Logró camelarse al borrachuzo sin despeinarse. Si Akame consideraba que esto era su habilidad "especial", necesitaba reconsiderar sus habilidades sociales. «Y pensar que nos parecemos tanto pero ya está trabajando para el cabrón este de las cicatrices... aunque supongo que no somos tan diferentes. Los dos somos militares, el único detalle distinto es que yo siempre trabajo para los mismos... Pobre chaval, seguro que piensa que es una manera fácil de hacer dinero».
Así reflexionaba el kusajin mientras el resto de presentes en la mesa instaban con ruidosos cánticos al jovencillo mercenario a rematar su copa de una sola sentada. Mientras tanto Ralexion esperaba con semblante cordial y ambas manos entrelazadas a su espalda.
—¡Veo que eres un bebedor nato, colega! —le alabó el Uchiha, amigable. En realidad mentía. Se apegó al mercenario, posando su brazo derecho sobre los hombros ajenos, con actitud fiestera— ¡Vamos a la barra, mi querido nuevo amigo!
Ralexion hacía por parecer tan borracho como la mayoría de parroquianos, por mucho que le fuese imposible imitar del todo el tono y gestos de alguien ebrio. Mas no importaba, el buscavidas parecía estar tan ido que el pelinegro esperaba que se tragase cualquier falsedad que se le alimentase.
Dirigó a su presa hacia la barra. Entre tanto le registró los bolsillos como pudo, queriendo hurtarle algo gracias a sus moderadas habilidades como shinobi dada la propicia proximidad entre los dos. Una vez más, contaba con que la gran cantidad de alcohol en sangre de su "compañero" le impidiese ser consciente de lo que ocurría.
Ya en el lugar anteriormente mencionado, a unos tres metros de Akame, el kusajin le dio un potente manotazo al mueble de madera con la intención de invocar al mesero.
—¡Dos cervezas bieeeen grandes para mí y mi amigo, vamos!
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En el trecho desde la mesa de juego hasta la barra, el astuto Ralexion demostró tener los dedos más largos de lo que Akame se esperaba, tratando de registrar los bolsillos del joven ebrio. Sin embargo, estaba lejos de gozar de la habilidad necesaria para llevar a cabo tal acción —robar a alguien discretamente, en sus propios bolsillos y en movimiento, sin ningún tipo de distracción— y aunque la condición del objetivo le favorecía —el joven buscavidas se tambaleaba visiblemente al andar—, no consiguió su propósito.
«¿¡Pero qué demonios hace!? ¡Lo va a echar todo a perder!», temió Akame. Afortunadamente para la misión, el mercenario estaba tan ebrio que ni se dio cuenta de los fallidos intentos de carterismo de Ralexion.
Cuando llegaron a la barra el tabernero les llenó dos jarras sin siquiera preguntarles la edad, pues parecía bastante habituado a servir a todo tipo de clientes, y el jovencito de la bolsa repleta no tardó en alzarla con una sonrisa en el rostro.
—¡Por el écsssito! —brindó—. ¡Y por mi comppppadddre... Eh...
Se detuvo un momento, su rostro mostrando la más sincera confusión. Sus ojos cargados por el alcohol escudriñaron el rostro del genin de Kusa.
—¿Cómo...? —hipó con fuerza—. ¿Cómo habíaszszs dicho que te llamabas, socio?
Interiorizó una ristra de maldiciones dirigidas a su propia incompetencia al verse incapaz de dar con nada útil, además de casi volar su tapadera en el proceso. Al menos no había calculado mal en lo que se refería a la falta de capacidades mentales por parte del borrachuzo mercenario, el cual no se percató de los torpes intentos de Ralexion. Bien está lo que bien acaba, como dice el dicho.
Ya en la barra y con dos copiosas jarras listas para ser degustadas por el extraño dúo, el mercenario quiso brindar por el éxito y la salud del Uchiha, pero al no ser partícipe de su denominación titubeó como un animal de carga al que habían hecho trabajar de más.
Ralexion dudó entre revelar su verdadero nombre —lo cual sería la segunda temeridad que cometía esa noche— o inventarse un seudónimo sobre la marcha. Optó por lo segundo.
—Me llamo Taki, mi buen compadre —mintió con confianza, chocando su jarra contra la ajena de imprevisto, espuma salpicando sobre la barra— ¡Por el éxito!
