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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Kaido cumplió con el protocolo. Respondió al gesto de Kotetsu, le echó una mirada introspectiva a Akame; y trató de ignorar en la medida de lo posible a la excéntrica lengua del escultor, que les recibió llamándoles nada más y nada menos que "modelos". El Hozuki movía el pie derecho, ansioso, mientras Kotetsu charlaba de lo más casual con el hombre. Y se detuvo sólo cuando Satomu dio indicios de que, finalmente, les iba a dirigir hasta su despacho, o estudio, o como fuera que llamase él a ese lugar sagrado de todo artista en donde la magia les invade, y nacen cada una de sus obras.

Y como si fueran sus sirvientes —algo que enervó mucho más a un ya malhumorado Kaido— Satomu obligó prácticamente a los tres genin a que abrieran ellos el enorme portal que les separaba de la habitación contigua y el pasillo. El escualo colaboró a regañadientes, y se apartó cuando comprobó que frente a él había una tangible oscuridad que le impedía ver el interior del mausoleo.

Bienvenidos sean a la forja de maravillas, el lugar donde ocurre la magia del arte y donde las ideas toman forma física: Mi magnifico taller.

La forja de maravillas resultó ser un inmenso taller ataviado de incontables esculturas, unas finalizadas, y otras a medio construir. Pero lo que más llamaba la atención era la hilera de estatuas que, ubicadas estratégicamente a lo largo y ancho del local; éstas yacían dispuestas en dirección a la entrada, tan pétreas como la misma roca caliza, aunque vivas, como si el alma de quienes inspiraron a tan humana escultura hubiese sido encerrada dentro de los cortes de piedra.

Un escalofrío le invadió el cuerpo al escualo, y se vio obligado a mirar a sus compañeros con preocupación. Y es que aquel taller daba más la sensación de ser un cementerio, que de una galería.
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De alguna manera, y por alguna razón que consideraba incomprensible, el famoso escultor percibió como los jóvenes dudaban para traspasar el portal. Para él, aquello no tenía sentido: No había nada más emocionante que ir a conocer su taller, y sentir como las cientos de miradas honestas y puras, de sus realistas esculturas, le recibían. Se suponía que debían de estar colmados de exaltación y sobrecogidos por tan maravillosa visión, después de todo estaban siendo testigos de su obra.

Los jóvenes de hoy en día no saben apreciar cuando se les concede un honor ni cuando están observando algo glorioso —reclamo, medio ofendido en su inconmensurable orgullo—. Hay personas que matarían por estar de pie donde están ustedes… En realidad, si hay personas que literalmente matarían por ello…

»¿Qué sucede con ustedes? —pregunto confuso.

No es que no lo aprecie, pero resulta bastante incomodo el sentir que todas esas estatuas me están vigilando.

El escultor, incapaz de comprender lo que le estaban diciendo, se giro sobre sí mismo para echar un amplio vistazo a su taller y a sus muchas creaciones. Aquello le impidió notar que Akame, con sus ojos carmesíes, estaba analizando a las esculturas y al escultor mismo… Su pregunta interna giraba alrededor de si aquellas estatuas tendrían algo extraño… Y su Sharigan le proporciono la respuesta, una respuesta que luego le generaría más preguntas.

Resultaba ser que el viejo escultor si tenía chakra, una energia fluctuante y densa, como el de quien lo usa con frecuencia y tiene maestria en ello. En cuanto a magnitud, era enorme, pero caótico e irregular como un montón de vapor que se concentraba, mayormente, alrededor de sus manos. Lo otro que le resultaría extraño era el hecho de que las estatuas también tenían chakra, pero no resultaba en nada parecido al de los clones que les atacaron: Este estaba imbuido en la piedra, como mesclado con ella en el nivel más básico de dicha materia, incluso estaba mejor proporcionado que el de los famosos “clones de sombra”. Y no estaba controlándolas o algo similar, simplemente estaba allí, quieto y contenido.

