Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
El silencio fue la única respuesta que les dedicó Shukaku.
Y si el silencio pudiera ser entendido como una metáfora sobre el vacío que ocupaba un ruido, lo que Akame encontró en su mecanismo oculto fue exactamente eso. El silencio. Parecía que esta vez, no tenían escapatoria.
Datsue intentó ganarse a Zoku una vez más con sus melosas palabras. Pero Zoku conocía la dulzura de primera mano, sus propios labios la cataban y la practicaban.
—Creo que no he sido lo bastante claro. No, sí que lo he sido. Pero quizás no me habéis entendido.
»Si me sois leales a mi, viviréis. Si no, os mataré, aquí y ahora. Así de simple. Tenéis que hacer una elección. Clara y simple. Estáis conmigo y vivos, o contra mí y muertos. Elegid.
Como si los deseos de Akame se hubieran materializado en ambos brazos de Zoku, el hombre extrajo dos kunai de las mangas, y los apuntó directamente al vientre de los muchachos.
—Tres. Dos. Uno.
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13/01/2018, 21:05 (Última modificación: 13/01/2018, 21:07 por Uchiha Akame.)
«Por las tetas de Amaterasu...»
No, Akame no tenía encima su kunai oculto. Supuso entonces que tampoco llevaría sus portaobjetos, repletos de artilugios que podrían haberle sido tremendamente útiles en aquella situación. Por segunda vez en toda su vida —curiosamente, o no tanto, la primera también había tenido que ver con aquel hombre de ojos grises— Uchiha Akame se sentía completamente desvalido. «Mierda, joder, tiene que haber algo... Tiene que haber algo...» Su mente pensaba a toda velocidad, pero era incapaz de hallar la respuesta correcta. «Si acepto salgo de aquí esclavo de Zoku, si pido ayuda al Ichibi salgo de aquí esclavo de un bijuu...»
El anterior Uzukage les dió un ultimátum sacando un par de kunais que apuntaron a sus cuerpos, todavía atados y envueltos en sacos. Akame apretó los dientes tanto que creyó que se le iban a romper mientras sus ojos rojos escudriñaban, nerviosos, los alrededores. «¿Saimingan? Pero incluso si tuviera éxito y atrapase a este cabrón en mi Genjutsu, ¿entonces qué?»
Uzumaki Zoku empezó a contar hacia atrás.
Entonces aquel joven Uchiha se dio cuenta de algo. El Akame de hacía unos meses se había entregado a su nuevo amo sin dudarlo, sin pensar ni un sólo segundo. Se había sabido indefenso, y su pellejo era cuanto le importaba. Luego había traicionado a esa misma persona con tal de salvar a Koko. Ahora se le presentaba el mismo dilema, solo que en aquella ocasión tenía que proteger a alguien distinto.
Tenía que proteger a Uzushiogakure no Sato. Y quiso llorar, y gritar. Pero pensó en el Jardín de los Cerezos en Primavera, en aquel paisaje de color rosa pálido, en el dulce y suave olor de los árboles. Pensó en la playa, y el aire del mar. Pensó en la Academia donde por primera vez se había sentido integrado. Pensó en las bromas de sus compañeros, en las lecciones de sus profesores. Pensó en las misiones que había hecho junto a los otros genin...
Pensó en Haskoz. Una lágrima solitaria cayó por su rostro.
—Ahora lo entiendo, Uzumaki-sama... —murmuró, con la mirada gacha. Alzó la cabeza y clavó sus ojos rojos en los del ex mandatario—. ¡Si quería la revancha no tenía más que decirlo! Lo entiendo, tuvo que escocer bastante irse a casa sabiendo que dos genin acababan de patearle el trasero, ¡pero no hacía falta montar esta escenita! —Akame hablaba de corrido, porque sentía que si se paraba, el nudo que tenía en la garganta acabaría por estrangularlo—. Ichibi-san está poco participativo hoy, así que...
»Desátenos y acabemos con esto. Le damos la oportunidad de poner el uno a uno en el marcador.
Las piernas le temblaban tanto que creyó que iba a caerse al suelo en ese mismo momento.
«¡¿Ahora no dices nada, hijoputa?!». Ni su característica risa, ni alguna broma punzante, y ni mucho menos ofrecerles de nuevo su poder. Nada. Shukaku se había quedado en silencio, un silencio… intrigante.
Segundos atrás, al Uchiha ya le había parecido curioso que Shukaku se riese de aquella forma de ellos, en lugar de rugir como el loco que era al descubrir que su venganza había sido frustrada. ¿Acaso…? ¿Acaso sabía algo que ellos no? Es que quizá seguían…
… ¿en los ojos de un Uchiha?
