Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Fue abandonada a su suerte por lo visto, nadie parecía dispuesto a venir a visitarla ni a comprobar que siguiera respirando y no se haya perforado un pulmón por llenarse de más los pulmones. Era obvio, a nadie le importaba su estado y la dejarían encerrada el tiempo que fuese necesario para que muriese.
Pero al menos había hecho algo bueno por la aldea, había protegido a uno de los jinchuurikis de un terrible destino. O eso le gustaba pensar al no verse en la posibilidad de escaparse de allí.
Conforme el tiempo pasaba, la kunoichi se iba acostumbrando a lo incómoda de su situación y también al abrumador silencio. También se iba haciendo la idea de que se quedaría a oscuras en cuanto el sol se ocultase así que… bueno, no iba a poder hacer mucho, una suerte que no fuese nictofóbica.
Pero no dejaba de ser molesto que las arañas caminen por encima de la piel. Actualmente, una estaba paseándose por encima de la piel de la pecosa y lo sentía perfectamente, incluso llegó a resultarle más molesto que el dolor por las fracturas, principalmente porque se había acostumbrado ya.
«Bien, me moriré por la picadura de una arañita, perfecto final para una kunoichi mediocre »pensaba aunque ya el único movimiento de la joven era el de su tórax al respirar.
El cosquilleo que la araña le producía se fue desplazando hasta que le llegó a una muñeca y ahí se quedó. Koko pensó que ese sería el lugar donde picaría pero en su lugar pudo notar una jodida mancha que, a ojos de la pecosa, solo podía ser una cosa.
«Su puta madre, veneno potente el que tienes »se había imaginado que el manchón se debía a una picadura que no fue capaz ni siquiera de percibir, pero tan pronto como agudizó la vista en esa zona pudo ver que se trataba de un dibujo que iba y venía según se le antojaba y dejó estupefacta a la rubia.
Y justo en el momento en que se volvió a hacer visible el dibujo, la celda se abrió y la Kageyama dio un respingo antes de encontrarse con que tenía una cantimplora en la boca, la que le inclinaron demasiado provocando que bastante agua se le escapase de la boca y la empapase.
Podría intentar protestar, pero mejor… sí, mejor aprovechaba y bebía tanta agua como pudiera o de lo contrario a saber cuánto tiempo pasaría sin poder tomar algo.
Además, si Yume pretendía matarla o algo ya lo hubiese hecho, y si eso era algún veneno pues mejor, moriría más rápido.
26/12/2017, 06:43 (Última modificación: 26/12/2017, 06:46 por Uchiha Datsue.)
En esta ocasión, Koko notó algo más en Yume. Algo que no se había dado cuenta la última vez, quizá porque no lo tuviese, o quizá porque sus ojos todavía no estaban lo suficientemente acostumbrados a la oscuridad.
Un manojo de llaves, colgando del cinturón de Yume.
La exkunoichi de Uzu no agregó nada más. Tras dar de beber a Koko, salió por la puerta y la cerró tras de sí, aunque sin echar la llave. Quizá porque no tenía la llave de esa puerta, o quizá, simplemente, porque no lo creía necesario.
Esta vez, como Yume no desapareció entre una nube de humo —seguramente porque ésta era la verdadera—, pudo oír sus pasos. Cuatro, cinco, seis, siete, contó Koko, hasta que el sonido de las pisadas cambió ligeramente. En vez de roca, parecía estar pisando cemento listo, y el sonido fue elevándose, como si estuviese subiendo. Oyó un par de pisadas más, y tras unos largos segundos, el chirrido de unas bisagras oxidadas.
Y entonces llegó el silencio. Y, tras un rato, su oído logró captar de nuevo el suave murmullo que había estado escuchando hasta entonces. Así, pasó el rato. Quizá entreteniéndose también con su mano, en la que seguía apareciendo la extraña mancha de cuando en cuando.
No supo decir exactamente cuánto tiempo había pasado, pero de pronto un grito la sorprendió. Un chillido aterrador. Un aullido de puro dolor. Oyó de nuevo el chirrido de unas bisagras moviéndose. Pasos desde arriba, esta vez más rápidos y precipitados. Nuevos gritos, por un momento mucho más claros. A Koko le pareció reconocer la voz de Katame en ellos. Y luego…
… nuevamente silencio.
