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Aunque Yarou no lo parecía, por dentro sentía un temor que crecía a pasos agigantados mientras el viejo Satomu avanzaba más y más en su ensayado y místico discurso, donde no sólo dejó entendido que tenía toda la intención de continuar con el trabajo de sus antecesores, sino que también tenía pruebas y evidencia de ello. Escritos y pergaminos que fueron llenados hacía más de cien años, por allá, en el inicio de lo que muchos catalogaban como la Nueva Era.
Su instinto le decía que aquello no era una blasfemia, o un delirio de un viejo artista excéntrico. Algo le exigía en su interior que tuviera muy en cuenta las palabras del hombre que le confiere a la piedra Humanidad.
Entonces pensó en intervenir, poco después de que el Uchiha cayera completamente seducido con las tangibles promesas de conocimiento. Kaido, por su naturaleza, no lucía tan convencido.
Así que volteó a ver a su mentor, y éste le secundó la mirada.
Durante aquel cruce, ambos se dijeron más de lo que habían logrado compartir durante tantos años. El escualo pudo ver preocupación en el hombre que le había estado cuidando y entrenando desde que tenía uso de razón. Y sin saber el por qué, más allá de entender que Yarou también era un Hozuki. No obstante, nunca se había animado a preguntarle la razón por la cual había estado perdiendo su tiempo con un crío como él, durante diez años, más que fuera por órdenes del concilio que controlaba al escualo.
Y tampoco lo haría en ese momento, en el que parecía que las respuestas la tenía otra persona y no el único shinobi en el que podía confiar.
—Sí... ¿qué coño quieres? —repitió, reforzando las palabras de Akame.
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26/06/2017, 04:02
(Última modificación: 2/07/2017, 14:20 por Hanamura Kazuma.)
— Estamos listo para escucharlo todo —respondió con férrea determinación el Hakagurē.
El anciano escultor se tomo unos segundos para observar a aquellos jóvenes, para contemplar la razón por la cual estaba arriesgando tanto. Ninguno tenía en su ser punto de comparación con los otros, eran únicos y diferentes. Aun así, fueron lo que estaba esperando, lo que los antiguos textos le habían jurado y prometido. En aquellos instantes, Satomu deseaba el tener la determinación de aquellos muchachos, el sin temor y el avanzar de la juventud, ya que justo entonces, y luego de todo lo acontecido, comenzaba a tener dudas: ¿Seria su historia aceptada? ¿Significaría para sus invitados todo lo que significaba para él? ¿Le socorrerían en su cometido final?
Era demasiado tarde como para dudar, era momento de continuar y de hacer lo que debía hacerse.
— Sera ahora o nunca —dijo para sí mismo, mientras se hacía con uno de los viejos pergaminos contenidos en el cofre—. Escuchen con mucha atención mis palabras, pues hablare sobre la vida, la muerte y los legados.
Miro en dirección a Kaido, y comenzó a leer con una voz llena de vitalidad.
Son muy raras las ocasiones en donde el hombre logra convertirse en uno con la naturaleza, recobrando sus extraviados instintos primitivos. Y yo solo se dé un caso en el que alguien ha nacido siendo ya uno con su más profunda esencia salvaje.
Aquel sujeto maravillaba mi ser con su apariencia de carácter marino: Un cuerpo enorme y solido, con una piel de un gris azulado y cabellos de un color azul fuerte. Era fascinante la unión de rasgos que le hacían único: Unos ojos de un azul intenso, con una mirada fuerte y depredadora, y unos dientes triangulares y afilados como sierras, que podían formar la sonrisa más amenazante que hubiese visto en mi vida. Solía resultar extraño cuando hablaba de agallas, las que se referían al valor, pues el tenia las verdaderas, las que eran propia de los peces. Pese a todo, era irónico pensar que el tenia ambas, las agallas de su determinación y las concedidas por la naturaleza.
Hasta donde pude averiguar, no conoció jamás padres o familia alguna, solo a un anciano ninja que le crio hasta que la inoportuna muerte se lo arrebato en la edad justa como para valerse por sí mismo. Lo que según él fue aproximadamente al principio de su adolescencia.
Como persona, era alguien de carácter rudo, tosco y grosero, capaz de ofender a cualquiera con gran facilidad. Pero también era propietario de un sentido del humor grandioso, aquel humor del que hacían gala los marineros luego de años en el mar. En cierto momento me atreví a indagar un poco más sobre su vida, las respuestas que me dio quedarían grabadas en mí eternamente: Me aclaro que había sentido en la carne de su corazón el enorme peso de la soledad y el desprecio, aislado de quienes sabían que era diferente. Incluso llego a ser víctima de persecuciones de odio y cacerías religiosas. Una vida dura que era digna de dibujar una sonrisa desafiante en su rostro, pues consideraba a la vida misma como el más grande los rivales. Me aseguro que hacía mucho que supero todo el dolor, pero que se había guardado las cicatrices como muestra de aprendizaje. Al parecer, todo mejoro cuando se dio cuenta de que el vivir era todo lo que necesitaba y que todo lo que buscaba ya estaba dentro de él… Claro, eso no significo que alcanzo la iluminación y paso a ser una buena persona, porque, de hecho, era una lacra, un patán y un buscapleitos. Pero con aquello le bastaba para sentirse completo y saciado.
Como guerrero, era alguien brutal, implacable y violento, capaz de dejar fluir sus instintos hasta el punto en que la batalla se convertía en una carnicería. Siempre me pareció que en cuanto a él llegaba el olor de la sangre se transformaba o, mejor dicho, dejaba aflorar su más primitivo ser. Lo más aterrador es que no era una furia ciega sino una fría y controlada, metódica. Lo más aterrador era aquella paciencia y excitación que mostraba cuando se encontraba con un oponente digno, esperando y midiéndolo hasta que llegaba el momento oportuno y lo destrozaba por completo.
