Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
El Uchiha cumplió de forma efectiva con su parte del plan. De una manera tan dedicada que por poco le costó la vida. Resultó afortunado que le hubiese indicado a Akame que fuera raudo a la hora de poner fin a la amenaza de la serpiente. Sus armas solo lograron cegar de modo parcial al reptil, convirtiéndolo durante unos efímeros momentos en un animal tuerto. Pero aquello no la había detenido, tan solo había alimentado todavía más su ira y con semblante afanosamente amenazante quiso despedazar al kusajin.
Entonces intervino su familiar, justo a tiempo. Gracias a las palabras de Ralexion, sin lugar a dudas. De una manera tan sangrienta como llamativa, Akame se ocupó de separar la cabeza del titán de sus inexistentes hombros. Doblemente afortunado, ya que el más inexperimentado del dúo de genins se veía en un temeroso aprieto, a punto de esquivar al animal pero con escalofríos en el alma al ver algo tan temible —así como enorme— con salvajes intenciones abalazándose sobre su persona.
Fin del combate. La falta de chakra en el cuerpo de sangre fría —que en breves estaría todavía más frío gracias a su nuevo estado de cadáver— así lo dictaminaba.
Ralexion, hiperventilando como si le fuese la vida en ello, esbozó una media sonrisa y acto seguido exhaló una tímida carcajada nerviosa, sus ojos fijos sobre los despojos del animal. Ahora que la adrenalina que hasta hacía apenas instantes se había apoderado de sus venas se estaba desvaneciendo, comenzaba a comprender el peligro en el que había estado. No solo eso, pues tampoco podía creer que entre él y su acompañante hubieran hecho caer a un monstruo así.
—E-Está muerto... ¡está muerto! —afirmó, queriendo reafirmar la realidad frente a sí— ¡Akame! ¡Somos la hostia!
«No habría podido hacerlo sin él, claramente es mejor que yo, pero creo que él también lo habría pasado mucho peor sin mí... ¡esto es genial! ¡Estoy impresionado con Akame y conmigo!», pensó, hiperactivo. Dio un salto, exhibiendo un semblante de la más pura alegría y riendo cual maníaco, entonces, tras aterrizar, se dejó caer hacia atrás, aterrizando sobre el duro y frío suelo del templo. Ni notó el dolor, tan pletórico como estaba.
Estiró brazos y piernas, entonces suspiró. Desactivó el Sharingan y cerró los ojos.
—Necesito un descanso... eso ha sido mucho para mí... nunca me había pasado nada semejante...
Akame escuchó los gritos de júbilo de su compañero mientras las llamas que todavía ardían en el cadáver de la serpiente alumbraban la sala con su anaranjado titilar. Notaba la sangre viscosa y maloliente del reptil en su rostro y sus ropas y el cuerpo dolorido por el gasto de chakra. «A juzgar por su Gōkakyuu este chico es todavía bastante inexperto. Aun así lo ha hecho bien... Se nota que es un Uchiha», valoró Akame mientras trataba de recuperar el aliento. Luego se puso en pie, correspondiendo a los vítores del kusajin.
—Ahora ya conoces dos de mis técnicas más poderosas —dijo Akame, con un semblante repentinamente serio—. Por eso... Tendré que matarte.
Se puso en pie con un ágil salto y alzó ambas manos con el Sharingan todavía brillando en sus ojos, pero antes de que ninguno de los dos pudiera hacer nada más, el uzujin soltó una carcajada.
—Era broma, era broma... —dijo, todavía riendo.
Estaba feliz. Más que feliz, exultante. Sentía que aquella gema albergaba las respuestas a todas las incógnitas que había estado investigando durante unos largos y convulsos meses; y ahora la tenía allí, a su alcance. Un foso de agua estanca y sucia era cuanto se interponía entre él y el tesoro de Uróboros.
Akame caminó rodeando el gigantesco cadáver de la serpiente, todavía empapado de su sangre, hasta llegar al borde del foso. Luego examinó el agua durante unos instantes y, finalmente, recubrió la planta de su pie derecho con una fina capa de charka perfectamente controlada. Adelantó ese mismo pie y lo apoyó sobre la superficie tranquila del agua. «Nada». Hizo lo mismo con el zurdo; nada. Tratando de contener la anticipación que amenazaba con apoderarse de todo su ser, dirigió la vista hacia aquella amatista de la que emanaba el intenso chakra púrpura y cruzó el foso.
—¿Qué es esto...? —masculló mientras examinaba detenidamente la gema, aun sin tocarla. Nada más acercarse pudo notar una presión en las sienes y un zumbido en los oídos. Aquel chakra tan extraño parecía vibrar y revolverse como si tuviera vida propia.
