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15/09/2016, 23:10
(Última modificación: 15/09/2016, 23:14 por Uchiha Akame.)
Con un bufido de alivio, Akame se desembozó por completo; primero se abrió la capa, que había llevado cerrada hasta la boca, y luego se quitó la capucha. «Por todos los Dioses de Oonindo, esta condenada lluvia es insoportable», y menos para un chico del País del Viento como él, que lo más cercano que había estado de ver líquido cayendo del cielo era cuando alguna vecina vaciaba el orinal por la ventana. Por suerte había leído sobre el País de la Lluvia y su apropiado clima, por lo que se había agenciado aquella gruesa capa de viaje de color marrón. Sin embargo, nunca había esperado que llegara a calarse de tal forma. Por haber subestimado al Dios de la Lluvia, ahora tenía que cargar sobre sus hombros con aquella prenda de tela que pesaba como si estuviese hecha de piedra.
Sin reparo se deshizo de la capa, empapada, y la dejó sobre uno de los asientos del vagón. Había subido al primero que había podido, harto como estaba de esperar bajo la lluvia. Por fortuna, aquel habitáculo repleto de asientos y ventanales no estaba muy concurrido, por lo que el Uchiha simplemente se sentó junto a su empapada capa y apoyó los pies en el de enfrente. Echó la cabeza hacia atrás, con un suspiro de alivio, mientras escuchaba el repiqueteo de la lluvia en el cristal.
— Al fin, a salvo...
De repente, un sonido interrumpió su pequeño descanso. Acababa de entrar en el vagón un personaje de lo más misterioso; llevaba una capa como la suya, aunque negra y exageradamente desproporcionada para su pequeño cuerpo. El tipo andaba encorvado, como escondiéndose de alguien —o de algo—, y sus ojos oscuros y saltones no paraban quietos ni un segundo. Akame lo observó con evidente curiosidad.
— ¿Necesita ayuda?
A sus palabras el hombrecillo respondió dedicándole una rápida mirada y nada más. Nervioso, se colocó en los asientos más alejados del Uchiha, sin dejar de apretar su mano zurda contra el pecho. Akame no le quitó la vista de encima hasta que su menuda figura se perdió entre la fila de asientos de delante
«El País de la Lluvia está lleno de gente extraña... Supongo que será cosa del clima».
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17/09/2016, 05:01
(Última modificación: 17/09/2016, 05:03 por Hanamura Kazuma.)
Observó cómo se encendía aquella luz que le prevenía de la proximidad del tren. Las personas de su alrededor la miraban con atención, esperando que cambiase al siguiente color para comenzar a moverse. El joven de ojos grises se permitió ser un poco más escéptico, pues al asomarse por el borde de la plataforma y mirar a lo lejos como los carriles se perdían en la noche, no logro distinguir señal alguna del expreso que estaba esperando.
«Está haciendo un poco de frío... y mucho viento.», pensó mientras se frotaba las manos enguantadas.
Llovía con fuerza y el vendaval arreciaba constantemente en medio de la parcial oscuridad. Para un extranjero como él, aquello parecía una gran tormenta, pero en realidad era el clima habitual en la ciudad de Shinogi-To. Había tenido la precaución de comprar un paraguas y ropa adecuada, pero resultaba esperar demasiado el que le mantuviesen seco indefinidamente. Se cubría tanto como podía, pero el techo del andén poco podía hacer contra una lluvia que por momentos golpeada de manera casi vertical.
«Creo que el tren se va a retrasar…», concluyo mientras extraía su reloj, una hermosa pieza de acero negro con filigrana y componentes de oro bruñido. Presiono un botón y la cubierta se levantó, mostrando como aquel trió de agujas doradas mostraban la hora con absoluta precisión. «Cinco minutos para la media noche.», se dijo mientras las gotas de agua, imbuidas con la poca luz existente, chocaban contra el cristal del refinado artefacto.
Paso unos minutos sumido en sus pensamientos, medio hipnotizado por el arrítmico y constante aullar de la tempestad. Estaba a punto de volver a recurrir a su mecanismo de tiempo, para confirmar que se había pasado la hora de llegada, pero una serie de sonidos nacidos de la lejana oscuridad le detuvieron. Lo primero fue el inconfundible silbato de un locomotora, un sonido lo suficientemente poderoso como para imponerse a los truenos y al resto de la borrasca. Lo segundo fue una luz lejana, una llama tenue y difusa que iba aumentando en intensidad mientras aquella máquina avanzaba. Finalmente, estuvo el vibrar de las vías a medida que el descomunal peso se desplazaba sobre ellas.
