Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
—Espero que no —respondió Akame ante la pregunta de su compañera—. Según me dijeron en la Aldea, el cliente ya nos ha pagado la estancia en este alojamiento.
Luego, los muchachos salieron a la calle.
Ichiban estaba bastante concurrido a aquellas horas de la mañana, al menos para ser un pueblo tan pequeño. La mayoría de los jornaleros que trabajaban en los campos de arroz ya se habían marchado hacía rato, de modo que quienes poblaban las calles de tierra batida eran mayormente mujeres que iban a la plaza o la tienda de ultramarinos. A pesar de que hacía Sol, el viento frío de Otoño soplaba con fuerza en las planicies y esto se notaba en las vestimentas de los lugareños, que se cubrían con túnicas, capas y demás.
Según las indicaciones que le había dado el tabernero a Datsue, la casa del señor Takeda estaba en la plaza principal del pueblo, frente a la tienda de ultramarinos. Los muchachos se dirigieron hacia la residencia del cliente, cruzándose por el camino con algunos pueblerinos; al llegar a la plaza pudieron ver a varios niños muy pequeños jugando con una pelota y a sus madres conversando animadamente.
—Debe ser aquí —aventuró Akame al llegar frente a una casa algo más grande que las demás, construida con el ladrillo blanco y tejado rojo tan propio de la arquitectura de Uzu no Kuni. Tenía una sola planta y varias ventanas en la fachada principal, además de un pequeño patio trasero vallado.
El Uchiha llamó tres veces y luego esperó.
—¿Quién es? —preguntó una voz, temerosa, desde dentro.
—Buenos días, somos los ninjas de Uzushiogakure no Sato que ha solicitado —respondió Akame, sacando el pergamino de misión.
Durante unos momentos se hizo el silencio, y luego las bisagras de la puerta crujieron al abrirse. Un hombre de avanzada edad —debía rondar los cincuenta—, calva incipiente y bigote ralo les escudriñó desde el interior de la vivienda. Sus ojos eran marrones y astutos, y se movían con la rapidez de un observador nato. Se detuvo en las bandanas de los muchachos.
—¡Ah, sois vosotros! Excelente, excelente... —exclamó al rato—. Pasad, pasad... Os ofrecería algo de comer, pero ya he desayunado.
Takeda se retiró dejando la puerta entreabierta. Akame le siguió, internándose en la casa.
La estancia en la que se encontraron los muchachos era una suerte de salón-comedor, bastante amplio y repleto de muebles de apariencia vistosa. «Este tipo tiene dinero», concluyó Akame tras pasar junto a una estantería de madera rojiza con cristaleras a través de las cuales se podía ver una vajilla de cerámica con cubiertos de plata perfectamente ordenada. El cliente les invitó a sentarse alrededor de la única mesa del comedor y les arrimó tres sillas.
—Takeda Masahiro —se presentó finalmente el hombre, con una inclinación de cabeza—. Honrado comerciante, filántropo y ahora propietario descontento —remarcó las últimas palabras con notable molestia —. Me han asegurado que los ninjas del Remolino saben hacer su trabajo, así que iré al grano muchachos. Compré una propiedad en este pueblo a buen precio, ¡una oportunidad sin precedentes, una ganga! —aseguró, hinchando el pecho como un pavo—. Enseguida la ofrecí en alquiler para cualquier honrada familia que tuviese interés en mudarse al campo, disfrutar del ambiente rural, la comida... Esas cosas.
»Claro que, en estos pueblos tan pequeños la gente suele ser envidiosa. ¡Desde hace un tiempo no consigo alojar ni a un sólo inquilino! Estoy muy convencido de que alguien del pueblo, probablemente comido de envidia, está intentando ahuyentar a mis clientes para arruinarme la inversión.
El enfado era visible en las facciones de Takeda, que fruncía los labios y se frotaba las manos a cada tanto.
—Así que preciso de sus servicios para que limpien la imagen, malintencionadamente empañada, de mi noble propiedad. ¡Estoy perdiendo mucho dinero con cada día que no cobro alquiler!
19/10/2017, 20:08 (Última modificación: 19/10/2017, 20:08 por Uchiha Datsue.)