El Uchiha alargó una mano para coger la gema... Y la retrajo al momento. «Nunca había visto una energía igual... Tocar directamente esta joya no es la opción más sabia». Akame se quitó la chaqueta empapada de la sangre del animal y envolvió la gema con ella, notando cómo reverberaba en el interior de la tela.
Luego se dio media vuelta y, de un salto, cruzó el foso. Aterrizó al otro lado flexionando las piernas y se dirigió a su guía.
—Ahora ya conoces dos de mis técnicas más poderosas —escuchó el kusajin desde su cómoda posición, los ojos cerrados—. Por eso... Tendré que matarte.
La visión del muchacho se abrió como si se tratase de un resorte bien engrasado. Se incorporó de manera desesperada y percibió la figura de Akame, Sharingan todavía activo y con semblante maquiavélico. Titubeó durante unos instantes, indeciso sobre si se trataba de una broma o de una amenaza real. Estaba cansado y su hipotético oponente le superaría en capacidades, así que por su bien, ojalá se tratase de lo primero...
Y así fue. Apenas habían pasado unos segundos y Akame echó a reír. Por su parte, Ralexion suspiró con pesadez. ¡Menudo susto le había dado! «Me acaba de joder todo el descanso de celebración, el muy condenado...», protestó en la privacidad de su fuero interno, poniendo morros.
Readquirió una posición más cómoda, con las piernas flexionadas y las rodillas en alto, sobre las cuales puso a descansar sus brazos. Dedicó el tiempo a observar las peripecias de Akame, que por fin se hizo con aquello que buscaba, la misteriosa joya guardada tan recelosamente por la serpiente.
Acto seguido el uzujin le aseguró que había llegado el momento de salir de allí. Ralexion asintió y se puso en pie.
—No hace falta que me lo digas dos veces, estoy deseando respirar algo de aire fresco —afirmó según se ponía en marcha.
Echó a andar, asciendo las escaleras, dejando atrás de sí el enorme cadáver del reptil. El Uchiha ni se giró a mirar.
Akame siguió a su compañero por las escaleras que ascendían de nuevo hacia la superficie y el nivel superior del Templo de Uróboros después de chasquear los dedos para que otra de sus esferas luminosas comenzara a orbitar a su alrededor. Aquella sencilla técnica que había ideado en un par de tardes mientras practicaba su dominio del Katon había probado ser de gran utilidad numerosas veces, pero en ninguna de forma tan crítica como aquella. Sin el Kaijudentō no Jutsu, probablemente jamás hubieran conseguido llegar hasta las profundidades del Templo sin caer en alguna trampa o morir de frío.
«Hablando de frío...»
Sin su preciada chaqueta —que ahora envolvía aquella joya vibrante de chakra natural—, el uzujin se había quedado únicamente en mangas de camisa interior; una prenda negra, de tirantes y sin mangas, que no era ni de lejos suficiente para protegerle de la gélida temperatura de los subterráneos del Templo. Con el rostro todavía manchado con la sangre oscura y ahora seca de la bestia, lo único que impedía que Akame empezase a tiritar incontroladamente era la Linterna Resplandeciente que le proporcionaba algo de calidez; aunque no la suficiente como para evitar que sintiera cómo se le iban entumeciendo los músculos.
Los muchachos ascendieron por el largo pasillo de escaleras hasta encontrarse de nuevo en el fondo del primer foso de estacas —y tras atravesar las múltiples trampas ya activadas del pasillo inferior—. Una vez allí, usarían su control del chakra para ascender caminando por la pared hasta el corredor principal.
Nada más salir del hoyo, una corriente del gélido aire nocturno les saludaría, agitándoles el pelo.
—Por Amaterasu... Por fin algo de aire puro —masculló Akame, que aun así había empezado a tiritar.
Sería fácil a partir de ahí salir del Templo —con la joya acunada en los brazos del de Uzu—. Mientras descendían las ruinosas escaleras de piedra de la entrada Akame alzó la vista al cielo nocturno. Estaba especialmente oscuro y las estrellas plagaban aquel tapiz negro con su fulgor. Mientras cruzaban el claro, el Uchiha fue realmente consciente de que acababan de conseguirlo.
Momentos después los Uchiha llegaron hasta el lugar donde se encontraban los restos de las dos hogueras, y algunos pasos más allá, el árbol donde habían colgado sus petates. Akame se detuvo y, silente, se acuclilló frente a los restos de ambas fogatas.
Emprendieron el camino de vuelta a la superficie, con sus saltos, escaladas y otras acciones necesarias para atravesar los intestinos de la construcción y evitar las trampas que ya sabían que estaban allí. A lo largo del proceso Ralexion le lanzó un par de miradas furtivas a Akame, siendo plenamente consciente del maltrecho aspecto del joven, que sufría de frío y necesitaba urgentemente un baño. Sin embargo, no comentó nada al respecto.