El tren se detuvo frente al Ishimura a los pocos segundos, seguido por una abundante estela de vapor cálido, creado por la infernal temperatura a la que debía de trabajar la caldera. Por pura curiosidad se fijó en la hora—. Las doce en punto, justo a tiempo.
Observó su reflejo en una de las ventanas empapadas, y se tomó un segundo para acomodar sus ropajes; Una larga gabardina del color del vino tinto, a juego con un sombrero tipo fedora y una gruesa bufanda color beige. Resultaban darle un aspecto un tanto… taciturno y elegante.
—Kombanwa —dijo a nadie en particular mientras entraba en el vagón más cercano. Cerró su paraguas y continuó en silencio.
Se encaminó hacia un asiento en el extremo más cercano, el que lucía más cálido. No se fijó en ningún detalle, además de que el vagón yacía bastante desocupado. Se dejó caer en el asiento sin siquiera quitarse la gabardina.
Se disponía a cerrar los ojos, pero antes echó un último vistazo por sobre las butacas. Lo único que logro captar su atención fue un sujeto que yacía de pie y que lucía bastante inquietó. «Quizás es la primera vez que monta en tren y está nervioso… Es algo normal…», fue lo último que pensó antes de disponerse a repasar lo que había hecho y lo que faltaba por hacer.
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La noche abrazaba con su negro manto aquella ciudad conocida como Shinogi-To. Una alta figura ataviada con capa negra y un kasa correteaba por el sitio, salpicando por todas partes al pasar sobre los charcos sin importarle nada.
"¡Rápido, rápido, rápido!"
En esta ocasión el genin de Taki se había quedado dormido en el hostal sin acordarse siquiera de que el tren partiría esa misma noche. Para cuando despertó se dió cuenta que sólo tenía veinte minutos para llegar, pero aún así trataría de tomar ese tren, ya había perdido uno el día anterior y no tenía ganas de permanecer más tiempo en el País de la Tormenta. Llevaba ya una buena temporada ahí, tras su viaje a Coladragón el Takanashi se quedó algún tiempo en Shinogi-To meditando sobre sus planes a futuro. Las relaciones con el Hakaze-kai no habían cambiado en nada, su familia seguía dependiendo de ellos para conseguir materia prima.
"No sé si regresar a Takigakure o irme directo a Los Herreros, pero ya pensaré en eso cuando esté en el tren. Si es que llego a tiempo"
Justo al filo de la media noche pudo llegar a la estación, corrió a toda velocidad y casi se resbala en el andén debido a la humedad. No importaba cuanto tiempo hubiera pasado ahí, nunca se logró acostumbrar a la lluvia del sitio.
Entró en el último segundo cuando las puertas estaban por cerrarse, apoyó sus manos en sus rodillas mientras jadeaba al tratar de recuperar el aliento. Una vez estando aliviado procedió a avanzar para buscar el vagón menos ocupado, es muy quisquilloso con eso de andar entre multitudes.
Entró a un vagón donde sólo habían tres personas, pasó la vista por el lugar sin prestar atención directamente a nadie, pero tras otear un par de segundos el sitió rápidamente regresó la mirada para volver a observar a cierta persona.
"¿Será posible?"
Una vez más el hado le regalaba una casualidad, esbozó una sonrisa aunque la tela de la capa que cubría su rostro no dejaba verla y avanzó entre los asientos.
—Hey— Contrario a su habitual actitud refinada el Takanashi se permitió saludar de manera coloquial —¿El asiento está libre?— Preguntó alegremente a cierto peliblanco que conocía.
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El tren se puso en marcha, y los gigantescos engranajes de acero empezaron a girar lentamente primero, más rápido después, empujando aquella mole de toneladas de peso por los nuevos raíles que cruzaban todo el País, de Noroeste a Sureste. Desde Shinogi-To, la gran urbe de la Lluvia, hasta Yachi, un pequeño pueblecito fronterizo muy famoso por sus calabazas. Justamente allí, Akame haría el transbordo para seguir en dirección a Takigakure. «Esta infraestructura es increíble, hace tan sólo un par de años hubiera sido imposible cruzar todo el País de la Lluvia en sólo una noche». Seis horas duraba el trayecto, si no recordaba mal, lo suficiente para echar una cabezadita...
