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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#1
La quincuagésima ola rompió contra el litoral rocoso del cabo, salpicándola en el rostro con espuma de olor y sabor a puro mar. Se vanaglorió de osadía por sentarse en el alféizar de aquella ventana en ruinas. El riesgo merecía la recompensa, el lamido del agua brava y pura del océano. Pues la sal le purificaba, no como su ausencia en el agua dulce que caía del cielo.

La tormenta era intensa, pero nada para lo que estaban acostumbrados a vivir en alta mar. Ella y Hiyoshi-san habían estado preparando aquél momento durante cinco años: una llovizna para bebedores de zumo no iba a pararle los pies ahora.

—Llevamos unos días ya refugiados en el castillo —dijo—. ¿Estás seguro de que vendrá?

Hiyoshi era un hombre fornido y ya entrado en cierta edad. Por su aspecto nadie podría jamás haber adivinado que se trataba de un ninja, más bien parecía un bandido: esa chaqueta gruesa y desaliñada de pelo de lobo de color marrón claro, esa camiseta de tirantes bajo la chaqueta, de color tierra, oscura; esos pantalones rasgados del mismo color que la chaqueta... Parecía que fuese de camuflaje, entre los cañones de un monte. Pero la bandana que colgaba atada del gran hacha que llevaba a la espalda lo anunciaba a gritos, casi con orgullo. En contraposición, el símbolo de Amegakure estaba tachado, cortado a cuchillo, con mala fe. ¿De qué estaba más orgulloso, de haber pertenecido a una aldea... o de haber renegado de ella? Pero sobretodo era su barba de tres días entre afeitada y no y su media melena desmarañada, castaña, lo que le daba un aspecto tan corsario.

Ella presentaba un aspecto mucho más arreglado, pero era una mujer sencilla, a la que no le gustaba destacar. Vestía camiseta de manga corta negra y pantalones de color gris también corto. Unos guantes gruesos con los espacios para los dedos cortados y unas botas de montaña remataban la faena. Llevaba una melenita corta de color rojo intenso y portaba un pañuelo de marinero encima de la cabeza, atado por detrás, con la placa de Amegakure también tachada.

Había una tercera persona. Una muchachita joven, rubia, atada a un poste, con los ojos vendados y la boca amordazada. Intentaba a gritos hacerse oír, pero allá arriba en aquella fortaleza abandonada del Cabo del Dragón, nadie escucharía jamás sus lamentos. Y menos cuando los hacían ahogar entre el oleaje.

—Vendrá, Minami, vendrá... Y estaremos esperándolo. Llevamos esperándole mucho tiempo ya.

—Sí... Pronto será el día...

—El día en el que mataremos a Aotsuki Kori y nos vengaremos por lo que nos hizo.


···


Un muchacho de pelo revuelto dormía plácidamente en la cama de su habitación, ajeno a las tribulaciones de la aldea fuera de su ventana y de su hogar. Lo despertó un ruido brusco, como el de un pájaro estrellándose contra el cristal.

...se trataba exactamente de eso.

—¡Ay! ¿Pero qué...?

Se reincorporó de un brusco aspaviento y retiró la cortina. En el alféizar de su ventana parecía bailar, confundido, un búho nival de un pulcro color blanco. Llevaba un pergamino atado a la pata derecha.

—¡Ah, pobrecillo! —exclamó Daruu, en voz alta, y abrió rápidamente la ventana. Desató con cuidado el pergamino de la pata del ave, y fue a acariciarlo para consolarlo, pero cuando puso la mano encima de su cabeza, le arreó un picotazo que casi le hace sangre— —¡¡¡Ay, hijo de...!!! —Maldijo, y se llevó la mano a la boca, siseando de dolor.

El pergamino cayó frente a él, en el colchón, y se desenrolló. Daruu abrió los ojos de par en par, leyó su contenido dos veces para asegurarse, y se levantó de la cama corriendo. El dolor de la mano ya no le importaba.

Queridos Daruu y Ayame:

Ha pasado algún tiempo desde que salisteis del hospital. Lamento que no hayáis tenido noticias mías al respecto del equipo desde entonces, pero los trámites para encontrar una misión adecuada se han alargado un poco. Nos he conseguido una misión de rango C. Se trata de un rescate. Nada demasiado complicado: unos asaltadores de caminos han secuestrado a la hija de un pequeño comerciante de Coladragón y ahora piden una cantidad inaceptable como rescate.

Iremos al pueblo, hablaremos con los padres de la víctima y el resto de habitantes, recopilaremos la información necesaria y buscaremos el paradero de la chica. La rescataremos y la devolveremos a su familia.

Os espero dentro de una hora en el puente de entrada a la villa.

Un saludo cordial,

Kori, vuestro sensei.
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#2
Aquella mañana, fue un peculiar sonido dentro de su propia habitación lo que despertó a Ayame. Un suave ulular, casi como un arrullo o el ronroneo de un gato, la sobresaltó pese a lo sutil discreción. Después de todo, no era un sonido al que estuviera acostumbrada a escuchar dentro de su habitación.