¿Por eso no se reía? Ese tipejo os está torturando mejor que yo, había dicho. ¿Significaba aquello que no era Zoku en realidad? ¿Qué seguían en un Genjutsu? Su Sharingan no había podido ver a través de la primera ilusión, así que no tenía sentido confiar en sus ojos para averiguarlo ahora. Tampoco le encontraba sentido a que siguiesen dentro de una ilusión. Y, para rematar, descubrió que…
Todo aquello no importaba. ¿Había la posibilidad de que siguiese en una ilusión? Sí, pero no era una posibilidad por la que arriesgaría su vida. Zoku, además, le impidió pensárselo bien haciendo una cuenta atrás. No había tiempo. Las opciones eran claras: morir, y dejar que otro ocupase su lugar; o vivir, y tratar de ayudar a la Villa desde el bando contrario, como había acabado haciendo una vez. «Sí, excúsate en eso…». Era mejor verlo de aquel modo a decir, simplemente, que era un cobarde. Más fácil de asimilar.
—Tres. Dos. Uno.
—Elijo…
—Ahora lo entiendo, Uzumaki-sama... —le interrumpió Akame, con ojos vidriosos e inundados en un mar de fuego—. ¡Si quería la revancha no tenía más que decirlo! Lo entiendo, tuvo que escocer bastante irse a casa sabiendo que dos genin acababan de patearle el trasero, ¡pero no hacía falta montar esta escenita! —Datsue se había quedado con la boca entreabierta, con una expresión de estupefacción y terror dibujada en su rostro. «Pero, Akame… ¿¡Qué cojones…!?»—. Ichibi-san está poco participativo hoy, así que...
»Desátenos y acabemos con esto. Le damos la oportunidad de poner el uno a uno en el marcador.
«¡AKAME! ¡¿PERO QUÉ COJONES?!». ¿Es que era imbécil perdido o qué? ¿¡No veía que lo iban a matar!? Aún en el caso de que los liberase, ¡no tenían nada que hacer contra él! En la otra ocasión solo lo habían conseguido por pillarle desprevenido y con la ayuda de Shukaku. Dos factores que, ahora, no tenían ni de lejos. Definitivamente, que les llamasen los Hermanos del Desierto se le había subido a la cabeza.
Y, además, ¿por qué cojones hablaba por él? ¿Acaso no le conocía de todo aquel tiempo? Uchiha Datsue tenía un código muy claro: lo primero era sobrevivir; lo segundo sobrevivir; y lo tercero, sobrevivir. Luego llegaba lo demás.
Miró hacia el lado contrario de donde estaba Akame.
—Zoku… Yo…
Se le hizo un nudo en la garganta. Decenas de imágenes pasaron por su cabeza, a modo de flashes. Akame y él, compartiendo una loca aventura en Yamiria. Akame y él, luchando codo con codo por sus vidas en la Isla Monotonía. Akame y él, compartiendo vida y penurias atados por una cadena que Raito les había impuesto como castigo. Akame y él riendo. Akame y él soñando juntos aventuras por vivir. Akame y él apoyándose el uno en el otro, cuando nadie en aquella Aldea comprendía por lo que estaban pasando, por lo que Shukaku les hacía pasar. Cuando uno caía, el otro le ofrecía la mano para auparle. Cuando uno se dejaba caer, el otro tiraba de él hasta levantarle. Entonces recordó que ya había visto morir a Akame en una ocasión. Con Zoku de por medio, cuando les estaba sellando el bijuu…
… y se dio cuenta que no soportaría verlo por segunda vez.
—Maldito hijo de puta… —le temblaba la voz al hablar—. ¡Estúpido! ¡Imbécil! ¡Voy a matarte por esto! —No, aunque lo pudiese parecer, no le estaba gritando a Zoku. Lo hacía a Akame, mientras las lágrimas le salían a borbotones de sus ojos.
Tenía todos los músculos tensos, la vena de su frente parecía a punto de estallarle y lloraba. Lloraba como un niño desconsolado. Odiaba a Akame. Odiaba a Akame con toda la fuerza de su ser por lo que le estaba obligando a hacer.
—¡Este es el hombre al que elegiste seguir, Raito! ¿¡Eh!? —buscó a su sensei con la mirada—. ¿¡Un hombre que mata a sus compatriotas a traición y por la espalda, sin darles oportunidad a defenderse!? —redirigió su mirada encolerizada por el Sharingan, el odio y el rencor a Zoku—. ¡Échale huevos por una vez, perro, y enfréntate a tu creación! ¡Enfréntate a los Hermanos del Desierto!
