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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#46
—¡Bu-buenos días, Kōri -kun! —respondió Kiroe, inusualmente nerviosa. Kōri la miró con cierta curiosidad, pero un sonido a sus espaldas llamó a su atención. Un estallido seguido del sonido de la salpicadura del agua al caer—. ¡¡DARUU, IDIOTA!!

En un abrir y cerrar de ojos, la mujer había tomado una fregona y se dirigía entre largas zancadas a la mesa que su hijo ocupaba en aquellos momentos.

—Mira que eres un desastre. Siempre igual, "tengo sed mamá, ponme un vaso de agua también". Y luego no sabes beber, ¡bocachocho! —le espetó, y los clientes que llenaban la tienda se echaron a reír.

Kōri debía ser la única persona que no se estaba riendo. Observaba y estudiaba la escena con ojos de búho, analizando cada uno de los movimientos de Kiroe cuando esta sacó una bolsa y la dejó encima de la mesa antes de ponerse a fregar el agua que ahora encharcaba el suelo a su alrededor.

—¡Anda, atiende a tu invitado como se merece —dijo, antes de dirigirse hacia la cocina. Seguramente para terminar de arreglar el estropicio que en teoría había ocasionado su hijo.

Preguntándose desde cuándo era un invitado y no un cliente más, Kōri se acercó a la mesa del chico. Se detuvo, sin embargo, cuando sus pies dieron con el suelo húmedo. Como explicación, Daruu señaló el vaso volcado que debía haber ocasionado tal incidente.

—Buenas tardes, Daruu-kun. ¿Esperas compañía?

—Sí —confirmó Daruu, señalando en esta ocasión la bolsa que había dejado anteriormente Kiroe—. La tuya. Feliz cumpleaños, Kōri-san. ¡Sorpresa!

Kōri pestañeó varias veces. Era evidente que le había sorprendido, pero en ningún momento dejó que aquel sentimiento se reflejara en su rostro. Casi con parsimonia, se sentó en la silla que estaba libre.

—Mi cumpleaños es en Aliento Nevado —respondió, con toda la calma del mundo. Sin embargo, tras echarle una ojeada a la bolsa y comprobar que estaba repleta de sus amados bollitos de vainilla, asintió para sí y los atrajo hacia él. Y con aquella misma calma sacó uno de ellos y le dio un bocado. Aunque se interrumpió a medio masticar—. ¿Ese chocolate también es para mí? —preguntó, señalando la taza que aún humeaba frente a él, haciendo compañía al té de Daruu.

—Estoy buscando a Ayame, ¿la has visto? —añadió, clavando sus ojos de hielo en el genin.
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#47
Su cumpleaños era en Aliento Nevado. Claro. Cómo no lo había pensado. ¡Una fisura en su plan maestro! Daruu, honestamente, se dio una palmada en la frente. Y la gente, de nuevo, a su alrededor, estalló en una sonora carcajada.

—¡Pero bueno! ¿¡Es que no se pueden meter ustedes en su vida, narices!? —espetó, malhumorado y avergonzado, y la gente, cortada por el filo de las palabras de Daruu, volvió a sus asuntos entre un murmullo que casi les sonreía.

—¿Ese chocolate también es para mí? —preguntó Kori, señalando la taza de Ayame.

—Sí, la verdad es que no sabía si te gustaba el café o el chocolate. Con Ayame y con Zetsuo lo tengo claro, pero contigo... —Daruu se rascó la cabeza, disimulando.

—Estoy buscando a Ayame, ¿la has visto?

—¿Eh? ¿A Ayame? ¿A tu hermana Ayame? No, no, ¡qué va! ¡No le he visto ni un pelo, jejeje! Nada de nada. ¿Por qué, ha pasado... ha pasado algo?

A esas alturas, la mentira de Daruu tenía ya las patas muy cortas.


···


Kiroe estrujó la fregona en el suelo de la cocina, y el charco que había sido Ayame cayó sobre los azulejos blancos y negros de la habitación.

—Ya me lo agradeceréis más tarde, Ayame-chan —canturreó Kiroe—. Así que...

Se puso colorada y se retorció un mechón de pelo.