Con el tiempo se hizo con la jefatura de un grupo de mercenarios de mar, degollando a su anterior capitán, un hombre bueno, pero lo suficientemente arrogante y estúpido como para aceptar un desafío suyo. Se convirtió en un buen líder, aclamado por sus hombres, a los cuales cuidaba como si fueran su familia, profesándoles una lealtad inquebrantable.
Más jamás cambio la dirección de su camino: Los que estaban bajo su mando, sin importar sus habilidades o astucia debían de reconocer su supremacía, o pronto se verían enfrentados a un oponente bestial. Y él seguía siendo despiadado. Había aprendido bien la ley del mar y de la tierra, y jamás desaprovechaba una oportunidad ni daba respiro a oponente alguno. Se dio cuenta de que no podía ser benévolo. Debía someter o ser sometido; mientras que demostrar misericordia era un error que exhibía fragilidad. La clemencia era algo que no existía en su sangre ancestral, heredada de las primigenias bestias marinas. El miedo propio le debilitaba, mientras que el miedo ajeno le fortalecía. Para él era cuestión de matar o morir, de comer o ser comido… Siempre había sido así, y así le gustaba.
Luego de distanciarnos, seguí investigando un poco sobre él y sus orígenes. Trate de comunicarle mis maravillosos descubrimientos, pero, como ya me lo esperaba, los tomo como cosa superflua al tratarse de algo que ya no necesitaba. Como su origen y extraña apariencia, poco importaban, pues el ya sabía quién era.
Durante años me mantuve al tanto de las historias que hablaban acerca del hijo del océano, del rey del mar, del hombre tiburón… Relatos que se difuminaban en el misterio, por lo que muchos no creían en su veracidad. Pero yo siempre supe que eran reales, y que en todo el mundo solo habría un ser capaz de ganarse semejantes títulos; aquel vigoroso ejemplo de vida que jamás perdió su afilada y amenazante sonrisa… Aquel hombre que, como los tiburones, jamás dejaba de avanzar y de vivir.
Al terminar con aquel pergamino azul marino, lo devolvió a la caja y procedió a dar un trago de vino para aclarar su garganta. Luego, extrajo otro pergamino, pero de color gris pizarra. Miro en dirección a Kōtetsu y comenzó a leer con voz sepulcral.
Se suele decir que cada uno de nosotros concede a la vida una definición diferente, según lo que consideremos valioso y necesario. Para algunos vale mucho y para otros vale poco. Pero en general, muchos compartimos una noción unificada sobre la muerte; un fin absoluto y oscuro que da por acabado todo lo referente a nosotros. Bueno, me he encontrado con una persona capaz de transmutar por completo todo aquello que creía cierto respecto al fin de la vida.
Lo que primero viene a mi memoria es su irrepetible apariencia exótica: De piel morena como la caoba pulida, con una cabellera blanca como la nieve fresca y con unos ojos grises como las nubes en un cielo encapotado. Me pareció que en su vida su expresión no había sido otra que la de una calma absoluta, una serenidad que por momentos resultaba tanto agradable como inquietante. Un ser de palabras poéticas y con unas creencias en nada parecidas a lo que hasta entonces hubiese conocido.
Según me relato, pertenecía a la casa Hakagurē, un clan de rasgos y costumbres únicas que provenía de una tierra lejana, y que se había asentado en el país de la espiral.
Su personalidad y forma de pensar me resultaban en extremo complejas e intrigantes: Rendía un gran culto a la muerte, al mismísimo dios de la muerte para ser precisos. Aquello me perturbo un poco, pues la mayoría de nosotros vivimos huyendo de la muerte y no buscando su compañía. Más me sorprendió el saber que no era solo un guerrero, sino que también una especie de pensador y apóstol cuyos métodos oscilaban entre la teología y la filosofía. Para él la muerte era algo cotidiano, que siempre estaba presente y al asecho, pero a la cual no se debía de temer o huir, aunque si respetar. Cualquiera podría pensar que alguien así sentiría un desapego y una indiferencia enormes ante la vida, pero lo cierto es que, de una forma un tanto mística y espiritual, le rendía respetos y admiración. Debo decir que también era propietario de una calma que en ocasiones superaba mi paciencia y de una sinceridad tan directa y tan simple que era capaz de calar profundamente en el ser de quien le escuchara.
Jamás podre olvidar como era el verle combatir: Su facciones calmadas y su gesto indolente mientras entrega fatalidad a diestra y siniestra. El blandir de una espada susurrante, que se mantenía inmaculada mientras producía un constante roció carmesí y que no perdía en ningún momento aquel hipnótico y preocupante brillo de un color blanco mortecino. El uso de, lo que por mucho tiempo considere artes profanas, una técnica capaz de hacer que los muertos del pasado distante cobraran una forma etérea y arrasaran con sus enemigos, formando una legión de espectros aullantes. Lo más aterrador era que en su accionar y en su modo de operar no había miedo, ira o lamentos… Ni siquiera había clemencia o duda… Sin maquinaciones, sin dobles intenciones, sin planes ocultos. Solo muerte. Una muerte pura y perfecta.
Después de mucho tiempo, cuando por fin tuve el estomago para ver una de sus batallas hasta el final, me di cuenta de que rendía profundos respetos a sus enemigos caídos y que daba gracias por permitirle poner su vida al límite. Siempre hacia lo mismo; mataba, cavaba una tumba, presidia los adecuados ritos mortuorios y oraba en agradecimiento.
