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13/01/2017, 00:36
(Última modificación: 13/01/2017, 00:39 por Uchiha Akame.)
Clink, clonk, clank.
Mientras caminaba por aquella calle tan bien pavimentada con ladrillos grises, franqueada por edificios de paredes blancas y tejados rojos, Akame no pudo evitar pensar que tal vez aquella fuese la ciudad más ruidosa de todo Oonindo. Claro que, ¿qué otra cosa podía esperarse de Los Herreros? Un lugar famoso por su producción de armamento y material militar como aquel no podía tener otra banda sonora.
Clink, clonk, clank.
Hasta el observador menos avispado podía advertir, mirase donde mirase, al menos dos o tres fuentes de golpeteos, tintineos metálicos y chirridos. Aquí, un comerciante poniendo en orden una remesa de katanas. Allá, un armero colgando varias armaduras de firmes perchas de madera. Y, como no, casi en cualquier sitio podía oírse, alto y claro, el estruendo de un martillo golpeando contra su yunque.
Clink, clonk, clank.
«¡Por todos los dioses de Oonindo, ¿es que no va a parar ni un segundo este ruido del demonio!?», se dijo a sí mismo el Uchiha, aprentado los dientes, y como si eso fuese a ayudarle, empezó a caminar más deprisa.
Lo cierto era que Akame no se encontraba allí por casualidad. Llevaba poco tiempo en el País de la Espiral, pero ya había oído historias sobre aquel importante asentamiento, y todas concluían que era un lugar digno de visitar. Él, como gennin recién graduado de Uzushiogakure no Sato, sentía una sana curiosidad por ver de primera mano cómo y dónde se elaboraban las armas que luego le vendían los comerciantes de su aldea... A coste de oro, cabe decir.
«Lo que está claro es que aquí encontraré mejores precios». El muchacho no era un negociante nato, ni mucho menos, pero claro como el agua estaba que cuanto más te acercas a la fuente —eliminando intermediarios— más beneficio obtienes. Y por eso mismo había decidido ahorrar algo del dinero que su maestra le había dado, y gastarlo allí, si es que veía alguna pieza que mereciese la pena.
De repente algo captó su atención. Un artesano colocaba, con destreza y cuidado, una reluciente armadura sobre su percha de madera oscura. Akame se acercó sin disimulo, admirando la pieza. El acero pulido brillaba con la luz del Sol de Primavera, arrancando destellos plateados, las juntas estaban ribeteadas con colores carmesíes, dorados y plateados, y las placas parecían sumamente armónicas.
— No soy herrero, ni conozco el oficio, pero está claro que esto es una armadura de calidad. —dijo el Uchiha, al ver que el artesano se le había quedado mirando.
El hombre, un tipo alto y de hombros anchos, con la cabeza totalmente pelada y un poblado bigote negro bajo la nariz, sonrió con satisfacción.
— Veo que tienes buen ojo, muchacho. En efecto, es una buena pieza —respondió el artesano—. Y está mal que lo diga yo, pero es que me siento realmente orgulloso de ésta en concreto. ¿Tal vez te interesaría comprarla?
Akame negó con la cabeza, sonriendo con amabilidad.
— No, gracias. No sería capaz de aguantar ni cinco minutos con eso puesto.
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Riko no sabía cómo había hecho para acabar allí, lo único que tenía claro era que se encontraba en medio de una calle pavimentada en la que apenas podías hablar con la persona que tenías al lado, pues el fuerte estruendo que se formaba con cada golpe en uno de los numerosos yunques que allí había retumbaba como si de un trueno se tratase.
El Senju se paraba cada dos por tres, a admirar como los herreros martilleaban dando forma a infinidad de armas y armaduras, demostrando una destreza inmensa a la hora de implementar todo tipo de detalles.
El peliblanco se quedó a observar como una de aquellas personas, que casualmente todas tenían una complexión grande y fuerte, se dedicaba a colocar armaduras en su correspondiente percha, admirando todas y cada una de las piezas que iba sacando, hasta que, llegado un momento, sacó una de esas que llevan los héroes en las leyendas, con una forma y unos colores que la hacían destacar sobre el resto, y al parecer, no era al único al que le había llamado la atención.
—No soy herrero, ni conozco el oficio, pero está claro que esto es una armadura de calidad.