—Así que te gusta mi hijo, ¿eh? —preguntó, levantando y agachando las cejas—. Si es que siempre he pensado que haríais buena pareja. Pero, ¡tan pronto! No me lo esperaba, la verdad.

»¡Que sepas que tienes toda mi aprobación! Y no deberías huir de tu padre por eso. Sé que no se lo va a tomar a bien, ¡pero Daruu es un trozo de pan! Se acostumbrará, tendrá que hacerlo. ¡Debéis luchar por lo vuestro! ¡Como en una peli romántica!

Para peli la que se estaba montando.
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#48
—¿Eh? ¿A Ayame? ¿A tu hermana Ayame? No, no, ¡qué va! ¡No le he visto ni un pelo, jejeje! Nada de nada —balbuceó Daruu, de una forma nada convincente. Estaba nervioso, se le notaba a las mil leguas, y ni mucho menos era por la gente que les observaba en silencio y reía. Toda aquella parafernalia del cumpleaños era demasiado sospechosa—. ¿Por qué, ha pasado... ha pasado algo?

Kōri no respondió enseguida. Rompió el contacto visual con Daruu y apartó la taza de chocolate a un lado. Demasiado caliente para su gusto. Demasiado empalagoso. Volvió a asestarle un mordisco al bollito de vainilla.

—Ha huido de casa. Y temo que haga alguna tontería de las suyas —comentó, con aquella frialdad tan característica—. Además, mi padre está comenzando a ponerse nervioso —añadió, con lentitud calmada, haciendo un verdadero inciso en aquella última palabra.

Alzó de nuevo la mirada, y sus ojos volvieron a clavarse como dos puñales en el rostro de Daruu.

—¿Estás seguro de que no la has visto?

...

Kiroe llegó con la fregona a la cocina y la estrujó contra las baldosas. El agua cayó con una sonora salpicadura al suelo y casi de inmediato se revolvió y giró sobre sí misma hasta formar la figura de una Ayame sentada en el suelo que miraba a su alrededor confundida.

Aquello había sido lo más extraño que le había ocurrido nunca. ¿En qué momento podría decir que había sido fregada con una fregona? ¿Y cómo había acabado así?

—Ya me lo agradeceréis más tarde, Ayame-chan. Así que... —canturreó la mujer, y en el momento en el que se ruborizó y comenzó a juguetear con un mechón de pelo, Ayame se dio cuenta de que acababa de salir de un fregado para meterse en otro—. Así que te gusta mi hijo, ¿eh?

—E... Eh... ¿Q...? ¡¿Qué?!

—Si es que siempre he pensado que haríais buena pareja. Pero, ¡tan pronto! No me lo esperaba, la verdad.

—N... no... y... yo... —Ayame se reincorporó como si acabara de recibir un calambrazo en el culo.

—¡Que sepas que tienes toda mi aprobación! —continuaba charlateando, haciendo caso omiso a los débiles balbuceos de Ayame, que miraba a su alrededor con angustiada desesperación buscando una salida. Pero tras la puerta de la cocina se encontraba su hermano mayor... ¿A quién prefería enfrentarse? ¿En qué momento había pasado de una huida a un interrogatorio?—. Y no deberías huir de tu padre por eso. Sé que no se lo va a tomar a bien, ¡pero Daruu es un trozo de pan! Se acostumbrará, tendrá que hacerlo. ¡Debéis luchar por lo vuestro! ¡Como en una peli romántica!

—¡Se equivoca! —exclamó, y casi de inmediato se arrepintió de haber alzado de aquella manera la voz—. Yo... lo siento... Daruu-san es muy simpático pero... no estoy huyendo de papá por eso... —balbuceó, con un hilo de voz.

Inquieta, y sin saber muy bien cómo actuar, desplazó el peso de su cuerpo de una pierna a otra mientras sus manos jugueteaban entre sí y sus ojos continuaban buscando una salida que no la condenara a un nuevo problema.

Quizás la cocina tendría alguna ventana por la que podría...
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#49
—¿Qué? ¡Oh, oh! Oh... —Entre decepcionada y avergonzada, Kiroe era toda roja. Se tapó la cara con las manos. Bufó fuerte, y respiró hondo—. Entonces... ¿por qué huyes? ¿Es por el examen? ¿¡Desde cuando no vuelves a casa!? ¡Tu padre tiene que estar preocupadísimo!

