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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Akame quedó absolutamente anonadado con la belleza y el realismo de aquella escultura. En su corta vida, jamás había visto una obra de arte de semejante categoría —y ya empezaba a entender por qué Satomu se mostraba siempre tan altivo y arrogante—. El tipo podía permitírselo. «No cabe duda de que utiliza algún jutsu secreto en sus esculturas. Es imposible que alguien pueda lograr este nivel de maestría sólo con sus manos desnudas», concluyó el gennin.

A aquella demostración de talento le siguió otro de los discursos de Nishijima. Llegados a ese punto Akame había aprendido ya a hacer oídos sordos de las palabras del escultor y a prestarles la misma atención que le prestaría a un perro lamiéndose su propio aparato. «La comparación es ciertamente adecuada», pensó con una sonrisilla.

Sin embargo, a continuación —y sin que él pudiese preveerlo— sucedieron dos cosas que cambiaron completamente la perspectiva del asunto. Primero Kaido, harto ya de las exhibiciones ególatras de Nishijima, explotó en una riada de insultos y malos modales cuyo resultado era imprevisible. Akame lo observó sin inmutarse, pero por dentro estaba cagándose en todo lo cagable por la indiscrección del amejin. «Joder, Kaido-san, ¡ahora no! Vas a conseguir que el tipo se ponga en alerta...»

La segunda ocurrió al reparar en el curioso detalle de que, al fondo de la galería, había un grupo de esculturas que no tenía chakra alguno. «¿Qué demonios...?» El Uchiha se cercioró de aquello y luego, queriendo también desviar la atención de Satomu sobre los insultos de Kaido, se apresuró a preguntar de la forma más inocente que pudo.

Nishijima-san, si me permite la pregunta... ¿Por qué esas esculturas están hacinadas allí, apartadas del resto? Y... ¿Por qué parecen diferentes?
Diálogo - «Pensamiento» - Narración

Mangekyō utilizado por última vez: Flama, Verano de 220

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Mire, viejo de mierda. Entienda algo. ¡Me importa un buen par de cojones azules a quién le haya hecho usted una escultura, o cuántas ha fabricado en su vida! ¿Qué quiere que le diga: que es el mejor escultor, el más grandioso artista que Oonindo conocerá alguna vez? pues coño, no lo sé. Es el primero al que conozco, así que puede que mañana vuelva a mi tierra y me consiga a alguien con más talento, quién sabe. Confórmese por ahora con que, vale, sus putas estatuas parecen más que vivas y que dan un mogollón de miedo.

Por los dioses, no es ni remotamente capaz de entender las cosas bellas, pobre criaturita que va ignorante por la vida —señalo, mientras le miraba con cierto grado de compasión artística—. Terminaremos pronto para que puedas regresar a tu cerrado e insensible mundo.

Aquella sonrisa que mostraba era uno de esos rasgos que resultaban tan molestos.

Nishijima-san, si me permite la pregunta... ¿Por qué esas esculturas están hacinadas allí, apartadas del resto? Y... ¿Por qué parecen diferentes?

Y con aquella interrogante, el escultor pareció tanto entristecido como avergonzado.

Incluso los dioses se equivocan, como cuando se permitieron crear el débil corazón de los hombres —recito, evocando una frase de un antiguo texto poetico—. Ellos son mis creaciones fallidas, esculturas de aquellos días malos en que las musas huían de mí.

¿Entonces porque las conserva? —se atrevió a preguntar el Hakagurē.

Porque a pesar de que no tienen humanidad, son mis creaciones —Hizo una leve pausa y miro hacia el rincón, con cierto aire paternal—. Además, los días en que la frustración me domina me dedico a destruirlas… Es como una forma de espiar mis pecados artísticos…

El escultor guardo silencio de nuevo, pues recordar sus fallas jamás era algo agradable, pese a que aquello solo hiciese sus éxitos más notables. Se dio media vuelta y camino hasta el centro de la sala, esperado que los jóvenes les siguieran. Al llegar al sitio, retiro una enorme manta que cubría una serie de tres enormes pilares de roca, cada una tenía un color y textura distintas. Luego procedió a retirar la tela que cubría una larga mesa cercana, que resultaba estar llena de cientos de herramientas tanto familiares como desconocidas, pues algunas parecían armas o instrumentos quirúrgicos. El artista dio una profunda aspiración como absorbiendo el ambiente de su área de trabajo.