• • •
Habían pasado horas, y la oscuridad ahora era total. Ni siquiera era capaz de distinguir los barrotes de su celda. Sin embargo, su oído captaba hasta el mínimo ruido, por insignificante que fuese. Fue por eso que, pese al cansancio, su mente despertó cuando oyó unos pasos.
Provenían del lado contrario por el que Yume se había ido. Avanzaban. Se detenían. Volvían a avanzar. Entonces empezó a captar algo más. Una luz tenue y temblorosa, anaranjada. La luz se fue acercando, poco a poco. Distinguió una sombra tras ella. Una figura enorme.
Tres, cuatro, cinco. Los pasos de la figura se acercaban cada vez más. La antorcha emitió un sonido metálico al rozar los barrotes de su celda, y el fuego iluminó las facciones del que lo sujetaba. Una frente exageradamente prominente. Unas cejas pobladas, con entrecejo. Una barba descuidada. Unos ojos negros como el corazón de Izanami.
Era Kuma. Y la miraba con una expresión indescifrable.
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No había nada que pudiera hacer para pasar el rato más que aburrirse y tratar de seguir viva luego de lo que Yume le había dejado para subsistir. Agua en el estómago.
No había nada que le sirviese para calentarse, estaba descalza, no tenía su capa encima ni nada para resguardarse del frío pero al cabo de un buen rato se fue acostumbrando al igual que al dolor de las costillas. Ni quejarse podía, o más bien, podía, pero no tenía sentido hacerlo ya que nadie la escucharía.
Aunque en el silencio que se hizo en su pequeña prisión pudo escuchar unas cosas de lo más peculiares.
Entre otras cosas descubrió que no muy lejos de su posición el suelo cambiaba por algo liso, de piedra o cemento tal vez, pero era liso y no algo irregular como las rocas sobre las cuales ella se encontraba.
Otra cosa interesante sería que alguien estaba o mutilando a Katame, o tratándole las heridas que ella le había hecho, aunque sin ningún tipo de anestesia o similares lo que llamaba la atención de la kunoichi ya que aquella mujer que la había estado cuidando sabe de medicina. Pero bueno, no es asunto suyo.
Y lo último que aprendió, al cabo de unas cuantas horas fue que… Kuma no estaba para nada feliz, pero lo tenía delante como para pedirle disculpas.
¿O no? Nah, Koko no iba a disculparse con un bandido que le había roto las costillas. Tampoco lo haría con Katame que insistió en que la matasen así que en lugar de decir nada al respecto, la rubia se quedó perpleja mirando fijamente al espantoso mastodonte que tenía delante suyo…
Otra cosa de lo más curiosa sería que ahora mismo, las palabras de la bandida comenzaron a resonar por la cabeza de la Kageyama, esas sobre que… ser atractiva es malo. «Mi-er-da »dijo en su cabeza, y en cualquier caso, si no se refería a Kuma seguramente este maldito la haría sufrir de alguna otra manera. Y Datsue… definitivamente la había dejado a su suerte. «¿Y por qué mierda no me sorprende? Si hasta le he dado la idea de que lo haga. »
La luz de la antorcha tintaba el rostro de Kuma de un tono anaranjado, y las llamas bailaban en sus ojos como si su espíritu hubiese sido poseído por el mismísimo Amaterasu. Su manaza se posó en la puerta de su celda. Esta cedió, y entonces…
—¡¡¡KUMAAA!!! —El chillido de Yume rebotó por las paredes transformándose en un eco fantasmagórico. Era el grito de Izanami cuando su esposo entró a verla al Yomi. Incluso el propio Kuma pareció dar un respingo entre la oscuridad—. ¡Maldito cabeza hueca estúpido, ¿qué os dije?!
Las llamas de la antorcha formaron un semi círculo, a la vez que Kuma se giraba, ofreciendo el perfil a Koko.
—Nada de sorpresas. Nada de improvisaciones. —A medida que hablaba, su voz iba sonando más clara y cercana—. Cazar algo que se le pueda hincar el diente y volver. ¿Y qué hacéis vosotros? ¿¡Qué hacéis vosotros!? —La silueta de Yume apareció tras las barras. Resopló—. ¿Dónde coño está el Uchiha?