—Q... ¿Qué...? —balbuceó, luchando por abrir los ojos. Y aún cuando lo hizo, tuvo que esforzarse en acostumbrarse a la tenue oscuridad que la rodeaba y enfocar la vista hacia el ave que reposaba, majestuosa y calmada, a los pies de su cama. Era un búho nival—. ¡Shirokurō! Me has asustado... ¿Qué haces aquí?

Perezosa, Ayame se destapó y prácticamente reptó por la cama hacia Shirokurō, el búho nival de su hermano. Kōri solía utilizar a aquel ave para enviar y recibir mensajes, por eso no le sorprendió ver que llevaba un pergamino atado en una de sus patas. Lo que sí le llamó la atención fue ver que tenía las plumas revueltas y que chasqueaba el pico constantemente, claramente irritado.

—¿Pero qué te ha pasado? —le preguntó, mientras que le quitaba con suavidad el pergamino de la pata—. Parece que te hubieras peleado con un perro o algo así.

No pudo evitar reírse, y con un último chasquido Fukurō batió las alas y salió por la puerta de su habitación. Ayame no le dio más importancia. Intrigada, se sentó con las piernas cruzadas y desenrolló el mensaje. No pudo evitar que una sonrisa se dibujara en su rostro.



Queridos Daruu y Ayame:

Ha pasado algún tiempo desde que salisteis del hospital. Lamento que no hayáis tenido noticias mías al respecto del equipo desde entonces, pero los trámites para encontrar una misión adecuada se han alargado un poco. Nos he conseguido una misión de rango C. Se trata de un rescate. Nada demasiado complicado: unos asaltadores de caminos han secuestrado a la hija de un pequeño comerciante de Coladragón y ahora piden una cantidad inaceptable como rescate.

Iremos al pueblo, hablaremos con los padres de la víctima y el resto de habitantes, recopilaremos la información necesaria y buscaremos el paradero de la chica. La rescataremos y la devolveremos a su familia.

Os espero dentro de una hora en el puente de entrada a la villa.

Un saludo cordial,

Kōri, vuestro sensei.



No tardó en vestirse ni media hora. Y tal fue la carrera que se pegó que sólo tardó media hora más en plantarse en el puente de entrada a la villa. Estaba emocionada. Muy emocionada. Y no podía hacer nada por disimularlo.

Habían pasado varios días desde que saliera del hospital de Amegakure, después de recuperarse de sus heridas durante su combate contra Daruu. Pero no había habido ninguna noticia al respecto del equipo Kōri. De hecho, su hermano apenas se había pasado por casa durante aquellos días. Su padre decía que había estado liado con el papeleo para la creación del equipo. Pero parecía que había llegado el momento de entrar de nuevo en acción. Y tenía a los mejores compañeros de misión que podría haber soñado jamás.

«Un rescate. Qué lejos parecen ahora esas aburridas misiones de asistir en conferencias sobre vacunas y rescatar mascotas subidas a un árbol.» Pensaba, con el pecho henchido de puro orgullo.
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#3
Estaba sentado, mirando a la orilla del lago, y a los arrozales anegados que se extendían en el horizonte. Balanceaba las piernas, entretenido, mientras silbaba una canción pegadiza que, no sabía por qué, conocía desde muy pequeño. Escuchó entonces el chapoteo de unos pasos a sus espaldas. Se dio la vuelta, y descubrió a Ayame, que acababa de llegar.

—¡Oh, hola! —saludó—. Por fin, ¡hacía tanto tiempo que no salía de misión! Y encima con vosotros. ¡Estoy tan emocionado!

Incapaz de controlarse, saltó del bordillo al suelo del puente y una vez allí dio varios saltos con los puños apretados frente a sí mismo.

—¡Una misión de rango C! ¡Qué guay! —exclamó. Apoyó el peso del cuerpo sobre una pierna y miró a un lado, luego a otro—. Oye, ¿dónde está tu herma... Kori-sensei? Parece que llega tarde...

Se llevó la mano al portaobjetos y sacó de él un pequeño reloj portátil que parecía un círculo con orejas de perro.

—Las nueve —observó—. ¿Has visto qué reloj más gracioso? No me mires así, me lo regaló mi madre cuando era un crío. Y no he tenido que ajustar la hora ni cambiar la pila nunca, oye.

Se guardó el reloj de nuevo en el portaobjetos.
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#4
Y tan despistada iba, sumida en sus propios pensamientos, que ni siquiera se dio cuenta de que ya había alguien esperándola.

—¡Oh, hola! —La voz de Daruu la sobresaltó. Su compañero de misión parecía haber llegado antes que ella al punto de encuentro y la esperaba sentado en la barandilla que salvaguardaba el puente que daba entrada a la aldea.

—¡Ay! ¡Hola Daruu!

—Por fin, ¡hacía tanto tiempo que no salía de misión! Y encima con vosotros. ¡Estoy tan emocionado!

Y tanto que debía de estarlo, porque saltó directamente desde el bordillo y aún siguió botando en el suelo. Ayame jamás le había visto así de feliz, pero no pudo evitar conmoverse al darse cuenta de que parte de aquella felicidad era simplemente porque ella estaba allí. Trató con desesperación de pensar en qué debía responder, aunque por fortuna no fue necesario. La pasión que despedía Daruu era arrolladora como una tormenta.