El escultor se dio media vuelta y observo durante un exacto y silencioso minuto a sus modelos. Luego, sonriendo tomo un par de herramienta y comenzó a trabajar. Había dejado de ser Nishijima Satomu el excéntrico acaudalado, para ser “Aquel que le confiere a la piedra humanidad”.

¿Y ahora que tenemos que hacer? —pregunto el espadachín, pero el artista le ignoro, como si estuviese en trance.

El joven peliblanco camino un poco y trato de llamar su atención con unos cuantos gestos de sus manos, pero el hombre parecía no verle aunque le tuviera enfrente. Era como si estuviese en una especie zona creativa en donde nada podia perturbar el cenit de su concentración.

El joven se giro hacia sus compañeros para hacer una clara señal de no entendimiento con sus hombros, por lo que no pudo ver lo extraño del hecho que estaba ocurriendo a sus espaldas: De las manos del escultor comenzaba a irradiar una especie de chakra que variaba entre lo iridiscente y tornasolado. De a poco parecía expandirse y recorrer su cuerpo como un aura, para luego desplazarse por sus herramientas hasta introducirse en la piedra, por la cual circulaba para regresar, en menor proporción, al artista. Lo más extraño es que el chakra era lo suficientemente denso como para ser visible a simple vista y tan fuerte como para sentirse la forma en que hacia vibrar el aire de la estancia. Sin embargo, se mostraba tan dócil y fluido como el aceite, mientras que su poder se expandía en forma de hondas suaves y rítmicas como las que emite un tamborcillo bien tocado.

Al notar la extraña sensación, el joven de ojos grises se giro, quedando con la necesidad de hacer una única pregunta.

¿Es eso chakra? —dijo en voz clara, anonadado ante lo que veía.
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Responder
Como de costumbre, la respuesta del artista no fue la que Akame habría deseado. Ni siquiera la que habría esperado. A esas alturas ya se estaba acostumbrando a la forma de ser de Satomu —o al menos a tolerarla sin sentir ganas de abrirle la cabeza con su espada—, de modo que simplemente se encogió de hombros y puso cara de "vale".

Lo interesante empezó poco después. El escultor se ubicó en su lugar de trabajo y empezó la faena. Akame, que no había desactivado su Sharingan, pudo ver con todo lujo de detalles el chakra de Satomu fluir por su cuerpo y, especialmente, sus manos. En un momento dado, cuando la energía se traspasó a las herramientas, Kotetsu hizo una pregunta que dejó al Uchiha anonadado. «¿Chakra visible? ¿Entonces los demás también pueden verlo?»

El Uchiha había unido las piezas y ahora tenía claro que Nishijima Satomu no siempre había esculpido tal y como estaba haciéndolo en ese momento. Las esculturas apartadas en el rincón, sus "proyectos fallidos", así lo evidenciaban. «La cuestión es... ¿Cuándo y cómo adquirió semejante habilidad moldeando su chakra?»

Impresionante, Nishijima-san —admitió el Uchiha, sincero—. ¿Cuándo aprendió a manejar su chakra de esa forma?

Disparó sin tapujos, sin remordimientos. Estaba cansado de perseguir a la verdad como un perro persigue a un carromato; siempre detrás, siempre sin lograr alcanzarlo.

¿Qué más aplicaciones conoce?
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Mangekyō utilizado por última vez: Flama, Verano de 220

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Desde luego que no lo entendía, no señor.

Después de su rabieta, Kaido se sintió sólo, dejado de lado por sus dos compañeros que, uno no le devolvió la mirada, y otro que parecía más interesado en las obras de Satomu que cualquier otro estúpido comprador. Aún cuando sabían que, ahí en el interior de tan humanas esculturas, había chakra de por medio.

Y el chakra en las manos equivocadas, y más en las desconocidas, era señal de peligro.

Un peligro que se hizo tan inminente y literalmente palpable, una vez que Satomu comenzó su proceso artístico frente a las tres grandes piedras aún sin vida. Un poderoso manto le cubrió de pies a cabeza, que denso y colorido a la vista de los tres inexperimentados genin, parecía ser todo un acto asombroso.