Con el tiempo, me fue enseñando acerca de sus costumbres y creencias. El aseguraba que la muerte y la vida no eran dos cosas separadas, sino que eran los puntos opuestos de un circulo, donde el fin de una es el inicio de la otra y viceversa, como en un enorme y eterno ciclo. A pesar de las… masacres de las que había sido participe, me aseguro que no gustaba de matar sin necesidad, ya que su juicio era el que le indicaba cuando era adecuado el segar una vida. Cabe destacar que su moral era algo que estaba mas allá de mi comprensión, pero de alguna forma entendí que parte de su misión de vida era encontrar el equilibrio.
Para cuando llego el momento de separarnos, había recolectado tantas notas sobre las enseñanzas de su forma de vivir que tenia las suficientes como para dar una extensa cátedra al respecto. Creo que de alguna manera, la forma más sencilla de clasificarle, aunque puede que no le haga justicia, es que puede vérsele como una especie de monje guerrero. Como alguien que no solo predica algo en lo que creer, sino que también vive según sus propias palabras.
Que sujeto… cuando conversábamos y me confesaba que gustaba de poner su vida en riesgo, el llegar hasta las puertas de la muerte y dar unos cuantos toques. De cómo su espíritu competitivo le llevaba a encontrarse con su peligroso dios para sonreírle y retirarse antes de que este consiguiese posar la mano sobre su cabeza. Antes de que pudiese darle un beso que era tanto saludo como despedida. Creo que era cierto lo que pregonaba; aquello de que no había nada como la cercanía de la muerte para que el cuerpo se sintiese vitalizado, para que la mente olvidara lo superfluo y para que el espíritu se aligerase de todo lo pesado...
Solo cuando se presencia el rostro que hay tras la máscara de la fatalidad es que en el corazón se manifiesta la verdadera esencia de la vida.
Repitió el proceso de descarte y selección y, finalmente, se hizo con un pergamino de color carmesí como la sangre. Aclaro su garganta y, mientras miraba en dirección a Akame comenzó a leer con una voz llena de determinación.
Hay gente que no cree en el destino, en que todo está preparado y predispuesto para cuando lleguemos. Tal es el caso de una persona que, curiosamente, se puso en contacto conmigo por medios bastante formales. Bien podría decirse que fue él quien me busco y encontró, pese a que el explorador y buscador era yo. Aquella persona era de las que creía que el destino era algo que se forjaba con las propias manos y a través de las generaciones, que no era algo místico, sino algo que en parte te da la generación anterior y en parte la das tu a la siguiente.
Desde el primer instante de nuestra relación se aseguro de que supiera que estaba tratando con un Uchiha, cosa que bien hubiese podido deducir por sus inconfundibles rasgos étnicos; cabellera negra y lisa y unos ojos oscuros como la noche. Me dijo que requería de mis servicios como escriba, cronista y escritor. Lo que me llamo la atención es que no las necesitaba para él mismo, sino para la elaboración de un documento que reflejara los hechos más resaltantes de la historia conocida de su clan, una especie de antología generacional. Le asegure que así no trabajaba yo, con gentes y familias a las cuales no conozco ni comprendo. Con gran serenidad me propuso que le acompañara en su viaje a través del continente mientras recolectaba la información que necesitaba, de forma que pudiese aprender lo pertinente… Resulto una oferta demasiado tentadora para rechazarla.
Era alguien de expresión severa, aunque muy amable también. Hacía gala de una fuerte disciplina y de una impecable responsabilidad; sus trabajos siempre eran llevados a cabo de manera perfecta y sistemática, con la mayor de las eficiencias. Aquel sujeto convertía el viejo estereotipo ninja, el de asesinos granujas y faltos de virtudes, en un arquetipo de lo que debía ser el profesionalismo y el orgullo. De una inteligencia y curiosidad notables, en poco tiempo devoro las más complejas de mis monografías y las más intrincadas de mis publicaciones históricas. Debo decir que por un tiempo nos resulto difícil el llevarnos bien, pues soy un tanto perfeccionista y orgulloso, pues el parecía compartir estos rasgos conmigo. Aunque los suyos parecían provenir de una fuente distinta, y tener otra forma de manifestarse… Eran algo más allá de las necesidades de mi ego.
En cierto punto, luego del cual nos llevamos mejor, disipo mi perplejidad. Aquello que hacía era movido por una ferviente lealtad a su clan, por un ardiente deseo de aumentar su gloria y su honor. Su orgullo, en realidad era el inestimable aprecio por la herencia de sangre de sus antepasados. Su perfeccionismo, era el alto estima en que tenía el nombre de su familia.
En el campo de batalla era un verdadero soldado, estratégico, disciplinado y solidario. Esa era la impresión que me daba al verlo dirigir a cualquier grupo de combatientes que era puesto bajo su mando. No temo el exagerar cuando digo que luchaba de una manera tan sublime que solo un dragón me es referencia suficiente para compararlo; El aliento ardiente eran las innumerables saetas y ráfagas de fuego que incendiaban la tierra y las filas enemigas. Las poderosas garras y colmillos eran una pequeña espada, herencia de un famoso ancestro, que abandonaba sus manos para desgarrar a sus enemigos, y que luego volvía lealmente al lado de su señor. Sus poderes místicos eran unos ojos carmesí, misteriosos y desbordantes de un poder difícil de comprender. Siempre avasallando a su oponente y quitándole la voluntad de pelear, una cualidad que hacía que fuese odiado, temido y respetado por todo aquel que osara oponérsele.
Muchos le consideraban alguien demasiado serio, incapaz de recrearse, pero lo cierto es que ya disfrutaba con todo lo que hacía: Le encantaba resolver misterios y rompecabezas, informarse de todo dato o acontecimiento curioso que pudiera serle útil, comparar datos y estrategias luego de una batalla, pero por sobre todo, adoraba el escuchar y compartir historias.