Nada más salir, el gélido viento de otoño se coló entre sus huesos como un frío puñal. Tuvo que avisar a Eri y Akame para que le esperasen un minuto, y al regresar de la taberna, volvió ataviado en mejores condiciones. Ahora, aparte de su habitual vestimenta, una capa de viaje le envolvía hasta las rodillas. Era blanca, con bordados carmesíes en las mangas y al final de la túnica. Tenía capucha, aunque no la llevaba puesta, pues en su cabeza portaba una gorra de lana gris. Un gris tirando más bien a blanco.
Con las manos dentro de los bolsillos, y todavía algo malhumorado, atravesó las vacías calles del pueblo hasta dar con la plaza principal, donde pronto localizaron su objetivo.
—Buenos días —saludó, a la par que Akame, mucho más despejado ya tras la caminata. Agradeció que les invitasen a pasar, notando de nuevo la cálida temperatura de un sitio cerrado. Una buena casa, era aquella. Amplia, con muchos adornos que, saltaba a la vista, no eran baratijas.
Los ojos de Datsue volaban de un sitio a otro, como un cuervo buscando un objeto brillante. Era más por costumbre y curiosidad que por otra cosa. Finalmente, se centró en Masahiro, quien se declaraba todo un filántropo. El Uchiha sospechaba que un verdadero filántropo no se lo llamaría a sí mismo nada más presentarse, pero como todavía no había conocido a ninguno…
—Uchiha Datsue —se presentó, una vez Masahiro hubo acabado—, y me alegra decirle que no le informaron mal. Los shinobis de Ame son aguerridos, y los de Kusa tozudos como ellos solos… Pero cuando se trata de resolver algo intelectual —se llevó una mano a la sien—, ah, nada mejor que nosotros. Le explicaré nuestro método de trabajo —continuó Datsue, que no había tenido un método de trabajo en su vida—. Abordamos cada misión sin prejuzgar nada, contemplando todas las hipótesis posibles para luego ir refutándolas una a una, hasta que irremediablemente nos quede la verdadera sin posibilidad a error. Esto es lo que nos diferencia del resto, y nos hace tan eficientes —dijo el shinobi, que más bien parecía un vendedor ambulante—. Así que, aunque yo personalmente le crea cuando asegura que es cosa de los vecinos —mintió. No le creía ni le dejaba de creer, simplemente, lo desconocía—, permítanos abordar también los demás casos.
»Para empezar, me gustaría saber quién fue esa persona que le dio tal ganga por la mansión. ¿Sigue todavía por el pueblo?
Quizá Datsue fuese joven, pero había viajado por casi media Oonindo. Jamás había encontrado una ganga. Nunca. En ningún sitio. Todas o eran una estafa o tenían gato encerrado. Por eso le había llamado poderosamente la atención aquel detalle.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
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Akame supuso que la respuesta a su pregunta era negativa, y Eri ahogó un suspiro de alivio para no mostrarse un tanto agitada frente a sus compañeros de misión. Luego pudieron salir al exterior de Ichiban, recibiendo el frío matutino de una típica mañana de Otoño. La joven se estiró las mangas de su jersey y calentó un poco sus manos, pues ya comenzaban a adquirir un leve toque frío.
Gracias a las indicaciones de Datsue que anteriormente había conseguido del tabernero del lugar donde se quedaban, por ello encontraron la casa de Takeda bastante más pronto de lo que ella imaginaba. La cosa era... ¿Por qué no se lo habían indicado en el pergamino si era él quien había solicitado la misión?
Con el ceño fruncido por el viento que soplaba en su cara e impedía que pudiese tener los ojos tan abiertos como de normal, fue Akame quien la sacó de su enfurruñamiento cuando alegó que ya había encontrado la casa. La joven asintió y sacó las manos de sus bolsillos, reposándolos detrás de su cuerpo para más formalismo.
—Buenos días —dijo la joven cuando Akame terminó de explicar quiénes eran. El señor al principio parecía estar analizándolos, pero pronto les dejó pasar.
El lugar donde estaban era bastante más diferente a lo que se esperaba Eri, ya que era un lugar muy espacioso para ser una casa de pueblo humilde. La joven se sentó donde indicó el señor Takeda y escuchó atentamente lo que éste tenía que contarles.