«Se acabó…». Hacía mucho tiempo, años atrás, se había prometido que él no sería uno de esos estúpidos que moriría por algo tan trivial como el honor, la lealtad o la amistad.
Esbozó la sonrisa más triste del mundo. Era la sonrisa de alguien que sabía que iba a morir. «Supongo que nunca fui bueno para cumplir promesas...»
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Zoku estalló en una risa complacida. Una carcajada maligna, como de malo de película. Los miró un momento, con los ojos entrecerrados y aquella sonrisa de rata en el rostro. Una sonrisa que había estudiado a conciencia.
—Entonces, elegís la muerte. —Las provocaciones de los Hermanos del Desierto no habían tenido ni una sombra de efecto en el ex-líder de la aldea. Se había limitado a escucharles mirando fijamente. Zoku extendió los brazos e hizo girar los kunai por la anilla con sus dedos índice—. Que así sea.
Los kunai pararon cuando los agarró con fuerza, con la punta hacia abajo. En un rápido ademán, el frío del acero se hundió en los vientres de Akame y Datsue.
—Respuesta correcta.
La sala empezó a desmoronarse. No se estaba derrumbando, sino que simplemente estaba dejando de existir. La realidad que les envolvía era un vidrio de colores diversos. Ahora se estaba haciendo añicos, empezando por el techo, por las paredes, luego por el suelo que les rodeaba. En su lugar, sólo quedaba un negro más negro que la propia oscuridad. La ausencia del todo. La nada.
Raito cayó al vacío con una sonrisa dibujada en sus finos labios de Uchiha. El vidrio siguió rompiéndose. Pasó por Zoku, quien también se deshizo en múltiples cristalitos. Finalmente, la fractura llegó a ellos. El suelo bajo sus espaldas desapareció, y cayeron.
• • •
Despertaron con agitación, reincorporándose jadeando, sentados sobre la fría piedra. Volvían a estar en la misma habitación, no obstante habían varios detalles importantes que sin ningún atisbo de duda eran diferentes.
Uno: seguían estando envueltos, al menos de cintura para abajo, en sendos sacos de tela blanca. Pero ahora no estaban atados. Dos: Zoku no estaba allí.
—Omoikane, la técnica especial de mi Mangekyō izquierdo. —Raito seguía apoyado en la pared, como si no hubiera pasado nada—. Una ilusión perfecta y recursiva. Un genjutsu dentro de un genjutsu. Puedo controlar todos los detalles de la ilusión desde dentro, acceder a la mente de las víctimas mientras estén en ella, y crear recuerdos falsos y sensaciones engañosas. Puedo usarla sobre varias personas a la vez. Pero tienen que estar durmiendo o inconscientes.
Se reincorporó, y se acercó a ellos cautelosamente.
—Hace un tiempo —dijo—. Presentásteis una solicitud para ascender a chūnin. Sois los genin más avanzados de toda Uzushiogakure, pero, os pese como os pese, habéis cambiado varias veces de... lealtades. Como un péndulo.
»Hanabi-sama expresó sus... dudas. Por eso os busqué. Y esta ha sido mi prueba final. Lo siento mucho, sé que ha sido una experiencia traumática, pero como comprenderéis, los ninjas no pueden arriesgar. No pueden confiar. Sólo comprobar y asegurar.
»Así que... felicidades. Habéis pasado la primera prueba.
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Y no, claro que Zoku ni siquiera iba a darles la oportunidad de soñar. La posibilidad de tener esperanzas. Había envenenado a Gouna, asesinado a Yakisoba por la espalda y ahora, con ellos, pensaba degollarles mientras permanecían maniatados. Sin dar lugar al error, a la mínima posibilidad de fracaso por su parte.
Morir con honor, sacrificándose por la Villa y sus gentes no era tan gratificante como los trovadores cantaban en sus historias. Cuando el Uchiha sintió el frío acero abriéndole el vientre en canal, Datsue no se sintió realizado. Ni satisfecho por su gesto. Ni bien consigo mismo. Ni siquiera sentía que moría en paz. En su lugar, sintió un dolor punzante, acompañado de una fugaz sensación de vértigo, y de náuseas, y de frío. Un frío mortal. También tuvo miedo. Un miedo visceral que le paralizó el cuerpo y le impidió pensar nada más allá de que no quería morir.