A mi me resulta verdaderamente agradable tal sensación, me hace sentir humilde y esperado cuando entro aquí y me encuentro con ellas. —Por primera vez, a Satomu se le escuchaba hablar con calidez humana, algo que parecía imposible estaba siendo motivado por unos inanimados seres de piedra…, para luego volver a ser el de siempre—. Bueno, es una lástima que los dioses no les hayan concedido bueno gusto. Por suerte yo tengo suficiente para los tres. Vamos pasen y den un recorrido mientras preparo lo necesario para trabajar.
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Los jóvenes de hoy en día no saben apreciar cuando se les concede un honor ni cuando están observando algo glorioso —reclamo, medio ofendido en su inconmensurable orgullo—. Hay personas que matarían por estar de pie donde están ustedes… En realidad, si hay personas que literalmente matarían por ello…

«¿Hay personas que matarían, o que usted mataría; por estar en donde estamos nosotros?» —meditó el escualo, con la cabeza fungiéndose en un y mil posibilidades respecto a Satomu, sus tétricas e increíblemente estatuas humanizadas, y el por qué estaban ellos ahí.

»¿Qué sucede con ustedes? —preguntó el escultor, mientras Kaido volvía a echarle un vistazo a la estatua más cercana.

No es que no lo aprecie, pero resulta bastante incomodo el sentir que todas esas estatuas me están vigilando.

—Incómodo, y un poco bizarro también.

Luego, mientras Akame también hacía lo propio para con las estatuas; Satomu compartió un discurso más humano. Él, en particular, tenía otra percepción acerca de sus estatuas y de lo que sentía cuando ellas le recibían. Claro que, siendo él el que las creó, era perfectamente entendible.
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El Uchiha observó, boquiabierto, la ingente cantidad de energía espiritual que se acumulaba en el cuerpo de Satomu. Fluía con fuerza y rapidez, de una forma nada propia a la de un civil o siquiera un gennin. «Por todos los dioses de Oonindo, este tipo sabe utilizar chakra. Desde el principio lo supo... No es un vulgar artista». Luego su vista pasó a examinar las esculturas que tenía cerca, y lo que halló fue todavía más sorprendente. «Esa consistencia y uniformidad son realmente extraordinarias. No sé si un jounin sería capaz de hacer un Kage Bunshin tan formidablemente pulido. ¿Qué significa todo esto? ¿Acaso esas estatuas son, o fueron, ninjas? ¿Es por eso por lo que Nishijima nos buscaba?»

Por un momento, Akame no supo cómo reaccionar. La cantidad de información que acababa de reunir no era fácil de procesar, y desde luego menos todavía para un gennin como él. ¿Hasta dónde alcanzaban las implicaciones de aquella revelación?

Cuando el escultor volvió a girarse para encarar al grupo, Akame desactivó su Sharingan y sus ojos volvieron a aquel tono pizarra mate que los caracterizaba. Esperó pacientemente mientras Satomu se quejaba una y otra vez de su "falta de gusto" y otras tantas cosas que a él ya no le importaban un comino.

«Aquí está pasando algo muy raro, y no me da buena espina...»

Tan pronto como pudo se situó junto a Kotetsu —por puro instinto—. Era el único miembro de su Aldea que quedaba en la expedición y su primer apoyo en caso de necesidad. Cuando el escultor les dejó por fin a su aire, Akame se arrimó al espadachín y luego hizo un ligero gesto a Kaido para que se acercase. Al fin y al cabo, los tres estaban en aquello juntos.

Este tipo sabe usar chakra —disparó, claro y conciso, intentando que sólo ellos tres pudieran oírle—. Lo he visto. Su chakra interno es fuerte y denso, trabajado, ejercitado. Y estas esculturas... Todas tienen chakra. No parece que sean clones, pero... Tienen chakra.

Probablemente a sus compañeros todo aquello le dijera tan poco como a él. Pero, si algo se torcía, prefería tenerlos informados.