«Quizá no sea envidia, quizá se sienten atacados por forasteros...»
Esperó ya que nada más Takeda terminó su discurso sobre lo manchada que estaba su imagen y su propiedad, Datsue hizo gala de su gran talento para el habla, aunque podría haberse ahorrado lo de los shinobi de Kusagakure y Amegakure... Y lo de que ellos eran los mejores... Bueno, daba igual, porque lo siguiente fue lo más sensato que podía decir.
—Para empezar, me gustaría saber quién fue esa persona que le dio tal ganga por la mansión. ¿Sigue todavía por el pueblo?
Eri asintió, la verdad es que tampoco quería abordarle de preguntas al hombre, de uno en uno podría funcionar también.
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Takeda Masahiro observó con atención a Datsue y luego le dedicó una mirada mucho más indiferente a Akame y a Eri. Desde el minuto uno de la conversación, el mayor de los Uchiha tuvo claro que aquella iba a ser una batalla dialéctica entre dos embaucadores natos; por un lado Datsue, y por el otro aquella suerte de rico con poca vista para los negocios.
El rostro del señor Takeda pasó por varias fases, las cuales su dueño siempre intentó ocultar. Primero satisfacción al encontrarse con un chico que apreciaba el don de la palabra tanto como él, y que no escatimaba en saliva ni métricas para fabricar una buena conversación. Luego pasó a la suspicacia, con un ojo entrecerrado, cuando el de Uzu empezó a contarle las diferencias entre los shinobi de las tres Aldeas. Y, finalmente, molestia y un chasquido de lengua cuando el gennin rechazó —suavemente— la dirección que Takeda había marcado para la investigación. Mas no puso pegas.
—¿En el pueblo? ¡Claro que no! —replicó Masahiro, como si Datsue acabase de preguntar la tontería más grande del mundo—. La transacción tuvo lugar a través de intermediarios, claro, ¿crees que vendría hasta este pueblo dejado de la mano de los dio... —el comerciante se detuvo de repente, dándose cuenta de que al hablar mal de Ichiban estaba, indirectamente, restándole valor a su propiedad—. Ejem, perdón... Digamos que mi residencia habitual no es en este lugar, de modo que cuando vine aquí a ver la propiedad ya la había adquirido. Es normal en este tipo de negocios, shinobi-san.
Akame no entendía mucho de compraventa inmobiliaria, pero sí sabía que él nunca pagaría por una casa que no había visto con sus propios ojos.
—Como ya he dicho, estas condiciones se vieron reflejadas en el precio, claro.
«¿Normal?» Datsue tuvo que hacer un esfuerzo para que el escepticismo no se reflejase en su rostro. ¿Comprar una vivienda sin haberla visto era normal? O mucha pasta tenías como para no importarte perderla, o mucho confiabas en esos intermediarios… «O simplemente fuiste un primo de cuidado»
Pero el shinobi se limitó a asentir.
—Comprendo… Y… Si no he entendido mal, llegó usted a alojar en la vivienda a varios inquilinos al principio, ¿no es así? —preguntó. Aquellos primeros clientes podrían suponer una valiosa fuente de información—. ¿Qué motivos dieron para irse? El ambiente del pueblo no parece tan malo —comentó, pese a que Masahiro parecía opinar lo contrario. Datsue creyó que simplemente era más de ciudad. Apostaba a que vendría de Yamiria—, y la comida... —intercambió miradas con Akame y Eri—, creo que coincidiremos todos en que es muy buena. No sé vosotros, chicos, pero a mí si me gustase el ambiente rural algo muy gordo tendría que sucederme para irme de aquí.
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El señor Takeda posó toda su atención ante el chico que le había contestado. La kunoichi, al contrario que su compañero Uchiha, no tenía aquel don de la palabra así que simplemente se limitó a atender a la conversación sin abrir la boca.
Por lo que les estaba contando el peticionario de la misión, él no había comprado la casa justamente allí, en el pueblo; si no por medio de otra u otras personas. No entendía muy bien por qué, ella no sería capaz de comprar una casa no sin antes saber cómo era ésta, pero bueno, no tenía por qué opinar ante el asunto.