Kuma tardó unos segundos en responder.
—Escapó.
Yume soltó un exabrupto por la boca.
—¡Fantástico! Oye, de verdad, ¡fantástico! —le estaba aplaudiendo en la cara—. Nos quedan seis días hasta que el crío vuelva a su nido. Como si no fuese suficiente tener al Dragón Rojo pegado a nuestros culos, ¡ahora también a Uzu! —Yume estaba eléctrica como un rayo, y parecía estar conteniéndose para no descargar su puño en la narizota de Kuma—. ¿Y qué coño vamos a hacer ahora con las armas?
Silencio.
—No sé.
—¡Pues claro que no lo sabes, joder! ¡Aquí nadie sabe nada! ¿Estás herido? —Kuma negó con la cabeza—. Entonces, voy a avisar a Zaide —giró sobre sus talones como un torbellino, dando media vuelta—. A ver qué coño hacemos ahora.
Sus pasos, tremendos pisotones que amenazaban con provocar un terremoto, replicaron la secuencia que Koko ya se conocía de sobra. Cinco, seis, siete. Ahora pisaba suelo liso, y se elevaba. Nuevas pisadas, pero cuando llegaba el turno del característico sonido de unas bisagras oxidadas, no llegó. En su lugar, las pisadas continuaron, alejándose, hasta que ya no fue capaz de distinguir ningún sonido más.
Kuma, mientras tanto, se había quedado clavado en el sitio, observando entre la negrura. Tras un rato, Koko pudo apreciar como se ajustaba los pantalones. Sus ojos, una sombra en la oscuridad, volvieron a fijarse en ella. Lo sabía más por intuición que porque lo percibiese con la vista. Esta vez sí, su mano abrió la puerta.
Se plantó frente a ella, recorriéndola con la mirada. Sus muñecas, su cara, su torso, sus piernas y sus pies descalzos. Luego, tiró la antorcha al suelo, y tapó la boca a Koko con una de sus manos, en un mutismo perturbador. La otra mano, mientras, se la llevó a su propia entrepierna…
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Kuma no emitió ningún sonido y no parecía nada feliz de encontrarse con la rubia en esas condiciones, pero por suerte —o desgracia— para la kunoichi, Yume volvió a aparecer, regañando al hombretón, cosa que duró bastante rato a decir verdad. «Se ve que Yume es bastante fuerte como para que pueda gritarle así al gorila »pensaba la rubia que no sabía si alegrarse o sentirse más intimidada aún.
Lamentablemente, el silencio no duró mucho más y al final la pecosa se quedó a solas con Kuma. Quien se ajustó el pantalón dando una falsa sensación de seguridad para la rubia que supuso que se estaba preparando para irse.
No fue así, el grandote abrió la celda, tiró la antorcha y la analizó de una manera que la hizo sentir como si la estuviesen quemando con alguna especie de rayo que iba pasándole por encima de la piel.
Justo después de terminar el análisis, el bandido posó una mano sobre la rubia quien ya estaba a punto de entrar en pánico. La silenció, la mano estaba sobre la boca de la chica y no podía siquiera mover los labios por la presión. Pero muy vagamente pudo ver a dónde se llevaba la otra mano y… no era nada de su agrado.
La Kageyama, completamente desesperada comenzó a retorcerse, intentó por todos los medios posibles quitarse la mano del contrario de la cara e incluso ponerse en pie mientras tanto, ignorando el daño que se estaba llevando en las muñecas por culpa de las esposas.
La kunoichi trató de revolverse, produciendo un sonido metálico en la cadena de sus esposas. Logró ponerse en pie, mas no sacudirse de encima la mano que le tapaba la boca, que de pronto ejerció más presión sobre ella.
Su olor le inundó el olfato. Era una fragancia muy fuerte, aunque compuesta de elementos muy sencillos: sudor; un hedor provocado por la piel muerta de no haberse duchado en días; y un tercer aroma eclipsados por los otros dos que no logró identificar.
Y entonces…
… se oyeron unos pasos. Unos pasos esperanzadores, que provocaron que Kuma retrasase su posición, liberándola.
Los pasos eran de Yume.