La luz de la luna refulgía al final del túnel. El inquieto viento de la noche les acarició el rostro e hizo danzar el cabello de ambos. Salieron al exterior. La estampa nocturna le resultó pacífica al Uchiha, como la solemne calma que acontece tras la tormenta.
—Desde luego... —respondió Ralexion.
Las zancadas del muchacho eran copiosas. A la par que Akame se dirigió hacia los restos de la hoguera, él escaló el árbol en el cual habían depositado sus posesiones. Tomó las dos mochilas además de su capa, la que procedió a ponerse para resguardarse mejor de la temperatura. Saltó de vuelta al suelo y se aproximó a su congénere.
—Aquí están tus cosas —afirmó, tendiéndole su zurrón—. Yo si fuera tú me pondría la capa, vas a pillar una pulmonía.
Entonces el joven se sentó sobre la misma roca sobre la que había reposado durante la cena, y se puso a escarbar entre los contenidos de su petate. Tras todo lo que había ocurrido, necesitaba llevarse algo a la boca; el agradable sabor de la comida lo calmaba.
Sin embargo, no habían sido dos hogueras las que los muchachos encendiesen algunas horas antes para calentarse durante la cena... Sino una. Cuando Ralexion se aproximó al árbol sobre cuyas ramas descansaban las mochilas de ambos genin, un zumbido parecido al de una tela al rasgarse surcó el aire. El genin de Kusa apenas pudo voltearse antes de que algo le golpease en el hombro izquierdo con tremenda contundencia, impulsándole hacia atrás y provocando que terminara dando con la espalda en el árbol.
Si agachaba la mirada, podría ver un virote de ballesta corta clavado en su hombro. Un grito hendió el silencio nocturno en el claro.
—¡Que nadie dispare, joder!
Akame, que sí había advertido el detalle, se había revuelto lanzando su kunai oculto en la dirección en la que había venido aquel virote, entre la foresta. Aun así, era poco probable que hubiese dado al atacante.
De entre la vegetación surgieron varias figuras, ocultas entre las sombras al principio, más distinguibles después. «Seis... No, siete». Rodeaban a los muchachos formando un círculo —dos en la retaguardia, tras el árbol en el que ahora estaba recostado Ralexion, una a cada flanco y tres más frente a Akame— y seis de ellas portaban ballestas cortas en las manos.
—Cagüen... Por esto hay que contratar profesionales —masculló la figura más adelantada, con voz masculina y visible molestia.
Los atacantes cercaron un poco más a los genin y sus facciones se hicieron visibles. Eran siete hombres cuyas edades aparentaban ir desde los dieciséis o dieciocho años, hasta más de los treinta. Algunos eran altos, otros bajos, corpulentos o delgados. Vestían con ropajes de cuero y tela desgastada, típicos de los buscavidas y mercenarios. Sus rasgos eran también variopintos; algunos lucían curtidos, otros cómicamente novatos. Pero había uno que destacaba sobre el resto.
Aquel que había ordenado el alto al fuego.
Era un tipo alto y atlético, vestido con una chaqueta de cuero y bajo ésta una camisa negra. Pantalones militares y botas altas sucias por la tierra y el barro del camino. Llevaba un portaobjetos atado al muslo y otro a la cintura. Pero el detalle más significativo fue que, cuando el hombre se acercó lo suficiente a Akame como para que la Linterna Resplandeciente del Uchiha arrojara más luz sobre su rostro, los genin pudieron ver que estaba surcado de horrendas cicatrices. Como si le hubieran abierto la carne con hojas de afeitar de distinto tamaño y grosor.
—Tú... —masculló el Uchiha.
Le recordaba. Era el mismo ninja mercenario que había protegido al criminal conocido como El Jefe en Yamiria, cuando el propio Akame, Watasashi Aiko de Amegakure y Datsue habían intentado darle caza para evitar que raptase al músico Rokuro Hei.
—Oonindo es un pañuelo, Uchiha-san —le saludó el mercenario—. Y tú tienes la dudosa virtud de meterte en todos los fregaos, ¿eh?
El uzujin no contestó. El chakra de aquel tipo era, ahora, inferior al suyo propio... Pero todavía recordaba las excelentes capacidades físicas de las que aquel shinobi renegado había hecho gala en su último encuentro, noqueándole a él y a Aiko sin prácticamente ningún esfuerzo. «Ya no soy ese inexperto genin», quiso decir. Pero entonces sus ojos captaron el brillo del acero en las puntas de los virotes que les apuntaban —a él y a Ralexion— cargados en las ballestas de los otros buscavidas.