Pero, ¿y si estaba embrujada? El podría haberlo visto antes y haberse ahorrado el sufrimiento.
Fue el turno de Datsue para hablar, y la kunoichi no podía estar más de acuerdo con lo que acababa de decir. Si bien las personas que vivían allí habían sido un poco distantes y puede que les hubiesen regalado un par de miradas no muy amigables, pero la comida era algo espectacular, de eso no había ninguna duda.
Aunque las camas podrían haber sido mejor.
—Disculpe, Señor Takeda —llamó la kunoichi con tono de duda —. ¿Todos los inquilinos que ha tenido eran de fuera o alguno ha sido del pueblo? Algún pariente o alguien conocedor del lugar...
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Cuando Datsue preguntó por los motivos de tanto cambio de inquilinos, el señor Takeda esbozó una mueca de molestia.
—¿Me has estado escuchando, shinobi-san? ¡Pues claro que tenían motivos para irse! —exclamó, visiblemente incómodo—. Muebles que se mueven solos, voces en la noche... ¡Todos dicen que está embrujada! Pero yo sé la verdad, oh, sí, yo la sé... Son estos envidiosos pueblerinos. ¡Ellos! Ellos se están encargando de ahuyentar a todos mis inquilinos...
El tipo parecía bastante resentido con la gente de Ichiban —ya tuviese razón o no—, y no estaba dispuesto a abandonar su teoría tan fácilmente. Takeda cambió su atención hacia la kunoichi pelirroja cuando ésta le hizo una pregunta de lo más inteligente; aunque para él no tuviese relevancia alguna.
—¿Hmm? ¿Acaso importa? —rumió el comerciante—. Los muertos de hambre de este pueblo no tendrían para pagar un mes de alquiler ni aunque su vida dependiese de ello —escupió con visible desprecio—. Ninguno me ha preguntado siquiera por el precio. ¡No saben apreciar el lujo!
Akame, que había estado todo el rato escuchando con gesto reflexivo, decidió intervenir en ese momento.
—¿Entonces no podemos hablar con ninguno de los inquilinos anteriores, cierto? ¿Hace cuanto que se marchó de la casa la última familia?
Takeda se revolvió en su asiento, inquieto. Parecía que aquella pregunta había pinchado en hueso o, simplemente, era algo que él no quería contestar. Tras unos momentos de silencio en los que parecía estar pensándose muy bien la respuesta, el dueño contestó.
—No, no están aquí. Pero pueden preguntar al alguacil del pueblo, él fue el último que habló con ellos antes de que se los llevaran.
«Con que... Muebles que se mueven solos, voces en la noche... No sé yo si la casa está embrujada del todo...»
Eri tampoco era tan ingenua como muchos pensaban, sabía que ahí tenía que haber gato encerrado. Y la teoría de Takeda podría ser cierta o bien podría no serlo. ¿Y si se lo estaba inventando todo? Además, él no lo había visto ni vivido en primera estancia, eran los inquilinos los que se quejaban.
Aunque Eri evitó profundamente fruncir el ceño ante la grosera respuesta del encargado, pudo mantener la compostura. Entendía que estaba perdiendo dinero pero ello no le daba lugar a poder despotricar de la gente del pueblo así como así. ¡Un poco de educación!
Por suerte Akame fue el siguiente en hablar, al parecer había estado sopesando toda la información que el Señor Takeda les estaba dando, no por ello su pregunta tenía toda la lógica del mundo.
—No, no están aquí. Pero pueden preguntar al alguacil del pueblo, él fue el último que habló con ellos antes de que se los llevaran.
«Vaya chasco...»
Bueno, al menos ya tendrían algo por donde empezar. Aún así la kunoichi tenía una duda más que le estaba asaltando desde hacía un rato, justo cuando había hablado de los antiguos inquilinos...
—Señor Takeda, antes de que nos vayamos a hablar con el alguacil, ¿usted ha visto o presenciado algún evento extraño en la casa durante su estancia aquí?