Apoyó la cabeza en el cristal, frío por la lluvia que repiqueteaba, incansable, fuera, y cerrando los ojos trató de dormirse. No lo consiguió. Se revolvió en el asiento, cambió varias veces de postura, pero no sirvió de nada. Era una sensación extraña la que le mantenía en vela, como cuando alguien te espía desde una esquina y sientes un picor en la nuca. Resignado, el Uchiha se incorporó y decidió distraerse observando a sus compañeros de vagón.
«A ver, por ahí está ese tipo tan raro, el de los ojos saltones y la capa que le queda grande... Ah, qué sombrero tan raro lleva ese otro. Me gusta. Y, a ver...», se levantó ligeramente para alcanzar con la vista a una tercera persona, alguien que se había acercado al chico del sombrero para preguntarle algo. Akame afinó la vista, y creyó intuir entre los ropajes del muchacho una bandana con el símbolo de Takigakure. «¡Vaya! Estoy de suerte, un camarada de la Cascada, seguro que con su compañía este viaje será mucho menos tedioso». Y, ni corto ni perezoso, se levantó y fue hasta donde estaban los dos shinobis, varios asientos más allá.
—¡Por las cejas de Yubiwa! —exclamó, era un latiguillo muy característico de los aldeanos de Taki que él encontraba particularmente gracioso—. De verdad que es una feliz casualidad encontrarse a un camarada tan lejos de casa. ¡Buenas noches, shinobi-kun! Uchiha Akame, un gusto.
Saludó, alegre, tendiéndole la mano diestra al muchacho. Era alto y elegante, y debía tener por lo menos tres o cuatro años más que él. «Quizá sea un chuunin», aventuró el Uchiha. En cualquier caso, Akame llevaba su bandana bien visible, en el cinturón, y esperaba ser reconocido por ello. También acabó dirigiéndose al tipo del sombrero, por no querer que lo tomasen por descortés.
—Buenas noches para tí también —dijo, y poco después también le ofrecería la mano.
En su asiento, justo detrás de ellos, el hombre de la capa se revolvía con renovada inquietud. Miraba constantemente a las puertas del vagón, tanto la delantera como la trasera, y luego por la ventana, a la impenetrable oscuridad de las llanuras. Apretaba, sin soltar ni por un momento, aquella misteriosa bolsita de cuero contra su regazo, sujetándola ahora con ambas manos.
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20/09/2016, 00:27
(Última modificación: 20/09/2016, 20:44 por Hanamura Kazuma.)
Fue realmente breve y poco usual, pero, por un instante pudo conciliar el sueño en aquel cálido y solitario rincón de un tren que comenzaba a moverse.
—No se debe de ir a dormir cuando se tiene puesta ropa mojada —le había dicho Naomi en varias ocasiones.
El recuerdo de aquella frase se encendió de manera brillante y cegadora en su mente. Por un instante se vio tentado a apagar aquella vela de prudencia y seguir durmiendo, pero la culpa por ignorar las buenas intenciones de su guardiana no le permitirían alcanzar el sosiego.
—Hey—La voz lo alcanzó justo cuando estaba por levantarse —¿El asiento está libre?
Ya estando casi seguro de a quién pertenecía aquella dicción, Kazuma levantó sutilmente el ala de su sombrero y sus grises ojos se encontraron con unos iris dispares que sólo podían pertenecer a uno de sus amigos más cercanos.
—Es agradable verte de nuevo... Tatsuya —dijo con una sonrisa—. Adelante, siéntate y conversemos un rato.
—¡Por las cejas de Yubiwa! —Exclamó de repente un muchacho que parecía haber salido de la nada—. De verdad que es una feliz casualidad encontrarse a un camarada tan lejos de casa. ¡Buenas noches, shinobi-kun! Uchiha Akame, un gusto.
El de blanca cabellera le miró primero con curiosidad y luego con un poco de sospecha, pues no tenía buenas experiencias con la gente que se acercaba tan alegre y espontáneamente, menos aún con la gente conocida en un tren. La bandana de su cinturón indicaba que era de Takigakure, y en su porte se evidenciaba que era un ninja, o por lo menos alguien con entrenamiento.
—Buenas noches para ti también —dijo, y poco después también le ofrecería la mano.