Riko se quedó mirando al recién llegado, le sonaba muchísimo aunque no sabía de qué. No prestó demasiada atención al resto de la conversación, pero, cuando creyó que había terminado, se acercó al joven, dándole un pequeño toque en la espalda para llamarle la atención, y antes de que se diera la vuelta habló.
— Perdona, pero es que me suenas un montón, y quería saber de qué, ¿no serás de Uzushiogakure, no?
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«Mi hermana ya estará regresando de la misión, debería tomar ya camino a casa.» Pensaba el peliverde mientras regresaba sobre sus pasos. La verdad, la aventura había sido de lo mas entretenida en ésta ocasión, y había hartado y molestado a tantas personas que apenas podía creerlo. ¿Por qué la gente era tan susceptible? Esa pregunta no tenía respuesta posible para el chico, pues aunque le diesen una, no la veía creíble de seguro. A él no le molestaba, ¿por qué al resto si?
Fuera como fuera, había atravesado por completo los bosques de la antigua Konohagakure, y paso a paso creía estar mas cerca de su casa. Sin embargo, en cierto punto del regreso, el camino pareció perderse, como si un perro se lo hubiese llevado en la boca. Buscando alguna senda o camino, el chico topó con un camino bastante decente y que prácticamente iba en la dirección que tenía que seguir, al menos eso pensó. Siguió y siguió el camino hasta que por suerte o desgracia, topó con una urbe enorme y bien ruidosa. Comparada a Kusagakure, realmente cualquier urbe era grande y ruidosa, tampoco es algo para sacar de contexto.
Clink, clonk, clank.
El retumbante golpeo del martillo con el yunque hacía fuertes caricias en los tímpanos, y las constantes ofertas del stock iban siendo anunciadas a todo pulmón acompañando el festival de sonidos. Casi todo en esa urbe parecía estar por encima de los límites auditivos permitidos, pero eso era algo que a casi nadie parecía importar. Habiéndose perdido un poco, solo un poco, no tuvo mas opción que hacer lo propio por retomar el camino. Sin deliberarlo demasiado, tomó un trozo de papel del suelo, y continuó andando por una poblada calle. Cuando vio un puesto en el que parecían vender bolos de crema, alzó el trozo de basura y lo ofreció al tendero.
— Buenas, quisiera un par de éstos bollitos, por favor.
— ¡CLARO! —Exclamó el hombre con toda satisfacción visible en el rostro. — Serán 10 ryos en total, y le aseguro que jamás ha probado unos dulces tan deliciosos. Son los mejores de todo Oonido.
La verdad, el chico ni se molestó en contestar. Tomó los dulces buenamente envueltos, y entregó el papel. A ojos del tendero, era un billete de 50 ryos, a ojos del resto de presentes era el trueque mas absurdo jamás visto. Algunos de los presentes comenzaron a hablar en puchicheos cada vez mas audibles, y aunque el tendero no sabía el porqué, las miradas cada vez se centraban mas en él y en su cliente. Sin embargo, no todo lo divertido siempre dura.
— Gracias por el regalo. —Agradeció el peliverde.
Para cuando dijo ésto, el tendero estaba revisando el cambio, y quedó algo extrañado. Alzó una ceja, y su rostro reflejó la clara discordia, en un abrir y cerrar de ojos el hombro pudo observar la realidad. En sus manos tenía un papel mugriento, y no un billete de 50 ryos. El hombre colerizó tan rápido, que poco le faltó para que su cuerpo se volviese verde. De haber tenido una camisa, seguro que la partía y se golpeaba en el pecho, lastima que ese peto con publicidad de la pastelería pareciese tan grueso.
— MALNACIDO! TE VOY A MATAR! TE VOY A ROMPER LA CARA; Y MEARÉ EN TUS PUTOS OJOS!
No había nada que reporcharle, el pobre estaba en todo su derecho. Pero una cosa no quitaba la otra, antes de que el hombre tuviese oportunidad de cumplir sus amenazas, el chico salió corriendo como alma que lleva el diablo. Comenzó a evadir personas, aprovechándose de su costumbre y adiestramiento, y terminó por perderse de nuevo entre las callejuelas de la urbe. En ésta ocasión al menos había sacado un par de bollos, y una risa.