Copeó con ganas, llevándose un buen trago de la jarra al gaznate. Acto seguido la posó sobre la madera como cualquier otro parroquiano, con brío y sin cuidado. Exhaló ese inconfundible sonido que los humanos emiten cuando el líquido que han ingerido les ha resultado placentero, ha suplido una necesidad, o ambas. En este caso concreto, ambas.
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—¡Por mi ssssocio, Taki-kkkun! —voceó el adolescente borrachuzo, dando un trago a la jarra.
Si Ralexion pudo beber a gusto, su improvisado y nuevo compadre no fue menos. Parecía que iba a contentarse sólo con el primer buche, pero pronto decidió que su gaznate —llegados a ese punto— necesitaba de más para remojarse adecuadamente. Tomó la jarra con ambas manos y la inclinó sobre su rostro mientras la nuez subía y bajaba en su cuello de muchacho curtido. La cerveza tostada de Tane-Shigai se derramó por las comisuras de sus labios y le mojó la nariz al joven mercenario mientras apuraba la pinta, tambaleándose.
—Argh, argh... Putttta madddre... Esta ssscsczervezasaaa... —babeó un momento y luego estampó la jarra contra la barra, visiblemente ebrio.
Estuvo a punto de caerse hacia un lado y terminó apoyándose en Ralexion para evitarlo. El Uchiha notó su aliento, apestaba a cerveza y alcohol. Los ojos vidriosos del muchacho se clavaron en los suyos.
—Yo... Yo soy... Nue... Kurosaki Nue... —le dijo, tratando de recuperar la compostura—. El merrrrcenario... Más ¡cccccccccccccabrón! y sanguinario de Mori no Kkkuni —remató, hipando y con una sonrisa bobalicona en el rostro.
El muchacho por fin recuperó la estabilidad y se apoyó en la barra.
Ralexion pudo ver cómo Akame le miraba fijamente, luego miraba al joven soldado de fortuna y luego a su jarra vacía. Parecía querer decir "otra".
La aptitud del rapaz para llevarse líquido alcohólico al gaznate sorprendió al Uchiha a pesar de que él no era precisamente extraño a la bebida. Observó su hazaña con una divertida sonrisa en sus facciones, honestamente impresionado.
—¡Wow! ¡Eres un bebedor nato! —le animó el kusajin entre que le pegaba tragos a su propio brebaje.
A decir verdad, aquella cerveza no estaba nada mal. Fuerte, con carácter, pero gozaba de un toque dulzón que deleitaba a Ralexion.
Su acompañante dedicó a todo el que fuese capaz de oirle una expresión de lo más malsonante respecto a la cerveza. Estampó la jarra contra la barra, como todo buen parroquiano que le da el finiquito a una ronda de bebida. Era increíble que todavía fuese capaz de mantenerse en pie; perdió el equilibrio y necesitó de apoyarse contra el kusajin para no darse de bruces contra el suelo, logrando que gran parte de la cerveza del referido se fuese al suelo en el proceso. Ralexion arrugó la nariz al ser consciente del mal aliento del mozo, pero puso todo su empeño en asistirle en su crítica tarea de no autoproducirse un traumatismo craneal allí mismo. Lo que hiciese falta en pos de cumplir con el plan.
Poco después le reveló al pelinegro que su nombre era Kurosaki Nue, el "mercenario más cabrón y sanguinario del país". «Sí, ya...», se dijo en su fuero interno, asqueado, a pesar de que de puertas hacia fuera seguía sonriente y con actitud fiestera.
—¡Un placer, mi bueeeeeeeen compadre! —le dio varias palmaditas en la espalda, riendo— ¡Entonces estoy seguro de que tienes muy buenas historias que contar!
Aprovechó el intermedio para lanzarle una furtiva mirada a Akame. El Uchiha captó sin problemas el mensaje de su pariente.
—¡Otra ronda por aquí para mí y el gran Kurosaki-san! —exclamó, queriendo formar parte del jolgorio generalizado de la taberna.
Se apresuró a acabar con lo que aún quedaba en su propio vaso. Mas a su vez debía de ser consciente de que si bebía mucho y muy rápido lo lamentaría más tarde... no podía permitir que su juicio se viese nublado.
Dejó descansar la vasija sobre la madera.