Kazuma se levantó de su asiento y procedió a quitarse la gabardina, el sombrero y la bufanda que yacían húmedos, colocándolos con delicadeza en el respaldo del asiento de enfrente. Su cabello estaba bien recogido en una fina coleta, y solo dos mechones quedaban libres, cayendo por sus sienes hasta llegar a la altura de su quijada. Llevaba una camisa blanca y un pantalón negro. A su derecha, de una de las presillas, colgaba una pequeña cadena negra con dorado que iba hasta su bolsillo. A su izquierda, en la misma posición, yacía descansando Bohimei, aquel inconfundible y letal sable de color gris.
Pero no se le podía ver la bandana de Uzushio por ninguna parte. Lo único que se podía ver era la expresión serena de su rostro, que en nada encajaba con la ligera tensión que se sentía en el ambiente. Mejor que nadie lo notaba Tatsuya, que había quedado entre ambos.
—Buenas, noches —respondió, ofreciéndole su mano enguantada—. Parece que es un colega tuyo —dijo dirigiéndose al Takanashi, pero sin soltar la mano del recién llegado y sin apartar su grisácea vista de él.
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La conversación entre ambos parecía ir normal, pero se vió interrumpida cuando una voz desconocida llamó la atención del Takanashi que se volteó por lo excesivamente coloquial que sonaba. Se trataba de uno de los otros dos pasajeros del tren, pero antes de que pudiera pensar si quiera quién era el muchacho se presentó ofreciéndole la mano con todo y nombre incluido. Titubeó un poco antes de devolver el saludo, de hecho su mano no llegó a apretar demasiado fuerte. No estaba acostumbrado a esas maneras de saludar.
—Ahh, yo soy Ta-takanashi Tatsuya— Le dijo su nombre en respuesta.
En ese momento el muchacho también saludó al Ishimura, aunque como era de esperarse de su compañero el peliblanco se mantuvo calmado ante la situación. Demasiado calmado para su gusto. Quizás fuera su imaginación, pero lo cierto era que de repente el ambiente se sentía un poco más pesado y no por el clima precisamente. Sus ojos se pasaron de lado a lado observando tanto al desconocido como al de Uzushio y una pequeña gota de sudor se deslizó entre su ya de por sí mojado rostro por la lluvia.
—¡Sí sí! Jeje— Sonrió levemente —No esperaba encontrarme con un compatriota por estos lares— Trataba de sonar alegre para bajar un poco los ánimos de los presentes.
Lo último que necesitaba era una discusión. No conocía al chico nuevo de nada y este le trataba como si fueran amigos de toda la vida. Estando acostumbrado a que pasen de su cara la mayor parte del tiempo ahora no sabía como reaccionar ante tal amabilidad. Eso sí, por las malas había aprendido que no es bueno fiarse de cualquier desconocido, ni aunque fuera de su misma aldea, pero tampoco iba a juzgar sin saber, iba a tantear para darle una oportunidad al tal Akame.
"Además hay otra cosa que me preocupa..."
No tuvo necesidad de voltear a ver, ya había visto al hombre nervioso que estaba sentado atrás. Si bien al inicio no le prestó demasiada atención se le resultaba difícil el pasar por alto su actitud. Podía escuchar su temblor y su agitada respiración por todo el vagón, era imposible no notar que algo andaba mal con él. Mientras los tres genins tenían su conversación el hombrecillo de mantenía al margen, pero el Takanashi iba a mantenerlo vigilado de todas formas.
"Tengo un mal presentimiento"
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25/09/2016, 19:42
(Última modificación: 25/09/2016, 19:43 por Uchiha Akame.)
Era evidente que la repentina —aunque cortés— presentación del Uchiha cogió por sorpresa a ambos viajeros. El de los ojos grises se puso en pie lentamente, como meditando cuidadosamente cada movimiento, para despojarse de su sombrero y su capa. Luego clavó la mirada en los oscuros ojos de Akame, y sin abandonar aquella actitud en aparente calma —pero claramente con la guardia en alto— le estrechó la mano. No dio su nombre, algo que hizo sonreír ligeramente al gennin de Takigakure. Akame examinó cuidadosamente al chico de ojos grises; si bien no llevaba bandana ninguna, estaba claro que sabría utilizar la espada que llevaba en el cinturón. Aquel tipo le provocaba una sensación extraña, todo en él parecía ser blanco o gris, como el reflejo pintado de su calmada expresión. «Un tipo curioso...»
Luego se presentó su compañero de aldea, visiblemente sorprendido, tanto que hasta se trabó al decir su propio nombre. «¿O acaso de verdad se apellida Ta-takanashi? No parece correcto...» Sea como fuere, al Uchiha le agradó la tímida sonrisa de su colega, y respondió de la misma forma.