Y entonces oyó su voz.
—Respuesta correcta.
De pronto, algo inesperado sucedió. Un milagro. Un regalo caído del cielo. Como si se encontrasen en un mundo falso, en una simple obra de teatro, la sala se vino abajo. Se hizo añicos, como si estuviese compuesto de cristales y alguien le hubiese dado un tremendo martillazo. Todo empezó a desintegrarse. El propio suelo; Zoku; Raito…
… y cuando se quiso dar cuenta, despertó.
Sí, se despertó por segunda vez consecutiva. ¿O eran ya más? El Uchiha ya lo dudaba, y en aquel momento ni le importaba. Lo único que lo hacía era que seguía vivo. Y sin Zoku a la vista, lo cual también era importante. Lo primero que oyó fue a Raito, y pese a que segundos atrás se sentía traicionado por él, por algún motivo se sintió a salvo.
—Omoikane, la técnica especial de mi Mangekyō izquierdo —empezaría, para luego ir desgranando una técnica que, lejos de creer posible, siquiera se la hubiese podido imaginar. Había contemplado la posibilidad, sí, de que anteriormente todavía estuviese dentro de un Genjutsu. Una ilusión dentro de otra ilusión. Pero, ¿crear recuerdos falsos? ¿Hacer que una misma ilusión la compartiesen varias personas a la vez? Si no lo acabase de vivir, hubiese dicho que semejante cosa era imposible.
Datsue fue pasando por varios estados de ánimo, muy intensos y diferenciados entre sí, en poco tiempo. Primero, el alivio de seguir vivo. La felicidad al darse cuenta que aquello no cambiaría. Luego, la estupefacción. La sorpresa al saber que se trataba de una prueba para el examen Chūnin. Una ligera indignación al oír que no eran de fiar —aunque, tenía que admitirlo, ni siquiera él se hubiese fiado de sí mismo—, para finalmente pasar al orgullo.
—Joder… ¡Sí! ¡Sí! —rugió, fuera de sí, mientras alzaba el puño en señal de victoria. Habían pasado de creerse muerto a superar la prueba Chūnin, y todo se lo debía al cabrón de Akame. De no haber sido él quien hubiese plantado cara a Zoku… pero mejor no pensar en aquello ahora—. Joder, Raito, no me des más disgustos de estos, ¿quieres? O me dará un infarto, en serio.
»¡Akame, ¿has oído tío?! ¿Has oído? ¡Que vamos a ser Chūnins, joder! ¡De esta nos coronamos! ¡Nos coronamos! Espera… —se detuvo de pronto, al darse cuenta de un vital detalle—. Raito, has dicho… ¿primera prueba? ¿Es que todavía hay más? —«Dime que no hay más, por favor...»
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Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
La sonrisa del Uzumaki fue como un fino pincel terminando de rubricar el pergamino donde se detallaba la sentencia de muerte de ambos Uchiha. Datsue lloraba desconsolado, maldiciendo, acompañando a su Hermano en aquel último viaje sin retorno. Akame esbozó una sonrisa triste y cerró los ojos cuando el ex mandatario les anunció el veredicto final; lo que ellos habían elegido. Con un rápido movimiento, los kunais se clavaron en ambos genin, y Akame notó el frío del acero que le entró hasta los huesos.
Luego le invadió una repentina sensación de angustia. De repente se encontró queriendo vivir; ¿queriendo? No. Aquello no era más que fruto de sus instintos más básicos, de su necesidad de sobrevivir. Y sin embargo, el tormento que le atenazaba todo el cuerpo pronto se vio diluido como veneno por un bálsamo curativo.
Vió a lo lejos una luz, muy blanca y brillante. Junto a ella había algunas figuras que Akame no tardó en reconocer. La primera, un muchacho atlético, de pelo blanco y ojos color miel, que se reía a carcajadas y le llamaba. «Haskoz-kun...»
A su lado un chico mucho más joven, rubio y de ojos azules. Su mirada era tierna y muy amable, y vestía una sonrisa que confortó el corazón del Uchiha. «Rakurai-san...»
De repente oyó una tercera voz, mucho más potente y cercana. Akame miró a su lado sin abrir los ojos y vio a Datsue. A su Hermano, a su compadre, a su confidente. Le animaba a recorrer aquel camino, tiraba de su manga y también reía, sin duda contando alguno de sus chistes de kusareños. «Hermano...»
Entonces todo se vino abajo. Akame sintió como si un vórtice de succión le estuviera arrancando de aquel sitio, arrastrándole en volandas hacia atrás. Trató de luchar; no quería irse. Quería quedarse allí, con sus amigos.