Kiroe parecía bastante enfadada.


···


¿¡Desde cuándo no vuelves a casa!?

Una fatídica voz desde la cocina hizo que se le pusieran todos los pelos de punta. Daruu ni siquiera quiso mirar a los ojos a Kori.

—E... esto. Verás...
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#50
La respuesta que esperaba no tardó en llegar. Aunque no fue por colaboración de Daruu, precisamente. Un súbito estruendo proveniente de la cocina le hizo alzar la cabeza y mirar en aquella dirección. No alcanzaba a escucharlas con claridad, pero eran dos las voces femeninas que discutían acaloradamente tras la puerta. Una era la voz de Kiroe. La otra, más aguda y juvenil, sin duda alguna...

—¿¡Desde cuándo no vuelves a casa!? —Alcanzó a escuchar.

—E... esto. Verás... —balbuceaba Daruu, pero Kōri ya no le escuchaba.

Realmente, no necesitaba oír nada más.

Se había levantado de la silla sin mediar palabra y, con la bolsa de los bollitos firmemente agarrada, echó a andar.

···

—¿Qué? ¡Oh, oh! Oh... —Kiroe parecía decepcionada con su respuesta, y Ayame no pudo evitar sentirse terriblemente mal por sus palabras. Aunque no alcanzaba a comprender por qué se sentía así. La madre de Daruu se tapó el rostro con ambas manos, resopló y después respiró hondo—. Entonces... ¿por qué huyes? ¿Es por el examen? ¿¡Desde cuando no vuelves a casa!? ¡Tu padre tiene que estar preocupadísimo!

Ayame tragó saliva y apartó la mirada. Inquieta, se abrazó el costado.

—De... desde esta mañana... —balbuceó, incapaz de mentirle.

La puerta chirrió de repente, y Ayame sintió que se le congelaba la sangre en las venas. Allí, en el umbral de la cocina, una figura blanca las observaba con aquellos gélidos ojos ligeramente entrecerrados. Parecía disgustado, o aquella fue la impresión que tuvo Ayame al mirarle, pero lo cierto era que su rostro no reflejaba ningún tipo de sentimiento cuando se giró hacia Kiroe e inclinó la cabeza.

—Disculpe la intromisión, Kiroe-san. Estaba buscando a mi hermana —dijo, gélido y formal a partes iguales.

Sin embargo, Ayame volvió a retroceder un par de pasos. ¿Estaba a tiempo de escapar por alguna ventana?
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#51
Daruu quedó mirando al vacío, como si se estuviera hundiendo en un océano de silencio. En el fondo, así era. El murmullo habitual de la Pastelería de Kiroe-chan disminuía poco a poco, y las miradas, curiosas, se las llevaba todas el joven albino que ahora caminaba hacia la barra, y después la saltaría con elegancia, como si estuviese en su propia casa.

Quizás, así fuese, también en el fondo, pensó Daruu, mientras sus ojos hacían de péndulo al mismo tiempo que la bolsa de bollitos de vainilla que Kori sujetaba firmemente se mecía suavemente cuando éste abrió la puerta de las cocinas.


···


—De... desde esta mañana... —tartamudeó Ayame.

—¡Eso es...!

Shkrriiiieeeeeek, la puerta anunció la llegada de alguien más. Kiroe viró el rostro para ver llegar a Kori, y suspiró. Instintivamente, alzó la mano hacia Ayame y le revolvió el cabello desde arriba.

—Disculpe la intromisión, Kiroe-san. Estaba buscando a mi hermana —anunció.

Ayame retrocedió un par de pasos.

—Ayame, quédate quieta y ve con tu hermano. No hay vuelta atrás. —La voz de Kiroe sonó tan gélida como la de su hermano, como si se tratase de una orden. Pero al mismo tiempo, de forma extraña, proyectaba una especie de calidez muy convincente. Uno sentía, que cuando oía aquellas palabras, el que las decía estaba compadeciéndose de él. Perdonándole. Acariciándole el pelo con ternura. Como las palabras de una madre, severa, pero que en el fondo sabes que hace las cosas por tu bien.