—Joder, ¿qué coño os pasa a los hombres? —Se adentró en el habitáculo, echando un breve vistazo a Koko, como si quisiese asegurarse de que estaba bien. O quizá de que simplemente seguía presa—. ¿Es que ni en una situación como esta podéis dejar de pensar con lo que lleváis colgando entre las piernas? —Le clavó un dedo en el pecho—. No puedes follártela.
Kuma la miró confundido, como un niño al que castigan sin jugar con la pelota sin haber hecho nada malo.
—¿Por qué? —le espetó, de pronto.
—Porque aunque haya sido de casualidad, tú y Katame habéis hecho algo productivo. Tengo un amigo en Shinogi-to que nos daría un buen pellizco por ella —aseguró—, aunque solo la mitad si la desvirgas.
Kuma se quedó callado por unos instantes, como si a su cerebro le costase procesar tanta información.
—¿Cómo sabes que es virgen? —espetó de pronto.
Yume resopló con fuerza, e hizo un ademán, como si cortara el aire con el canto de la mano.
—Me lo dijo —mintió, y su voz sonó tan clara y convincente como si hubiese dicho lo contrario—. Pregúntaselo tú mismo, sino me crees.
Kuma frunció el ceño, formando una extraña “u” con su unicejo. Miró a Koko.
—¿Eres virgen? —Más que temeroso de que la respuesta fuese un sí, Kuma parecía excitado por la posibilidad.
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A esas alturas parecía ser completamente inevitable, iba a ser violada allí mismo, estando atada y en una apestosa celda que… espera, la peste era de Kuma, no de la celda. Detalles.
Koko se retorció e intentó incluso alejar al contrario con las piernas que mantenía bien juntas por si la ayudaba en algo.
Justo para cuando la Kageyama estaba a punto de echarse a llorar, Yume regresó, salvándola de algo que hubiese sido simplemente atroz para la menor, aunque tendría que mentir al igual que la contraria.
—Sí… —dijo bastante alterada por lo que le estuvo a punto de ocurrir—. Lo soy.
Mintió, lo cual debería sonar sumamente convincente considerando lo asustada que estaba por casi ser violada.
Kuma se quedó en silencio por unos instantes. Un silencio incómodo y siniestro, en el que no dijo absolutamente nada... hasta que se le ocurrió algo.
—Pues le doy por de…
¡Bam!
—¡Me tienes hasta el coño ya! —Yume acababa de pegar un tremendo puñetazo contra la pared, generando un cráter en la roca de semejante fuerza—. ¿Tienes los huevos hinchados? ¡Pues te la sacudes! ¡Más tengo yo los ovarios de aguantaros! —exclamó, hecha una furia—. He dicho que no, y es que no.
Kuma retrocedió un paso. Luego, se lo pensó mejor, y se irguió cuan grande era.
—No eres tú quien da órdenes aquí.
Con un simple paso, Yume recortó la distancia que los separaba. El hecho de que ella no fuese muy alta y él un armatoste de dos metros de altura provocó que casi tuviese que doblar el cuello en noventa grados para poder mantenerle la mirada.
Con voz uniforme y suave, como el filo de un kunai, preguntó:
—¿De verdad ella te merece tanto la pena como para ganarte un problema conmigo, Kuma?
Era curioso el efecto que unas palabras, bien escogidas, podía tener en los demás. Y si esas mismas palabras eran pronunciadas por la persona adecuada, entonces podía incluso lograr que un gigante como Kuma pareciese un niño pequeño al lado de su madre. Su cuerpo se había encogido, encorvado, y aunque no había dicho nada, Yume supo que ya lo tenía.
—Eso pensaba. Mañana a primera hora quiero que te pongas a empaquetar todas las armas que podamos llevarnos. Yo iré personalmente a buscar al crío, a ver si tenemos un jodido golpe de suerte por una vez y doy con su rastro. ¿Dónde coño lo perdiste? El clon que mandé antes vio vuestras huellas desaparecer en el río.
Kuma se aclaró la garganta.
—Lo perdí río abajo… hacia el Sur. Me entretuvo con un clon y se escapó con el sunshin. Traté de seguirlo, pero… el cabrón es rápido.
Yume suspiró. No parecía muy contenta con las excusas.