Sin embargo, hasta un niño pequeño se habría dado cuenta de que la tensión se palpaba en el ambiente. No por parte de Akame, claro, que estaba tan relajado como siempre —es decir, lo justo para no perder detalle ni bajar la guardia—, sino por aquellos dos muchachos. Pese a las buenas formas del Uchiha —o quizá debido a eso—, parecían incómodos con su presencia. Akame suspiró con un deje molesto. Pese a que, en realidad, esa era la actitud que un shinobi debía mantener con los desconocidos, en aquel momento la imperiosa necesidad de asegurarse un entretenimiento para el resto de la noche le parecía mucho más relevante.
—¿Quizás habría sido mejor que me sentara al otro lado del vagón e intercambiásemos miradas durante un buen rato para demostrar que somos tipos duros? —no había enfado ni intención de ofender en su voz, aunque sus palabras fuesen, probablemente, demasiado directas—. Sé que la cortesía no es una virtud que abunde entre los de nuestra profesión, pero os aseguro que mis intenciones son de lo más honestas. Me espera una larga noche, como a todos, y creo que un poco de compañía nos hará este viaje mucho menos tedioso.
»Vamos, muchachos. Estoy seguro de que podemos al menos compartir unas cuantas historias interesantes. ¿Qué me decís?
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No había manera en la que al Ishimura se le pasara por alto la incomodidad que parecía carcomer a su amigo rescatador de jabalíes bebés. Entonces, cayó en cuenta de lo que estaba haciendo. «Cielos… Disculpa, Tatsuya», pensó mientras soltaba la mano de quien le había saludado.
Por un instante había olvidado que el Takanashi era distinto a él; no solo era mucho más formal y educado, sino que también era considerablemente menos propenso al conflicto y a ponerse a la defensiva. Y conociendo a Kazuma, era natural que le preocupase el que se iniciase alguna pelea innecesaria.
Estuvo a punto de comentar algo, pero el Uchiha se le adelanto. Sus palabras fueron claras y directas. No tan rudas como para que el moreno se sintiera ofendido o provocado, pero si lo suficientemente certeras en cuanto a apuntar hacia su aptitud de pocos amigos.
«Creo que tiene razón… —se dijo a sí mismo, sintiendo un poco de vergüenza—. No puedo comenzar a actuar como el huraño de Nabi cada vez que un desconocido se me acerque.»
«No busco el que consideres dar inicio a un altercado, pero creo que seria prudente el mantenerle observado», susurro Bohimei.
«Claro que le mantendré observado, un ninja siempre debe ser precavido, más aún cuando se trata de sus similares», le contesto.
—Vamos, muchachos. Estoy seguro de que podemos al menos compartir unas cuantas historias interesantes. ¿Qué me decís?
Antes de responder, dejó escapar un suspiro que se llevó toda su agresividad. Y mientras se volvía a sentar le contesto:
—Como quieras —aseguro con voz un poco más cálida que antes—. Me llamo Ishimura Kazuma, y creo que no habrá problema en que nos hagas compañía… Así que adelante, danos una buena historia con la cual comenzar la velada.
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El joven Uchiha no tardó en reaccionar a la situación, pero lejos de ofenderse o algo quizo arreglar las cosas hablando claro, y por claro entiendase MUY claro. Decía ser honesto, y después de todo lo que había dicho era difícil dudar de él. Su actitud era cuanto menos, extraña, o al menos así le parecía al Takanashi. Nunca había conocido a nadie tan franco ni directo en su vida, era un chico interesante a su parecer.
—Fufff... Sí a él le parece correcto, pues a mi también— Aflojó los hombros mostrando su alivio, pero luego recuperó la postura erguida y su rostro serio —Es triste pensar que no puedes sonreírle a un desconocido sin temer que sea una posible amenaza. Me gustaría que fuera así, pero la vida shinobi no perdona la inocencia— Comentó.
El Takanashi decidió que era mejor terminar de quitarse la capa mojada, aunque luego de eso creía sentir mas frío. En todo caso con tal de arreglar las cosas dejaría que fueran sus dos interlocutores los que se sentaran primero. Los asientos del tren estaban dispuestos por pares unos frente a otros, así que no había inconvenientes. Por su lado el Ishimura sugirío que el de la idea fuera el primero en narrar una historia, aunque por diversos factores Tatsuya seguía un poco incómodo con lo que estaba pasando. No quería verse en la situación de tener que ponerse del lado de su amigo o de su compatriota según el caso, pero trató de relajarse y seguir el juego.