Pero para Kaido era todo lo contrario. Era una muestra de poder, una sacada de polla sobre la mesa en toda forma. Él retrocedió, intercalando su mirada entre sus compañeros y viendo cómo indagaban ensimismados respecto a lo que ahora veían sus ojos, mientras él era consumido por el temor. No podía guardar las apariencias, desde luego, fuera por su inexperiencia, o por su ya de por sí reducida voluntad, que generalmente camuflaba con falsa confianza y autoridad frente a los más débiles. Pero ahí, en ese momento, el más débil...

era él.

«¡Espabilen, coño! ¡éste tipo nos va a matar!»
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Impresionante, Nishijima-san —admitió el Uchiha, sincero—. ¿Cuándo aprendió a manejar su chakra de esa forma?

Su pregunta quedo en el aire, sin respuesta alguna. Espero un instante y volvió a plantear otra interrogante, por si la primera no había sido escuchada:

¿Qué más aplicaciones conoce?

Pero aquella tampoco recibió respuesta; era como si, literalmente, estuviese hablando con una estatua.

El joven de ojos grises se sentía impresionando, y un poco perturbado, por semejante cantidad de chakra visible. En vista de que Nishijima estaba en una especia de trance en el que susurraba para sí mismo y en el que no podía, o quería, escuchar a los demás. Se giro para ver a Akame, pero este parecía perdido en el ir y venir de los psicodélicos colores de aquella aura. Luego dirigió su vista hacia Kaido, y este se mostraba honestamente preocupado… El Hakagurē compartió durante un instante su turbación, pues estaba frente a un sujeto que tenía suficiente chakra como para matarles a los tres con un simple aplauso.

¿Estará bien que nos quedemos aquí, viendo esto? ¿Sera peligroso para él o para nosotros?”, se pregunto.

No era que aquel chakra se sintiese agresivo, porque de hecho tenía una sensación neutra, sino que su constante fluir emitía una ondas que resultaban un tanto agobiantes; era como estar cerca de un horno demasiado caliente, donde no hay peligro de quemarse, pero donde son fuertes y constantes los golpes de calor.

Hey, Nishijima-san —llamo Kōtetsu—. ¡Nishijima-san! —grito, pero aquel sujeto estaba un trance irrompible.

»Tengo la sospecha de que se ha olvidado de que estamos aquí, parece perdido en su trabajo… ¿Qué deberíamos hacer?
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Nishijima Satomu continuó en su estado catatónico, sin prestar atención a las interrogantes de los genin que de a poco entendían que aquello era tan extraño como peligroso. Kaido lo había decidido primero: y es que sin importar lo que fuera que estuviese haciendo ese hombre, no se iba a dejar joder la vida por un proceso artístico ajeno y desconocido.

Correr de ahí fue su única opción. Alejarse, antes de que aquel chakra le devorase.

Sin embargo, antes de que pudiera siquiera alcanzar los linderos del gran portón de hierro que suponía ser la salida, una imponente y fugaz figura hizo acto de aparición a mitad del camino. Un hombre alto, de cabello azul considerablemente más claro que el de Kaido —a razón de unas nacientes canas como víctima de la edad— ataviado con un extenso Yukata de color azul marino abierto que lucía por encima de su chaleco de Jonin, y la vestimenta típica shinobi. Se trataba de Hōzuki Yarou; el experimentado acompañante de Hōzuki Kaido.

Su primer movimiento fue el de detener a su pupilo, obligándole a voltear y a acercarse nuevamente hasta el punto en el que se encontraba anteriormente. Siempre con la vista férrea sobre un poseído Satomu, que continuaba con su proceso artístico a pesar de las fluctuaciones en su entorno, ajenas a las estatuas que quería crear.

—¡Joder, viejo; ¿qué haces? ¡debemos irnos de aquí, ese tipo nos va a matar!

Yarou le regaló un gesto tanto a Akame como a Kotetsu, para que éstos también se mantuvieran en su posición.