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El joven buscavidas dejó escapar una risa ebria y un eructo, por ese orden, y luego asintió con los ojos perdidos en algún punto de la barra. Era evidente que estaba extremadamente borracho, y cuando Ralexion pidió otra jarra, el tipo contuvo una arcada. Había bebido demasiado, y no estaba tan habituado a ello como intentaba hacer creer a todos los parroquianos. Pero allí podía sentir las miradas de ellos fijas en su espalda, de modo que se dispuso a agarrar la jarra con una mano insegura y temblorosa.
—Por... Mmmmi commpppadre... Taki... Takk... Taki-san —balbuceó, echándose la cerveza a los labios.
El líquido cayó por las comisuras del joven y sus ojos parecieron por un momento a punto de dársele la vuelta en las cuencas. Bebió apenas un sorbo muy leve y luego dejó la jarra casi intacta sobre la barra. Pareció dudar un momento, pero finalmente murmuró.
—T... Taki-san... Voy, voy a cammmbiar el agua al canarrio...
Con pasos tambaleantes se dio media vuelta y sin caer al suelo ni chocarse con nadie —sin duda por gracia de algún dios que estaba esa noche especialmente compasivo con los adolescentes borrachos—, el mercenario lampiño se perdió tras la puerta del tugurio. Akame se levantó un momento después y, mirando a Ralexion, le hizo señas de que le siguieran.
Era cómicamente obvio que el mozo convertido en mercenario no podía con más bebida; apenas podía con su propia alma. Ralexion contaba con que vomitase sobre la jarra en cualquier momento, añadiéndole un cóctel de su propia cosecha a la cerveza, pero aún lograba mantener el tipo por el momento. El Uchiha hacía como que no veía nada de esto, manteniendo firme su tapadera como un bebedor más, asiduo a la actitud juerguista que embriagaba el lugar.
Kurosaki le indicó que necesitaba ir al baño. Ralexion le dio una fuerte palmada en la espalda.
—¡Vale, colega! ¡No tardes en volver, que la fiesta sigue! —vociferó.
Observó con atención la trayectoria de su objetivo. «Wow, en lo que se refiere a esquivar este tipo sí que tiene una buena cantidad de suerte...», la boca le quedó entreabierta al ser testigo de cómo el buscavidas consiguió arribar hasta su destino sin un solo incidente.
Acto seguido miró a Akame. Él también le estaba mirando. Un solo ademán y los dos estaban en movimiento, rehaciendo los pasos de ese tal Nue.
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El aire frío de la noche tane-shigeña golpeó en el rostro a los dos genin cuando salieron de la taberna, dejando atrás el jolgorio y alboroto del interior para ser bienvenidos por la oscuridad de aquella plataforma particularmente poco iluminada. Akame intuyó a su lado la silueta de Ralexion y ni siquiera se molestó en indicarle que le siguiera; sabía que el kusajin lo haría.
El del Remolino dobló la esquina izquierda —si es que un edificio esférico podía tener esquinas— en dirección a un recoveco de la plataforma que bien podría llamarse callejón. Allí, a media docena de metros de ellos, estaba el objetivo. Nue meaba apoyado sobre la pared curva de la taberna, al amparo de las sombras, mientras se tambaleaba ligeramente. Akame podía oler el alcohol que despedía aquel chico desde allí. Estaba ebrio y solo. «El cazador, cazado». No tenía escapatoria.
Con unos rápidos y silenciosos pasos, el Uchiha se aproximó a su víctima. Éste sólo lo advirtió cuando ya fue demasiado tarde.
—¿Eh? ¿Qué cojjjones hac...?
CLONK.
El cuerpo inerte de Nue se precipitó al suelo después de recibir el tremendo impacto de una anilla de hierro negro en toda la nuca. Akame lo sujetó pasándole ambos brazos por debajo de los hombros, aun sin soltar el kunai oculto que había sacado de su manga derecha, para evitar que el joven mercenario se diese de bruces contra el suelo.
—Vamos, Ralexion-san. Hay que llevar al objetivo a un lugar seguro.
Akame no iba a poder cargar con el cuerpo inconsciente de un muchacho mayor que él por sí mismo, de modo que esperaba que su pariente fuese tan amable como para echarle un cable con eso.
Ralexion se reunió con su acompañante ya en el exterior del local. El kusajin se limitó a seguir los movimientos del escuálido habitante de Uzugakure, autorelegándose al papel de mero espectador en lo que ocurriría poco después. La pareja de shinobis acechó al mozalbete soldado de fortuna y este finalmente se llevó un buen golpetazo —cortesía de Akame— que le arrebató el sentido.