—Yo preferiría quedarme de último si no les molesta. Que con lo aburridas que son mis historias nos terminaríamos durmiendo a la mitad.
Si bien es cierto que él se había visto envuelto en muchos problemas y aventuras prefería guardárselas para sí. Ya que por norma general no suele guardar un buen recuerdo de las experiencias vividas, casi siempre tiene alguna impresión negativa y piensa que no es adecuado mencionarlo a los demás.
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Una sonrisa sincera se dibujó en el rostro del Uchiha cuando, a efecto de su declaración de intenciones, ambos viajeros parecieron creerle y no tardaron en relajarse visiblemente. «¡Excelente! Sólo de imaginar que tendría que llevarme el resto de la noche mirándome los pies ya me entraban ganas de saltar por la ventana». Tanto Ishimura Kazuma —el chico de pelo gris, ojos grises y espada gris— como Takanashi Tatsuya tomaron asiento, invitándole a acompañarlos y pidiéndole que comenzase con una buena historia.
—¡Magnífico! Os aseguro que no os arrepentiréis, compañeros —exclamó el Uchiha, triunfante, y por el rabillo del ojo fue capaz de ver como el extraño viajero de la capa grande daba un repentino sobresalto.
Tipos raros aparte, Akame tomó asiento frente a los dos shinobi y junto a las prendas mojadas de Kazuma. Su propia capa y su kasa de paja reposaban, empapados, varios asientos más allá, donde él se había colocado inicialmente. «Ya los cogeré luego», se dijo a sí mismo y, exultante, se dispuso a empezar su relato. «¿Cuál debería contarles? Debe ser lo suficientemente interesante como para no resultar decepcionante, pero también debo tener cuidado con la temática... La gente de Taki es propensa a ofenderse por según qué asuntos, y tampoco sé de dónde es este tal Ishimura...» Se mantuvo pensativo durante unos breves instantes.
—Ya sé —anuncio, levantando el índice diestro—. Probablemente no lo sabéis, pero en estas mismas tierras que estamos atravesando ahora mismo, en las Llanuras de la Tempestad Eterna, hace mucho tiempo que...
Un portazo le obligó a desviar la mirada hacia la entrada del vagón y a interrumpir su relato. El golpe vino acompañado de un chillido agudo, casi femenino, proveniente del misterioso hombrecillo de la capa grande. Akame lo buscó con la mirada, y lo halló en su asiento, con las piernas ligeramente encogidas, las manos apretadas contra el pecho y la mirada nerviosa.
—Se anuncia a los señores pasajeros que se les ofrece un aperitivo en el vagón restaurante. Al ser éste un trayecto nocturno superior a cinco horas, el menú está incluído en el billete para todos los viajeros.
En realidad, lo único que había ocurrido es que el mozo de cabina, un chico de unos veinte y pico años, vestido con el uniforme de la compañía ferroviaria y un gorro bastante ridículo, había entrado en el vagón para avisarles de aquello. Akame asintió, complacido, y como por arte de magia empezaron a rugirle las tripas. «Demonios, esto es psicología efectiva y lo demás es tontería. Ni siquiera me había dado cuenta de que era la hora de cenar... Por segunda vez». Rió, divertido con su propio chiste, mientras el mozo abandonaba el vagón tras echarle una rápida mirada al hombre tembloroso.
—Muchachos, ¿qué os parece si continúo la historia en el vagón restaurante? No me importaría llenar la barriga.
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—Pero la vida shinobi no perdona la inocencia. —Con aquel recordatorio de lo inclemente que es el camino ninja, su compañero dio su aprobación.
«Una valiosa enseñanza que sólo puede ser aprendida por quienes pecan de no conocerla… Como nosotros aquella vez», pensó el Ishimura recordando sucesos pasados.
Habiendo quedado claro lo que iban a hacer, el Takanashi pidió ser el último a la hora de compartir alguna historia. Aseguraba ser de los que no tienen anécdotas interesantes entre sus memorias. Pero el Ishimura sabía que aquello era mera modestia —quizás sólo fuese timidez—, el nativo de Takigakure sin duda tendría una o dos historias dignas de ser narradas como aquellos poemas épicos que pasan de generación en generación.