Luego de adquirir todos los documentos que necesitaba, muchas veces haciendo uso de la fuerza, se marcho y me encomendó la titánica tarea de compilar unos cien años de árboles genealógicos, estudios militares, desarrollo de arte ninjas y registros de combate pertenecientes a incontables miembros de su clan. Cuando hube terminado, abandone mi encierro y fui en su búsqueda, pero me encontré con la terrible, pero no inesperada, noticia de que había muerto.
No estaba seguro de que hacer con aquel proyecto, pues había jurado mantenerlo en el máximo de los secretos. Lo único que me pareció sensato fue el investigar acerca de las circunstancias de su muerte. En resumidas cuentas: se vio contra la espada y la pared en una misión donde debía de tomar un pueblo por asalto. Al final, según testigos, la población fue reducida a cenizas en lo que fue una noche donde el infierno se desato en la tierra y en donde el tempestuoso dios del valor se manifestó para castigar a quienes se oponían a la grandeza de su nombre.
Todos sus enemigos desaparecieron, dejando pocos rastros físico de su existencia. Aquel hombre también desapareció, pero dejo algo atrás: La historia comenzó a regarse, y quienes la contaban no pronunciaban otro nombre que no fuese “Uchiha”. Hablaban del poder de aquella familia y de que como ninjas eran simplemente excepcionales.
Fue cuando por fin comprendí todo: El hombre había muerto, pero su clan continuaba. Otra legenda mas para la gloria y el honor de, los eternamente famosos, Uchihas. Personas que sabían mejor que nadie que era el orgullo, la fuerza y la vocación. Su poder trascendería las generaciones en la historia y sangre de su familia, y no era obra del destino, sino de su mano.
Realmente se puede saber cómo es un guerrero por la forma en que muere, y se puede saber como vivió por el legado que ha dejado… Con todo lo visto, puedo decir con absoluta seguridad que él no era solo un poderoso guerrero, era un profesional, un conocedor y el paradigma de un Uchiha ejemplar.
— Como verán, no es una cuestión de destino —dijo al culminar, mostrándose cansado—. Mi ancestro fue contemporáneo de los suyos, y sus historias han trascendido hasta llegar a mí. Un encuentro preescrito por sus propias manos
Su mirada se perdió en el espacio por un instante, y luego regreso a la tierra para continuar hablando.
— Tan sublime historia basto para impulsarlo a plasmarlas en un libro, pero no llego a ver su proyecto realizado, por lo que se lo encomendó a su hijo. Su hijo trato de continuar con el trabajo de vida de su padre, utilizando la pintura en esta ocasión, pero su ciclo vital de se vio interrumpido antes de terminar —esbozo una amplia sonrisa, llena de arrogancia y extraña alegría—. Finalmente, esa tarea a recaído en mí, el escultor de la familia.
» Jamás tuve hijos, por lo que soy el ultimo de mi estirpe. Razón por la cual me veo obligado a concluir con esta tarea que inicio hace más de cien años. No puedo legarla a nadie más. No debo legarla a nadie más. No quiero legarla a nadie más. Creo que he tenido una suerte celestial al encontrarme a las personas que más se asemejan a la viva imagen de lo que debieron ser sus antepasados.
» Yo quiero que me permitan utilizar lo que me queda de vida, para plasmar todo lo que ustedes fueron, son y serán en la última serie de estatuas que creare: “Trascendencia”, mi regalo y mi deber para con el mundo y mis ancestros.
» Antes de que me respondan, permítanme decirles que pienso dejar a su entera disposición todos los documentos elaborados por mi ancestro. Valiosos documentos que en varias ocasiones estuvieron a punto de ser confiscados por algunas fuerza militares debido a lo profundo y detallado de su contenido. Eso y un par de inigualables estatuas es lo más valioso que tiene que ofrecer su servidor, aquel que le confiere a la piedra humanidad, Nishijima Satomu.
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Nada de lo que Akame hubiera podido esperar podría haberse equiparado a lo que Satomu les reveló. Ni todas las penurias, dobladas y triplicadas, que habían tenido que soportar durante el camino eran demasiadas en comparación con ela recompensa, que ahora creía poder rozar con las yemas de sus dedos. El tedioso camino desde Uzushio, la aburrida estancia en El Sauce Cambiante, las muchas preguntas, las pocas respuestas. La emboscada en el sendero del bosque, aquella bola de fuego engullendo a Tamaro, el rostro desencajado por el dolor del soldado. Los gritos y el ruido de la batalla, el calor de la sangre en su oreja.
Todo acababa de convertirse en polvo ante sus propios ojos. Porque cuando el artista tomó el pergamino carmesí y empezó a leer, Akame supo que ese conocimiento debía ser suyo. Tenía que ser suyo. «No importa qué tenga que hacer para conseguirlos. Esos documentos deben pasar a mis manos».
Nisiquiera prestó atención a la petición de Nishijima. «¿Una simple escultura a cambio de las crónicas de un legendario Uchiha? Tomaría ese acuerdo cualquier día de la semana...», pensó para sí mismo el gennin.
—Nishijima-san —habló el Uchiha, aclarándose la garganta—. Debo admitir que ha merecido la pena venir hasta aquí. A cambio de todos los documentos que tenga sobre mi ancestro, me pondré a su disposición para mi parte del trato...
»Que, si no me equivoco, se limitará a quedarme quieto durante... ¿Cuánto tiempo necesita para hacerme una escultura?
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28/06/2017, 00:38
(Última modificación: 28/06/2017, 02:10 por Umikiba Kaido.)
Una mirada bastó para que el escualo se acomodase en su asiento y se cruzase de brazos, expectante y a la vez receloso acerca de los fragmentos que el hombre que le confiere a la piedra humanidad estaba a punto de revelar con el contenido del documento que sustrajo del inmenso baúl histórico postrado a su diestra.
Así pues, el pergamino fue abierto de par en par y con elegante dicción, Nishijima Satomu comenzó su extensa exposición de oratoria.