Eso que quiere hacer con nosotros, ya no tengo tan claro que sea inocuo.
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Mangekyō utilizado por última vez: Flama, Verano de 220

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Este tipo sabe usar chakra —disparó, claro y conciso, intentando que sólo ellos tres pudieran oírle—. Lo he visto. Su chakra interno es fuerte y denso, trabajado, ejercitado. Y estas esculturas... Todas tienen chakra. No parece que sean clones, pero... Tienen chakra.

Aquellas palabras le llegaron con lo fuerte y sorpresivo de una crecida repentina, de un furioso rio de aguas heladas. No tenía ni la más mínima idea de cómo Akame podría saber algo como aquello, sobre todo cuando el chakra, al igual que las cosas esenciales, era invisible para la vista. Pero pese a todo mantuvo su compostura externa, su apariencia sosegada y neutra.

Espera, ¿Chakra? ¿Cómo puedes estar seguro de algo como eso? —pregunto en calmados susurros, pues le parecía algo insólito—. Es mejor que le sigamos la corriente mientras observamos un poco más, pues sería peligroso si lo delatamos y llega a sentir amenazado su objetivo.

De momento, no enemistarse con alguien cuyo chakra era tan poderoso, según palabras del Uchiha, era su mayor prioridad. Después de todo, si las cosas llegaban a torcerse, su mejor arma seria el aparentar ignorancia e indiferencia. Porque siendo una persona tan excéntrica, si aquello de usar chakra era su gran secreto, no había forma de saber cómo reaccionaría si se llegaba a sentir expuesto.

Podría terminar diciendo algo como «Ahora que saben mi secreto no puedo dejar que se marchen»”.

¿Tu qué opinas ,Kaido-san? ¿Crees en la posibilidad de fingir inocencia y luego atacarlo por sorpresa si llega a ser necesario? Ya sabes, por la espalda y a la yugular.

Aquella era una propuesta que, por lo general, el peliblanco no se atrevería hacer, pero el que hubiese chakra implicado lo cambiaba todo… Pues en su corta pero fructífera experiencia había aprendido un par de cosas: La gente excéntrica es impredecible y los usuarios de chakra son peligrosos. Aquel sujeto era ambas, una combinación aterradora que exigía tomarse la situación muy enserio.
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Disperso y ocupado con sus propias preocupaciones, por poco Kaido no percibe el sutil gesto de Akame pidiéndole que se acercara. Pero cuando lo vio, supo que probablemente se trataba de algo que quería sólo comunicarle a ellos, y nadie más. Su rostro también le delataba un poco, desde luego, dado que sus ojos ahora eran rojos como la mismísima sangre que corría por sus venas, y lucía además, preocupado.

Y entonces, como si aquello no pudiera ser más adverso para ellos, comentó en un susurro inaudible:

Este tipo sabe usar chakra —cuando oyó aquello, las alarmas se dispararon y el cuerpo del tiburón se tensó. Y fue así porque hasta ese momento, Satomu había pasado sólo como un excéntrico escultor, de casta noble, pero ciudadano común al fin. Y según Akame, parecía ser que bajo aquella faceta había algo más—. Lo he visto. Su chakra interno es fuerte y denso, trabajado, ejercitado. Y estas esculturas... Todas tienen chakra. No parece que sean clones, pero... Tienen chakra.

El escualo apretó los puños y trató de contenerse. No. No le gustaba que le tomasen el pelo. Y mucho menos se iba a dejar perpetuar en roca por un maníaco con intereses ocultos.

Kotetsu, sin embargo, se fue por la tangente del razonamiento. Lo primero: ¿que cómo Akame podía haberse dado cuenta de tan sutil e imperceptible detalle? y segundo; ¿no sería más razonable guardar las apariencias, y fingir desconocimiento? quizás estarían más seguros de esa forma, al menos mientras ahondaban más a fondo en el asunto. Kaido, lamentablemente, tuvo que coincidir. Aunque no por ello le faltaban ganas de patearle el culo ahí mismo, que a pesar de todo, se trataba de un anciano en soledad, sin guardias dentro de su taller que pudieran defenderle. A menos que...