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Lo primero que le venía a la cabeza con la descripción de Takeda sobre lo que sucedía en la mansión, era que alguien estaba realizando un Genjutsu en ella. Pero, ¿qué vecino tendría tal capacidad? Incluso entre ninjas, el Genjutsu era una rama compleja que solo unos pocos dominaban. «Ojalá se trate de eso… Con mi sharingan y el de Akame esto sería pan comido»
Eri, por su parte, intervino en el interrogatorio, haciendo una pregunta de lo más inteligente: ¿había alquilado la casa a algún vecino? De hacerlo, aquello supondría una fuente de información de lo más valiosa. Sin intermediarios que se limitasen a pasar el testimonio, pero olvidándose de los detalles o contaminando ciertos puntos.
No obstante, al comerciante no le pareció muy importante. De hecho, la careta de amabilidad y filantropía con la que se había presentaba iba cayendo más y más, dejando entrever su verdadero rostro: un hombre rencoroso, con cierta vanidad y que discriminaba a los pueblerinos. A Datsue empezaba a caerle un poco mal. Pero era cliente, y a los clientes siempre había que sonreírles como si fuesen las personas más maravillosas del mundo.
—¿Dónde podemos encontrarle? —preguntó, una vez Takeda respondió que podían ir junto al alguacil para informarse mejor sobre los antiguos inquilinos. A Datsue no le pasó desapercibido que había dicho: antes de que se los llevaran. ¿Acaso…? ¿Acaso había ocurrido algo más que simples voces y muebles moviéndose? ¿Por qué habían necesitado que se los llevaran?
Preguntas que, esperaba, el alguacil supiese responder. Por su parte, Eri preguntó si el comerciante había presenciado algunos de aquellos sucesos. El Uchiha le miró a los ojos y esperó, expectante, la respuesta.
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Akame desvió la mirada disimuladamente, buscando las de sus dos compañeros, cuando el señor Takeda mencionó que a los últimos inquilinos habían tenido que "llevárselos". «Algo me dice que aquí no nos están contando todo... Esto parece mucho más siniestro que simplemente un truco de los pueblerinos». Como vio que ni Datsue ni Eri decían nada al respecto, decidió callarse él también. A veces no era buena idea presionar a los clientes con temas que ellos mismos no querían tocar; y todavía tenían más fuentes de información, entre ellas el alguacil.
Así pues, el comerciante se limitó a responder a las dos preguntas de los muchachos.
—¿En la casa? No, no, yo... —balbuceó por momentos, pero luego su voz volvió a recobrar aquel tono sibilino—. ¡No! Claro que no, como les estoy diciendo, la casa está perfectamente. ¡Es todo una treta!
Luego se volvió hacia Datsue.
—La residencia de Daidoji-dono está en la plaza, cruzando la calle. Es la única con el rótulo de su familia sobre la puerta, no tiene pérdida.
Akame asintió y miró a sus compañeros antes de ponerse en pie, por si todavía quisieran hacerle alguna que otra pregunta o petición al señor Takeda.
Conseguida la información que querían —o, al menos, la que podían disponer—, el Uchiha intercambió miradas con sus compañeros y, cuando creyó que ninguno de los dos iba a preguntar nada más, se levantó.
—Señor Takeda —dijo, con voz algo más alta de lo necesario. Alargó la mano para estrechársela—. Ha sido un placer. ¿Sabe? —añadió, sin poder resistirse—. Hubiese sido un movimiento inteligente no anunciar nuestra llegada —en el momento en que el dueño de la posada lo había sabido, todo el mundo lo haría. Datsue sabía muy bien cómo funcionaba aquel tipo de pueblos. Se había criado en uno—. Podríamos habernos hecho pasar por inquilinos y ratificar mejor su teoría. Ahora, de ser cierto que un vecino está detrás de todo esto, se andará con mucho cuidado.
Había dicho un movimiento inteligente. Ni siquiera uno muy inteligente, para quitarle hierro al asunto. Era una indirecta en toda regla. Una crítica velada, pero crítica al fin y al cabo. ¿Por qué lo hacía? Quizá, porque el hombre le había contestado mal. Aunque Uchiha Datsue no era de esos que se solía tomar a mal una contestación fuera de lugar. Quizá, por otra parte, porque le había contestado mal a Eri, esa chica con la que había compartido tan buenos momentos y tantas risas en la Academia. No obstante, Uchiha Datsue siempre se decía a sí mismo que no tenía corazón, y por tanto los sentimientos de los demás le importaban todavía menos.