Ahora tocaba cargar con él hasta un lugar seguro donde, imaginaba el genin, lo interrogarían sobre su jefe y el resto de la operación. Con una velocidad adecuada el pelinegro se colocó en el flanco disponible del borracho inconsciente y auxilió al otro en su tarea de alzarlo.
—Hey, Akame-san, ¿no crees que deberíamos de ponerle los pantalones en su sitio?
La luz del callejón era más bien escasa y el muchacho no se atrevía a mirar, pero teniendo en cuenta la tarea de la que Nue se estaba ocupando instantes antes de su inesperado "desliz", Ralexion se hacía una buena idea de lo que encontraría en caso de que hiciese descender su campo de visión.
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—Coño —masculló el Uchiha.
Con las prisas y el ataque sorpresa, se había olvidado completamente de subirle los calzones a su víctima. El joven mercenario estaba allí, colgado de Akame y de Ralexion, con la chorra al aire. El de Uzu utilizó su mano libre para subir el pantalón del buscavidas con un tirón seco.
—Mejor. No sea que se resfríe —apostilló, con una carcajada seca y breve.
Entre ambos pudieron arrastrarlo fuera del callejón. Por suerte a aquellas horas de la noche y en aquella zona de Tane-Shigai, el tráfico de gente era mínimo; y los que pasaban por allí parecían tener suficiente con sus turbios asuntos como para fijarse siquiera en tres muchachos que andaban a tumbos por las sombras.
El camino se les hizo eterno —aquel chico pesaba mucho más que cualquiera de ellos dos, y el hecho de que estuviese inconsciente sólo hacía que esa sensación se viese incrementada—. Después de unos quince minutos llegaron a una de las plataformas más bajas de la capital, colocada a menor altura incluso que la de la mugrienta taberna donde habían cazado al mercenario. Se detuvieron frente a una de las estructuras esféricas tan típicas de la ciudad, solo que la superficie de esta parecía vieja y poco cuidada. Un sucedáneo de almacén industrial.
—Sujétalo un momento —indicó Akame, echando todo el peso del muchacho inconsciente sobre Ralexion.
Akame se acercó a la puerta del local —herrumbrosa e igual de vieja que la fachada— y sacó una llave de su bolsillo. La introdujo en la cerradura y giró cuatro veces que vinieron acompañadas de cuatro sonoros "clacks". Luego empujó la pesada hoja de hierro y ésta se abrió con un chirrido de bisagras oxidadas.
—Vamos —ordenó el Uchiha, lacónico, mientras volvía a agarrar a Nue por el brazo que le correspondía.
Cuando entraron Akame dió la luz a un interruptor que estaba junto a la puerta con su brazo libre, y luego cerró la misma con el pie. La hoja de hierro golpeó el marco con un sonoro "bum" que retumbó en el interior del local.
Era un local pequeño, de unos cincuenta metros cuadrados —o redondos, en este caso—. Estaba sucio y poco cuidado, las paredes despintadas y visibles manchas de humedad por el techo y las esquinas. Una lámpara de aceite colgaba de las vigas de hierro en el techo, lanzando una tenue luz sobre toda la estancia. El resto del local no era nada fuera de lo común; había una mesa de hierro mugrienta, un par de sillas, un archivador con aspecto de no haber sido usado en mucho tiempo y restos de escombros apilados al final de la sala. Junto a éstos, un balde con agua helada.
—Túmbalo aquí, en el suelo —indicó Akame, agachándose para depositar el cuerpo inerte de Nue sobre el frío piso.
Luego el Uchiha sacó una bobina de hilo ninja del portaobjetos situado en su cintura. Alzó la vista hacia las vigas del techo, luego miró el cuerpo de Nue y se acuclilló junto a él. Desenrolló un tramo de hilo y lo ató en torno a los tobillos del mercenario inconsciente; luego sacó un kunai de su manga derecha, cortó el hilo dejando un buen tramo, y guardó la bobina. Ató el extremo libre del cable a la anilla de su kunai y lo lanzó hacia una de las vigas, pasándolo por encima.
El cuchillo cayó al otro lado y Akame se levantó. Lo recogió del suelo y miró a Ralexion.
—Ayúdame a tirar, Ralexion-san —pidió con tono calmo.
Pretendía usar aquel precario mecanismo de palanca para colgar de los tobillos al joven soldado de fortuna, como si fuese una ristra de chorizos.