Así pues, tan pronto las primeras frases salieron a flote, aquello dejó de ser una simple charla casual y se convirtió súbitamente en un curioso viaje introspectivo. Para Kaido, escuchar aquel legado escrito supuso ser toda una revelación interna, pues de alguna forma sentía que lo plasmado por el antecesor del escultor eran grandes verdades más que intrínsecas a su propia naturaleza, y que ahora se mostraban inherentes a su condición y a su apariencia. El relato, que contaba acerca de una criatura similar físicamente, y con rasgos de personalidad y comportamiento también parecidos, databa de años perdidos, antes de la existencia incluso de las primeras tres grandes Aldeas.
Y si era así, ¿cómo es que el viejo había sido capaz de describirle tan bien?
La respuesta, desde luego, es que no se trataba de él. Pero a la vez sí.
Cuando concluyó su lectura, el gyojin no supo cómo reaccionar. Ni qué hacer tampoco. Se quedó perdido en los versos de su epopeya, intentando concebir el hecho que confirmó, finalmente, que Oonindo había sido testigo presencial de una criatura como él, durante tiempos antaños y arcaicos.
Tendría que debatirse internamente, en silencio, y decidir el cómo le hacía sentir eso. Y lo hizo mientras el escultor versaba sobre el resto de los invitados, cuyas historias resultaron ser tan interesantes y letradas como la suya propia. Tanto que el Uchiha se arrojó sobre la posibilidad de poseer aquello sin reparo alguno, dejándose entero a disposición absoluta para con las pretensiones de Satomu.
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—De por sí, todo este asunto me resultaba un tanto complicado, y ahora le ha dado una nueva dimensión de profundidad —agrego el peliblanco, que se sentía impresionado ante semejante e inesperado caudal de información.
—En términos muy simples, es un intercambio: Ustedes han de servirme como modelos para mi proyecto, y yo les entregare los muchos pergaminos con las crónicas e investigaciones de mi ancestro. Y claro, solo los que conciernen a ustedes.
—¡Ah! Ahora si entiendo —aseguro con cierto entusiasmo—. No es algo que esté buscando especialmente, pero lo cierto es que me interesa bastante todo lo que tenga que ver con la historia de mi familia, así que acepto el trato.
La casa Hakagurē solía tener un enorme registro histórico que relataba las vidas de sus miembros desde hace cientos de años, pero luego de la dispersión del clan al abandonar la villa de la espiral, mucha de esa información se perdió al dividirse entre los distintos miembros. Su padre había guardado una buena parte, pero mucho de ello se quemo durante la batalla contra los bandidos en la aldea donde se crio el peliblanco. Por lo que la ocasión se prestaba para recuperar aquellos documentos y hacer una considerable contribución al legado de su familia.
—Nishijima-san —habló el Uchiha, aclarándose la garganta—. Debo admitir que ha merecido la pena venir hasta aquí. A cambio de todos los documentos que tenga sobre mi ancestro, me pondré a su disposición para mi parte del trato...
»Que, si no me equivoco, se limitará a quedarme quieto durante... ¿Cuánto tiempo necesita para hacerme una escultura?
—Pues he de decirte que te equivocas; Tengo una memoria eidética, por lo que con solo un recuerdo puedo recrear a la perfección lo que he visto. Además de eso, no planeo hacer unos bustos que sean replicas suyas, sino unas esculturas que los representen en otros sentidos… No me gusta ponerlo en palabras superfluas—arrugo un poco la nariz antes de continuar—, pero sería como crear una estatua de un tigre que represente el valor y la fuerza de cierto individuo, sin hacer alusión a su apariencia física.
»Yo tratare… Lograre darle forma física a la esencia de su existencia, hacer concreto lo abstracto, y alegórico lo perceptible a través de los sentidos. Ese es mi modus operandi cuando trato de conferirle a la piedra humanidad.
Aquel anciano era sin duda alguien ladino, lo suficientemente determinado como para conseguir lo que deseaba, aunque en el costo hubiese incluido vidas. Pese a aquello, derrochaba una pasión abrazadora al momento de hablar sobre su trabajo, que también era su vida. Sus ojos brillaban con juventud y vitalidad al momento ambicionar la que sería la mayor de sus obras, mientras que en otros momentos se mantenían lánguidos y burlones. De alguna manera, a Kōtetsu le parecía que aquel ser era: Primero artista y luego humano.
“Entonces, es alguien capaz de desechar su humanidad en favor de su arte… —Dejo escapar una leve risilla—. Es irónico, teniendo en cuenta su titulo, “Aquel que le confiere a la piedra humanidad”. Si, es hasta gracioso”.
—Me parece que ya tengo dos afirmativos, y solo me falta una respuesta —dirigió sus ojos en dirección a Kaido, esperando que este respondiera—. Dime, ¿ya te has decidido muchacho, o un pez te ha comido la lengua?
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La explicación del escultor sobre lo que pensaba hacer y cómo quería plasmar la esencia —fuese lo que fuese aquello— de los ninjas no arrojaron ningún tipo de luz sobre el asunto. No, al menos, a ojos de Akame. Sin embargo, el Uchiha sí que había entendido que, al acabar, todos aquellos valiosos manuscritos de su ancestro estarían en su poder. Y por eso sí estaba dispuesto a colaborar.
Kotetsu también se mostró más que cooperativo. El único que restaba, entonces, era Kaido; si Akame había conocido algo al niño-pez, era suficiente para saber que su carácter era tozudo e imprevisible. Le clavó la mirada de sus ojos azabache, inquisitivo, como si estuviese dispuesto a fulminarlo allí mismo si intentaba echar a perder todo el trato.
«Aunque sinceramente no entiendo de qué pueden servir viejas historias sobre un pirata pendenciero a este escualo...».