—Puede que no, siempre y cuando dejemos que termine de concederle humanidad a vuestras estatuas. Si por el contrario hacemos algo que logre interrumpir el proceso; me temo que la situación sí que puede ir a peor —su voz: calma, paciente y su rostro muy observador. Parecía decir aquello con propiedad, como si supiera realmente lo que le ocurría al hombre poseído, que aún yacía fuera de sí—. Lo he visto antes. Son casos aislados, y es una forma de expresión bastante poco común del chakra como energía. Nishijima Satomu posee chakra, sí, pero es evidente que no tiene ni la más mínima idea de cómo controlarlo. Hasta me atrevo a decir que incluso fuera de ese estado, no es consciente de que su persona es controlada por ese chakra en su interior, ni que le obliga a entrar a ésta fase catatónica cada vez que decide sumergirse en en su arte.

Su mano se posó por sobre una de sus uchigatana cuando Satomu volteó, repentinamente, a ver a una de sus musas.

—Verán, estoy seguro de que Satomu padece un muy raro tipo de autismo; lo que le convierte en un prodigio del arte. Eso, aunado a ésta forma primitiva y descontrolada de hacer uso del chakra, le han convertido en el artista venerado que es hoy en día. Retraído, megalómano y ególatra. Todas matices de su extraña condición.

»Debemos dejar que termine las esculturas, o puede perder el control.
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Si Akame había tenido en algún momento intención de interrumpir al artista, o ponerle un acero en el cuello, o hacerle algunas preguntas; todo aquello se disipó en la bruma de aquel chakra tan poderoso e intenso. «Atacar a este tipo sería una completa locura... Incluso si tenemos a ese jounin de Amegakure en nuestro bando», concluyó el Uchiha.

Así pues, tanto Kotetsu como Kaido trataron sin éxito de comunicarse con el escultor, que a esas alturas parecía absorto en alguna especie de trance creativo. El llamado Yarou se aproximó a ellos como respuesta a cierta actitud de Kaido, animándoles a quedarse a ver hasta el final. Akame no veía otra opción, de modo que simplemente se cruzó de brazos y centró toda su atención en Satomu.

Gracias a su Sharingan tenía una visión privilegiada de los mecanismos internos de aquel proceso creativo, de modo que decidió aprovecharlo para no perder detalle.
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Mangekyō utilizado por última vez: Flama, Verano de 220

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Para Kōtetsu, las palabras del veterano acompañante del chico azulado eran complejas y misteriosas. Pese a aquello, su nivel de compresión alcanzaba para entender que no debían de interrumpir al viejo escultor mientras estuviera en aquel especie de trance.

¡Ya entiendo! —exclamo, al tiempo que se giraba para ver a Yarou—. Es como cuando te dicen que no debes despertar a alguien que camina sonámbulo, porque puede asustarse y reaccionar de forma agresiva.

Aquello si estaba dentro de su campo de conocimientos: En su pueblo ya había visto varios casos de sonambulismo donde las personas, al ser traídas al consciente de manera repentina, reaccionaban con un nivel de agresión considerable. Por ello, una amable cuidadora de ovejas podía volverse una verdadera furia en un santiamén… El imaginar que haría alguien capaz de usar tal cantidad de chakra hizo que se estremeciera.

El peliblanco se giro para continuar viendo al artista, que luego de unos minutos se detuvo, falto de aliento como si hubiese estado trotando. Satomu parecía un poco desorientado, pues miro durante unos instantes a su alrededor, como verificando si estaba en el sitio en que creía estar. Era como un niño que despierta de un sueño increíblemente lucido. El chakra se disipo a medida que volvía a la realidad, volviendose invisible a la vista, como normalmente lo era.

Todavía están aquí… —dijo, algo jadeante, pero con una cara de satisfacción innegable—. Hacía mucho que no tenía tan buena vibras al trabajar.

»¿Qué les parece? Ya tengo la forma básica definida, por lo que me quedaría definir las siluetas y luego definir los rasgos —aseguro, mientras se estiraba—. Pero por hoy creo que es suficiente. El resto del día lo dedicare a trabajar en la imagen mental que tengo.

Ahora parecía ser la misma persona que antes de comenzar, pues ya no había ningún colorido chakra que flotase a su alrededor y emitiese aquellas incomodas ondas... Aunque un par de ojos privilegiados podría notar que en aquellas piedras, aun informes, había quedado impregnado una gran cantidad.

Satomu tiro de una pequeña cuerda y a lo lejos se escucho el sonido de una campana de servicio.