Ralexion rió por lo bajo. Pobre Nue, el mercenario con el rabo al aire.
El kusajin puso todo su empeño en cargar con el ya mencionado; una tarea que apenas cinco minutos más tarde ya le estaba desagradando en demasía. El cabrón pesaba mucho más de lo que el muchacho había esperado, incluso transportándolo a cuatro manos. Para mayor inri, no tenía ni idea de hasta dónde pretendía llevarlo Akame.
Sobre la mitad del camino ya estaba jadeando, tanto de nerviosismo como de cansancio. La noche estaba de su parte, pero Ralexion temía toparse con cualquier agente de la ley que estuviese de servicio. Siempre podían mentir y explicarle que el mercenario se había quedado inconsciente por la bebida y ellos, como buenos amigos de Kurosaki que eran, lo llevaban de vuelta a casa sin importar el coste; tenía toda la historia ya hilada en caso de que necesitase cubrirse las espaldas.
Sin embargo, el muchacho no necesitó echar mano de sus dotes de actuación como había hecho en la taberna en ningún punto del recorrido, que fue tranquilo —a excepción de sus ajetreados jadeos y lo pesado de la mercancía—. El uzujin se dirigía hacia una de las plataformas más bajas de los barrios bajos de Tane-Shigai, un punto exento de miradas curiosas.
Así pues, la travesía acabó frente a un edificio de aspecto poco acogedor. Akame le ordenó ocuparse del cuerpo inconsciente durante unos momentos, a lo que el kusajin respondió con un sonido de queja cuando la totalidad del lastre recayó sobre sus jóvenes e inexpertos hombros. «Parece ser que lo ha planeado todo», pensó al observar que su pariente ya había preparado un lugar conveniente en el que ocuparse de Nue.
Tras abrir una sorprendente cantidad de cerrojos la puerta dio paso al umbral.
—Vamos —Ralexion respondió con otro sonido de molestia.
Introdujeron a su "huésped". El habitáculo era todo lo tétrico y mugriento que el Uchiha se había imaginado tras ser testigo de la fachada. ¿Existía un lugar mejor y más estereotipado para una interrogación inesperada? Ralexion lo dudaba.
Siguiendo las instrucciones de Akame, el genin dejó reposar al mercenario inconsciente sobre el lugar indicado. Acto seguido se cruzó de brazos y observó las acciones de su acompañante con curiosidad. Parecía que iba a colgarlo como si de una pieza de carne se tratase. «Y como siempre, parece ser que Akame-san sabe lo que se hace... joder, no envidio a este tipo, estar así colgado debe de ser incómodo y doloroso de cojones...», se dijo, casi sintiendo pena por el asiduo al tiro con ballesta. Casi.
Ante la petición de auxilio del escuálido individuo, Ralexion se puso junto a él a buen paso y tomó parte del hilo que no estaba ya ocupado por las manos de Akame. Ahora que había dispuesto de unos minutos para recuperar el aliento, podía tirar con el mismo afán del que gozaba al salir de la taberna. Nue seguía siendo jodidamente pesado, igualmente.
—Maldita sea... ¿no hay una polea o algo similar en este agujero de mierda? —masticó entre suspiros de esfuerzo.
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Ambos genin aferraron el kunai con firmeza y tiraron. Lenta y pesadamente, el cuerpo inconsciente de Kurosaki Nue se fue elevando gracias a aquella suerte de polea. «¡Joder, cómo pesa el maldito!» Los Uchiha siguieron tirando del cable mientras la figura invertida del joven mercenario iba quedando cada vez más colgada ante sus narices. Al final, Akame soltó un bufido e indicó que era el momento de parar.
—Tiremos un poco más —gruñó—. Listo.
El tramo de hilo había sido lo suficientemente largo como para que Akame pudiera anclar el kunai al pesado archivador de metal, que ejerciendo de contrapeso evitaría que su invitado se descolgara y acabase rompiéndose la crisma contra el suelo. Luego sacó la bobina de hilo, cortó otro tramo y ató los brazos del mercenario a su torso, a la altura de las muñecas y los bíceps.
Akame se quedó mirando al mercenario inconsciente durante unos instantes. Parecía una longaniza de pueblo, pero mucho más grande; y aun así no podía olvidarse de que era una persona, al fin y al cabo. «Así que voy a hacerlo», se dijo. Un capítulo más en la historia de Akame el Profesional, el insensible y despiadado ninja, estaba a punto de empezar a escribirse.