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El escualo sintió la mirada del escultor atravesándole el pescuezo, y así también la de Akame. Él no parecía demasiado a gusto con que la posibilidad de obtener aquello que más deseaba quedara en manos del volátil gyojin, por lo que entendía su gesto tan certero, repleto de hostilidad. Kaido le torció los ojos, intentando demostrarle que su opinión no le importaba. Ni la de Satomu. Tuvo que buscar la aprobación de Yarou.
Y su maestro no tuvo más opción que dársela. Ya había escuchado suficiente como para retractarse. Sería una contramedida demasiado incongruente.
—Adelante —dijo finalmente, gesticulando con la mano.
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—¡Excelente! —exclamo el anciano escultor, tras la serie de afirmativas—. Me complace mucho el que las negociaciones marchasen tan bien.
Ahora, Nishijima se veía mucho más relajado. El escultor estaba preparado para un comportamiento mucho más intransigente por parte de aquello jóvenes ninjas. Por supuesto, en su tiempo de espera había planeado todo una serie de artimañas y señuelos atractivos para que aceptasen aquel trato. Por otra parte, su satisfacción era comparable solo con el cansancio que ahora pesaba sobre su cuerpo: Se mantuvo varios días en vela, preocupado por la llegada de sus invitados, pues sabía que si aquellos muchachos no lograban llegar todos sus planes se verían truncados. Aquello terminaría por impedir el que culminase su último proyecto, eso que le daba sentido a la poca vida que le quedaba. El fallecer sin dar finalidad a su cometido era algo que le asustaba más que la muerte en sí misma.
—Hay mucho por hacer, pero debemos reponernos adecuadamente antes de comenzar. Todos nosotros necesitamos descansar —señalo, escuchándose un poco más viejo de lo que normalmente se permitiría—. Nos veremos de nuevo en unos tres días, mientras tanto pueden sentirse como en su casa, aunque sin olvidar que en realidad la es mía.
Se levanto y comenzó a caminar hacia la salida del salón, pero antes de marcharse y perderse en las sombras se giro para decir una última cosa:
—Por ahora, pueden quedarse con el contenido de aquel baúl —afirmo, señalando la pesada caja llena de documentos, y que había dejado abandonada—. No es mucho, pero deberán conformarse con eso, por ahora.
Y sin agregar nada mas, se marcho.
A Kōtetsu le hubiese gustado pasar aquel tiempo fuera, recorriendo aquel pequeño castillo y profundizando en los documentos de su ancestro, la parte que había tomado para sí del baúl. Pero lo cierto es que la mayoría de las horas las pasó durmiendo y atendiendo sus heridas. Fue recién en la noche anterior al día de reencuentro con el escultor que se tomo un tiempo para reflexionar sobre aquel asunto. En una de las parte más altas de toda aquella construcción encontró una agradable y apacible plaza: un lugar pequeño e íntimo, donde se podía contemplar la luna y donde se estaba protegido del viento por las bien ubicadas paredes circundantes.
Solo Naomi le hacía compañía, pero su deseo de conversar correspondía a otros intereses, ideas que solo otras dos personas podrían compartir. Pese a la hora, siendo casi la media noche, con la luna llena en su punto más alto, el joven pidió que fuesen llamados aquellos que, como él, estuvieron en la audiencia con Satomu. Sabiendo que bien podrían negarse, ya fuese por el sueño o el desinterés, se aseguro de que su enviada les hiciera comprender que el asunto trataba sobre Nishijima y que era de suma importancia.
—Mi señor… ¿Qué sucede si el acompañante del joven Kaido se muestra en desacuerdo?
—Le explicaras que es solo una conversación de niños —Levanto su mirada hacia el cielo antes de continuar—. De todas formas, esto es algo que solo nos concierne a quienes hicimos aquel trato. Eres una negociadora carismática, estoy seguro de que traer a nuestro azulado amigo no será mucho problema.
Y con aquello dicho, la muchacha de largos cabellos negros se retiro en silencio, para buscar a las dos personas que le habían encomendado. Mientras que su señor esperaba ansioso y expectante, bajo la amarillenta luz de la luna llena.
—Es hora de tener una buena conversación.
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Tener que aguardar tres días, no fue el más ansiado desenlace de la noche, ni mucho menos. El hozuki habría querido salir de tan tedioso proceso artístico esa misma velada, y sin embargo, Satomu parecía tener otros planes. Sugirió descanso a sus invitados, ofreciéndoles su mansión a fin de que sintieran de ella como si fuese su propio hogar. Y fue durante ese instante en el que el tiburón cayó en cuenta de lo mucho que extrañaba su verdadera casa, allá adónde la lluvia nunca se detiene y donde la insoportable humedad de pronto ya no era tan insoportable.
Y es llevaban bastante tiempo lejos de sus tierras, y habiendo transitado una extraña odisea, además, en la que no sólo habrían enfrentado peligros que aún les acechaban desde fuera, sino también todo el asunto del artista y sus conocimientos acerca de los antepasados de cada uno de los invitados.
Era mucho que procesar, o que olvidar, según fuera el caso. ¿Eran aquellos tres días realmente necesarios?
Kaido tuvo que averiguarlo a su paso, junto a Yarou, quien pareció guiar a su pupilo durante las reiteradas lecturas sobre aquel documento que Satomu había leído, sugiriéndole ciertas realidades y otorgándole también datos que habría guardado durante mucho tiempo. No reveló nada extraordinario tampoco, pero su interés era hacer de aquel viaje introspectivo una experiencia más llevadera.
Así pues, mientras más se sumergía en los papeles de historia, el asunto se iba tornando en una especie de juego divertido en el que conocer acerca de su yo pirata le resultaba hasta gracioso. A tal punto de que a la segunda noche, ya parecía ser el mismo de siempre, burlesco y socorrón, e intentó no darle tanta importancia a ese hecho en particular. Ya tendrían tiempo que dedicarle cuando volviera a su aldea.