»Lo siento, Kori-san. Está aterrorizada. Procura que Zetsuo se porte todo lo bien que pueda, ¿de acuerdo? Tienes que prometérmelo.
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#52
Como si le hubiese leído la mente, Kiroe apoyó la mano sobre su cabeza y le revolvió los cabellos con suavidad.

—Ayame, quédate quieta y ve con tu hermano. No hay vuelta atrás. —Su voz la paralizó por completo, sus piernas se negaron a responderle y cualquier intención de huida se desvaneció de su mente por completo. La orden había sonado gélida como la voz de su hermano, pero al mismo desprendía una compasión y una amabilidad que Ayame agachó la mirada y se mordió el labio inferior. Por un momento se sintió como cuando era una niña pequeña y la pillaban haciendo alguna trastada. Y, durante unos breves instantes, no pudo evitar preguntarse si su madre habría actuado de una forma similar—. Lo siento, Kōri-san. Está aterrorizada. Procura que Zetsuo se porte todo lo bien que pueda, ¿de acuerdo? Tienes que prometérmelo.

—Se lo prometo, Kiroe-san —respondió Kōri, sin pestañear, antes de volverse hacia su hermana pequeña—. Vamos, Ayame. Cuanto más hagamos esperar a padre, será peor.

Ayame asintió lentamente y abandonó la seguridad del amparo de Kiroe. Con pasos arrastrados se dirigió hasta la posición de Kōri, que la observaba con sus ojos gélidos clavados en ella. Juntos abandonaron la cocina, y Ayame ni siquiera se atrevió a levantar la cabeza para mirar por última vez a Daruu. Como una presa condenada a muerte, seguía los pasos de su hermano con la cabeza y los hombros hundidos.

—¿Está... muy enfadado? —preguntó con un hilo de voz, cuando salieron de la pastelería y la lluvia volvió a recibirlos en su frío abrazo.

—Bastante —respondió él, sin ningún tipo de anestesia. Ayame tragó saliva con esfuerzo—. No deberías haber salido corriendo así, Ayame. Y mucho menos estar tanto tiempo fuera de casa.

—Yo... lo siento...

Kōri la guió hasta el siguiente portal y juntos tomaron el ascensor que les llevaría hasta el décimo piso. A cada segundo que pasaba, el corazón de Ayame se hundía más y más en su pecho, y para cuando llegaron a su destino el clásico tintineo se clavó en sus oídos. Kōri enfiló el pasillo, se detuvo frente a la segunda puerta e introdujo la llave en la cerradura. La puerta se abrió con un ligero chasquido, y cuando su hermano la invitó a entrar, Ayame se encontró de bruces con la silueta de su padre esperándola con los brazos cruzados en el recibidor. Era como si no se hubiera movido de allí desde que había abandonado la casa.

—¿Dónde se supone que has estado? —preguntó, con su voz cargada de acero.

—Yo...

—¡¿Te das cuenta de todo el tiempo que ha pasado?! ¡Hemos estado buscándote por todos y cada uno de los jodidos rincones de esta aldea!

—Lo sient...

—Estaba entrenando con Daruu-kun en la Academia —intervino Kōri, y Ayame se sobresaltó. Por un momento si se lo había inventado durante la marcha para sacarle las castañas del fuego y había terminado coincidiendo con la realidad o de verdad los había visto allí de alguna manera. Cualquiera de las dos opciones resultaba escalofriante—. Ayame me ha confesado su deseo de entrenar todos los días hasta el día de su siguiente examen de graduación.

—¿Es eso cierto? —preguntó Zetsuo, con un peligroso siseo.

Ayame tardó algunos segundos en responder, pero terminó por asentir. Su hermano la había salvado, pero también la había condenado a su propia manera. Ahora no tendría manera de escapar de los asfixiantes entrenamientos con su padre o con él.

—Bien —terminó por sentenciar, tras algunos breves segundos de silencio—. Entonces entrenarás todos los días. Cuando no estés en la academia estudiando, estarás con nosotros. Sólo descansarás para comer y para dormir. Y esa será tu rutina hasta el siguiente examen de genin que deberás aprobar. Si no lo consigues, te borraré de la academia y tu vida como kunoichi habrá terminado para siempre. ¿Ha quedado claro?