—Ve a dormir, Kuma —se hizo a un lado para dejarle pasar—. O a meneártela. O a lo que te salga de la polla. Pero largo de aquí.
Kuma se tomó unos breves segundos, como si todavía tuviese esperanzas de encontrar alguna razón por la que poder quedarse, pero finalmente, rendido, obedeció, tomando la antorcha y saliendo por la puerta.
—Y como se te ocurra volver en lo que queda de noche —añadió Yume, en voz alta, cuando ya se oían los pasos de Kuma bastante lejos—, ¡lo sabré!
Segundos más tarde, se oyó una puerta al cerrarse, tragándose la poca luz que quedaba. Koko oyó unas palmadas contra algo, y de pronto, la luz de una linterna le cegó por unos instantes. Luego, la linterna apuntó hacia un lado. Yume la contemplaba con expresión ceñuda. En seguida suspiró. Ya no quedaba rastro de la mujer que acababa de ver, dura como el hierro y con el temperamento de un rayo. Ahora, Koko solo veía a una mujer cansada y con dudas.
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Más gritos y discusiones delante de la kunoichi que mejor se quedaba callada, aunque se sintió sumamente intimidada con la frase de Kuma sobre… “darle por otro lado”, pero por suerte Yume no pareció dispuesta a permitirlo y lo mandó literalmente a dormir o a hacer otra cosa.
Lo importante era que Koko, una vez más estaba a salvo. Si es que claro, la mujer que tenía delante así lo decidía.
—Gracias de nuevo —dijo con los ojos casi completamente cerrados debido a la luz que le daba de lleno.
No había más que hacer, por lo menos de parte de la rubia que seguía atada. Bueno, ponerse de rodillas de nuevo, buscar sentarse en el piso, algo más cómodo que estarse de pie.
Yume esbozó una sonrisa sardónica ante las gracias de Koko.
—Te dije que no me las dieses —le recordó—. Todavía.
Emitió un suspiro largo y profundo.
—Intenta descansar, cariño.
En aquella ocasión, cuando Yume cerró la puerta tras de sí, echó mano del cerrojo de llaves. Tras tratar de encajar un par en la cerradura, dio finalmente con la correcta, y, esta vez sí, echó la llave. La cuestión era... ¿Lo había hecho para que Koko no saliese, o para que nadie entrase?
• • •
Horas más tarde, cierta claridad llegó hasta la celda de Koko. Si es que se le podía llamar claridad a la penumbra en la que estaba sumergida. Escuchó pasos aquí y allá. Puertas abriéndose y cerrando. La voz de Yume soltando un par de improperios que la kunoichi no alcanzó a comprender.
Un rato después, Yume volvió a aparecer en su celda. Lucía cansada, con tremendas ojeras y la piel pálida. Tras entrar, abrió una cantimplora y le dio de beber, algo que el cuerpo de Koko agradeció. También hubiese agradecido algo de comida, porque hacía tiempo que se moría de hambre. Por no hablar de dejarla ir al baño, porque ya estaba casi en el límite de lo que podía aguantarse.
—Tengo que irme —dijo, con voz severa. La miró a los ojos, tratando de descifrar si la kunoichi captaba lo que eso significaba.
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¿Dormir? Claro, eso era algo que podría cumplir si estuviese medianamente cómoda y no colgada de la pared. Pero no le quedaba de otra que acceder a la propuesta indicándolo con un gesto de la cabeza.
Poco después, Yume cerró la puerta con llave y se retiró, con algo de suerte nadie la molestaría mientras tanto…
Al cabo de unas horas, la mujer regresó, le dio de beber algo más de agua a la kunoichi pero absolutamente nada para atender al sonoro gruñido de su estómago. Siquiera pareció dispuesta a permitirle salir a hacer de sus necesidades o algo del estilo.
—Espera, sé que soy una prisionera pero… me hace falta ir al baño —dijo casi suplicante.
Entendía también lo que aquella mujer pretendía transmitirle con aquellas palabras, pero así estuviese atenta no iba a poder hacer absolutamente nada cuando Kuma apareciese.
No se sabía si Koko lo había entendido o no, pero por el momento no parecía ser su preocupación prioritaria.
—Oh —se dio una palmada en la frente—, qué cabeza la mía. Aguarda un momento.