—Podemos resolver esto pacíficamente —dijo el de las cicatrices—. Mi único objetivo aquí es marcharme con la gema que llevas encima.
«Estamos jodidos... Me queda poco chakra, y Ralexion-san está herido... Maldición...»
El muchacho caminaba con semblante distraído, todavía tan excitado como consternado por el combate que había tenido lugar en el interior del templo. Pensaba que todo había terminado, pero como estaba a punto de comprobar, se equivocaba.
Percibió un sonido de lo más característico a su espalda. Con expresión curiosa fue a girarse, pero apenas llevaba dos tercios del movimiento completados algo se le clavó en el hombro a gran velocidad, causándole un terrible dolor y haciéndole recular por la inercia hasta darse de espaldas contra el tronco del árbol y caer de culo contra el suelo.
—¡Agh! —escupió sin ni siquiera pensarlo.
Ahora sus facciones reflejaban dolor. Sus ojos descendieron sobre el desgarrador ardor en su anatomía y así se toparon con un virote clavado en su hombro izquierdo. La herida no sangraría hasta que se arrancase el objeto externo, pero era tan molesto como doloroso dejarlo clavado; además, la nueva punzada de sufrimiento que sufriría sin duda alguna tan pronto procediese a sacarse aquello del cuerpo le hacía titubear.
Inseguro, se limitó a apretarse el hombro con la diestra, tratando de mitigar el dolor. El virote quedó entre los espacios de sus dedos índice y corazón.
—¡Que nadie dispare, joder!
La voz le devolvió a la realidad. Activó el Sharingan de inmediato y observó las inmediaciones con desconfianza. Poco después se revelaron sus atacantes. Una emboscada de manual: estaban rodeados y el enemigo les superaba ampliamente en número. Ralexion contó al tipo en su flanco izquierdo y a los otros cuatro que andaban más próximos a Akame. Sin embargo, ignoraba la presencia de los dos a su espalda.
Prestó atención al breve intercambio entre su pariente y el de la cara desfigurada. «¿Qué está pasando? ¿Akame-san y ese tipo se conocen...?», pensó, inmóvil. De tanto en tanto miraba de reojo al mercenario en su flanco izquierdo. Optó por no llevar a cabo ningún movimiento en falso por el momento, en aras de ver cómo se iba desarollando la situación.
Mostraba una expresión severa, pero en realidad estaba asustado. Aquella situación le recordaba demasiado a la fatídica noche en la que su hermana quedó comatosa.
¤ Ni Tomoe no Sharingan ¤ Ojo Giratorio de Dos Aspas - Tipo: Apoyo - Rango: S - Requisitos: Uchiha 25 - Gastos: 11 CK (divide regen. de chakra) - Daños: - - Efectos adicionales:Percepción+12 - Sellos: - - Velocidad: Instantánea - Alcance y dimensiones: -
Los iris del usuario se vuelven de color carmesí, y alrededor de sus pupilas surgen dos aspas negras que giran hasta formar un dúo en una circunferencia imaginaria.
El Sharingan le da color al chakra, y permite distinguir su composición elemental. El usuario puede ver el flujo del chakra de otros seres vivos como un manto, pero no con la suficiente precisión para detectar movimientos de chakra dentro de un oponente si no hay una técnica activa. El Sharingan puede ver el chakra de las técnicas activas: las que afecten al interior de un ser vivo o las que ya se encuentren en el exterior de un oponente, pero no antes de que se hayan formado. Puede detectar si alguien está siendo afectado por una técnica ilusoria.
La percepción visual del usuario goza de un cierto estímulo, volviéndose más sensible al movimiento. El Uchiha puede leer labios con extrema facilidad o imitar movimientos tan sutiles como los de la escritura, escribiendo lo mismo que alguien a quien está observando. En combate, el clan utiliza esta destreza para seguir con claridad los movimientos físicos (y no de técnicas, importante) de un oponente y de sus extremidades en el Taijutsu, y para leer con claridad los sellos manuales que realiza. Si y sólo si el usuario conoce la técnica que va a utilizar, puede anticipar una respuesta (hay muchas técnicas con secuencias de sellos similares o iguales. En este caso, el Uchiha no tiene manera de saber qué va a hacer el oponente). Cabe destacar que aunque el usuario sea capaz de percibir un movimiento, necesita las capacidades físicas y de reacción para poder responder ante él.