—No sé. Igual en nada querrá comenzar su trabajo, y no pienso dejarme hacer nada por el maldito anciano mentiroso. Me parece que muchas opciones no tenemos, compañeros.
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Akame trató de contenerse para no asentir más enérgicamente de lo que debía con tal de seguir disimulando. No sabía exactamente qué aplicaciones era capaz de dar Satomu a aquel chakra tan intenso, pero desde luego tampoco estaba dispuesto a averiguarlo. Gracias a su Sharingan era capaz de medir el poder de un individuo, y en aquel caso las cuentas le salían en negativo... Para ellos.

Estoy de acuerdo. No podemos arriesgarnos a que este hombre nos mate a todos —respondió, en susurros, a sus compañeros.

«¿Quién me mandaba a mí a meterme en este lío? Por Amaterasu...»

Acabada la breve charla —ya había cumplido su objetivo inmediato; informar a sus compañeros ninjas—, Akame se apresuró a separarse con cierto disimulo. No quería levantar sospechas en el extraño escultor. Así pues, se dedicó a observar las esculturas que les rodeaban, especialmente aquellas que parecían estar a medio terminar.
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Luego de unos minutos de espera, el escultor se digno a llamarles:

¡Por aquí mis jóvenes modelos, vengan y siéntense por aquí! —grito, con voz enérgica.

El anciano estaba sentado tras lo que sin duda alguna era un escritorio de piedra magistralmente tallada, con accesorios en metal rojizo y gavetas que también eran de piedra. Encima había una serie de pergaminos y un pequeño frasco con tinta… Un frasco que también estaba hecho de piedra. Frente al mueble, si es que le podía llamar así al ya no ser de madera, yacían tres escabeles con forma de pequeñas columnas clásicas. Los tres estaban esculpidos bellamente en la misma piedra de color gris claro. Aquella gran escribanía yacía en el centro de aquel bosque rocoso, justo en un claro formado por un haz brillante que descendía desde el traga luz.

Esto es algo que le gustaría mucho a mi maestro, el pasa mucho tiempo en su escritorio —declaro, mientras procedía a sentarse en uno de los taburetes.

Es una lástima que este sea el único que hay en el mundo y que sea para mi uso exclusivo. Aunque… me gustaría hacerle una silla de piedra para completarlo, pero eso sería terrible para mi espalda y mi postura.

Luego de que los tres jóvenes yacieran sentados y cómodos, en lo que parecía ser una versión bizarra de una entrevista de trabajo formal, Satomu procedería a agacharse para buscar algunos documentos en las gavetas. Si Akame decidía utilizar su Sharingan podría notar que el escritorio mismo, y también los asientos sobre los cuales estaban sentados contenían el mismo chakra de las estatuas.

Bien, antes de comenzar a trabajar he de hacerles algunas preguntas —aseguro, mientras se enderezaba y colocaba un par de lentes—. No se preocupen, es solo una formalidad que necesito cumplir para documentarme adecuadamente.

»Me es indiferente el orden, pero necesitare que cada uno de ustedes me responda por separado, es decir: Uno responderá de una vez a todas las preguntas, luego el otro y así. Por favor, hablen fuerte y claro para transcribir con precisión lo que necesito… Y claro, necesito que sean sinceros en la medida de lo posible.

Eso suena sencillo”, pensó inocentemente.

El anciano tomo una jarra de piedra que parecía ser de adorno, pero que en realidad contenía agua que vertió en un vaso que también era de piedra. Se aclaro la garganta y, fijando sus ancianos ojos en el papel, formulo las preguntas.

Primero; ¿Qué es lo que más odian? Segundo; ¿Qué es lo que más disfrutan? Tercero; ¿Cuál es su mayor ambición? —Hasta aquel punto, las preguntas lucían fáciles e inocuas, pero pronto se tornaron mucho más “difíciles”—. Cuarto; ¿Cuál ha sido su mayor desafío? Quinto; ¿Cuál ha sido su mayor trauma? Sexto; ¿Cuál ha sido la vez que más cerca han estado de morir? Y séptimo; ¿Alguna vez han matado a alguien y, de haberlo hecho, como se sintió?