¿Cuál era, pues, la correcta? Solo quien conoce verdaderamente al Uchiha lo podría saber…
—Pero no se inquiete, ha contratado a los mejores. Daremos con los culpables —se despidió finalmente.
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Ante la negación de haber vivido o experimentado algún acto sobrenatural en aquella casa, Eri simplemente se sintió no muy conforme con lo que acababa de escuchar, pero calló, no con mucho ánimo de seguir interrogando al Señor Takeda pues no parecía que les fuera a contar más allá de lo que les había dicho ya.
Miró a sus compañeros y se encontró con los ojos oscuros de Akame, luego giró hasta Datsue, y se levantó a su par, segundos después que Akame. Datsue, por su parte; sí pareció querer añadir algo más. Fue un acto que no le gustó en absoluto pues trataba con un cliente, sin embargo no dijo nada, se mantuvo firme y, por dentro, muy, muy dentro, quiso sonreír por lo que había hecho aquel Uchiha.
—Pero no se inquiete, ha contratado a los mejores. Daremos con los culpables —fue lo último que dijo, a modo de despedida.
—Sí, Señor Takeda —inmediatamente después habló ella —. Ya nos vamos a la residencia de Daidoji-san —después hizo una leve reverencia, dispuesta a salir ya de aquella casa.
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2/11/2017, 17:39 (Última modificación: 2/11/2017, 18:16 por Uchiha Akame.)
La respuesta de Datsue voló como una afilada daga directa hacia el orgullo del comerciante. En aquella habitación todos eran lo bastante inteligentes como para entender el significado que subyacía en las palabras del Uchiha, pero ninguno pareció reconocerlo. Eri se mantuvo tan seria y profesional como antes, Akame se limitó a esbozar una media sonrisa, y el señor Takeda simplemente se frotó las manos mientras taladraba a Datsue con la mirada. Tardó unos segundos —era evidente que el revés de aquel gennin le había cogido por sorpresa— pero finalmente logró articular una respuesta medianamente aceptable para salir del paso.
—¿Y disfrutar de los lujos de mi propiedad a coste cero? Claro, claro —replicó con aire desdeñoso.
—Un gusto, Takeda-san —dijo Akame mientras hacía una ligera reverencia.
Luego el Uchiha se dio media vuelta y salió de la vivienda del comerciante. El aire frío de la mañana de Otoño le refrescó, poniéndole alerta. Mientras esperaba a que sus dos compañeros le siguieran, cruzando la plaza, el Uchiha iba madurando la información que habían conseguido del cliente. «No demasiada, ni demasiado clara...» En efecto, el señor Takeda les había hablado más de lo que él creía que ocurría —o de lo que le gustaría que estuviese ocurriendo— que de los propios detalles. «Tiene una gran facilidad para hablar sin decir nada y darle la vuelta a las palabras», reflexionó Akame. «Me recuerda a alguien», pensó luego, riendo para sí, mientras miraba de reojo a Datsue.
En apenas un par de minutos se plantaron en la puerta de una casa algo más grande que el resto, de apariencia más sólida y con un rótulo escrito en pergamino y encuadrado en un marco de cristal sobre la puerta, que rezaba...
«Daidoji Ichigo, delegado de Daimyō-sama»
El rótulo era bonito, adornado con engarces de color azulado y estaba escrito con impecable caligrafía. Al verlo, los muchachos quizás recordarían —de una de sus lecciones de Historia Contemporánea de la Academia— que la familia Daidoji era una línea noble bien conectada a las altas esferas de Uzu no Kuni. «¿Qué hace alguien de tan alta cuna en un pueblo insignificante como este?»
—Bueno muchachos, ¿qué opináis? —preguntó Akame, antes de llamar a la puerta, a sus compañeros—. Esto es curioso.
Sea como fuere, el Uchiha terminó por dar tres firmes toques sobre la madera oscurecida. Instantes después las bisagras crujieron ligeramente, y en el hueco de la entrada apareció una figura masculina. Era un hombre joven —no debía llegar a los veinticinco años—, de pelo negro y bien cuidado recogido en un moño al estilo samurái. Sus facciones eran afiladas y atractivas, y vestía con ropas de apariencia lujosa; un hitarate color azul pálido, hakama color cielo y sandalias de madera. Sobre los ropajes, una armadura completa —incluídos kote y suneate— de color acero claro con ribetes y engarces en azul y oro. Al cinto, una preciosa espada más larga que el ninjatō de Akame.