Comeré algo y hare algunos bocetos. ¿Ustedes piensan quedarse allí de pie? —pregunto, como cuestionándoles el que aun estuviesen en su espacio personal.

De todas forma sentía la necesidad de marcharme desde hace un rato —admitió, pues aquel espectáculo de chakra le había dejado con muchas cosas sobre las cuales pensar.

Me parece bien. Diviértanse y estén atentos para cuando los llame…

En aquel instante un par de sirvientes llegaron al estudio; uno llevaba una pesada bandeja con alimentos para Nishijima y el otro… el otro se acerco hacia donde estaba de pie el grupo de ninjas y con voz disimulada, para que su señor no oyese nada, les dijo:

Disculpen la interrupción, mis señores ninjas, pero el señor Yosehara me ha ordenado que les localice —aseguro, con suma educación en su voz susurrante—. No me ha dado detalles, pero dice que se trata de un asunto de seguridad urgente y… y algo sobre que hay unos pellejos en juego.

***

En aquellos momentos Yosehara no sería muy difícil de localizar, pues se encontraba repartiendo ordenes y gritos a medida que revisaba el perímetro de la mansión. Durante un rato estaría en el patio que daba a la entrada principal revisando unos planos y conversando atoradamente con unos de los ninjas que servían al escultor. Allí estaría esperando hasta que aquellos extranjeros se dignara a aparecer y a servir para algo.
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La escena cobró algo de normalidad cuando uno de los sirvientes de Satomu se les acercó con gesto preocupado. Claro que, con normalidad debería entenderse a lo que era común durante ese viaje; más peligros inesperados, preguntas sin responder y desconfianza. Mucha desconfianza. Así había afrontado Akame cada compás de aquel loco viaje, y de momento seguía con vida. «No lo estaré haciendo tan mal...»

El Uchiha salió de la galería detrás del sirviente. No le costaría esfuerzo localizar al corpulento jefe de los mercenarios en el patio principal del recinto, organizando a sus hombres a grito limpio. «¿Nos atacan?», fue lo primero que pensó el joven gennin. Por las órdenes de Yosehara y los movimientos de los soldados, parecía que estaban preparando alguna clase de defensa. Quien quiera que fuese que les había emboscado en el sendero de la montaña, no parecía querer darse por vencido.

«Pero, ¿quién se tomaría tantas molestias en asediar este sitio? Casi parece una fortaleza. Y ese escultor... Seguro que es bien capaz de matar a alguien con su chakra. ¿Entonces, tal vez son amigos de aquel ladrón al que Satomu mató?»

Tengo un mal presentimiento... —susurró el Uchiha, aunque lo suficientemente alto como para que sus compañeros se enterasen—. Creo que vamos a tener que luchar por segundo día consecutivo.

Akame se dirigió a paso rápido hacia el capitán de los mercenarios.

¿Nos buscaba, Yosehara-san?
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El gyojin se localizó muy cerca de su mentor, y aguardó, pacientemente, a que el proceso del que había hablado se acabase. Después de un rato, el artista despertó de su trance, desorientado, ligeramente atónito antre su propio trabajo, del que ya comenzaba a jactarse. Hacía tiempo que no se sentía tan inspirado, argumentó, antes de que concluyese que había sido suficiente trabajo por el día de hoy. Comer era prioritario, recuperar las energías y continuar las esculturas cuando hubiese trabajado el esquema mental de su arte en privado.

Finalmente, los sirvientes atendieron al llamado de su amo. Uno se acercó hasta Satomu, dejándole una bandeja de comida muy cerca y otra se acercó a los ninjas. Argumentó que Yosehara, el alguacil; les estaba buscando con urgencia. Y eso sólo podía significar una cosa.

Tengo un mal presentimiento... —susurró el Uchiha, aunque lo suficientemente alto como para que sus compañeros se enterasen—. Creo que vamos a tener que luchar por segundo día consecutivo.

—Os lo dije ayer. Teníamos que habernos ido anoche, cuando tuvimos la oportunidad.

—Estad atentos, y no se alejen demasiado.

Yarou-dono tomó la delantera.