«No se has tímido Tatsuya —le dijo con la mirada mientras sonreía incredulamente—. Bosques de oscuridad perpetua, jabalíes aberrantes, hongos demoníacos y una horda interminable de bestias no muertas… Y todo eso en una misma historia»
Estando todos sentados y cómodos, el joven Uchiha dio un rápido inicio a su relato. Lo bueno duró poco, pues unos segundos después, uno de los trabajadores del tren entró para anunciar, en pocas palabras, que en el vagón comedor yacía esperándolos una comida nocturna. En realidad, no tenía mucha hambre, pero de verdad quería algo caliente para espantar el frío que hace rato había comenzado a encerrarse bajo su morena piel.
—Muchachos, ¿qué os parece si continúo la historia en el vagón restaurante? No me importaría llenar la barriga.
—Me parece bien —contesto cortésmente—. Vamos, Tatsuya, creo que a ambos nos caería bien el disfrutar de alguna bebida caliente.
Se levantó, dispuesto a dejar en aquel asiento sus ropas mojadas.
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Todos tomaron asiento. Afuera el traqueteo de las llantas y las gotas de lluvia en las ventanas amenizaban lo que parecía que sería una amena velada. El espadachín no sabía ni como sentirse ante el hecho de que de repente estuviera sentado junto a un viejo amigo y ante un total desconocido para contarse viejas historias, no le parecía para nada normal.
"Por otro lado, quizás sea un fallo mío el ser tan cerrado. Se supone que en Takigakure todos somos una gran familia, pero conozco mas gente de otras aldeas que de mi propia tierra."
El Uchiha apenas si había empezado a contar su relato cuando un hombre vestido de botones interrumpió de repente en el vagón. Pero eso no fue lo que más le sorprendió, sino el estrepitoso grito del hombrecito del maletín. La actitud del tipo le daba mala espina, podría pensar que simplemente era excéntrico y asutadizo, pero la experiencia le ha enseñado que no es bueno creer que ese tipo de comportamiento se da por casualidad.
—Ah, sí. Tienes razón, la verdad es que con este frío ya me hace falta un café— Respondió ante la oferta del peliblanco —Los acompaño entonces— Se levantó de último y se frotaba el brazo descubierto en un vano intento por calentarse un poco
Se levantaría y seguiría a los otros dos shinobis no sin antes voltear a ver al sujeto del maletín durante unos segundos sin siquiera disimular, tanto que parecería descarado. Tenía una mala espina al respecto.
"Me gustaría estar equivocado al menos por esta vez"
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Y así fue como los tres muchachos llegaron a la conclusión de que tenían hambre. Akame lideró la marcha hacia el vagón restaurante, seguido de Kazuma «el Fantasma» y Tatsuya «el Tímido»; sí, ya les había puesto apodos. Él era así, le gustaba encontrar lo épico y lo curioso en cada detalle, porque eso mismo endulzaba luego cualquier historia. Y si algo le gustaba a aquel Uchiha, eran las historias.
Cruzaron un total de cuatro vagones hasta llegar a la cafetería del tren. Era sorprendentemente amplia, muy bien decorada —mejor que el resto de vagones de clase turista, como el que ocupaban ellos— y un par de chicos en uniforme que atendían a los comensales. Uno de ellos era el que poco antes había aparecido por su vagón para avisarles del aperitivo, y nada más verles, se acercó con diligencia.
—Buenas noches, señores. Lamentablemente, no nos quedan mesas libres, de modo que deberán compartir... Si no les importa —Akame negó con la cabeza—. Allí, al fondo a la izquierda.
El Uchiha, bien educado, agradeció la atención y caminó entre las mesas hasta la que les había indicado el camarero. En ella había cuatro sillas, una de ellas ocupada. Allí sentado se encontraba un hombre de unos cuarenta años, de espalda ancha y cabello negro y corto. Vestía con ropas pretendidamente elegantes y caras... Y totalmente pasadas de moda. Entre manos tenía un plato ancho, repleto de verduras estofadas y trozos de carne con salsa que devoraba ayudándose de un mendrugo de pan.
—Buenas noches —saludó el Uchiha, sentándose frente al tipo.
—¡Buenas noche'! —respondió él, con un cordial acento rural—. Centarce, chiquillos, centarce, que zos va enfría la comida. Pedirce el pollo teriyaki con verdura', ¡me cago en la má! Está pa' morirce.
Akame había escuchado muchos acentos durante su vida, viajero nato como era, pero nunca uno tan cerrado como aquel. «Por todos los dioses, ni en las montañas del País de la Tierra hablan así». Pese a todo, hizo su mejor esfuerzo por entenderle y captó una recomendación.