Sus ojos, marrones y brillantes, examinaron a los tres shinobi.
«Daidoji… Me suena a importante» Datsue no era de los que más atención prestaban en clase, pero las lecciones de historia solían agradarle por encima del resto de asignaturas.
—Extraño —respondió Datsue, cuando Akame les pidió opinión.
Por el momento, no podía sacar más en claro que eso. Pero su mente, que disfrutaba tratando de resolver los pequeños enigmas que se le iban presentando a lo largo del día, ya estaba trabajando en varias teorías. ¿Se habría enamorado de la chica equivocada y su familia le habría alejado mandándole allí? ¿Quizá de la hija del Señor Feudal? O peor... ¿de su esposa?
¿O es que quizá había cometido algún tipo de traición, y aquel era un castigo? No se le ocurrían muchas más razones para que alguien que, presumiblemente podría trabajar en cualquier sitio, fuese precisamente a aquel pueblo.
Akame llamó tres veces a la puerta y, finalmente, el alguacil salió a recibirles.
—¿Puedo ayudarles en algo?
«En realidad, somos nosotros quien podemos ayudarte a ti», pero se guardó esas palabras para sí mismo. La experiencia de haber tratado con alguaciles anteriormente le decía a Datsue que eran de naturaleza orgullosa por lo general. Si además de alguacil, provenías de una familia poderosa… ese orgullo se multiplicaba por mil. Un orgullo que no parecía haber perdido, pese a trabajar donde trabajaba. Ropas caras; aspecto intachable; porte majestuoso…
Sí, mejor tratar de mantener un perfil bajo. O todo lo bajo que podía mantener Datsue, al menos.
—En efecto. Nos haría un gran favor si nos bridase cinco minutos de su valioso tiempo. Daidoji-dono, ¿me equivoco? Esta es mi compañera Eri —dijo, señalándola con un gesto de mano—, la Uzumaki de Uzu. —Había una gran diferencia entre ser una Uzumaki a ser la Uzumaki. Y más en Uzu, donde los había a patadas—. Y él es Uchiha Akame, también conocido como Akame el Profesional. Mi nombre es Uchiha Datsue, aunque en la Espiral me conocen como Datsue el Intrépido. Un placer conocerle, señor —dijo, haciendo una pequeña reverencia con la cabeza. Echa la presentación básica y de rigor, el Uchiha se lanzó al meollo de la cuestión—. Venimos por una misión oficial de Uzushiogakure no Sato.
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Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Después de abandonar la supuesta casa encantada, los tres genin se dispusieron a seguir con su camino para descubrir qué había pasado para que todos los inquilinos de aquella vivienda hubieran salido corriendo prácticamente del lugar. Por ello ahí se encontraban, frente a la puerta de una casa bastante más grande que las demás que se encontraban en aquel pueblo.
La casa de Daidoji Ichigo.
Akame preguntó sobre la opinión de los otros dos integrantes del equipo improvisado que eran. Eri solo se limitó a encogerse de hombros mientras Datsue opinaba que le era extraño aquello. El otro Uchiha se adelantó y dio tres golpes sobre la madera de la puerta, y pronto fueron atendidos por hombre bastante joven, de cabellos oscuros, y Eri no pudo evitar alzar una ceja más de lo normal al admirar el atractivo de aquel hombre.
Rápido intentó evitar pensar de aquella manera pues no era para nada profesional, y volvió a poner toda su atención en la misión.
—¿Puedo ayudarles en algo?
Por suerte ella no tuvo que ser la que hablase primero, hizo una leve reverencia cuando Datsue asintió por los tres y les presentó, aunque hubiera estado mejor no echarles tantos méritos, ni a ella, ni a él, incluso negaría a Akame —aunque seguramente era algo famoso por lo que había ocurrido en el torneo—, sin embargo no era el momento ni el lugar para reprender al chico por sus palabras.
Así que se limitó a mantenerse callada y escuchar atentamente.
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100