»Eso es todo; siete simples preguntas. ¡Tienen toda mi atención! —exclamo, mientras se preparaba para escribir, con la vista fija y a la espera de quien sería el primero en atreverse a contestar.
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Akame tomó asiento junto a su compañero de Aldea, admirando con verdadera sorpresa el instrumentario y lugar de trabajo de Satomu. Todo estaba hecho de aquella piedra imbuída en chakra tan extraña; «esto no se parece a nada que haya visto o sobre lo que haya leído jamás en toda mi vida...» Desde luego, Nishijima tenía más secretos que nadie allí —y eso no era decir poco—. Akame estaba tan intrigado por el origen de las habilidades de aquel escultor que incluso se olvidó de los documentos genealógicos que recibiría como recompensa. En aquel momento sólo quería averiguar todo cuanto pudiera sobre la extraña forma de moldear el chakra de Nishijima Satomu.

Sin embargo, su curiosidad se transformó en precaución cuando el artista empezó a recitar las preguntas que debían hacerle. Demasiadas preguntas. Y demasiado indiscretas. Akame no pudo evitar torcer los labios en una mueca de desagrado mientras notaba cómo le temblaban ligeramente las piernas. «Nos ha salido entrometido, el escultor de mierda. No me extraña que tenga tantos enemigos si anda preguntando esas cosas por ahí... Ten cuidado, Satomu-san, no sea que alguien te raje la garganta mientras duermes. Metiche, fisgón.»

Detuvo su retahíla interna cuando sintió los ojos del escultor fijos en él. El Uchiha se cruzó de brazos, apretando los puños disimuladamente, y tardó unos instantes en contestar.

A los mentirosos y a los fisgones —contestó, recio, a la primera pregunta—. Y disfruto castigando a ambos —remachó, dando por contestada la segunda pregunta—. Mi mayor ambición es ser un gran guerrero que devuelva al clan Uchiha al lugar que por historia y casta le pertenece.

Después de tres dardos directos, Akame creyó oportuno sazonarlo todo con algo de verdad.

¿El reto más grande? Superarme cada día. No tengo traumas ni he estado nunca cerca de morir. Tampoco he matado a nadie —mintió, de corrido, como si temiese que su voz o sus palabras le delatarían si se detenía mucho en aquellos asuntos.
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Piedra, piedra, y más piedra. Ahí a dónde volteara, piedra. Escritorio de piedra, vasijas, muebles y artilugios varios. El corazón de Akame, entre otras.

Más adelante, los genin se encontraron con tres taburetes dispuestos frente a Satomu, donde sus compañeros pasaron a tomar asiento, y él, a último, hizo lo propio. No podía dejar de mirar las esculturas, como si alguna de ellas fuera a saltarles a la yugular en cualquier momento. Desconfiaba, y hacía bien en hacerlo.

Finalmente, el anciano comenzó su proceso artístico de recolección de datos —como si aquello tuviera algo que ver con montar una estatua de piedra— y dejó al aire una serie de preguntas que si bien en un principio parecían simples, con cada agregado se iban transformando en interrogantes profundas y personales.

Akame fue el primero en responder, seco, escueto, sin develar más de lo que ya se sabía. Kaido intentó hacer lo mismo.

—A los débiles y a los pusilánimes. Siempre disfruto un buen combate. ¿Mi mayor ambición? ser tan o más fuerte que aquellos quienes controlan todo desde arriba, en las altas esferas de poder —luego, tuvo que pensárselo mejor. Tardó unos segundos y continuó—. ha sido todo un desafío patear el culo de todo el que decide hacer mofa de mi asombrosa apariencia, pero de a poco lo he ido logrando. No he tenido ningún trauma importante y alguien como yo nunca estará cerca de morir.