Esta vez, la oyó caminar hacia una habitación contigua a la suya. Escuchó varios sonidos metálicos, como el de varios objetos pesados cayendo al suelo, y poco después Yume reapareció en su celda. Tenía un balde, que, tras ayudar a Koko a levantarse, colocó en el suelo, entre las piernas de la Kageyama.
—Miraré a otro lado, si quieres —dijo, mientras deslizaba sus manos bajo la falda de ella para bajarle las bragas. El problema era… que no tenía. Fue entonces cuando recordó que aquella muchacha usaba bañador. Chasqueó la lengua, irritada—. Pero, ¿por qué coño usas bañador? —preguntó, con la voz ligeramente irritada—. ¿Qué haces cuando vas de misión por ahí? ¿Te desnudas cada vez que vas a cagar o a mear?
Por la forma en que fruncía Yume el ceño, no entendía para nada la elección de aquella vestimenta.
—No pienso quitarte las esposas —añadió, apoyando las manos en las caderas. Aquello tenía difícil solución.
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Piedad, eso era lo que Yume le estaba mostrando, aunque no la suficiente como para dejarla salir de su celda con una correa o algo así, en su lugar le trajo de vuelta un balde con el que tendría que conformarse. De no ser porque la mujer se encontró con un problema similar al que tuvo cuando quiso revisarle las costillas.
—Costumbre —atinó a responder al verse en semejante aprieto.
No tenía una buena explicación para lo del bañador, siempre tenía que estar medianamente preparada para tirarse al agua porque siendo Sakamoto, es habitual estar nadando y su queridísima hermana nunca aprendió a hacerlo por lo que muy seguido Koko tenía que estarse zambullendo para sacarla del agua.
Ahora, ¿por qué carajos seguía usando un bañador si su hermana ya ni siquiera sale de casa? A saber, pero lo hacía y ahora le estaba jugando muy en contra.
—Y… ¿si rompes la parte de abajo? —propuso finalmente, aunque a regañadientes porque no le agradaba del todo la idea de estarse permanentemente desnuda pero por lo menos se libraría de aguantarse su propia peste.
Sobre las esposas, era comprensible, más si Yume había averiguado lo que pasó con Katame.
Ni grandes misterios, ni razones estrambóticas o exóticas. Sencillamente, Koko lo vestía por costumbre. Yume hizo una mueca, y Koko no supo interpretar si era de incredulidad, de risa, o simplemente de decepción. Quizá una extraña mezcla de las tres.
Abrió la boca, pero pareció pensárselo mejor y la cerró.
—Y… ¿si rompes la parte de abajo? —sugirió Koko, tras unos momentos.
Yume hizo un extraño gesto con las cejas. Fruncía el ceño, pero a la vez arqueaba una ceja hasta el infinito. Suspiró. Era eso, desnudarla, o que se lo hiciese encima. Probablemente fuese la mejor opción.
—¿Recuerdas cuando te decía que no me dieses las gracias todavía? —preguntó, mientras se agachaba frente a ella y buscaba la tela del bañador con la mano. Tomó la tela entre sus dedos, con ambas manos, y dio un fuerte tirón que partió el bañador por aquella zona tan delicada—. Pues es el momento —dijo, mientras restregaba sus dedos sobre el top de Koko, limpiándolos.
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No, definitivamente la mujer no estaba muy convencida de que aquella fuese la mejor de las opciones y pronto la pecosa comenzó a analizar la situación, tal vez podría dar con alguna otra solución que no implicase desnudarla completamente pero por suerte para ella, Yume accedió al fin y rasgó la tela.
Con lo cual, la situación se volvió sumamente incómoda seguramente para ambas.
—Gracias —murmuró vagamente mientras se veía agredida por la mayor al estarse frotando las manos contra el top.
Seguramente se estaba limpiando, pero hasta donde la rubia recordaba lo único que podría haber quedado en la prenda era sudor, más a su favor, es una jodida maniática de la limpieza así que es lógico pensar que aparte de limpiar todo a su alrededor también se toma las molestias de asearse a sí misma.
Luego de eso, supuestamente ya estaba en condiciones de usar el balde, aunque el pudor no se lo permitiría mientras la mujer estuviese mirándola y mucho menos, frotándole las manos por todo el torso.