—¡Una misión de rango C! ¡Qué guay! —exclamó Daruu. Apoyó el peso del cuerpo sobre una pierna y luego miró a su alrededor—. Oye, ¿dónde está tu herma... Kori-sensei? Parece que llega tarde...

De su portaobjetos sacó un pequeño objeto, y Ayame, comida por la curiosidad, no pudo sino ponerse de puntillas para asomarse. Se trataba de un reloj de bolsillo, redondo y que parecía tener orejitas en su parte superior.

—¡Qué mono!

—Las nueve —observó él. Y, efectivamente, tenía razón. Las agujas marcaban justamente las nueve en punto—. ¿Has visto qué reloj más gracioso? No me mires así, me lo regaló mi madre cuando era un crío. Y no he tenido que ajustar la hora ni cambiar la pila nunca, oye.

Pero en esos momentos Ayame estaba pensando en otra cosa. Una sombra se cernió de repente sobre ambos. Y un escalofrío recorrió su espalda cuando una brisa gélida los sacudió.

—Pues yo creo que llego puntual, Daruu-kun —susurró una voz tras su espalda, gélida como un témpano. Ayame se volvió de golpe, a tiempo de ver a su hermano mayor de cuclillas sobre la misma barandilla sobre la que había estado apoyado Daruu hacía apenas unos segundos. Sus ojos pasaron del reloj que había estado contemplando a Ayame directamente, a quien señaló con el dedo índice—. De hecho diría que has estado a punto de llegar tarde, Ayame.

Ayame se estremeció ante la gélida mirada de su hermano y después agachó la mirada, mordiéndose el labio inferior.

—Yo... parece que calculé mal el tiempo... Lo siento, Kōri... -sensei —se apresuró a añadir cuando vio que él entrecerraba los ojos mínimamente.

Por suerte, él sacudió la cabeza.

—Que no sirva de precedente —sentenció, y saltó de la barandilla al suelo—. Espero que vayáis preparados. El viaje que nos espera no es precisamente corto, y el tren no pasa por Coladragón así que nos toca ir a pie. Seguramente nos toque acampar alguna noche. ¿Nos vamos?

—¡Sí! —exclamó Ayame, de nuevo entusiasmada.

Aunque, en cierta manera, le preocupaba el tema del viaje y la acampada. Después de leer la nota se había imaginado que algo así sucedería, así que había preparado a conciencia su mochila de viaje con un saco de dormir y algunos utensilios más. ¿Pero llevaría lo suficiente? ¿Y si se le olvidaba algo importante?
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#5
—Pues yo creo que llego puntual, Daruu-kun —Una gélida voz anunció una llegada a su espalda. Daruu se dio la vuelta tan deprisa por el susto que se tropezó con un ladrillo salido del puente y cayó golpeando su trasero con el cemento.

—¡Ay, y qué culpa tengo yo! —se quejó.

—De hecho diría que tú has estado a punto de llegar tarde, Ayame.

Kori estaba de cuclillas, acaparado en el mismo borde de piedra en el que él había estado sentado hacía apenas un instante. Señalaba a su hermana pequeña con el dedo índice, quien no tardó en excusarse. Daruu se levantó acariciándose las posaderas y maldiciendo en voz baja.

—Espero que vayáis preparados. El viaje que nos espera no es precisamente corto, y el tren no pasa por Coladragón así que nos toca ir a pie. Seguramente nos toque acampar alguna noche. ¿Nos vamos?

¡Sí! —exclamó Ayame. Ella llevaba su mochila de viaje a cuestas.

Daruu señaló bajo el bordillo donde Kori estaba apoyado. Ahí había una mochila marrón bastante grande.

—Tengo mi propio equipaje. Comida en lata y agua, principalmente... Una fiambrera con pizza también, que no falte —A Daruu le brillaron los ojos—. Y una bolsa con bollitos. Mi madre ha insistido.

Se acercó a su bolsa y se la echó a la espalda.

—¡Estoy listo!

El trío inició el viaje informando en la salida el objetivo de su ausencia. Bordearon el lago para encararse en dirección noroeste, y cruzaron las estepas con la lluvia cayendo sobre sus cabezas, prácticamente en silencio.

—Oye, Kori-sensei —preguntó Daruu, al rato de partir—. Hemos venido preparados, pero... ¿Realmente vamos a tener que acampar? Coladragón sólo está a medio día de camino, y es bastante temprano. Podríamos alojarnos allí, si la misión nos lleva más de un día. Y por la ruta que hacemos está Shinogi-To, si no me equivoco. Ahí también hay alojamiento, ¿no?
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#6
—Tengo mi propio equipaje. Comida en lata y agua, principalmente... Una fiambrera con pizza también, que no falte —respondió Daruu, y Ayame no pudo evitar soltar una risilla. Había comenzado a conocer a su compañero de equipo lo suficiente como para intuir su obsesión por la pizza—. Y una bolsa con bollitos. Mi madre ha insistido.

—Bien.

En aquella ocasión, fue a Kōri a quien le destellaron fugazmente los ojos. Aunque a Ayame no se le escapó el brevísimo segundo en el que sus ojos escarchados se dirigieron hacia su propia mochila en un sospechoso movimiento que le hizo torcer el gesto.