El del Remolino tomó el balde de agua helada y se acercó a Nue. Lo miró un instante a la cara y le tiró el agua encima, empapándolo completamente. Como un resorte, el cuerpo del mercenario empezó a agitarse, signo inequívoco de que su dueño acababa de volver al mundo de los mortales.
—¿¡Qué... Dddónde... Eh...!? —balbuceó de forma incoherente.
Akame dejó el balde de agua en el suelo y se acuclilló para poner su rostro a la altura del de Nue.
—Kurosaki Nue-san. Llevo un par de días queriendo hablar contigo de cierto asunto —le reveló el Uchiha, sin mudar su rostro calmo—. Pasa y resulta que tú y tus amigos me quitásteis algo. Algo que me costó mucho conseguir. Sabes de qué te hablo, ¿verdad?
El joven se agitó, tratando en vano de liberarse de sus ataduras. Conforme iba entendiendo la situación su rostro se descomponía en una mueca de terror; y aun así fue capaz de contestar con un gruñido.
—Hijo... Hijo de puta... —masculló—. Ninja... De mierda... ¡Puto perro! ¡Desátame y veremos lo que es bueno!
Akame se forzó a soltar una carcajada seca y dura —le parecía que sonaba intimidante—.
—Veo que el baño te ha soltado la lengua. Bien. Ahora, me gustaría que me respondieses a unas preguntas...
Nue emitió un gorjeo y escupió como pudo. Pese a que intentaba aparentar valentía, todo su cuerpo temblaba de puro terror; parecía evidente que aquel joven buscavidas jamás se había visto en una situación igual.
—Ralexion-san, pásame esa barra de hierro —pidió Akame, señalando un lingote de apenas un metro de longitud, de hierro macizo, que había apoyado junto a la pila de escombros.
Con un último resoplido pudieron poner a Nue —o mejor dicho, al cerdo en el matadero— a una altura que Akame consideró conveniente. El joven contaba con que a partir de ahí se ocupase su pariente lejano. La idea de torturar a alguien —por mucho que ese alguien hubiera sido el autor de un ballestazo contra su humilde persona— no le llamaba la atención al rapaz de Kusagakure.
Ergo, se retiró de escena y se sentó en una de las ruinosas sillas situadas a una distancia cautelar de la acción. Estaba embadurnada de polvo, pero el moreno ni se percató de ello, tan centrado como se encontraba en lo que iba a ocurrir a continuación.
Akame llevó a cabo un brusco despertar sobre el cautivo. Acto seguido se intercambiaron unas pocas palabras en absoluto amigables. «Esto va a comenzar...», se dijo, entre temeroso y dominado por una curiosidad de lo más mórbida. Nunca había presenciado una interrogación de este tipo, pero no necesitaba haberlo hecho para hacerse una idea de lo que podía dar lugar.
Poco después el ya mencionado le llamó por su nombre, casi sobresaltando a Ralexion. Le pidió que le pasase una barra de hierro. El muchacho escaneó el lugar con su campo de visión y se alzó al dar con el artefacto en cuestión. Con paso firme se aproximó a esta, fingiendo normalidad. Luego se aproximó al dúo y le pasó el objeto a Akame.
—Yo que tú le haría caso, "compadre" —le proclamó a Nue—. No tienes ni idea de lo volátil que se vuelve cuando le tocan los cojones.
Quiso influenciar así al sujeto. Entonces dio un par de pasos hacia atrás para otorgarle a su congénere todo el espacio que necesitase. Quedó con los brazos cruzados, intercambiando miradas entre el mercenario y el de Uzu.
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Akame aferró con fuerza entre sus manos aquel lingote de metal macizo que en breves iba a probar la espalda del mercenario allí colgado. Barrote y adolescente buscavidas iban a convertirse, durante un rato, en amigos inseparables. El Uchiha arqueó una ceja y observó al muchacho-chorizo, allí colgado. Pese a que pudiera parecer que estaba dudando si golpearle, en realidad trataba de recordar dónde sería más efectiva la primera golpiza. «Debe ser en una región dolorosa pero no incapacitante, y por supuesto, no letal. Los inconscientes y los muertos cuentan pocas historias», caviló Akame.