—¿Qué van a tomar? —preguntó el muchacho del servicio, que había vuelto junto a ellos.
—Yo, lo que ha pedido este señor —contestó el Uchiha de Taki—. Y un té verde bien caliente, por favor.
El camarero asintió, diligente, y dirigió la mirada primero hacia Kazuma y luego hacia Tatsuya.
Nivel: 10
Exp: 396 puntos
Dinero: 1950 ryōs
· Fue 35
· Pod 30
· Res 30
· Int 50
· Agu 20
· Car 20
· Agi 20
· Vol 50
· Des 45
· Per 20
El vagón comedor resultaba ser un lugar bastante agradable, muchos más acogedor que los otros por los cuales habían pasado. Era de suponerse que era el que usualmente usaban los de primera clase, pues con los pasajes tipo turista no podrían acceder a él. El hecho de que fuera un viaje nocturno de larga duración les permitiría disfrutar de aquella excepción.
El de ojos grises paseo su mirada por todo el espacio, descubriendo que la tenue iluminación de las lámparas clásicas le era reconfortante. Todo muy bonito, pero el camarero les dejó en claro que no había mesas disponibles, por lo que tendrían que compartir la menos ocupada.
—No hay problema —respondió el Ishimura ante el aparente inconveniente.
Se acercaron a una mesa que yacía al fondo y a la izquierda, un poco apartada e íntima, el típico sitio que escogen aquellos que no quieren ser perturbados. Allí había un hombre maduro vestido de rigurosa etiqueta y acompañado únicamente por un platillo de verduras y carne que parecía estarle alegrando la noche.
—Con permiso —dijo mientras se sentaba.
Aquel sujeto les recibió con una oración que, aunque resultó en extremo difícil de entender, sonó lo suficientemente cordial como para que no se sintiera cohibido de disfrutar de aquel pequeño espacio. Les recomendó cierto platillo, pero Kazuma no se molestó en prestar atención a aquello.
Dejó escapar una sonrisa, pues se imaginaba la reacción de Naomi si le hubiese tocado el compartir una cena con aquel hombre; Sabía que con toda certeza se sentiría bastante incómoda, pero la etiqueta le obligaría a quedarse.
El camarero interrumpió sus pensamientos al preguntarle si iba a ordenar algo. Había dejado sus ropajes mojados en el vagón, pero aun sentía que el frío trataba de colarse hasta sus huesos. El hambre también se hacía presente, por lo que tendría que pedir algo caliente y sustancioso.
—Yo quiero un tazón de Udon con pollo en lugar de tofu y solo agua para acompañar, por favor.
Nivel: 34
Exp: 152 puntos
Dinero: 2240 ryō
· Fue 40
· Pod 100
· Res 60
· Int 60
· Agu 80
· Car 40
· Agi 60
· Vol 60
· Des 100
· Per 80
El tren había salido a medianoche. A pesar de lo intempestivo del horario, la tormenta apretaba con más fuerza que nunca. Quizás porque había pasado tiempo fuera del País y había perdido costumbre, quizás simplemente porque de verdad hacía más frío que otros días atrás, estaba acurrucado junto a una capa marrón en el vagón restaurante del tren, con un café con leche y caramelo, bien calentito. Su capa, la habitual, descansaba a su lado, completamente empapada.
Hasta ahora sólo un hombre con ropa lustrosa le había acompañado, en la mesa del otro lado del vagón. Silencioso, comía de un plato de estofado fervientemente, en la otra mano sujetando un trozo de pan.
Hasta ahora, claro.
Tres desconocidos más se sumaron a la cena de aquél señor. El uno tenía el pelo negro y los ojos más negros, y llevaba el pelo desaliñado y sin cuidar. Otro era moreno también, pero tenía el cabello mucho más largo. Ambos eran de Takigakure a juzgar por sus bandanas. Daruu se irguió y se removió, un poco incómodo.
El tercero llevaba una espada que llamaba más la atención incluso que su cabello plateado y sus ojos grises. El muchacho de Amegakure pegó un sorbo de su café y se colocó la capucha de la capa.
Estuvo un rato observándolos, hasta que todos habían pedido lo suyo y el camarero se había marchado. Se aclaró la voz, exagerándolo un poco.
—Vaya, qué agradable compañía shinobi —dijo—. ¿Qué hacen dos ninjas de Takigakure y un... samurai, tan cerca de Amegakure?
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