—¡Estoy listo! —exclamó Daruu, después de echarse la mochila a la espalda.

Los tres comenzaron su viaje. Tras atravesar el puente que unía Amegakure con el resto del mundo, bordearon el lago siguiendo la orilla y se encaminaron hacia el noroeste, dejando la tenue luz del Sol que iluminaba entre las nubes a su derecha, casi a sus espaldas. Sin embargo, la lluvia seguía cayendo sobre ellos de manera inclemente cuando se adentraron en los Campos de la Tormenta con la hierba hasta las rodillas. Kōri, embutido en su capa de viaje blanca como la nieve, terminó por echarse la capucha por encima de su cabeza. Ayame no lo hizo, ni siquiera parecía sentir el agua cayendo sobre ella.

—Oye, Kōri-sensei —intervino Daruu, al cabo de un rato—. Hemos venido preparados, pero... ¿Realmente vamos a tener que acampar? Coladragón sólo está a medio día de camino, y es bastante temprano. Podríamos alojarnos allí, si la misión nos lleva más de un día. Y por la ruta que hacemos está Shinogi-To, si no me equivoco. Ahí también hay alojamiento, ¿no?

Kōri tardó algunos instantes en responder. Pero, cuando lo hizo, tenía sus ojos clavados en el cielo.

—No te falta razón, Daruu-kun —admitió, con su voz desangelada, antes de continuar—: Pero si hay algo que he aprendido a lo largo de mi vida como shinobi es a no subestimar a nadie... ni a nada.

Una nueva pausa, y un rayo cruzó como una cicatriz el cielo.

—Podría pasar cualquier cosa que nos retrasara. Una tormenta convertida en un aguacero que nos impidiera continuar... unos simples bandidos... otros shinobi...

—¿Tendremos que combatir contra otros ninja? —preguntó Ayame, y aunque intentó ocultarlo, el temor caló su voz como el agua que calaba en sus ropas.

—No debería ser necesario. Es una misión de rango C, después de todo. Pero, como ya he dicho, es mejor no confiarse.

Continuaron su camino, invadidos por un gélido silencio. Y hacia el mediodía llegaron a Shinogi-To. La hierba dio paso a la piedra y el espacio abierto se convirtió en un entresijo de edificios construidos con más piedra y algo de madera. La tormenta había cobrado fuerza en los últimos kilómetros, y Kōri guió a los dos chicos por las laberínticas calles de la ciudad hasta detenerse frente a una taberna. "El Fideo Feliz" rezaba el cartel de la entrada. Aunque, cuando entraron, se dieron cuenta de que el local era de todo menos feliz. La taberna era un antro oscuro y no demasiado limpio. En lugar de las animadas voces que se solían escuchar en otros locales de tal calibre, los tres sólo recibieron la mirada afilada y huraña de los que ya estaban dentro. Ayame se quedó paralizada en el sitio, pero Kōri la agarró del hombro y la empujó hacia la mesa libre más cercana.

—Pararemos aquí a comer algo. Ante todo no miréis a nadie. No estamos para meternos en líos —les advirtió a ambos chicos.
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#7
—No te falta razón, Daruu-kun —respondió Kori, inexpresivo—. Pero si hay algo que he aprendido a lo largo de mi vida como shinobi es a no subestimar a nadie... ni a nada.

Daruu le dirigió una mirada con la cabeza torcida y una ceja levantada.

—Podría pasar cualquier cosa que nos retrasara. Una tormenta convertid en un aguacero que nos impidiera continuar... unos simples bandidos... otros shinobi...

—¿Tendremos que combatir contra otros ninja?

—No debería ser necesario. Es una misión de rango C, después de todo. Pero, como ya he dicho, es mejor no confiarse.

—Espero que no. —Daruu tragó saliva. Las misiones de rango C, normalmente, eran misiones de escolta o tareas de recogida de información sencillas. Enfrentarse a otros ninjas era algo que solía suceder, según su madre, pero porque los objetivos de las misiones chocasen con los de otra aldea, o algo así.

Ahora estaban en una tregua y en territorio de su país... Además, era un rescate. ¿Quién podría tener algún interés contrario?

El trío continuó su travesía bajo la intensa mirada de Amenokami, en silencio. No eran las dos de la tarde cuando divisaron Shinogi-To en el horizonte.

—Va a ser difícil no llamar la atención con tanto equipaje —dijo Daruu para sí mismo, pero en voz alta, y se ajustó un tirante de la mochila con el hombro.

Shinogi-To era la joya de la corona de las Ciudades en las que Uno no Debería Poner un Pie. Si existiese un libro que listase y describiese ese tipo de ciudades, ahí estaría ella. Si no la primera, una de las primeras, sin duda. Entre la lluvia, la niebla y los callejones estrechos de piedra gris y oscura, se cocían los guisos más turbios de todo el País de la Tormenta. No es que todos los que vivían allí fuesen de mala calaña, y de hecho, la verdad es que Daruu se compadecía bastante de ellos.