»Tampoco he matado a nadie —miró fijamente a Satomu, con coraje contenido—. pero podría pasar más pronto de lo que usted imagina.
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Guardando silencio hasta el final, y escuchando con atención a sus compañeros, Kōtetsu fue el último en contestar:

Detesto cuando los fuertes abusan de los débiles; disfruto ponerme a prueba, llevar mis habilidades al límite; ambiciono alcanzar el equilibrio y el perfeccionamiento en todas mis competencias; el mayor de mis desafíos es llegar comprender como debe ser y vivir un ninja; el peor de mis traumas creo que ha sido el quedarme solo luego de una gran batalla; en varias ocasiones he estado cerca de morir, siempre por combates y similares.

En aquel punto, algo en su interior le decía que era mejor comenzar a ser discreto, pero la magnitud de su sinceridad era demasiado grande como para permitirle escuchar aquella voz de sentido común.

Y… Bueno, sí, ya he matado a alguien, pero fue durante un asalto de bandidos que querían arrasar al pueblo en donde me crie… Y se sintió como que hice lo que debía hacerse.

¿En serio? —pregunto de repente, incredulo—. Es que no tienes cara de arrepentimiento, ni de odio, ni de orgullo, ni ninguna de esas sensiblerías de quienes han matado.

No tengo porque arrepentirme de nada, estaba defendiendo mi hogar de gente malvada.

Se hizo un largo silencio mientras Satomu terminaba de tomar notas, para luego guardar sus nuevos registros y beber un poco de agua.

Me parecen excelentes todas sus respuestas. Ahora es mi turno de responder —aseguro, reclinándose y elevando la mirada.

»Odio todo aquello que se interponga en mi arte… Disfruto dando rienda suelta a mi arte… Ambiciono seguir haciendo lo que me gusta hasta el día en que muera… Mejorar mis habilidades y mi trabajar, ese es mi mayor y eterno desafío… Mi mayor trauma pertenece a cuando me robaron y destruyeron una esculturas muy preciadas y personales… Recuerdo una vez en que estuve encerrado, trabajando, sin comer ni beber durante cinco días y casi estiro la pata por ello… Yo solo he matado a una persona en toda mi vida —de pronto, el rostro del escultor se torno duro y frio como el de sus esculturas, mientras que un humo sombrío parecía emanar de sus recuerdos—: Fue al miserable causante de mi trauma, aquel ladrón y destructor de arte. Un insensato que subestimo el amor que tengo hacia mis creaciones y que encontró su final la noche en que logre poner mi manos alrededor de su asqueroso cuello.

»Claro, apenas recuerdo lo vengativo que me sentía por aquel entonces. Y eso fue hace mucho tiempo, cuando mis manos aun eran fuertes. Ahora no soy capaz ni de matar una cucaracha sin hacerme daño a mí mismo.

Dejo escapar una risa y aquello le llevo de vuelta a su burlón y habitual estado de ánimo.

Bien, ahora sí, ¿están listos, para que los convierta en efigies, ¡en obras inmortales!? —pregunto con emoción volcánica, levantándose de su asiento.

Si, cla... Espere, ¿que fue lo que dijo? —se atrevió a indagar luego de unos tensos y silenciosos segundos en los que miro a sus compañeros. Aun no estaba seguro de cómo reaccionar ante las bizarras confesiones del escultor, ni de si sus oidos habia captado correctamente sus ultimas palabras.

Para comenzar a trabajar en ustedes… quiero decir, claro, en sus esculturas.
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Akame se mantenía quieto en su asiento pero, disimuladamente, el dedo índice de su mano derecha no paraba de dar golpecitos en el antebrazo izquierdo. Allí algo olía muy mal, y empezó a oler todavía peor cuando Satomu dio rienda suelta —sin que nadie le hubiese preguntado— a sus más oscuros secretos y fantasías. «Este tipo está como una regadera», fue la conclusión del Uchiha.