La habilidad para leer los movimientos del Sharingan le otorga al usuario la capacidad de copiar los sellos de una técnica de Ninjutsu o de Genjutsu (o los movimientos de una técnica de Taijutsu) que no dependa de una facultad personal para ejecutarla al mismo tiempo que el oponente o registrarla en su repertorio (hasta un máximo de tres técnicas) hasta que termine la trama. Se pueden imitar evolutivas, pero no registrarlas. Para copiar una técnica se debe de tener su requisito convertido a la facultad Uchiha.
El Sharingan le permite al usuario distinguir técnicas como los clones simples (no los generados por la técnica Kage Bunshin no Jutsu) de un usuario real, y ver a través de la técnica Henge no Jutsu.
Akame aferró con más fuerza la vibrante joya que contenía envuelta en su chaqueta, todavía manchada con la sangre seca de la serpiente. Su propio rostro estaba pringado también, con trazos irregulares que le recorrían nariz, ojos, boca y mejilla derecha; parecía más bien que llevase una pintura de guerra, un camuflaje destinado a hacerle pasar desapercibido entre las sombras para emboscar al enemigo. Solo que aquella vez, el emboscado había sido él.
No hacía falta ser un ninja veterano para darse cuenta de la situación. Akame y Ralexion no sólo estaban siendo superados en número, sino también en poder. Era más que probable que aquel renegado pudiera hacerles frente a los dos sin mayores complicaciones, e incluso matar al kusajin. «El problema son esas condenadas ballestas. Al menos uno de los tiradores tiene buena puntería, acertó a Ralexion-san a unos veinte pies. ¿Hikaridama? No, demasiado lento. Antes de que la bomba estalle ambos estaremos ensartados por los virotes de estos miserables... ¿Sunshin? Podría ser una opción». El Uchiha miró por el rabillo del ojo a su guía y pariente, que yacía sentado sobre la fresca hierba y con el hombro malherido. «No, Ralexion-san está herido... No sería capaz de escapar... ¡Arg!»
—La gema, Uchiha-san —repitió aquel renegado cubierto de cicatrices.
El aludido apretó los puños en torno a la chaqueta hecha un higo y entrecerró los ojos. Por más que buscaba la mirada de su contrario, éste la evitaba con reveladora premeditación. «Joder, es un veterano. Sabe que no debe establecer contacto visual conmigo». Las cosas iban de mal en peor para el dúo.
—Estaba tan cerca —masculló el uzujin.
—No deseo que haya más heridos —dijo el mercenario—. La gema.
¿Qué podía hacer? Nada. Akame caminó un par de pasos cautelosos antes de que el otro ninja le indicase que parara con un gesto de su mano.
—Arrójala —pidió.
Obediente, el Uchiha hizo una pelota con su maltrecha chaqueta y se la lanzó al renegado. Éste la cazó al vuelo sin dificultad, desenvolvió el higo que formaban los pliegues de la prenda y el fulgor violáceo de la joya iluminó por momentos los alrededores. El de las cicatrices esbozó una mueca extraña con los labios, indescifrable debido al peculiar estado de su rostro, y guardó la joya en una bolsita de cuero cuyo tamaño era el justo para que cupiese.
—Gracias —expresó con visible sinceridad—. Atiende las heridas de tu compañero. Enciende de nuevo esa hoguera y come algo. Cuando salga el Sol mañana, coged vuestras cosas y marcháos.
El de las cicatrices señaló a Ralexion y luego a Akame con un gesto de su mentón. El resto de los mercenarios se fueron retirando paso a paso, sin dejar de apuntarles, ante la atenta mirada del Uchiha. Si Akame hubiera podido invocar el mismísimo fuego de Amaterasu con sus ojos, habría calcinado en un infierno terrenal a todos y cada uno de aquellos hombres...
Pero no podía. Así que simplemente se quedó quieto, bajo la mirada de las puntas de acero de los virotes, mientras todos aquellos mercenarios desaparecían entre la maleza.
«Sí, definitivamente se conocen, pero no parece que sea una relación de amistad, precisamente...», reflexionó. El muchacho observó cómo se llevaba a cabo el intercambio con una mirada de lo más atenta. ¿Accedería Akame a las exigencias del bando contrario o guardaba algún as en la manga? Ralexion no estaba seguro de lo que prefería...
Al fin y al cabo, él también había arriesgado su vida en tal de conseguir ese tesoro, a pesar de no tener ni idea de los motivos de su compañero ni del propósito del artefacto. ¿Quién sabe? Quizás las intenciones de Akame eran en absoluto nobles. Aún así le jodía, y mucho. Ellos no habían tenido que evitar las trampas ni decapitar a la condenada serpiente, ¡habían sido ellos! Y ahora querían quedarse con el premio a cambio de un triste virote, una jodida flecha que si pudiera se la clavaría de vuelta en la frente al cabrón que le había disparado...