"El Fideo Feliz", se llamaba el local en el que entraron guiados por Kori. Lo único que era feliz era el fideo que había dibujado en el cartel, que sostenía con sendas manos imaginarias un par de palillos y un banderín de color verde con la pintura comida por el agua. De hecho, uno podía debatir sobre si estaba feliz o no, porque la inclemencia del clima se había llevado también parte del tallado de la sonrisa, que estaba ahora a medio camino de una expresión alegre y de una mueca muy rara.

El cuchitril aquél rompía todas las normas de limpieza que su madre cumplía a rajatabla en la pastelería. Además, la luz apenas entraba por las ventanas llenas de polvo y empañadas por el rocío. Un hombre corpulento pasó a su lado y escupió sobre el asiento de una de las sillas, carcomidas y con aspecto de no poder aguantar pesos como el de él.

«Agh, qué puto asco...»

—Pararemos aquí a comer algo. Ante todo no miréis a nadie. No estamos para meternos en líos.

«No, desde luego... A mí se me han quitado las ganas de mirar a nadie.»

Kori empujó a su hermana por el hombro hacia una mesa libre. Daruu se acercó y retiró la silla. Echó un vistazo al asiento en busca de flemas indeseadas y lo tomó, clavando los ojos en la madera.

Había estado más de una vez en Shinogi-to, y había aprendido a no meterse en sitios como aquél. Claro que las calles no eran mucho más seguras, así que solía andarse con mil ojos. Tenía serias dudas de la calidad de la comida de tugurios similares. La únicas veces que había comido en Shinogi-to había sido por probar los locales donde vendían pizza y compararlos con la suya. Todos habían sido basura que causaba acidez de estómago.
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#8
Los tres shinobi se sentaron alrededor de la mesa. Ayame, con todo el cuerpo en tensión, se había decidido a clavar la mirada en la mesa. Como si lo más interesante que hubiera en aquella posada fueran las cicatrices que surcaban la superficie de la madera oscura. No debería haberle extrañado, pero no pudo evitar sorprenderse cuando miró por debajo de las pestañas a su hermano y vio que seguía tan calmado como siempre. Como si en lugar de una amenazadora y tenebrosa posada se encontraran en la misma pastelería de Kiroe. De hecho, Kōri clavó sus ojos en los dos muchachos y a Ayame le invadió una sensación de frío que le hizo hundir los hombros y olvidarse del lugar en el que se encontraban.

Tres panfletos cayeron súbitamente sobre la mesa, sobresaltándola.

—¿Qué os pongo? —El encargado del local era un hombre de voz rasposa, escasos cabellos y cuerpo fondón. El uniforme que vestía estaba tan mugriento como el local que regentaba—. ¿Es que tengo monos en la cara, mocosa?

Ayame apartó rápidamente sus ojos al darse cuenta de que se había estado fijando con demasiada evidencia en las múltiples manchas de grasa que cubrían las ropas del hombre.

—No... no, nada, señor. Perdone.

Igual de imperturbable que siempre, Kōri tomó una de las hojas. Sus ojos apenas se posaron en él durante unos segundos.

—Para mí un ramen especial de la casa.

—Para mí también —confirmó Ayame, aunque ni siquiera le había echado un ojo al menú. Después de ver aquel antro, dudaba mucho que pudiera encontrar algo mejor que un caldo que le hiciera entrar en calor.
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#9
Daruu estaba ensimismado leyendo a través de las vetas de la madera cuando tres cartas cayeron en la mesa con un sonoro plaf. El muchacho dio un respingo y miró al camarero durante un brevísimo instante de tiempo, luego se afanó en coger una de las papeletas plastificadas y echó una ojeada muy por encima.

Se sorprendió de encontrar pizza en aquél ciclópeo montón de mugre. Y aún así...

«Me parece que paso. Pediré lo de Kori-sensei o lo de Ayame-chan. Así si morimos envenenados lo hacemos los tres.»

—Para mí un ramen especial de la casa.

—Para mí también.

«Espera, espera, Daruu. ¿Y si "especial de la casa" significa que tiene pescado? Joder, joder, eso sí que no. Por otra parte, no sé qué tiene de especial un trozo de merluza maloliente asquerosa putre...»

—Un ramen de cerdo con curry, por favor —dijo, tímido, apuntando con el dedo índice al nombre del plato en el flyer del tugurio.
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#10
—Un ramen de cerdo con curry, por favor —intervino Daruu, y el camarero no tardó en lanzarle una mirada despectiva.

Ese es, precisamente, el plato especial. ¿Acaso no sabes leer? —replicó el malhumorado hombre, y Ayame entró en pánico al escucharle.

—Ah... ¡Espere! ¿Lleva curry...? —preguntó Ayame, con un hilo de voz. Y, aunque no le estaba mirando, pudo sentir los afilados ojos de Kōri cayendo sobre ella como un cubo de agua fría. Por no hablar de la mirada que le echó el encargado del local... Era como tener un mazo sobre ella, a punto de ser descargado contra su cabeza—. —Pues... pues...

Con gestos temblorosos y torpes, tomó una de las cartas y la leyó lo más rápido que fue capaz.

—Pues... el ramen normal sin curry ni picante, por favor. Y lo siento...