Kotetsu, sin embargo, no parecía haber tomado el mismo camino. Teniendo en cuenta que envió a su sirvienta a que le buscase a falta de una noche para conversar, a saber qué. Kaido, por supuesto, no faltaría al sentido de compañerismo que hubo desarrollado durante el combate en equipo contra aquellos enemigos de arcilla, así que acudiría por respeto a aquella batalla, y nada más.
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Akame ni siquiera terminó de escuchar al artista. Apenas éste les dió autorización para coger los documentos que guardaba en su baúl, el Uchiha casi se tiró en plancha a por los pergaminos. Estaba tan cerca de finalmente conseguir algo útil —tras meses de búsqueda— que no pensaba dejar que nadie se lo arrebatase.
Claro que nadie lo intentó.
El Uchiha pasó los siguientes días estudianto los manuscritos, comiendo de las deliciosas cocinas de Satomu y descansando. Por primera vez en todo el viaje agradecía aquel entretiempo, herido y exhausto como estaba tras la emboscada en el camino. Ese era otro punto que le seguía picando en la conciencia; ¿quién les había atacado, y por qué? Las explicaciones del señor Nishijima al respecto habían sido tan pobres que Akame empezaba a pensar que se estaba guardando algo. «Nadie contrataría a un ninja para atacar un convoy de más de dos docenas de soldados sin un buen motivo... Y mucho dinero».
Sea como fuere, su plácida rutina se vio interrumpida cuando, ya entrada la noche, recibió un mensaje de parte de su compañero de Aldea; Hagakure Kotetsu. El chico le había citado en los jardines de la mansión, y Akame no pudo sino aceptar.
El viento de la noche primaveral le sacudió el rostro cuando salió al exterior. Respiró una bocanada honda de aire puro, disfrutando de la sensación que le producía en el pecho, y luego sus ojos buscaron a Kotetsu. No tardaron en hallarle, con aquel aire místico tan propio.
—Buenas noches, Kotetsu-kun —saludó el Uchiha.
Llevaba aquella noche un kimono negro completamente, con ribetes dorados y carmesíes y el símbolo del clan Uchiha grabado en la espalda. Calzaba unas cómodas sandalias y llevaba el pelo recogido en una coleta corta. La herida de su oreja ya había sanado, aunque la mutilación permanecía; le faltaría un trozo del lóbulo derecho durante el resto de sus días.
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—Buenas noches, Kaido-san y Akame-san, gracias por haber venido pese a lo repentino de mi llamada —se levanto para hacer una leve reverencia a ambos muchachos—. Por cierto, antes de continuar… No había tenido una anterior oportunidad para decírtelo, Akame-san, pero, en realidad, mi nombre se pronuncia Kōtetsu, con acento.
El joven de blanca cabellera hizo un gesto con su mano para invitarles a sentarse, y que disfrutaran un poco de lo agradable de la noche. El cielo yacía completamente dominado por una luna dorada que, acompañada por ocasionales y efímeras nubes, producía una intensa iluminación de un carácter un tanto misteriosa. La luz artificial de las lámparas cercanas era tenue, apenas la suficiente como para detallar la mesita de piedra sobre la cual descansaba un juego de té cuyo contenido humeaba.
—Aquí tienen, un bocadillo nocturno. —En cuanto los invitados se pusieron cómodos, el de ojos grises procedió a servirles una taza de infusión y uno que otro biscocho para acompañar.
Kōtetsu yacía vestido con un grueso kimono de un azul noche y ostentaba una melena blanca, abundante y desordenada. Y pese a la hora, se le notaba sin falta de sueño y muy sereno, como de costumbre.
—Es un tanto tarde, así que iré al grano con el motivo de porque les llame aquí. —Dio un buen sorbo a su caliente bebida, mientras veía como Naomi se retiraba del lugar para darles algo de privacidad—. ¿Qué opinan sobre la información de los documentos que nos fueron entregados por Nishijima Satomu?
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El Uchiha asintió con formal respeto ante la corrección de su compañero. Era cierto que nunca había prestado atención a esos detalles, pero dado que Kōtetsu parecía muy empeñado en que todo el mundo pronunciase bien su nombre —ya lo había repetido en otras ocasiones—, Akame decidió poner un poco más de empeño. Sólo un poco.
Sea como fuere, el gennin acabó tomando el asiento que le ofrecía su camarada. Sonrió, satisfecho, cuando vio el juego de té bien cargado, y agradeció con una leve inclinación de cabeza cuando Kōtetsu le ofreció una taza. Akame bebió un sorbo y luego tomó un pequeño bizcocho, llevándoselo a la boca. Hasta ese momento no se había dado cuenta de que tenía hambre.
Ante la pregunta del muchacho, el Uchiha meditó su respuesta concienzudamente. Si bien era cierto que apenas había tenido unos días para estudiar los pergaminos, había detalles que se le hacían un tanto extraños.
—Es interesante —respondió al rato—. Definitivamente interesante. Nunca había oído o leído nada sobre este ancestro Uchiha, incluso a pesar de que parece que el Lamento de Hazama pasó por sus manos. Pero todavía necesito más tiempo para indagar en el asunto...
»¿Por qué esta pregunta? ¿No encontraste nada de valor en tus documentos?
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14/07/2017, 11:20
(Última modificación: 14/07/2017, 11:23 por Umikiba Kaido.)
Como si se tratase de la más irreparable de las manías, profundamente arraigada a su yo actual, el Hakagure Kōtetsu soltó de pronto su ya conocido discurso correctivo para exhortar a Akame a que éste recordara, una vez mas, que su nombre tenía una fuerte entonación en la maldita letra "o". No era la primera vez que así lo pedía, y tampoco sería la última, vista su obsesión por ese tema en particular.