—Todavía no, Akame-san —dijo Rakurai.
—¡Aún tienes mucho por hacer, Akame-kun! —vociferó Haskoz, jaleándole.
El Uchiha buscó a Datsue a su lado, pero no lo halló.
«Yo... Yo...»
—
Abrió los ojos de golpe, como cuando despertaba de una de las pesadillas del Ichibi. Miró a su alrededor, alterado, y con alivio comprobó que ya no estaba maniatado. Tenía los ojos anegados en lágrimas y notaba una fuerte opresión en el pecho. La voz de Uchiha Raito esclareció todo lo que acababa de ocurrir.
Cuando el sensei terminó su explicación, Akame quiso hablar. Quiso decir muchas cosas, pero ninguna saldría de sus labios. Quiso chillar, llorar, reír. Nada de eso pudo hacer, nada pudo decir sino dejar escapar un grito desgarrador que le surgió desde las entrañas. Gritó con fuerza y rabia, y pena, y júbilo.
Estaba vivo. Vivo para pelear un día más.
Después oyó la voz de Datsue y se tranquilizó conforme, poco a poco, su cerebro iba procesando la información. «Estamos en el Examen de Chuunin. Esto ha sido una prueba. Una prueba. Una prueba...»
Se levantó —no sin cierta dificultad— y encaró a su sensei. Le sostuvo la mirada un momento y luego realizó una profunda reverencia.
—Gracias por darnos esta oportunidad, Raito-sensei —dijo—. No le decepcionaremos.
Raito sonrió, afable, para mostrarles a los genin algo más que terror y amenazas de muerte, cosa que sin duda les hacía falta. Pero también lo hizo, por otro lado, por alivio. Sí, alivio. Los tres no habían compartido mucho tiempo juntos, pero además de ser camaradas de aldea, de haberles enseñado valiosas lecciones y de pertenecer al mismo clan, también habían llegado a ser algo para él. Quizás precisamente por el vínculo que les unía como Uchihas.
Un peligroso vínculo.
—La primera prueba, sí, Datsue-kun. Sí, hay más. —Se cruzó de brazos y se puso a caminar por la habitación—. Tradicionalmente, el examen de chūnin se ha dividido en dos partes. La primera, teórica. La segunda, práctica.
»Dadas las circunstancias, vosotros necesitábais una prueba adicional. Una prueba de confianza. De modo que eso nos deja...
Uchiha Raito chasqueó los dedos y desapareció.
Volvió a chasquear los dedos y los Hermanos sufrieron una sacudida. Ahora estaban sentados en una clase vacía: una de las tantas de la Academia de las Olas. Pero ya no estaban al lado. Cada uno de ellos estaba en una punta de la sala. Y en la mesa del profesor estaba...
Nadie.
Otro chasquido. Un par de hojas en blanco aparecieron delante de ellos, junto a un bolígrafo.
Chasquido. Otra hoja en blanco.
Pero esta vez, empezaron a imprimirse letras en él. Las de una única pregunta, que rezaba así:
Tus pasos te conducen a un poblado al sur del País del Bosque. En el pergamino de tu misión está escrito que se sospecha que en algún lugar del pueblo se encuentra el escondite de una banda de bandoleros que llevan meses acechando los caminos, y que debes encontrar el lugar exacto y escribir una carta de vuelta a la villa. Después, debes de esperar a que vengan los refuerzos y detener a la banda.
Suponiendo que acabas de llegar por primera vez al poblado, ¿cuál sería el mejor curso de acciones para encontrar a la banda? ¿Cómo enviarías el mensaje de vuelta a la villa? ¿Qué harías mientras esperas los refuerzos?
Dad una única respuesta a la pregunta, debidamente razonada, y depositad la hoja en la mesa del profesor.
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Akame intentó relajarse mientras la realidad a su alrededor seguía deformándose a antojo del veterano Uchiha. «¿Todavía estamos en su Genjutsu? ¿Cuántas malditas capas tiene, por Amaterasu?» Aquella experiencia no sólo iba a servir al joven genin a, quizás, conseguir un ascenso; sino también a darse cuenta de todo lo que todavía le quedaba por aprender. Del inmenso acantilado de habilidades que existía entre él —el laureado como Campeón del Torneo de los Dojos, un título que se le antojaba, ahora, vacío— y un jōnin de Uzushiogakure no Sato.