Pero su disculpa nunca llegó a ser escuchada. Antes de que Ayame pudiera siquiera terminar aquellas tres últimas palabras, el camarero había tomado las cartas y había abandonado la mesa. Terriblemente avergonzada, agachó la cabeza con el sentimiento de que el rostro le ardía.

«No me gusta nada este sitio...»

—Lo siento, no me gusta el curry...

Kōri le restó importancia al asunto sacudiendo ligeramente la cabeza.

—En cuanto terminemos de comer nos marcharemos y continuaremos el camino. De hecho, si no es por causas mayores, siempre intento evitar pasar por Shinogi-To. Y vosotros haríais bien en hacer lo mismo —reafirmó, señalando a sus dos alumnos—. Pero ya que no nos ha quedado otra que venir aquí, podemos aprovechar para... socializar.
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#11
Ese es, precisamente, el plato especial. ¿Acaso no sabes leer? —contestó el camarero, de mala manera.

—¿Ah sí? No lo ponía por ninguna... Ah, sí —dejó escapar una suave risilla cuando sus ojos aterrizaron en una frase en gris claro entre paréntesis que rezaba Especial de la casa—. Pues ese, sí, perdón.

Ah... ¡Espere! ¿Lleva curry...? —Sí, Ayame tampoco sabía leer. Menudo espectáculo que estaban dando entre los dos—. Pues... pues...

Ayame movió el brazo, que temblaba como un flan, y cogió uno de los panfletos, que empezó a emitir ese ruido típico del plástico moviéndose elásticamente, ya sabéis. No sé describirlo, lo que sí sé describir eran las caras de los poco amigables clientes del tugurio. Llenas de cicatrices, ojos saltones y fijos, que empezaban a girarse hacia la mesa...

—Pues... el ramen normal sin curry ni picante, por favor. Y lo siento...

El camarero cortó sus disculpas de un sablazo con la mano que arrebató la carta que sujetaba ella y Daruu de sus manos.

«Si es normal, no tendrá ni curry ni picante... Digo yo. Menos mal que no le ha dado por pedir el ramen con curry sin curry.»

—Lo siento, no me gusta el curry...

—En cuanto terminemos de comer nos marcharemos y continuaremos el camino. De hecho, si no es por causas mayores, siempre intento evitar pasar por Shinogi-to. Y vosotros haríais bien en hacer lo mismo.

«Oh, me pregunto por qué lo dirá», pensó Daruu irónicamente.

»Pero ya que no nos ha quedado otra que venir aquí, podemos aprovechar para... socializar.

—¿En serio, Kori-sensei? —susurró Daruu, acercándose a su maestro—. ¿Pero tú has visto cómo nos miraban cuando Ayame estaba pidiendo el ramen? No creo que a esta gente le apetezca mucho socializar. Y si les apetece, la verdad es que a mi no.
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#12
«¿A qué se refiere?» Se preguntó una curiosa Ayame, ante la súbita invitación de Kōri.

Sin embargo Daruu, súbitamente alarmado, se inclinó sobre su asiento para poder acercarse más a su sensei:

—¿En serio, Kōri-sensei? —susurró, y el joven de los cabellos albos ladeó ligeramente la cabeza hacia él—. ¿Pero tú has visto cómo nos miraban cuando Ayame estaba pidiendo el ramen? No creo que a esta gente le apetezca mucho socializar. Y si les apetece, la verdad es que a mi no.

Ayame palideció al escucharle, pero al mirar a su hermano, este sacudió la cabeza.

—No, Daruu-kun. En ningún momento he tenido la intención de socializar con esta gente —respondió, y Ayame suspiró aliviada—. Me refería a nosotros tres —aclaró, señalando con el dedo índice a Daruu, después a Ayame y después a sí mismo.

—Pero... si tú y yo somos hermanos. Y hemos vivido al lado de Daruu-kun desde siempre —intervino Ayame, extrañada.

—Puede que tú y yo nos conozcamos más de lo que conocemos a Daruu-kun. Pero siempre queda algo en el tintero. Y estoy seguro de que estás sobreestimando tus conocimientos sobre tus allegados.

En ese momento llegó el camarero con los tres platos, y con su habitual cara arrugada como una bola de papel los dejó frente a cada uno de los comensales antes de volver a marcharse sin mediar palabra alguna. Cuando Ayame fijó la mirada en su plato se dio cuenta de lo mucho que distaba aquel ramen de otros que había probado en otros establecimientos más acogedores. Se veía desde tres leguas que aquellos fideos no estaban recién hechos, sino que provenían de una porción anteriormente congelada y recalentada para ser servida. Torció ligeramente el gesto cuando hundió los palillos y notó el caldo más espeso de lo que sería normal y por un momento se vio tentada de no comer. Pero sabía que no encontrarían nada mejor en los alrededores y el camino que les aguardaba era largo y duro...

—Entonces, ¿en qué consiste esta "socialización"? —le preguntó a su hermano, en tal de apartar sus pensamientos del plato que aguardaba frente a ella.

—Qué os gusta... qué os disgusta... cuáles son vuestras perspectivas de futuro... Cosas como esas. Empieza, Daruu-kun.