Pero no todo quedó ahí. El escultor aseguró haber matado una vez a alguien con sus propias manos —cosa que, después de ver el chakra tan concentrado que fluía por ellas, Akame creía del todo posible— y su rostro se tornó sombrío mientras lo contaba. Inconscientemente, el Uchiha se acomodó en su asiento y retrasó la mano diestra; que dejó apoyada en el pomo de su espada.

Si hasta ese momento toda la aventura había estado llena de enigmas, medias verdades y peligros, allí fue cuando Uchiha Akame tuvo la certeza de que el destino que les reservaba Satomu no era para nada inocente. «Aquí hay algo más en juego, este loco no quiere construir sólo unas esculturas»; entonces Akame recordó cómo había visto, gracias a su Sharingan, el flujo de chakra en el interior de las piezas de piedra. «Por las tetas de Amaterasu... Este maldito quiere convertirnos en las esculturas».

Claro, cómo no —replicó el Uchiha, mirando a Kaido—. Como dicen en mi pueblo, las mujeres y los tiburones primero.

Claro, Akame no tenía intención de dejar que aquel tipo les hiciese daño alguno. Pero atacarle directamente podría ser del todo menos productivo, y viendo la pasión que Satomu ponía al hablar de su trabajo, no era mucho suponer que una vez empezase a moldear la piedra todo lo demás se volvería secundario para él.

Ése sería el momento de ponerle un acero en la garganta y empezar a hacer las preguntas correctas.
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Claro, cómo no —replicó el Uchiha, mirando a Kaido—. Como dicen en mi pueblo, las mujeres y los tiburones primero.

Kaido sonrió, sorprendido. Tan sorprendido como puede estar alguien cuando su compañero, aún habiendo escuchado la cantidad de sandeces y locuras que hubo recitado el escultor, igual decide enviarte directo a la boca del lobo. Protegiéndose a sí mismo, sin importar que los demás se convirtiesen en mísera carnada.

Muy apropiado que la carnada fuera, de hecho, nada más y nada menos que el tiburón.

Tragó saliva, y siguió sonriendo, ahora nervioso. ¿Pero iba a ser él el quien demostrase que temía por su vida en ese momento? ni de coña. Aunque tuviera que convertirse en piedra.

Ahí, se vería realmente quién es quién.

—Parece que el clan Uchiha no es tan glorioso después de todo —atizó, volteando a ver a Kotetsu. Pero sus ojos no transmitían furia contenida ni amenaza, sino un ligero deje de camaradería, aquella que quizás habían cultivado durante la batalla con aquellos clones de arcilla. Sabía que el honor era el estandarte de los Hakagurē. Si los valores de un clan extinto aún seguían vivos en su único descendiente, quizás, tendría una mano amiga después de todo—. venga, manos a la puta obra.

Dicho lo dicho, el escualo embargó su rostro de seriedad. Y a su cuerpo de agua, en secreto. Lo que fuera que pensase hacer aquel viejo hijo de perra, bien tendría que vérselas primero con los genes de su clan. Y con su par de huevos azules, grandes y llenos de hombría.
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Los modelos rezumaban ánimos, por lo que era aceptable el pensar que se encontraban listos para la siguiente etapa del trabajo creativo. Sin embargo, Nishijima Satomu no se mostraba completamente convencido, quizás por la falta de emoción de sus invitados ante tal oportunidad. En su sentir, aquello solo tenía una explicación, que era el que aquellos jóvenes no creyeran en él como artista: Sabía que quienes habían escuchado de él no serian capaces de subestimar su talento, pero quienes jamás tuvieron contacto con arte alguno, menos aun con el suyo, debían de tener la creencia de que era solo un escultor mas.

Aquello le disminuía de sobremanera, y solo había una forma de remediar tan lamentable situación: Demostrándoles lo afortunados que eran al estar frente a él.

Síganme para que vean algo —les dijo con impaciencia.

El primero en moverse para seguir sus pasos a través del bosque de piedra fue el Hakagurē, que se mantuvo sereno pero vigilante, atento a cualquier acto anormal en el que pudiese incurrir su hospedador.