Atravesaron el umbral del despacho, y después de un par de cruces, llegaron hasta donde Yosehara. Akame fue el primero en increparle, con elegancia y respeto; sobre el motivo por el cual les había llamado. Kaido tan sólo se dedicó a darle una de esas miradas furtivas de las suyas, y Yarou, tan calmo como siempre, aguardó a que éste hablara, sin interrumpirlo.
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Tengo un mal presentimiento... —susurró el Uchiha, aunque lo suficientemente alto como para que sus compañeros se enterasen—. Creo que vamos a tener que luchar por segundo día consecutivo.

El Hakagurē no pudo evitar secundar el ominoso sentimiento de su compañero, pero mantuvo su expresión serena mientras caminaba con prisa, recorriendo pasillos, cruces y esquinas en busca de llegar hasta donde yacía el alguacil, para ver que quería… Para ver en qué clase de problema estaban ahora involucrados.

Os lo dije ayer. Teníamos que habernos ido anoche, cuando tuvimos la oportunidad.

Vamos, Kaido-san, no es momento para entrar en pánico… —Pensó en todo lo que habían visto hasta entonces y comprendía que aquel sentimiento estaba justificado, y que incluso él tenía en su ser la presencia del mismo—. Si el peligro nos encuentra es mejor que lo haga con las agallas bien puestas.

Le dedico una sonrisa un tanto desafiante a su compañero azulado, y continuo con su presuroso andar.

Luego de unos tensos minutos, el grupo llego hasta donde se encontraba el alguacil, quien lucía tan frenético y malhumorado como cabría esperarse de alguien en medio de una emergencia incontenible. Allí ya estaba esperándoles Naomi, quien pese a su carácter parecía estar fatigada y molesta por el actuar de aquel mastodonte altanero.

Entonces… Yosehara Jokei-san, ¿Qué asunto requiere de un llamado tan urgente? —pregunto con firmeza el peliblanco.

Se han presentado algunas complicaciones y es necesaria su colaboración —Aseguro con voz arrogante y autoritaria, como si fueran subordinados suyos—. Yo me encargare de mantener todo en orden, y ustedes solo tienen que asistirme y…

¡Espere un momento, eso si que no se lo permito! —exclamo Kōtetsu, levantando la voz con evidente enfado—. Aquel cuento ya me lo conozco, y sé que nos está escondiendo algo...

El joven fijo sus ojos grises en el alguacil, dispuesto a no tolerar aquel comportamiento lleno de irrespeto y secretismo. Era raro verle enojado, pues tenía el don del autocontrol, pero resultaba que en aquel instante y en aquellas circunstancias no deseaba controlarse.

Trate de ser paciente por cuestiones de respeto, pero no seguiré jugando al buen extranjero con un sujeto tan sumamente arrogante y ofensivamente incompetente —le sostuvo la mirada por unos instante, mientras que a Yosehara se le marcaba una vena de ira, a punto de explotar en un caudal de insultos—. Y no se haga el ofendido: Ahora estoy seguro de que la razón por la cual la dueña del Sauce cambiante estaba tan alterada era porque sabía del peligro de un ataque, al igual que usted. Un peligro que de haber estado en nuestro conocimiento nos hubiese permitido prepararnos y disminuir al mínimo las bajas durante la emboscada… —Se adelantó un paso y se paro frente al alguacil, luciendo casi gracioso por la diferencia de peso y tamaño y por su estado de juvenil enojo—. Ya me estoy cansando de que estén pasando un montón de cosas extrañas y que yo no me entere de nada.

»Y no se los demás, pero no planeo mover un maldito dedo ni arriesgar un condenado centímetro de mi pellejo hasta que deje de ocultarnos información y comience a explicarnos las cosas como tal y como es debido.

El joven se quedó allí de pie, esperando que los demás se unieran en su malestar para mostrarse más fuerte ante el alguacil, pues pese a su enojo, el solo no resultaría lo suficientemente “convincente”.
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Inconvenientes, afirmó Yosehara. Complicaciones también. No obstante, y a pesar de que probablemente hubiese perdido la vida allá en los campos donde los clones de arcilla hicieron acto de aparición, aún seguía queriendo sobreponer su arrogancia por sobre la voluntad de los cuatro shinobi que yacían ahí frente a él, incluyendo a Yarou. Era tan obvio que hasta el mismísimo Kotetsu, quien hasta ahora venía siendo el más tranquilo de todos, abogando por una bien diplomática serenidad ante todo augurio de adversidad, terminó perdiendo los papeles ante las palabras del alguacil.