Ayame hundió aún más la cabeza, pero nuevamente volvió a asentir. Zetsuo alzó el brazo, señalando con su dedo índice el final del pasillo.

—¡Y ahora vete a tu habitación hasta la hora de la cena!

Con un último asentimiento, Ayame siguió la dirección del dedo arrastrando los pies. Enfiló el pasillo y abrió la puerta que quedaba a su derecha justo hacia la mitad. Y en cuanto la cerró tras de sí se sintió desbordarse. Con un sollozo ahogado, se echó sobre su cama y enterró el rostro en la almohada antes de romper a llorar desconsoladamente.

Tenía que aprobar el siguiente examen de genin le costara lo que le costara. Incluso si tenía que quedarse despierta alguna noche o saltarse alguna comida, tenía que hacerlo. Lo había prometido. Y Daruu la estaba esperando.
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#53
La puerta de las cocinas se abrió, y los clientes enmudecieron, observando lo que ya se había convertido en un espectáculo. Daruu se limitó a agachar la cabeza, avergonzado. Se preguntó si Ayame le odiaría por no haber impedido que Kori entrase a la cocina. Se contestó que de todas formas no habría sido capaz y sólo habría empeorado todo. Se preguntó, también, si el hermano de Ayame le tendría rencor por intentar ocultarla. Esperaba que no. No tenía mucha relación con él, pero siempre se habían llevado bien.

Kiroe salió de la cocina y dio dos palmadas que atrajeron la atención del improvisado público.

—¡Vamos, vamos! ¡Aquí no hay nada que ver! ¡Vuelvan todos a socializar, corran, que se les está cayendo la baba con tanto show!

La clientela, avergonzada, volvió a sus batidos, cafés, bollos y conversaciones. Kiroe saltó la barra elegantemente y caminó hacia la mesa donde Daruu estaba sentado. Se sentó.

—¿Por qué la has ayudado a huir?

—¡No lo he hecho, de verdad, mamá! —contestó Daruu, indignado—. Sólo quería ayudarla a entrenar. Sólo la convencí para que volviera a su casa invitándola a chocolate, y a regañadientes. Yo mismo le dije que tenía que volver. Créeme.

—Sí —suspiró Kiroe. Cogió el taiyaki a medias de Ayame y le dio un bocado—. Yo también intento convencer a los hombres con chocolate.

—¡Jo, mamá, que no es eso! —Daruu se puso rojo y se levantó de la silla.

—¡Eh! Llévate ese bollito. Aquí no se tira comida, y menos tú que eres mi hijo.

Daruu se dio la vuelta, cogió el bollo, le propinó un rabioso bocado, y se dirigió hacia la puerta que conducía a las escaleras ascendentes hacia casa.


···


Se limpió el azúcar glaseado con la manga y cogió el pergamino de su abuela. Se sentó en la cama, cansado por todo el ajetreo de aquél día, y desenrolló el papel. Sesudo, entrecerró los ojos, mirando de nuevo aquél extraño símbolo y preguntándose qué sentido tenía haber podido abrir aquél armario si ahora no era capaz ni de desencriptar aquellas complicadas fórmulas.

Y entonces lo entendió. Había tenido sentido abrir el armario.

Daruu activó su Byakugan. Y se vio lejos, en otra parte.


···


El remolino de imágenes y voces inconexas se disipó. Daruu cayó de bruces sobre el suelo de un tatami que conocía muy bien. Pero éste estaba en mejor estado. Se levantó, confuso, con la vista emborronada, y miró a su alrededor. Desde luego, estaba en la casa de su abuela. Pero todo estaba un poco... extraño. Como... ¿muy nuevo?

—Hyuuga de mi sangre —Una mujer que se parecía bastante a su madre, una imagen al noventa por cien clavada, si no llega a ser por el cabello, que era más largo y totalmente liso, se erigía ante él vestida con un kimono plateado. Le mostraba la palma de una mano en lo que parecía ser una especie de kata de combate—. Has abierto bien los ojos.

Daruu, respirando de forma agitada mientras su cerebro intentaba procesar y entender toda la información que le estaba llegando, no pudo hacer otra cosa que colocar su cuerpo en la misma posición que la mujer, de forma torpe pero cuidadosamente medida.

—Ahora, aprenderás de mi experiencia, tal y como te prometí.
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