Ralexion se aventuró a soltar un comentario que podría sonar de lo más arquetípico, pero que en aquella situación no dejaba de tener fuerzas. Al fin y al cabo, los tres estaban ejerciendo sus papeles por primera vez. Víctima, torturador y observador. Akame no desdeñó el papel que ocupaba, incluso aunque estaba luchando con todas sus fuerzas para que no le temblaran las manos. «Voy a hacerlo... Voy a hacerlo... Voy a hacerlo...», se repetía en su interior.
—Tu amigo y tú me podéis comer los cojones, hijos de puta, en cuanto me baje de aquí os voy a matUGH —las palabras se le atragantaron en la boca a Nue de repente.
El Uchiha de Uzu acababa de propinarle un palazo en plena espalda con todo el largo del barrote sujeto con ambas manos. El cuerpo de Nue se balanceó durante unos instantes mientras su dueño apretaba los dientes para no gritar de dolor. Akame arqueó una ceja y volvió a golpear, con idéntica contundencia a la primera vez. Entonces el muchacho dejó escapar un gemido entre dientes. Incapaz de contentarse, el del Remolino balanceó una vez más su instrumento para golpear por tercera ocasión a su víctima, esta vez más cerca de la baja espalda.
Hubo un crujido que retumbó en la sala, y entonces sí, los gritos de dolor del buscavidas llenaron el silencio.
—¿Estás preparado para hablar? —preguntó Akame, apretando los dientes, mientras se acuclillaba frente al muchacho.
—Arg... Arg... Joder... Joder... —fue cuanto recibió como respuesta.
El Uchiha se incorporó otra vez, volvió a cuadrar los pies en el suelo y le sacudió al otro un palazo tal que, del balanceo, el cable chirrió al hacer fuerza sobre la viga del techo que lo sustentaba. Nue volvió a gritar de puro dolor, esta vez con más intensidad que la anterior.
—Habla, coño —exigió Akame, levantando otra vez la barra de hierro.
Probablemente aquel chico de dieciséis o diecisiete años jamás habría pensado que acabaría en un viejo y mugroso almacén, en los barrios bajos de la capital de su país natal, siendo torturado por un shinobi de Uzushiogakure. Con toda seguridad, si le hubieran preguntado qué haría en semejante situación, él se habría encogido de hombros con aire de suficiencia. "Nue el Bastardo no es un soplón", habría dicho, regodeándose en el sobrenombre que él mismo se había colocadol. "Me desataría y entonces jodería vivo a ese cabrón", remataría.
Claro que, no fue lo que hizo. Sino que se derrumbó y empezó a llorar desconsoladamente. Probablemente pensaba en su madre, o en que los palazos de aquel shinobi iban a dejarle parapléjico.
—Yo... Yo... Yo no sé nada... —hubo otro golpetazo, y volvió a soltar un alarido de agonía—. ¡Lo juro! ¡Por todos los dioses, lo juro! Era... Era... Era un trabajo bien pagado, nada de preguntas... ¡Joder, así funcionan estas cosas!
Y así, tal y como Ralexion había predicho, el primer golpe de aquella sesión de tortura acababa de ser asestado. Dejó escapar un pequeño "auch", su único testimonio frente a la brutalidad. Se alejó un paso más, no por miedo de que Akame le terminase golpeando a él por error al enarbolar la barra para propinar otro tortazo, no, lo hacía por otros motivos.
El apartarse más era una maniobra de defensa de su cerebro. Una artimaña que le ayudaba a falsear la estampa que atrapaba sus orbes oculares, haciéndola más surrealista, más de ficción, y por ende, más llevadera. Si se encontraba a una distancia mayor, cual espectador que observa una obra de teatro, ya no formaba parte del macabro espectáculo.
La danza del dolor se prolongó hasta que a Nue le resultó imposible mantener su fachada de bravuconería. Lo que acontenció después logró que el corazón del bondadoso Uchiha se encogiese: rompió a llorar con disposición desconsolada, horriblemente sincero. Ralexion necesitó cerrar los ojos durante unos instantes, débil frente a todo ello.
—Akame-san... —musitó. Estaba dispuesto a pedirle que parase, pero se mordió la lengua a mitad camino.
¿Merecía Kurosaki Nue quedar con secuelas irreversibles por haberse visto envuelto en ese turbio asunto? Quizás Ralexion pecaba de ingenuo, pero habría dicho que no. Además, ver al mozo tan roto a nivel psicológico le pesaba a la conciencia del kusajin como si se tratase del yunque de un herrero.
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