Al cabo del rato, cesó la carrera, y terminó andando de nuevo. En la zona que estaba ahora los martilleos eran mucho mas constantes, y las armaduras y espadas adornaban el completo de las fachadas de los puestos. ¿Se había metido en una zona residencial de maestros armeros? El chico ladeó la cabeza, y terminó por encogerse de hombros —Que mas daba— tomó el primer bollo, y se lo llevó a la boca.
«Pues tenía razón y todo...»
El bollo era un dulce con un sabor tan intenso y delicioso, que posiblemente podía catalogarlo como el mas bueno que había probado hasta el momento. De nuevo, comenzó a andar un poco, eso si, sin dejar de saborear su botín de guerra.
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De repente Akame notó como alguien le tocaba en el hombro. Sorprendido, no pudo evitar voltearse, y allí vió a un muchacho muy pálido —tanto de piel como de pelo—, cuyos ojos sumamente exóticos le examinaban con cierta familiaridad. Así se lo hizo saber, y el Uchiha no pudo evitar quedarse un momento en silencio con gesto reflexivo. Lo cierto era que él también recordaba haber visto a aquel chico antes; al fin y al cabo, parecía una persona difícil de olvidar. «¡Claro, es Senju Riko! ¿Cómo he podido olvidarme? Esos ojos son de lo más peculiares...»
Azares del destino, aquel chico era ni más ni menos que un antiguo compañero de la Academia de Uzushiogakure no Sato, y ahora colega gennin. Akame no pudo evitar soltar una carcajada al darse cuenta de la remota coincidencia.
—¡Senju Riko-kun! —exclamó, extendiéndole la mano derecha en signo de compañerismo—. Nos graduamos juntos en la promoción de este año —añadió Akame, señalándose la bandana del Remolino que tenía atada en el brazo derecho—. Uchiha Akame.
Nadie podía culpar a Riko de que no recordase a su compañero; Akame era un chico de lo más anodino, y normalmente la gente solía olvidarse de él al poco de conocerle. Claro que él siempre había considerado aquello una ventaja más que un inconveniente.
Sea como fuere, se disponía a entablar una cortés conversación con su compatriota, cuando un aroma delicioso llegó hasta su nariz. Akame olfateó un poco sin disimulo hasta que encontró la fuente de aquel olorcillo; un muchacho que parecía rondar su edad, de pelo verde y apariencia sumamente peculiar, pasaba justo en aquel momento por la puerta de la armería donde conversaban los dos uzureños. El Uchiha no pudo evitar fijarse en los dulces que llevaba aquel tipo, y que olían a gloria.
—¡Eh, perdona! —llamó sin disimulo—. ¿Dónde puedo comprar más de esos bollos?
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El muchacho volteó dándole la cara a Riko, que se le quedó mirando, tratando de recordar quien era, pero éste se adelantó, reconociéndole mucho antes y presentándose a sí mismo, facilitando sobremanera la tarea del peliblanco.
—¡Senju Riko-kun! Nos graduamos juntos en la promoción de este año. Uchiha Akame.
El Senju recordó a aquel joven de inmediato en cuanto le dijo su nombre, y estrechó su mano rápidamente, antes de que pensara que le iba a dejar colgado o algo por el estilo.
— ¡Joder, qué casualidad! Lo último que esperaba era encontrarme con un camarada aquí, la verdad. — Dijo el de ojos violáceos, mostrando una sonrisa que le caracterizaba siempre que veía a alguien conocido.
De repente, Riko se percató como su compañero de villa comenzaba a olfatear, como suena, al parecer había olido algo que le había llamado la atención y pretendía seguir el rastro de este olor, por lo que el peliblanco le siguió, a fin de cuentas, tampoco tenía mucho más que hacer.
El Uchiha se paró prácticamente nada más empezar, cerca de un muchacho de un aspecto extraño, quizás por el pelo, ya que no solía verse a gente con el pelo verde, pero no era aquello lo que había llamado la atención de Akame, si no un bollo que éste tenía en su poder, que, ahora que estaban más cerca, Riko pudo oler de la misma manera que el de pelo azabache había hecho momento antes.
—¡Eh, perdona! —llamó sin disimulo—. ¿Dónde puedo comprar más de esos bollos?
Esperando la reacción del peliverde, el Senju se fijó más detenidamente en el bollo y, siendo sinceros, tenía una pinta espectacular, por lo que si descubrían donde conseguirlos, de seguro que compraría uno de esos bollos.