—Eso es nuestro... —masculló con odio según el hombre de las mil cicatrices se alejaba con la gema en su poder.
Apretó con todas sus fuerzas la mano que sostenía su hombro herido hasta tal punto que el insignificante alivio que le aportaba tal gesto pasó a ser una andanada de dolor extra. La ira comenzaba a comerse al miedo, algo que se hacía obvio en la expresión del genin. No obstante, no realizó acción ninguna. Sabía que lo inteligente era quedarse donde estaba y no hacer nada temerario, por mucho que se estuviera ahogando en su propia impotencia en esos instantes...
El Uchiha del Remolino no se movió ni un milímetro mientras observaba a aquellos hombres retroceder cuidadosamente para volver a internarse en la maleza. Sus ojos recorrían cada una de las figuras que poco a poco quedaban envueltas en las sombras de la noche. Quiso el destino que en ese momento la Linterna Resplandeciente de Akame perdiese su fuelle, y desapareciese titilando con un último estertor de luz anaranjada. Entonces el claro quedó sumido en la penumbra y el silencio, sólo con la respiración entrecortada del malherido Ralexion perturbando este último.
«Hijos de puta. ¿Desde dónde nos siguieron? ¿Fue en algún punto del camino, o directamente desde Tane-Shigai? Tiene más sentido el segundo caso. Pero, ¿entonces...?» Akame pensaba a toda velocidad mientras trataba de afinar el oído para escuchar los pasos, cada vez más lejanos, de los ladrones. «El anuncio. ¡Tuvo que ser el maldito anuncio! Sabían que veníamos hacia aquí. Sabían para qué... ¿Pero cómo? Y este tipo de las cicatrices... La última vez estaba trabajando para un hampón de Yamiria, ¿qué demonios pinta aquí? ¿Y por qué querría la gema?» Entonces cayó en la cuenta de algo; «no, no es para él. ¿Qué fue lo que dijo? "Por esto hay que contratar profesionales". No es más que un peón... Igual que aquella mujer. Pero entonces...»
«¿Quién es el rey?»
De repente volvió a la realidad. Alrededor estaba oscuro, y hacía frío. Todavía escuchaba a su guía herido quejarse, apoyado en el árbol. «Lo primero es sacar al kusajin de aquí». Pese a que Akame le había advertido de sobra a aquel muchacho que se uniría a la aventura bajo su cuenta y riesgo, no estaba dispuesto a tener que explicar por qué un genin de Kusa había muerto a menos de veinte metros de él.
El Uchiha trepó al árbol del que colgaban sus mochilas con la agilidad de un mono y las dejó caer tras deshacer los nudos. Luego saltó de la rama y aterrizó junto a la suya, flexionando las rodillas.
—Hay que vendar esa herida, Ralexion-san —dijo mientras rebuscaba en su petate.
Acabó sacando un pañuelo de color azul oscuro y luego cogió la cantimplora de Ralexion. Se acuclilló junto al kusajin y agarró firmemente el virote incrustado en su hombro.
—A la de tres voy a sacar esta mierda. Una, dos... —«¡tres!» Akame tiró con todas sus fuerzas y el virote salió; limpiamente, por fortuna. Luego, el uzujin vertió algo del contenido de la cantimplora sobre la herida —pensando que era agua, aunque en realidad se trataba de sake— y la vendó con su pañuelo como mejor pudo.
—No soy ninja médico, pero esto debería bastar hasta que lleguemos a Tane-Shigai —dijo. «Espero», quiso decir.
El lugar quedó en penumbra y la noché se tragó a los asaltantes. El único sonido que percibían los sentidos de Ralexion era su propia respiración, palmariamente agitada.
Akame se subió al árbol a su espalda en lo que el joven de Kusa se levantaba con ciertas dificultades. No apartó la mano de su hombro. Quedó apoyado con la extremidad libre contra el robusto tronco del vegetal. Cuando el otro Uchiha aterrizó frente a él, el pelinegro le dirigió una taciturna mirada.
—Hay que vendar esa herida, Ralexion-san —le indicó mientras buscaba algo entre sus posesiones.
Ralexion se limitó a asentir. Hincó una rodilla en tierra, agachándose. Terminó haciendo descansar a su reticente mano para que Akame dispusiese de acceso completo al virote. Apretó los dientes. Sabía que lo que venía a continuación iba a doler. Por una parte era mejor no tener que hacerlo él mismo, pero por otra no tener control del desagrable proceso le hacía sentir todavía más inquieto.
—A la de tres voy a sacar esta mierda. Una, dos...