Tras remover el caldo un par de veces, Ayame se decidió y se llevó una tira de fideos a la boca.

Maldita sea, ni siquiera estaban calientes...
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#13
Kori sacudió la cabeza.

—No, Daruu-kun. En ningún momento he tenido la intención de socializar con esta gente —contestó. Ayame dejó escapar un suspiro de alivio. Al parecer había pensado lo mismo que él—. Me refería a nosotros tres —le señaló a él, luego a Ayame, luego a sí mismo.

A decir verdad, no se conocían demasiado. Incluso a Ayame, con la que había comenzado una... ¿relación? ¿aventura? Cada vez que pensaba en ello le resultaba más confuso. Pero era verdad: lo que les movía era un sentimiento que salía de dentro, pero lo cierto es que no sabían... nada, el uno del otro. Y tampoco de su hermano, salvo que tenía un problema de bollo-fagia muy grave.

—Pero... si tú y yo somos hermanos. Y hemos vivido al lado de Daruu-kun desde siempre —dijo Ayame.

Sí, desde siempre. Pero un hola y hasta luego por la mañana y por la tarde y al entrar y salir de clase no te hacía conocer a una persona.

Horrorizado, se dio cuenta de que hasta ahora no habían sido nada más que vecinos.

—Puede que tú y yo nos conozcamos más de lo que conocemos a Daruu-kun. Pero siempre queda algo en el tintero. Y estoy seguro de que estás sobreestimando tus conocimientos sobre tus allegados.

El camarero estampó tres platos de sopa sobre la mesa de forma tan súbita e inesperada que Daruu pegó un pequeño brinco, para luego marcharse sin decir ni una palabra. Daruu observó con desdén a aquella amalgama de cuerdas que aquél tipo debía de llamar fideos. Cogió sus palillos y comprobó la extraña textura del caldo. Se llevó un poco a la boca y...

...tuvo que hacer un esfuerzo para tragarlo.

—Entonces, ¿en qué consiste esta "socialización"? —preguntó Ayame.

—Qué os gusta... qué os disgusta... cuáles son vuestras perspectivas de futuro... Cosas como esas. Empieza, Daruu-kun.

La iniciativa le pilló un poco de sorpresa, de modo que lo primero que dijo, en voz baja pero sin pensarlo demasiado, fue esto:

—Hombre, ahora mismo pensar en algo que me disguste más que este ramen me parece complicado —tosió tras darse cuenta de que había pensado en voz alta, y continuó—: Estas cosas se me dan muy mal... Empecé a ser ninja porque creí que sería lo correcto y que sería lo que le habría gustado a mi padre... Luego estuve un tiempo pensando que quizás no era lo mío, y quizás tenga razón. Puede que no la tenga, porque es verdad que el Ninjutsu me fascina, y el último torneo... Bueno, al menos al principio.

Se le ensombreció un instante el rostro, pero sacudió la cabeza y siguió hablando.

—...el último torneo me hizo sentir bien. Midiendo mis fuerzas, y eso. Aunque practicar con compañeros no es lo mismo que enfrentarse a un enemigo. Así que supongo que... Pudiéndome dedicar a cualquier cosa, y viviendo en este mundo... Creo que defender los intereses de los míos es lo correcto. Sí, supongo que sí.

»Tengo un acuerdo con Seremaru, pero necesito convertirme en chunin. Aparte de eso y de vivir dignamente, no tengo otra aspiración. Me gusta la cocina y la pastelería, como a mi madre, por lo que podría dedicarme a seguir su negocio algún día si me canso de esto, o si me arrepiento. O fundar una pizzería.
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#14
La invitación de Kōri pareció pillar desprevenido a Daruu.

—Hombre, ahora mismo pensar en algo que me disguste más que este ramen me parece complicado. —Tosió él, pero Ayame no pudo evitar reírse entre dientes mientras seguía dando vueltas a su propio caldo—: Estas cosas se me dan muy mal... Empecé a ser ninja porque creí que sería lo correcto y que sería lo que le habría gustado a mi padre... Luego estuve un tiempo pensando que quizás no era lo mío, y quizás tenga razón. Puede que no la tenga, porque es verdad que el Ninjutsu me fascina, y el último torneo... Bueno, al menos al principio...

Ayame le había estado escuchando con atención, pero cuando la palabra "torneo" llegó hasta sus oídos se le hizo un pesado nudo en el estómago al recordar el trágico incidente. Sin quererlo apretó con más fuerza los palillos. Daruu también se tomó algunos segundos para continuar, pero al final lo hizo:

—...el último torneo me hizo sentir bien. Midiendo mis fuerzas, y eso. Aunque practicar con compañeros no es lo mismo que enfrentarse a un enemigo. Así que supongo que... Pudiéndome dedicar a cualquier cosa, y viviendo en este mundo... Creo que defender los intereses de los míos es lo correcto. Sí, supongo que sí.

»Tengo un acuerdo con Seremaru, pero necesito convertirme en chunin. Aparte de eso y de vivir dignamente, no tengo otra aspiración. Me gusta la cocina y la pastelería, como a mi madre, por lo que podría dedicarme a seguir su negocio algún día si me canso de esto, o si me arrepiento. O fundar una pizzería.