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El peliverde se desenvolvía por la jungla de asfalto sin dificultad alguna, como si fuese parte de su casa. Con un tercio del bollo a mitad de gaznate, y los otros dos tercios en la boca y parte del exterior, caminaba mientras se debatía entre la vida y la muerte por una mas que plausible asfixia. Con dos lagrimones como cabezas de mongolo, obviamente a causa del ahogo, no pudo evitar mirar hacia su costado cuando alguien llamó su atención. Quizás una persona llamaba a otra, pero él se dio por aludido —¿Por qué no?— aún podía ser el tendero en busca de sus bollos robados de forma vil y extraña. Era una opción que no podía dejar caer en el olvido.
Cuando observó hacia su flanco, habían un par de chicos de aproximadamente su edad, y con un claro signo identificativo. Sendos shinobis portaban en diferentes lugares una banda metálica que reflejaba su claro rango militar, se trataba de un par de shinobis. El primero tenía un pelo y unos ojos mas oscuros que un pozo de petróleo, mientras que el segundo tenía una piel y cabellera mas pálida que un camaleón muerto, pero de éste segundo llamaban muchisimo la atención sus orbes... tenía unos ojos como jamás había visto el de Kusa, unos orbes de color violáceo intenso. ¿Era normal ese tono de ojos?
Fue entonces que el primero soltó sin bochorno que quería saber donde se podía comprar unos bollos como los que el peliverde llevaba. Éste hizo una mueca de incredibilidad al inicio, pero no tardaría en responder, era una pregunta que cualquiera que hubiese estado en semejante jaleo anterior sabría responder con todo tipo de detalle.
—Fhog-thiegnhe quehgé poghaifhestog i´alahifergdala fhegundagsallé ag ladgresha taquevgea lagpuegthala gresha... —Indicó con lujo de detalles, moviendo el bollo que tenía en la mano en cada paso de su indicación. Obviamente, aún no había acabado con el bollo que tenía a mitad del gaznate, pero eso no le había impedido ayudar en absoluto. —¿Vhé?
Todo un galán y un ejemplo a seguir, si no habían entendido las indicaciones habría sido por otro motivo ajeno a su clara guía. O bien eran torpes, o bien no conocían la diferencia entre la derecha y la izquierda... no había otro posible motivo. Era imposible que fuese por falta de empeño en las indicaciones, vamos, no había cavidad a ello porque interés había derrochado en todas y cada una de sus palabras. Por si acaso, había terminado preguntando si se habían enterado, solo por si las moscas. Pero que si necesitaban mas ayuda, ya se encargaría de perderlos personalmente.
Siempre se ha dicho, si quieres algo bien hecho, debes hacerlo tú mismo.
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Si aquel muchacho de pelo verde estaba hablando su mismo idioma, Akame no pudo saberlo con certeza. Quizás fuese un extraño venido de tierras lejanas, o tal vez en Kusagakure tuvieran un dialecto propio. «¡Kusagakure!». En efecto, la bandana con el símbolo de la Aldea Oculta entre la Hierba brillaba con el Sol de mediodía, atada en el brazo diestro de aquel chico. No pasó desapercibido el que el gennin también había reparado en las suyas.
«¿Y si, simplemente, se está burlando de nosotros?». Akame nunca habíia conocido a un shinobi de Kusa, pero supuso que era una posibilidad como cualquier otra. Fiel a su estilo, se acercó al muchacho sin dejar de sonreír ni perder aquel aire tranquilo que le caracterizaba.
— Está bien, está bien —le abordó, como una madre que consuela a su hijo—. No corre tanta prisa saberlo, hombre. Puedo esperar a que te termines el que tienes entre las fauces.
Sin embargo, el Uchiha no terminaba de fiarse de aquel misterioso shinobi. Giró la cabeza un momento para lanzar una mirada a su compañero Riko, que bien podía significar no bajes la guardia. En el fondo, dudaba que aquel chico de pelo verde estuviese tan loco como para intentar nada contra dos ninjas de Uzushiogakure —y menos en el propio País de la Espiral—, pero Akame sabía el refrán.