Lejos de dejar que aquella revelación le abatiese, decidió tomarlo como un reto. Y así, cuando se vio sentado en un pupitre solitario en una de las esquinas de un aula que le resultaba obviamente familiar, trató con todas sus fuerzas de olvidar todo lo que acababa de suceder y concentrarse en la prueba que le atañía. Ni siquiera buscó a Datsue con la mirada —aunque supo que estaba allí— antes de bajar la cabeza y centrar toda su atención en la hoja de papel que tenía ante sí.
Sus ojos ávidos de un desafío fueron leyendo las palabras conforme aparecían. Luego releyó el texto por completo otra vez. «Bien, es una pregunta de manual. No puedo fallar en esta», se dijo Akame. Al fin y al cabo, ¿quién había leído más manuales sobre táctica shinobi, interrogación y demás, que él?
Tomó la estilográfica con un hábil movimiento de sus manos y empezó a escribir en el lugar designado para ello.
En primer lugar, dada la naturaleza de la situación, el acercamiento debería realizarse yendo de incógnito. Si la guarida de los bandidos está ubicada dentro del pueblo es de esperar que frecuentarán el mismo y, probablemente, tendrán informantes o contactos entre los lugareños, ya sea por medio del soborno, la intimidación, o ambos.
Adoptar una tapadera realista y anodina, como por ejemplo la de un simple mensajero o comerciante. Realizar la recolección de información en los lugares comunes y concurridos del pueblo; la plaza, los comercios, la taberna. Sobornar, persuadir o intimidar —preferencia según la situación— a los lugareños. Priorizar la taberna durante la tarde o la noche, pagar unas cuantas rondas a los parroquianos para aflojarles la lengua. Mantener siempre un perfil bajo y actitud discreta.
De ser necesario, desplegar un señuelo para atraer a los objetivos; por ejemplo, comentar entre los lugareños que el ninja está guardando un valioso cargamento en su habitación. Si los criminales muerden el anzuelo, vigilar sus movimientos discretamente y, de ser posible, seguirles hasta su escondite. Siempre sin entablar conflicto directo ni revelar la verdadera identidad del ninja.
Una vez descubierto el lugar, el envío del mensaje a la Villa podría realizarse fácilmente mediante el empleo de la técnica Kage Bunshin no Jutsu. Mientras se esperan refuerzos, vigilar a los objetivos con la máxima discreción y, por encima de todo, no intervenir en combate directo ni realizar ninguna actuación que pudiera poner en compromiso la tapadera o alertar a los criminales de la presencia de un ninja en el pueblo.
Satisfecho, Akame repasó su respuesta un par de veces y luego se levantó. Con paso firme se aproximó hasta la mesa del profesor y depositó la hoja de papel. Luego, volvió a su sitio.
«¡Oh, venga! ¿Teórica y práctica? ¡Pero si no he estudiado nada!». Más allá del fūinjutsu, y de alguna novela negra, Datsue no había tocado un libro desde que había salido de la Academia. «¿Cómo era la fórmula de Fuerza? Masa… ¡Masa por aceleración, sí! ¿Pero y la constante de Gravedad? Nueve… ¿¡Nuevo con qué!? ¿¡Nueve con qué, joder!? ¡Mierda, sin eso no hago nada! Joder. Joder, joder, joder, joder…». Tuvo que contenerse de empezar a tirarse de los pelos. «Si preguntan algo de estadística debería saberlo. Debería… Pero ya como se líen con ángulos y su puta madre… ¡Joodeeeer…!». Datsue no sabía si ponerse a reír o llorar. Iba a hacer el peor examen de la historia.
Con diferencia.
El mundo a su alrededor volvió a cambiar —parecía que seguían dentro de la ilusión— y apareció en un aula, que inevitablemente le despertó sentimientos de nostalgia. Había pasado tantas horas de su vida metido allí dentro. Con Eri, Nabi, Plum, Chokichi… Demonios, no se había dado cuenta hasta ahora, pero todavía lo echaba de menos. Por aquel entonces, todo era mucho más sencillo, y la mayor preocupación que se podía tener era la de catear un simple examen. O la de que te sacasen al encerado sin los deberes hechos.
Suspiró, mientras veía las hojas en blanco que iban apareciendo sobre su mesa. El problema de aquel es que no era un simple examen. Aquello determinaría su futuro. Sus aspiraciones. Todo.