Aquí esta —Se detuvo y señalo una gran estatua de roca con forma de tigre—. Esta es la ultima escultura que hice por encargo.

Era una majestuosa bestia que parecía estar descendiendo de un árbol, tan realista que de encontrarla de repente se podría creer que se está siendo atacado en algún lugar de la espesura. Estaba exquisitamente tallada en una piedra anaranjada, decorada con multitud de ornamentos en un pulido bronce verde y con, muy adecuadamente, un par de ojos que estaban constituidos por aquella inusual gema de nombre “ojo de tigre”. Por alguna razón, que por momentos era tanto obvia como desconocida, aquella pieza transmitía una sensación de fuerza y salvajismo, de bravura y elegancia marcial. El solo verla evocaba aquellas sensaciones, intensa e inevitablemente.

Esta belleza era para un familiar de nuestro señor feudal, pero murió antes de poder entregársela —confeso, mientras la acariciaba—. Era un joven militar, orgulloso y bravío, muy aficionado a combatir en solitario y hacer de lo marcial algo elegante… Creo que logre que fuera idéntica a él.

Pero… Esto es una escultura de un tigre…, no de una persona —alcanzo a decir.

¡Por los dioses! —se dijo a si mismo Satomu, buscando paciencia—. Ese es mi trabajo, cualquiera puede duplicar a una persona en piedra, pero solo yo soy capaz de transmitir la esencia de su ser a la roca. Si, una esencia cuya forma varia de un individuo a otro y que me da una imagen artistica de lo que debo hacer.

No estoy seguro de entender a lo que se refiere… —confeso.

Mientras el de cabellos blancos trataba de comprender las alegorías del escultor, tanto Kaido como Akame podrían notar que cerca de allí, al fondo del taller, había unas cuantas esculturas arrumadas y tristes entre las pocas sombras existentes. Para el de Amegakure seria obvio que aquellas piezas no estaban ni remotamente cerca de la tétrica calidad de sus congéneres que les rodeaban. Para el de Uzushiogakure y sus ojos carmesíes seria claro y extraño el que aquellas figuras en particular no contuvieran chakra alguno. Quizás llamara a su curiosidad el que aquel grupo se sintiera como una especie de reunión de parias y marginados esculturales, quizás lo suficiente como para que preguntasen por ello.
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Síganme para que vean algo.

«¡Me cago en su putísima madre, ¿por qué no empieza ya, joder?!»

Así pues, les urgió a que les siguieran, de nuevo, a través de otro buen puñado de figuras, hasta que se detuvo frente a una en particular. Un Tigre tallado en piedra, con matices y colores muy similares al de la bestia real, con dos piedras brillantes que hacían juego en donde debían de estar los ojos del animal. Kaido suspiró hastiado, porque ya era consciente de la habilidad de aquel hombre como para que éste intentase, quién sabe por qué razón, seguir reafirmando su grandeza frente a ellos.

Y quedó en evidencia cuando Kotetsu demostró, tal y como callaban ellos; que no entendía una mierda. Satomu intentó explicar por qué su trabajo era tan grandioso, y Kaido carraspeó la garganta, poco después de que callase.

—Mire, viejo de mierda. Entienda algo. ¡Me importa un buen par de cojones azules a quién le haya hecho usted una escultura, o cuántas ha fabricado en su vida! ¿qué quiere que le diga: que es el mejor escultor, el más grandioso artista que Oonindo conocerá alguna vez? pues coño, no lo sé. Es el primero al que conozco, así que puede que mañana vuelva a mi tierra y me consiga a alguien con más talento, quién sabe. Confórmese por ahora con que, vale, sus putas estatuas parecen más que vivas y que dan un mogollón de miedo.

Evidentemente hastiado, alzó su brazo derecho y señaló el camino hacia donde yacían las herramientas de trabajo. Y en donde la puerta de escape estaba más cerca que de donde estaban ahora.

—Terminemos ésto de una vez, haga su trabajo y así puede cada quién irse a su casa.
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