Kaido torció los ojos, evidentemente hastiado por el incansable esfuerzo que hacía él para que todos pronunciaran su nombre de pila correctamente. ¿A quién le importaba si pronunciabas más o menos fuertes qué o cuál sílaba?
Akame, no obstante, hizo gala de sus buenos modales y asintió, en silencio, a la corrección del peliblanco. El gyojin, sin embargo...
—Aquí tienen, un bocadillo nocturno.
—Oh, que amable eres, Kotetsu-kun; aún no había cenado nada —dijo, a propósito, poco antes de dejar que sus manos pasearan libremente por los aperitivos que le había ofrecido su compañero. Luego tomó asiento, y escuchó con cierto resquemor a la interrogante de Kōtetsu, a la que Akame respondió con su ya tan usual parsimonia, compartiendo solo lo que consideraba necesario—. ¿valor? para valor vuestras historias, que plasman las grandes hazañas de sus ancestros, y de los clanes a los que pertenecen. Yo, bueno... yo tengo a un pirata ancestral de piel azul y dientes filosos, que follaba mucho y que se conocía los mares de todo Oonindo como la palma de su mano. No más.
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Kōtetsu dejo pasar de largo la provocación del azulado, pues sabía que de nada serviría el intentar corregirlo. Además, era tarde y, pese a lo agradable del ambiente, necesitaba despejar sus dudas rápidamente. Y sabía que la mejor manera de conseguir lo que quería era sabiendo que opinaban aquellos que estaban en la misma situación.
—De hecho, acepte aquel pergamino sintiéndome un tanto escéptico con respecto a su contenido —confeso, esperando que sus compañeros también aceptaran que estaban frente a una serie de casualidades un tanto surrealista—. Pero contradiciendo lo que esperaba, resultaron ser narraciones autenticas, de una fidelidad casi perturbadora.
Había esperado que aquel sujeto les engañara con una serie de informaciones y promesas falsas, lo típico en aquellos que han amasado mucho dinero. Incluso había imaginado que todo lo relatado en aquel gris pergamino era una épica mentira construida a partir de investigaciones sobre sus perfiles, algo nada difícil para alguien con el suficiente dinero. Sin embargo, pudo comprobar que todo lo allí relatado calzaba a la perfección con los registros de su familia, inclusive llenaba con explicaciones lógicas algunos espacios temporales que habían quedado en blanco. Siempre llevaba en su memoria gran parte de los registros de su familia, al menos lo que había dejado su padre, que abarcaba los últimos doscientos años. Con aquello, no le tomo mucho el darse cuenta de que le estaban ofreciendo algo verdadero.
—Honestamente, me hubiera sorprendido menos si el contenido de los pergaminos resultase falso —admitió, mientras degustaba un poco de su bebida humeante y miraba hacia la luna amarillenta y brumosa—. Y ese escultor es un sujeto extraño, y muy astuto: Pudo tratar de comprarnos con dinero o con mentiras, pero término convenciéndonos de acceder a su pedido haciendo uso de la verdad y de nuestra curiosidad.
»Viendo la clase de cretino que es, y por lo que hemos visto, parece muy impropio de alguien así utilizar aquel método.
La brisa nocturna soplaba con suavidad, y los alimentos comenzaban a terminarse mientras se hacia un minuto de silencio. Debía de ser obvio para todos que los “como” y los “porque” de su situación eran algo para pensar con suma profundidad.
—¿Qué piensan ustedes sobre sus ancestros? —pregunto con voz suave y serena, rompiendo aquel oscuro silencio—. Porque si es cierto que la historia se repite, entonces esos pergaminos del pasado no están contándonos como somos en el presente, sino como seremos en el futuro.
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Akame alzó una ceja, sorprendido, cuando su compañero de Aldea afirmó haber comprobado que toda la información de los pergaminos era cierta. «¿Cómo demonios lo ha verificado todo en tan poco tiempo?». A él le hubiese llevado bastante más tiempo y sin duda recursos, documentación que estaba muy lejos de allí y de sus manos. La descripción que se hacía en aquellos pergaminos acerca de su ancestro bien podía encajar con la de un Uchiha y un ninja como los dioses mandaban. No se trataba de un guerrero legendario, pero Akame admiraba las virtudes de aquel antepasado; disciplina, poder, orgullo. Casi podía decir que le gustaría parecerse a...
—¿Uh? —algo acababa de hacer clic en su cabeza. Akame miró alternativamente a Koutetsu y a Kaido, y luego habló—. Sí, de hecho el personaje que describen los pergaminos que he recibido es perfectamente coherente para un Uchiha.
»Sin embargo... ¿No lo encontráis extraño?
Akame se acercó a la mesa y tomó un sorbo de té mientras ordenaba sus pensamientos.
—La parada en El Sauce Cambiante, la emboscada en el camino... Diría que hemos revelado mucha información nuestra en este viaje. No sólo a nosotros mismos, sino a cualquiera que estuviese dispuesto a ver y escuchar —se detuvo, ignorante de si sus colegas ninjas le seguían—. Quiero decir, hemos estado constantemente rodeados por personajes a sueldo del escultor. Nos han visto conversar, combatir, comer, dormir... ¿Y si toda esa información hubiese ido a parar a manos de Satomu? ¿No sería, así, mucho más fácil inventar una historia acorde a nuestro trasfondo y luego hacerla ver como un regalo de su tío abuelo o quién sé yo?
Las piezas encajaban, al menos en gran parte. Aunque Akame seguía sin tenerlas todas consigo, la idea de que todo hubiese sido parte del plan de Nishijima Satomu le parecía demasiado plausible como para descartarla.
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