Entonces empezó a leer la prueba, y una sonrisa fue ensanchándosele al descubrir que no necesitaría de fórmulas ni de datos supercomplejos, simplemente de razonamiento, lo que mejor se le solía dar. «No te confíes», se dijo. Cuando terminó de leérselo y releérselo por segunda vez, creyendo entenderlo todo, asintió para sí y levantó la cabeza. Fue entonces cuando…
«¡Me cago en la puta! ¿¡Pero este tío qué desayuna!?». Akame, el muy cabrón, ya se había lanzado a responder el examen con la voracidad de un soltero de toda la vida cuando ve una oportunidad. «Pero, ¿esto no había que hacerlo…?». Repasó la última frase del examen, por si había entendido mal.
—Tsch… Akame… Akame… —Datsue lo llamaba en voz baja, desde la otra punta del aula y ahuecando una mano alrededor de la boca como si tuviese miedo de que alguien le oyese—. ¡Tsch! ¡Tsch! —emitía el mismo sonido que haría para llamar la atención de un perro—. Akame… ¡¿Akame..?! Ey, hola, ¿qué tal? —le saludó con la mano, esbozando una sonrisa tan enorme como falsa—. Oye, tío, ya sé que tú nunca fuiste de copiar y eso… Pero, ¿no te parece todo muy raro? Quiero decir, nos ponen aquí solos, juntos, sin nadie que nos vigile… ¿Es casi como si nos estuviesen incitando a cooperar, no? —se remangó las mangas, para luego llevarse una mano a los labios, pensativo—. Llámame loco, pero creo que a parte del examen en sí, también están evaluando nuestro trabajo en equipo. En plan… ¿Estos van a aprovechar que están juntos para ayudarse, o están tan cerrados de mente con los típicos exámenes de la Academia que van a hacerlo por su cuenta? No sé, eh, una idea que lanzo. Igual es muy loca, ya te digo…
»Pero es que luego veo el examen y pone: Dad una única respuesta a la pregunta, debidamente razonada, y depositad la hoja en la mesa del profesor. Dad. En plural, y no en singular, tío. Que oye, podía ser una errata... Pero es que pone también depositad —dijo, remarcando exageradamente la dé final—, la hoja en blablabla. Una única hoja... Única respuesta...
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Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Akame terminó por ceder ante las presiones de su semejante. A medio camino entre su pupitre y la mesa del profesor se detuvo, voltéandose para mirar a Datsue. Al principio pensó en mandarle a freír espárragos, pero luego se quedó pensando en el detalle que su compadre había señalado. «Sí, tiene sentido. Aunque menuda pregunta trampa...»
Negó para sí mismo con la cabeza y volvió a su asiento. Dejó la hoja sobre la mesa y suspiró.
—Está bien, está bien —concedió, admitiendo su error aunque de mala gana—. Déjame leerte lo que he puesto.
Akame leyó en voz alta su respuesta a la pregunta teórica con una entonación y oratoria nada despreciables. Luego calló y preguntó con simpleza.
Mientras Akame hablaba, Datsue iba tomando apuntes en su hoja en blanco. Pequeños detalles que le llamaban la atención. Pequeños errores o cosas que consideraba había que pulir. Porque, si algo se le daba bien a Uchiha Datsue, eso era criticar. Oh, en eso era de lo mejorcito.
Una vez terminado, Datsue suspiró. Se llevó el lápiz a la boca, sujetándolo con los dientes, mientras releía con expresión ceñuda los apuntes.
—Lo veo bastante bien… —se quitó el lápiz de la boca—. Aunque creo que podemos mejorar algunas cosillas.
Apoyó una mano en la superficie de la mesa y otra en el respaldo de la silla y, impulsándose, terminó por sentarse encima de la mesa, con las piernas cruzadas y la espalda inclinada hacia adelante. Con el lápiz, tachó una palabra que había escrito.
—Primero, cambiaría lo del Kage Bunshin no Jutsu como método de mensajería. ¿Cuánto habrá del pueblo a Uzu? ¿Tres, cuatro días? Me parece un riesgo innecesario enviar a un clon, y una pérdida de tiempo —agregó Datsue, crítico con aquella idea. Sabía que con su Hermano no tenía que molestarse en endulzar las cosas para que no se lo tomase a mal. De hecho, normalmente era cuando las adornaba y se iba por las ramas cuando se mosqueaba—. El pergamino de la misión nos dice desde el principio que debemos mandar un aviso a la Villa, ¿no? Vamos, que ya contamos con esa eventualidad desde el principio —empezó a exponer—. Por tanto, lo que yo haría, sería dejar aviso en la Villa de que me comunicaré con ellos a través de la Técnica de la Linterna Mágica Corporal. Así podría enviar el mensaje el mismo día en que descubra la posición de los bandidos, sin retrasos ni posibles complicaciones.