«Hombre precavido, vale por dos»
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El peliverde se giró cuando oyó la voz del Uchiha, mostrando cierta incredulidad ante las pregunta, clara y concisa, que Akame le había planteado sin más preámbulos, dejando claro que aquellos bollos le llamaban la atención. El kusagakuriense, ni corto ni perezoso, ni si quiera esperó a tragar el pedazo del dulce que tenía en la boca para contestar la pregunta, lo que, indiscutiblemente, no había sido la mejor idea posible.
—Fhog-thiegnhe quehgé poghaifhestog i´alahifergdala fhegundagsallé ag ladgresha taquevgea lagpuegthala gresha... ¿Vhé?
La cara del peliblanco lo decía todo, no había entendido ni una sola palabra que había salido de la boca del joven, quizás porque su atención se había centrado en como el bollo que tenía en la boca se movía de un lado a otro, dejando de vez en cuando que un pequeño pedazo saliera disparado.
—Está bien, está bien. No corre tanta prisa saberlo, hombre. Puedo esperar a que te termines el que tienes entre las fauces.
Al parecer, Riko no había sido el único que no había entendido no papa de lo que aquel chico había querido decirles, y eso lo aliviaba. En un momento dado, su compañero de villa le miró, lanzándole una mirada que, a pesar de no saber muy bien lo que quería decir, supuso que le avisaba de no relajarse, al fin y al cabo, no le conocían de nada y no dejaba de ser un shinobi, como ellos.
— De verdad que lo siento, ¿eh? Pero no he entendido mucho de lo que has dicho.... — Se disculpó el muchacho, tratando de no hacer que el peliverde se sintiese ofendido, al fin y al cabo, no era su intención ofender a nadie.
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18/01/2017, 22:19
(Última modificación: 18/01/2017, 22:19 por Aiko.)
Sendos shinobis parecieron asombrar a cada palabra del peliverde, como si éste fuese el mejor de los predicadores en mitad de una fiesta episcopal. Los trocitos del bollo salían disparados como metralla en plena guerra, y sus palabras casi inventadas conmovían sin ánimo de lucro a los espectadores. Por un segundo el chico llegó a pensar que hasta derramarían unas lágrimas de la impresión, pero sus ilusiones se vieron abatidas fugazmente por un meteorito llamada cruda realidad.
Lejos de agradecerle las indicaciones, ambos quedaron extrañados, y no tardaron en aclarar el porqué. El de cabellera azabache fue el primero, indicando que no cundía prisa, que podía terminar de tragar el trozo de bollo que tenía a mitad del gaznate. Su acompañante no hizo mas que recalcar el hecho, añadiendo que era imposible entender una sola palabra de lo que había dicho. Razón no les faltaba a ninguno, ininteligible por completo había sido su breve discurso indicativo.
—Mhhhh-uhmmm —Inquirió moviendo un par de veces la cabeza de arriba hacia abajo y viceversa. Justo en ese instante, alzaba también su dedo acusador, pero no acusaba a nadie mas que al cielo. El gesto y su expresión aclaraba que claramente había caído en cuenta, y el resultado no era dieciséis.
Rápidamente revolvió el gesto de su diestra, la que anteriormente acusaba al cielo, y se golpeó un par de veces el pecho en pos de aligerar el proceso de ingesta. Por bueno que estuviese el dulce, no cambiaba la situación, andaba engollipado. Pero no tardaría demasiado en engullir el susodicho como un pato haría en éstos casos, le costó apenas un par de decenas de segundo. Para cuando terminó la ardua tarea, tosió un par de veces, e incluso se volvió a golpear un par de veces mas el pecho. Sin duda, no había quien echase el dulce hacia abajo por el gaznate. Delicioso y mortífero, como todas las cosas buenas de la vida.
—Perdón, perdón... —Se disculpó, para nuevamente acudir a un pequeño ataque de tos. —¡Cought! ¡Cought! ¡Cought!... Decía que se trata de una panadería que he encontrado por casualidad, no soy de por aquí, tan solo estoy de paso... y no hay nada mejor que un buen dulce para quitar las penurias a un viajero. Obviamente, no soy al único al que se le han comido por los ojos.
»Pues bien, está en una pequeña tienda que se encuentra por esta calle bajando, al final tenéis que tomar la calle hacia la derecha por donde bifurca, luego la segunda calle a la izquierda, primera hacia la derecha y a mitad de esa misma calle podéis encontrarla. No recuerdo el nombre de la tienda, pero el encargado derrochaba amabilidad... incluso me regaló el segundo bollo. Sin duda, si le enseñáis algún truco de cartas antes de comprar, os hace algún descuento.