Soltó todo lo que se había guardado, liberándose el pecho, probablemente, de muchas cosas. Y es que lo que dijo era precisamente lo que Kaido pensaba, y que Yarou, en su momento, ya había compartido. El escualo le habría agregado a su fugaz discurso alguna perjura, un buen maldito alguacil hijo de perra habría quedado de perlas, pero en general, estaba con Kotetsu y con sus preocupaciones transmitidas.

Él tampoco iba a poner en riesgo su azulado trasero por un maldito civil. No hasta que se les pusiera en su lugar, ahí, en el mando. Donde debían haber estado incluso antes de dejar el Sauce Cambiante.

—Ya lo oíste, alguacil de mis cojones. O hablas, o hablas.

A Yarou no le hizo falta decir nada. Él era el adulto, el de mayor experiencia. Un shinobi ya formado. Yosehara sabría perfectamente que su mayor peligro no eran siquiera tres críos amotinados, sino ese hombre que les cubría la espalda ensombreciéndolos.
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«¡La puta madre! ¡Sí que tiene carácter Koutetsu-kun!» El exabrupto de su siempre taciturno y calmado compañero cogió a Akame totalmente por sorpresa. Aunque claro, eso no lo hacía menos entendible. Él también sentía la misma rabia y frustración contenidas a la fuerza, por no poder descargarlas sobre gente más poderosa que ellos, acumulada por todas las mentiras o secretos que se habían ido sucediendo en aquel viaje. Apretó los puños, clavando sus ojos —ahora rojos por el Sharingan— en los del inmenso alguacil. El sólo pensar en tener enfrente a un tipo como aquel, que podía partirle en dos sin esfuerzo, hacía que le temblaran las piernas. Pero trató de contenerse.

Estoy de acuerdo con mis compañeros. Basta ya de engaños y medias verdades, si quiere nuestra colaboración, ha llegado el momento de la verdad.

Claro, eso no fue lo que a Akame le hubiese gustado decirle a Yosehara, o a Satomu. Si por él fuese, la cosa habría ido más en la línea de algo como...

«Escuchen, malditos mentirosos ignorantes y atrevidos. A partir de este momento van a responder a todas mis preguntas, y acatarán todas mis órdenes. Nunca más volverán a intentar engañarme o manipularme. Porque ahora soy joven y novato en mi oficio, pero les juro que si siguen tocándome la moral, volveré dentro de un año y los mataré a los dos con mis propias manos. Quemaré este maldito monumento a la egolatría de un loco que llaman mansión, y empalaré al gordo alguacil con cada una de las lanzas de sus hombres caídos.»

Así que se limitó a callar.
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Jokei escucho aquel caudal de quejas como si fuesen fragmentos de leña arrojados al fuego de su mal temperamento. Y no solo fue aquel muchachito de ojos grises y desafiantes el que cuestiono su comportamiento, sino que también el par de chiquillo que le acompañaban. Durante unos instantes sintió la necesidad de darle respuesta a Kōtetsu con el dorso de su mano, con un tortazo que lo mandara al suelo, donde aprendería a medir sus palabras y expresiones, pero… La presencia de aquellos dos adultos que les acompañaban le hizo pensárselo dos veces… sobre todo la mirada de la silenciosa Naomi, que le dejaba muy en claro que el liberar su simiesca ira no sería tan satisfactorio como para que valiese la pena el perder su mano derecha.

Miren, en estos momentos estamos pasando por una situación un tanto difícil y ustedes… son “necesarios”. —Sus molares se apretujaban y chirreaban cada vez que hablaba, como si quisiera mandarles al demonio en lugar de darles explicaciones.

O dicho de otra forma —atajo a decir el peliblanco, esta vez con una voz mucho más serena—: Se ha presentado un problema más allá de su control y necesita de nuestra ayuda.

¡Maldita sea, así es! —exclamo, como si para decir aquello tuviera que tragarse su enorme y amargo orgullo.