El tres no llegó. Su congénere extrajo el artefacto con fuerza, sin pensárselo dos veces, tomando completa y absolutamente por sorpresa al kusajin. El referido gritó de dolor, y lo hizo aún más cuando se le hechó sake sobre la herida descubierta. La venda quedó empapada de inmediato dada la combinación de sangre con la bebida alcohólica. Al menos el sake era mucho mejor para desinfectar heridas, o eso quería creer.
Resollaba entrecortadamente. El hombro le ardía como mil demonios. Aún así, de sopetón, puso su mano derecha sobre el hombro de Akame, apretando con todas sus fuerzas. Su rostro mostraba debilidad, pero también rigor.
—¿Quién... era... ese tipo...? —preguntó con voz quebradiza— ¿Qué es esa joya, Akame...? ¿QUÉ... estamos haciendo aquí... en realidad...?
Mientras el uzujin intentaba vendar la herida de su compañero, éste le lanzó una serie de preguntas para las que el propio Akame no tenía realmente una respuesta clara. Se tomó su momento para contestar mientras daba vueltas con el pañuelo alrededor del hombro herido de Ralexion, apretando con firmeza pero sin llegar a cortarle el riego sanguíneo de todo el brazo. Akame nunca había sido médico y sus conocimientos en la materia se limitaban a lo más básico, que todo soldado de campo debía saber.
—No lo sé —admitió finalmente—. Me crucé con ese tío hace algún tiempo, en Yamiria. Era el guardaespaldas de un hampón bastante conocido en ciertos sectores de la ciudad... —suspiró—. Por desgracia, parece que cambió de trabajo.
»En cuanto a la gema... No tengo ni la más remota idea. Sólo sé que tiene algo que ver con un símbolo ancestral llamado Uróboros.
Akame se puso en pie, ofreciendo la cantimplora a su guía malherido. Luego se daría la vuelta y empezaría a juntar los rescoldos de la hoguera reciente para volver a encenderla.
—El renegado tiene razón, deberíamos descansar aquí hasta la mañana. No tiene sentido intentar atravesar esta jungla de noche —dijo el Uchiha mientras, con un chispazo, las llamas volvían a brotar de la fogata antes extinta.
Ralexion prestó atención a las palabras del uzujin, pero no encontró en ellas la respuesta que buscaba. Suspiró y acto seguido procedió a ladear el rostro. «Así que un ninja renegado y mercenario que solía trabajar para un criminal, ahora pasado a cazador de tesoros... ¿pero bajo las órdenes de quién? ¿El mismo capo del que habla Akame?», reflexionó.
Tomó la cantimplora y le pegó un trago tan copioso que acabó con todo lo que quedaba en el interior del recipiente. Alzó el artefacto hacia arriba y con él sus labios y cabeza, buscando llevarse al gaznate las últimas gotas. Una vez se encontró satisfecho, hizo descender a todos los referidos de inmediato, a lo que exhaló otro suspiro, esta vez de placer. El sake era para él una merecida recompensa tras tanto peligro.
—El renegado tiene razón, deberíamos descansar aquí hasta la mañana. No tiene sentido intentar atravesar esta jungla de noche.
Ralexion se alzó. Estiró el brazo unido al hombro herido de izquierda a derecha, entonces de arriba a abajo. Comprobaba el dolor que le producía llevar a cabo movimientos con la susodicha extremidad. Ahora que estaba vendado no se le antojaba tan terrible. No obstante, la hemorragia era un problema. La venda era un apaño temporal en el mejor de los casos; necesitaba que le cosiesen el boquete cuanto antes mejor. Así que, cuanto más lo utilizara y más se abriese la herida, peor.
—Akame —le dijo a su compañero tras encararlo, todavía junto al árbol—. ¿Qué es Uróboros?
Akame observó a su pariente terminar ávidamente con las últimas reservas de agua que les quedaban con un gesto más que desesperado. Conforme el silencio retornaba al claro, el Uchiha iba despejando sus pensamientos, al principio llenos de cálculos y escenarios en los que seguía la pista a aquellos mercenarios hasta conseguir aislar a uno, capturarlo, y sacarle toda la información que pudiera. «Ahora tenemos preocupaciones más acuciantes...»
La primera de una larga lista sería que cuando se levantasen al día siguiente no tendrían agua para hacer el largo camino de vuelta a Tane-Shigai.
—Ralexion-san, ¿hay algún pueblo cerca de aquí? Mañana tendremos que aprovisionarnos de agua —dijo el uzujin, haciendo caso omiso de la pregunta de su guía, con cierto tono seco. En el fondo Akame estaba molesto porque sabía que había planificado mal el viaje; no había llevado agua suficiente, aunque sí comida.