»¿Qué te parece? —preguntó, prefiriendo zanjar aquel punto antes de pasar al resto.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Akame se inclinó hacia delante en su asiento cuando terminó de exponer sus ideas, esperando a la crítica que inevitablemente vendría por parte de su Hermano. Pese a lo que pudiera parecer para un observador externo que los viese discutir en algunos de sus muchos desencuentros, Akame era perfectamente consciente de que su compadre era tan —sino más— inteligente como él; y todavía más astuto. Ambos tenían modos distintos de enfocar cada situación y enfrentar cada problema, por eso mismo funcionaban tan bien en equipo. Cuando, como dueto, ponían en común sus ideas.
Aquel fue un ejemplo más. Cuando Datsue sugirió que el mejor método de contacto con la Aldea sería el Gentōshin no Jutsu —previo aviso—, Akame no pudo sino asentir con convicción. «¡Eso es! Mucho más rápido y eficiente que un Clon de Sombras. Bien jugado», se dijo el Uchiha.
—Nada que objetar —respondió, con una sonrisa en el rostro—. Creo que esto luce como una maldita respuesta de manual táctico de primera.
Redactó de nuevo todo el texto, aplicando las modificaciones correspondientes —básicamente, sustituir la parte del Kage Bunshin por el jutsu de la Linterna Mágica Corporal— y alzó la hoja frente a sí, extendiéndosela a Datsue.
Datsue se mesó el mentón, pensativo. ¿Hacer los honores? Sonaba tentador, pero…
—No tan de prisa, Hermano, no tan de prisa. —Nadie les había puesto tiempo límite, ni parecía que tuviesen que ir a contrarreloj. ¿Por qué precipitarse, entonces? ¡Se estaban jugando su futuro!—. Todavía me quedan dos apuntes que hacer.
Como si quisiese remarcar sus palabras, dibujó un círculo sobre la palabra tapadera. La otra palabra escrita era Kage Bunshin, ya tachada, y había una tercera con la palabra señuelo.
Se aclaró la garganta.
—Veamos —empezó, con la mirada perdida en algún punto lejano, pensativo—. La tapadera debe servirnos para permanecer en el pueblo por al menos unos días, ¿no? Sin levantar las sospechas de nadie… —se rascó una mejilla—. Y ya sabes como son los pueblos, se conocen todos entre ellos. No sé, Hermano, no me convence lo de mensajero. ¿Qué razones tendría un mensajero para permanecer en un pueblo durante días? Si está de camino, no tiene sentido. Si decimos que el mensaje es para alguien de ese pueblo, al no conocer a nadie, terminaríamos por meter la pata. Lo mismo va para lo de comerciante. ¿Un comerciante con las manos vacías y paseándose por el pueblo sin hacer nada? Sospechoso… —comentó, crítico.
Se mordió el labio inferior, mientras movía la cabeza de un lado a otro y chasqueaba los dedos.
—¿Y si efectivamente somos un mensajero, pero que se ha torcido el tobillo por el camino? Vamos con el pie vendado, apoyándonos en un palo, y decimos al posadero que nos quedaremos unos días hasta que el pie termine de curar. O, no sé —dijo, continuando con la lluvia de ideas—, podríamos fingir ser alguien interesados en comprar una casa para quedarse en el pueblo. O para luego alquilarla, como había hecho Takeda en esa misión que hicimos junto a Eri, ¿recuerdas? Eso nos daría no solo la excusa de permanecer en el pueblo durante un tiempo, sino también de andar por ahí preguntando sin que pareciese sospechoso, y, además, podría servir incluso de señuelo casi sin quererlo, porque de manera indirecta estamos diciendo que tenemos bastante pasta.
Finalmente, se calló, esperando la opinión de su Hermano.
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Las ideas seguían viniendo de los labios de Datsue y Akame seguía recogiéndolas todas como si de una bestia hambrienta de conocimientos se tratase. Su mano derecha escribía apuntes y esbozos de las propuestas de su Hermano mientras sus ojos se mantenían fijos en el mismo.
—Sí, me convence eso —dijo mientras asentía—. La idea del comerciante me parece incluso mejor. Apuntemos eso.
Siguió redactando esbozos del plan mientras esperaba a que Datsue terminase de darle la puntilla al tema. Definitivamente, se alegraba de no haber entregado la hoja en solitario ni tan deprisa; aunque claro, era algo que probablemente no admitiría.