No era difícil el suponer que algunos de aquellos cinco invitados tenían sentimientos encontrados: Escuchar a alguien como Yosehara, arrogante y autoritario, aceptando que necesitaba ayuda porque no podía manejar una situación, era, ciertamente, muy gratificante. Pero por otro lado; en aquel instante el cuerpo de servicio del escultor parecía estar bajo sus órdenes, un grupo donde sin duda había ninjas. Aquello daba que pensar, pues para que, con todos esos recursos, se rebajara a pedir ayuda a un grupo de personas por las cuales no tenía aprecio alguno, la situación debía ser considerablemente alarmante.

Entonces infórmenos de la situación —dijo Naomi, haciendo gala de su poca tendencia a perder el tiempo con información superflua o sentimientos innecesarios.

Ella estaba decidida a cumplir con su deber, y su deber era el proteger a su señor. Ella no estaba dispuesta a fracasar en su tarea, sin importar con que clase de incompetentes y arrogantes tuviese que trabajar. Por su parte, Jokei estaba dispuesto a hacer lo mismo, con la misma convicción, solo que a él le interesaba proteger el pueblo y mantenerse alejado de aquellos foráneos.

Miran esto —El alguacil se aproximó a una gran caja y sobre la misma extendió un enorme mapa de la mansión—: Aquí, aquí y aquí también.

En la compleja estructura bosquejada en aquel papel había una serie de puntos con símbolos extraños, algunos tachados y otros aun sin tachar. La Miyazaki puso mala cara, como si con aquella imagen ya le hubiesen dado una noticia muy incómoda. Pero pese a que el Hakagurē podía comprender que había cierto patrón en la distribución de aquellos puntos, no terminaba de entender que era lo que querían que viera… Era demasiado novato para suponer la implicación de lo que estaba observando.

¿Y que se supone que debemos ver? —pregunto con seriedad.

Yosehara se limitó a mirarlo con ojos candentes, como odiándolo por preguntar semejante estupidez. Sin embargo, su guardiana tuvo la bondad de contestarle como era debido:

Este mapa muestra una intrincada red de sellos que forman una barrera defensiva alrededor de todo el palacio, mi señor —Intercambio miradas con su señor, mostrándole cierta preocupación—. Estas fórmulas de sellado en particular son extremadamente poderosas, prácticamente indestructibles desde el exterior.

No termino de comprender; significa que estamos a salvo aquí adentro, ¿no?

Ese es el problema, mi señor…

¡Significa que la jodida barrera se está rompiendo porque alguien esta destruyendo los anclajes desde el interior! —escupió Jokei, harto de que tratasen el asunto con tanta delicadeza—. ¡Significa a alguien tiene planeado dejarnos tan indefensos como una tortuga sin su maldito caparazón… Y por el ritmo que lleva, el plan le está resultando a las condenadas mil maravillas!
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Akame escuchó con atención, tratando de ignorar las furiosas muecas del enormísimo alguacil, el problema que tenía a éste tan cabreado. Cuando desplegó el mapa de la mansión sobre unas cajas, el Uchiha se acercó con prudencia para dar un vistazo. «Así que sellos protectores... Maldición, este escultor tarado tiene recursos. Si son tan potentes como Yosehara dice, deben ser obra de un ninja con buenos conocimientos de Fuuinjutsu», reflexionó el gennin. Las Técnicas de Sellado eran una disciplina sumamente compleja y requerían de un manejo excelente del chakra. Estaba claro —llegados a ese punto— que Satomu tenía ninjas muy hábiles a sus órdenes. Aquella idea asustó más a Akame de lo que nunca llegaría a admitir. «¿Dónde demonios nos hemos metido...?»

Sea como fuere, según el alguacil, alguien estaba destruyendo los sellos desde dentro del perímetro de protección. Akame enarcó una ceja; «así que hay un traidor entre sus hombres... Bueno, viendo cómo los trata Satomu, no me extrañaría para nada. Si nadie le ha rajado el cuello por la noche todavía debe ser porque paga bien, y si hay gente que quiere hacerlo ahora, entonces sus enemigos pagan aun mejor...»

El gennin se irguió y, tratando de sonar convencido, habló.

Entonces debemos asegurar el resto de puntos, y rápido. Deberíamos dividirnos y registrar las ubicaciones, verificar que los sellos están intactos. También investigar los que han sido destruidos... Tal vez hallemos algo que pueda aclarar este asunto.
Diálogo - «Pensamiento» - Narración

Mangekyō utilizado por última vez: Flama, Verano de 220

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