Un tenso silencio prosiguió al punto y final de Daruu. Si sus palabras habían despertado cualquier tipo de emoción en Kōri, desde luego él no dejó que afloraran sobre aquella permanente máscara de hielo. Pero Ayame había estado escuchando con fascinación cada palabra pronunciada, hasta el punto que se había olvidado de los fideos.

«¿Se volverá a ir cuando se convierta en chunin?» No pudo evitar pensar, y el corazón se le encogió dolorosamente.

—Tu turno, Ayame.

La voz de su hermano la sacó de su ensimismamiento, y Ayame sacudió la cabeza para volver al presente. Nerviosa, dejó los palillos sobre la mesa y cerró los puños sobre sus piernas mientras balanceaba los pies por debajo de la mesa.

—Y... ¿Yo? Bueno... —Su comienzo, balbuceante e inseguro, fue la imagen completamente opuesta a la que quería dar—. La verdad es que me gustan muchas cosas... El chocolate, leer, dibujar... y sobre todo entrenar —se apresuró a añadir, al darse cuenta de que su presentación no estaba quedando para nada seria de acorde a lo que debía ser una kunoichi. Miró a su hermano casi de reojo, por debajo de las pestañas—. Quise ser ninja desde pequeña. Después de ver en varias ocasiones cómo entrenabas, decidí que yo también quería ser como tú. ¿Por qué? Bueno, reconozco que al principio fue simple fascinación. Verte usar el hielo era como magia para mí —admitió, con una risilla—. Pero conforme fue pasando el tiempo me di cuenta de que podía utilizar esas habilidades para proteger a mis seres queridos.

Hizo una breve pausa. Y su rostro se ensombreció momentáneamente. En un gesto inconsciente se ajustó la bandana sobre la frente.

»No me gusta... la oscuridad. La verdad es que me da miedo. Y... —Ayame tomó aire, como si fuera a decir algo más, pero en el último momento se lo pensó mejor y sacudió la cabeza con energía—. eso.

No fue consciente, pero Kōri había fruncido ligerísimamente el ceño.

—Sobre mis aspiraciones de futuro... Me gustaría conseguir más poder para poder proteger a todos mis seres queridos —afirmó con energía, pero enseguida su determinación se fue apagando paulatinamente—: Y... algún día... me gustaría demostrarle a papá lo que valgo y sorprenderle.
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#15
Daruu acabó su discurso, que al final acabó siendo más extenso de lo que habría podido imaginar, con los brazos cruzados. El destino tejió un manto de silencio por encima de sus cabezas durante lo que le pareció una eternidad. Por un momento, Daruu llegó a pensar que había hecho algo mal. Que había dicho algo mal, concretamente.

—Tu turno, Ayame —anunció Kori sin embargo, unos segundos después.

Ayame sacudió la cabeza, dejó sus palillos sobre la mesa del restaurante y no sin su habitual vergüenza empezó a contar sus aspiraciones, gustos y desagrados.

—Y... ¿Yo? Bueno... La verdad es que me gustan muchas cosas... El chocolate, leer, dibujar... y sobre todo entrenar.

«Apunta... Regalo de cumpleaños, chocolate, un libro, ¿lápices... y un saco de boxeo? ¡Cómo coño vas a regalarle un saco de boxeo, subnormal!»

A veces, Daruu se contestaba a sí mismo dentro de sus pensamientos. Inmediatamente, pensaba que no debía de ser algo muy normal.

Quise ser ninja desde pequeña. Después de ver en varias ocasiones cómo entrenabas, decidí que yo también quería ser como tú. ¿Por qué? Bueno, reconozco que al principio fue simple fascinación. Verte usar el hielo era como magia para mí —dijo, refiriéndose a Kori, y rio—. Pero conforme fue pasando el tiempo me di cuenta de que podía utilizar esas habilidades para proteger a mis seres queridos.

Volvió a ajustarse la bandana sobre la frente. Daruu ya estaba acostumbrado a este gesto, y ocurría cuando estaba nerviosa, normalmente. O simplemente cuando creía que se le iba a caer. Todavía desconocía el por qué, pero le causaba extrema curiosidad.

»No me gusta... la oscuridad. La verdad es que me da miedo. Y... —Tomó aire—. eso.

«¿Eso, qué?»

—Sobre mis aspiraciones de futuro... Me gustaría conseguir más poder para poder proteger a todos mis seres queridos —afirmó, segura de sí misma. «Qué raro», pensó Daruu—. Y... algún día... me gustaría demostrarle a papá lo que valgo y sorprenderle.

Sorprender a Zetsuo. Buf, difícil tarea. Daruu dudaba siquiera que los músculos de su cara tuvieran otra posición que no fuera la de estoy a punto de sacarte las tripas, maldito mocoso.

Suponía que ahora llegaría el turno de Kori, pero les tenía acostumbrados a que jugase con ellos, de modo que no esperaba que hiciera ninguna intervención sincera. De cualquier forma, Daruu agarró sus palillos, cerró los ojos y trató de imaginarse muy fuerte que aquellos fideos con curry sabían de verdad a curry y no a una especie de salsa de manzana pasada y fría.

Nah, era demasiado difícil.
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