Sea como fuere, el Uchiha sacó de su petate un grueso saco de dormir y lo estiró junto a la hoguera. Ralexion todavía seguía apoyado en el árbol de grueso tronco, con aquella fea herida en el hombro. De haber sido Akame una persona menos serena probablemente habría perdido los papeles allí mismo; en mitad de la jungla, con la única persona que sabía volver en mal estado y lejos de cualquier fuente de agua o tratamiento médico.
En lugar de echarse a llorar, o perder los estribos, Akame simplemente se sentó sobre su saco de dormir, encarando la hoguera. Sus ojos habían vuelto a la normalidad —recuperando el color azabache que les caracterizaba— y estaban ahora fijos en las llamas, como si el sinuoso baile del fuego resultara hipnótico para ellos.
—No tengo una respuesta clara a esa pregunta —dijo de repente el muchacho—. Mis investigaciones me han revelado que, hasta la fecha, Uróboros no es más que un misterio envuelto en la bruma del tiempo. Y no he encontrado todavía una forma concreta de definirlo... ¿Un símbolo? ¿Un credo? ¿Una... Una forma de ver el mundo? Todo cuanto se conoce relacionado con este tema es ancestral, de mucho antes de las Cinco Grandes Aldeas. Había gente que tenía una relación especial con este símbolo... ¿Adoración? ¿Estudio? No tengo ni la más remota idea.
Hablaba con sinceridad, sin despegar su vista de las llamas. Estiró el brazo derecho para sacar un bollo envuelto en papel de arroz de uno de los bolsillos de su mochila y, tras abrirlo, le dio un bocado con aire distraído.
—Sea lo que sea, Uróboros es el factor común de una serie de sucesos... Paranormales, si quieres llamarlo así, que he vivido en los últimos meses —sólo en ese momento el joven Uchiha desvió la mirada hacia su congénere—. Hay alguien detrás de todos ellos. O un grupo de personas. No sé quiénes son ni qué quieren, pero sí que se han cruzado en mi camino y que están relacionados con Uróboros. Y esa gema...
»Emitía un chakra muy peculiar... Tú también lo viste, ¿verdad?
La influencia del alcohol justo comenzaba a llegarle al cerebro. Había pegado un buen trago y además de golpe, el efecto sería tan dulce como palpable. Ahora el dolor era mucho más tolerante y la situación no se le antojaba tan terrible. Fue consciente de que Akame deseaba conocer si disponían de alguna forma de conseguir agua en los alrededores, pero no contestó. Tomó su petate, guardó en su interior el recipiente vacío y se sentó frente a la hoguera, frente al uzujin, sobre la misma roca de siempre. Permitió que su mochila descansase a su vera.
Los movimientos del joven mostraban una ligerísima torpeza producto de su embriaguez.
Fue testigo de la narración del escuálido moreno con la vista perdida y el torso inclinado hacia delante, apoyando sus extremidades sobre sus rodillas. Ralexion solía ser de mente más abierta que el habitante medio de Ōnindo en lo que se refería a historias inverosímiles; además, el enfrentamiento con la serpiente que se regeneraba como por arte de magia otorgaba peso a la narración del uzujin. Sin embargo, su expresión aún se mostraba reacia. Sentía que Akame no estaba contando todo lo que sabía.
—Sí, lo vi —admitió con sequedad mientras rebuscaba en su mochila—. Toma, he traído provisiones de sobra por si acaso acontecía algún imprevisto.
Del interior de la referida sacó una cantimplora fabricada en metal y cubierta con cuero, sellada con un tapón de madera. Se la lanzó a su interlocutor sin cuidado alguno, aunque con sus reflejos y agilidad Akame no tendría problema a la hora de tomarla al vuelo. Contenía agua.
—¿Qué son sucesos paranormales, exactamente? —disparó sin galanterías— ¿Crees que los tipos que nos han emboscado forman parte de ese culto?
Alzó el índice de su mano derecha y con él señaló el símbolo de la serpiente mordiendo su propia cola tallado en la fachada del templo.
—Noté la atención que le dedicaste a eso. ¿Es Uróboros? ¿Una serpiente comiéndose a sí misma? Muy simbólico... aunque no tanto cuando te intenta devorar un reptil de varios metros en un agujero dejado de la mano de dios —suspiró—. Espero que tus libros sobre el clan Uchiha merezcan auténticamente la pena, Akame-san, o haberme unido a esta condenada expedición habrá sido un rasposo error.
»Además, no quiero meterme dónde no me llaman, yo solo estoy aquí como guía y está claro que eres más hábil que yo, pero... me da la impresión de que si sigues investigando sobre este asunto, antes o después vas a terminar muerto. Joyas místicas, animales desproporcionados y mercenarios haciéndose pasar por asaltadores de tumbas... huele a chamusquina.