No faltaba mentira en sus palabras, pero hasta él mismo se había creído la historia. Para nada era carismático, se trataba de un chico que apenas sabía mentir bien, pero que había aprendido a hacerlo en base a que él mismo se creía sus palabras. Por otro lado, seguramente se olvidarían de él a mitad de camino, era un don que pocos conocían sobre el peliverde. Bueno, eso si no le daba por molestarlos por mas tiempo, que bien era posible.
—Al menos a mi me funcionó. Es una suerte que siempre lleve una baraja encima.
Por si no quedaban del todo convencidos, insistió un poco mas en el hecho. ¿Serían capaces ellos de mostrarle un truco de cartas al vendedor sin venir a cuento? Sin duda, aunque se hubiese olvidado del peliverde, sería realmente gracioso que le mostrasen mas trucos de magia al mismo vendedor. Lamentablemente, quizás no entendiese el chiste, y diese rienda suelta a su ira de nuevo...
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20/01/2017, 18:01
(Última modificación: 20/01/2017, 18:02 por Uchiha Akame.)
Akame no supo si había entendido mejor las explicaciones de aquel muchacho cuando tenía el bollo en la boca o cuando no. El chico parecía amable, desde luego, aunque un tanto extraño; y no tuvo reparos en deshacerse en indicaciones de las cuales Akame no cazó ni la mitad. En su rostro se dibujó la más pura de las confusiones mientras trataba de memorizar lo que aquel ninja de Kusa iba diciendo. «Derecha, izquierda... Luego, al final... ¡Arg, maldición! ¡Ya me he perdido!».
Por fortuna para él, jamás tendría que recorrer aquel confuso camino para llegar al puesto de bollos. De hecho, era probable que ninguno de los tres lo hiciera. Porque tan pronto el muchacho de pelo verde terminó de hablar, escucharon un sonoro carraspeo a sus espaldas.
Akame supo —de algún modo— que aquella llamada de atención era para ellos, y se dio media vuelta de forma casi instintiva. Allí estaba, sentado sobre una vieja silla de madera en el portal de una casa junto a la armería, un hombre encorvado que les observaba fijamente con su único ojo sano. El tipo parecía muy viejo, con arrugas por todos lados, y lucía una horrible cicatriz en el lado izquierdo del rostro, desde el nacimiento de la frente hasta el mentón. La herida pasaba por su ojo, o al menos la cuenca vacía donde alguna vez hubo de estar.
—¡Tres shinobi conversando amigablemente! —exclamó, con una voz ronca de aguardiente y tabaco—. Supongo que nunca llegaré a acostumbrarme. Acercáos, acercáos muchachos...
El Uchiha observó detenidamente a aquel anciano; pese a su evidente vejez, tenía los hombros anchos y las manos grandes y llenas de arrugas. Su brazo derecho rodeaba una especie de bastón envuelto en una tela apolillada de color marrón. «Hay... Algo, hay algo en él que no... No es normal...», caviló un momento el shinobi. Dudó sobre si hacer caso a las palabras del anciano, pero luego pensó que quizás quería compartir con ellos alguna apasionante historia, así que se acercó a paso tranquilo.
—Yo antes era un shinobi como vosotros —dijo el viejo, observando a Akame con su ojo sano, de color muy negro—. Pero un día me clavaron una flecha en la rodilla...
Entonces estalló en carcajadas, que acabaron derivando en una tos seca y asfixiante.
—¡Es broma! —confesó—. Es un meme de esos que os gustan a los chavales hoy día, ¿no? —añadió, pronunciado aquel moderno vocablo con cierta dificultad—. ¿Lo he dicho bien? ¡Da igual! Tengo una interesante historia que compartir con vosotros, si es que queréis oírla.
Estando tan cerca, Akame pudo distinguir un detalle que le impresionó por momentos. Las arrugas que cubrían gran parte de su piel no eran en realidad arrugas... Sino cicatrices. Aquel anciano estaba cubierto de cicatrices de diversa forma, profundidad y tono. «Dicen que es difícil llegar a viejo siendo un buen ninja...»
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