había nacido, era muy consciente de ello y sabía cómo controlarlo. Pero Daruu creía que aquello era una habilidad que él mismo había desarrollado. Lo que no entendía era por qué lo tenía activo a todas horas.
«Quizás para intimidar más de lo que ya lo hace. La presencia es importante», se sugirió mentalmente.
Por lo visto, la formación de aquél equipo estaba sujeta a ciertas condiciones. «Qué más me da, yo ya tengo mi bandana. Si no me aceptan en el equipo, me las apañaré yo solo, como siempre... Además, seguro que mamá me echa un cable».
Kori continuó la instrucción con la puesta en marcha de una ronda de presentaciones. Quería su nombre, qué les impulsó a convertirse en ninja, qué es lo que más temían, y cuáles eran sus ambiciones de futuro.
Pero era un shinobi, ¿no? Era obvio que no iba a revelar todos los detalles. Levantó la mano.
—Me llamo Hanaiko Daruu. Me metí a ninja porque alguien tiene que hacerlo, literalmente. Me gusta el Ninjutsu, me gusta combatir y la tradición se lleva en la familia... Mi pasión es la cocina, pero puedo practicarla igual como hobby. Esto da más dinero y es algo de lo que sentirse orgulloso. Ya sabéis, defender a los tuyos, y eso —explicó—. No es que les tema muy fuerte, pero... no me gustan los bichos. Son asquerosos —no mentiría, pero tampoco diría toda la verdad. Así es como le colaba los engaños a su madre cuando quería saltarse una comida, normalmente porque tocaba pescado—. Las enfermedades me incomodan, es un tema que me da respeto. Ambiciones... No sé. Prefiero centrarme en metas a corto plazo. De momento, convertirme en chunin.
«Y averiguar qué tiene que enseñarme Ichigo-sensei».
Y conseguir elaborar la mejor masa de pizza del mundo, claro. Pero nunca contaba esas cosas.
Nivel: 17
Exp: 144 puntos
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La verdad es que no tenia ni una pequeña pizca de interés en por que Kori, el que seria nuestro profesor, emitía frío. Simplemente supuse que seria genética. Los caprichos de la genética no tenían limites, yo era un claro ejemplo de todo aquello. Un ser humano, o un vampiro si alguien lo prefiere así, que tenia mas sangre en su cuerpo que el resto, prácticamente estaba hecho de sangre y mi cuerpo no soportaba otro tipo de alimento que aquel dulce y delicioso liquido carmesí.
Aunque parecía ausente mientras me alimentaba, y parecía que ignoraba al mundo que me rodeaba, la verdad es que estuve completamente atento a la presentación de mi compañero. Era un chico normal y corriente, como yo. Mas o menos. Era ninja por que adoraba las artes ninjas y los combates. No le gustaban los bichos ni las enfermedades, y su aspiración era ascender como ninja. En realidad dijo que quería ser chunnin, pero yo imagine que después querría seguir ascendiendo.
Como Ayame parecía no querer responder, y la verdad pocas veces la había visto alzar la mano en clase para responder, sin ni siquiera preguntarle tome el segundo turno para mi. Cuanto antes me quitara las formalidades de encima, mejor.
— Yo soy Kurozuka Reiji, y la gente dice que soy un vampiro, así que supongo que lo seré, pero la verdad es que soy un chico la mar de normal y corriente, me gustan los cómics y los animales, mi animal favorito no es el murciélago, siento decepcionaros, pero son los cuervos — Hice una pausa para darle un trago a la sangre —La verdad es que mi padre me convenció para entrar a la academia con su esplendida dialéctica y sus dotes para el dialogo —Lo que en realidad se traduce con que utilizo su fuerza bruta para arrastrarme, tal y como había pasado hoy —Y bueno, al final le cogí el gustillo a esto de ser shinobi, pero mis habilidades ya hablaran por mi — Y es que si todos en aquella aula guardaban secretos bajos la manga, yo lo tenia tatuado en mi espalda, y bien grande, pero también estaba escondido —La verdad es que lo que mas me asusta es perder la cabeza por falta de alimento, atacar a otros seres humanos y convertirme en el monstruo que todos dicen que soy —Mas que un miedo, era una certeza, la desesperación y la falta de alimento podrían llevarlo a la locura, convertirlo en un animal salvaje que caza lo primero que pilla —Por ultimo, aspiro a entrar en el escuadrón de ANBU, así como mi madre
Terminadas las formalidades, y guardando algunos pequeños secretos que podían utilizar algún día en mi contra como el miedo a las serpientes, me senté a disfrutar de nuevo de mi dulce zumo de tomate humano.
Inevitablemente, y a menos que pasara algo extraño, ahora era el turno de Ayame.
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